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Texto de apertura del Salón Literario con Luisa Valenzuela

Rosa Beltrán

La última vez que nos vimos, hace aproximadamente un año, después de un acto literario quisimos ponernos al día, conversar un poco. Luisa sugirió tomar unos daikirís en el Sanborns de los azulejos. Había venido a hacer algunas diligencias vinculadas con el Pen Club contra la violencia hacia las mujeres. Tomamos los daikirís, salimos a recorrer el Centro de noche y entonces me dijo que tenía un antojo muy grande de ver las pirámides de Teotihuacán, en globo. Me sugirió hacerlo al día siguiente, lunes. Como seguimos conversando y como la plática derivó en distintos asuntos literarios no volví a tocar el tema que en realidad, pensé, era una de las salidas de Luisa por lo regular tendientes a lo fantástico.

Esa semana, no obstante, le hablé antes de que se fuera a Tepoztlán a unas terapias físicas con chamanes para quitarle los dolores de espalda. ¿Fuiste a las Pirámides?, pregunté. «Y sí», me dijo con toda naturalidad. «Hacía un poco de viento, pero por lo demás, fantástico». «¿Con quién fuiste?» volví a preguntar, azorada. Con la Margo. Por supuesto, se refería a Margo Glantz, a quién otra.

Allá van las dos escritoras más jóvenes de América Latina como Passepartout y Phileas Fogg en su globo, dándonos una lección de audacia, viendo desde arriba el gran imperio de Tenochtitlan rendido a sus pies.

Quien diga que no se arrepiente de nada en la vida, miente. Yo me arrepiento no de no haber subido al globo a ver la pirámide del Sol y de la Luna al lado de Luisa, sino de no haberme dado cuenta de que eso era no solo un lance arriesgado sino una lección de literatura.

Cuando el jurado otorgó el premio Carlos Fuentes a Luisa Valenzuela, las razones de tal merecimiento fueron:

«Genialidad, constancia, sentido lúdico y creativo». Esto último es el sello con que identificamos la persona y la obra de Luisa. No existe un libro suyo o una conversación donde el juego no sea el elemento central y donde no haya un misterio por descifrar, a la manera del policial que tanto ha influido a la literatura del mundo pero mucho más y como a ninguna otra a la de Argentina.

Escriba lo que escriba, la escritura en Luisa es el intento en clave por decir lo que no se puede decir, por evadir la censura y más aún, la autocensura, y por eso lo que se busca y lo que se encuentra es otra cosa que la que se cree cuando uno empieza un libro suyo.

No sé hasta qué punto el sentido detectivesco que compone su obra viene de la influencia de los autores que asistían a las reuniones en su casa, como Borges o Sábato, o simplemente se deba a que el espíritu policiaco es el que mejor se avenía a la literatura escrita en Argentina en los años de la dictadura. En todo caso, lo detectivesco lo tiene desde niña: «De chica, dice Luisa, inventaba aventuras que ponía en práctica en mi barrio, vagando de un lado al otro, buscando tesoros y resolviendo misterios». Y como tenía y tiene una imaginación imparable, mientras jugaba inventaba detalladas historias de aventuras en las que ella y su hermana eran protagonistas.

Su vida azarosa -que en parte se llama dictadura- la hizo vivir en París, en Barcelona, en México, y volver a Argentina.

Original, deslumbrante, audaz, irónica, feroz, ingeniosa, sensual, ambigua, procaz, fascinante: diez adjetivos no bastan, como dice Francisca Noguerol, para describir a Luisa y entonces añade otro, el de encantadora. Cuidado. Desde la antigüedad patriarcal ya se sabe lo que hacen las que encantan. En El gato eficaz, dice la propia Luisa «yo soy trampa toda hecha de papel y mera letra impresa».

Decimos Luisa Valenzuela y pensamos peligro, inflamable; decimos Luisa Valenzuela y decimos inteligencia y riesgo; decimos Luisa Valenzuela y decimos desmitificación del poder en todos los aspectos porque el poder es sustancia que todo lo impregna y lo contamina. Luisa Valenzuela es precursora de la crítica al patriarcado mucho antes de los años del hoy floreciente movimiento #MeToo y es también una de las más altas detentoras de las estructuras breves porque no hay un solo lector, sobre todo si es lectora, que no diga Luisa y diga también cuento, cuentista. Cuando presentó en México Cuentos completos y uno más declaró al cuento como «la gloria de la prosa, su posibilidad de expresar la perfección».

Luisa ha practicado con pasión la escritura de brevedades, tiene varios microrrelatos famosos y multicitados, y en 2019 inauguró la Fiesta del libro y la rosa en la UNAM con una brillante disquisición sobre Juan José Arreola. Uno de sus microrrelatos titulado «Silogismo», dice así:

Todos los hombres son mortales.

Ciertos pecados son mortales.

