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Problemas textuales y anotación de la obra poética de Juan del Valle y Caviedes

Ignacio Arellano






1. Generalidades: la anotación de los textos del Siglo de Oro

En algunas ocasiones anteriores me han preocupado los problemas de anotación de los textos auriseculares, especialmente a propósito de Quevedo, Lope, Tirso o las crónicas de Indias1, y por no reiterar argumentos ya fatigados, me limitaré por el momento a recordar algunos aspectos y criterios que me parecen capaces de orientar la delicada tarea de edición y anotación, aplicándolos a unos pocos ejemplos pertinentes de Juan del Valle Caviedes, que quizá no sean inútiles, si al menos sirven para comentar lugares concretos que han ofrecido dificultades a diversos estudiosos del poeta.

Hay que empezar subrayando que Caviedes participa de la estética común dominante del periodo, la de la agudeza, el conceptismo, que persigue multiplicar las dificultades para el lector, según la doctrina de la ingeniosa dificultad, que convierte a muchos textos en laberintos de equívocos, alusiones, invenciones lingüísticas y juegos mentales y de palabras, difícilmente asequibles al lector de hoy. En este sentido hay pocas tareas más útiles que elaborar una buena anotación de un texto, reflejo de una tarea de exégesis meticulosa. No es posible tampoco, en el panorama de la transmisión textual de Caviedes, establecer críticamente los textos sin una simultánea tarea de interpretación.

Una revisión somera de las principales dificultades en esta empresa nos hace reparar tanto en la importancia de los juegos microtextuales, que hacen necesaria una atención escrupulosa al detalle, como en el papel decisivo del contexto en la elucidación de la coherencia global de un determinado pasaje.

La afición erudita y cultural, y el modo de agudeza de «acomodación de lugar antiguo» (en palabras de Gracián) provocan numerosas alusiones intertextuales que es preciso aclarar, lo mismo que los juegos con materiales folklóricos y frases hechas. En el caso de Caviedes tiene importancia particular la abundancia de menciones a personajes y lugares de la Lima coetánea, y de elementos lingüísticos y culturales propios del ámbito americano -peruano o concretamente limeño-, que requieren ilustraciones oportunas.

En los trabajos a que me he referido antes señalaba como criterios elementales:

a) Evitar la nota estrictamente literal que no contempla el contexto. Un ejemplo ilustrativo2 de este defecto podría ser la nota de García Abrines3 en el poema «Gracias a Apolo, que llega», al pasaje en boca de Polifemo, quien se queja del desdén de Galatea, enamorada de Acis:


Ya no seré Polifemo
el que escribe con la mano
su nombre en el cielo, si
ya lo escribo con los ganchos


(vv. 129-32)                


lo que apostilla el anotador: «gancho, el cayado entre los pastores, refiriéndose a Acis», tomando literalmente una definición del diccionario de Roque Barcia, para gancho. El contexto sin embargo, deja claras dos cosas: una que Polifemo se refiere a sí mismo, por lo que los ganchos son suyos, no de Acis; otra que a juzgar por lo que sigue y por todo el sentido del pasaje, estos ganchos no son cayados, sino los cuernos, alusión metafórica burlesca a su fracaso amoroso. Como explican los versos siguientes (133-36):


A la luna me parezco,
porque de un modo encornamos,
que un agravio manifiesto
también tiene cuernos claros.


Lo que confirman otros textos paralelos, como el soneto de Quevedo «Solo en ti se mintió justo el pecado»4, en cuyo v. 11 se llama a los cuernos «ganchos mudos».

b) Evitar la nota excesiva. De hecho, a veces, por huir de la nota literal incompleta, el anotador tiende a ver demasiados sentidos, sin percatarse de que los excluidos por el contexto no constituyen más que nuevos casos de literalidades impertinentes. Es uno de los principales problemas, como se verá, de la anotación de García Abrines en su edición de Caviedes.

