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Capítulo I

Barcelona. -Su fundación. -Hamílcar Barca. -Laletania. -Monumentos romanos. -Puerto.

     Barcelona pudiera con justicia blasonar de grande antigüedad, si los esfuerzos y sutilezas de los cronistas que han pretendido explicar su origen fuesen antes signos de aquella que de falta de datos para consignar una época fija y verdadera. Tal vez en tiempos remotos la tribu que poblaba esta comarca dio principio a un establecimiento, el cual pudo muy bien modificarse por el trato con los Pelasgos y Tirrenos, y ser otro de los que en Cataluña presentan indicios de esas relaciones y de una Civilización muy apartada. Por ventura y muy probablemente los Fenicios tocaron y se detuvieron en estas playas; que esto creemos significa la tradición de la venida de Hércules (6), no sólo mito de los primeros progresos del hombre civilizado, sino también símbolo particular de la gente tiria, quizá realmente príncipe de ella y uno de los primeros que se lanzaron en busca de nuevas tierras a conquistarle el señorío de los mares. Mas ello es que Barcelona, lo mismo que Cartago Nova, señala en los anales de España una época memorable, en que el mando de una poderosa nación extranjera provocó en los indígenas la primera muestra histórica de su amor a la independencia, y atrayendo después el concurso de otra nación rival llamó afuera y robusteció más y más de cada día los elementos de una nacionalidad futura, al mismo tiempo que los sujetaba a un solo imperio.

     Es común opinión entre los historiadores que Hamílcar, el denominado Barca, echo los cimientos de una factoría (7), en la cual, si él no, la adhesión no desmentida de su ejército quiso eternizar aquel su sobrenombre, más grato y aun familiar a las tropas, bien como tal vez impuesto por ellas mismas, que el nombre propio. No hay para qué recordar que Barca no era sino sobrenombre personal, significativo de Rayo, digno de quien había tantas veces decidido de las batallas y sellado, todas sus acciones con la mayor actividad y con indomable energía (8). Más dichoso que Haníbal y Hasdrúbal, dejó a los siglos venideros un monumento que en solo su nombre dice su gloria; y si la severidad histórica consintiese suposición alguna, diríase que al llamarlo con aquel dictado que caracterizaba su genio y debía a sus hazañas, le comunicó también el porvenir de grandeza y poderío de que él era digno y que fue negado a su familia y a su patria. Empero bien nos es lícito ver en esta fundación otro de los infinitos testimonios de las incomprensibles vías de la Providencia, que reemplaza naciones con naciones, y al borrarse unas ciudades hace brotar otras de la tierra.

     Perdida para Cartago la Sicilia en la primera guerra púnica, donde todavía joven Hamílcar igualó a los capitanes más insignes de la antigüedad; encendida la guerra de los mercenarios en África; acrecentada la discordia civil, y la autoridad del senado herida de muerte con hacerse el general cabeza del bando demagogo; él hubo de cifrar en la conquista y en la explotación de España, hasta entonces descuidada, su propia conservación y los medios de engrandecerse y ofender a los romanos, y la república debió buscar la reparación de sus pérdidas en aquel país no beneficiado sino por los pacíficos fenicios y por los griegos. Mas si así se conciliaban entrambos intereses, aquella conquista venía a ser en último resultado uno de los principales orígenes de la decadencia de Cartago, ya que ella elevaba una familia a un grado de poder sin ejemplar en los anales del estado, y la proveía de recursos poco menos que inagotables para asegurarse el favor del pueblo y del ejército, dominar en el senado, que es decir, acomodar a su voluntad la constitución de la república. De esta manera, mientras Barca a favor de las riquezas prodigiosas que su nueva conquista le valía, enviaba a Cartago el germen de la discordia intestina, de la corrupción y por consiguiente de su decadencia; derramaba semillas de civilización por el litoral de España, creando centros que atrajesen a los pueblos comarcanos y sobre los cuales se asentó después la dominación latina.

     Barcelona fue fundada sobre una pequeña colina, al fondo de una ensenada, con un monte aislado y desgajado a poniente, señoreando una rica llanura cerrada de poniente a levante por una cadena de montecillos, en frente de las tribus y poblaciones con las cuales no pudo el general cartaginés afirmar su alianza. La necesidad y la política le movieron sin duda a erigir aquel establecimiento, que, como todos los de su nación, a la vez fuese fortaleza: al extremo de aquel litoral, hacia el Pirineo, se alzaban las opulentas colonias de sus rivales los griegos, y entre ellos y Barcino mediaban como fuerte valla los aliados de estos y enemigos de Cartago, la mayor parte y los más poderosos de los pueblos de la Laletania; de cuya región, pues vino a tener Barcelona por cabeza, daremos una ligera noticia (9).

     Sea o no cierto que en su nombre aparezca etimología púnica (10), la Laletania, tal cual la conocían los Romanos, era una vasta y rica porción de la actual Cataluña, que lindaba por oriente con los Indigetes, al norte con los Ausetanos y parte con los Lacetanos, y por poniente con los Cosetanos, cerrándola el mar en toda su extensión de mediodía. Su primera población por oriente era Blanda (11), por lo cual allí era su límite el Tordera: continuaba por Hostalrich y San Celoni, sirviéndole de términos toda la última línea del Vallés, en cuyos confines lindaba con los territorios que separan a éste de la llanura de Vich (12) y de los distritos de Moyá y Manresa (13); y de aquí al mar el río Rubricatum (14) le formaba por occidente otra raya fija y constante, en cuya orilla opuesta se levantaban como primeros pueblos fronteros de los Lacetanos y Cosetanos Tôlobis y Súbur (15). Comprendía, pues, la costa de levante, el Vallés, el llano de Barcelona y el del Llobregat. Guarnecían aquella risueña costa tres ciudades: adelantábase la primera y tal vez principal hacia los fieros Indigetes Blanda, que bien demostró cuánto de su vecindad de ellos participaba; seguía Iluro o Hiluro (16), populosa y después amiga del tráfico; y cerca del Besós Bétulo (17) fiaba al valor de sus hijos la defensa de la entrada en aquella costa en todos tiempos ocasionada a la contratación y favorable a la agricultura, la cual ya en el de los Romanos mereció ocupar con la poca restante la vigilancia de un Prefecto. Remontando el cauce arenoso del Besós hasta el paso de Moncada, y siguiendo por el Vallés junto a los torrentes que van a formar su corriente pluvial, encontrábase la ciudad de Egara no mencionada claramente en la historia de la antigüedad, sino revelada por sus monumentos; y la antigua Rubricata (18), situada en aquel punto extremo a orillas del río del mismo nombre, miraba en la contraria el territorio de la guerrera Lacetania.

