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Libro IV

Sumario

Progresos de las armas, miéntras el Velez asistia en Tortosa. Tómas de las villas y pasos de Xerta, Aldover y Tivenys. Primera forma del exército en campaña. Ganase el Perelló. Envestida y toma del Coll de Balaguer. Retírase el Conde de Zavallá. Sitio de Cambrils. Razon del caso de los rendidos. Muerte del Baron de Rocafort. Ocúpase el Campo de Tarragona. Asalto de Villaseca. Sitio del fuerte de Salou. Frente sobre Tarragona. Negociaciones con Espernan. Retirada del pendon y Conseller. Entrega de la ciudad. Suceso de Portugal. Alojamiento del exército.


1. Érales notoria á los Catalanes la órden Real, de que el Marques de los Velez se jurase en Tortosa de Virey del principado, y juzgando que con todas sus fuerzas é industria debian obstar la celebracion y justificacion de aquel acto, declarando su violencia. Juntáronse en consistorio la Diputacion, Concejo Sabio y conselleres, donde resolviéron que la ciudad de Tortosa y todos los pueblos que siguiesen su parecer, fuesen solemnemente segregados del principado y reputados como extraños y enemigos, privando á los moradores de sus privilegios y union de su república, inhabilitándolos para qualquier oficio de guerra ó paz. De esta suerte comenzáron á obrar, no tan solamente por castigo del apartamiento de Tortosa, sino tambien para que con esta prevencion se excusase el derecho que el Velez podia alegar en su juramento; como si las grandes contiendas de príncipes ó naciones pudiesen sujetarse á los términos legales, siendo cierto que los intereses del imperio pocas veces obedecen sino a otro mayor.

2. No olvidaban por estas diligencias políticas otras que mas prácticamente miraban á la defensa; ántes con prontitud, por atajar los progresos de los invasores, ordenáron que el Maestre de Campo D. Ramon de Guimerá con el tercio de Momblanc que gobernaba, fortificase la villa de Xerta y los pasos de Aldover junto al Ebro en el márgen opuesto á Tortosa, con que se quitaba á los Reales la comunicacion por agua y tierra con los lugares de Aragon: y de la misma suerte fué enviado D. Josef de Biure y Margarit con el tercio de Villafranca para guardar el paso de Tibisa, que era el segundo puerto despues del Coll de Balaguer, y que D. Juan Copons, caballero de San Juan, con el regimiento de la veguería de Tortosa guarneciese á Tivenys, lugar casi en frente de Xerta, del mismo lado de la ciudad y distante de ella dos leguas: que los tres se socorriesen en los casos de necesidad, á quienes habian de ayudar y seguir algunas compañias de los que llaman miquelets, á cargo de los Capitanes Cabáñas y Caséllas. Eran entre ellos los miquelets al principio de la guerra la gente de mayor confianza y valor; bien que sus compañias no parecian mas de una junta de hombres facinerosos, sin otra disciplina ó enseñanza militar, que la dureza alcanzada en los insultos, terribles por ellos á los ojos de los pacíficos: tomáron el nombre de miquelets en memoria de su antiguo Miquelot de Prats, compañero y cómplice del Duque de Valencia y sus hechos, hombre notable en aquellos tiempos de Alexandro Sexto y D. Fernando el Católico en la guerra de Nápoles. Ántes fueron llamados almogavares, que en antiguo lenguaje castellano (ó mezcla de Arábigo) dice gente del campo, hombres todos prácticos en montes y caminos, y que profesaban conocer por señales ciertas, aunque bárbaros, el rastro de personas y animales.

3. Parecióles á los Catalanes en medio de todos los movimientos referidos, que el mas cierto camino para asegurar la defensa de su república, era acudir á Dios, á cuyo desagravio ofrecian sus peligros; y bien que fuese piedad ó artificio (ó todo junto), ellos mostraban que en sus cosas la honra de Cristo tenia el primer lugar. Con esta voz se alentaban y prevenian á la venganza.

4. Son los Catalanes, aunque de ánimo recio, gente inclinada al culto divino, y señaladamente entre todas las naciones de España, reverentes al Santísimo Sacramento del Altar. Sentian con zelo cristiano sus ofensas: con este motivo, y tambien por hacer su causa mas agradable á la cristiandad, previniendo excusar el pregon de desleales, exgeraban su dolor en declamaciones y papeles. Pretendiéron hacerle mas solemne, y á este fin celebráron fiestas en todas las iglesias de su ciudad por desagravio y alabanza de Dios Sacramentado y ofendido: juzgáron por cosa muy á propósito dar á entender al mundo, que al mismo tiempo que las banderas del rey Católico y sus armas les intimaban guerra, se ocupaban ellos en alabar y reverenciar los misterios de nuestra fe, porque cotejándose entónces en el juicio público unas y otras ocupaciones, se conociese por la diferencia de los asuntos la mejora de las causas.

5. Proseguian en sus festividades quando el tiempo les traxo otra ocasion asaz útil á sus justificaciones. Llegó el dia de San Andres el treinta de Noviembre, en el qual por uso antiguo la ciudad de Barcelona muda y elige cada año los conselleres, de quienes se forma (como diximos) su gobierno político. Muchos eran de opinion se disimulase aquella vez la nueva eleccion, atento á los accidentes de la república, entre los quales (como en el cuerpo enfermo) parecia cosa peligrosa introducir mudanzas y nuevos remedios: añadian que se debia prorogar el año sucesivo á los mismos conselleres que acababan, de cuyos ánimos ya la patria habia hecho experiencia: que era un nuevo modo de tentacion á la fortuna (ó á la Providencia), estando sus negocios conformes y bien acomodados, desechar los instrumentos con que habian obrado felizmente, y buscar otros, de cuya bondad no tenian mas fiador que su confianza. Pero los mas eran de parecer, que en tiempo que tanto afectaban la entereza de sus estatutos y ordenanzas, por cuya libertad ofrecian la salud comun, no habian de ser ellos mismos los que comenzasen á interrumpir sus buenos usos: que entónces les quedaba justa defensa á los Castellanos, diciendo, que la misma necesidad que les obligaba á mudar la forma de su gobierno, los habia forzado á ellos á que se la alterasen: que los ánimos de los naturales eran así en el servicio de la patria, que no podria la suerte caer en ninguno que dexase de parecer el que espiraba: que los presentes estaban ya seguros; aunque no fuese tanto por su virtud, como por lo que habian obrado: que era necesario eslabonar otros en aquella cadena de la union por hacerla mas fuerte y dilatada: que los que nuevamente entran en el combate, sacan mayores alientos para emplear en la lid: que esos que seguian sus conveniencias, dependientes de las dignidades, por ventura afloxaban, ó con lo que ya poseian, ó por lo que no esperaban; como es cierto que al sol adoran mas hombres en el oriente que en el ocaso. Esta voz arrimándose al uso que en ellos se convierte en naturaleza, templó la consideracion de los primeros: celebróse en fin la ceremonia sin alterar su costumbre antigua.

6. Fueron nombrados en suerte por nuevos conselleres de Barcelona Juan Pedro Fontanella, Francisco Soler, Pedro Juan Rosel, Juan Francisco Ferrer, Pablo Salinas: el primero y tercero ciudadanos, el segundo caballero, el quarto mercader, y oficial el quinto: tambien en el Concejo de ciento se acomodáron algunos sugetos capaces segun las materias presentes, con que la ciudad quedó satisfecha y gozosa.

7. Hecha la eleccion, se vino á tocar una dificultad grande en que no habian reparado á los principios: era costumbre no introducirse los electos en el nuevo mando sin la aprobacion del rey: parecia cosa impracticable en medio de las discordias que se padecian, cumplir con aquella costumbre, en que se consideraba mucho mas de vanidad que de justificacion: todavia resolviéron en enviar despachando su correo á la corte, de la misma suerte que lo hacian en los años de quietud: de este modo daban á entender, que solo se desviaban de la voluntad de su rey en aquella parte tocante á la defensa natural, que hace lícito al esclavo detener el cuchillo con que el Señor pretende herirle; pero que en lo mas el rey Católico era su príncipe y ellos sus vasallos. Llegó el correo á Madrid, y su humillacion tan poco esperada de los Castellanos, no dexó de renovar algunas esperanzas de remedio: confirmóseles en todo su propuesta tambien en la forma antigua, y en pocos dias volvió á Barcelona respondido.

8. No dexaban los cabos catalanes, fortificados en los lugares vecinos á Tortosa, de molestar toda aquella tierra con correrias y asaltos, impidiendo particularmente la conduccion de víveres la ciudad, y el despacho de los correos que se encaminaban á diferentes partes de Aragon y Valencia; era esto lo que daba mas cuidado al Tejada que gobernaba la plaza. Llegó el Velez, y le propuso como se debia remediar aquel daño con prontitud, antes que el enemigo se engrosase: pareció conveniente á los Generales su advertimiento, y que el mismo Gobernador de la plaza se debia emplear en aquella primera faccion, por la ventaja que tenia en sus noticias, tambien por ser D. Fernando uno de los Maestres de Campo mas prácticos del exército: con esto se satisfizo á la pretension de D. Fernando de Ribera, que como dueño de las vanguardias entendia ser el que primero fuese empleado.

9. Salió el Tejada de Tortosa al anochecer con mil y quinientos infantes escogidos de su tercio y otros muchos aventureros ó voluntarios, y doscientos caballos, cuyos Capitanes eran D. Antonio Salgado y D. Francisco de Ibarra; pasó el puente del Ebro, y en buena ordenanza conducidos por el Sargento mayor de Tortosa Josef Cintis, de nacion Catalan, marcháron la vuelta de Xerta: movióse la gente con espacio midiendo el paso, el tiempo y el camino (primera observacion de los grandes soldados en las interpresas): llegáron los batidores á encontrarse con las centinelas del enemigo: tocóse al arma en el cuerpo de guardia vecino al lugar de Aldover, distante de Xerta media legua, y reconocido el poder de los Españoles, á quien hacia mas horrible su temor y la confusion de la roche, desamparáron unas y otras trincheras los Catalanes, subiéndose á la eminencia, que por parte de mano izquierda les cubre y ciñe la estrada. Eran baxas las fortificaciones en aquel paso, y sobre baxas mal defendidas: no hubo dificultad en ganárselas, saltolas sin trabajo la infantería, y con un poco mas la caballería: tocábanse vivamente alarmas por toda la montaña: D. Fernando juzgándo ser ya descubierto, mandó se marchase mas aceleradamente, por no dar lugar á que el enemigo se previniese ó se escapase: llegáron primero los Catalanes que se retiraban de los puestos que no habian defendido, y haciendo creer á los de Xerta; que todo el exército contrario les embestía por dar mejor disculpa á su miedo, acordáron do retirarse á gran priesa: hiciéron fuegos (señal constituida entre ellos para avisarse del peligro y ordinaria en las retiradas): pasáron el rio los mas en barcos, con que se hallaban temerosos de aquel suceso. Llegó el Tejada sobre la villa á tiempo que el Guimerá que la gobernaba, y casi todo el presidio se habia retirado á esotra parte: constaba su defensa de trincheras cortas é informes, de algunas zanjas y árboles cortados esparcidos por la campaña; todo cosa de mas confianza á los bisoños, que de embarazo á los soldados diestros. D. Fernando que ignoraba lo que los de adentro disponian, hizo tomar las avenidas, dobló allí su gente, dió órden de embestir á algunas mangas, abriólas á los lados, y metió la caballería en medio por atropellar la puerta, si acaso la abriesen para alguna salida: embistió el lugar nunca murado, y entónces sin presidio: gánole como le quiso ganar: pereciéron muchos de los que su olvido ó su valor habia dexado dentro: retiráronse algunos moradores á la iglesia, y fueron guardados en ella salvas las vidas: robóse la hacienda sin reparar en lo sagrado, porque la furia de los soldados no obedeció á la religion en la codicia, como ya en la ira le habia obedecido; parece que aun estotro es mas poderoso afecto en los hombres. Ardió brevemente gran parte de la villa: fué considerable el despojo. Era Xerta lugar rico, y sobre todos los de aquella ribera ameno y deleytable, bañado de las aguas de Ebro. Parecióle á D. Fernando pasar adelante, dexándole guarnecido, por ver si acaso topaba al enemigo en la campaña; pero los soldados mas atentos á la pecorea que al son de las caxas y trompetas, siguiéron pocos, y en desórden: baxáron algunos Catalanes á la orilla opuesta, y desde las matas con que se cubrian, daban cargas con pequeño daño de los que las recibian. Volviáse á Xerta D. Fernando, donde halló ya quinientos Walones que se le enviaban de socorro, y habian de quedar de guarnicion: acomodólos, y sin esperar órden del Velez, tocó á recoger, y encaminó su marcha hácia Tortosa.

10. Era grande el enojo con que los Catalanes miraban arder su pueblo: deseaban vengarse, y notando que la gente se habia retirado, quisiéron que el Guimerá pasase otra vez sobre Xerta; no le pareció conveniente sin otra prevencion, y era sin duda que la hubieran perdido y cobrado (si pasasen) en el mismo dia. Ordenó á D. Ramon de Aguaviva, que con cien hombres de los miquelets atravesase la ribera y descubriese al enemigo, reconociendo el modo de guarnicion y fuerza del lugar: executólo con valor y tan buen órden, que el capitan y los suyos se entráron en la villa por varias puertas que salian á la campaña, sin que fuese sentido de los Walones, que ocupados todos en la rebusca de los despojos, no advertian su peligro. Ocupáron los miquelets algunas casas, desde donde cargando súbitamente sobre los del presidio, matáron muchos: fué grande el espanto, y algunos se persuadian que era traicion ó motin. tocáron al arma con notable estruendo: volvió á socorrerlos el Tejada que iba marchando: saliéron los Walones inadvertidamente á la campaña, donde ya se hallaban muchos de los Catalanes que se retiraban, inferiores en número, aunque iguales en desórden. Entró en esto la caballería, y revolviéndose entre ellos con velocidad, jamas los dexó formar: embistiéronse los infantes unos á otros con asaz valor: murió D. Ramon de Aguaviva, pasado de dos balazos, caballero ilustre Catalan, y el primero que con su sangre compró la defensa y libertad de la patria. Los otros puestos en huida, pocos alcanzáron el rio, casi todos fueron muertos, y algunos cayeron en prision.

11. Á los clamores de Xerta acudió la mayor parte de los soldados vecinos del cargo de Margarit; pero en tiempo que no podian servir á la venganza ni al remedio: los moradores de aquella. tierra, oprimidos de la impaciencia ordinaria, en que son iguales quantos ven perder sus bienes sin poder remediarlo, soltáron muchas razones contra los cabos catalanes: este escándalo y el temor de la causa de él, los puso en cuidado de que podrian ser acometidos en sus mismas defensas: acudiéron luego á engrosar la guarnicion de Tivenys hasta dos mil hombres: sus mismas prevenciones servian de aviso á los cabos Católicos, considerando tambien que los Provinciales determinaban rehacerse, para que saliendo el exército de Tortosa, cargasen sobre ella y ofendiesen su retaguardia. Dispúsose prontamente el remedio, y se ordenó que el Maestre de Campo D. Diego Guardióla, teniente Coronel del Gran Prior de Castilla con su regimiento de la Mancha y algunas compañías de gente vieja y dos de caballos, sus Capitanes Blas de Piaza y D. Ramon de Campo, obrase aquella interpresa. Executóse, mas no con tanto secreto que los Catalanes no recibiesen aviso de algun confidente: parecióles dexar el lugar de poca importancia, y por su sitio irreparable contra la fuerza que esperaban retiráronse á Tibisa un dia ántes de acometerle el Guardióla; pero él creyendo lo mismo para que fuera mandado, aunque no le faltaban algunas señales por donde podia entenderse la retirada, repartió su gente en dos trozos; eran dos los caminos de Tivenys, y aun por junto al rio mandó algunos caballos: tomó con su persona el camino real, formó su esquadron ántes de llegar á la villa, hasta que D. Cárlos Buil, su Sargento mayor que gobernaba el segundo esquadron, se asomó por unas colinas eminentes al lugar. Hizo señal de embestir, acometió, y ganó las trincheras desiertas, y D. Cárlos baxando por la cuesta, peleaba con la misma furia y estruendo, como si verdaderamente el lugar se defendiese; no habia otra resistencia que su propio antojo, porque no creyendo ó no esperando la retirada del enemigo, temian de la misma facilidad con que iban venciendo. Ocupóse la villa, y se dexó de allí á pocos dias.

12. Entre tanto el Velez trabajaba grandemente por introducir en el principado la noticia de un edicto Real, que le fuera enviado impreso desde la corte, solo á fin de hacerle público, contra la industria de los que mandaban en Cataluña, por donde la gente plebeya entrase en esperanzas del perdon y en temor del castigo.

13. Contenia, que el rey Católico habiendo entendido que los pueblos del principado engañados y persuadidos de hombres inquietos, se habian congregado en deservicio de su Magestad, por lo qual en Cataluña se experimentaban muchos daños costosos á la república, y que deseando como padre el buen efecto de la concordia, y certificado de la violencia con que habian sido llevados á aquel fin, queria dar castigo á los sediciosos, y á los mas vasallos conservarlos en paz y justicia: que les ordenaba y mandaba, que siéndoles notorio aquel bando, se apartasen y segregasen luego, reduciéndose cada uno á su casa ó lugar, sin que obedeciesen mas en aquella parte, ni en otra tocante á su union, á los magistrados, conselleres ó diputacion, ó á otra alguna persona, á cuyo respeto pensasen estar obligados: que no acudiesen á sus mandados ó llamamientos, que de la misma suerte no pagasen imposicion ó derecho alguno antiguo ni moderno, de que su Magestad les habia por relevados: que realmente perdonaba todo delito ó movimiento pasado: que prometia debaxo de su palabra satisfacerlos de qualquier persona, de que tuviesen justa queja pública ó particular. Y que haciendo lo contrario, siéndoles notoria su voluntad y clemencia, luego los declaraba por traydores y rebeldes, dignos de su indignacion, y condenados á muerte corporal, confiscacion de sus bienes, desolacion de sus pueblos, sin otra forma ni recurso, mas que el arbitrio de sus Generales, y les intimaba guerra de fuego y sangre como contra gente enemiga.

14. Este bando, introducido con industria en algunos lugares, no dexó de causar gran confusion, y mas en aquellos, que solo amaban su conservacion sin otro respeto, y creian que el seguir á sus naturales era el mejor medio para vivir seguros. Algunos lugares vecinos á Tortosa, que miraban las armas mas de cerca, temiéron ser primeros en los peligros: la villa de Orta y otros enviáron á dar su obediencia al Velez, pidiéndole el perdon y excusándose de las culpas pasadas. Pudiera ser mayor el efecto de esta negociacion, si los Catalanes con vivísimo cuidado no se previnieran de tal suerte, que totalmente se ahogó aquella voz del perdon que los Españoles esparcian, porque no tocase los oidos de la gente popular inclinada á novedades, y sobretodo á las que se encaminan al reposo. Consiguiéronlo felizmente, porque exminados despues muchos de los rendidos, certificaban no haber jamas entendido tal perdon; ántes todos señales y exemplos de impiedad y venganza.

15. Ellos tambien, no despreciando la astucia de los papeles que algunas veces suele ser provechosa, hiciéron publicar otro bando, escrito en el exército Católico, en que prometian que todo soldado que quisiese pasar á recibir servicio del PrincipadoQuiñónes(no siendo Castellano) seria bien recibido y pagado ventajosamente; y que a los extrangeros que deseasen libertad y paso para sus provincias, se les daria debaxo de la fe natural con la comodidad posible; cosa que en alguna manera fué dañosa, y lo pudiera ser mucho mas, si (como sucede en otros exércitos) el Real constase de mayor número de naciones extrañas.

