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Estudios sobre división territorial

Francisco Coello





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Á primera vista podría creerse que los estudios sobre división territorial, cuyo examen se ha servido encomendarme nuestro dignísimo Director, no son de la competencia de esta Real Academia, porque se refieren á una división militar en grandes circunscripciones y zonas de reclutamiento. Ha sucedido ya varias veces que, bien por individuos del ejército, bien por la Dirección de Instrucción pública, ó por los mismos centros militares, se ha consultado á nuestra corporación sobre asuntos todavía más especiales ó técnicos: nosotros debemos considerar estas consultas como un gran honor que se hace á la Academia, y que ha merecido ciertamente en la mayor parte de los casos, cuando se ha encargado de esos informes á personas dignísimas, y entre ellas á un distinguido general, que hubiera evacuado mucho mejor el presente, el cual ha de borrar alguna parte del gran prestigio alcanzado por los demás.

El tema de la división territorial, aun mirándolo solo bajo el aspecto de la milicia, cabe, sin embargo, perfectamente dentro de los estudios de esta Real Academia, porque para ella ha de   —20→   atenderse muy principalmente á la topografía del territorio, á la distribución de sus habitantes y al sistema de comunicaciones, asuntos todos de su competencia, sin olvidar los datos históricos, que conviene tener siempre muy en cuenta. Así lo ha comprendido el ilustrado autor de este trabajo, oficial de un cuerpo facultativo, que oculta su nombre con el pseudónimo de Espartaco. En toda la obra, mucho más notable por el número de sus ideas y datos que por el de páginas, y en todas las soluciones que presenta, se atiende muy especialmente al relieve del suelo, á las razas, número de habitantes y á las líneas de ferrocarriles ó carreteras, existentes y proyectadas, como debía hacerse.

El que esto informa se ha ocupado también varias veces, en artículos sueltos ó en reñidas discusiones, del tema de la división territorial, bajo sus diferentes conceptos, incluyendo el militar exclusivamente: ha tenido la suerte de coincidir con el autor de la presente en la mayor parte de los principios generales y en muchas de las soluciones, aunque difiere en algunas, y sobre todo en la oportunidad de aplicar otras varias en el estado actual de la cuestión: en detalles más secundarios, abriga, á veces, distintas ideas, pero no confía en que sean las suyas las menos equivocadas. Así cree que puede juzgar el trabajo, si no con acierto, al menos con imparcialidad completa, sin dejarse llevar del halago de aquellas coincidencias, ni del antiguo compañerismo de carrera, y mucho menos del disgusto porque otras de sus indicaciones no hayan sido igualmente aceptadas por escritor tan distinguido.

Empieza éste reconociendo cuán absurda es la división territorial existente en España y la necesidad de modificarla radicalmente, haciendo análogas la civil y la militar, y proponiendo para la primera el sistema de grandes regiones y de provincias ó comarcas, más pequeñas, en general, que las actuales, con lo cual podrían hacerse desaparecer las segundas subdivisiones en partidos judiciales, pasando desde aquellas á los ayuntamientos: así cree se armonizarían las primeras con las circunscripciones ó distritos militares, y las segundas con las zonas de reclutamiento. Participa, el que suscribe, completamente de la misma opinión, y la ha hecho pública, algunos años hace, aunque no   —21→   llegaría acaso á una subdivisión de comarcas administrativas tan numerosa como el autor parece indicar: desearía que se empezase la reforma de la división territorial partiendo de la unidad menor, es decir, de los ayuntamientos, constituyendo las comarcas con cierto número de estos y pasando luego á formar regiones, compuestas de varias comarcas, y atendiendo, sobre todo, á razones históricas y de razas, agrupándolas luego en un corto número de distritos más extensos. Todas estas circunscripciones, grandes ó pequeñas, serían, por supuesto, las mismas para la división administrativa, judicial, religiosa y militar. No le parece oportuna, y en esto difiere completamente de la opinión del autor, la variación de los actuales límites de provincias y partidos para las circunscripciones ó zonas militares, mientras no haya valor para acometer la reforma de la división actual en todos sentidos; á pesar de todos sus defectos, cree mejor formar las zonas de reclutamiento con cierto número de partidos judiciales completos, de una misma provincia, y las circunscripciones con provincias enteras. El primer sistema fué adoptado, de una manera invariable, por la Comisión que nombró el Gobierno de S. M. para señalar las demarcaciones de los batallones de reserva, y de la cual tuvo el honor de formar parte con nuestro dignísimo compañero el general Gómez de Arteche; esta propuesta no encontró, en parte alguna, la menor oposición, ni hemos tenido motivo para arrepentirnos de ella, aunque al aumentarse más tarde el número de batallones creyó el Ministerio de la Guerra que debían estudiarse nuevas divisiones, y las encomendó al Instituto Geográfico, que no respetó aquel principio, produciéndose entonces las perturbaciones de que se lamentaba, con tanta razón, un ministro posterior. Este es el punto principal de divergencia con el autor, que ha tratado, sin duda con el más plausible deseo, de corregir provisionalmente, al señalar las agrupaciones por zonas y las de circunscripciones, los errores más salientes de la división civil, cortando sin temor partidos ó provincias, hasta el punto de respetar solo, por razones especiales, la integridad de Asturias; en muchos casos lo ha conseguido, aunque en varios pudiéramos proponer, y otros lo harían sin duda con mayor acierto, distintas soluciones.

