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ArribaAbajoPoesías típico-características


ArribaAbajoMi independencia

(Fotografía del autor)




Yo soy el hombre feliz,
Que con un tranquilo gozo,
Mi independencia proclamo
A la faz del mundo todo.

   No tengo males ni penas,
Ni enemigos, ni patronos,
Ni súbditos que me adulen,
Ni jefe a quien hacer coro.

   Ni acreedores que me pidan,
Ni esperanza de mortuorios,
Ni deuda que me desvele,
Ni deseo bienes de otros.

   Tengo los que a mi ambición
La bastan para su colmo,
Y los tengo bien tenidos
Por derechos patrio y propio.

   No me ha obligado a escribir
La sacra fames del oro,
Sino un tintero maldito
Que no sabe criar moho.

   No cuento entre mis paisanos
Ni entusiastas ni celosos;
Soy conocido de muchos,
Mas son mis amigos pocos.

   No frecuento los salones
Del magnate poderoso,
Ni obligo a que en mi antesala
Aguarden humildes otros.

   No recibo del poder
Participación ni voto,
Y de la Tesorería
Hasta hoy el camino ignoro.

   No me obligan compromisos
A la opinión de los otros;
Tengo y sostengo la mía,
Pero sin tema ni encono.

   De los farautes políticos
No sé los planes recónditos,
Ni en los periódicos leo
Sus artículos de fondo.

   Doy por buena su doctrina
Y argumentos hiperbólicos;
Pero yo guardo la mía
Para mi servicio propio.

   No me envenena la bilis
El mirar a más de un tonto
Gobernando una provincia,
O en Madrid nadando en oro.

   Nunca interrumpe mi sueño
De un ministro el ceño torvo,
Y si le encuentro en la calle,
Hago que no le conozco.

   Todos fueron mis amigos,
Y mis compañeros todos;
Yo me quedé en la platea;
Ellos saltaron al foro.

   No les envidio el papel,
Porque pienso que es más cómodo
Ser espectador con muchos,
Que espectáculo de todos.

   No sé por dónde se va
A los favores del trono,
Ni en mi modesto vestido
Brillan la plata ni el oro.

   Las veneras y entorchados,
De que andan cargados otros,
Me parecen propias de ellos
Como de mí... mis anteojos.

   Soy, en fin, independiente,
De hecho y también de propósito,
Sin compromisos ajenos,
Y hasta sin deseos propios.

   Pero en medio de esta dicha
Que me inclina a vivir horro,
No sé qué sino fatal
Me hace depender de todos.

   No hay Junta ni Sociedad
Que no me honre con su voto
Para trabajar de balde
En los públicos negocios.

   Se instalan cuatro vecinos,
Honrados y filantrópicos,
Para fundar una escuela
O una caja de socorros;

   Pues me nombran presidente
O secretario, con voto,
Y me envían los papeles
Para hacer los monitorios.

   ¿Se trata de algún proyecto
De asociación, de periódico,
De reforma material
O instituto filantrópico?

   «Extienda usted, don Ramón,
Ese informito de a folio,
O forme usté el reglamento
Que han de discutir los socios.»

   No hay un cargo concejil
Para el que no me hallen propio,
Ni expediente del común
Que no venga a mi escritorio.

   No hay reunión literaria
Que no me cuente por socio,
No hay duro que no me pidan,
Ni trabajo que no tomo.

   Usufructuario de nada,
Soy honorario de todo;
Figuro en cartas de pago,
Nunca en nóminas de cobro.

   «Usted, que está tan holgado
(Me dice don Celedonio),
¿Quiere usted ser mi hombre bueno
En un juicio de despojo?»

   «Usted, que es tan complaciente,
Tan servicial y tan probo,
Sea usted tutor, albacea,
De éste, de aquél o del otro.»-

   No hay autor que no me lea
Sus manuscritos narcóticos,
Ni periódico de letras
Que no cuente con mi apoyo.

   Ni álbum de uno y otro sexo
Que no me demande un trovo,
Ni litigante hablador
Que no me emboque el negocio.

   Huyendo ser publicista,
Soy público de los otros,
Y para no ser electo
Tengo que darles mi voto.

