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ArribaAbajo- XII -

Cuando alguno de vosotros padece una injusticia, cuando, en medio de su camino, le derriba el opresor, y le pone el pie encima, si se queja, nadie le oye.

El grito del pobre sube hasta Dios, empero no llega a oídos del hombre.

Heme preguntado yo: ¿De dónde procede este mal? ¿Por ventura el que ha criado así el pobre como el rico, el débil como el poderoso, habría querido quitar a los unos todo género de temor en sus iniquidades, y a los otros todo género de esperanza en su miseria?

Y he visto que este pensamiento era horrible, y blasfemia contra Dios.

Porque cada uno de vosotros no ama sino a sí mismo, porque se separa de sus hermanos, porque está y quiere estar solo, por eso no es su quejido escuchado.

Durante la primavera, cuando todo se reanima, sale de entre la hierba un ruido que se alza como murmullo prolongado.

Ese ruido, compuesto de tantos ruidos que fuera imposible contarlos, es la voz de multitud innumerable de pequeñuelos y mezquinos seres imperceptibles.

Sola y aislada, ninguna de ellas fuera oída: todas juntas, empero, hácense oír.

Vosotros también estáis ocultos debajo de la hierba; ¿por qué no sale de entre ella voz ninguna?

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Cuando se trata de vadear una corriente rápida, fórmanse entre muchos dos hileras a lo largo, y, de esa suerte aunados, los que solos y separados de los demás no hubieran podido resistir el ímpetu de las aguas, las vencen sin dificultad.

Haced así vosotros, y romperéis la corriente de la iniquidad, que aislados os arrastra y os arroja hechos pedazos en la orilla.

Sean tardías vuestras determinaciones, pero firmes. No os entreguéis ni a un primer, ni a un segundo movimiento.

Antes, si contra vosotros se ha cometido injusticia, comenzad por lanzar del pecho todo sentimiento de odio, y, alzando luego las manos y los ojos al cielo, decid a vuestro Padre común:

Señor, vos sois el protector del inocente y del oprimido: porque vuestro amor ha creado el mundo, y vuestra justicia le gobierna.

Vos queréis que reine sobre la tierra, y el malvado opone su voluntad torcida.

Por eso hemos determinado pelear con el malvado.

¡Dad, oh Padre, consejo a nuestro entendimiento, y fuerza a nuestros brazos!

Cuando de esta suerte hayáis orado desde el fondo de vuestra alma, pelead y no temáis.

Si parece la victoria alejarse de vosotros, es sólo una prueba; ella volverá: porque vuestra sangre será como la sangre de Abel degollado por Caín, y vuestra muerte como la muerte de los mártires.




ArribaAbajo- XIII -

Era una noche sombría; un cielo sin astros pesaba sobre la tierra, como una losa de mármol negro sobre un sepulcro.

Y nada turbaba el silencio de esta noche, sino era un rumor extraño, como un ligero aleteo que de vez en cuando se oía sobre las campiñas y los pueblos.

Y expresábanse entonces las tinieblas, y cada cual sentía oprimírsele el alma y correr hielo por sus venas.

Y en una sala tendida de negro y alumbrada por una lámpara roja, siete hombres vestidos de púrpura, y ceñida en la cabeza una corona, veíanse sentados sobre siete asientos de hierro.

Y se elevaba en medio de la sala un trono, de hueso edificado, y al pie del trono un crucifijo derribado, y delante del trono una mesa de ébano, y sobre la mesa un vaso lleno de sangre roja y espumosa, y un cráneo.

Y los siete hombres coronados parecían pensativos y tristes, y, desde el fondo de su honda órbita, sus ojos de vez en cuando destellaban chispas de un fuego lívido.

Y alzándose uno de ellos, acercose al trono, vacilando, y puso el pie sobre el crucifijo.

En aquel momento sus miembros temblaron, y pareció como que iba a fallecer. Mirábanle los demás inmóviles: no se movieron en verdad, pero pasó sobre su frente no sé qué, y una sonrisa que no era sonrisa humana contrajo sus labios.

Y aquel, que había parecido próximo a desmayar, extendió su mano, asió del vaso lleno de sangre, derramola en el cráneo y bebiolo.

Y pareció aquel brebaje reanimarle.

Y alzando la cabeza, salió este grito de su pecho con bronco sonido y destemplado:

¡Maldecido sea el Cristo, que ha traído a la tierra la libertad!