     En esa región apacible, en tal situación frente a la enemiga Bétulo se asentó la fundación de Barca, de la cual no queda sino el nombre. Sólo un vestigio en la actual Barcelona puede renovar por un momento la memoria de aquella época, en que la familia de Hamílcar hizo por detener en España la ruina de su patria y vencer su fatal estrella; mas cuando una observación detenida ha calmado la impresión primera, casi la desvanece de todo punto la duda que justamente asalta el ánimo. En el edificio que fue palacio de nuestros reyes, llamado todavía El palau (19), cuyas imponentes ruinas serán materia de otras páginas, hay en la parte de poniente y sirviendo de base a la pared dos trozos de construcción antigua, que avanzando paralelamente y a regular distancia el uno del otro, están al parecer unidos por un lienzo que forma con ellos ángulo y se esconde casi todo entre las obras modernas. Indudablemente este lienzo fue muro, y ellos dos torres cuadradas: sus hiladas son horizontales; los sillares puestos sin argamasa, labrados pero desiguales, ya muy prolongados y enormes, ya cortos; y dos llevan en una de sus caras interiores una hendidura u hoyo rectangular abierto por el artífice. En ninguna de las construcciones llamadas con propiedad ciclópeas se observan esas hiladas horizontales tan regulares: �podrá, pues, atribuirse a la dominación cartaginesa? Ningún monumento de ésta subsiste aquí para motivar la comparación y guiarnos en el examen; y bien que no nos atrevamos a calificarlo, si a alguna dominación ha de atribuirse, ésta con más fundamento es la romana. Detrás del palacio episcopal perseveran dos torres también cuadradas, cuya parte inferior y la de la cortina de la muralla ostentan los sillares magníficos con que los latinos supieron edificar sus fortalezas; y es bien sabido que aquella muralla tenía su continuación en el Palau (20). Aun sin contar con el opus insertum de los romanos, compuesto de piedras desiguales encajadas, en tiempo de la República se solían alternar en las fortificaciones sillares que atravesando en su longitud el grueso de la pared presentasen afuera su parte menor, y otros al contrario tendidos en su longitud en la cara exterior, que para llenar el grueso de la obra tenían que ponerse doblados. No era tampoco raro, principalmente en la base de las fábricas militares, edificar sin cal con grandes moles labradas, lo cual apellidaban maceria; y muy a menudo en otra manera de edificar nombrada opus revinctum enlazaban con una pequeña pieza de hierro, que venía a hacer oficio de grapa, aquellas piedras que habían de doblarse para alcanzar a todo el grueso del muro. �Tuvo semejante destino el hoyo artificial que en dos sillares de aquel vestigio se advierte? �O como base de fortificación podrá juzgárselo maceria? No seremos nosotros quienes lo afirmemos; nuestro propósito no fue sino ceñirnos a estas indicaciones, bastantes por distintas entre sí y motivadas a atestiguar el dudoso carácter de aquella ruina.

     Cartago había sucumbido; Rubricata y Cartago Vetus (21) sufrieron los estragos de las armas vencedoras; y mientras Tarragona renacía espléndida a encabezar por largo tiempo las posesiones de la República en la península, y luego a dar nombre a una de sus dos provincias, Barcelona también se iba acrecentando, sin duda merced a su situación propicia sobre aquella costa que siempre le ha acarreado trato y cultura. Ignórase cuándo comenzó a ser colonia, bien que Plinio (22) la menciona como tal; y en tiempo del emperador Alejandro Severo (23) se la encuentra gozando del derecho o inmunidad itálica. El establecimiento de una colonia suponía la preexistencia de una ciudad, adonde acudían a vivir ciudadanos romanos, que por ser los verdaderos colonos la comunicaban aquel nombre sólo a ellos relativo. Mas �qué habitadores hallaron en Barcelona, si la familia de Hamílcar no la pobló sino de cartagineses? Será que, contentándose con aquel comienzo material de población, entonces desierto, lo reputaron apto para fortaleza e introdujeron en él familias latinas? Bien que a la sazón, ya suavizado y modificado el rigor del derecho antiguo, eran admitidos a su goce en las colonias los naturales o primitivos habitantes, dudamos que las valientes tribus laletanas, que resistieron a los principios de la dominación romana con el mismo denuedo con que se habían opuesto a la cartaginesa, quisiesen tan de súbito formar parte de aquel establecimiento, otro de los que iban a consolidar la usurpación extranjera. Y ciertamente es muy para tenida en cuenta la especie de mudanza que los romanos hicieron en el nombre de aquella población al erigirla en colonia, ya que el mismo Plinio al llamarla tal la nombra Faventia. A este dictado añadió después los de Julia, quizás impuesto por Julio César, Augusta y Pía. De esa época datan los monumentos que revelan la cultura latina, pues durante aquel largo período fueron construyéndose las fábricas que a una colonia correspondían e ilustraban.