   A trueque de este derecho
Imprescriptible, sonoro,
Y en pago al servicio ajeno,
Y en pena de bienes propios,

    Recibo cada trimestre
Los apremios amorosos
De la patria, pagaderos
A la orden del Tesoro.

    Con esta vida que cuento,
Con este afán que deploro,
Todos me tienen envidia;
Yo me compadezco solo.

   Hay quien me cree discreto;
Otros me juzgan un porro;
Unos dicen: ¡Qué buen hombre!
Otros responden: ¡Qué tonto!
El Curioso Parlante




ArribaAbajoLos misterios de Madrid

¿Que haga yo Misterios, Claudio?




¿Y que me eche a discurrir
Rodolfos, Flor de María,
Dómines y Tortilís;
Lechuzas mancas de un ojo;
Ferrantes y San Remís;
Esqueletos, Calabazas,
Rigoletas y Churís?

   ¿Aconséjasme que osado
Los eche luego a reñir
Orillas del Manzanares
A la usanza de Madrid,
Con sombrero de calaña
Y vestido de alepí,
De sarga rica mantilla
Y sortija al corbatín?

   ¿O subiendo a los salones
(Traducidos de París)
Pinte duques, baronesas,
Bandas, placas y espadín,
Con intrigas, duelos, deudas,
Y otros primores así
De la buena sociedad,
Buena... vamos al decir?

   ¿Dícesme que si no alcanzo
Con mi escuálido magín,
Pida luego a EUGENIO SUÉ
Que me envíe de París
Una caja de colores
Y una remesa de esprit,
Con su recetita al canto,
Muy fácil de traducir?

   ¿Háblasme de veras, Claudio?
¿Y me juzgas ¡ay de mí!
Del pecus imitatores
En el inmenso redil,
Que de los cisnes del Sena
Repite en son baladí
Los cantos y aun los graznidos,
A guisa de folletín?

   ¿No hice ya la penitencia
En diez años que escribí
En el habla de Cervantes,
Sin su donaire gentil
(Antes con débil paleta,
Escasa de oro y carmín),
Cien Escenas Matritenses
Naturales de Madrid?

   ¿Por fuerza han de ser Misterios?
¿Y yo los he de fingir,
Porque se escriben en Londres
Y se imitan en Pekín?
¿Porque allí nada se sabe
O todo se ignora aquí?
¿Porque hay en París ;Misterios
Los ha de haber en Madrid?

   Confiésome, Claudio, un porro
Más soso que el perejil;
Digo que soy un zoquete;
Y lo creerás así
Cuando te afirme (perdona
Esta franqueza infantil)
Que si los hay, no los veo,
O no lo son para mí.

   ¿Es misterio por ventura
Que merezca discurrir
La triple y santa alianza
De Blas, Narcisa y don Gil,
Marido, mujer y amante,
Círculo eterno y sin fin,
Drama sin más peripecias
Que sociedad mercantil?

   ¿O hallarás no comprendida
A la viuda de Fermín,
Que hoy amanece con uno
Y mañana con diez mil;
Y asomada a la ventana,
Cual pintado colorín,
Canta por todos los tonos
«Si queréis flores, aquí?»

   Dícesme que es un misterio
El carruaje de Crispín,
Que ayer iba a la trasera
Y hoy dentro del tilburí.
-Pero tú tan sólo ignoras,
Cuando lo dices así,
Que su coche no es su coche,
Sino del maestro Martín.

   Admíraste de que Luisa,
La que vive enfrente a ti,
Gaste blondas y diamantes,
Terciopelos y organdís...
Mírala, Claudio, los ojos,
Y calcularás así
Que el capital de aquel censo
No es fácil de redimir.-

   ¿Y los ojos de don Braulio
Tienen tal encanto, di,
Para fundar capitales
Sobre el ajeno monís?
-Es verdad, no tiene bolsa;
Mas para eso la hay allí,
Para los largos de ingenio,
Bajada de San Martín.

   De Anselmo la bizarría
Con que, por bien del país,
Le presta al Gobierno ciento
Para luego cobrar mil,
¿Tiene algo de misteriosa?
Pues yo mismo se lo oí,
Y lo cuenta como gracia
Muy conforme y de aplaudir.