16. Despues de esto se despacháron órdenes á todos les lugares de la ribera del Ebro, porque estuviesen cuidadosos de acudir á defender los pasos donde podian ser acometidos; pero la gente vulgar bárbaramente confiada en la noticia de aquel exército Real, era corto para grandes empresas, despreciaban ó mostraban despreciar sus avisos, lisonjeados de su pereza aun mas que engañados de su ignorancia.

17. Entendia el Velez entre tanto en acomodar las cosas de la proveeduria del exército: dábanle á entender hombres prácticos, que aun despues de ganado el Coll de Balaguer, les habia de ser casi imposible la comunicacion de Tortosa, porque no se podrian aprovechar del manejo de los víveres sin gruesos convoyes, ó guardias de gente, porque los Catalanes acostumbrados, aun en la paz á aquel modo de guerra, no dexarian de usarla en gran daño de las provisiones. Habíase encargado el oficio de Proveedor general á Gerónimo de Ambes, hombre inteligente en varios negocios de Aragon; pero como hasta entónces estuviese ignorante de la naturaleza de los exércitos que no habia tratado, no sabia determinarse en hacer las larguísimas prevenciones de que ellos necesitan, que todas penden de la providencia de uno ó de pocos oficiales. No se puede llamar práctico en una materia aquel que solo la ha tratado en los libros ó en los discursos: allí no se encuentran con los accidentes contrarios, que á veces mudan la naturaleza á los negocios: una cosa es leer la guerra, otra mandarla: ningun juicio la comprehendió aun dentro en las experiencias, quanto mas sin ellas: tampoco guardan entre sí, regulada proporcion, las cosas grandes con las pequeñas: el que es bueno para capitan, ni siempre sale bueno para gobernador: como el patron de una chalupa no seria acomodado piloto de una nave; trabajosa ciencia aquella que se ha de adquirir á costa de las pérdidas de la república.

18. Habíase ofrecido D. Pedro de Santa Cilia para que con los bergantines de Mallorca, que gobernaba pocos ménos de veinte, diese el avio necesario al exército, pensando poderle ministrar los bastimentos desde Vinaroz y los Alfaques, principalmente el grano para sustento de la caballería.; pero en esto se consideraban mayores dificultades por la natural contingencia de la navegacion, y mas propiamente en aquel tiempo, en que de ordinario cursan los levantes del todo contrarios para pasar de Valencia á Cataluña: despues lo conociéron quando no podian remediarlo.

19. Faltaba solo para salir á campaña la última muestra general, y se habian convocado los tercios á este fin: desde los quarteles donde se alojaban, fueron traidos á la campaña de Tortosa, donde con trabajo grande se acomodáron, miéntras se pasaba la muestra: pasóse, y se halláron veinte y tres mil infantes de servicio, tres mil y cien caballos, veinte y quatro piezas, ochocientos carros del tren, dos mil mulas que los tiraban, doscientos y cincuenta, oficiales pertenecientes al uso de la artillería.

20. La infantería constaba de nueve regimientos bisoños, encargados á los mayores señores de Castilla, quatro tercios mas de gente quintada, uno de Portugueses, otro de Irlandeses, otro de Walones, el regimiento de la guardia del Rey, el tercio que llamaban de Castilla, el de la provincia de Guipuzcoa, y el de los presidios de Portugal, con algunas compañías italianas en corto número. La caballería se repartia en dos partes, la de las órdenes militares de España (excepto las Portuguesas), todas hacian un cuerpo que gobernaba el Quiñones, su Comisario general D. Rodrigo de Herrera, en número de mil y doscientos caballos, con oficios á parte, todos caballeros de diferentes órdenes. En las elecciones de capitanes no entró todo aquel respeto, que parece se debia á cosa tan grande: eran mozos algunos, y otros inferiores á la grandeza del puesto; bien que algunos suficientes. Concurrian tambien con la caballería los estandartes de sus órdenes y llevados, no por los Clavarios á quienes tocaban, sino por caballeros particulares: D. Juan Pardo de Figueroa ful encargado del de Santiago; los dos no advertimos: despues por consideraciones justas se dexáron venerablemente depositadas aquellas insignias en un convento de San Bernardo en Valencia, y los tres caballeros seguian la persona de su Gobernador.

21. La otra caballería mandaba el San Jorge y Filangieri; asistíale Juan de Terrasa, el año ántes su Comisario general, que entónces se hallaba sin exercicio.

22. La Veeduria general del exército ocupaba D. Juan de Benavides la Contaduria Martin de Velasco: la Pagaduria D. Antonio Ortiz; y por Tesorero general Pedro de Leon, secretario del rey, en cuya mano se entregaba todo el dinero del exército, y allí se separaba y salia dividido para los diferentes oficiales del sueldo que concurrian.

23. Pareció que con esto se hallaban vencidas las dificultades de aquella gran negociacion; bien que la mas poderosa se reconocia invencible: era la sazon del tiempo irrevocablemente desacomodada á la guerra que determinaban comenzar; pero fiando en la benignidad del clima español, ó (lo que es mas cierto) pensando que su poder no hallaria resistencia, temian poco la campaña y rigores del invierno, porque esperaban hallar agasajo en los pueblos, y que la descomodidad no duraria mas que lo que el exército tardase en llegar á Barcelona.

24. Dispuesta ya la salida del exército, llegó aviso de como el enemigo, previniendo sus intentos, habia zanjado algunos pasos angostos en el camino real del Coll, á fin de impedir el tránsito de la artillería y bagages: ordenó el Velez que Felipe Vandestraten, Sargento mayor de Walones, uno de los soldados de mas opinion del exército, y Clemente Soriano, Español, en puesto y reputacion nada inferior al primero, con doscientos gastadores, trescientos infantes y cincuenta caballos saliesen á reconocer los pasos, acomodar las cortaduras y desviar los árboles, porque la caballería y tren no hallasen embarazo.

25. Saliéron y executáron cumplidamente su órden: baxáron á impedirselo algunas pequeñas tropas de gente suelta, que el enemigo traia esparcida por la montaña: fueron poco considerables las escaramuzas: acabáron su obra, y se volviéron dando razon y fin de lo que se les habia encargado.

26. Entendióse con su venida como en el Perelló, lugar pequeño, mas cerrado, puesto en la mitad del camino, se alojaban con alguna fuerza los Catalanes, que no debia ser poca, pues ellos mostraban querer aguardar allí al primer ímpetu del exército. Con esta noticia fué segunda vez enviado el Vandestraten con mayor poder de infantería y caballería, para que ganase los puestos convenientes al paso del exército, que habia de mantener hasta su llegada; y si la ocasion fuese tal, que sin perder su primer intento, pudiese inquietar al enemigo, lo procurase: que el exército seguia su marcha, y le podia esperar consígo dentro de dos dias.

27. Vandestraten tomó su primer camino, y topando algunas tropas de caballos catalanes, los rebatió sin daño: eligió los puestos, y ocupó una eminencia superior al lugar y estrada que baxa á Tortosa: mandó que algunos caballos é infantes se adelantasen á ganar otra colina, que aunque desviada, divisaba toda la campaña hasta el pie del Coll, por donde era fuerza pasasen descubiertos los socorros á Perelló; en fin disponiéndolo todo como práctico, avisó al Velez de lo que habia obrado.

28. Los Catalanes viendo ya las armas del rey señoreando sus tierras, puestas como padrones (que denotaban su posesion) en los lugares altos, entráron en nuevo furor: despachaban correos á Barcelona, desde donde salian órdenes, avisos y prevenciones á toda la provincia: no se descuidaba el Vandestraten de inquietarlos, sólo á fin de saber que fuerza tenian; pero ellos cuerdamente se retiraban, tanto á su noticia, como á su daño. Algunos caballos catalanes de los que salian á la ronda, embistiéron el cuerpo de guardia puesto en la colina: fué socorrido de los Españoles, y no se aventuráron otra vez temerosos de su fuerza.

29. La guarnicion del Perelló constaba de alguna gente colecticia de los lugares comarcanos sin cabo de suficiencia, y ellos sin otra disciplina que su obstinacion, mas firme en unos que en otros: parte de ellos esperando por instantes ser acometidos, se escapáron valiéndose de la noche: á estos siguiéron otros; todavia quedáron pocos, á quienes sin falta detuvo, ó el temor, ó ignorancia de la salida de los suyos.

30. Era el aviso del Vandestraten el último negocio que se esperaba para la salida del exército: recibióle el Velez con satisfaccion, y señalóle el dia viernes siete de Diciembre del año mil seiscientos y quarenta; dia que por notable en el tiempo, debe ser nombrado en todos siglos (cuya recordacion será siempre lastimosa á los descendientes de Felipe) y año memorable de su imperio, vaticinado de los pasados, temido de los presentes, fatal el año, fatal el mes, y la semana. El sábado primero de Diciembre perdió la corona de España el reyno de Portugal, como dirémos adelante: el viernes siete de Diciembre perdió el principado de Cataluña, porque desde aquella hora que se usó del poder por instrumento de la justificacion, se puso la justicia en manos de la fuerza, y quedó la sentencia á solo el derecho de la fortuna. Notable exemplar á los reyes, para poder templarse en sus afectos. Perdió D. Felipe el Quarto ántes de guerra ó batalla dos reynos en una semana.

31. Habíase pensado sobre si podria ser conveniente, que desde Tortosa se repartiese el exército en dos partes, llevando la una el camino del Coll, y la otra el de Tibisa, porque la marcha se hiciese mas breve; pero cesó luego esta plática; entendiéndose que el enemigo estaba ventajosamente fortificado en el paso del Coll, y era mas seguro embestirle con todo el grueso del exército: de esta suerte ajustándose en que la marcha siguiese el camino real de Barcelona, y recibiendo todos las órdenes del Maestre de Campo general, segun lo que cada uno habia de seguir. Amaneció el viernes, dia señado, lluvioso y melancólico, como haciendo proporcion con aquel fin á que servia de principio.

32. Comenzó á revolverse el exército al eco de un clarin (que fué la señal propuesta): movióse, y marcháron en esta manera: era el primero el Duque de San Jorge, á quien tocó la vanguardia aquel dia: llevaba delante, como es uso sus tropas pequeñas, y estas sus batidores: constaba su batallon de quinientos caballos, que se doblaban ó desfilaban segun se les ofrecia el camino: á poco trecho de esta caballería siguió el regimiento de la Guardia, su teniente Coronel D. Fernando Ribera: á este el regimiento propio del Marques de los Velez, su teniente Coronel D. Gonzalo Fajardo (ahora Conde de Castro): despues el Maestre de Campo Martin de los Árcos, tras quien marchaba el regimiento del Conde de Oropesa, su teniente Coronel D. Bernabé de Salazar: al Salazar seguian dos tercios que olvidamos, (cuentése entre los mas defectos de esta historia); y de retaguardia el tercio de Irlandeses, su Maestre de Campo el Conde de Tiron: de estos se formaba la vanguardia del exército, que propiamente gobernaba el Torrecusa.

33. Seguia poco despues, aunque en partes distintas, el segundo trozo llamado, Batalla en estilo militar era de la Batalla el primer tercio el de Pedro de le Saca: al de la Saca, seguia el regimiento del Duque de Medinaceli, su teniente Coronel D. Martin de Azlor, y á este el del Duque de Infantado, su teniente Coronel D. Íñigo de Mendoza: á D. Íñigo seguia el regimiento del Gran Prior de Castilla, su teniente Coronel D. Diego Guardióla: tras de este el Marques de Morata, su teniente Coronel D. Luis Gerónimo de Contréras: despues del de Morata el del Duque de Pastrana, su teniente Coronel D. Pedro de Cañaveral, á quien seguian los Maestres de Campo D. Alonso de Calatayud y D. Diego de Toledo, que llevaba la retaguardia de la Batalla: gobernábala por su persona el Velez, y marchaba entre ella segun la parte conveniente, con cien caballos continuos de la guarda de su persona, á cargo de D. Alonso Gaytan, Capitan de lanzas españolas.

34. El costado derecho de la Batalla guarnecia D. Álbaro de Quiñones con hasta seiscientos caballos de las órdenes, puestos tambien en aquella forma que el terreno les permitia: el siniestro con otros tantos cubria el Comisario general de la caballería ligera Filangieri.

35. Seguia la retaguardia á la Batalla en la propia distancia, que esta seguia á la vanguardia: en primer lugar marchaba el tercio de los presidios de Portugal, su Maestre de Campo D. Tomas Mesia de Acevedo: seguíale el de D. Fernando de Tejada, luego empezaba la artillería en este órden: de vanguardia los mansfelts y algunas otras piezas pequeñas de campaña: á estos seguian los quartos, á los quartos los medios cañones, en medio los morteros: de esta suerte se deshacia hácia la retaguardia, acabándose otra vez en los mansfelts. Tras de la artillería los carromatos, y tras ellos las municiones, segun el uso de ellas. Lo último era el hospital y bagages de particulares. Las compañías sueltas de Italianos guarnecian los costados del tren, luego el tercio de Walones, su Maestre de Campo el de Isinguien, y de retaguardia el de Portugueses, su Maestre de Campo D. Simon Mascareñas.

36. Á los Portugueses seguian otros quinientos caballos de las Órdenes, mandados por D. Rodrigo de Herrera su Comisario general, y á los lados de la artillería marchaban algunas compañias de caballos, que le servian de batidores á una y otra parte.

37. Y aunque el estilo comun de los exércitos de España hace, que con todos se reparta igualmente del honor y del peligro, pasando les de adelante atras, y estos al lugar de aquellos, todavia fué forzoso alterar este uso con atencion á la angostura de los caminos y copia del exército, porque se juzgaba impracticable, y lo era, que aquel tercio que un dia llegase postrero, se adelantase á todos para marchar al siguiente de vanguardia. Así por obviar este daño, fué determinado que los tercios se remudasen y sucediesen unos á otros (conforme aquel estilo) en sus mismos trozos, hasta que haciendo frente de banderas, se alterase la forma de la marcha, y que de esta suerte se podia repartir con todos de la confianza y del reposo; solo el regimiento de la Guardia no se mudaba con ninguno.

38. Así salió el exército de Tortosa, y no solo podemos contar por infeliz agüero la terribilidad del dia (como algunos observáron entónces), sino tambien el haberse dispuesto las cosas en tal forma, que el Velez dueño de la accion, saliendo de noche á la campaña, fué tan grande la confusion y obscuridad, que sin advertir en los fuegos del exército ni el camino anchísimo, le erráron las guias, y se perdió el Marques con los que le seguian, ántes de llegar á su quartel, que alcanzó tarde y trabajosamente: á veces con estas señales, nos suele avisar la Providencia, porque nos desviemos del daño.

39. Marchóse orillas del Ebro por gozar de sus aguas y de la leña que ofrecia el bosque vecino: hizo alto la vanguardia en un llano dos leguas de Tortosa, y aun habiéndose apartado tanto, no pudo la retaguardia seguirle aquel dia: se alojó fuera de la muralla, y comenzó su marcha la otra mañana.

40. Pretendia el Velez alojar del segundo tránsito en Perelló, dos leguas distante de su primer quartel: madrugó el Ribera prevenido de artillería é instrumentos, llegó presto, y en sus espaldas los tercios de la vanguardia: salió el Vandestraten á recibirle con las noticias de lo que era el lugar, tardó poco el Torrecusa, y reconociendo la campaña, mandó que la caballería ocupase el puesto que para sí habia elegido el Vandestraten, y con la infantería que llegaba, fué ciñiendo la villa por todas partes, alojando los primeros tercios por esotra que miraba al pais enemigo.

41. Era el Perelló pequeño pueblo; pero murado, segun el antiguo uso de España: tenia dos puertas, y esas guardadas de torres que las cubrian á caballero. Defendióse, llegó la artillería, y fué batido por casi un dia entero, y resistiera otros, si uno de los de adentro temeroso por la vista de todo el exército que se hallaba ya junto, no se determinara á rendirse. Hizo llamada secretamente sin dar parte á los suyos: negoció la vida, y dió una puerta: fué entrado el lugar, y se halláron solamente trece hombres; cosa digna de saberse, si es cierto que la ignorancia no se llevó la mayor parte de aquel hecho. Llegó el Velez, y el lugar fué repartido á los que le seguian, mas como quartel, que como despojo: el exército alojó en campaña en torno de él; y aunque con gruesos cuerpos de guardia se estorbó la entrada á la multitud de la gente, ni por eso dexáron de pegarle fuego: ardiéron muchas casas con tal violencia, que los cabos saliéron arrojados de las llamas: todavía, por ser la villa cercada y en paso importante pareció se debia guardar, y se dexó guarnecida de doscientos infantes y cincuenta caballos, á cargo de D. Pedro de la Barreda, Capitan en el tercio de los presidios de Portugal.

42. Dispúsose la marcha en demanda del Coll, que era lo que por entónces daba mayor cuidado. Las guias y gente del campo exgeraban el sitio de áspero y la fortificacion de invencible: en la aspereza decian ménos, en la defensa mas; pero lo que causaba mayor duda, era saberse que en todo el camino desde Perelló al Coll no se hallarian otras aguas que las de unas lagunas ó charcos (encenagados y casi enxutos) que los Catalanes sin trabajo podian sangrar ó cegar con lo qual se hacia consumadamente estéril el camino. No temian sin razon los Españoles; pero temian inútilmente, porque ya en aquel tiempo el exército no podia volver atras, ni el remedio estaba en manos del rezelo sino de la industria.

43. Á este fin de imposibilitar el campo Católico intentáron los Catalanes su ruina por otro mas extraño medio, como pareció despues en cartas del Conde de Zavallá, Gobernador de las armas de aquella frontera: escribíalas á Metrola que mandaba en el Coll, y le ordenaba envenenase las aguas de aquellos cenagales con ciertos polvos: enviábale al artifice y artificio, especificándole el modo de usarle con toda cautela y secreto. No me atreviera á escribir una resolucion tan rara en el mundo, de que se hallan pocos ó ningun exemplo en las historias, ni hiciera memoria de esta escandalosa novedad, si con mis ojos no hubiera visto y leido los papeles, que hablaban del caso repetidamente. César sobre los campos de Lérida embargó el agua en la guerra contra Afranio y Petreo, detúvola y se la defendió; pero conservóla sana: venciólos con el arte y lícita industria; parece que ignoraban los antiguos otro modo de matar hombres, sino á yerro: nosotros ahora mas peritos en la malicia fuimos á revolver la naturaleza, haciendo practicables la pestífera calidad de algunas cosas que la Providencia recató de nosotros, escondiéndolas en las entrañas de la tierra. Todavía no quiso Dios que este mandamiento se cumpliese, retardando su execucion por sus secretos juicios, ó porque prevenia á aquellas armas otro mas notorio castigo.

44. Llegó el exército á la campaña de las lagunas, y la gente fatigada de la sequedad del camino bebia con ansia y rezelo, porque temian lo que despues vino á certificarse; pero desengañados unos con el atrevimiento de otros, perdiéron el temor en que se hallaban, y los soldados saliéron de la afliccion causada de la sed.