Y los otros seis hombres coronados alzáronse todos a la vez, y exhalaron todos a la vez el mismo grito:

¡Maldecido sea el Cristo, que ha traído a la tierra la libertad!

Dicho lo cual, tornáronse a sentar sobre sus asientos de hierro, y dijo el primero:

Hermanos míos, ¿qué haremos para ahogar la libertad? Porque nuestro imperio habrá expirado, si comienza el suyo. Nuestra causa es la misma: proponga pues cada cual lo que más acertado le parezca.

He aquí por mi parte el consejo que me ocurre.

Antes de que el Cristo viniese, ¿quién osaba alzar la frente en nuestra presencia? Su religión nos ha perdido. Destruyamos la religión del Cristo.

Y respondieron todos: Así es la verdad. Destruyamos la religión del Cristo.

Y adelantose otro hacia el trono: tomó el cráneo; derramó sangre en él, y dijo en seguida.

No tan sólo hemos de destruir la religión, sino también la ciencia y el pensamiento; porque la ciencia pugna por saber lo que no es bueno para nosotros que el hombre sepa, y el pensamiento está siempre dispuesto a rebelarse contra la fuerza.

Y respondieron todos: Es verdad. Destruyamos la ciencia y el pensamiento.

Y habiendo hecho lo que habían hecho los dos primeros, dijo un tercero:

Cuando hayamos sumergido de nuevo a los hombres en el embrutecimiento quitándoles la religión, la ciencia y el pensamiento, habremos hecho mucho en verdad, empero algo nos quedará todavía por hacer.

El bruto tiene instintos y simpatías peligrosas. Es preciso que ningún pueblo oiga la voz de otro pueblo, por temor de que si uno se queja y rebulle, no experimente otro tentaciones de imitarle. No penetre pues en nuestra casa ningún rumor de la del vecino.

Y respondieron todos: Es verdad. No penetre en nuestra casa ningún rumor de la del vecino.

Y el cuarto: Nosotros tenemos nuestro interés, y el suyo también los pueblos opuesto al nuestro. Si se unen para defender contra nosotros ese interés, ¿cómo le resistiremos?

Dividamos para reinar. Creemos en cada provincia, en cada ciudad, en cada aldea, un interés contrario al de las otras aldeas, al de las otras ciudades, al de las otras provincias.

De esta suerte se aborrecerán todos, y no pensarán en armarse contra nosotros.

Y respondieron los demás: Es verdad. Dividamos para reinar: su concordia es nuestra muerte.

Y el quinto, habiendo derramado sangre dos veces, y dos veces apurado el cráneo:

Bien por esos medios: son buenos, pero no bastan. Cread brutos en buen hora; bien; amedrentad empero esos brutos, aterradlos con una justicia inexorable, y con atroces suplicios, si no queréis tarde o temprano ser por ellos devorados. El verdugo es el primer ministro de un buen príncipe.

Y los demás: Es verdad. El verdugo es el primer ministro de un buen príncipe.

Y el sexto: Confieso la ventaja de los suplicios prontos, terribles, inevitables. Hay con todo almas fuertes y desesperadas que arrostran los suplicios.

¿Queréis gobernar fácilmente a los hombres? Debilitadlos por medio del placer. La virtud no sirve a nuestro intento, porque alimenta la fuerza: agotémosla más bien con la corrupción.

Y respondieron todos: Es verdad. Agotemos la fuerza y la energía y el valor con la corrupción.

El sétimo entonces, habiendo como los demás bebido en el cráneo humano, habló en estos términos, puestos los pies sobre el crucifijo: No más Cristo: guerra a muerte, guerra sin fin entre él y entre nosotros.

¿Cómo segregar los pueblos de él? Es tentativa inútil. ¿Qué haremos? Escuchadme: es preciso hacer nuestros los sacerdotes del Cristo, con bienes, con honores, con poder.

Y ellos impondrán al pueblo, en nombre del Cristo, que nos vivan sometidos en todo, hagamos lo que hagamos, y mandemos lo que mandemos.

Y el pueblo los creerá y por conciencia obedecerá, y quedará nuestro poder más asegurado que antes.

Y respondieron todos: Es verdad. Hagamos nuestros los sacerdotes del Cristo.

Y apagose de repente la lámpara que alumbraba la sala, y separáronse los siete hombres en las tinieblas.

Entonces fuele dicho a un justo, que a la sazón velaba y oraba delante de la cruz: Mi día se acerca. Adora y nada temas.