     Aprovechando la pendiente escarpada de aquella leve colina, los Romanos la ciñeron de esas altas murallas que todavía hoy señalan su recinto, y para las cuales en muchos trozos les sirvió de terraplén el nivel de la misma eminencia. Y tan marcada es esta situación, que salta a los ojos al menos observador, y permite que sin dificultad se le acompañe como por la mano. En el arco de la bajada de la Cárcel se abría una puerta que miraba a nordeste, flanqueada de dos torres poligonales; la muralla se tendía en línea recta por toda la calle de la Tapinería, a cuyo extremo y delante de la que fue Inquisición se veía el fragmento más grandioso de aquella circunvalación, del cual resaltaba en un recodo el arranque de una enorme cornisa o voladizo; antes de llegar a la casa canonical o Canonja describía un leve ángulo; y dentro de esa casa otra torre poligonal defendía la esquina, donde la línea torcía por las Escalas de la Seu hasta la del Arcediano y la Plaza Nueva. También guarnecida de dos torres, bien que redondas, aquí otra puerta miraba a noroeste; mas hoy falta el arco cuya memoria aún se conserva y que completaba el efecto y la majestad de aquel resto venerable. A través del actual palacio episcopal proseguía la línea defendida a trechos por torres cuadradas por detrás de las casas de las calles de la Palla; aquí torcía, y describiendo un ángulo entrante y dos salientes se encaminaba por las dels Banys; y junto al Call probablemente una tercera puerta miraba a Sudoeste, asimismo flanqueada de una torre poligonal, en cuyos restos, hoy más deteriorados y más visibles por abrirse allí una nueva calle, una tradición piadosa colocaba la Cárcel donde la mártir barcelonesa Santa Eulalia confesó en los tormentos la verdad del Evangelio. A espaldas de la calle de Avinyó (24) continuaba la fortificación hasta encontrar el Palau, y marcando el ángulo una robusta torre redonda revolvía a formar otro mayor entrante. Éste enviaba su restante lado hacia otra igual inmediata a la bajada dels Lleons, que forma parte de aquel vasto edificio; y de ella corría el lienzo a unirse a otra torre, de la cual se enderezaba directamente al arco del Regomir, viniendo a componer un baluarte o cuerpo avanzado casi rectangular de la línea que va desde este último punto a la Bajada del Palau. Aquel arco era la cuarta puerta, situada a sudeste: desde ella cruzaba la línea hasta la plaza de Arrieros donde formaba ángulo; y siempre siguiendo la parte superior de las elevadas cuestas que allí aparecen, quedaba entre las casas de las calles de Basea y San Justo, por donde torcía a reunirse al arco de la bajada de la Cárcel. Todavía al edificarse en este recinto casas nuevas se descubren trozos de la cortina torreada que durante aquel corto espacio de tiempo tornan a fijar las miradas y a erguir en público su altiva frente, como la levantaban tal vez hace diez y ocho siglos. Cuanto más breve y más casual es ese espectáculo, su impresión crece en fuerza y el efecto es más imponente. Las gigantescas hiladas de la sillería insultan a las mezquinas construcciones que de todas partes las rodean; y si, como suele acontecer, sobre el robusto muro se levantan las habitaciones modernas fabricadas en lo alto de la colina y por consiguiente al nivel de aquel terraplén natural, sube de punto lo pintoresco del cuadro, y el contraste es tan vivo que parece bastaría una leve sacudida del coloso para echar de sus hombros aquel amontonamiento de galerías, balcones y ventanas. Mas el número de estos vestigios cada día se disminuye: la población, así como los ocultó y emparedó cuando no le bastaba haber salido afuera a trazarse un nuevo recinto, ahora a su vez oprimida y privada de dilatarse por el llano (25), se multiplica y crece en altura sobre un mismo espacio, y calcula y aprovecha el que aquellos ocupaban. Las murallas, que no pudieron derribar ni la fiereza goda ni el ímpetu sarraceno, vienen a tierra despedazadas no siempre por la necesidad, más a menudo por la codicia; y día vendrá, demasiadamente pronto, en que el anticuario, el viajero, el hombre sensible a los ejemplos de lo pasado y estudiador de ellos, en vano andarán buscando los restos de esa circunvalación por entre nuestras rebocadas casas. �Tan reñida está la necesidad de las mejoras con los monumentos, que no pueda ella ceder lo poco que a su conservación convenga? �O por ventura no cumple y no es lícito a la nación enfrenar o acallar la codicia que los despedaza? Y si la vida de este pueblo no pide otros goces ni sentimientos que los materiales de la actualidad, y los que incesantemente se reproducen en el refinamiento de la cultura, como los reptiles en un charco corrompido, o como los insectos en la podredumbre; �qué porvenir espera el que huella todo lo pasado? �Qué fábricas erigirá para los venideros, que hará que no sea efímero y perecedero quien de tal manera se muestra desposeído de la magnanimidad, de la fuerza moral, del sentimiento de lo grande, manantiales de acciones y fundaciones famosas, a los cuales, como a su móvil y a su fe, Roma fue deudora de sus triunfos y de su engrandecimiento? Como acontece en los individuos que el hombre cerrado a toda creencia y encenagado en la materialidad de lo presente es perdido para la humanidad, vive una vida estéril, y dura y se consume cruelmente en el desierto del egoísmo cual arde apenas en las tinieblas nocturnas un fuego fatuo incapaz de comunicar luz y calor en torno suyo, de la misma manera rasga o mancha con su propia mano la página que en el libro de lo futuro le cabría el pueblo que no vive de sus recuerdos y no sabe volver con veneración los ojos a sus orígenes, cuyos monumentos pisa y rompe.

     Es muy de suponer que ese recinto vino a constituir una acrópolis, luego que el asiento del imperio y la paz cada día más asegurada con la civilización latina dieron lugar y brindaron a edificar con más desahogo en las afueras. Su extremada pequeñez, si se aviene con su origen casi militar, contradice empero la importancia que el título de colonia romana inmune envuelve; y a no ser tan notorio que más frecuentemente se muraban en los nuevos establecimientos acrópolis o fortalezas de refugio que ciudades completas, lo confirmarían aquí los únicos restos de templos que han llegado a nosotros, el hallazgo dentro de él de muchas lápidas que mencionan fábricas sagradas en Faventia, el de otras antigüedades de gran valor afuera, y la tradición constante de haber edificado los romanos, personificados en los Escipiones, la soberbia cloaca que de tiempo inmemorial y en iguales dimensiones ha existido desde Junqueras a las calles Riera de San Juan y Boria (26).