   ¿Y el patriotismo de Fabio
Es misterio para ti?
Miope será el que no vea
De sus principios el fin.
Préstale tu voto, Claudio,
Y su carga concejil
Verás tornarla en estribo
Para subir sobre ti.

   Misterio podrás creer
De Nuño el estro sutil,
Infusa adivinación,
Ciencia espontánea y feliz...
¡Qué lástima, Claudio amigo,
Que no sepas traducir!
Hallarías que su ingenio
Es original de Serib.

   ¿Que de qué vive don Judas?
¿Y ves tú un misterio aquí?
Pregunta a sus acreedores,
Que te lo sabrán decir.
Vivo de comer caseros,
Sastres, viejas, y otros mil
En que supo hallar filones
Más ricos que el Potosí.

   Esta clase de Misterios,
Tan públicos ya en Madrid,
Son, Claudio, los que yo veo
Y que todos ven por mí.
No conjures a mi pluma,
Poco próvida en fingir,
A que quiera hacer Misterios
De lo que no lo es aquí.




ArribaAbajoLa carga concejil

Escrito en el álbum de una señora


Romance.



    A un escritor cabildero,
Que hoy no puede escritorear,
Perdona, amable señora,
Que firme de prisa y mal.

   Sí, que van a dar las dos,
Y hay que vestirme y trotar,
Pues ya suena en mis oídos
La campana comunal.

   La campana concejil,
Que me llama a concejar
De la coronada villa
En sala consistorial.

   Allí me esperan muy serios
Cuarenta consortes más
Para hacer, juntos conmigo,
La común felicidad.

   Allí, en banco carmesí
Y elevado el espaldar,
Haciendo como el que piensa
(Y pensando en no hacer más),

   Tengo que pasar tres horas
Entre las piedras y el pan,
Entre basura y limpieza,
Entre el aceite y el gas.

   Allí catorce abogados,
Que tienden el paño ya,
A propósito del riego
Nos citan el Alcorán.

   Allí ocho o diez candidatos,
Que ensayan el candidar,
Entonan el Quousque tandem
Porque un cuarto subió el pan.

   Allí otros varios comparsas,
Cuando hubieran de votar,
Por no alzarse del asiento
Reprobarán el misal.

   Y hay allí interpelaciones,
Y bills de indemnidad,
Y discursos sobre el fondo,
Y para rectificar;

   Y alusiones personales,
Y votación nominal,
Y escrutinios embolados,
Y voto particular;

   Todo, en fin, el aparato
Escénico, y algo más,
Del sublime mecanismo
Parlo-constitucional.

   Ahora bien; si este buen rato
Me espera en llegando allá;
Si este chaparrón de ciencia
Va sobre mí a descargar,

   ¿Cómo pretendéis, señora,
Que espere un minuto más,
Sin ir a beber el chorro
De tan próvido raudal?

    Perdona, mas no es posible,
Y la razón me darás
Al saber que en aquel tutti
Suelo a veces alternar.

   Yo, que canté siempre solo,
Tengo ahora que acompañar,
Y parlar con rostro feo,
Que es lo que me asusta más.

   Hasta que al fin de mi empeño
Entone el rondó final,
Y me vuelva a mi luneta
Para reír y silbar.

   Entonces... Pero callemos
Que ahora tocan a observar;
Luego vendrá la parlancia
Tras de la curiosidad.

-1847




ArribaAbajoEl poeta clásico y su dama

Serenata




    Aquel poeta inmortal
Que en las alas del Pegaso,
Caminando hacia el Parnaso,
Se paró en el Hospital;

   El que con la lira de oro
Tuvo que comer pepinos,
Por no vender los divinos
Dones del luciente coro;

   El que robaba las perlas
De la aurora al despertar,
Sin poder nunca lograr
Ni empeñarlas ni venderlas;

    El que pasó el Mediodía
Con Horacio y con pan duro,
Y en lugar de vino puro
Bebió néctar y ambrosía;

   A vos, del alma señora,
La ingrata, la desleal,
La que causasteis su mal,
La que os burláis de él ahora;

   Libre ya de sus dolores
Llega este insigne poeta
De vuestra beldad perfecta
A mirar los resplandores.