ArribaAbajo- XIV -

Y al través de una niebla parda y pesada vi, como se ve en la tierra a la hora del crepúsculo, una llanura desnuda, desierta y fría.

Alzábase en medio un peñasco, de donde gota a gota se destilaba una agua negra, y el débil y sordo ruido de las gotas que acompasadas caían era el único ruido que se oyese.

Y siete veredas, después de haber culebreado en la llanura, venían a morir en el peñasco; y cerca del peñasco, a la entrada de cada una hallábase una piedra entapizada de una cosa húmeda y verde, parecida a la baba de un reptil.

Y he aquí que de pronto, por una de las veredas, divisé una sombra que lentamente se movía; y poco a poco acercándose la sombra, distinguí, no ya un hombre, sino la semejanza de un hombre.

Y en el lugar del corazón, tenía la figura humana una mancha de sangre.

Y sentose sobre la piedra húmeda y verde, y sus miembros temblaban, e inclinada la cabeza, apretábase con sus propios brazos, como queriendo retener un resto de calor.

Y por las otras seis veredas, otras seis sombras fueron sucesivamente llegando al pie del peñasco.

Y cada una de ellas, trémula y apretándose con sus brazos, fuese sentando sobre la piedra húmeda y verde.

Y estaban allí silenciosas y encorvadas bajo el peso de incomprensible agonía.

Y duró su silencio largo espacio, no sé cuánto tiempo, porque nunca sale el sol sobre la llanura aquella: ni hay noche allí, ni hay mañana. Las gotas del agua negra miden y comparten solas, cayendo, una duración monótona, oscura, pesada, eterna.

Y era esto tan horrible que, si Dios no me hubiera dado fuerzas, hubiéranme faltado para verlo.

Y después de una especie de estremecimiento convulsivo, una de las sombras, enderezando su cabeza, produjo un sonido semejante al sonido ronco y seco del viento que sacude un esqueleto.

Y el peñasco rebotó estas palabras hasta mi oído:

El Cristo ha vencido: ¡maldito sea!

Y las otras seis sombras se estremecieron, alzando a la vez todas la cabeza, salió de su pecho la blasfemia misma.

El Cristo ha vencido: ¡maldito sea!

Y fueron al punto sobrecogidas de temor más fuerte, se espesó la niebla, y por corto espacio cesó el agua negruzca de caer.

Y las siete sombras habían sucumbido de nuevo al peso de su secreta agonía, y hubo un silencio profundo más largo que el primero.

Una de ellas en seguida, sin alzarse de la piedra, inmóvil e inclinada, dijo a las demás:

Haos pues sucedido como a mí. ¿De qué nos han servido nuestros consejos?

Y otra repuso: La fe y el pensamiento han roto las cadenas de los pueblos: la fe y el pensamiento han emancipado la tierra.

Y dijo otra: Queríamos dividir a los hombres, y nuestra opresión los ha unido contra nosotros.

Y otra: Hemos derramado la sangre, y ha recaído esta sangre sobre nuestras cabezas.

Y otra: Hemos sembrado la corrupción, y ha germinado entre nosotros y ha devorado nuestros huesos.

Y otra: Hemos creído sofocar la libertad, y su soplo ha secado nuestro poder hasta en sus raíces.

La sétima sombra entonces:

El Cristo ha vencido: ¡maldito sea!

Y todas a una voz:

El Cristo ha vencido: ¡maldito sea!

Y vi entonces una mano adelantándose: humedeció el dedo en el agua negruzca, cuyas gotas miden cayendo la eterna duración, marcó en la frente a las siete sombras, y fue para siempre.




ArribaAbajo- XV -

No tenéis que pasar más que un día sobre la tierra: haced por pasarlo en paz.

La paz es fruto del amor: porque para vivir en paz, es preciso saber soportar muchas cosas.

Nadie es perfecto, todos tienen sus defectos: cada hombre es pesado a los demás, y sólo el amor puede tornar leve ese peso.

Si no podéis soportar a vuestros hermanos, ¿Cómo podrán soportaros vuestros hermanos a vosotros?

Escrito está del Hijo de María: Como había amado a los suyos, que eran en el mundo, amolos hasta el fin.

Amad pues a vuestros hermanos que son en el mundo, y amadlos hasta el fin.

El amor es incansable. El amor es inagotable vive y renace de sí propio, y tanto más se comunica, tanto más crece.

El que se ama a sí mismo más que a su hermano no es digno del Cristo, muerto por sus hermanos. Habéis dado ya vuestros bienes; dad también vuestra vida; el amor os lo devolverá todo.