     Hay detrás del ábside de la catedral un callejón muy angosto, que no desdice del efecto de la iglesia, antes hace oportuna compañía a aquel triple recinto erizado de rojos estribos y arbotantes. Solitario y silencioso junto a las calles donde más hierven el tráfico y el concurso, ya por esto atrae la atención, y acaba de fijarla el aspecto antiguo de sus casas, entre las cuales descuella una edificada a manera de alto torreón y todavía ataviada con ajimeces góticos. Por un contraste muy notable llámanlo de Parays o Paradís (Paraíso), y a la verdad no hay que pedirle a la calidad del sitio la explicación del nombre, si ya no se la quiere ver en su vecindad a la iglesia, o en los sacerdotes beneficiados o canónigos que durante muchos siglos han sido sus pacíficos moradores. Delante de la misma casa que forma el recodo donde el callejón tuerce, hay en el suelo una piedra de molino, que la tradición popular mira como señal del punto más elevado de la ciudad; y cierto no sin fundamento, ya que exceptuando el terraplén de la vecina Audiencia o Patio superior de los naranjos, ningún otro sitio culminante lo domina. Aquella casa encierra el primer monumento romano de Barcelona; y cuando de los mismos naturales buena parte lo ignoran, o aunque no sean extraños a su noticia nunca se curaron de verificarla, mal puede el extranjero sospechar que aquellas paredes le roben la vista de lo que fue construido para descollar entre los demás edificios y presentar a los rayos del sol su noble frente. Pocas veces monumento de aquellos antiguos dominadores le habrá aparecido tan oculto y tan estrechado: en esa casa y en las de la calle opuesta de la Libretería asoman trozos de fuste al fondo de oscuros armarios o resaltan levemente en aposentos húmedos; los capiteles que no han sido fracturados, debajo de sendas capas de cal dan muestra de sí con una brusca hinchazón que proyecta una ligera sombra en la blanqueada pared, y de los sotanos a los desvanes, trepando por escaleras no las más fáciles de los barrios antiguos, y atravesando corredores, en partes diversas, diversos trozos explican la forma y la extensión del edificio, y en todas hay que estudiarlos para concebir una idea clara del conjunto. Y si de las murallas del primitivo recinto parece que bastaría una leve sacudida para desechar de sus hombros la carga de las modernas habitaciones, aquí diríase que las columnas son el único y verdadero punto de unión y apoyo entre tantas viejas paredes y tabiques, y que no demandan sino ser desembarazadas de lo que las oprime y llena todos sus huecos; grandeza singular de las fábricas del pueblo romano, que aun rotas y deshechas basten a estribar a construcciones de otro pueblo, y que en los intersticios de sus míseras ruinas, si así puede decirse, hayan labrado sus viviendas las modernas generaciones. También sin moverse de esa misma casa puede el viajero saber la forma del edificio, y una escalera espiral o de caracol le conducirá desde el primer piso al aposento que es el verdadero punto de observación. El polvo y las telarañas cubren aquel desierto y sombrío cuarto por el cual pasa zumbando el viento; mas sus denegridas paredes llevan una ornamentación que le comunica precio inestimable. Del suelo arrancan los extremos de cuatro grandes fustes, al nivel de la vista los cubren enormes capiteles, encima se tienden horizontales los sillares gigantescos del arquitrabe, y asomando al balcón que allí se abre, en el patio contiguo se ven dos columnas casi enteras que descienden al fondo y cuya base se pierde entre la mazonería del primer piso. El que alguna vez recorriendo lo alto de una fachada o de un edificio se haya encontrado junto a las colosales estatuas y adornos que la distancia le presentaba como regulares, sin duda no habrá podido retener una exclamación de sorpresa y de asombro, por muy avezado que esté a tales impresiones. �Como pues retenerla al tocar con la mano esos capiteles enormes, al hundir con respetuoso entusiasmo los dedos en esas profundas y anchas estrías, y al medir las moles de esa arquitrabe, que es decir, ante ese monumento que ha visto pasar las generaciones y asistido a todas las épocas de nuestra historia?

     Mirando a sudeste, álzanse en una misma línea cinco columnas, y hacia nordeste y aun más al este que al norte tuerce en ángulo recto el arquitrabe y va a apearse en otra que comienza aquel costado o una nueva fila. Estas, pues, son ruinas de una fábrica rectangular, probablemente pórtico, y templo según todas las apariencias.