45. Dispusiéron entónces la frente contra el Coll, repartiendo sus quarteles con respecto á las avenidas poco mas de una legua distantes de las fortificaciones contrarias, y porque los cabos no tenian otro conocimiento del pais mas de aquella incierta noticia que ministraban los naturales temerosos é ignorantes. Pareció mandar reconocer la campaña sin empeño de las mayores personas: salió á reconocerle D. Diego de Bustillos, teniente de Maestre de Campo general, y en su guarda una compañía de caballos y algunos voluntarios. Á poco mas de media legua tuviéron vista de los batidores del enemigo que discurrian por la campaña á la misma diligencia. Mandó D. Diego se adelantasen los aventureros, hiciéronlo; pero esperando los batidores, diéron la carga, y sin recibirla, se retiráron dexando muerto de los Reales á Josef de Agramonte, soldado particular: fué el primero que dió la vida por su rey en aquella guerra, no será justo dexar su nombre en olvido.

46. Baxa desde el pie del Coll hácia la marina un valle ancho, que quanto se acerca á la mar, se allana y dilata, donde los antiguos fabricáron algunas torres para guarda de la costa y reparo de los ancones, que allí forma la tierra: entendíase por las espías, que los Catalanes habian guarnecido las atalayas con intencion de mantenerlas para todo suceso. Juzgábase en ello por informacion de los naturales, y se creia mucho mas de lo que debia temerse: con esta noticia, en habiéndose aquartelado el campo, mandó el Torrecusa adelantar quatrocientos infantes con órden de que ganasen ó quemasen las torres, y que despues se incorporasen con el exército.

47. Llaman los Catalanes Coll á todas aquellas eminencias que los Castellanos llaman collado con alguna semejanza de los Latinos; es célebre entre los mas de la provincia este llamado Coll de Balaguer, ó porque le atraviesa el camino que baxa desde Balaguer, ó porque se deduce de unas montañas junto á aquella ciudad, y desde allí corriendo hácia el Ginestar y otros pueblos fronteros á Ebro contra el mediodia, viene á caerse en la mar por esotra parte de Tortosa. Es la tierra áspera y llena de piedras, partida de algunos valles profundos á un lado y otro del camino, que quebrando en muchas partes, se halla siempre difícil al paso de los caminantes: corre por la cima de un monte, á quien otro repecho, que queda á la parte de levante, sirve de caballero: divídele un precipicio de otra montañuela no superior, que se va levantando hacia el poniente. Habemos anticipado su descripcion, porque se entiendan mejor las disposiciones, las defensas y los acometimientos.

48. Llegó el San Jorge y su caballería, y poco despues el Torrecusa y la vanguardia: paróse en descubriendo el Coll por reconocer su fuerza y aquel terreno que no habia visto jamas; es observacion precisa de capitan prudente el descubrir y entender la tierra en que se ha de campear, á que los prácticos llaman Ojo de la campaña, y se cuenta como virtud particular en algunos hombres.

49. Los Catalanes buscaban su defensa como les era posible, mas no por aquellos caminos que descubrió el arte: habíanse prevenido de grandes cavas, que de alguna manera ayudasen su fortificacion, muchos árboles cortados y acomodados en los pasos angostos: era su mayor fuerza la de una trinchera de piedra y alguna fagina en forma quadrada á semejanza de fuerte; pero sin ningun artificio capaz de dos mil infantes, con que la tenian guarnecida. En la eminencia superior, algo á la trinchera y mucho el camino del mismo costado diestro, temian una plataforma con dos quartos de cañon, que descortinaba como traves la ladera: en la cumbre opuesta á la mayor fortificacion, fabricáron un reducto, que no se daba la mano con las mas defensas por estorbárselo el valle que divide ambos montes; tambien en él tenian alguna parte de su infantería. Sus quarteles estaban puestos en la tierra que va cayéndose hácia el campo de Tarragona; de tal suerte, que desde el pie del Coll no podian ser vistos ni ofendidos: eran capaces de mucho mayor número de gente, y sin duda, si los Catalanes se fortificaran así como habian sabido elegir los puestos de la fortificacion, fuera cosa asaz dificultosa poder ganarles el paso sin gran pérdida ó detencion.

50. No tardó el Maestre de Campo general en haberlo reconocido todo, haciendo lo mas por su propia persona, y habiéndolo considerado como convenia, juzgando que allí el terror acabaria mas que la fuerza, pues peleaban con gente bisoña, mandó adelantar las dos piezas que llevaba y ordenando se formasen los esquadrones á la raiz del monte, ordenó que el tercio de Martin de los Árcos y el regimiento del Velez marchasen abriendo camino, todo lo que se pudiese junto al agua, porque ciñiesen por aquella parte el Coll, que (como dixímos) se humilla en el mar, y prosiguiesen su camino hasta no poder pasar adelante, ó desembocar al campo de Tarragona. Entendia que solo aquella retirada le podia quedar libre al enemigo, si quisiese embarazarse en la defensa: luego mando á D. Fernando de Ribera, que con trescientos mosqueteros en tres mangas subiese á paso vagaroso por el camino ordinario, y que en habiéndose mejorado, jugase la artillería (que por su calidad y distancia no podia ser de algun efecto), y que todos los esquadrones se pusiesen en órden de marchar y acometer á la primer seña.

51. Pensaban los Catalanes con poca noticia de la guerra, que su multitud, su reparo y aspereza del lugar los hacia inexpugnables: parecíales cortísimo el exército, de que hasta entónces no habian visto sino la menor parte: creció su confianza, notando el pequeño número de los esquadrones Reales: saliéron algunos desde las trincheras mostrando despreciar su fuerza; sin embargo marchaba D. Fernando, y se movian algo los que subian. Á este punto comenzó á disparar la artillería del Torrecusa sin ningun peligro pero con grande espanto de los contrarios: quisiéron valerse de sus cañones; mas estaban los Españoles muy al pie del monte, y no hacian puntería, ni podian ofenderles sus balas, ménos á las mangas que ya atacaban la escaramuza, porque se hallaban mas cerca que los esquadrones. Diéronse algunas rociadas unos á otros; pero los Castellanos soldados de experiencia subian no obstante la defensa del enemigo y algunas muertes de los suyos. Dió la segunda y tercera carga la artillería española, quando despues de media hora de escaramuzas poco importantes, adelantandose ya algunos pasos todo el cuerpo de la vanguardia, los Catalanes desampararon las fortificaciones de una y otra parte dexando todos las armas y muchos las vidas: avanzó el San Jorge lo posible con sus caballos, porque la infantería fatigada de la cuesta y manejo de las armas no podia aprovecharse de la fuga del enemigo para en mas de ocupar los puestos, así como ellos los iban dexando: otros atendian con mayor prontitud al despojo de los alojamientos en extremo regalados y llenos de toda vitualla.

52. Habia el Conde de Zavallá recibido aquella mañana aviso del Metróla, Gobernador del presidio, como el exército se determinaba en subir al Coll, y salió de Cambrils donde asistia á socorrerle con alguna infantería y una compañía de caballos; pero á tiempo que topó muchos de los que se iban retirando: retiróse con ellos, participando tempranamente de aquel mismo temor, certificado de los suyos, que los Españoles no paraban en quanto vencian. Mandó todavia que sus caballos llegasen hasta descubrir el enemigo: mejoráronse á los quarteles del Coll, quando ya algunas tropas del San Jorge baxaban sobre ellos: duró poco la contienda, porque el poder era desigual: fué todo uno dar la carga, recibirla y tomar la vuelta. Escapáronse casi todos por ser mas prácticos en la tierra: la infantería se esparció por diferentes partes: salváronse quantos dexáron el llano, y se subiéron á la montaña, desde donde juntos hacían gran daño á los Castellanos, que poco advertidamente se entregaban al saco: muchos pensáron retirarse sin peligro por la lengua del agua, y todos cayéron en manos de los tercios que marchaban por aquella parte; era esta la primer venganza de los soldados Reales, tal fué el estrago: hallaban poca piedad los rendidos, y ni los muertos estaban seguros de la indignacion de los victoriosos; son terribles los primeros golpes de la ira. Allí vengaba el uno la ausencia de su casa, el otro la violencia con que fué llevado á la guerra, aquel daba satisfaccion al agravio, este obedecia á su ferocidad, los mas servian á la furia, los ménos al castigo: fuera mayor el daño, si se prosiguiera en su alcance: llegaban hambrientos y fatigados, y habiéndose hallado abundantes los quarteles de todas previsiones, detúvolos el regalo; que no era la primer vez que estorbó las grandes victorias: entregáronse al vino y otras bebidas con desórden, y fué causa de que se detuviesen en su mayor ímpetu, venciéndose de su destemplanza los mismos que poco ántes habian sido vencedores de la fuerza de su enemigo. Fué escandaloso aquel modo de aplauso; pero permitido de los cabos, que en los yerros comunes viene á ser remedio la disimulacion, pues no los puede ahogar el castigo.

53. El Torrecusa que por su persona acudia á todas las disposiciones, y confiriendo consígo mismo las noticias que tenia de la fuerza del enemigo, y la facilidad con que le habia postrado, entró en opinion de que no seria aquella su mayor defensa, y que sin falta podian tener adelante algun otro fuerte ó plaza; causa á la voz comun de su admirable fortificacion. En esto andaba ocupado su discurso.

54. Hallábase el Velez con la batalla y retaguardia del exército sin moverse del lugar en que habia hecho la frente, ni lo determinaba ántes de acabar con las torres de la marina, temiendo que apartándose, corriese algun peligro la infantería que habia baxado á rendirlas: con esta duda envió por el Maestre de Campo D. Francisco Manuel á comunicar su intento al Torrecusa. hallólo ántes de la subida del Coll, y como de aquel suceso pendia la resolucion de su voto, no respondió sino despues de todo acabado, siendo de parecer que el Velez á toda priesa no quedase aquella noche desunido de su vanguardia. Fueron ganadas las torres casi á este mismo tiempo, de que avisado el Velez, no aguardó la respuesta de lo que preguntaba; ántes mandó marchasen los tercios, y de esta suerte le alcanzó la nueva y el enviado. Promulgóse con alegria como primera victoria, y la cosa que mas importaba acabar que todas las presentes: volvió luego á mandar al Torrecusa no parase hasta baxar al campo de Tarragona: cumpliólo, y volviendo á marchar la vanguardia, hizo punta á una casa fuerte, llamada Hospitalet, que está junto al mar, donde hasta entónces habia sido el alojamiento del Conde de Zavallá: llegáronse al pie de la muralla algunos caballos y gente suelta, á quien el vencimiento, ó quizá la embriaguez, habian dado mas desórden que aliento: intentáron por fuerza la entrada; bien que la miraban dificultosa por aquella via, los de adentro pidiéron las vidas, y se las concediéron. Eran poco mas de sesenta hombres los de la guarnicion: entró primero D. Fernando de Ribera, despues el Velez, á quien siguió el exército: aquartelóse, haciendo frente al camino real, que mostraba querer seguir: hallóse el sitio acomodado, y tan abundante de todas cosas necesarias para alojar un exército, que se obligó á descansar en él (aunque por pocos dias) de las largas marchas y alarmas continuas, con que se fatiga la gente inexperta.

55. Fué considerable el despojo del Hospitalet, midiéndose con su cortedad; pero hizo lo mas estimable haber topado un soldado entre la ropa del Conde de Zavallá el libro, en que se registraban las órdenes que recibia y daba para la guerra: por el qual se entendiéron fácilmente muchas cosas de que no habia noticia, y fueron de gran utilidad á los pensamientos del Velez; particularmente alcanzándose por algunos despachos que la diputacion no estaba segura en la fe de la ciudad de Tarragona, y que en ella se temian del ánimo y oficios de algunas personas, conocidamente afectas al partido Real; cosa que entónces fué á los Españoles de gran consideracion, porque se hallaban faltos de noticias de lo que se pasaba entre sus enemigos. El libro contenia tantos secretos y tan provechosos para el servicio del rey Católico, que podemos decir que en él se halló un retrato de los ánimos de sus enemigos y un cofre de sus secretos: conociólo el Ribera de esta suerte y recogiólo á su poder con destreza; demasiado político: pensó ganar gracia con el Conde Duque enviándole aquel presente, por el qual (como el piloto en la carta) podia seguir sin peligro la navegacion de aquel negocio. Fué avisado el Velez, y pidió el libro como General, á quien verdaderamente tocaban aquellas observaciones; pero el Ribera, ó bien de vanidad ó desconfianza, se excusaba de entregárselo: instaba el Velez en haberlo, y porfiaba el Ribera vanamente en su excusa: ¡caso raro! ¡qué pudiese tanto la apariencia de una pequeña lisonja, que le encaminase á faltar á un hombre de sangre y de juicio en las obligaciones de súbdito, de cuñado y de amigo; que todas estas quebrantaba D. Fernando en resistirse! Creció el enojo en el poderoso, y la obstinacion en el descontento, y llegóse cerca de un extraño suceso, porque aquel pensaba obrarlo todo por hacerse obedecer, y este no rehusaba ninguna desesperacion á trueco de no humillarse: quiso prenderlo el Velez, y lo ordenó así; pero la industria de algun medianero, á quien uno escuchaba con amor, y otro no sin respeto, pudo acomodarlo todo. El libro fué traido al Velez, y de él se sacáron noticias importantes á la guerra.

56. Corrió al instante la nueva á Barcelona de todo lo sucedido en el Coll y Hospitalet, y fué recibida con gran sentimiento y no menor temor, considerando la facilidad con que habian perdido la mayor defensa; entónces llegáron á entender que la multitud desordenada por sí misma se enflaquece. Despacháron con gran pronttud correos á Monsieur Espernan (de quien dirémos adelante), á cuyo cargo pusiera el rey Cristianísimo las armas auxliares de Cataluña: dábanle cuenta de como habian perdido los mejores pasos: pedíanle no dilatase su venida, porque por instantes se les aumentaba el peligro, que á los contrarios igualmente crecian fuerzas y reputacion, y se abatian los ánimos de los naturales, viéndolos comenzar victoriosos.

57. No se descuidó el Frances, ántes como hombre que verdaderamente deseaba acudir al remedio de aquellas cosas que tenia á su cargo, tomó la posta, y dexando órden á las tropas de que le siguiesen, entró en Barcelona, donde fué recibido con honra y alegria. Pocos dias despues llegáron hasta mil caballos de los suyos, dando razon de que á sus espaldas seguian los regimientos del Duque de Anguien, del mismo Espernan y el de Seriñan: alentóse la ciudad con la primera esperanza del socorro, y se comenzáron á executar las levas prevenidas en las cofradias (son allí cofradias lo que en Castilla gremios); de estos se habia de formar el tercio de la bandera de Santa Eulalia debaxo del mando de su tercero Conseller Pedro Juan Rosell.

58. Dexólo ajustado el Espernan, fiando mas que debiera en las promesas de gente necesitada: refrescó su caballería, y marchó á Tarragona, donde el exército Católico se encaminaba, y donde su desconfianza de los Catalanes lo temia.

59. Descansó el Velez junto al Hospitalet los dias que tardó en subir y baxar el Coll su artillería: deseaba vivamente marchar la vuelta de Cambrils, primera plaza de armas de los Catalanes, ántes que ellos tuviesen tiempo de acomodarse á la resistencia. Era grande la fama que corria en el exército Católico de la multitud de gente que habia acudido á su defensa; aunque en medio de estas informaciones no faltaban algunos que sospechaban, y querian hacer creer á los otros, hallarian la plaza desierta: esta voz tomó fuerzas en les ministros catalanes del partido del rey, que sin otro motivo mas que lisonjear el poder católico, ántes querian ocasionarle, que ofrecerle una duda.

60. Habia sacado el Velez desde Aragon algunos religiosos Capuchinos, de cuya autoridad pudiese ayudarse, por ser su hábito grandemente venerado en Cataluña: pareció, conveniente enviar uno de aquellos varones á Cambrils porque les amonestase el arrepentimiento y les comunicase el perdon: ofrecióse para este servicio fray Ambrosio: partió del exército, y en su guarda una compañía de caballos, que dexándole á vista de las primeras trincheras (y á una trompeta para hacer llamada, segun uso de la guerra), se volvió luego: entró fray Ambrosio, y le recibiéron con reverencia y cautela contra la esperanza ó temor de los Castellanos, que ya por su demora interpretaban alguna barbaridad; pero al dia siguiente llegó el enviado sin daño ni provecho de su jornada: dixo que los cabos de aquel presidio se determinaban á morir por su libertad; es calidad del miedo crecer las cantidades, y disminuir las distancias de aquellas cosas que se temen. Dió con su informacion fray Ambrosio bastante obediencia á esta costumbre: contó que el lugar tenia gran multitud de gente, que los de adentro subian su número á quince mil hombres; pero que el ruido que habia escuchado, no parecia de menor multitud. Poco despues aportó una barca en la marina, escapada aquella mañana desde el muelle de Tarragona, y confirmó no ménos la confusion que el temor de la ciudad y su campo: que en ella se recogia la riqueza de los lugares vecinos: que los socorros no habian llegado hasta entónces en número considerable, y que los ciudadanos, no estaban desaficionados al concierto.

61. El Velez confiriéndolo con otros avisos, halló ser conveniente dar vista por aquellas plazas con la mayor brevedad posible por gozar tambien de la ocasion de su duda; y aunque el campo se hallaba afligido por falta de víveres, no dando lugar el tiempo á su conduccion por agua, todavía entendiendo que de qualquier suerte era una misma la necesidad, mandó marchar el exército, habiendo primero condenado á muerte por los jueces catalanes que le seguian y su Auditor general, nueve de los prisioneros por dar cumplimiento al bando. Fueron ahorcados de las mismas almenas del Hospitalet, hasta entónces hospital de peregrinos, dedicado al descanso y clemencia de los miserables, y ahora lugar de suplicio y afrenta.

62. Ausente por la pérdida del Coll (con poca reputacion) el de Zavallá, gobernaba la plaza de armas de Cambrils D. Antonio de Armengel, Baron de Rocafort: era cabo de la gente del Campo de Tarragona, de que constaba el presidio, Jacinto Vilosa, y Sargento mayor de la plaza Cárlos Metróla y de Caldés; hombres todos de valor y fidelidad á su patria. Estos tres mandaban; pero mas podemos decir que obedecian á la furia y desórden de los súbditos; infeliz y dificultoso gobierno aquel que se constituye sobre gente vil y bisoña, donde jamas la industria pudo hallar consonancia entre la multitud de sus voces y sentimientos.

63. Descubriáse el exército á tiempo que los de la plaza se daban priesa, unos por salir y por entrar otros, porque la misma fama del peligro á unos hacia temer, y á otros osar. De esta suerte se hallaba casi toda la campaña cubierta de gente del campo, que concurria al socorro, quando improvisamente fué asaltada de quinientos caballos de los cruzados, con que su teniente D. Álvaro llevaba aquel dia la vanguardia.

64. Formó sus batallones, pensando que el enemigo le esperaba fuera de la fortificacion por impedirle los puestos que pretendia ocupar; empero conociendo en su desórden la buena fortuna, dividió en tropillas los dos batallones de los lados, quedándose firme el de en medio: hizo señal de embestir, y se executó con valor: los contrarios inadvertidos de su daño, ni sabian huir, ni defenderse: deseaban la resistencia, mas no la concertaban. Fueron degollados hasta quatrocientos hombres no sin algun daño de los Españoles, porque algunos Catalanes amparados de los troncos de los árboles, podian tirando cubiertos, ofender los caballos: muriéron y saliéron heridos algunos soldados de las tropas, entre ellos la persona de mas importancia, D. Miguel. de Itúrbida, caballero Navarro del Órden de Santiago, Capitan de caballos reformado.

65. Recibió el Marques este confuso aviso en medio de la marcha, y mandó que la vanguardia apresurase el paso por dar abrigo á la caballería: hízose; pero no de tal suerte, que el exército viniese en desórden, porque segun las informaciones, cada instante se podia esperar el enemigo con su grueso, dando á este rezelo mas ocasion los bosques, que aun los avisos.