Yo os lo digo en verdad, el corazón del que ama es un paraíso en la tierra. Lleva a Dios en sí, porque Dios es todo amor.

El hombre vicioso no ama, sino codicia: tiene hambre y sed de todo; su mirar, como el mirar de la serpiente, fascina y atrae, empero, para devorar.

El amor descansa en el fondo de las almas puras, como una gota de rocío en el cáliz de una flor.

¡Oh si supierais lo que es amar!

Decís que amáis; y muchos de nuestros hermanos están sin pan con que sostener su vida, sin ropas con que cubrir su desnudez, sin techo que los abrigue, sin un puñado tal vez de paja para dormir encima, en tanto que tenéis las cosas todas en abundancia.

Decís que amáis, y hay en gran número enfermos que desfallecen, privados de socorros, sobre pobre estera, desdichados que lloran sin que llore nadie por ellos, párvulos que se andan pasados del frío, pidiendo de puerta en puerta a los ricos una migaja de su mesa, y pidiéndola en vano.

Decís que amáis a vuestros hermanos. ¿Qué otra cosa haríais pues si los aborrecieseis?

Yo os lo digo: quienquiera que, pudiendo, no alivia a su hermano doliente, es el enemigo de su hermano; y quienquiera que, pudiendo, no alimenta a su hermano hambriento, es un asesino.




ArribaAbajo- XVI -

Hombres hay que no aman a Dios, y que no le temen: huid de ellos, porque de ellos sale un vapor de maldición.

Huid del impío, porque su aliento mata: empero no le aborrezcáis, porque ¿quién sabe si Dios no ha mudado ya su corazón?

El hombre que aun de buena fe dice: No creo, suele engañarse. Existe allá dentro en el alma, en el fondo mismo del alma, una raíz de fe que no se marchita nunca.

La palabra que niega a Dios abrasa los labios por donde pasa, y la boca que se abre para blasfemar es una boca del infierno.

El impío está solo en el universo. Todas las criaturas alaban a Dios, todo lo que siente le bendice, todo lo que piensa le adora: el astro del día y el de la noche le cantan en su lengua misteriosa.

Dios ha escrito en el firmamento su nombre tres veces santo.

¡Gloria a Dios en las alturas de los cielos!

Halo escrito también en el corazón del hombre, y el hombre bueno le conserva allí con amor, otros tratan empero de borrarle.

¡Paz en la tierra a los hombres de buena voluntad!

Dulce es su sueño, y su muerte aún más dulce; porque saben que vuelven al seno de su Padre.

Bien así como el pobre labrador, al caer del día, deja el campo, y vuelve a su choza, y sentado delante de la puerta, olvida sus fatigas mirando al cielo; así, al anochecer de la vida, el hombre de esperanza torna con regocijo a la casa paterna, y, sentado en el lintel, olvida las penalidades del destierro en las visiones de la eternidad.




ArribaAbajo- XVII -

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Dos hombres eran vecinos, y tenía cada uno de ellos una mujer y varios hijos pequeños, y sólo su trabajo para mantenerlos,

Y el uno de esos hombres se inquietaba, diciendo: Si muero o si enfermo, ¿qué vendrá a ser de mi mujer y de mis hijos?

Y este pensamiento no le abandonaba, y roía su corazón como roe un gusano la fruta en que está escondido.

Ahora bien, igual pensamiento había ocurrido también al otro padre, mas no se había detenido en él; porque decía él: Dios, que conoce sus criaturas todas y que vela sobre ellas, velará también sobre mí, y sobre mi mujer y mis hijos.

Y éste vivía tranquilo, en tanto que el primero no gozaba un instante de reposo, ni interiormente de alegría.

Un día, que trabajaba en el campo, triste y abatido a causa de su temor, vio unos pájaros que entraban en unas matas, y que salían y que tornaban después.

Y, habiéndose acercado, vio dos nidos al lado uno de otro, y en cada uno sendos pajarillos recién salidos del huevo, y sin plumas todavía.

Y cuando hubo vuelto a su faena, alzaba de vez en cuando los ojos, y miraba a aquellos pájaros que iban y que venían, llevando el alimento a sus pequeños.

Mas he aquí que de pronto, o a la sazón que se volvía una de las madres con provisiones en el pico, ásela un buitre, y la arrebata, y la mísera madre, porfiando en balde por desasirse de sus garras, lanzaba agudos chillidos.