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Sujeta el autor su trabajo á la base, establecida por él mismo en otro folleto anterior, de que existan 108 batallones de infantería, además de 9 de cazadores, los de armas especiales y la caballería; pero, atendiendo solo á los primeros, halla que á cada una de las 108 zonas de reclutamiento corresponden 148.000 habitantes, bajo el supuesto de que la población de España, sin contar las islas adyacentes, á las que considera aparte, sea de 16.000.000; hoy podría contar por lo menos 17.000.000, porque á más de esa cifra llegan los habitantes peninsulares, según el censo de 1887, descontados los de Baleares, Canarias y posesiones del Norte de África. Probablemente se estará todavía más cerca de la verdad, contando con 18.000.000 de almas, por causa de las ocultaciones.

Admitiendo que el efectivo del ejército sea de 159.000 hombres, y solo 91.000 de ellos pertenezcan al arma de infantería, halla nuestro autor que, de los 148.000 habitantes determinados para cada una de las zonas, corresponden 84.000 para dicha arma, y que este es el mínimo de la población que deben tener. Á pesar de estas bases, y sin que el hecho tenga nada de extraño, resultan diferencias muy notables entre las zonas marcadas: todas las describe con minuciosidad, detallando los partidos judiciales que las forman, los ayuntamientos que se agregan de otros ó se quitan de los primeros, y señalando los pueblos que se unen ó pasan á provincias inmediatas. Algunas zonas quedan con una población cercana al límite inferior, como la de Vitoria , que solo tiene 88.500 habitantes; Ávila, 90.000; Tineo, 92.000; Ginzo de Limia, 93.000, y Cangas de Onís, 94.000 próximamente; al paso que otra, la de Zafra, reune casi 226.000, más de los que, en varios casos, conceptúa suficientes para constituir dos zonas unidas. No nos parece tampoco conveniente adoptar este último sistema, fuera de los casos en que es absolutamente indispensable, como sucede en Madrid y Barcelona, donde la sola capital alcanza mayor población de la necesaria para constituir más de una zona, y creemos que podrían haberse encontrado soluciones para modificar el establecimiento, que no juzgamos ventajoso, de las dos zonas que se proyectan para cada una de las ciudades de Orense, Santiago, Lugo, Santander, Palencia, Valladolid, Burgos, Pamplona, Gerona, Tarragona y Valencia.

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Se han hecho estas observaciones, no para señalar disentimientos con las ideas del autor en estos puntos, de interés bastante secundario, sino para demostrar que, dadas estas desigualdades, no había necesidad de añadir ó quitar á una zona partes de varios partidos y hasta pueblos aislados, y que lo ganado bajo el aspecto militar, en la mejora de los límites, las distancias y comunicaciones, no compensa, á nuestro juicio, el trastorno para la parte administrativa de mezclar porciones de diversos partidos y provincias.