   Háganme trocar la poca
Fortuna que en mí se siente,
La plata de vuestra frente
Y el coral de vuestra boca;

   Que si son vuestros cabellos
De oro fino cual ninguno,
Dándomelos uno a uno,
Me remediaré con ellos.

   No es mi miseria tan rara
Si vos me queréis querer;
Que algo me puede valer
El marfil de vuestra cara.

   Yo os liaré a vos inmortal;
Vos me daréis con qué coma;
Yo os haré verter aroma
Por los labios de coral;

   Vos un hombre haréis de mí;
Yo de vos liaré una diosa;
Si en ello venís gustosa,
Empecemos desde aquí.-

   Así cantaba Liseno
Con la lira destemplada,
Aun medio convaleciente,
A la puerta de su dama.
   Ella sus voces oía;
Pero ya sólo escuchaba
De otro amante los suspiros,
Aunque eran en prosa llana;
Y es que iban acompañados
De diamantes y esmeraldas;
Y esto les daba una fuerza
Bastante a rendir cien almas.
Ella, al oír al poeta,
Creía que rebuznaba,
Y escuchar a Cicerón
Pensó, cuando el otro hablaba,
Porque en materia de letras
Está por las que se cambian,
Y cansada de ser diosa,
Quiere las cosas humanas.
Hasta que ya decidida
Abrió por fin la ventana,
Y al poeta desdichado
De aquesta suerte le habla:

   «No pienses en persuadirme,
Hombre más duro y cansado
Que el pedernal seco y firme;
Si no quieres aburrirme,
Vuelve el son hacia otro lado.

   Escuchen otros oídos
Tus sempiternas canciones,
Y te escuchen complacidos;
Que yo no quiero más ruidos
Que el ruido de los doblones.

   Ya no busco que mi amante
Me pondere su constancia
En un discurso elegante;
Que, como haya con-sonante,
Aunque falte consonancia.

   Si es mi frente rica perla
Y mi nariz plateada,
No llegarás a obtenerla;
No sea que por venderla
Me dejes desnarigada.

   Déjame tú en paz a mí,
Pues en paz te dejo yo;
Busca quien te diga sí,
Y no pierdas tiempo aquí,
Do siempre oirás que no.»



   Absorto de este lenguaje,
El amante desdichado
A la cerrada ventana
Se ha quedado contemplando
Hasta que, volviendo en sí,
Tornó a marchar cabizbajo
Camino del Hospital,
Como quien va hacia el Parnaso.




ArribaAbajoUna beldad parisiense

Escrita en el álbum de la excelentísima señora doña Dolores Perinat de Pacheco




    En la plaza de la Bolsa,
De la tarde entre una y dos,
Salón de públicas ventas
Del comisario a la voz,
Una de aquestas figuras
Que de retórica son,
Hipérboles por su adorno,
Síncopes por su valor,
En banquillo de justicia
Y pública exposición,
Se resigna a la sentencia
Que ha publicado el Prevost.-

   «En la villa de París,
Y en el año del Señor
Mil ochocientos cuarenta,
Se ha presentado ante nos
Mademoiselle Heloise
De Sans-devant et Sans-dos,
Hija de padres anónimos,
Natural de Côte d'Or;
Y vista la insuficiencia
En que el tribunal la halló
Para pagar sus empeños
Con el concurso acreedor,
El tribunal la declara
Insolvente, y ordenó
Que reunida la Junta,
Y previa declaración,
Se proceda al inventario
De los restos de valor,
Para entregar a sus dueños
Por vía de transacción.»

   Empieza la diligencia.
A la una... a las dos...
A las tres... y el martinete
A este tiempo resonó.