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Esto visto, el hombre que trabajaba sintió su alma más conturbada que de primero; porque, presumía él, la muerte de la madre es la muerte de los hijos.

Así también los míos a nadie tienen sino a mí. ¿Qué será de ellos si les falto?

Y el día entero anduvo triste y sombrío, y a la noche no durmió.

A la mañana, de vuelta al campo, se dijo: Quiero ver los hijuelos de esa pobre madre: algunos habrán perecido ya. Y encaminose hacia las matas.

Y mirando, vio sanos y tranquilos los pequeñuelos; ninguno parecía haber sufrido.

Y habiéndole esto admirado, ocultose para observar cuanto pasase.

Y trascurrido breve plazo, oyó un suave grito, y vio a la segunda madre, que a toda prisa traía el alimento que había recogido, y lo distribuyó entre todos los pajarillos indistintamente, y para todos hubo, y no quedaron los huérfanos abandonados en su miseria.

Y el padre que había desconfiado de la Providencia, refirió por la noche al otro padre cuanto había visto.

Y díjole éste: ¿Por qué inquietarse? Nunca abandona Dios a los suyos. Su amor encierra secretos que no conocemos. Creamos, esperemos, amemos, y prosigamos en paz nuestro camino.

Si muero antes que vos, vos seréis el padre de mis hijos; si morís antes que yo, seré el padre de los vuestros.

Y si uno y otro morimos antes de que estén en edad de proveer ellos mismos a sus necesidades, tendrán por padre al Padre común que está en el cielo.




ArribaAbajo- XVIII -

Cuando habéis orado, ¿no sentís vuestro corazón más aliviado, y vuestra alma más contenta?

La oración torna la aflicción menos dolorosa, y el gozo más puro: préstale a aquélla dulzura y cordiales y a éste un perfume celeste.

¿Qué haréis en la tierra? ¿no tenéis nada que pedir al que os puso en ella?

Sois un viajero que busca su patria.

No caminéis con la cabeza inclinada: es preciso levantar los ojos para reconocer el camino.

Vuestra patria es el cielo; y cuando miráis al cielo, ¿no pasa nada dentro de vosotros? ¿no os agita ningún deseo? ¿o es mudo por ventura ese deseo?

Hailos que dicen: ¿Para qué orar? Dios es harto superior a nosotros para escuchar tan mezquinas criaturas.

Mas ¿quién ha hecho esas mezquinas criaturas, quién les ha dado el sentido, y el pensamiento, y la palabra, sino Dios?

Y si tan bueno ha sido para con ellas, ¿era por ventura para abandonarlas después y rechazarlas lejos de sí?

En verdad, yo os lo digo, todo aquel que dice en su corazón que Dios desprecia sus obras, blasfema a Dios.

Otros hay que dicen: ¿A qué fin orar? ¿no sabe Dios por ventura mejor que nosotros lo que nos hace falta?

Dios sabe mejor que vosotros lo que os hace falta, y por eso mismo quiere que le pidáis; porque Dios es él mismo, y todo él vuestra primera necesidad, y rogar a Dios, es empezar a poseer a Dios.

El padre conoce las necesidades de su hijo. ¿Y será bueno sin embargo que sólo por eso no tenga nunca el hijo dispuesta una palabra de súplica y una acción de gracias para su padre?

Cuando los animales sufren, cuando temen, o cuando padecen hambre, lanzan gritos lastimeros. Esos gritos son el ruego que dirigen a Dios, y Dios los escucha. Por ventura, ¿sería el hombre en la creación el único ser cuya voz no hubiese de elevarse nunca hasta el Criador?

A veces pasa sobre las campiñas un viento que seca las plantas, y vense entonces sus vástagos marchitos inclinarse hacia la tierra; humedecidos, empero, por el rocío, recobran su frescura, y alzan de nuevo su lánguida cabeza.

Siempre existen vientos abrasadores que pasan sobre el alma del hombre, y la marchitan. La oración es el rocío que la reanima.




ArribaAbajo- XIX -

No tenéis más que un Padre, que es Dios, ni más que un Señor, que es el Cristo.

Cuando se os diga pues de aquellos que ejercen sobre la tierra gran poder: He ahí vuestros señores, no lo creáis. Si son justos, son vuestros servidores; si injustos, vuestros tiranos.

Todos nacen iguales; ninguno al nacer al mundo trae consigo el derecho de mandar.

En una cuna he visto un niño llorando y babeando, y ancianos en derredor suyo que le decían: Señor; y que de rodillas le adoraban. Y he comprendido toda la miseria del hombre.