66. Esto mismo les sucedia á los de la plaza, que viendo crecer tanto el número de los sitiadores, y conociendo por otra parte la desigualdad de sus fuerzas, sin llegar el socorro y artillería que esperaban, entendiendo ser su perdicion irremediable, enviáron un religioso Carmelita descalzo, pidiéndole al General mandase suspender la hostilidad por espacio de quatro dias, miéntras daban aviso á Barcelona.

67. No era todo temor en los sitiados, sino tentar al Velez con la promesa, por ver si podian dilatar su peligro hasta ser socorridos como Io esperaban; mas él reconociendo sus ruegos, respondió, que si libremente entregasen la villa á las armas de su rey, les valdria las vidas esta diligencia, y que si se resistian, prometia de pasarlos á todos al filo de la espada, y que él no aguardaba mas por su reduccion que lo que sus tropas tardasen en ponerse sobre la villa.

68. El Quiñones, despues de haber con su caballería apartado de la muralla la gente que no pereció en la campaña, repartio sus cuerpos de guardia á la larga por las avenidas, y con lo restante de sus caballos ocupó los puestos importantes. Era el mas conveniente un convento de San Agustin, fundado al salir de la villa frontero de la puerta principal, en parte donde las baterias podian ser provechosas á los sitiadores: procuró hacerse dueño de él, encomendándolo á algunos de los suyos. Entráron como armados, acudiéron prontamente a la defensa los frayles; hacen aquellos casos lícitas las armas á todos; pero tambien hacen igual el peligro: hirió de un pistoletazo un religioso á un soldado, retiróse aquel, y otro en su lugar vengó con la vida del que se defendia, las heridas de su compañero: no paró allí la furia; mas ocasionada de la imprudencia pasáron á mayor número las muertes, á mayor grado los escándalos; quedó en fin el convento en manos de los soldados.

69. Hallábase junto el exército, y repartidos los quarteles y ataques contra la villa, comenzóse la bateria con las piezas menores sin algun efecto; de que tomaban ocasion los sitiados para defenderse con mayores brios. Salió el Velez con pocos que le seguian, á ver una plataforma que batia la puerta principal de la plaza: era este el lugar mas empeñado con el enemigo, y donde se reconocia hasta el pie de la muralla; mas habiéndose descubierto con demasiado despejo, cargáron á aquella parte las rociadas de la mosqueteria contraria, de que súbitamente cayó el Marques y su caballo herido por la frente de un balazo. Todos pensaron haber aquella hora perdido su General, juzgándole muerto: volvió presto el Velez, y con sosiego digno de gran capitan, subió en otro caballo, templando maravillosamente en su semblante el temor y la alegria.

70. Hallábase el exército en esta sazon por todo extremo miserable y falto de vituallas; cosa que á los Generales ponia en gran desconsuelo, porque la queja ó la lástima de los hambrientos no dexaba lugar seguro de sus voces: obedecian sin gana; no era tema ó desagrado, porque con la larga abstinencia se iban postrando las fuerzas: acordóse mandar la caballería á refrescar por los lugares del campo, y fueron entrados Monroig, Alcover, la Selva y otros que se halláron abundantísimos de todos granos y bebidas. Reus, lugar mayor y mas rico, se ofreció voluntario á la servidumbre por escaparse de la furia de los invasores: Valls y algunos mas entrados á la montaña, lo prometian tambien: fué todo de considerable alivio para la hambre del exército; aunque este mismo remedio usado desordenadamente, hubo de traer otro mayor daño, porque los soldados sin respeto á ninguna disciplina, dexaban sus puestos y aun sus armas, y caminaban á buscar lo que velan gozar á los otros. Este descuido dispertó la indignacion con que los paisanos miraban el estrago de sus pueblos y haciendas: salianles á los caminos y hacian en ellos crueles presas: muchos se topaban cada dia muertos por la campaña, y algunos disformemente heridos.

71. Continuábase la bateria de la plaza entre tanto, y se mejoraban los aproches encargados á D. Fernando de Ribera y al Conde de Tiron, porque como los sitiados no tenian artillería gruesa con que detener al enemigo, ganábase fácilmente la tierra. Esto mismo hacia mayor el peligro de parte de los sitiadores, porque despreciando la defensa de la plaza, se acercaban sin respeto á la mosqueteria, con que los tercios cada instante recibian gran daño. Excusóles la facilidad de la empresa el trabajo de abrir trincheras, y así como no habia lugar reparado, no le habia seguro. Defendiéronse con valor algunos dias; pero viendo que por horas se les acercaba el enemigo, y que ya no podian excusarse del asalto, comenzó la gente popular á inquietarse; á que la obligaba tanto como el poder del exército el descuido de Barcelona, donde sucedia lo que suele á veces con la naturaleza, que no sin providencia se descuida de enviar espíritus á la parte del cuerpo ya mortificada. Así la diputacion creyendo la pérdida de Cambrils no disponia su socorro por no desperdiciarle previniéndolo á otra defensa.

72. Algunos Catalanes piensan, y lo han escrito, haber dentro en la plaza hombre, que sobornado del miedo ó del interes, tuvo órden de arrojar gran cantidad de pólvora en un pozo, porque su imposibilidad los traxese mas brevemente al concierto. Ellos en fin lo deseaban, perdida toda esperanza de otro remedio: pusiéronlo en plática, y llamáron por el quartel del Ribera: respondióseles, y se entendió, querian introducir algun tratado: arrojáron poco despues un papel abierto en que pedian tregua por quatro dias; y se disponian á escuchar qualquier justo acomodarniento. Recibió D. Ferrando el aviso, remitióle al Velez con la persona del Maestre de Campo D. Luis de Ribera, porque le informase de todo lo sucedido: llegó D. Luis á tiempo que halló al General con casi todos los cabos del exército en su estancia: propuso á lo que venia, poniendo el pliego en manos del Velez, que ni atendió cuidadosamente á recibirle, ni mostró despreciarle; pero el Torrecusa que se hallaba presente, hombre de natural veloz y colérico, mostró gran desplacer de la proposicion y aun de la embaxada, hablando contra todo con aspereza. No era aquel su ánimo del Velez, ántes interiormente deseaba escuchar los sitiados; mas detenido en ver que el Torrecusa, no Español, se declaraba tanto contra el atrevimiento de los Catalanes, paróse cuerdamente pensando en como podria concertar aquellas contradicciones: hallábase á la mesa quando llegó el aviso, mandó á D. Luis se volviese sin haberle respondido nada: platicó con los mas, y encaminó el discurso á otras cosas.

73. No se divertia el Torrecusa; mas ántes considerando profundamente el negocio, el estado en que se hallaban las armas del rey, y en la súbita resolucion que habia tomado en todo, vino á caer en gran silencio, y sin hablar, mirar, ni oir á ninguno, se estuvo así un espacio, al cabo del qual, como si verdaderamente saliera de un parasismo, levantóse en pie, y dixo al Velez:

74. Que él conocia de su natural ser mas acomodado á la obra que no al consejo: que le suplicaba se sirviese ántes de su corazon, que de su discurso: que á veces procuraba huir de sus caprichos; pero que su mismo espíritu lo llevaba á encontrarse con exquisitas opiniones: que habia hablado con poca consideracion en lo que dixera: que el haberlo pensado despues, le ponia en obligacion de desdecirse por sí mismo, ántes que el daño fuese irremediable: que ya se le estaba representando aquel exército fatigado de la hambre, todas las esperanzas de su socorro puestas en los vientos, y ellos sin señales de compadecerse, segun porfiaban: que el lugar se habia defendido algunos dias, y lo podia hacer otros tantos, siendo así que ménos bastaban á caer su gente en desesperacion: que el sitio de la miseria que el exército padecia, era mas apretado que el en que se hallaba la plaza: que si aquella impaciencia les obligase á anticipar el asálto, forzosamente habrian de perder en él buena parte de gente principal, pues siendo la primera accion de su valor, se arrojaria toda al temprano peligro: que no solo les daban el lugar los que se lo entregaban; mas que tambien de sus manos recibian las vidas, que excusaban de perder: que por la misma razon que eran vasallos, no se debian apartar del perdon; ántes concedérseles á todos tiempos: que lo contrario pareceria buscar la ruina y no el remedio: que su parecer era se oyesen los que llamaban, y se les hiciese todo el favor posible, recibiendo la plaza.

75. Dixo, y dexó á todos admirados, no ménos de su mudanza (siendo cosa contra su condicion) que del gran valor que mostrara en reducirse solo á las voces de la razon, pudiéndose notar como caso raro en siglos donde se practican las obstinaciones, como grandeza de ánimo; principalmente en los poderosos, cuyos errores parece que nacen agenos de arrepentimiento, como si la terquedad fuera mas decente á las púrpuras que la enmienda.

76. Escuchó el Velez benignamente las palabras del Torrecusa; mas con gentil artificio no quiso seguirlas sin otras ponderaciones: mandó luego á todos los que podian votar, dixesen lo que se les ofrecia. Fué comun el aplauso en los circunstantes, y los que habláron, solo engrandeciéron el sentimiento del Torrecusa. Mostró que lo pensaba algo mas el Velez, y resoluto en lo mismo de que nunca habia dudado, ordenó al Maestre de Campo D. Francisco Manuel se fuese á ver con el Ribera, y advirtiéndole de su voluntad (sin llamarle mas de permision), entrambos ajustasen el negocio, rehusando todo lo posible el modo comun de capitulaciones, que los Reales juzgaban por cosa indecente; pero que la plaza se recibiese de qualquier suerte.

77. Habia D. Fernando ajustado con los sitiados una suspension de armas por dos horas, y porque como el Marques alojaba distante, era necesario todo aquel espacio para darle y recibir el aviso. Duraba todavia la suspension quando llegó D. Francisco con la nueva órden; ántes que los Catalanes recibiesen el primer desengaño, hiciéron llamada los sitiadores, y saliéron al pie de la muralla D. Fernando, D. Francisco, D. Luis de Ribera y D. Manuel de Aguiar, Sargento mayor del regimiento de la Guardia. Baxó de los sitiados el Baron de Rocafort, Vilosa y Metróla, y quando se comenzaba á introducir entre ellos la plática de las cosas, se tocó al arma improvisamente en los quarteles y villa: con esta ocasion dexándo el negocio imperfecto, se retiráron unos y otros con gran peligro de los de á fuera, que pasáron á su ataque descubiertos á las bocas de los mosquetes contrarios. Fué, que como los Irlandeses por estar mas cerca y haber recibido mayor daño de la plaza, deseasen que por sus quarteles se hiciesen las llamadas y negociaciones (zelosos de los Españoles), apenas se habia acabado precisamente el término de las dos horas, quando ignorante ó disimulando el Conde de Tiron las pláticas del tratado, hizo romper la tregua contra los que en aquella seguridad se asomaban descuidados por la muralla. Entendió D. Fernando el suceso, y avisó al Irlandes que no acababa de reducirse; pero en fin habiéndose detenido, volvió á salir el Aguiar con muestras de gran valor á solicitar la segunda plática: continuóse la tregua, y se volvio al tratado. Duró poco la negociacion, y sin otro papel ó ceremonia (como gente inexperta en aquel manejo) el Baron y los dos prometiéron poner la plaza en manos del Marques de los Velez, en nombre del Rey D. Felipe, sin mas partido ó concierto, que esperar toda clemencia y benignidad, como se podian prometer de un General del Rey Católico, casi natural, de sangre ilustre y de ánimo pío.

78. Con este ajustamiento, que se quedó en la verdad de unos y en la esperanza de otros, se partió D. Francisco á dar razon al Velez de lo sucedido; que con mucho aplauso recibió la nueva, y aprobó todo lo que se habia obrado, juzgándole por conveniente al estado de las cosas, sin ofensa á la Magestad del Rey y reputacion de las armas.

79. Dexóse la entrega para el otro dia, temiéndose que si luego se executaba, podia causar gran turbacion al exército, donde todos esperaban el saco, no con ménos ira que ambicion. Es uso en tales casos poner el exército sobre las armas, porque estando firme cada uno en su puesto, no dé ocasion al tumulto: olvidóse ó disimuló el Torrecusa esta diligencia; quizá por entender que la ocasion no merecia ser tratada con los mismos respetos que las grandes. Mandó que solas dos compañías de caballos ciñiesen la puerta por donde habian de salir los rendidos; pero despues de cerrada la medialunaQuiñónesde la caballería, se comenzó á inquietar la gente y cargar allí con sumo desórden: en fin se executó la salida en presencia del Torrecusa y algunos Maestres de Campo.

80. Salian, y los soldados (gente que por su oficio piensa es obligada al daño comun) hacian excesos por desbalijar los Catalanes: algunos lo sufrian, segun la miseria en que se hallaban, otros con entereza se defendian como les era lícito. Dió principio al lamentable caso que escribimos la codicia é insolencia, antiguo orígen de los mayores males: metióse por entre los caballos un soldado á quitarle á un rendido la capa gascona, con que venia cubierto, forcejó el rendido en defenderla, y el soldado porfió en quitársela: sacó un alfange el Catalan, hirió al soldado, quisiéron los de la caballería castigar su atrevimiento dándole algunas cuchilladas, por lo qual temerosos aquellos que lo miraban mas de cerca, pensando que la muerte les aguardaba engañosamente, procuráron escaparse por todas partes, sin mas tino que el débil movimiento que les ministraba el temor. Otros soldados de la caballería que no habian sabido el principio de su alteracion, sacáron las espadas, oponiéndose á la fuga de los que miserablemente huian del antojo á la muerte: esparcióse luego en el campo una maldita voz, que clamaba: traycion repetidamente: de quien sin falta fué autor alguno de los heridos p porque entre ellos tenia mas apariencia de poder pensarse y temerse, que no dentro de un exército armado y vencedor. Todos gritaban traycion, cada uno la esperaba contra sí, y no fiaba de otro, ni se le acercaba sino cautelosamente: no se oian sino quejas, voces y llantos de los que sin razon se veian despedazar: no se miraban sino cabezas partidas, brazos rotos, entrañas palpitantes, todo el suelo era sangre, todo el ayre clamores, lo que se escuchaba ruido, lo que se advertia confusion: la lástima andaba mezclada con el furor, todos mataban, todos se compadecian, ninguno sabia detenerse. Acudiéron los cabos y oficiales al remedio, y aunque prontamente para la obligacion, ya tan tarde para el daño, que yacian degollados en poco espacio de campaña casi en un instante mas de setecientos hombres, dándoles un miserable espectáculo á los ojos. Aumentó su turbacion ver el exército puesto en arma, atónitos se preguntaban unos á otros la causa, y el órden con que habian de haberse: sosegóse la furia de la caballería, porque faltáron presto vidas en que emplearse: pasó aquel obscuro nublado de desastres, y se mostró la razon y tras ella el dolor y la afrenta de haberla perdido.

81. Salía el Velez de su quartel á caballo, quando recibió la nueva del suceso, y aunque todos le disminuian á fin de templar su desconsuelo, todavía habiendo oido el lamentable caso, y juzgando por la gran inquietud de todos su violencia, volvióse atras, y se retiró á su aposento, donde ninguno le vió aquel dia, sino los muy suyos. Lloró el suceso cristianamente: abominó el hecho con palabras de grandísimo dolor, diciendo que si viera delante de sus ojos despedazar dos hijos que tenia, no igualara aquel sentimiento: que ofreciera con gran constancia las inocentes vidas de sus hijuelos, á trueco de que no se derramase la sangre de aquellos miserables; palabras cierto dignas de un caballero católico, y que yo escribo con entera fe, habiéndolas oido de su boca, y me hallo obligado á escribirlas por la diferencia con que algunos papeles (de los que se han hecho públicos) hablan de este caso.

82. No descansaba el Torrecusa y los Maestres de Campo de sosegar el exército, trabajando lo posible por reducir la gente á órden militar: consiguióse tarde: enterráronse los muertos con gran diligencia, disimulando su número, como si verdaderamente con ellos se enterrase el escándalo: apartáron de los ojos los lastimosos cadáveres: cubriéron los cuerpos y la sangre, mas no la memoria de un tal hecho. (Semejante lo escribe en Juviles, nuestro D. Diego de Mendoza en la guerra de Granada, parece que como nos dió la luz para escribir, nos ministra el exemplo). Despues se entendió en el saco, repartiéndose la villa por quarteles á los tercios segun uso de la guerra.

83. Habíase tratado en junta particular de los jueces catalanes que seguian al exército, que género de castigo se daria á los comprehendidos en el bando Real impuesto al principado; porque segun él, todos eran convencidos en crímen de traycion y rebelion, y por esto dignos de muerte, porque el tratado no les concedia mas de la esperanza del perdon que no obligaba al rey, quando la piedad se contraviniese con la conveniencia: que ellos se habian entregado á disposicion y arbitrio de los vencedores: que sus vidas eran entónces dos veces de su Señor, la una como vasallos, la otra como delinqüentes. Dedeterminóse que para poder satisfacer al castigo sin faltar á la clemencia, convenia una exemplar demostracion en las cabezas, ordenada al temor de los poderosos, en cuyas manos estaba el gobierno comun; y que con los otros se podia usar misericordia, dándoles vida.

84. El Velez no se atrevia á perdonar, ni deseaba el castigo: parecióle mas seguro (hallando dificultades en todo) dexar á la justicia que obrase; pero aquellos ministros, hombres de pequeña fortuna, ambiciosos de los frutos de su fidelidad, no descubrian otra satisfaccion, sino la sangre de sus miserables patricios. Con este pensamiento y la libertad en que el Velez los habia dexado para que executasen sin dependencia las materias de justicia, prendiéron al punto los cabos y magistrado de la villa: eran el Rocafort, Vilosa y Metróla con los Jurados y Bayle: fulminóseles el proceso aquella misma tarde, sin que se les diese noticia de sus cargos, ó admitiese alguna defensa de ellos. Lo primero que entendiéron despues de su temor fué la sentencia de muerte que se executó aquella noche, dándoles garrote en secreto: amaneciéron colgados de las almenas de la plaza, y con ellos sus insignias militares y políticas, porque la pena no parase en solo la persona, ántes se extendiese á la dignidad, amenazando de aquella suerte todos los que las ocupaban en deservicio de su rey.

85. Miróse con gran espanto de todo el exército, y se escuchó con excesivo enojo del principado la muerte de los condenados. Entre los Castellanos pensaban algunos se habia hecho violencia á las palabras de su entrega, porque los Catalanes verdaderamente creyendo que negociaban con mas liberalidad el perdon, no le especificáron en el tratado; es fácil cosa de entender, que ninguno habia de concertar su muerte, por mayor que fuese el peligro. De este parecer eran todos los que manejáron la entrega; pero sentian, mas no remediaban.

86. Con los mas rendidos se usó diversamente, segun los diferentes pueblos de que eran naturales: saliéron libres los vecinos de los que habian recibido las armas Católicas, condenando á galeras los moradores de las villas que seguian la voz del principado.

87. Tambien á la plaza no quedó solo el castigo de las baterias y el saco, mandóse arrasar la muralla; era grande la obra, pedia mas largo tiempo de lo que el exército podia detenerse, contentáronse de batir una cortina principal hasta ponerla por tierra, y volar con una mina la mayor torre.

88. Era Cambrils lugar de quatrocientos vecinos, puesto casi junto á el agua en medio de una vega, fértil de viñas y olivares; y así por esto, como por su ancon (capaz de embarcaciones pequeñas) rico y nombrado entre los del famoso campo de Tarragona, plaza de armas principal de toda aquella frontera, desde entónces acá célebre por su estrago.

