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El secreto de la literatura


Rafael Azuar





Todo buen escritor ha de tener algo secreto, escondido entre las formas y apariencias literarias. Es posible que ni siquiera el mismo autor sepa cuál es este factor, este índice personal, que lo hace singular entre los otros autores. Puede ocurrir que sea una penosa frustración que le haya causado una herida; tal vez sea un deseo difícil, infinito, que no se pueda alcanzar en este mundo. El mismo Kafka ruega a su mejor amigo que entregue al fuego sus originales, los libros que han nacido de su propia desventura, de su propia sangre, y ello es porque incluso él mismo ignora cuál es el secreto, el mensaje de su obra.

Lorca, que parece un ángel de pandereta y de gracia, es un autor atormentado por la muerte y su misterio; en el agua, larga y sin espinas, como decía un poeta oriolano, del río que se ahonda en el crepúsculo, él advierte una sombra y un cuchillo. Más allá de las imágenes que su homosexualidad le inspira, hay un susurro de úes infinitas en las ramas de los árboles. Existe, también, una música y una profunda tristeza en el fondo de sus ojos, que nadie, salvo un dios oculto, puede comprender. Alguien ha llamado a Lorca poeta maldito y es porque en su corazón hay un enigma, como también hay un enigma en el agua fría que se espeja en la tarde.

Escribir no es solamente relatar lo que se ve o se siente. Escribir es dar latido y curso a una vida que no se conoce, puesto que solamente se manifiesta a través del ritmo y de la imagen. De esta forma da curso el poeta a lo más divino que lleva en sí mismo, aunque aparentemente sea inexplicable.

Rolan Barthes hacía una sutil diferencia entre el lenguaje usual y el metalenguaje, dentro del cual podía considerarse el lenguaje poético o literario. Cuando la relación verbal o prosa se convierte en canto, allí amanece la auténtica poesía, la llamada creación literaria. El joven poeta Arthur Rimbaud hablaba, en su entusiasmo, de una lengua nueva y universal, que «hablará de alma a alma y lo resumirá todo, perfumes, sonidos, colores», en una armonía capaz de ennoblecer el espíritu humano.

Mucho se ha hablado sobre qué es la literatura y muchos de nuestros lectores recordarán el conocido libro de Sartre, pero sería inútil o casi inútil repasar el catálogo de las definiciones. El espíritu verdadero de la literatura, como el verdadero amor, no se puede definir. Es un secreto que llevan en sí algunas personas, hasta el punto de que el mismo autor ignora la razón de su éxito.

Hace unas décadas, se publicó un libro que alcanzó el éxito en todo el mundo: La historia de Sant Michele. Su autor, el sueco Axel Munthe, nunca supo el motivo de aquel éxito. Hablando con el periodista Indro Montanelli, en el curso de una entrevista, le explicó su extrañeza ante tal hecho, preguntándole cuál creía que era la calidad de su libro o por qué gustaba tanto a la gente. Indro Montanelli no se lo pudo explicar. En verdad era un hermosísimo libro, sobre todo en el aspecto humano. En alguna parte de él o en la totalidad de sus páginas residía el secreto de su verdadera personalidad, de su verdadero ser humano, el secreto de la literatura.








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