¡Yo, león!
Antonio Rodríguez Almodóvar
Cuentan que un cazador iba un día caminado por esos montes, cuando se encontró un león, un águila, un galgo y una hormiga. Los cuatro animales parecían estar peleándose.
-Buenas tardes, amigos... ¿Qué os pasa? ¿Por qué os estáis peleando? -preguntó el cazador.
-Pues nada -contestó el león-, que nos hemos encontrado un borrego y no estamos conformes con la partición. Si usted quisiera ayudarnos...
-¡Cómo no! -dijo el hombre-. Para ti, león, la carne; para ti, galgo, los huesos; para ti, águila, las tripas; y, para ti, hormiguita, la cabeza, para que tengas donde comer y casa donde dormir.
Pues quedaron conformes, y para agradecérselo, cada animal le entregó al cazador una cosa:
-Yo te doy un pelo de mi melena -dijo el león-, y cuando lo necesites, dices: «¡Yo, león!», y ninguna fiera del mundo te podrá ganar.
-Yo te doy una pluma de mis alas -dijo el águila-, y cuando lo necesites, dices: «¡Yo, águila!», y nada se te escapará volando.
-Yo te doy un pelo de mis patas -dijo el galgo-, y cuando lo necesites, dices: «¡Yo, galgo!», y nada se te escapará corriendo.
-Pues yo -dijo la hormiga- no sé qué darte... Si te doy una pata, me quedo cojita... Te daré un cuernecito, que me hace menos falta. Y cuando lo necesites, dices: «¡Yo, hormiga!», y en hormiga te convertirás.
Los cuatro le dijeron también que para volver a convertirse en hombre no tenía más que decir: «¡Yo, hombre!»...
Siguió el cazador andando, andando..., y llegó a un castillo solitario. «Qué raro que no se ve a nadie por ninguna parte», pensó el cazador. Y como no podía entrar, dijo:
-¡Yo, águila!
Se convirtió en águila y voló, voló, hasta la torre del castillo. Por la ventana vio a una hermosa dama que estaba dormida en su lecho. Pero, como la ventana estaba cerrada, dijo:
-¡Yo, hormiga!
Se convirtió en hormiga y entró por una rendija. Cuando ya estaba dentro, dijo:
-¡Yo, hombre!
Y otra vez se convirtió en hombre.
En ese momento se despertó la muchacha y se sobresaltó.
-No te asustes -dijo el cazador-, que he venido a ayudarte. Dime, ¿por qué estás aquí encerrada?
Ella entonces le explicó que había sido raptada por un gigante que la tenía allí, en aquel castillo encantado. Y añadió:
-Mejor será que te vayas, porque si te encuentra aquí, te matará.
En aquellos momentos se oyeron unos pasos tremendos, acercándose a la habitación: «Pum, pum, pum...».
El muchacho dijo:
-¡Yo, hormiga!
Y se convirtió en hormiga y se escondió en un pliegue de la colcha.
Entró el gigante muy enfurecido y dijo:
-¡A carne humana me huele! ¿Quién ha entrado aquí?
La muchacha le dijo que allí no había nadie, que él mismo podía comprobarlo.
El gigante miró por todas partes, y como no había nadie, se fue enfurruñado, diciendo:
-Pues a mí me ha dado la nariz a carne humana y nunca me equivoco.
Cuando ya lo sintió alejarse, la hormiga dijo:
-¡Yo, hombre!
Y apareció de nuevo el cazador, y éste le dijo a la joven:
-Mañana, cuando estés almorzando con el gigante, le dices: «¿Por qué la gente se muere y tú no?». A ver si averiguamos cómo acabar con él.
Así lo hizo la muchacha, como quien no quiere la cosa, se lo preguntó. Y el gigante se lo explicó:
-A catorce mil leguas de aquí hay una laguna muy grande en medio de un monte muy espeso; y en la laguna, una serpiente. A la serpiente la tienen que matar y la tienen que abrir, y de ella saldrá una liebre. A la liebre la tienen que matar y la tienen que abrir, y de ella saldrá una paloma. A la paloma la tienen que matar y la tienen que abrir. Y la paloma tiene un huevo, y hay que cogerlo y estallármelo a mí en la frente. ¡Sólo entonces me moriré!
Al día siguiente la muchacha se lo contó al cazador y éste emprendió el camino sin pérdida de tiempo. Dijo:
-¡Yo, águila!
Se convirtió en águila... Volando, volando, muy alto, muy alto, llegó a las cercanías de aquel bosque. Se posó junto a la cabaña de un pastor y se convirtió otra vez en hombre. Se fue a la cabaña y pidió posada, y el pastor le indicó dónde se podía encontrar con la serpiente.
Se acercó a la laguna con las ovejas y, efectivamente, salió la serpiente pegando bufidos. Entonces dijo el muchacho:
-¡Yo, león!
Y se convirtió en un león.
Y se enredaron a luchar, venga luchar; pero ninguno de los dos podía vencer al otro, hasta que él consiguió darle un mordisco tan grande a la serpiente que la mató. Sólo entonces el león venció a la serpiente. Se volvió hombre y la abrió con su cuchillo. De allí salió una liebre. El cazador se volvió galgo y atrapó a la liebre. La abrió y salió una paloma. Se volvió águila y cazó la paloma. La abrió y cogió el huevo que tenía dentro. Volando, volando, llegó otra vez al castillo y entró en la habitación convertido en hormiga.
-¡Yo, hombre! -dijo la hormiga, y apareció de nuevo el cazador.
Le entregó a la muchacha el huevo y ésta fue donde estaba el gigante. Le dijo que si quería que le quitara las pulgas, cosa que al otro le gustaba mucho, y cuando más descuidado estaba, le estrelló el huevo en la frente. Y enseguida se murió el gigante y el castillo encantado desapareció. Y ellos dos se encontraron en medio del campo, volvieron al palacio de la princesa y se casaron, y fueron felices.
Y colorín colorado, este leonado cuento se ha acabado.