89. Alegrábanse en demasia los hombres fáciles é inconsiderados con los buenos sucesos del exército, y juzgaban la guerra por acabada brevemente, segun el paso á que caminaban venciendo. No se puede llamar buena suerte aquella que solo favorece los cortos empleos; ántes entre los prudentes causa algun género de temor ver que la felicidad se encamine á cosas pequeñas, porque segun la experiencia muestra, de ordinario se siguen grandes trabajos á las menores prosperidades. Así discurria el Velez casi temeroso de lo sucedido, quando pensaba en el valor de las cosas que le faltaban por emprender.

90. Hallábase junto á Tarragona, ciudad grande y fortificada (segun los avisos), socorrida con armas auxliares y cabos expertos: su exército falto, particularmente de artillería conveniente para las baterias gruesas, pobrísimo de vituallas, y casi cerrado el puerto que dexaba á las espaldas, para ser socorrido. Ni el Garay y sus seis mil infantes, de que el rey avisaba, ni las galeras para servicio del exército habian llegado: conocíalo, y lo temia todo, porque de la falta (y aun de la tardanza) de qualquier de estas cosas pendia el acierto y dichoso fin de aquella guerra, en que todo el mundo tenia los ojos, y de que España esperaba su bien y quietud.

91. Entendió su cuidado el Duque de San Jorge, á quien la edad y gallardia de espíritu incitaba á que buscase una gran fama por medio de algun eminente suceso; cosa contra todas las reglas de la prudencia, porque á los famosos varones no será tan loable emprender los casos arduos voluntariamente, quanto el llevar constantes aquellos en que los metió la fortuna.

92. Habia (como dixímos) entendido sus pensamientos del Velez, y ofreció fácilmente ganarle á Tarragona por interpresa la noche siguiente: ni la habia visto, ni sabia de su defensa mas de lo que le informaban: resolvióse temerario, mas aun así, supo dar tales razones que juntas á la necesidad y á lo que se fiaba de su valor, hacian apariencia de posibilidad, en que el deseo suele acudir á los ánimos que dexan atropellarse de fantasmas. Tanto dixo el Duque y con tal afecto, que el Velez intentó enviarle: detúvose admirablemente difiriéndolo hasta el otro dia; pero tratándolo despues con personas de su consejo, salió de aquella inclinacion, mandó que marchase el exército; y tambien sobre el camino que debia seguir, se levantáron dudas.

93. Hacen el mar y tierra entre Cambrils y Tarragona un puerto asaz nombrado en toda la costa meridional de España, dicho Salou (famoso antiguamente por el hospedage de la armada de Cneyo Escipion, donde la guardó y detuvo contra Aníbal): allí por conveniencia de las galeras que desde Barcelona á Vinaroz no hallan otro abrigo acomodado, comenzó á fabricar Cárlos Quinto un fuerte pequeño de quatro baluartes en la eminencia del puerto: llegó la obra casi á ponerse en defensa por la parte de la marina; pero en los dos caballeros que miran á la campana, como cosa entónces menos necesaria, no igualó los mas. En este estado la dexó aquel gran capitan y glorioso monarca, y lo conservó el descuido de las edades pacíficas, que sucediéron á su imperio, hasta que (abiertas en España como en Roma, las puertas de Jano) volvió otra vez la guerra á levantar su edificio por manos de los Catalanes con vivísimo cuidado de prevenir la defensa de aquel puerto, mas que ningun otro dispuesto á sus designios, y peligroso por invasion de armadas. Habíanle puesto de tal suerte, que pareció capaz de recibir y conservar presidio: ésta era la noticia de sus fuerzas con que el exército se hallaba, y si bien. en lo mas se habla siempre dudoso, todos creian que el fuerte se prevenia para la defensa.

94. Marco Antonio Gandolfo, teniente de Maestre de Campo general, Ingeniero mayor del exército, hombre de gran suficiencia en las fortificaciones, habiendo reconocido el fuerte era de parecer no se embarazase el exército en cosa de tan poca importancia, que á la vista de los esquadrones solamente esperaba se entregase: decia que no era conveniente, quando sabian que Tarragona (plaza principal) hallaba corto el tiempo para sus preparaciones, se lo aumentasen ellos, tardando muchos dias en ir sobre ella: que esta tardanza vendria á ser el mayor socorro que le deseaban sus amigos: que hecha la frente sobre la ciudad, quando el fuerte se resistiese, se podia entónces fácilmente enviar alguna gente suelta á aquel servicio; quanto mas que la costumbre de los exércitos era postrar con la opinion todo lo que no podria defenderse.

95. Opúsose á su parecer el Torrecusa, ó porque entendiese lo contrario (como mostraba), ó porque naturalmente aborrecia al Marco Antonio, viéndole en suma estimacion de soldado, y mayor crédito cerca del Conde Duque, que ningun otro de su órden. Arrimábase el Torrecusa á aquella máxma de la guerra (á su parecer indispensable) de no dexar plaza á las espaldas: añadia que sobre ser plaza, era puerto capaz de recibir socorros dañosos al exército que no podia llegar á impedirselos de léjos: que si llegasen en aquella sazon las galeras de España y la gente que esperaban de Rosellon, se hallarian sin puerto en que recogerlas: que el invierno riguroso no hacia fácil, sino imposible la desembarcacion en la marina: que entónces les seria forzoso volver atras por ganar lo que habian despreciado primero.

96. El Velez se inclinaba mas al parecer del Gandolfo; mas viendo que su Maestre de Campo general lo impugnaba constante, mandó siguiesen su órden, y el exército se fué á alojar en un llano que yace entre Salou y Villaseca; esta al septentrion, y aquel á mediodia, distantes uno del otro poco mas de media legua. Era Villaseca lugar corto, mas cerrado, fortalecido de una iglesia antigua y fuerte, eminente por su fábrica, no por su sitio, á todo el pueblo; con lo que se prevenia á la defensa, obligado de las órdenes de Tarragona.

97. Marchaba el Velez la vuelta del puerto y villa, quando en el camino recibió un pliego y mensagero de persona particular (cuyo nombre se calla por ser ageno de mi intencion dañar á ninguno con esta escritura, ofrecida solamente al aprovechamiento de todos). Dábale cuenta del estado de Barcelona: hacia juicio de los ánimos de sus moradores: avisaba y prevenia algunas cosas tocantes al partido Real: pedia moderacion en la hostilidad de algunos lugares. La atencion del Velez en recibir la carta, y las cautelas con que fué agasajado el que la traia, hizo que de ella se esperasen mayores cosas de las que á la verdad contenia; si fueron otras, no llegáron entónces á nuestra noticia.

98. Continuóse la marcha, y el Torrecusa con quatro tercios de la vanguardia se puso sobre el fuerte, formando sus esquadrones al pie de la montaña mas dilatada que eminente, en que está fundado el castillo, y ocupando con el regimiento de la vanguardia el quartel de la bateria: compúsola de quatro medios cañones, hizo cubrir la gente, repartió los cuerpos de guardia de caballería é infantería á las partes por donde podia baxar el socorro, y habiéndolo dispuesto con suma brevedad, comenzó á batir al primer quarto de la noche.

99. La retaguardia gobernada del Xeli, avanzó todo lo posible, y fué á amanecer sobre Villaseca: defendíala Monsieur de Santa Colomba, teniente de Mariscal de Campo con trescientos naturales y algunos Franceses que lo acompañaban: habíale convidado el Espernan el dia ántes para reconocer la capacidad del sitio y defensas, por si fuese conveniente embarazar allí al contrario, quando intentase Tarragona.

100. Batíale el Xeli furiosamente, como en oposicion al Torrecusa que habia comenzado primero: continuáronse unas y otras baterias, hasta que casi en una hora misma Villaseca fué entrada por brecha y asalto con poca resistencia y menor daño del exército, y Salou se entregó por Monsieur de Aubiñí, que la defendia; fuera venido al mismo tiempo y servicio que el Santa Colomba á Villaseca. Quedáron los dos prisioneros y un consul de Tarragona que se hallaba dentro del castillo, y tratáranlos con gran diferencia, á que su natural dió causa. Al Santa Colomba se guardó aquel respeto que en la guerra se debe á tales hombres, porque el imperio no contradice la urbanidad, ántes la engrandece. El Aubiñí fué llevado á prision, retirándole con poca cortesia, despues de haber hablado sin comedimiento á los Generales en demanda de su libertad.

101. Enviára Espernan el dia ántes (no sin industria) un trompeta y carta al Torrecusa, en memoria del conocimiento que habian tenido desde la guerra de Salses: fundaba así la razon el haberle escrito, preciábase de tenerle por contrario (llega la vanidad de algunos á hacer gloria del odio, como la pudiera hacer de la amistad): decíale que se hallaba defendiendo aquella plaza, que deseaba entender el modo de hacer la guerra: que pareciéndole conveniente, podian asentar el quartel y cange sin diferencia de Catalanes y Franceses, segun el uso de las naciones políticas. Causó esta proposicion gran cuidado en los ánimos de muchos: llamó el Velez á consejo, y allí fué mayor la diferencia: despues se reduxéron todos al parecer del San Jorge: respondióse al Espernan, que primero quisiese declarar por qual razon se hallaba dentro de los reynos de España haciendo guerra, si como capitan del rey Cristianísimo enemigo y quejoso del Católico, ó si como auxliar de una nacion rebelde á su Señor natural. Á dos fines se encaminaba esta respuesta: el primero á excusarse de diferir luego en materia de tanta importancia, en que la experiencia podia aconsejar mejor que el discurso: el segundo á darle á conocer á Espernan, que quien advertia la diferencia de los asuntos de la guerra, sabria no ménos acomodarse á ellos en el modo de ella segun su resolucion. Con esto pretendian tambien templar su orgullo, dándole á temer lo mismo que temian; aunque su intencion era firmísima de conceder el quartel, así como lo podia el Frances.

102. Tardó la respuesta de Espernan, porque igualmente esperaba le aconsejase el suceso para saberse determinar, y tomando esta ocasion el San Jorge, hombre aficionado á la nacion y lengua francesa, introduxo su plática con el de Santa Colomba, diciéndole que extrañaba mucho que su General quisiese confundir las razones de aquella guerra, persuadiéndose que los Españoles no distinguieran el tratamiento, que se debe al contrario ó al rebelde: que no sabia con que ocasion podia detenerse en la respuesta, siendo cierto que comenzándose las escaramuzas y reencuentros, habia despues la razon de seguir á la furia, que ninguno en la venganza es prudente. Entendióle el Santa Colomba, y que su razonamiento se encaminaba á algun partido; ofrecióse á tratarlo, si gozaba libertad: pareció que convenia, y fué enviado cortesmente y con mejores noticias del poder del exército, que los Franceses no juzgaban por tal, segun las erradas informaciones de los Catalanes que ó no lo creian, ó lo disimulaban.

103. Entre tanto Monsieur de San Pol, que gobernaba las armas en Lérida, entendió que para estorbar alguna parte de los progresos del exército en todo aquel distrito, seria conveniente hacer entrada en Aragon y algunos lugares de la ribera, que estaban á devocion del rey Católico; y tratándolo con el magistrado, pareció se diese luego aviso á D. Juan Copons, para que con la gente de su cargo intentase al mismo tiempo alguna faccion en Tortosa ó en la villa de Orta, que tambien seguia el bando Real. Juntó el San Pol su gente en copioso número: constaba todo el grueso de siete tercios de los partidos de Tárraga, Agramunt, Pallás, Manresa y Cervera, con la gente de Lérida, sus Maestres de Campo el Paher2 en cap de la misma ciudad D. Luis de Peguera, D. Josef Pons de Monclar, D. Francisco de Villanueva, D. Miguel Gilbert, D. Pedro de Aymerich, D. Luis de Rejadell Con esta infantería y algunos.. pocos caballos salieron á campaña, y discurriendo sobre que lugar podrian acometer, halláron ser mas acomodado á sus designos Tamarit de Litera, puesto en la ribera del Cinca, que los Españoles habian hecho quartel de los tercios de Navarra, á cargo del Señor de Ablítas; pero el San Pol por evitar la prevencion con que el contrario podia esperarle, mostró mover sus tropas á otra parte. Revolvió al anochecer, y enderezóse á Tamarit: llegó sin ser sentido, y escaló improvisamente el quartel, que no pudo resistirse, ayudando la buena ocasion al mas poderoso: muriéron algunos de los Navarros, y fueron prisioneros hasta ciento y cincuenta, de que avisados los de Fraga, acudiéron á su socorro el Conde de Montijo y el Parada; llegáron tarde, porque el San Pol, habiendo hecho su asalto, marchaba ya la vuelta de Lérida.

104. Es Lérida principal ciudad entre las de Cataluña, llamada de los geógrafos Ilerda (y Leyda bárbaramente) fué edificada de los antiquísimos Sardones pobladores de la Cerdaña, en la ribera del rio dicho entónces Sicóris y ahora de nosotros Segre, famoso en las historias romanas, mas que por su caudal, por las batallas que se diéron en sus campos, quando los Romanos domináron en España, Escipion y Aníbal, César y Afranio. No bastáron tiempos ni el diferente exercicio, trocando las armas por las letras de su universidad, para que Lérida olvidase su belicoso principio, volviendo otra vez á ser presidio observantísimo de la disciplina militar.

105. El Copons con su tercio y algunas otras compañias de almogavares (ó miquelets) baxó sobre la villa de Orta, desesperado de que en Tortosa pudiese obrar cosa importante: sitióla, y apretóla tanto, que los moradores obligados de la necesidad pidiéron tiempo para entregarse: concedióselo el Copons, y habiéndose acabado el término, pidiéron segundo y les fué dado: gastóse sin fruto una y otra tregua: tercera vez la intentáron los sitiados, esperando por instantes socorro de Tortosa; pero el Copons como despechado de sus irresoluciones, embistió la villa, y la ganó. Dicen que pudiera defenderse mas por ser bien cercada de muro y fortalecida de un castillo; pero que el mismo temor que sin otra ocasion obligó sus moradores á entregarse á las armas Católicas, quando las tenian vecinas, hizo como ahora se postrasen á su enemigo.

106. El Gobernador de Tortosa Diego de Medina, soldado de larga experiencia, trabajaba en tanto por socorrer la villa, temió al principio el peligro, así como miraba contra sí la amenaza del poder contrario; no obstante envió quinientos infantes á cargo del Sargento mayor D. Diego de Mendoza, y le mandó que con ellos se adelantase todo lo posible hasta socorrer la villa. Llegó D. Diego, y la halló atacada por el enemigo: no quiso tentar la fortuna, ni haberle menester: volviose otra vez sin hacer mas que darle aquella mayor circunstancia á la gloria del Catalan, de ganar la plaza á vista del socorro. Con la pérdida de Orta y asalto de Tamarit creció la reputacion á las armas Provinciales, y las del rey desfalleciéron en el credito que las ocasiones pasadas les habian dado.

107. Apénas el Velez pudo acomodar las cosas del fuerte y puerto de Salou, quando mando marchar el exército la vuelta de Tarragona en tal concierto, como si la esperanza del tratado no estuviese asegurando todo acomodamiento. Diosele cargo al Duque de San Jorge, que con mil caballos y quatrocientos mosqueteros fuese á ganar los puestos sobre Tarragona, y le seguian dos mil infantes para formarse en aquellas partes que eligiese. Previnose el San Jorge, como hombre ambicioso de una gran fama: sintió despues que los negocios se encaminasen por otra via que las armas.

108. Hallábase Espernan en la plaza afligido y engañado, porque mirando ya tan de cerca y tan poderoso al enemigo, no reconocia en los moradores verdadero ánimo de resistirle, ni tampoco medios para la resistencia. De los socorros prometidos por la diputacion solo habia llegado el tercio dicho de Santa Eulalia, de ochocientos infantes bisoños: no se juntaba otra infantería, ni de los regimientos de Francia tenia seguras noticias. De otra parte, la ciudad grande y sin defensa capaz no prometia firme resistencia: el vulgo dividido en bandos solo servia al temor: unos querian al rey, otros la república, estos y aquellos se conformaban en disponer su daño. Hallábase Tarragona falta de forrages y aun sin los víveres necesarios, falta de municiones; cosa que sobre todas se le representaba terrible á Espernan, por no ser visto jamas que una plaza comience á esperar sitio con menos caudal que otras, quando le acaban. Estas dificultades que reconocia cada hora mas que el horror del exército, le ponian en desesperacion de la victoria. Haciásele dificultoso el haber entrado en la ciudad; pero llegó á creer que no estaba obligado á la defensa de los mismos hombres, que se desayudaban en ella: que ninguno debe hacer mas por otro, que él hace por sí mismo, ni esperar de él mas de lo que sabe ayudarse. Esforzó su desconfianza la plática del Monsieur de Santa Colomba, que con verdad y experiencia le informaba del poder contrario, de la inclinacion que hallara en sus cabos para el acomodamiento: pensólo y halló no ser para despreciar el peligro. (Otros dicen que cotejándole con su instruccion secreta, juzgó ser este el uno de los casos en que se le ordenaba la retirada): aficionóse al remedio, y púsolo por obra.

109. Pretendia el Velez que no solo los Franceses desamparasen la ciudad, sino que el mismo Espernan trabajase lo posible por reducir el magistrado á que se entregase modestamente en manos del rey: dábale á entender con destreza lo mismo que el Espernan estaba experimentando, que la gente mas principal de Tarragona no afectaba á la defensa, y el pueblo la tenia; pero Espernan, no obstante que lo entendia, le excusó de aquel discurso; ántes por cumplir la satisfaccion de su ánimo, envió á proponer á los diputados la resistencia. Despachó á Francisco de Villaplana, Teniente General de la caballería del pais: decíales como habia llegado á Tarragona, y que si bien los medios no eran acomodados á la defensa, que él ofrecia su vida por el bien del principado: que la infantería era poca, que le socorriesen de alguna, y que haria desmontar la mitad de la caballería para guarnecer y defender su muralla, y con la otra parte saldria á campaña por inquietar el enemigo: que esto era lo mas que podia hacer de su parte, que ellos dispusiesen de la suya de tal suerte que su voluntad no se malograse.

110. Pero los diputados, ó con mas reconocimiento de sus pocas fuerzas, ó con mayor deseo de emplearlas en cosas útiles y posibles, o tambien persuadidos de algunos aficionados secretamente al rey, se fueron dilatando de tal suerte, que el Espernan descifró en su confusion su respuesta, juzgando que ellos no osaban á elegir su perdicion, y ántes se acomodaban á sufrirla. Resolvióse con esto, y envió el Santa Colomba al exército Católico, que halló ya tendido hermosamente por la cima de un repecho opuesto á la mejor frente de la ciudad, que mira al ocaso.

111. Hallábase el exército en bellísima forma, y tal que visto desde la plaza parecia mas numeroso. El arte sirve útilmente á la fuerza: la caballería se alojaba en lo llano, la artillería en la batalla, la vanguardia ocupó el cuerno derecho, la retaguardia el izquierdo. El Velez hizo su quartel en una casa de campo, fábrica del Groso, Genoves, junto á la marina. Así recibió al Santa Colomba, á quien escuchaba y respondia el San Jorge, y despues de haberse ajustado en algunas dudas, se resolviéron los dos en el nombre y fe de sus Generales.