   -Un chal dicho de las Indias,
Y en el hecho de Lyon,
Que ha reclamado en su tiempo
Monsieur Gagelin mayor.-
Un albornoz africano
Con patente de invención,
Que, falto de pagamento,
Reclama la Barbe d'Or.-
Un sombrero fantasía
Y un vestido satin gros,
Que a madama Alejandrina
Deben la tela y façon.-
Gruesas perlas de Ceylan
En figura y en color;
Un camafeo egipciaco
Premiado en la Exposición;
Peines de concha... de ciervo;
Dijes marfil... de mouton;
Y otras diversas preseas
De tan sólido valor
Adjudícanse a su dueño
El joyero Bourguiñon.-
Diez encajes de Bruselas
Tejidos en Charenton;
Ricas camisas de Holanda
Con la marca de Cretonne;
Abanicos de la China,
Obra de monsieur Giraud;
Pieles de marta y armiño
Cazados en Montfaucon;
Indianas pañolerías
De la fábrica de Seaux;
Aderezos de oro-símil,
Sederías de algodón,
Y anascotes con el nombre
De merinos español;
Con otros muchos objetos
De equívoca producción,
Que forman el mobiliario
De mademoiselle Sans-dos,
Entréganse y adjudican
Al respectivo acreedor.-
Si hubiere quien más reclame,
Que se presente ante nos.-

   -Yo reclamo de Madama
(Saltó a este punto una voz)
El zapato de dos metros
Brodequin de pied mignon.-

    El forniseur de la ópera
Reclama les mollets faux
(En español pantorrillas)
Con seis libras de algodón.-

   Guantes pide monsieur Mayer,
Y pellizas, Pellevrault;
Falsas flores, Constantino;
Rasos bordados, Chapron.-

   Mademoiselle Victorine
Pide el corsé juste-corps,
Con más hierro en su armadura
Que la del Cid Campeador.-

   -La tournere voluptuosa
Que a tanto necio embaucó,
Obra es de mi crinolina,
Replica monsieur Oudinot.-

   El director del Gimnasio,
El coronel Amorós,
Reclama de aquellos miembros
La ortopédica instrucción.

   Ítem más: diez almohadillas
Que oportunas colocó
Para llenar diez vacíos
Que no negará Newton.

   -Esos dientes no son suyos
Exclama Desirabode,
Que se los he colocado
Con mis propias manos yo.-

   -Pido a mi vez (dijo entonces
El perfumista Desfaux)
Cuatro libras semanales
De blanquete y bermellón,

   Espuma de Venus, parches
Y esencias de coliflor,
Y ¡el prodigio de la química,
La pomada del León!

   Además, traigo una nota
De bucles, trenza y bandeaux,
Que dice haberla fiado
El segundo Michalón16.-

   -Llegamos a los cabellos,
Y la dama se acabó.
¿Hay quien pida más? (pregunta
El juez adjudicador).-

   -Sí, señor (responde al punto
Una hermafrodita voz,
Con su cigarro en la boca
Y abanico en el bolsón).

   Yo reclamo las ideas
Que esa dama prohijó,
Y son de una cierta Lelia,
De que soy madre y autor.

   -Vayan también las ideas
Y hasta el metal de la voz,
Que creo le han reclamado
La Dorus-Gras o la Nau.-

   Sólo queda el esqueleto...
-Ese le reclamo yo,
Dijo el español Onfila,
Para hacer la disección-



   De esta atmósfera mentida,
En donde no es día el sol,
Donde la verdad se viste
Para parecer mejor;
   Donde lo blanco no es blanco,
Donde el cuerpo es ilusión,
Donde el alma una mentira,
Y la palabra un error;
   Donde el engaño preside
Y reina tan sólo el yo;
Donde el que no es instrumento,
Por fuerza es contradicción;
   Donde obliga el s'il vous plait
Para mandaros mejor;
Donde el interés os pisa,
Y luego os dice «pardon»;
   Donde el amor va sin venda
Delante del amador,
Y con billetes de Banco
Hace su declaración;
   Donde la fachada es todo,
Donde nada el interior;
Donde reina la cabeza
Y obedece el corazón;
   -¡Cuántas y cuántas bellezas,
Cuántos autores de pro,
Cuántas famas prestameras,
Cuánto heroísmo ficción,
   En la plaza de la Bolsa,
De la tarde entre una y dos,
Salón de públicas ventas
Ante el concurso acreedor,
   En míseros esqueletos,
Transformados a su voz,
Para hacer la anatomía
Reclamara otro español!

París, 1840.