El pecado es quien ha hecho los príncipes, porque, en vez de amarse y de ayudarse como hermanos, han comenzado los hombres a perjudicarse los unos a los otros.

Entonces escogieron uno o varios, a quienes creían los más justos, a fin de proteger a los buenos contra los malos, y que pudiese el débil vivir en paz.

Y era el poder que ejercían un poder legítimo, porque era el poder de Dios, que quiere que reine la justicia y el poder del pueblo que los había elegido.

Y por eso obligado estaba cada uno en conciencia a obedecerlos.

Pero no tardaron algunos en querer reinar por sí mismos, como si hubieran sido de naturaleza superior a la de sus hermanos.

El poder de estos no es el legítimo, porque es el poder de Satanás, y su imperio es el imperio del orgullo y de la codicia.

Y por eso, cuando haya de resultar un mal mayor, cada cual puede y debe en conciencia resistirles.

En la balanza del derecho eterno, vuestra voluntad pesa más que la voluntad de los reyes; porque los pueblos son los que hacen los reyes, y son hechos los reyes para los pueblos, y no los pueblos para los reyes.

El Padre común no ha formado los miembros de sus hijos para que fuesen quebrantados con cadenas; ni su alma para que sea lastimada por la servidumbre.

Halos unido en familias, y todas las familias son hermanas; halos unido en naciones, y todas las naciones son hermanas; y quienquiera que separa las familias de las familias, las naciones de las naciones, divide y separa lo que Dios ha unido, perpetra una obra de Satanás.

Lo que une entre sí a las familias con las familias, a las naciones con las naciones, es en primer lugar la ley de Dios, la ley de justicia y de caridad, y la ley en seguida de la libertad, que es también la ley de Dios.

Porque sin la libertad ¿qué género de unión podría existir entre los hombres? Estarían unidos como está unido el caballo con el que le monta, como el azote del amo con la piel del esclavo.

Si alguien pues viene y dice: Sois míos, responded: No; somos de Dios, que es nuestro Padre, y del Cristo, que es nuestro único Señor.




ArribaAbajo- XX -

No os dejéis seducir por palabras vanas, Querrán muchos convenceros de que sois realmente libres, porque habrán escrito sobre una hoja de papel la palabra de libertad, y la habrán propalado en las esquinas.

La libertad no es un pasquín para ser leído en una tapia. Es una influencia, un poder vivo que se siente dentro y en derredor de sí, el genio protector del hogar doméstico, la garantía de los derechos sociales, y el primero de esos mismos derechos.

El opresor que se cubre con su nombre es de todos el peor. Une la mentira a la tiranía, y a la injusticia la profanación: porque el nombre de libertad es santo.

Guardaos pues de aquellos que dicen: Libertad, libertad, y que luego la destruyen con sus obras.

¿Elegís vosotros a los que os gobiernan, a los que os mandan que hagáis esto o no hagáis lo otro, a los que ponen a contribución vuestros bienes, vuestra industria, vuestro trabajo? Y si no sois vosotros, ¿cómo sois libres?

¿Podéis disponer de vuestros hijos como mejor os parezca, confiar a quien más os agrade su instrucción y sus costumbres? Y si no podéis, ¿cómo sois libres?

Los pájaros del aire y los insectos mismos reúnense para hacer en común lo que ninguno de ellos podría hacer solo. ¿Podéis reuniros para tratar en común de vuestros intereses, para defender vuestros derechos, para obtener algún alivio en vuestros males? Y si no podéis, ¿cómo sois libres?

¿Podéis ir de un punto a otro si no se os permite, usar de los frutos de la tierra y de las producciones de vuestro trabajo, mojar siquiera un dedo en el agua del mar, y derramar de ella una gota en la mísera vasija de barro donde se cuece vuestro alimento, sin exponeros a pagar la multa y a ser llevados a la cárcel? Y si no podéis, ¿cómo sois libres?

¿Estáis seguros, al acostaros, de que nadie vendrá, en lo que dure vuestro sueño, a hacer un rebusco en los más secretos sitios de vuestra vivienda, a arrancaros del seno de vuestra familia y lanzaros en un calabozo, sólo porque al poder, en medio de su terror, se le haya pasado por la fantasía sospechar de vosotros? Y si no lo estáis, ¿cómo sois libres?

Lucirá la libertad sobre vosotros, cuando a fuerza de valor y de perseverancia os hayáis emancipado de todas estas trabas.