     El basamento que las sostiene consta de 10 pies, 8 pulgadas y 1 línea de altura; las columnas de 32 pies y 1 pulgada, de los cuales tocan 1 pie, 2 pulgadas y 10 líneas a la base, que carece de plinto, y 3 pies y 10 pulgadas al solo capitel; y su diámetro en el sumoscapo es de 4 pies y 10 líneas, y 3 pies y 5 pulgadas y 10 líneas en el imoscapo. La anchura del arquitrabe se forma de dos piezas gruesas cada una de 1 pie y 8 pulgadas, altas de 3 pies, largas de más de 9 pies y 9 pulgadas, lo bastante para tenderse entre cada dos columnas y apoyar sus extremos en el centro de los capiteles. La necesidad de las gradas, que junto con el basamento y con el nombre de suggestus eran parte de los templos griegos y romanos, está patentizada por la misma elevación de éste; no cabe duda en su planta rectangular, que era la común y fundamental de las fábricas religiosas; mas �las columnas guarnecían sus cuatro lados, constituyendo períptero al templo, o no formando sino un pórtico en la fachada le daban la clasificación de próstylo? El remate de los más de los templos antiguos solía mirar a levante, y bien que aquí las dos filas existentes se desvían algo de esta dirección, sin embargo la inclinación al este domina en el todo. Si ya no fue una excepción de la regla común, la línea que empieza con el arquitrabe y columna que miran a nordeste o casi al este hubo de ser el remate o parte posterior del edificio; y pues la decoraba un pórtico, continuación del de la fachada lateral de sudeste, no sin fundamento es lícito atribuirlo a la primera clase. Mas sólo una excavación completa puede aclarar con cabal certeza esta cuestión, como evidenciaría si el pórtico corría o no al rededor de la cella y pronaos. Un arquitecto distinguido, don Antonio Cellés, la practicó en 1836 por encargo y a expensas de la junta de Comercio; pero todavía el público no ha reportado ningún fruto de la generosidad de esta corporación siempre celosa del esplendor de las Artes, ni han sido satisfechas las esperanzas que de aquella operación se concibieron (27). Los trabajos de Cellés vinieron con su muerte en poder de su colaborador en la excavación D. José Mariano de Cabanes; y pues éste en una memoria sobre este monumento no vaciló en calificarlo, según los datos y el dictamen de aquel arquitecto, de templo perípteros, razón hay para inclinarse a la suposición de que el pórtico circundaba toda la fábrica, cuanto más no contradiciéndola, antes bien corroborándola las dimensiones de sus ruinas. Pues �qué hubiera sido en el estrecho recinto de la Barcelona antigua un edificio religioso, cuyo solo ingreso pórtico de la fachada se lanzase a la altura de más de 50 pies, 3 pulgadas y 1 línea, y necesitase para su anchura a lo menos 50 pies, suponiéndolo hexastylos o de seis columnas? A entrada tan grandiosa hubiera correspondido un templo rival de los que más atestiguaron el poder y la magnificencia del Imperio; cosa punto menos que inverosímil en una colonia ciertamente no de las más señaladas ni importantes, la cual fue engrandeciéndose muy poco a poco, y no adquirió sino casi a fines del mismo Imperio parte de la grandeza, pujanza y nombradía, que aunadas y cabales en Tarragona hicieron posibles semejantes edificios. La publicación empero de los planos de Cellés quitará todo lugar a la incertidumbre; que cierto no podemos desasirnos de la esperanza de que la junta de Comercio en tiempos más prósperos complete su obra comenzada y utilice en bien de las letras y de las artes y para gloria de Barcelona los gastos de la excavación por ella costeados con tanto desprendimiento (28)  (29).

     Los capiteles que cargan sobre esos fustes estriados acaban de publicar la edad de la fábrica, ya indicada en el resto: son corintios, pero muy corrompidos, si es que a ese orden esbelto pueden atribuirse; sus caulículos son aplastados, sus volutas carecen de gracia, y, entre sus hojas duras y recortadas aparece un ornato, bien que romano, ajeno de este estilo. Todo en ellos como en las demás partes lleva el carácter de la decadencia; y como ésta se desencadenó del todo después del emperador Marco Aurelio (30), ésta es la fecha más antigua que con alguna probabilidad pueda señalársele.

     No sin desdoro, pues, para Barcelona, en la casa Lonja y en la clase de Arquitectura un rótulo denomina Cartaginesas y del templo de Hércules las copias en yeso de las partes características de estos vestigios; y cuanto fue laudable y digno de imitarse el acto de enriquecer con ellas los modelos de esa escuela, merece toda reprobación esa calificación atrevida y falsa, que por tan trascendental y respeto al sitio bien reclamaba mayor reflexión y más delicadeza (31).

     Háyale cabido o no en ello gran parte a la memoria publicada por D. José Mariano de Cabanes, también ésta peca de inexacta, y ciertamente la increpación de ella habría de ser mayor, cuanto fueron grandes y copiosos los medios que, para indagar la verdad, la excavación puso en su mano, a no compensar bastantemente cualesquiera defectos el celo que le indujo a imprimirla como le había inducido a promover las investigaciones. Cuando en ninguna historia del Arte apenas ha sido dable caracterizar muy levemente la arquitectura propia de Cartago, a grande osadía ha de tenerse atribuirla un monumento de Europa: �qué será llevando éste todos los caracteres de la decadencia romana (32)? Así en otros tiempos hubo comentadores que sobre el mismo texto de la Biblia restauraron el templo de Salomón según el género corintio, no sin encabezar su obra con una explicación de los cinco órdenes.

     Los estragos que durante el primer período de la reconquista sufrió Barcelona, hubieron de destrozar y borrar toda memoria de esta fábrica, como borraron las demás, las de los godos y las de los mismos sarracenos. Desconocida y de nadie mencionada la encontró en el siglo XIV el reinado de D. Pedro el Ceremonioso, aquel reinado que vio erigirse los principales edificios de la capital de Cataluña. Este rey reparó las columnas que aún no habrían desaparecido de su primer asiento; y su hijo D. Juan el Cazador o Amador de gentileza encomendó su conservación a Juan Pomar, sastre de la reina, cuando en 6 de diciembre de 1388 le donó el patio de la casa en donde o junto a la cual estaban (33). Si por el silencio de los escritores antiguos, largos en obras, en razones breves, ha de deducirse que las ignoraron; ya de entonces fueron objeto de la atención común, y su noticia ha ido transmitiéndose hasta nuestros días. También de entonces las tradiciones vinieron a prestarle nuevo encanto y nueva importancia; y al recogerlas y consignarlas los cronistas catalanes del siglo XV, probaron que de muy antiguo estaban formados los distintos pareceres que hasta hoy en día no han carecido de defensores (34). Nosotros empero dejamos a un lado la poco menos que inútil indagación de si fue templo de Hércules, sepulcro de Ataúlfo, jardín aéreo, o decoración urbana de una arca de agua: su destino de templo sobradamente resalta en su propia forma, y a nuestro propósito cumple más clamar por que se la salve de las injurias del tiempo y de la destructora pasión de los extranjeros (35), por que sea restituido a la luz del sol y a las miradas de todos un monumento, que si no fue iglesia en los primeros siglos de la cristiandad y no sirvió de tumba al primer rey de los godos, bien pudo resonar con las confesiones fervientes del mártir Cucufate y de aquella valerosa niña de Jesucristo cuya muerte fue una sonrisa! (36)  (37)



     La actual iglesia de San Miguel cobija otro resto de edificio antiguo. Cubre la mayor parte de su pavimento un destrozado mosaico, que a manera de grande alfombra rectangular comienza a poco más de un tercio de la nave entrando por la puerta principal, y debió de continuar por debajo de la moderna meseta del presbiterio. Todavía con facilidad se restauran sus lineamientos; y estudiando los tritones, caballos marinos, delfines y otros peces que se conservan, con mucha claridad se deduce qué representaban los demás trozos aislados. El gusto y la construcción de esta obra parecen romanos, no empero tan absolutamente que otras circunstancias accesorias no hayan suscitado las dudas de nuestros cronistas y anticuarios y no den margen a encontradas reflexiones.

