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ArribaAbajoPresentación de Emilia Puceiro de Zuleta

Alicia Jurado


Cuando le dediqué a Emilia mi último libro, escribí en la dedicatoria que nuestra amistad era tan vieja que ya no sabía cuándo había empezado. Sé que la conocí en Mendoza; ella enseñaba en la Universidad de Cuyo, donde actualmente es profesora emérita con dedicación exclusiva, y que esa amistad se fue consolidando a lo largo de mis viajes a Mendoza, donde nunca dejé de verlos a ella y a Enrique, su marido, y de sus visitas a Buenos Aires porque, al ser miembro correspondiente, iba de vez en cuando a las sesiones de la Academia.

Es por esta razón, sobre todo, que me da tanta satisfacción decirle hoy las palabras de bienvenida, al ingresar como académica de número, ya que ahora vive en Buenos Aires y puede asistir a todas las reuniones.

Cuando la nombraron Correspondiente por Mendoza, también tuve el gusto de decir unas palabras, que no puedo repetir aquí, pero en las que confesaba no ser la más experta en el tema de su especialidad, la literatura española, a la que toda su vida se dedicó en su carrera de paciente y, a la vez, brillante ensayista.

No puedo fatigar a los oyentes con los detalles de su profuso currículum; baste recordar que éste ocupa veintisiete hojas de papel oficio para comprender cuántos fueron sus estudios realizados, sus cargos académicos, sus trabajos de investigación, las conferencias y cursos que dictó, los encuentros y congresos nacionales e internacionales a los que asistió, los artículos y ensayos que publicó en revistas y periódicos, los cargos que desempeñó, los premios que obtuvo, los viajes de estudio que realizó y, por último, sus libros, en los que casi no hay escritor español de mérito de quien no se haya ocupado, poeta, narrador, ensayista o crítico.

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Cuando en 1981 fue nombrada Correspondiente de nuestra Academia, y tuve el placer de presentarla, hice hincapié en el interés y amenidad con que fueron escritos sus libros, a pesar de abordar a menudo temas complejos o áridos. Si me está permitido citarme a mí misma, dije en esa ocasión:

Su crítica de críticos, vale decir, una especie de crítica elevada a la segunda potencia, que podría ser agobiante en manos menos hábiles que las suyas, resulta en cambio muy atrayente por dos motivos: la penetración con que está concebida y el inobjetable lenguaje que la expresa.



Porque Emilia no es sólo una erudita en el tema de su elección, sino que tiene una prosa clara y sobria, en la que transmite sus opiniones con la precisión que deriva de la inteligencia y la elegancia que solamente es propia del artista del lenguaje.

Todo esto se advierte en su análisis del amplio catálogo de escritores españoles que aparece en su obra, tanto Unamuno como Ortega y Gasset, Pérez Galdés como Azorín, Pedro Salinas como Federico García Lorca.

Nada hay en Emilia que se pueda juzgar profesoral o tedioso, sino que contagia al lector su entusiasmo, resultado, según sus propias palabras: «de una larga devoción de lectora».

Enamorada de la belleza de la poesía, aunque aborde temas aparentemente aburridos, se nota en ella el amor a las palabras. En uno de sus últimos libros, titulado Relaciones literarias entre España y la Argentina que, por minucioso y exhaustivo, puede considerarse un invalorable libro de consulta más que dedicado al lector común, tuvo la excelente idea de hacer su investigación en las revistas literarias aparecidas en la Argentina y en España, ya que es en éstas donde se halla la mayor variedad en colaboradores y en géneros, y demuestra su infatigable capacidad de investigadora al referirse a cada revista, a cada colaborador español y crítico argentino que escribe sobre españoles, sin dejar de citar el título de cada artículo, en una obra de doscientas cincuenta páginas o poco más.

Un libro posterior, Españoles en la Argentina. El exilio literario de 1936, retoma un tema que aparece con frecuencia en el de las relaciones literarias entre nosotros y la madre patria: las profundas diferencias ideológicas entre los exiliados y la acritud en que se reflejaban en sus ensayos, a veces, agresivos en demasía.

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La obra abarca la inmigración española desde la Independencia, pero se especializa en los emigrados de 1936, cuyo melancólico destino fue el efecto psicológico de los cambios, comenzando por el monótono viaje por mar, efecto visible en los fragmentos de poesías que se citan y, también, la decepción del regreso, algunos después de cuarenta años de ausencia, cuando hallan tan cambiada la España de su juventud que les resulta imposible recobrar el ambiente añorado. Son así doblemente desterrados, primero, en otros países y, después, en el propio, en el que ya se sienten casi ajenos.

Sin embargo, hay una cosa que no podemos olvidar quienes nos ocupamos de las palabras: el hecho de que aquellos que se fueron a Hispanoamérica encontraron su idioma, con algunas variantes tal vez, pero siempre el que les permitía relacionarse con la gente y escribir en las publicaciones locales, particularmente en la Argentina, donde había editoriales importantes dirigidas por sus compatriotas, y fueron acogidos en los grandes diarios y en las numerosas revistas literarias.

Terminaré, pues, con unas palabras de Casimiro Prieto, citadas por Emilia en su libro anterior con notable acierto: «España está donde se habla el castellano y donde se habla el castellano está mi patria».

Querida Emilia, permíteme darte la bienvenida con la alegría de saberme acompañada por ti en esta Academia y felicitarte con el calor de esa antigua amistad que nos une desde hace tanto.

Alicia Jurado