Una buena explicación debe ser de triple coherencia: gramatical, semántica y poética. No se podrá aceptar, por tanto el valor supuestamente metafórico que García Abrines5 atribuye al vocablo pescuezo ('miembro viril') en el poema «Casóse el doctor del Coto», en los versos «le hizo su novia grosura / con su carne de pescuezo», que no mantiene ninguna de las dos últimas, ya que coto significa 'bocio', en una acepción plenamente satisfactoria en ese contexto, que excluye la que señala el editor.




2. Estado de la cuestión de los textos de Caviedes

Señalados con brevedad los criterios antecedentes, a modo de marco de referencia, compete preguntamos cuál es, en términos generales, el estado de la cuestión de los textos de Caviedes en este terreno6. Muy precario, hay que responder. Carecemos actualmente de un panorama abordado de manera sistemática.

No voy a entrar en la problemática textual ni en la situación editorial detallada, que no es el objetivo de esta exposición, y que ha sido comentada recientemente por Lorente Medina y Bailón Aguirre7. Apuntaré solamente que si nos referiremos a las cinco grandes ediciones de la obra de Caviedes8 (Ricardo Palma, Vargas Ugarte, Reedy, Cáceres-Cisneros-Lohmann9 y García Abrines), todas se separan en sus fijaciones textuales, carecen de estudio textual completo, con criterios definidos y meticulosos, algunas observan expurgos arbitrarios, y ni siquiera podemos estar seguros de qué corpus constituye El diente del Parnaso, si es que debe considerarse existente esa colección con ese título10. Solo la edición de Reedy consigna un aparato de variantes, que sin embargo no utiliza para la correcta fijación textual, eligiendo con harta frecuencia la peor lectura para su propuesta definitiva, e ignorando buenas soluciones de las variantes, errores que hubiera denunciado una buena anotación, inexistente11. Excepto la edición de García Abrines, no se puede decir que haya un aparato de anotaciones sistemático: prácticamente nunca se ha hecho esta labor de anotación. La de García Abrines, calificada por Bailón de «hermenéutica suelta, delirante»12 pende en exceso del diccionario de Roque Barcia13, ignora a menudo el contexto, y entre muchos materiales útiles aporta desviaciones numerosísimas que al final la hacen peligrosa y muy poco fiable.

Dicho de otro modo: tanto la edición crítica como la anotación de la poesía de Caviedes está sin hacer. En lo que sigue trato únicamente de aportar algunos ejemplos significativos de lo que a mi juicio sería un muestrario elemental de cuestiones que deben ser resueltas a propósito de esta anotación pendiente de la obra de Caviedes.




3. Algunos problemas y casos sintomáticos en la anotación de Caviedes

3.1. Como he apuntado, la relación entre ecdótica y hermenéutica es muy estrecha, y se evidencia llamativamente en aquellos casos en que es preciso seleccionar o confirmar una lectura entre las variantes de los diversos manuscritos, lo que implica una decisión del editor, que no se puede tomar arbitrariamente, sino que ha de justificarse con una explicación adecuada. El estado textual de la obra de Caviedes necesita también de la enmienda ope ingenii que requiere igualmente la justificación más precisa que se pueda ofrecer. En toda oportunidad una nota ayuda a establecer satisfactoriamente el texto.

Los casos serían innumerables y aparecen ya en el mismo inicio paródico del Diente del Parnaso14:




Licencia del ordinario de las damas


Nos, el ordinario más
ordinario que el correo,
licencia de imprimir damos
aqueste libro a su dueño,
por cuanto no tiene cosa
contra la salud, que aquesto,
como somos el achaque,
certificamos de cierto.


Las tres ediciones que uso como base traen mal el poemilla porque ninguna ha entendido el sentido de la parodia. Cáceres imprime el título bien, pero trae mal ya el primer verso («Nos, el Ordinario, mas / ordinario que el correo») con omisión de una tilde que deja ambiguo el sentido del adverbio de cantidad más. Reedy trae mal ya el título: «Licencia del ordinario / Damas», y García Abrines lo trae decididamente mal («Licencia del ordinario damos»), explicando además que el correcto «Licencia del ordinario de las damas» es un error. Las otras notas de García Abrines equivocan el sentido de otros vocablos por no entender el chiste básico15, que estriba en el sentido de ordinario de las damas 'menstruación'16. Este ordinario es más ordinario que el correo (otra acepción del vocablo es 'el correo que viene todas las semanas'; y correo no tiene nada que ver con cursos en el sentido de flujo de vientre, como indica erróneamente García Abrines); jocosamente el ordinario que da la licencia de impresión no es el juez competente, sino el menstruo o achaque femenino. El título está bien, y todos los chistes giran sobre este juego de palabras.