     Aunque fundada esta iglesia en lo alto de la colina antigua, donde más natural y realizable era el desmonte del terreno para edificar que el rellenarse con el tránsito de los siglos, está hundida casi la mitad en la tierra, y de entrambas puertas no se puede descender a la nave sino por una larga escalera dividida en dos tramos. �Qué templo de la antigüedad greco-romana prefirió cavar su ámbito en las entrañas de la tierra a levantarse espléndido sobre un elevado podio o basamento, que no daba acceso a su recinto sino subiendo la majestuosa escalinata del próstilo? Pues su situación, como mira de norte a mediodía, tampoco se aviene con la regla general de los templos, si ya contándolo en el número de las excepciones no se supone que por serlo de Neptuno le dieron esa inclinación a la playa. Si él ha de entrar, como parece, en el período de la larga y poderosa dominación romana, única capaz de dejar tales muestras de su poderío, �por qué reputarlo exclusivamente fábrica religiosa?

     Pero ya introducida la duda por estas circunstancias, resaltan más y más las que vienen a favorecerlas, y son bastantes a engendrar una suposición distinta. Ese extraordinario hundimiento fue propio y muy común en iglesias romano-bizantinas, mayormente en las labradas por las razas del norte o en la primera época de las naciones modernas: todavía en el frontal del altar duran reliquias de un pequeño mosaico romano-bizantino, que están a punto de desaparecer completamente, merced a su abandono y a la codicia de los que lo visitan; y si es cierto, como dice un anticuario (38), que el mosaico del pavimento llegaba hasta el pie del ara, de manera que sobre él se ha edificado el actual presbiterio, lícito es hasta cierto punto establecer entre uno y otro una relación que los hermane tocante al género y a la época. Otro fragmento del más riguroso estilo romano-bizantino acompaña al frontal: la pila bautismal, hoy trasladada a la nueva parroquia de la Merced, es un gran capitel, compuesto de un vaso o cubo de mármol oscuro y de un follaje blanco calado que lo envuelve; y por su magnitud se echa de ver que algún día coronó una columna alta y aislada cual en los templos bizantinos de Italia, particularmente en Rávena, suelen verse. Si tales indicios son para atendidos y motivo a poner el mosaico parte de una fábrica bizantina , ésta no es por cierto la actual, como rompe un tanto la planta de aquel pavimento y oculta el un extremo del rectángulo, mientras el otro extremo, aunque completo, no llena la restante nave. Es harto sabido que la iglesia actual de San Miguel se edificó en 1147 o 48, cuando hubo venido al suelo la anterior, que ya se encuentra mencionada como en pie, entera y parroquia en 987. Pocos meses antes las armas del hadjeb Almanzor habían estragado la ciudad, ya apenas rehecha del recobro y anterior conquista; y esa fue, por decirlo así, la única asolación que puso por tierra para siempre los monumentos romanos respetados por los godos, las reparaciones hechas por éstos, y los que habían debido de erigir los mismos árabes. Probablemente San Miguel se salvó de esa general ruina, pues, mencionada tan inmediatamente después de ella, también lo era mucho antes en 964 y 963. No es probable que los trabajos de la guerra prestasen a los primeros condes lugar ni recursos para tal obra, cuando ni para la más urgente de la Catedral los había tantos que no hubiese que acudir a una limosna del emperador Carlos Calvo. Fuerza es por esto atribuirla a la dominación goda, de breve asiento en Barcelona, y amén de breve borrascoso e inseguro; y aun de él hubiera de corresponder a los principios, en que el influjo de Placidia pudiera quizás arraigar aquí el arte latino. Pero la ornamentación y la pintura de las basílicas cristianas no se desarrollaron sino hasta el siglo IV, y entonces debieron ser admitidas sólo al convencimiento de que el Arte, lejos de dañar a la Fe, realzaría el culto: de las primeras que en Italia fueron decoradas con el mosaico, poquísimas, y estas no las más notables, se resintieron de un resabio gentílico; y todas demostraron cuán fundada era aquella convicción, dando cabida en sus paredes a las imágenes grandiosas y severas del Padre Eterno, de Jesucristo, de la Virgen, de los Apóstoles, del Buen Pastor y del Antiguo Testamento. �Cómo, pues, hubieran admitido figuras que directamente contrariaban el culto?