112. Que el Maestre de Campo general Monsieur Espernan desocupase la ciudad de Tarragona de su persona, y de las armas Cristianísimas que se hallaban en ella. Que de la misma suerte retiraria todas las tropas de su cargo, así de caballería como de infantería, que en aquella sazon se hallasen entre Barcelona y Tarragona. Que su persona de Espernan no entrase en ningun lugar fuerte del principado, ni defendiese alguna plaza que le fuese encargada por la diputacion. Que haria todo lo posible por reducir al servicio del rey Católico el tercer conseller de Barcelona, Coronel del tercio de Santa Eulalia, y que su gente se incorporase entre el exército Real. Que dispondria, mediante su autoridad y oficios, se entregase en manos del Marques de los Velez aquella venerable insignia y pendon, que se hallaba dentro en la plaza. Que aconsejase á la Ciudad como por sus diputados viniese á solicitar la gracia del rey, pidiendo perdon de sus yerros.

113. Algunos papeles que se han escrito en Cataluña, y han llegado á mis manos impresos y manuscritos, quieren que Espernan capitulase con el Velez sin dar noticia al magistrado de lo que pretendia hacer; pero no parece creible que un hombre cuerdo y extrangero concertase la reduccion de una ciudad sin consentimiento de sus ciudadanos.

114. Los naturales atentos al peligro que les estaba esperando, recibian sin hostilidad al exército, no impidiéndole el paso; cosa de que claramente se entendió que ellos aspiraban mas al negocio, que á la resistencia.

115. Volvió el Santa Colomba á la plaza, y aquella misma noche remitio el Espernan firmadas las capitulaciones por manos de Monsieur de Boesac, General de su caballería. Recibióle el Velez cortesmente, firmó tambien lo capitulado con el Frances, y á otro dia se viéron en el campo Español, comiéron juntos unos y otros cabos castellanos y franceses.

116. No tardó la Ciudad y Cabildo eclesiástico en venir á humillarse á la magestad del rey en la persona de su General: vino, y con aquella pompa y autoridad usada entre ellos á imitacion de las repúblicas; pero el Velez notándolo atentamente, les mandó dar á entender, ántes de escucharles, como aquella era ocasion de toda humildad y reverencia, y que así se debian ofrecer delante su persona con la mayor postracion posible, y no en aquella forma. Cumpliéron los diputados la órden impuesta, no dexando de temer que topasen luego al primer paso de su congratulacion efectos del enojo; pero juzgando por otra parte á buena suerte, que sus castigos parasen en demostraciones vanas ó poco sensibles, obedeciéron gustosamente, y entráron como les fué ordenado.

117. Recibiólos el Velez á pie y descubierto poco espacio fuera de su quartel: llegaron ellos de la misma suerte, y añadiendo algunas lágrimas y señales de temor, habló primero D. Antonio de Moncada, Canónigo de su iglesia por el estado eclesiástico: luego los diputados, casi dixéron todos unas mismas cosas, y llevaron la misma respuesta con gravedad y entereza pronunciada. Decia que en nombre de su Magestad Católica recibia aquella ciudad en su obediencia, por estar seguro de que sus ánimos se arrepentian mucho de los errores pasados, y que habian de dar al mundo en finezas y en servicios grande satisfaccion de sus culpas.

118. Miéntras duraba esta ceremonia y las cortesias y convites del Espernan y los suyos, el conseller Coronel, desesperado de remedio, se escapó de la ciudad, llevando consígo el pendon, con que habia entrado en ella: siguiéronle de los fieles á la república, los que quisiéron seguirle, salió con facilidad y secreto.

119. Habíase ajustado que la entrega de la plaza se hiciese al otro dia veinte y quatro de Diciembre: cumpliólo el Espernan, y envió luego á excusarse de la retirada del conseller y pendon en la forma que habian concertado; ordinarios peligros en que suelen hallarse todos los que prometen sobre acciones agenas.

120. El Velez todavia conservaba aquel engaño comenzado en la corte, procedido de las falsas inteligencias que habia con Catalanes: entendia (obligado á entenderlo) de los avisos del rey, que en Tarragona se hallaban solamente doscientos caballos: despachó el San Jorge para que contemporizase con las últimas ceremonias de Espernan, encargándole advirtiese cuidadosamente el número y bondad de su caballería, atento á lo venidero.

121. Habian los Franceses sacado sus tropas á campaña por la parte que mira al camino de Barcelona, formándose en diez y siete batallones medianos, que entre todos hacian mas de mil caballos; no fué solo urbanidad, sino artificio, para que entre tanto la infantería catalana que se retiraba, sus caballos y bagages, tuviesen tiempo de mejorarse en las marchas.

122. Despedido en fin el Espernan, y vacia la ciudad de las armas francesas, se dispuso luego la entrada del Velez, y se alojáron en ella quatro tercios de infantería, repartiendo los mas por los lugares convecinos. Entró el Marques aquella tarde, acompañado de toda la corte del exército, el magistrado de Tarragona y otros nobles de la ciudad: caminó á la Iglesia Mayor donde fué recibido con las pias ceremonias con que la Iglesia se alegra en los triunfos de sus hijos: los demas tercios y caballería marcháron á sus quarteles.

123. Es Tarragona uno de los mas antiguos pueblos de España, y que en ella ha dado mayor ocupacion á las historias. Muchos autores la tienen por edificio de Tubal, llamándola Tarazoan, que en voz arménia y caldéa (propias entónces) dicen significa ayuntamiento de pastores, por comenzar su poblacion en esa manera. Otros deshaciendo algo en su antigüedad, quieren la fundase Taraco ó Tearco, príncipe de Etiopia sobre Egipto, natural de los pueblos Leucotiopes; el qual venido á España, y despues de retirado de Cádiz mañosamente por los Feníces, pasó á las riberas del Ebro, donde batalló con Teron, Capitan de los Ébricos españoles (que hoy son los Cántabros) y fué por él vencido y arrojado. En la edad de Romanos subió Tarragona en gloria y edificios. Ántes de Cneyo Escipion se hallaba ya cercada de muros; pero de los Escipiones alcanzó su mayor lustre, haciéndola plaza de armas general contra los Cartagineses. Recibió la fe católica quando los primeros pueblos españoles, por lo que su iglesia, sobre metrópoli en su provincia, pretende con Toledo y Braga la primacia de las Españas. Edificóla su fundador en una eminencia que viene á caerse poco á poco en el mar, donde despues la tierra humilde se dilata en una aguda punta, y ayudada del muelle, forma abrigo, aunque corto, á los baxeles: la cuerda de los cerros que sube á septentrion, va siempre creciendo y levantándose hasta que se remata en algunas peñas, que del todo encubren la ciudad á los que la buscan por la parte oriental: el medio arco que describe de poniente á mediodia es mas descubierto; pero no sin alguna defensa de antiguas torres y baluartes modernos. El número de sus moradores con pocos pasaba de tres mil, sus calles angostas, sus fábricas demuestran mas años que grandeza. Tal fué Tarragona hasta aquellos tiempos que comenzó la guerra (que es quando la vímos), ahora será solo esta en el estado de sus principios.

124. Siguióse al buen suceso del Velez en la reduccion de la ciudad otro no ménos favorable á sus intentos. Amaneciéron surtas las galeras de España y Génova en número de diez y siete: poco despues el mismo dia llegáron los bergantines de Mallorca, con que el exército recibió alegria, porque de ambas flotas esperaba ser socorrido con gente, municiones y la artillería prometida de Rosellon. Pero en breve se entendió que las galeras no traian mas de la persona de D. Juan de Garay, y conforme á las antiguas órdenes que se le habian enviado de la Corte.

125. Gobernaba las de España D. García de Toledo, Marques de Villafranca, y las de Génova Juanetin de Oria (hermano del Duque de Túrsis) á las órdenes del Villafranca. Desembarcó D. Juan, y fué bien recibido del Velez, que aunque deseaba mas su exército, mostró estimar igualmente su persona; (a veces vale mas la de un capitan grande). Solo el Torrecusa dió á entender le desplacia su venida; y mucho mas viéndole solo y sin armas que gobernase, porque entónces temia que, ó se le diesen por compañero en el manejo de aquel exército, ó que de sus tropas le separasen algunas con que emplearle: era tal la opinion del huesped, que ninguno lo esperaba ocioso; y verdaderamente ello se fué disponiendo de tal suerte (ayudado de algunas calumnias de hombres entremetidos) que el Velez se vió á peligro de perderlos á entrambos, ó por lo ménos en desesperacion de aprovecharse de los dos; cosa que deseaba, y de que supiera usar con destreza, si la sequedad del Torrecusa y presuncion del Garay le dieran algun espacio para hacerlo.

126. Excusábase D. Juan de no haber traido la infantería de Rosellon, diciendo que la guerra estaba por aquella parte tan viva, que mas se hallaba en estado de ser socorrida, que de socorrer á ninguno: que las plazas eran muchas, y poca la gente para guarnecerlas: que los Catalanes andaban en campaña, y que las tropas del Ampurdan hacian cada dia mas fuertes y venganzas en los paises fieles. No le faltaban razones para poder excusarse de no venir armado; pero con ninguna satisfacia el haber venido; donde se entendió entónces que el Garay temeroso de los progresos de Rosellon, tomó aquel motivo para dexar la provincia, juzgando que en el nuevo empleo de las armas prometidas aseguraba sus mejoras: que en Rosellon se peleaba con Franceses, y en Cataluña con naturales bisoños y mal armados, de quienes no se podia dudar la victoria, embistiéndoles tan copiosos exércitos.

127. Dispúsose luego la desembarcacion de la artillería: eran seis cañones enteros y otras piezas necesarias hasta el número de veinte, y los mas pertrechos convenientes á su cantidad. Tratábase tambien del despacho de los bergantines, porque hiciesen segunda provision de grano á la caballería; pero en medio de este negocio y de las muchas observaciones, en que por entónces inútilmente se ocupaban cerca de sus preferencias el Velez y Villafranca, llegó un correo de Madrid, que dió principio á otras novedades.

128. Abriéronse los pliegos, y con ellos las puertas á muchos y varios discursos por la novedad que se hizo notoria, de la qual podrémos decir, vino despues á depender buena parte de los sucesos que escribimos.

129. Avisaba el rey Católico al Velez como el reyno de Portugal se habia declarado en su desobediencia, separándose de su monarquía y entregandose á nuevo rey: ordenábale muchas cosas sobre este caso, encomendándole detuviese todo lo posible su noticia por no dar con ella mas aliento á los Catalanes, y causar alguna inquietud en los muchos Portugueses que se hallaban sirviendo en aquel exército. Empero por ser la cosa tan grande en Europa, de tanto cuidado á los príncipes de ella y de tales dependencias con mi historia, habré yo de contar lo sucedido en breve digresion, segun mi costumbre.

130. Sesenta años habia que la corona de Portugal ocupaba las sienes de los Reyes castellanos, con que no solo consumáron su imperio en toda España, mas tuviéron entónces ocasion de ceñir con sus armas fácilmente el universo. Fué D. Felipe el Segundo, rey de Castilla, hijo de la Emperatriz Doña Isabel, muger de Cárlos Quinto, ella hija de D. Manuel, único de este nombre, rey de Portugal, cuya baronia extinta (por muerte D. Sebastian) en el Cardenal rey D. Henrique su tio, pretendiéron muchos príncipes la sucesion de la corona; y no sin derecho pretendia tambien el mismo reyno heredarse así propio y nombrar sucesor (como ya lo hiciera en otras ocasiones). Contendian en fin por mejor razon Catalina, Duquesa de Braganza, hija entónces sola (muerta María su mayor hermana, princesa de Parma) de Duarte, Infante de Portugal, hijo de D. Manuel y hermano de la Emperatriz y del último rey Cardenal. Duarte bien que por su edad menor que el mismo rey su hermano, por su sex mejor que la Emperatriz su hermana; Catalina hija de Duarte y Felipe hijo de Isabel. Vino el caso de valerse cada qual de la representacion de aquella persona, de quien recibia la accion como si verdaderamente concurriesen vivos Duarte varon con Isabel hembra (inferior en sex, bien que superior en años); de tal suerte que Catalina por la gracia á que el derecho llama beneficio, quedaba representando el Infante su padre, y Felipe por la misma ocasion enflaquecia su causa significando la Emperatriz su madre. Intentó luego D. Henrique, hombre santo y viejo satisfacer la justicia de todos los príncipes contenciosos, por excusar á su reyna la nueva fatiga de una guerra; poniendo el negocio en términos de derecho comun. Muchos le acusan esta resolucion, y algunos la juzgan por la mayor de sus acciones; porque quanto mas fiaba de su justificacion, pudo entregarse mas confiadamente al sentimiento de otros juicios, teniendo por hecho indigno de rey Católico y Evangélico, que aquellas cosas tan fáciles de acomodar por la razon con aplauso del mundo y paz de su conciencia, se hubiesen de poner en manos de la furia. Nombró jueces, hombres tales que pudiesen juzgar sobre tan grandes intereses. Murio ántes de acabarlo D. Henrique, comun infelicidad de Portugal y Castilla, á quienes dexó por herederos de la discordia. Mas D. Felipe ántes de la sentencia en los términos legales, ordenó se lo pleyteasen con negociaciones el Duque de Osuna, D. Pedro Giron y D. Cristobal de Mora, ya su favorecido; pero en su defecto no despreciando la fuerza como el artificio, dispuso que tambien de otra parte mejorase sus respetos D. Fernando Álvarez de Toledo, Duque de Alba con treinta mil combatientes: y de las dos poderosas manos que D. Felipe puso en este negocio, la una liberal y la otra fuerte, no se puede decir qual fué mas oficiosa contra la libertad del reyno; tal el interes, y tal el asombro opuesto á los ánimos, donde algunos resistiendo al temor, no llegáron á alcanzar victoria de la codicia. Retiróse Doña Catalina de la pretension, no desengañada mas temerosa, guardando en su sangre y en la de sus hijos y nietos su propia justicia y derecho anterior á la corona; y guardando tambien los Portugueses (hasta los mas obligados al rey Católico) en su corazon ó en su escrúpulo, la memoria del arte y la violencia de aquel monarca, obedecida en aquella primera edad con la fuerza, y en la segunda de su hijo D. Felipe Tercero, tolerada con la apacibilidad del gobierno; mas del todo á ellos insufrible en la de D. Felipe Quarto. Hallábase la nobleza mas que nunca oprimida y desestimada, cargada la plebe, quejosa la iglesia; era sobre todo acabado el tiempo de aquel castigo. Despertó la queja comun las memorias pasadas, que ya parece dormian pesadamente en el sueño de sesenta años. Pretendió el rey que la nobleza de Portugal saliese á servirle en el castigo de la libertad catalana, en que los Portugueses reconocian hermandad, y en cuyas acciones (como á un clarísimo espejo) estaban concertando sus ánimos á un dichoso fin. Amenazaba D. Felipe por boca de dos ministros terribles (que entónces manejaban los negocios de Portugal) con crímen de indignacion aquel que no saliese á obedecerle: esta asperísima administracion de imperio, añadida á las primeras razones, dió motivo á algunos caballeros y prelado del reyno, en corto número, para que se resolviesen á comprar con sus vidas la libertad de la patria, á imitacion de algunos famosos Griegos y Romanos, que no hiciéron mas, ni tan dichosamente. Concertáronlo, y se dispusiéron á quitar y le quitáron aquella corona á D. Felipe, que en el modo porque dicen la trataba hizo la mayor informacion contra sí mismo, ofreciéndola á su propio dueño, que tambien en aceptarla sin temor de la contigencia, manifestó al mundo su derecho. Era este D. Juan, el Segundo en el nombre de los Duques de Braganza, octavo en el número de ellos, hijo de Teodosio Primero, Duque Séptimo y nieto de Catalina la despojada princesa de Portugal, y el que fué saludado rey legítimo de los Portugueses en Lisboa á primero de Diciembre. Y cuya voz humilló el Señor el poder contrario, de tal suerte que sin defensa ó contradiccion el nuevo rey se hizo obedecido en espacio de nueve dias por todas sus gentes y provincias; y las muchas plazas marítimas que guardaban los puertos, fueron puestas en sus manos por los mismos capitanes del rey Católico, que las defendian, movidos ellos (dicen algunos) de una fuerza interior que les hacia obedecer á su propia injuria; tal fué la princesa Margarita de Savoya, Duquesa de Mantua, que entónces gobernaba el reyno, cuyos despachos hiciéron medio á la entrega de las mayores fuerzas.

131. Con extrañeza y admiracion fué recibido en el exército este gran suceso de Portugal; aunque pareció mas grande en la variedad y recato con que se trataba. Poco despues se conoció en señales exteriores, habiéndose preso por órdenes secretas algunas personas de aquella nacion y alguna de estimacion y partes que se hallaba en el exército, cuya gracia cerca de los que mandaban, la pudo hacer mas peligrosa.

132. Muchos pensaban que este accidente podia resultar en beneficio de Cataluña, porque el rey por vengar el agravio recibido de Portugueses, se habia de acomodar á qualquiera honesto partido con el Principado, aprovechándose de las armas empleadas en él para el otro castigo.

133. Algunos entendian diferentemente, temiendo que las asistencias y socorros de aquel exército no podian ser quales pedia la necesidad, porque, divertido el poder del rey Católico á otra parte, era forzoso faltar allí, lo que se aplicase al nuevo exército.

134. Con la misma diferencia juzgaban los Catalanes (bien que para lo venidero todos lo tenian por conveniente); tales habia que desde luego lo estimaban como gran fortuna, pareciéndoles que ya el enojo del rey se habia de repartir entre ellos y la segunda desovediencia; y aun creian que la de Portugal llevase la mayor parte de la indignacion, porque en los ojos del rey Católico (y de todos los monarcas del mundo) no pareceria tan grande el delito de la sedicion, como el de la competencia: que el suyo de ellos se podria rehusar, era fundado en miseria; pero el de los Portugueses en soberbia y altivez, donde inferian la templanza de su peligro.

135. Tambien no faltaban otros que pensasen consistia en esta novedad su mayor daño, porque el rey deseoso y aun necesitado de hacer la guerra á Portugal, debia poner todas sus fuerzas por acabar mas brevemente la de Cataluña, pues no era sano acuerdo abrir los cimientos á un tan costoso edificio, sin haber dado fin á la primera obra.

136. Así discurrian las gentes de una y otra nacion; y los que mas temian, mas acertaban, enseñándoles despues la experiencia como el temor discurre á veces mejor que la esperanza.


 
 
FIN DEL LIBRO IV
 
 



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Libro V

Sumario

Preparaciones del principado. Disposicion del campo Español. Instancias á Espernan. Su vuelta á Francia. Piérdese Villafranca y Sansadurní, Martorell es embestido. Socórrele Barcelona. Juicios y consejos de Españoles y Catalanes. Inténtase la cuidad. Habla el Velez á los suyos. Aclama la generalidad al Cristianísimo. Expugnacion de Monjuich. El San Jorge pretende entrar las puertas. Muere en ellas. Atácanse las escaramuzas. El fuerte se defiende. Rómpense los esquadrones. Derrota del exército. Su pérdida y mortandad. Retírase el Velez á Tarragona. Acaba su gobierno.


1. Miéntras el Velez descansaba en Tarragona, ni bien amado como amigo, ni bien aborrecido como contrario, seguia el Espernan su retirada melancólico y poco seguro de todo el pais, que le miraba con dolor y odio. Cargábanle comunmente la culpa de la pérdida de Tarragona, diciendo que no estaba obligado al cumplimiento de lo prometido, porque no podia capitular en perjuicio del acuerdo entre el rey Cristianísimo y el principado. Intentaban con esto impedir su retirada, y que por lo ménos aguardase aviso del rey para executarla: á ninguna razon obedecia el Frances, ántes como cada dia crecia la confusion de las cosas públicas, así se afirmaba mas en la resolucion de cumplir lo capitulado con los Españoles.