Lucirá la libertad sobre vosotros, cuando hayáis dicho en el fondo de vuestra alma: Queremos ser libres; cuando para llegar realmente a serlo estéis dispuestos a sacrificarlo y a sufrirlo todo.

Lucirá la libertad sobre vosotros, cuando al pie de la cruz en que el Cristo murió para redimiros, hayáis jurado morir los unos por los otros.




ArribaAbajo- XXI -

El pueblo es incapaz de conocer sus intereses: débesele por tanto tener siempre bajo tutela. Por ventura, ¿no les toca de derecho a los que más saben dirigir a los que saben menos?

De esta suerte hablan multitud de hipócritas que quieren llevar los negocios del pueblo, a fin de engordarse con la sustancia del pueblo.

Sois incapaces, dicen, de comprender vuestros intereses, y dicho esto, no os permitirán disponer de lo que es vuestro para un objeto que juzguéis útil; sino que dispondrán ellos de ello, mal vuestro grado, para otro objeto que os desagrade o repugne.

Sois incapaces de administrar una pequeña propiedad común, incapaces de saber lo que os conviene, de conocer vuestras necesidades y de remediarlas; y esto dicho, os enviarán, hombres bien pagados, a expensas vuestras, que dirigirán vuestros negocios a su albedrío, os impedirán que hagáis lo que queráis hacer, y os obligarán a hacer lo que no queráis.

Sois incapaces de discernir qué género de educación os conviene dar a vuestros hijos: y por cariño a vuestros hijos los lanzarán en sentinas de impiedad y de malas costumbres, a no que prefiráis que vivan desnudos de toda instrucción.

Sois incapaces de juzgar si podéis, vosotros y vuestras familias, subsistir con el salario que os señalan por vuestro trabajo; y bajo severas leyes se os prohibirá concertaros para obtener un aumento en ese salario para que podáis vivir vosotros, vuestras mujeres y vuestros hijos.

Si esto que dice esa raza hipócrita y codiciosa fuese verdad, seríais por cierto inferior con mucho al bruto, porque el bruto sabe cuanto de vosotros afirman que no sabéis, y bástale para saberlo el instinto.

Dios no os ha criado para que seáis rebaño de algunos otros hombres. Antes os ha hecho para vivir libremente como hermanos en sociedad. Un hermano nada tiene que mandar a su hermano. Los hermanos se unen entre sí con mutuos convenios, y esos convenios son la ley, y la ley debe de ser acatada, y todos deben unirse para impedir que la violen, porque ella es salvaguardia de todos, voluntad e interés de todos.

Sed hombres: ninguno es poderoso bastante para unciros al yugo mal vuestro grado; pero vosotros podéis sujetar el cuello a la argolla, si queréis.

Hay animales estúpidos, a los cuales se encierra en establos, que son criados para el trabajo, y cebados en su vejez para ser sus carnes comidas.

Otros hay que viven en el campo a su libertad, que nadie puede doblegar a la servidumbre, que no se dejan seducir con pérfidas caricias, ni vencer con amenazas y malos tratos.

Los hombres animosos parécense a éstos; son los cobardes como los primeros.




ArribaAbajo- XXII -

Comprended cómo se puede ser libre.

Para ser libre es preciso empezar por amar a Dios, porque si amáis a Dios, haréis su voluntad; y la voluntad de Dios es la justicia y la caridad, sin las cuales no se da libertad.

Cuando con violencia o con artería se toma lo que es de otro; cuando se le vulnera en su persona; cuando en cosa lícita se le impide obrar conforme a su gusto, o se le fuerza a obrar en contra de él; cuando en cualquier manera se viola su derecho, ¿qué es esto? Una injusticia. La injusticia es pues quien destruye la libertad.

Si cada cual se amase a sí solo, y no amase más que a sí, sin acudir al socorro de los demás, veríase a veces el pobre obligado a robar lo ajeno para vivir y sustentar a los suyos, sería el débil oprimido por el fuerte, y éste por otro más fuerte todavía; reinaría la injusticia en todas partes. La caridad es pues quien conserva la libertad.

Amad a Dios sobre todas las cosas, y al prójimo como a vosotros mismos, y desaparecerá la servidumbre de la faz de la tierra.

Sabed con todo que los que se aprovechan de la servidumbre de sus hermanos, pondrán en juego los medios todos de prolongarla. Así emplearán la fuerza como la mentira.