Aunque partiendo de bases muy diferentes, las circunscripciones señaladas por el autor coinciden con las modestas ideas que había presentado el que suscribe, para tres de ellas: la Central ó de Madrid , la del Sur ó Andalucía y la de Levante ó Valencia; solo existen divergencias en los detalles, y aun pudiera decirse lo mismo de la cuarta, ó sea la del Noroeste, pues supone que acaso podría constituirse una sola con la que indica de este nombre y la del Duero ó Valladolid; únicamente hay verdadero disentimiento en que el autor prefiere conservar las capitales en Sevilla, Valencia y Valladolid, respetando más lo existente, en vez de situarlas en Córdoba, Albacete y León, que son los verdaderos centros de comunicaciones. Más radical es la diferencia que el Sr. D. Eusebio Jiménez Lluesma admite, atendiendo, sin duda, á razones poderosas, otras tres circunscripciones, las del Norte ó Vitoria, del Ebro ó Zaragoza, y de Cataluña ó Barcelona, donde el que firma solo cree necesaria una, la de Zaragoza, aunque cercena algo de la del Norte por el Oeste, para unirla á la que ha llamado del Noroeste, y admite también la necesaria subdivisión de la del Nordeste en tres secciones ó cuerpos de ejército, situando igualmente los dos laterales en Vitoria y Barcelona. Algo puede consolarse de esta discrepancia, en la que debe confesar se ha encontrado también con otros varios, entre los que se han ocupado de las divisiones militares, al ver que en el ilustrado trabajo que examina se admite el hecho, y hasta para el caso de las guerras civiles, de que un solo jefe pueda estar al frente de dos ó más circunscripciones, y esto, en realidad, es lo que se pensaba al crear solo la de Zaragoza; aquí es necesario reconcentrar los mayores elementos militares, sobre todo en el primer período de   —24→   una campaña, cuando se ignora cuál puede ser el punto de ataque por una extensa frontera, que presenta hoy dos puntos de invasión en sus extremos, y acaso no tardará en ofrecer otros dos hacia su centro, con los ferrocarriles de Canfranc y del Noguera Pallaresa, sin contar con algún otro que ya se proyecta. Es bien triste que no se haya comprendido el mejor medio de evitar estas brechas peligrosas para nuestra defensa, eligiendo el paso por el valle de Arán, que es nuestro y está en la vertiente septentrional del Pirineo, dado el caso de que se quisiera establecer una nueva línea para el comercio por el centro de la cordillera, lo que hoy tampoco puede considerarse como de un interés urgente: debíamos aprender de la parsimonia que gastan los franceses, hoy mucho más fuertes que nosotros, los cuales se han opuesto siempre á la línea por el valle de Arán, y estudian con el mayor detenimiento los trazados de los ferrocarriles y aun de las carreteras que han de cruzar la frontera común, antes de autorizar su construcción.