No puedo, evidentemente, ocuparme de todos los casos semejantes en los que un texto se fija mal y provoca una mala explicación o viceversa, una explicación desviada provoca un error en la fijación textual, pero merece la pena comentar otro pasaje en el que se halla involucrada paradigmáticamente la cuestión del criollismo de Caviedes, sobre la que regresaré más tarde.

El pasaje, relativo a la curación que hace el médico Utrilla de las bubas sifilíticas de una prostituta aparece de manera diferente en las distintas ediciones:


Aunque se alabe la ninfa
que de los amantes chascos
no llegó allí el perro muerto,
el vivo sí le ha llegado.


(Reedy, p. 79)                


Reedy recoge las variantes «amantes chatas», «amantes chatos», y «amantes chacos». Para Cáceres la lectura buena es «amantes chacos», lo que explica17 apelando al registro criollo: «Chacos. Del quechua chaku, 'caza'. Parece ser voz muy antigua usada en Perú y Bolivia, y extendida posteriormente en América meridional. Tanto Malaret como Morínigo explican que el chaco era un antiguo género de montería con ojeo, de los antiguos indios, usado también por los españoles, que consistía en cercar el campo mediante un número considerable de batidores, cerrándose luego para no dejar escapar la presa». Para García Abrines18 debe leerse chatos, por alusión a los amantes negros, con los que no ha tenido acceso carnal logrado con engaño.

Todas las explicaciones yerran y la única lectura aceptable es la que trae Reedy, que hay que interpretar en todo el contexto: Utrilla es un médico zambo, es decir 'negro', llamado burlescamente perro, según insulto codificado en el Siglo de Oro19. Es un perro vivo que ha llegado a esta dama, que se vanagloria de no haber permitido que se le acercaran los perros muertos, expresión asociada con los amantes chascos 'amantes estafadores' (pareja de sustantivos, recategorizado el segundo como adjetivo, del tipo del «clérigo cerbatana» quevediano); perro muerto es frase que significaba el engaño hecho a una prostituta a la que no pagaban sus servicios20.

El conocimiento de este tipo de frases hechas, modismos, y elementos folklóricos de todo tipo, es esencial para descifrar los juegos y alusiones, y para certificar una lectura: es mala la de Reedy, relativa a Crispín que receta:


a salga lo que saliere
de la cura, donde diere
con récipe de escopeta


(Reedy, p. 24)                


Y mala la de Cáceres (p. 278): «receta / a salga lo que saliere / de la cura donde diere / con récipe de escopeta», y no es mejor la de García Abrines21:


a salga lo que saliere
de la cura, adonde diere,
con récipe de escopeta.


Es preciso leer:


a salga lo que saliere:
dé la cura donde diere,
con récipe de escopeta.


Es mención del sintagma «Dé donde diere», que significa «tirar a bulto, sin apuntar», como explica Covarrubias precisamente en la voz «escopeta», o recoge Correas (p. 556).

Más compleja alusión a prácticas de titiriteros y mendigos es la que permite fijar correctamente otro pasaje, relativo al mismo zambo Utrilla, con la misma referencia al codificado calificativo de perro, que saltará de ira con los versos picantes de Caviedes:


Si le hago saltar con ellos [con los versos]
los honra, que es igualarlos,
al rey de España y de Francia
por quien también él da saltos.


(Reedy, p. 80; Cáceres, p. 346)                


El pasaje está bien en estas ediciones, pero necesita una explicación, que García Abrines intenta, con enmiendas equivocadas, al imprimir22:


Si le hago saltar con ellos
los honra, que es igualarlo
al rey de España y de Francia
porque también él da asaltos.