Dirán que el dominio arbitrario de algunos y la esclavitud de los demás es el orden establecido por Dios; y a fin de conservar la tiranía, no temerán blasfemar contra la Providencia.

Respondedles que el Dios de ellos es Satanás, el enemigo del género humano, y el vuestro es el que ha vencido a Satanás.

Soltarán después contra vosotros sus satélites, levantarán cárceles sin número para encerraros, os perseguirán con el hierro y con el fuego, os atormentarán y derramarán vuestra sangre como el agua de las fuentes.

Ahora bien, si no estáis resueltos a pelear sin descanso, a soportarlo todo sin doblaros, a no cansaros jamás, y a no ceder en la vida, conservad vuestras cadenas, y renunciad a una libertad de que sois indignos.

La libertad es como el reino de Dios; sufre violencia, y los violentos la arrebatan.

Y la violencia que os ha de poner en posesión de la libertad, no es la violencia feroz de los ladrones y salteadores, la injusticia, la venganza, la crueldad, sino una voluntad fuerte, inflexible, un valor sereno y generoso.

La causa más santa tórnase causa impía y execrable cuando se emplea el crimen para sostenerla. Puede el hombre criminal pasar de esclavo a tirano; nunca, empero, será libre.




ArribaAbajo- XXIII -

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Señor, nosotros recurrimos a vos desde el abismo de nuestra miseria.

Como los animales, que no tienen que dar a sus pequeños,

Recurrimos a vos, Señor.

Como la oveja a quien robaron su cordero,

Recurrimos a vos, Señor.

Como la paloma sorprendida por el sacre,

Recurrimos a vos, Señor.

Como el gamo entre las garras del tigre,

Recurrimos a vos, Señor.

Como el toro vencido del cansancio y ensangrentado por el arpón,

Recurrimos a vos, Señor.

Como el pájaro herido y perseguido por el perro,

Recurrimos a vos, Señor,

Como la golondrina rendida a la fatiga al cruzar los mares, y palpitante sobre las olas,

Recurrimos a vos, Señor.

Como viajeros extraviados en un desierto abrasado y sin agua,

Recurrimos a vos, Señor.

Como náufragos en playa estéril,

Recurrimos a vos, Señor.

Como aquel que, cerrada ya la noche, encuentra junto a un cementerio un espectro repugnante,

Recurrimos a vos, Señor.

Como el padre a quien le arrebatan el pedazo de pan que llevaba a sus hijos hambrientos,

Recurrimos a vos, Señor.

Como el preso, a quien injusto poderoso lanzó en calabozo húmedo y sombrío,

Recurrimos a vos, Señor.

Como el esclavo destrozado por el azote del amo,

Recurrimos a vos, Señor.

Como el inocente arrastrado al cadalso,

Recurrimos a vos, Señor.

Como el pueblo de Israel en la tierra de esclavitud,

Recurrimos a vos, Señor.

Como los descendientes de Jacob, cuyos primogénitos ahogaba el rey de Egipto en el Nilo.

Recurrimos a, vos, Señor.

Como las doce tribus, cuyo trabajo aumentaban diariamente sus opresores, cercenándoles a la vez el alimento,

Recurrimos a vos, Señor.

Como todas las naciones de la tierra, antes de que hubiese lucido la aurora de redención,

Recurrimos a vos, Señor.

Como el Cristo enclavado en la cruz, cuando dijo: Padre, Padre, ¿por qué me habéis abandonado?

Recurrimos a vos, Señor.

Señor, vos no habéis desamparado a vuestro hijo, a vuestro Cristo, sino en la apariencia y por breve espacio: tampoco desampararéis para siempre jamás a los hermanos del Cristo. Su divina sangre, que los ha rescatado de la esclavitud en que el príncipe de este mundo los tenía, los redimirá también de la esclavitud en que los tienen los ministros del príncipe de este mundo. Ved sus pies y sus manos taladradas, abierto su costado y cubierta su cabeza de sangrientas llagas. Dentro de la tierra misma que en herencia les dejaste, hanles ahondado un vasto sepulcro, donde los han arrojado confundidos, y han sellado la losa con un sello, en el cual, por sarcasmo, han osado grabar vuestro santo nombre. Y allí paran, Señor, yacientes, empero no para siempre. Tres días más, y romperase el sello sacrílego, y será la losa quebrantada, y los que duermen se despertarán, y el reino del Cristo, que es todo justicia y caridad, y paz y alegría en el Espíritu Santo, comenzará. Así sea.