2. Procuraba entónces la diputacion de tener al enemigo en Martorell, porque los pasos angostos y el rio dificultoso le prometian mas segura defensa: incansablemente solicitaban sus levas, que con suma brevedad se iban engrosando con la gente de Vich, Manresa, Ripoll, Granollers, Vallés, Metaron, Arens, Sancelonio, Hostalric, Mataró, Cabrera, Bas y costa del mar.

3. Tal era el grueso de todas las gentes, de que pretendian formar su exército, y á este fin salió de Barcelona el Doctor Ferran, ministro de su magistrado, que introducido en aquellos negocios, procuraba con zelo de verdadero repúblico dar forma á la defensa, así por lo que tocaba á la fortificacion, como al campo; pero en ambas diligencias fué inútil su cuidado, conforme lo mostró la experiencia, dándonos exemplo, de que no basta solo el zelo en el varon, sino se ayuda de la industria y suficiencia; (buen advertimiento para los príncipes). Era Ferran Oidor eclesiástico, ignoraba totalmente la ciencia militar, y por mas que su ánimo le inclinaba al servicio de la patria, todavia no fué bastante su deseo para vencer la ignorancia; de suerte que el expediente se dilataba por aquel mismo instrumento que fué aplicado á la execucion.

4. Crecian las fortificaciones al lento paso que llegaba la gente: era mayor su trabajo que su fruto, porque si bien habia entre ellos algunas personas de medianas noticias en aquel arte, todavia padecian la costumbre de querer arbitrar todos sobre la profesion agena, que los mas ignoraban, entendiendo que la voluntad de acertar bastaba para guiarlos al acierto. Introduxéronse en el gobierno militar algunos hombres mozos, á quienes el ánimo ardiente del bien de su patria habia hecho creer de sí mas de lo que era justo, los quales interpuestos en las execuciones de los negocios los sacaban de su estado competente hasta traerlos á su parecer. Es en los mancebos tan loable cosa el amar las ciencias, como será peligrosa el entender que las han conseguido, porque por lo primero se hacen capaces de alcanzar la sabiduria, y con lo segundo se disponen á la presuncion, que los lleva al temprano riesgo del mando hasta acabar con él.

5. Varios avisos recibia la diputacion de los intentos del Velez, y no cesaba de instar al Espernan que con su caballería y algunos infantes franceses (que ya se juntaban) entrase en el Panades. (Es una pequeña provincia, que comprehende algunos buenos lugares de aquel contorno). Á que se habia de seguir la catalana, que ya marchaba, porque todos saliesen al opósito de los Reales, que sin duda mostraban querer ocupar aquellos pasos. Era esta su misma intencion del Velez, reconocido ya de la necesidad del exército, que apretado en Tarragona de los Catalanes sueltos que fatigaban la campaña por todas partes, no sabia como valerse ó resistirlos. Usó desordenadamente de la fertilidad de aquellos pueblos, y en brevísimos dias se vino hallar en la misma miseria con que entrara en ellos, sin otro remedio que buscar por las armas el sustento ordinario.

6. Ninguna diligencia, fué bastante para que Espernan mudase su intencion; bien procuraba no desesperar los Catalanes que ya temia; pero quanto sabian acomodar á sus palabras, desmentian las acciones de tal suerte, que entendiendo la diputacion como se habia retirado á la retaguardia de Martorell por no hallarse en aquel servicio, mandó salir de Barcelona su diputado eclesiástico, Presidente de su consistorio, porque se desengañase del ánimo con que Espernan procedia. Llegó, y asistido del Ferran y conseller tercero, asentáron que con la persona de Monsieur de Plesís (capaz, segun ellos entendian, de reducir al Espernan) se le ordenase imperiosamente, que su caballería pasase luego al Panades, y que con la infantería guarneciese á Villafranca, que habia de ser la que primero probase la furia del exército Católico; pero con tal aviso, que si el enemigo la hubiese entrado primero que ellos, se excusase la escaramuza y se retirasen á Martorell, donde sin duda habian de ser de mayor efecto. Temian (con razon) perder qualquier pequeña parte de su tierra, porque aun sin contar el precio y lástima de los pueblos, consideraban por el mayor daño la pérdida del aliento en los vasallos; ordinario accidente, con que la gente inadvertida suele recibir las primeras desgracias de una república, donde la guerra es extraña.

7. Con este ajustamiento le pareció al diputado que las cosas quedaban de suerte que ya podia excusarse su asistencia, quando en su corte concurrian tantas que la pedian. Volvióse, y con su apartamiento volviéron tambien los negocios al mismo estado en que se hallaban ántes; no se obraba nada de lo prometido, sino crecia la confusion y desórden.

8. Vino segunda vez, y esto mismo le puso en obligacion de no dexar aquel negocio sin acabar de entender el ánimo de Espernan: juntó al Plesís y Seriñan como para testigos de sus promesas y nuevamente afirmanQuiñónesellos que prometió el Frances seguir la fortuna del Principado y su servicio, con que le diesen licencia para dar aviso al Velez, haciéndole notorias las causas de su imposibilidad. Yo creo que él lo pensaba hacer así y previniéndose para qualquier suceso: procuraba dexar el Principado y temia no poder hacerlo: pretendia justificarse con su enemigo, porque si la fortuna le traxese otra vez á sus manos, no perdiese por la palabra quebrantada la cortesia de los vencedores: igualmente le asombraba el enojo de los naturales, si una vez llegasen á desesperar de su compañía; así obraba dudoso, como entendia lleno de duda.

9. Deseaban los Catalanes que los caballos franceses entrasen á darse la mano á su teniente General Vilaplana, que con solas tres compañías de caballería ligera discurria por los lugares, donde el exército Católico hacia frente, á fin de reconocer sus intentos.

10. Caso es este digno de gran consideracion, particularmente para todos aquellos que fundados en el favor de sus amigos, se aventuran á pretender cosas grandes. Aquí se vé que un hombre estimado por capitan, vasallo de un rey Cristianísimo, justo y con empeños de la misma accion, no solo se determinase á faltar en el mayor peligro de los que venia á defender, sino que despues de haber faltado (ó por su respeto, ó por su discurso) embarazase con nuevos prometimientos, pudiéndoles salir mas costosa la segunda confianza que la primera quiebra. No es mi intencion en lo que digo, condenar el cumplimiento de la palabra que se ofreció: admírome de que habiéndola ofrecido, consintiese á los Catalanes nueva esperanza de su auxilio. Tiránicamente desterró la política de los estadistas á la llaneza y la verdad, haciendo que del engaño se formase ciencia. ¡Qué dirémos de cosas tan grandes, sino contarlas como han sido!

11. El Velez entre tanto en Tarragona disponia su salida, con deseo de que no se dilatase: habia ordenado que algunas tropas de gente discurriesen por los lugares de aquel partido, no solo por ponerles en obediencia y órden, sino tambien para que los soldados pudiesen valerse de su saco, y se socorriesen contra el hambre que generalmente los afligia.

12. Poco despues pareciendo que el exército estaba ya capaz de moverse, nombró por Gobernador de Tarragona al Maestre de Campo D. Fernando de Tejada, para que con su tercio y alguna caballería quedase asegurando aquella plaza tan á propósito á los intentos de unas y otras armas, y que los enfermos se pasasen á la villa de Constantí, porque la ciudad no recibiese algun contagio de su compañía.

13. Ninguna cosa pareció, ni era mas dificultosa de acomodar, que aquella misma sobre que se fundaban todas las otras, como si fuese fácil: no se hallaba medio á la conduccion de los víveres para alimento continuo del exército: el pais arruinado y prevenido por sus naturales habia retirado hácia dentro de sí aquellos pocos frutos que pudo escapar á las manos de sus mismos ofensores y defensores, porque la ambicion ó desprecio en la guerra, casi viene á ser igual entre enemigos y amigos.

14. Luego paraba la confianza en la buena compañía de las galeras y bergantines, y aquel cuidado que justamente se podia tener por seguro, cargando sobre el Villafranca su General. Es D. Garcia de Toledo hombre, en quien se halla valor heredado y adquirido: camina á la grandeza por la singularidad, afectando muchas extrañezas agenas de un sugeto nacido y criado para el mando: vive en él la prudencia como esclava del gusto, y es aun así de los mayores ingenios de España.

15. Deseaba el Velez pedir le ayudase; empero creia que el Villafranca no tardaria mas en desviársele, que lo que tardase en entenderlo, porque á la verdad él en su ánimo tenia por cosa indigna haber de servir de instrumento á los aciertos de otro; ordinario vicio entre hombres poderosos, de que el príncipe viene á pagar la mayor parte de sus intereses.

16. Pretendióse que el Garay fuese el medianero, y no bastó todo su artificio para llevarle á ninguna conveniencia: respondió con destreza, y obró con industria.

17. Pero ya desengañados los cabos de que por la mar no podian ayudarse, segun convenia, pensáron que de Tarragona y de los pueblos que quedaban á las espaldas, era cosa posible abastecer su exército: no dexaban de entender que los Catalanes habian de prucurar cortarles el paso; pero tambien esperaban que el exército de Fraga á la órden del Nochera obraria de tal suerte que, llamando á su oposicion las fuerzas provinciales, no podian ellos juntar en otra parte lo posible para estorbar sus comboyes, con lo qué el campo habria de ser suficientemente socorrido.

18. Era la intencion del rey Católico (por lo ménos lo daban así á entender sus ministros) invadir el principado con tres exércitos á un mismo tiempo; (cosa que si pudiese executarse, sin duda postrara las fuerzas y estorbara la entrada de los auxliares). Conforme á esta disposicion salió el Nochera de Zaragoza y su Maestre de Campo general el Prior de Navarra, á fin de que se diese forma en las rayas de Aragon al nuevo y prometido exército; pero como por natural achaque del gobierno español, se siguió siempre un profundísimo olvido á las mas vivas preparaciones, no duró mas el cuidado de aquella accion, que lo que fué necesario para darla principio con asaz fatiga de Aragon y Navarra. No se le acudia con los efectos competentes á la execucion: escribia el de Nochera é importunaba, y no era socorrido; ántes se recibia la eficacia de sus avisos casi con escándalo, por ser culpa comun en ministros desatentos reputar la providencia de otros como cobardía.

19. De otra parte, desayudado el Nochera por algunas desconfianzas entre su persona y la del Prior (altivos ambos y ambos caprichosos) ninguno quiso, ni supo convenir ó humillarse á la condicion ó al mando ageno: prosiguióse la competencia, poco despues fué venganza, y luego desconcierto del servicio de su rey, y sus tropas; de cuyos empleos por la diversion tanto dependia el exército del Velez, se estuviéron ociosas todos aquellos tiempos.

20. Saliéron los Reales de Tarragona, y se ordenó que la caballería se mejorase siempre quanto le fuese posible, hácia Villafranca del Panades. Executólo intrépidamente el San Jorge; hallábase en la plaza el teniente General Vilaplana con desigual poder: fué forzado á retirarse, y lo pudo hacer sin pérdida de fuerzas ni de opinion, por ser práctico en el pais: al punto ocupáron los Reales el paso, contentándose con haberle ganado, sin intentar por entónces otra cosa miéntras no se juntaba todo el exército.

21. Causó la retirada de Vilaplana grandísimo desconsuelo en Barcelona: entónces volviéron á llorar la impiedad del Espernan, que en tal peligro los habia metido y dexado; teniendo por seguro, ó por las disculpas de Vilaplana ó porque verdaderamente les pareciese así, que habiéndola socorrido, la villa pudiera resistirse.

22. Pero el Frances observante de las atenciones de los Catalanes, y no ménos de los pasos del exército Católico, dispuso su última retirada y la de todos sus cabos y tropas á Francia: contradeciánsela con vivas razones los diputados, que su mismo dolor, quando no su justicia, les estaba dictando.

23. No se detuvo Espernan á ningun oficio, ántes prosiguió su camino con tanta determinacion, que dió motivo á que se pensase (y aun escribiese) no era solo el sencillo deseo de cumplir su palabra el que le llevaba tan resoluto. Volvió á Francia, donde exteriormente fué no bien recibido; todavia ocupó luego su gobierno propietario, de Leucata. Algunos se persuadiéron que mayor espíritu obraba su movimiento; yo no puedo escribir todo lo que he oido, por lo que se vé, se juzgue: lean aquí atentísimos todos los que aconsejan sus príncipes, que el caso no es de tan pequeña doctrina; asaz de útil ofrece al advertimiento de los que mucho fian de otro.

24. Fué la salida de los Franceses sentidísima en todo el principado, é hizo cejar mucho en la aficion con que los miraban como á sus libertadores. Entónces viéndose ya asombrados de su enemigo, recurrian tal vez á culpar la primera resolucion: otros lo juzgaban á infelicísimo pronóstico; y tales habia que lo consideraban por último desengaño, creyendo que la desconfianza de su conservacion llevaba primero aquellos, que primero la conocian.

25. Pero los hombres, en que el valor ardia como elemento, sin otra materia de interes mas que su propio zelo, no desmayando con la ausencia de los socorros, decian que así les habia de quedar mayor la gloria del triunfo, no habiendo de partir de su laurel con otras cabezas: que su nacion unida y sin la correspondencia de otras gentes quedaria mas fuerte y mas segura, pues entre ellos ya no era tiempo, se hallasen los ánimos diferentes ó indiferentes; de esta suerte alentaban á los temerosos.

26. Marchaba el Velez en tanto al Panades, donde ya la vanguardia habia ganado á Villafranca: ocupó en llegando con su grueso, el lugar capaz de poder recogerle todo. Era Villafranca pueblo de gran vecindad y de los mas abundantes de España en su provincia. Aquel mismo dia se ordenó que todos los caballos ligeros se adelantasen á ganar San Sadurní, distante poco mas de una legua hácia Martorell, donde se sabia que el enemigo aguardaba con parte de la gente retirada de Villafranca, y todo el poder que tenian junto para oponérsele.

27. Está San Sadurní puesto en una eminencia acomodada para defenderse, desde la qual hasta Martorell se siguen algunos valles hondísimos que van siempre ceñidos de dos cordilleras de montes, que unos baxan de las serranías de Monserrate, y otros corren la tierra adentro, pasando poco distantes de Barcelona.

28. El pueblo, siendo súbitamente asaltado, ni por eso dexó de resistirse confiado en que por la vecindad del socorro no podia faltarle; pero la gran fuerza con que fué furiosamente embestido y luego entrado, no dexó ver la constancia de los que le defendian, ni la diligencia de los que ya caminaban á juntarse con ellos.

29. Coménzaban desde allí todas sus fortificaciones de los Catalanes, asentadas en sitios favorables á sus designios y al modo de guerra comun á los hombres rudos: pretendian con tropas de gente bisoña puestas en aquellos lugares altos, libres á la furia de la caballería, defender todo el paso, que por larguísima distancia continuaba en aquella angostura; este fué su intento, y lo pudieran lograr á poner en ello mas cuidado. La naturaleza convida con la defensa, el arte la perfecciona: la necesidad hace poco mas que desearla y la estraga á veces: el temor no ayuda al acierto, quien teme no sabe, el que sabe tiene ménos que temer: la guerra se ha reducido á términos de ciencia, el órden alcanza mas que la fortaleza.

30. Detúvose el Velez por discurrir con templanza en el modo de la empresa de Martorell, que como mas propia (por ser suyo el lugar, como hemos dicho) deseaba acertarla. Hallábase con buenas noticias del pais enemigo, porque en su campo habia muchos naturales y otros no menos prácticos: todavia procuró haber algunos paisanos por cuya industria no solo fuese avisado, sino guiado: mandó se buscasen, y le fueron traidos por las tropas de la caballería, de los quales se entendió cumplidamente todo lo que deseaba saber.

31. Habia gobernado hasta aquel dia las armas de los Catalanes su Oidor eclesiástico Ferran, acompañado de D. Pedro Desbosch y D. Francisco Miguel caballero de San Juan, en quienes (por mas que se adornaban del zelo y fidelidad) no se hallaban aquellas calidades suficientes al grande oficio que exercian. Con este conocimiento fué llamado el diputado militar Francisco de Tamarit (a cuyo puesto tocaba el mando de las armas naturales), que hasta entónces se hallaba ocupado en el Ampurdan, haciendo frente y resistencia á las tropas Reales de Rosellon. Era el Tamarit hombre, que juntamente llegó á enseñar la milicia á los suyos y aprenderla entre ellos; pero ya en opinion de capitan, porque los buenos sucesos anticipan á veces la gloria del aplauso, á que parece caminan otros y rodean por el merecimiento.

32. No ménos los negocios del Ampurdan eran á este tiempo dignos de todo cuidado: no se atrevia el Tamarit á dexarlos expuestos á la mejor suerte de sus enemigos, ni tampoco pudo excusarse de acudir al aviso de su república. Dispuso y encargó la defensa de aquella provincia como le pareció mas conveniente, y dexó en su guarnicion á los Maestres de Campo D. Anton Casador, D. Dalmau Alemany, D. Bernardo Montpalau, D. Juan Sanmenat y el Vizconde de Joch, cuyos tercios si bien no eran copiosos, parecia que por entónces podian hacer resistencia al contrario, que ya se hallaba con mayores pensamientos en la parte donde tenia las mayores fuerzas; y habiendo tambien ordenado a las compañías de caballos de Henrique Juan, el Bayle de Falsá y Manuel de Aux le siguiesen, entró en Barcelona al mismo tiempo que le llamaba la necesidad y la desconfianza comun. Cobró el pueblo nuevo aliento con su llegada, haciéndola aun mas alegre haber entrado casi en aquellos dias Monsieur de Plesís y Monsieur de Seriñan con un regimiento de infantería francesa, y trescientos caballos no comprehendidos en las capitulaciones de Tarragona.

33. Consistia toda su esperanza de los Catalanes en defender el paso de Martorell, juzgando ser aquella la verdadera defensa y fortificacion de Barcelona: habian perdido el Coll con facilidad, cosa entre ellos tenida por insuperable: esta consideracion los llevaba mas al propósito de aquella resistencia,

34. Procuraban dar satisfaccion al Principado, cuyas fuerzas tenian juntas siendo cierto que todos sus naturales parece habian puesto les ojos en aquella accion para acabar de creer ó desesperar en su defensa: á lo que mas se aplicaban, era á intentar algun buen efecto por manos de la industria. Pareció conveniente dar aviso al Margarit (que emboscado en las espesuras de Monserrate hacia la guerra en continuos asaltos), para que en la mejor forma que el tiempo y sus fuerzas diesen lugar, se acercase á Tarragona y picase al exército vivamente por las espaldas.

35. Recibió D. Josef la órden, y recogió á sí toda la gente que le quiso seguir, y con algunos almogavares fué á tentar la fortuna con determinacion de dar sobre los lugares, que el exército Católico dexase con alguna guarnicion: asegurábase en que la caballería tenia desocupado el campo de Tarragona, y así no le quedaba el negocio dificultoso.