García Abrines, al modificar el texto (pensando que son errores «igualarlos», «por quien» y «saltos») lo hace definitivamente ininteligible. En realidad el chiste no tiene nada que ver con lo que señala el anotador, sino con la costumbre que los mendigos acompañados de perrillos amaestrados tenían de hacerlos saltar «por el rey de Francia» o «por el rey de España», para entretener al público y sacar limosnas. Los perros saltan por el rey de Francia, y el perro Utrilla salta por los versos de Caviedes, luego los versos se honran al quedar igualados con los reyes. Baste recordar Correas (p. 442): «Saltar por el rey de Francia. Tómase por hacer violencia y dar pesadumbre; semejanza de los perrillos de ciegos, que los hacen saltar por un aro diciendo: Salta por el rey de Francia».

Algunos casos bien enmendados muestran el camino en otras ocasiones (no todas, como vengo señalando): así García Abrines enmienda correctamente el error «a imitación de Perico» que aceptan Cáceres y Reedy23, por el certero «a imitación de Perilo», pues el texto evoca el famoso inventor al servicio del rey Fálaris, que inventó un toro de bronce para quemar vivas a las víctimas del tirano y fue el primero en experimentarlo. O García Abrines y Cáceres enmiendan «Sócrates» por «Sesostris» fundadamente en otro pasaje24, etc.

En suma, la tarea de fijar un texto mal comprendido es muy poco probable que se pueda realizar con éxito; un texto mal fijado sigue engendrando interpretaciones erróneas.



3.2. Uno de los requisitos de las notas es el de la precisión, y uno de los mayores riesgos el del exceso, que deriva, olvidándose del contexto, a explicaciones fantasiosas sin fundamento ni justificación. Es quizá esta una de las características de la edición de García Abrines, que aporta abundantes datos útiles, pero que propende algo desaforadamente a la divagación excesiva. No es ahora mi propósito revisar su aparato de notas, pero merece la pena insistir en este riesgo que ejemplifican a cada paso sus páginas25: el gran «Perote de Utrilla» no cabe interpretarlo como broma etimológica a partir de la frase latina «per obitum» aplicada a perro muerto; en cambio esta frase, y no las fantasías que aduce, explica el chiste de que la esposa de Utrilla, al casarse con él en vez de ser su dama, lleva un chasco al revés, porque lo normal es sufrir las damas o prostitutas el chasco que llaman perro muerto, mientras que ella al casarse con un zambo «perro», se lleva un perro vivo:


Un chasco lleva al revés
siendo mujer del ser dama,
porque lleva un perro vivo
por perro muerto, que llaman.



El sentido de chasco 'cabello crespo', o el juego onomatopéyico que ve el notador en revés 'golpe de esgrima' y chas, ruido de golpe no tienen apoyo textual, y la enmienda que propone para el segundo de los versos citados (propone: «su mujer siendo de él dama») oscurece de nuevo el sentido.

No menos fantástica es la inferencia de que el deseo de «sucesiones» con que se felicita al citado matrimonio, haya de leerse en una supuesta pronunciación de Caviedes «algo así como suc-cisiones tentas, creando ambigüedad con sangrías tintas, con las que chupaba los dineros a los enfermos»; o la de que con «mediquillo peinado» se aluda al «pene», término este estrictamente médico que se desconoce en la lengua literaria del Siglo de Oro, y que solo entrará en el Diccionario de la Real Academia Española en 1884; etc., etc.

La falta de precisión puede llegar a contradecir el mismo texto, utilizando incluso de manera abusiva la técnica de los lugares paralelos, que suele ser de gran valor cuando se usa razonablemente. García Abrines se empeña en que ahorcar los presos es lo mismo que degollarlos26, cuando en el Siglo de Oro son cosas muy distintas: se ahorca a los plebeyos, se degüella a los nobles. Pero se equivoca por aplicar mal otro lugar de Caviedes en que se habla de los presos ('ventosidades') degollados, como burlescamente se llamaban a los silenciosos. Pero claro está, de un juego de palabras en un contexto dado no se puede saltar sin apoyos a otro contexto completamente distinto en el que preso significa estrictamente 'delincuente preso por la justicia'.