     Nosotros queremos más bien ver en esos dos vestigios romano-bizantinos del ara y de la pila una prueba de que acomodaron la fábrica romana a la religión de Jesucristo; porque aun a no existir las consideraciones susodichas, nos traería a ello el claro y nada incierto carácter del mosaico. Y si se nos concede que añadamos nuestro voto a los de tantos anticuarios, lo daremos de que este pavimento romano no perteneció a un templo, como ya indicamos, sino a otro edificio y tal vez a unas termas. Fundado en la meseta de la colina, no es verosímil, como lo fuera algo en el llano, que a ser templo quedase tan profundamente sepultado, cuando todos los restos del Imperio vecinos a él se conservaron casi en la superficie de la tierra, y cuando a lo sumo podía enterrarse el alto podio o basamento, que no lo fue sino en su parte posterior en el templo descrito de la calle del Paraíso. Semejante superposición hubiera alcanzado a toda la meseta, cuyo piso comienza a la mitad de las paredes de San Miguel; y como ella tampoco habría perdonado el mosaico, �a quién no repugna que los invasores, que en verdad ninguna asolación trajeron a Barcelona, para erigir una iglesia cuidasen de desenterrar con tan profunda excavación esa obra destrozada? Su hundimiento es efecto de una excavación practicada a propósito para fundar el edificio. La antigüedad greco-romana, así como comúnmente negó el pavimento de mosaico a los templos, lo reservó a las basílicas de comerciantes, y más que a ellas a los salones, a las cámaras y a las termas; y no hay para qué recordar que los estanques de estas solían cavarse hondos en la tierra, y embaldosarse con tales pinturas vermiculadas de tritones, nereidas, neptunos, caballos marinos, delfines, pulpos, langostas y cosas de mar, cuyas figuras negras u oscuras sobre fondo blanco compareciesen trémulas, con la refracción de la luz a la superficie, y fuesen ilusión y deleite a los sentidos.

     Mas ya que otro fruto no den nuestras conjeturas, pues prueban la existencia de San Miguel en tiempo de los godos, sirvan ellas al menos de estímulo para que se conserve y cuide como la iglesia más antigua de Barcelona, tal vez la primera en que se rindió públicamente culto a la religión cristiana (39).

     No es de aquí enumerar los bultos y medallones que en esta ciudad perseveran; antes no sin recelos de parecer prolijos mencionamos dos sarcófagos. Bello el uno, del buen gusto romano, esculpido con maestría, a veces con atrevimiento, modelado con gracia o con pureza en ciertos trozos, muy más notable en uno de sus lados donde la acción empieza, bien que siempre con la falta de claridad y simplicidad que se advierte en las composiciones de aquel estilo, representa el rapto de Proserpina: el otro, inferior en gusto y en ejecución, más destituido de unidad, sin duda obra de la decadencia y bastantemente deteriorado, tiene en el frente una caza contra un león, y junto a ella y a la sombra de una cortina que de ella los separa dos hombres conversando; en el un costado esclavos conducen un venado, y en el otro un jinete se dirige a una escasa arboleda. El primero, del jardín donde era estanque, ha venido a figurar corno la mejor pieza del Museo que en el convento de San Juan ha principiado a reunir la Academia de Buenas Letras; el segundo, convertido en pilón, todavía recibe el agua de una fuente en el patio de la casa del Arcediano, y si inspira vivos deseos de verlo arrebatado a una ruina lenta, también cautiva los ojos realzando lo pintoresco del sitio y robusteciendo la impresión que la antigüedad de tal conjunto produce (40).

     El incremento siempre mayor de la población de Barcelona también trasciende a su plano, que poco a poco va desfigurándose y cediendo a las exigencias de los nuevos moradores. Las calles antiguas pierden su angostura; líneas nuevas abren anchas brechas y pasan por encima de otras transversales; el tumulto y el movimiento hierven más de cada día y borran las memorias de los tiempos pasados; �y quién sabrá dentro breves años que en la moderna calle de Fernando hubo una plazuela llamada de la Trinidad, y anteriormente de la Arena? Esta arena o este recinto así denominado es fama se tiñó con la sangre de los gladiadores y de las fieras, cuando en las gradas del anfiteatro el placer cruel de la colonia Favencia demandaba ese espectáculo. En la estrecha calle de Santa Eulalia, que cruza de la de Fernando, antes plaza, a la de la Boquería, asoman de todas partes, en sótanos y en corrales, vestigios y paredones antiguos; y en todo aquel hacinamiento, que ni de casas regulares tiene por allí apariencia, domina la construcción de sillería ya muy denegrida, a trechos mal colorada aunque bien labrada, y revuelta con obra menos importante de mazonería y de ladrillo, bien como suele ofrecerla todo lo que se edifica de ruinas de fábricas anteriores. Hay algunos arcos, ahora cegados todos, cuyas grandes cuñas, ajustadas con maestría y muy pulimentadas, se destacan en la pared, y que probablemente no formaron jamás la puerta de ninguna de esas casas; y uno de ellos es una arcada completa, cuya curva desciende al suelo sin jambas. Asimismo tiene carácter antiguo la bóveda arqueada que desemboca en la calle de la Boquería, así en su interior como en su arquivolto externo. El cañón que la forma arranca de una imposta fracturada, compuesta de una moldura o cuarto bocel cóncavo, no muy diferente de la estrecha cornisa que cierra algunos trozos de las primitivas murallas; y en lo alto de la vieja pared de sillería que carga sobre el arco adentro del callejón, resalta una gran piedra plana, labrada y redondeada en su remate, y con un ancho agujero circular que la atraviesa verticalmente en su porción más inmediata al muro, correspondiéndole debajo a bastante distancia otra piedra mucho menor, también agujereada, pero más levemente y con toda la semejanza de encaje o contera. �Sería ese cañón de bóveda una de las puertas o vomitoria, y las dos piedras otra de las cartelas o repisas que recibían las vergas o entenas distribuida en toda la coronación del edificio para sostener el toldo o velarium? (41) Ello es que la existencia del anfiteatro, lo mismo que la de las termas, está consignada en aquella lápida que presenta sus dos caras forman ángulo en la misma esquina de la calle d' en Arlet, detrás de San Justo, y cuyas letras poco menos que borradas dicen el pingüe legado, que para los espectáculos del pugilato y la iluminación de las termas dejó el barcelonés Lucio Cecilio Optato (42).

     Esa certidumbre le cabe al Teatro antiguo, del cual, ya que no ruinas, permanece un testimonio en dos cartas del rey Sisebuto. Escribió la una para deponer al obispo de Barcelona, probablemente Emila, por haber consentido en el teatro representaciones sacadas de las impiedades gentílicas, a las cuales parece asistió él mismo (43), y con la otra mandó al metropolitano tarraconense Eusebio que consagrase a Severo por obispo de la sede vacante (44): tan ondas raíces habían echado en esa ciudad las costumbres del Imperio (45); -o tan tarde comenzó ella a gozar renombre de colonia populosa y floreciente, que la luz del Evangelio hubo de sorprenderla dada a su mayor delirio.