Ergo: ciertos pecados son hombres.


Sus relatos son famosos por ser parodias de los grandes relatos de la historia. A través de ellos busca decir no solo lo contrario de lo que ha afirmado ese largo cuento patriarcal sino, las más de las veces, lo que no se ha dicho:

Profesora, tallerista, docente en universidades de distintos países, va dejando una estela de adoradores discípulos.

A pesar de que desde su primera novela, Hay que sonreír, Luisa nunca dejó de escribir, fue en 1982 con Cambio de armas, donde su escritura dio un salto cuántico. Cinco historias con cinco mujeres luchando cuerpo a cuerpo contra la opresión, la violencia y el espanto, cinco intentos de hallar estrategias de sobrevivencia. Fue y sigue siendo su libro más editado y traducido a varias lenguas, un libro donde su autora logró evadir la censura en Argentina llevando lo público a lo privado, lo político a lo erótico y poniendo en primer plano la retórica abstracta del autoritarismo que se da en el país pero se replica, idéntica, en la cama.

La obsesión de Luisa por analizar el poder desde todos los ángulos posibles, se debe a que vivió en Argentina el Proceso de Reorganización Nacional (1976-1983) -«Guerra Sucia» o «años de plomo» en sus más acertadas palabras-, un tiempo definido por Frank Graziano como de atrocidad ritualizada en el que se produjo para el pueblo «una doble fase de desgarro y enmascaramiento». Por eso sus novelas y sus cuentos descubren lo que la realidad del momento en que fueron escritos encubría: el horror del poder que de un modo apabullante se dedicó a prácticas como la tortura y la desaparición de sus oponentes durante los 70.

La sola mención de algunos de sus títulos es suficiente para dar cuenta de su contenido: Novela negra con argentinos; Cambio de armas; Juego de villanos; Aquí pasan cosas raras; Como en la guerra. Este último título es más que valiente, temerario, pues fue publicado en 1977 en el punto más álgido de la represión del gobierno militar. La crítica a la represión en sus distintos frentes es abierta y clara, y tanto, que el libro sufrió los embates de la censura. Es famosa la anécdota de la «desaparición de la página cero». La censura argentina le prohibió a Luisa que publicara la página inicial que es claramente una escena de tortura. La autora no tuvo más remedio que obedecer. Felizmente, la traducción al inglés de Helen Lane de 1979 restituyó la famosa «página cero» y hoy la represión de un texto que irónicamente habla sobre la represión es una anécdota histórica.

Es extraño que Luisa se haya quedado en Argentina durante los peores años de la dictadura militar. Había actuado en un grupo que ayudaba a la gente perseguida por la dictadura a irse del país, de modo que la policía estuvo en su casa buscándola. No pudo dar con ella porque en ese momento estaba fuera de Argentina, pero el incidente, que pudo tener consecuencias letales, hizo que buscara hacer lo que tantos argentinos hicieron durante los 70: salir, huir, asilarse en otros territorios. Muchos de ellos como sabemos lo hicieron en México. Ella fue a vivir a Nueva York en 1979.

Durante diez años vivió de dictar cursos y talleres de escritura y literatura en las Universidades de Nueva York y Columbia. Y en los años neoyorkinos en que pudo insertarse en el ámbito literario como escritora, no solo se limitó a dictar sus cursos. Fue también miembro del Fund for Free Expresion (Fondo para la Libertad de Expresión) y del Freedom to Write Committee (Comité por la Libertad para Escribir) del PEN. También trabajó con Amnesty International y con Americas Watch.

«Si hay un tema que surge cuando se evalúa el conjunto de la obra de Luisa Valenzuela es el tema del poder, sus efectos y sus diversas manifestaciones en la experiencia humana». Pero también, y de modo especial, el mecanismo para decir lo que no se puede decir, a fin de no silenciar lo que ocurre. Los muchos modos en que podemos transmitir a otros que algo debemos hacer para evitar tanta violencia.

Por todo eso, Yo quiero decirle (a Luisa) que en mi país donde aumenta la suma de muertos y de desaparecidos, de levantados, como terroríficamente se llaman; que en mi país, donde ocurre la suma más alta de asesinatos a los periodistas por escribir que esto ocurre; quiero decirle que en este país donde hasta octubre de este año se consignan 3 mil muertes de mujeres en lo que va del 2019 y que esta suma va a la alza; quiero decirle que en un país donde todos los días se denuncian los abusos a mujeres de manera oficial o no oficial, su literatura nos es absolutamente actual, vital, imprescindible. Que el hecho de que el jurado haya otorgado el Premio Carlos Fuentes a una mujer tiene todo el sentido y que es tan pertinente que sea Luisa Valenzuela quien abra el Salón Literario de la Feria del libro en Guadalajara en este 2019 nos llena a todas, a todos, de gozo.

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