Esta tentación de valoraciones abusivas afecta a menudo a la peculiar dimensión criolla, indiana, de Caviedes. La crítica ha señalado este importante aspecto, obvio, de su obra, que requiere una atención particular del anotador. La abundancia de expresiones y términos, motivos y detalles del mundo andino, es notable. Deberían anotarse los personajes aludidos (en este sentido la situación es bastante satisfactoria), los sentidos precisos de vocablos como choclo, gallinazo, quirquincho, concho, guácharo, pisco, etc., más opacos para un lector de otra región. Pero habrá que delimitar cuidadosamente las connotaciones y matices, sin empeñarse en que todo el repertorio de valores semánticos de Caviedes sea exclusivamente el criollo americano27; o mejor dicho, aceptando la complejidad de componentes de ese criollismo americano, en el que se integran series expresivas (¿cómo podía ser de otro modo?) igualmente vigentes en el general sistema de la literatura española del Siglo de Oro. Trabajos como los de Cáceres28 sobre las voces y giros o modismos y proverbios del habla coloquial peruana registrados en las obras de Caviedes, adolecen de un defecto capital en este sentido al insistir en una supuesta condición criolla inexistente como cualidad diferencial: a más moros más ganancia, del dicho al hecho hay mucho trecho, en boca cerrada no entran moscas, las verdades amargan, mucho ruido y pocas nueces... y prácticamente la mayoría de los refranes que anota, pertenecen al registro proverbial de la lengua española, y habrá que estudiar su función expresiva y sus modificaciones ingeniosas en Caviedes, olvidándose en estos casos de su calidad «criolla».



3.3. El refranero popular coexiste con el motivo erudito y la referencia intertextual literaria que el anotador habrá de aclarar si quiere proporcionar al lector una serie de importantes pistas sobre el arte literario de Caviedes.

Por citar un solo poema arquetípico en este terreno de la ingeniosa erudición recordaré el «Romance jocoserio a saltos», donde se acumulan, con la misma técnica de las silvas de varia lección, en más de 500 versos, alusiones a textos de San Agustín, la Biblia, Séneca, Sócrates, Sesostris, Plutarco, Aristóteles, Cicerón, Tertuliano, Tito Livio, Plinio, Juvenal, Empédocles, etc., o a costumbres atribuidas a los garamantes, tártaros o persas, o a anécdotas relativas a poetas más modernos entre los que menciona a Cervantes, Quevedo, Villamediana, Jerónimo de Cáncer, Luis Vélez, Calderón o Moreto.

Es un caso extremo de síntesis de elementos culturales que necesitaría una anotación muy abundante, pero en muchos otros poemas surgen cuestiones análogas: solo la elucidación del sustrato clásico y bíblico explica el sentido del texto «¿Cómo el precepto de arena / la mar soberbia no rompe?», que García Abrines29 imprime con un error «prefecto de arena», con nota igualmente errónea en que aclara que prefecto es el sujeto a cuyo cargo está el hacer cumplir algún ministerio o cargo. La buena lectura se certifica con una nota adecuada sobre la imagen de la playa como brida, freno o ley que retiene al mar. El motivo se sugiere en Horacio, Odas, I, 3, 21-24: «nequiquam deus abscidit / prudens Oceano dissociabili / terras, si tamen impiae / non tangenda rates transilium vada», y sobre todo en la Biblia, Jeremías, 5, 22 («Yo soy el que al mar le puse por término la arena, ley perdurable que no quebrantará»), y Quevedo lo reitera en varias formulaciones: Cuatro fantasmas de la vida, tercera carta sobre el desprecio: «la obediencia del ímpetu del mar a la ley que se le escribió en la arena...», y también en La paciencia y constancia del santo Job: «la soberbia del mar encarcelada en las orillas» y Providencia de Dios: «aprisionada la soberbia del mar en cárcel de arena»; o en la poesía30 núm. 50, vv. 1-2, al mar: «La voluntad de Dios por grillos tienes, / y ley de arena tu coraje humilla»; y Orlando, 1, vv. 785-88: «Con atrevida espalda, un monte suena, / herido de las ondas y, fiado / en la ley que está escrita con arena, / canas iras desprecia al mar turbado».