Mucho sacrifica el autor en su plan al deseo de formar brigadas y divisiones completas en cada circunscripción, alimentadas por seis y doce zonas respectivamente para igual número de batallones; así viene á reconocerlo el mismo al final de su libro, agregando un apéndice donde modifica algunas de las subdivisiones propuestas, mejorando, todavía más, por lo general, su sistema. Claro es que no estoy de acuerdo con algunas apreciaciones y con varios detalles de las divisiones que establece; como ejemplo diré: que no creo fundadas ciertas consideraciones acerca de la agregación de los partidos de Olot, Vich y Puigcerdá, y menos los de Gandesa y Tortosa al distrito de Valencia; encuentro, y como excepción, cierto exclusivismo en favor de Valladolid, llevado al extremo de aconsejar á sus habitantes que se opongan al desarrollo de las nuevas comunicaciones que enlacen en Medina del Campo; estas son exigidas por su situación y, no por capricho, ha sido siempre la última población un neutro comercial importante. Me parece que atribuye valor inmerecido á lo que llama «gran posición defensiva de Torozos», lo que sorprende tanto más, cuanto no puede suponerse, ni por un momento, que el autor haya incurrido en la gran equivocación de otros muchos que, al oirlos llamar Montes de Torozos, no han comprendido   —25→   que se trataba del sinónimo de Bosques; sabido es que la provincia de Valladolid, en que se encuentran esos esquilmados robledales, es la única de nuestra Península en que no hay verdaderas montañas. Encuentro también exageradas algunas de sus ideas contra las poblaciones carlistas, aunque hace observaciones atinadísimas para cortar y combatir sus funestos levantamientos. Pero si me atrevo á señalar estos, que apenas pueden llamarse defectos, y que cito más bien como diferencias respecto de mis propias apreciaciones, acaso equivocadas, no puedo menos de consignar gustosísimo las perfecciones que reune tan notable libro. No es posible señalarlas todas en un informe, que acaso peca ya de demasiado largo, por haberme detenido, con poco acierto, en comparar las soluciones propuestas con alguna propia: el gran número de ideas elevadas, de consejos prudentes y de planes felices, comprendidos en el trabajo que examino, necesitarían mayor espacio, y no menos el demostrar con citas su conocimiento del territorio, la perspicacia en apreciar sus condiciones defensivas, así como las del sistema de líneas de comunicación, al que da siempre la debida importancia, examinándolas bajo su aspecto militar: todo ello aparece como resultado de profundas meditaciones. El conjunto es un verdadero estudio topográfico del territorio, hecho con gran acierto, en el que se anotan además las diferencias de razas y carácter de los habitantes, atendiendo á ellas para las divisiones, y evitando mezclarlas en una misma zona de reclutamiento, excepto en casos muy contados, sin olvidar tampoco ninguna de las condiciones indispensables. En cuanto es posible, y dado lo árido del asunto, hay en el trabajo una gran amenidad, intercalando, con las más elevadas consideraciones estratégicas ó tácticas, los hechos históricos y hasta detalles literarios que hacen la lectura agradable é instructiva.

Sus atinadas y patrióticas observaciones acerca del carácter nacional; sus conclusiones sobre la necesidad de una organización militar análoga, en tiempo de paz, á la que ha de tener el país en la guerra, sin llevar este principio á la exageración; sus juicios sobre el error de haber abandonado las defensas de Lérida, campo de batalla casi obligado en el Este, como lo es Vitoria más al Oeste, con la circunstancia de ser ambas capitales puntos avanzados   —26→   para la defensa del Ebro; las consideraciones sobre la importancia de Alcañiz, que más de una vez se ha indicado como cabeza necesaria de una nueva provincia, lo mismo que las relativas al papel de Morella y su comarca, en las luchas exteriores ó interiores, y otros muchos puntos del escrito, merecen un estudio detenido. Muy acertada es la idea de que no se abandonen los dos núcleos defensivos de nuestra nación, en las zonas del Noroeste y del Mediodía; porque, aun estando fuera de las líneas probables de invasión y de operaciones, deben mirarse siempre como firmes reductos de nuestra última defensa. No es menos acertada la idea de que el ejército debe dedicarse, en tiempo de paz, á los trabajos que contribuyan al progreso del país, con lo cual no resultará tan oneroso y se haría más simpático, así como el consejo de que no se aparte la vista de las complicaciones que pueden venirnos á cada momento del Norte de África, teniendo siempre agrupadas, en las zonas inmediatas, las fuerzas y elementos necesarios, además de impulsar la construcción de los ferrocarriles que contribuyan á favorecer allí la concentración de toda clase de recursos.

El autor concluye muy oportunamente diciendo, que solo cuando la sociedad civil reconozca que, enalteciendo al ejército, se enaltece á la patria, podremos salir de la postración que nos consume y aspirar al logro de los ideales, por los que tanto suspiran los verdaderos españoles, y que resume en estas palabras: Gibraltar, Marruecos y Unión Ibero-americana, los cuales modificaría acaso el que suscribe diciendo: Unión peninsular y americana, Marruecos y Gibraltar.

En vista de todo lo expuesto, parece excusado manifestar que la obra, objeto de este informe, se considera muy digna de la protección del Gobierno de S. M., por reunir cuantas condiciones exigen las disposiciones vigentes, es decir, originalidad, mérito relevante y utilidad para las bibliotecas, debiendo recomendarse la adquisición del mayor número de ejemplares que sea posible. Esta Real Academia, con su mayor ilustración, acordará, sin embargo, lo más conveniente.





Madrid, 1.º de Marzo de 1890.



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