     Los versos de un poeta latino que cantó nuestras costas prueban de cuán antiguo debieron los moradores de ella su opulencia al tráfico y a la agricultura, y que entonces tuvieron en su región amena un puerto que abría sus seguros brazos a las embarcaciones (46)  (47). Una tradición muy común en esta comarca y a todos los escritores coloca aquel puerto al oeste, a la falda de Montjuich opuesta a la ciudad; y sin hacer valer lo que fue en la Edad media el fondeadero de ahora, las palabras de un geógrafo deben a ella su única explicación que también de esa manera la confirma, y datos históricos le añaden valor y crédito. Pomponio Mela (48), al paso que sitúa el río Besos junto a Monte de Júpiter, hace desaguar el Llobregat en la playa de Barcelona entre Tólobis y Súbur, o Martorell y San Boy. Alterado ya el nombre de Monte de Júpiter tras la dominación goda y la sarracena, a principios de marzo de 977 el abad Atto y, los monjes de San Pablo concambiaron con el vizconde Witardo algunas tierras situadas en Monte Judáico junto al camino del Puerto (49). A 16 de octubre de 1030, Ermengarda, hija del Conde D. Borrell II, y viuda de un poderoso caballero llamado Geriberto, estableció en su testamento, entre otros legados, uno para la dedicación de la iglesia de Nuestra Señora del Puerto (50), cuya fábrica la devoción de la gente de mar sin duda había ocasionado. En 1058 asoma la mención cierta de un castillo del Puerto, y ya probablemente había pertenecido al esposo de Ermengarda, como ésta con tal solicitud cuidó de que la obra de la iglesia tuviese cabo. Mirón Geriberto de San Martín, noble barcelonés, para desagraviar de todo punto a D. Ramón Berenguer I, y por vía de extrema satisfacción de una ofensa que el conde ya le había perdonado en gracia de su parentesco (51), a 1� de julio de este año le hizo donación de aquel castillo, quitando con el instrumento lugar a toda duda sobre su situación verdadera (52). Poníalo en el territorio de Barcelona y a poniente de ella, al pie de cierto monte apellidado Judáico, y en la playa; y le señalaba por términos el collado de los ahorcados en este monte a oriente, el mar a mediodía, a occidente el cauce del Llobregat, y al norte el camino que guiaba a Santa Eulalia de Proençana. Estribando, pues, en él la defensa de un puerto, notable hubo de ser su importancia; y si a ella no hubiese reunido la capacidad, tampoco lo hubieran escogido para su morada y garantía durante la mitad del año los dos hermanos D. Ramón Berenguer Cap d' Estopes y D. Berenguer Ramón, entonces cuando llevaron aquella su división del imperio en su conreinado al extremo de partirse la permanencia en el palacio (53).

     Esta fortaleza estaba en pie cuando Pujades hubo escrito su crónica (54), y ni entonces había decaído tanto de su primer valor que no mereciese ser dada en feudo y tener por Castellano un caballero. Mas no era su existencia el solo monumento del puerto antiguo: junto a sus muros había clavadas algunas argollas de hierro, tales como suelen verse en embarcaderos para las amarras, y las arrancó la mano de su mismo castellano Miguel Serrovira (55). Las reliquias de su fortificación alcanzaron los primeros años de este siglo; y ahora el recuerdo de ellas no vive sino en algunos ancianos de la comarca. Estaba asentada sobre la viva peña un tanto levantada en que remataba por allí la falda de Montjuich, que después cedió paso a un desembarazado camino destrozada por la pólvora; y aun la iglesia bizantina de Ermengardis, mirando al mar, apoya y esconde su ábside al pie del único trozo que de aquel peñasco queda y muestra señales de haber sostenido un edificio. La imagen de la Virgen, de alabastro, gótica y pintada, aun es frecuentemente invocada por marineros con el mismo nombre primitivo del Puerto; y ese lleva también aquel territorio, sobre el cual basta tender la vista para convencerse de lo que hubo de ser en tiempos pasados.

     La falda peñascosa del monte describe de sur a poniente una curva asaz larga y profunda, capaz de guarecer de los vientos de levante, sudeste y mediodía, funestos en estas aguas. Desde la rápida y brusca bajada (56) que por mediodía y junto al mar conduce a Ca'n Tunis, hasta pasada esta vivienda y detrás de ella, el arenal blanquea y orla el pie de la roca de esa falda, y no cede el puesto a la tierra de labor sino con grande esfuerzo y poco a poco, mientras recobra en la orilla lo que el tiempo y la agricultura le arrancan. Cuando el agua ocupaba este trozo de arenal y estrellaba sus olas contra la curva de la peña, él por sí solo ya formaba una regular ensenada: �qué sería cuando todas aquellas tierras de sudoeste, bajas y sobremanera llanas, no habían reemplazado a las arenas y a las aguas que a estas precedieron? La línea de estanques que se tiende hasta la punta del Llobregat lo está diciendo; y bien que cada día la superposición del terreno y la constancia catalana estrechan el recinto de esas lagunas, el suelo húmedo y pantanoso, y las acequias de desagüe que se cruzan lo traen a la memoria y lo evidenciarían. Es, pues, probable que aquí hubo un surgidero más o menos capaz, que la boca del río estuvo por consiguiente más tierra adentro y distante de la punta peligrosa que ahora avanza: la historia lo asegura, la tradición lo confirma, la topografía lo favorece (57).

     Por esto ni extrañamos que esté tan viva la noticia tradicional del puerto, que así el pastor que conduce su escaso rebaño por esas laderas ya peladas ya ricas de cultivo, como el labrador que beneficia aquellos campos nuevos la conserven y la narren al que no desdeña de acercarse a esotro manantial de la historia, si a veces incierto y dudoso en su curso, también otras limpia y pura emanación de lo pasado.



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