Un campo reiterado es el de los bestiarios y tradiciones zoológicas. Habría que anotar múltiples creencias sobre animales diversos, como la longevidad atribuida a los cuervos (ver Covarrubias, Tesoro de la lengua castellana: «Dan al cuervo larga vida...»), el monstruoso nacimiento del basilisco de un huevo de gallo31, etc. Baste otro ejemplo rápido, el de la uña de la gran bestia, que García Abrines identifica con la uña de caballo o fárfara, hierba medicinal, pero que en realidad es la uña del alce, como era bien sabido en el Siglo de Oro, y recoge sin ir más lejos Covarrubias: «Andrés Haccio, médico romano, escribió un tratado de la gran bestia, y cita a Polonio Menabeo, milanés médico, que estuvo en Polonia y vio cazar el alce, y dio noticia de su historia y de sus calidades y virtudes, en razón de medicina». Abundan referencias al poder sanador de la uña: en el Estebanillo González?32:«Diole a su Majestad deseo de ir a caza de las grandes bestias que tienen virtud en la uña del pie izquierdo», con erudita nota de Carreira y Cid, que citan al P. Pedro Cubero: «la particular virtud está en las puntas de la uña del pie derecho, aunque en todo lo demás de las uñas dicen tener virtud».

Es importante en este terreno tener cuidado de no sustituir la categoría de las claves de lectura, es decir, no interpretar una referencia erudita en clave de cultura popular y viceversa. Este es el error que lleva a García Abrines a identificar a Bernardo, citado en el poema «Memorial que da la Muerte al Virrey»33, en comparación de un médico matador, y que es naturalmente el famoso héroe del romancero Bernardo del Carpio, con Bernardo de Turingia, un visionario alemán que vivió a fines del XII, y que no tiene papel ninguno en el poema. Más grotesca es la explicación a lo erudito que busca para el árbol de las ciruelas que ha pegado las gomas a la prostituta sifilítica Belisa en «Tomando está las unciones»34, al apuntar que hay un juego «entre la ciruela Claudia, especie de ciruela muy jugosa y dulce y Claudia, vestal de cuya honestidad se dudó». Para empezar el anotador ha introducido una precisión falsa con la clase de ciruelas, Claudias, que no se mencionan en el texto, a partir de la cual salta a la evocación de la vestal, prescindiendo además de cualquier coherencia sintáctica y semántica. La explicación es más sencilla y pertenece al campo de las metáforas eróticas y jocosas tópicas: el árbol de las ciruelas (Claudias o no) es sencillamente el ciruelo, metáfora fálica trasparente35, y es el ciruelo (que en su sentido literal de 'árbol' puede enfermar con las gomas o supuraciones que lo secan) el que en su sentido metafórico le ha contagiado las gomas ('tipo de enfermedad venérea') a la dama.

Las evocaciones concretas de lugares literarios, especialmente de Queve-do36 han sido señaladas por la crítica. Habría que procurar identificar con exactitud concreta los numerosos casos de intertextualidad, porque las influencias muy generales se perciben enseguida, pero resultan poco ilustrativas de las técnicas de adaptación o de los juegos alusivos precisos, que es lo más interesante en el marco de los procedimientos de la agudeza. Añadiré, a los ya indicados por anteriores comentaristas, algunos casos que no veo señalados por los anotadores: la calificación de los médicos de venenos con guantes37 remite a Quevedo «el que con barba y guantes es veneno»38; la imagen de las bacías de barbero para las jorobas de Liseras remite al poema contra Ruiz de Alarcón de Quevedo39, donde se usa la misma; el verso «Entre los sueltos caballos» del poema de Caviedes «Poeta como su madre» evoca un famoso romance de Góngora, muy glosado en el Siglo de Oro, que comienza con ese verso; el «aprended, bolsas, de mí» (final del romance a una pedigüeña, «Tu boca por pedigüeña») parodia el verso de la letrilla gongorina «Aprended, Flores, de mí»; el chiste de la vieja que «por no tener dientes / le quiso dar entre muelas» («Casóse un mozo muy pobre»), está tomado de otro poema de Quevedo, el «Testamento de don Quijote», vv. 11-12: «por falta de dientes / habló con él entre muelas»; etc.

Este campo de las referencias concretas literarias de Caviedes requiere de mucha exploración. Un ejemplo más para cerrar este apartado: el poema «A María Santísima. Empieza y acaba con título de comedia»40 no solo utiliza títulos de comedias para el primer y último verso, como anota Cáceres, sino que todos los primeros y últimos versos de cada una de las coplas del romance son títulos: hay, pues, no dos, sino diez comedias aludidas41



3.4. He comentado en lo anterior algunos campos privilegiados que deben ser objeto de especial atención a la hora de anotar a Caviedes, pero en realidad la alusión ingeniosa surge en cualquier terreno: hagiografía e iconografía, mundo eclesiástico, folklore, mundo social (delincuencia, mundo del hampa, castigos penales...), y en cualquier aspecto de la vida cotidiana de la época muy difícil de sistematizar.

No hay más remedio que acumular nuevos ejemplos, porque toda la tarea anotadora estriba en una casuística que debe resolverse punto por punto. Reduzco, sin embargo, los ejemplos a lo que me parece esencial para ilustrar la problemática general.

En la iconografía hagiográfica está la verdadera pista para entender el pasaje del romance42 «Pedro de Utrilla el Cachorro», médico que cura una llaga sifilítica a una prostituta y que junto a ella recuerda al retablo de san Lázaro: «Miraba la llaga Utrilla, / y con tal médico al lado / de san Lázaro bendito / se me figuró el retablo». La explicación del anotador, que interpreta lázaro en el sentido de 'taimado y redomado', como alusión al doctor, es contraria al contexto. La que parece Lázaro (llagado, patrón de los leprosos) es la dama con las bubas; el chiste con Utrilla está en la alusión a la iconografía de San Lázaro, a quien se representa en ocasiones, como a san Roque, acompañado de un perro que le lame las llagas43; en otras palabras, es un modo indirecto de calificar de perro al médico, insulto codificado, como hemos visto, que le endereza en otras varias ocasiones.

La categoría eclesiástica de los obispos de anillo (obispos in partibus infidelium, con nombramiento pero sin diócesis efectiva) explica la frase paródica de «verdugo de anillo», aplicada al presidente de Quito, encargado de administrar la justicia y castigos, y que se queda sin funciones al entrar en Quito el doctor Herrera («que siendo vos el primero / queda él verdugo de anillo»), porque el médico matará a todos, sin dejar oportunidad a la justicia de condenar a nadie a muerte44. La nota de García Abrines: «anillo, en germanía los grillos, y juego con cero» no tiene sentido. Una práctica de los verdugos explica otra frase45 en el poema «De herencia protoverdugo», en boca de un médico que afirma que es lo mismo caer en sus manos que en las piernas del verdugo. La nota de García Abrines desbarra de nuevo al interpretar piernas como juego con penas 'galeras', y relacionarlo con el instrumento de tortura llamado pie de amigo, etc. Nada de eso: es alusión bastante truculenta a la costumbre de los verdugos de montarse encima del reo que colgaba de la horca para acelerar su muerte con el peso. Al verdugo llama Quevedo «jinete de gaznates» y otras metáforas semejantes46.






4. Conclusiones

No es, evidentemente, momento de anotar todo el Corpus de Caviedes. Podría alargar esta exposición con cientos de casos más de todas las categorías vistas y otras varias, pero lo que me interesa subrayar es que la tarea de anotación de Caviedes está apenas comenzada, lo mismo que la estricta labor de la edición, para la cual es preciso volver a los textos manuscritos, realizando simultáneamente ambos esfuerzos.

En el estado actual de las investigaciones se evidencia que la fijación textual de los poemas resulta prácticamente imposible si no se aborda también la anotación.

Los ejemplos a que me he ceñido en este trabajo sirven nada más que de muestra de un panorama mucho más amplio que habrá de ser sistemáticamente afrontado por los estudiosos que pretendan poner a disposición del moderno lector, en las condiciones que realmente se merece, el conjunto de las poesías de Juan del Valle y Caviedes.






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