36. Marchó, y crecia cada instante tanto en poder y pensamientos, que determinó ir á dar vista á la misma ciudad de Tarragona; empero siendo informado de su gran presidio, revolvió por hácia la montaña á la villa de Constantí, distante de Tarragona una pequeña legua. Es Constantí lugar mediano, pero fortalecido de un castillo de los que la antigüedad fundó con mayor arte: está eminente á todo su pueblo y á toda la campaña, desde donde se mira no ménos fuerte que agradable: servia de hospital y cárcel á Castellanos y Catalanes: parecióle al Margarit esta empresa acomodada á sus fuerzas, pensando por ventura divertir con aquella accion la fuerza del exército, como suele la leona dexar algunas veces la presa á los rugidos de los cautivos hijuelos: embistió la villa en el mayor descuido de la noche: ganáron las puertas con brio los Catalanes (no poco defendidas de los soldados de la guarnicion). Es celebrado entre los mas el aliento de un Pedro de Torres, Sargento catalan: nombrámosle contra costumbre, porque le hallamos nombrado de todos. Defendióse el castillo como pudo, y fué entrado con la primera luz de la mañana: muriéron algunos castellanos en número como treinta: cobráron su libertad mas de trescientos naturales prisioneros; y sin duda pudiéramos contar este por un dichoso suceso, sino obscureciera mucho de su gloria la crueldad con que fueron tratados los heridos y enfermos, porque habiéndose reconocido por los vencedores los hospitales donde yacian hasta quatrocientos soldados defendidos solo de la humanidad y religion; últimos privilegios de los miserables, fueron entrados furiosamente y sin ninguna piedad despedazados y muertos: corrió la tristísima sangre por en medio de la sala en forma de arroyo, nadaban sobre ella brazos, piernas y cabezas: los cuerpos humanos, perdida su primera forma, parecian monstruosos troncos de carne: al principio las quejas, lágrimas y voces formáron un horrible estruendo, y el miedo y la confusion fueron para algunos tan crueles como para otros el acero: los lechos fabricados á la paz y descanso natural se veian torpísimamente bañados en sangre y sucios con las entrañas de sus dueños figuraban lastimosamente las bárbaras carnicerias de los gentiles. No pudo detenerse á ningun respeto el furor de los que vencian, porque parece es calidad de la victoria asentarse sobre la mayor ruina: tampoco la venganza obedece á algun consejo de la piedad: hallábanse rabiosos los Catalanes del suceso de Cambrils, y obraban de suerte en Constantí, como si con aquella violencia enmendasen la ya padecida.

37. Entendiáse con brevedad en Tarragona la interpresa de aquel lugar, y aun sin prevenir tan grande daño, mandó el Tejada salir la caballería é infantería que pudo la vuelta del enemigo; pero el Margarit, que no dexaba de temerse de los socorros de Tarragona, habia puesto de reserva fuera de la villa al Capitan Cabañas y su compañía, (hombre entre ellos de buena opinion) con órden que escaramuzase con los socorredores, miéntras se juntase la gente que se ocupaba en el saco. Tocáron al arma las centinelas del Cabañas, que se habian adelantado por todas las avenidas, y su cuerpo de guardia se opuso con gran valor á las tropas contrarias: llegáron los Reales, y atacándose entre unos y otros vivísimamente la contienda, peleáron hasta que dispuestos ya en forma militar todos los Catalanes, se resolviéron á dexar la villa, cuya conservacion casi parecia imposible é inútil por la mucha vecindad del poder contrario.

38. No ignoraba el Velez todas las prevenciones del enemigo, y así desde luego determinó servirse del artificio. Llamó á consejo casi á vista de Martorell, y por todos fué ajustado que los Catalanes fuesen embestidos en sus fortificaciones, mas con intencion de medir sus fuerzas, que de ganárselas: que si ellas fuesen tales que diesen lugar á proseguir el asalto, no se perdiese coyuntura, y se apretase lo posible por desembarazar el paso; pero que hallando así fuerte la resistencia y que el peligro pareciese mayor que el útil, se retirasen, y entreteniendo al contrario con escaramuzas, se enviase un trozo de exército bien gobernado que subiendo la montaña á mano izquierda baxase al collado (dicho del Portell) desde donde se tomaba al enemigo de espaldas, y se pasaban de esotra parte del rio Llobregat, con que los Catalanes quedaban imposibilitados de la retirada ó socorro.

39. Era de pocos dias ántes entrado en el gobierno de aquellas armas el Diputado militar Tamarit, que no despreciando el valor de los Católicos (como aquel que lo habia experimentado de cerca), luego que reconoció su exército, pidió nuevos socorros á Barcelona, porque con las mudanzas de los cabos que entre los Catalanes habian sucedido, se desbaratara buena cantidad de gente faltando de una y otra casi la tercera parte.

40. Fué esta nueva escuchada en la ciudad con mucho enojo y tristeza: oyen mal, y creen peor los hombres pacíficos los aprietos de la guerra: acusa el civil de perezoso al soldado y al capitan que no vence segun su antojo: ninguno acierta á medir la desigualdad que hay entre sus estados: el ocio de la guerra es terremoto en la república, lo que es confusion en la ciudad, es quietud del exército: desdicha original, juzgar de las acciones imperceptibles de la guerra el tribunal de los políticos, tan liberales en averiguar las calidades del peligro que ignoran, donde suele salir condenado á veces el valor y á veces la prudencia, como si Marte pesase en la balanza de Astrea, y entre la fortuna y la razon hubiese gran conformidad.

41. Quejáronse los Catalanes, mas no se entorpeciéron del afecto con que se quejaban: prevenian con todas diligencias posibles el socorrer al Tamarit: convocólos y pidiolos la Diputacion con imperio de Señora y lágrimas de madre igualmente afligida que temerosa. Valiáse la Ciudad de todas sus parroquias, conventos, cofradias, gremios y universidades, porque aquellos que se podian negar al mandamiento, no hallasen modo para excusarse del ruego: esforzáronse á dar ó cortar el brazo por salvacion del cuerpo de su república: todos se ofreciéron al remedio sin reservar la sangre ó la hacienda. Obligacion es del vasallo ó del repúblico acudir á su príncipe, ó á su patria afligida, de tal suerte, como si solo por su cuenta estuviese el remedio: fácilmente se pudiera reparar la ruina de un reyno, donde todos pensasen que el daño era solamente suyo, de lo contrario se dá á entender ambicion; certísimo es el peligro, donde los intereses parecen de uno solo y el riesgo de todos.

42. Venció la diligencia de la Ciudad el alboroto del pueblo, haciendo como marchase la gente de la misma suerte que se juntaba: los clérigos y frayles desde el altar y el coro pasaban á la campaña: niños, ancianos y enfermos ninguno dexaba sosegar el zelo de su defensa: cada qual media sus fuerzas por su espíritu (no este por aquellas como siempre). Juntáronse en brevísimo tiempo mas de tres mil personas; pero con poca suficiencia para las armas en extremo agenas de su exercicio.

43. Entre tanto los del exército Católico, dispuestas ya sus acciones, segun el órden que habian tomado, y desengañados de que por el frente del paso era tanta la resistencia que no habia que proseguir por aquella parte, se dividió todo el grueso en dos trozos. Tomó la vanguardia por su cuenta el Torrecusa, á quien seguian seis mil infantes en los tercios de la guardia, en los del Duque del Infantado, Portugueses, Walones y el de los presidios de Portugal, y hasta quinientos caballos: dexó el camino real á mano izquierda, y entrándose en las asperezas de aquellas serranias que suben creciendo desde el agua á la montaña, fué marchando y haciendo su camino en forma de arco por toda la tierra, que los Catalanes pensaban se defendia por manos de la naturaleza.

44. El Velez entendiendo que su viage habria de ser un poco mas dilatado, y aquella suspension podria ocasionarles alguna sospecha, mandó de nuevo atacar diferentes escaramuzas en el frente con las trincheras y reductos, que se hallaban bien guarnecidos y eminentes en todos los pasos á propósito de la defensa en el camino real; mas, ó que fuese floxedad ó artificio de los Castellanos, ninguna vez pretendiéron arrimarse á las fortificaciones contrarias, que no fuesen rechazados con gran valor y destreza por los Catalanes. Ocupóse todo aquel dia en las escaramuzas, y el segundo se tocaron muchas alarmas á la villa por el costado siniestro, con que crecia en los embestidos cada hora el asombro, viéndose atacados por tres partes á un mismo tiempo.

45. Ya entónces se descubrian las tropas del Torrecusa: tardó un poco mas de lo que se pensaba, habiéndose detenido en quemar un burgo que se puso en resistencia, no sin algun daño de los Reales por ser de noche la contienda: llegó en fin sobre Martorell intempestivamente, y resonándoles á los sitiados los clarines contrarios por las espaldas, diéron su perdicion por segura. Aquellas voces á un mismo paso servian de desmayo y aliento: unos afloxaban como perdidos, y otros se alentaban como vencedores: apretáronse las escaramuzas y luego de la artillería con horrible estruendo, multiplicándose en los senos de los valles vecinos: crecia el horror, y se desesperaba en la defensa de tal suerte que el Seriñan, reconociendo el riesgo comun, comenzó á introducir la plática de salvacion. Tuviéron su consejo el Tamarit y tercer Conseller, á quienes asistian el Seriñan y D. Josef Zacosta, y ordenáron que Monsieur de Aubiñí saliese á reconocer el poder del Torrecusa, que era quien mas les afligia; pero siendo informados prontamente de que el enemigo baxaba con todo su grueso, acompañado de nuevas tropas de caballería y seis esquadrones, con los quales igualaba quando no superase su número, resolviéron no exponer al último daño aquel pequeño exército: que el postrer peligro no debia ser, sino quando se hubiese desbaratado toda la fuerza é industria: que Martorell no merecia ser el final teatro de sus desesperaciones: que el corazon de la patria eran aquellas armas: que de ellas se derivaba el aliento á todo el cuerpo de su república: que quizá en Barcelona los aguardaba la suerte próspera: que allá era la resistencia mas segura, mas cercanos los socorros, mas executiva la desesperacion, mayor el pueblo, mayores las obligaciones: que ningun cuerdo dexaba de tomar de su fortuna aquella tregua con que le convidaba, porque entre el cuchillo y la garganta topáron muchos su remedio: que el entregarse á los peligros no es valor, sino torpeza del miedo que no dexa solicitar su remedio al sumamente cobarde.

46. De estas razones persuadidos, mandáron se retirasen los tercios en buen órden, y se temian de no poder conseguirlo, porque se dificultaba tanto en el indomable furor de los suyos, como en la pujanza y atrevimiento

47. Los cabos Españoles reconociendo la misma razon que obligaba á retirarse los Catalanes, apretaban con toda furia por no darles lugar á la salida; empero ellos con mayor noticia del pais hiciéron avanzar las tropas de su caballería, á cuyo abrigo salian los infantes porque no era ménos la resistencia en el frente, donde el Velez determinó de hacer dar el asalto despues de la venida del Torrecusa. Habíanse acercado las mangas á sus fortificaciones por ménos distancia que á tiro de arcabuz, lo que habiendo reconocido Monsieur de Senesé, á cuyo cargo estaba la artillería, con el de Balandon y otros que les seguian, dispusiéron de tal suerte su manejo, que la infantería española se detuvo todo el tiempo que la catalana hubo menester para dexar el puesto, y seguir la otra en su retirada.

48. Entónces fué entrado el lugar por las espaldas: satisfizose allí la venganza de unos de la resistencia de otros, como si fuese culpa la defensa: no perdonaba la furia á edad ó sex, á todos igualó la crueldad en una misma miseria. Costó la entrada de Martorell las vidas de algunos soldados y oficiales, y entre ellos fué mas sentida la muerte de D. Josef de Saravia, caballero del hábito de Santiago, teniente de Maestre de Campo general y el hombre mas práctico en papeles y despachos de un exército que otro ninguno. Faltáron de los Catalanes mas de dos mil hombres entre infantes y caballos ligeros. Por la misma razon que el Velez esperaba de aquel lugar mas obediencia, permitió que fuese allí mayor estrago.

49. No habian las tropas de su caballería del Torrecusa acabado de baxar por el collado, quando juzgando ya la victoria por suya se aventuráron á divertirse y entrarse por los pueblos vecinos, porque el descuido del contrario acrecienta las fuerzas, y aun la dicha del que acomete. Algunas partidas de caballos sueltos tomáron el camino de San Feliú con pretexto de cortar los socorros de Barcelona.

50. Eran de poco tiempo llegados á aquel paso todos aquellos, con que la ciudad pudo acudir á su exército: la gente bisoña y de profesion extraña descansaba sin tino de la fatiga de las armas: llegáron súbitamente sus corredores, y les diéron aviso del peligro en que se hallaban: constaba el socorro de hombres los mas de ellos eclesiásticos, y otros algunos oficiales y gente llana que, viéndose vecina á la muerte, no se acababa de disponer ni bien á la fuga, ni bien á la resistencia: vueltos á su discurso por algun particular aliento que les asistia, y acompañados de los infantes franceses, á quienes se arrimáron, consiguiéron el ponerse en forma de esperar al enemigo. Cobráron una colina harto favorable á su defensa, y socorridos tambien de una compañía de caballos del Capitan Borrell, alcanzáron mayor confianza de la victoria. Llegaban las tropas con intencion de embestirles, convidadas de su primer desórden, y no obstante que ellos así pudieran defenderse, dexáron aquel sitio, y poco á poco se subiéron la montaña, donde sin la contingencia de la defensa alcanzáron mayor seguridad por la retirada, entrándose en los bosques: quedó el lugar en manos de los vencedores, y sirvióles de quartél asaz á propósito para su intento y descanso.

51. Detúvose el Velez un dia todo (como llorando las ruinas de su Martorell), porque si bien deseaba pasar adelante y no le era posible por entónces: el exército sumamente fatigado de las marchas y escaramuzas pasadas no se hallaba en la disposicion y sosiego de que necesitan las gentes, que han de comenzar el gran hecho de una batalla ó sitio.

52. Pareció, se debia dexar allí el presidio conveniente para defensa del paso del Cangost, donde se habian de asegurar los víveres que baxasen de San Sadurní, y así fué ordenado que el Comisario general de caballería de las órdenes con quinientos caballos se quedase guardándole, y que en Martorell se detuviesen dos tercios prontos para marchar hácia donde les fuese ordenado.

53. Con estas prevenciones salió el Velez al dia siguiente, y ordenó de nuevo que su vanguardia en buena disposicion avanzase todo lo posible hasta los lugares de Molins de Rey, San Feliú y Esplúgas, donde pretendia dar forma de-batalla á su campo, segun la accion en que asentase que debia ser empleado. Mandó adelantar sus esquadrones, segun hemos referido, y sin dificultad ninguna se hizo dueño de todos los pueblos y tierra de aquel contorno: no se topaba de parte del contrario defensa alguna y ni habia batidores ó centinelas que procurasen descubrir sus movimientos: toda la tierra parecia triste y llena de silencio, de cuya quietud inferian los Españoles el temor de sus contrarios, todo lo interpretaban dichosamente: es costumbre del deseo errar siempre el juicio en las figuras de los sucesos prósperos.

54. Hallábase ya aquartelado el exército en los pueblos vecinos á Barcelona, adonde habiendo llegado el Velez, entendió no debia fiar una cosa tan grande de solo su arbitrio: quiso justificarse con su exército, obligado no ménos de su modestia, que de otros vivos pensamientos que no le dexaban afirmar en ninguna resolucion, porque á la verdad su espíritu jamas le dió esperanza de la victoria. Temia interiormente, y procuró ayudarse de los hombros de muchos, ó sus esperanzas para llevar el peso de Ia contingencia. Es esta la mayor usura de los políticos, obrar solos aquellas cosas de que se satisfacen, por no repartir la gloria del acierto con ninguno, y ayudarse de otros en aquellas que temen, por descargarse con ellos de la vergüenza que sigue á los ruines acontecimientos.

55. Llamó á consejo los primeros y segundos cabos de su campo y otras algunas personas, cuya intervencion podia ser provechosa para el acierto, ó para la justificacion: llamó á D. Luis Monsuar, Bayle General de Cataluña, hombre muy confidente á su rey, (como atras habemos dicho) y en extremo en todas las cosas públicas y particulares del principado: hizo tambien llamar á D. Francisco Antonio de Alarcon del Consejo Real de Castilla, á quien el Conde Duque habia enviado (debaxo de otros pretextos) como para fiscal de las acciones del Velez. No habia en el Alarcon parte ninguna suficiente para lo que se trataba; empero mucha disposicion para ser creido por su boca el gran desvelo, con que el Velez procuraba los buenos sucesos: juntos, entónces dixo así.

56. Que pues la buena fortuna, guiada de la justificacion del rey, los habia traido vencedores tan cerca del Iugar, donde los delitos pasados clamaban religiosamente por castigo, faltaba solo discurrir en el modo mas conveniente de la venganza (si así podian llamarse los efectos del justísimo enojo d su monarca): que ya habian conocido en muchas experiencias el poco valor de aquellas gentes miserables (en fin como faltos de razon), pues en aquellos dias fueron tantas las victorias, quantas las veces que se pusiéron á vencerlos: que la espada de aquel exército, ya pendiente sobre el cuello de Barcelona, estaba tambien destinada para castigo de otras provincias: que el tardar en el primer golpe era retardarse la gloria del segundo triunfo: que allí no iban á mas que á ensayarse para mayores cosas: que haberse contentado con pequeños hechos, era desojarse los copiosos laureles que los aguardaban: que todo España, todo Europa y todo el mundo estaba mirando atentísimamente sus sucesos: que ya era menester darles satisfaccion á la esperanza de los amigos y á las dudas de los neutrales: que muchos en la ciudad, depositando la fé en el silencio ó temor, no esperaban mas que ver tremolar las banderas Reales, para levantar una gran voz en favor de España: que de la misma suerte los obstinados, por ventura que esta misma diligencia aguardasen para reducirse, dando así alguna disculpa á su mudanza: que esto no podia ser dudoso, pues donde la resistencia les convidaba con el sitio, ellos no habian atinado á defenderse, ni parece que lo solicitaban, segun todo lo perdian sin pérdida.

57. Templó luego con gran destreza el orgullo, á que vanamente podian inducir sus razones, porque sin duda parece, que en estos casos pende de la boca del caudillo el temor ó aliento de los súbditos. Puso no sin cuidado, ántes las consideraciones apacibles, por dar á entender á los que escuchaban, que su lengua le ministraba primero aquellos afectos, que primero topaba en el corazon; ó fué tambien traerles últimamente á la memoria sus peligros, deseando que los tuviesen mas cerca de los ojos, al tiempo que se determinasen: él no amaba ni elegia lo que alabó, ántes sentia lo contrario, y añadió luego.

58. Que ninguno debia arrojarse al precipicio por ver precipitado al que pasó delante: que no les obligase á torcer ó encubrir alguna parte de su sentimiento el haber entendido, que su ánimo apetecia aquella empresa: que midiesen atentamente las fuerzas del exército, y su disposicion con la multitud de aquel pueblo y obstinacion de aquella ciudad: que tampoco tuviesen por infalibles las señales de recibir sus armas y aclamar su nombre, porque en la astucia de los afligidos no hay promesa imposible ni segura: que si se les ofrecia otro modo mas acomodado de castigo que la batalla ó sitio, lo practicasen: que él sabia de su rey, que mas deseaba el acierto que la venganza: que los alborotos presentes de España pedian atentísimo juicio cerca de los empleos de sus armas, porque siendo muchas las ocasiones y uno el poder, era menester no ofrecerle á casos dudosos.

59. Mandó luego que hablase públicamente el Gobernador de Monjuich, caballero catalan, que la noche ántes mas obligado del temor que de la fidelidad se pasó al exército Católico: informó en público de las cosas; particularmente de su castillo y de otras de la ciudad facilitándolas, como es uso en los que pretenden lisonjear y persuadir.

60. Callado este, ordenó el Velez se leyese públicamente la carta de su rey y las órdenes del Conde Duque sobre el negocio de Barcelona; todo encaminado á las prontas execuciones. Instaba el Conde en la expugnacion, prometia el suceso, facilitaba los inconvenientes, y mostrábales el modo de la segura victoria: en fin la disponia y juzgaba sin otro fundamento que su deseo vivo en cada palabra y letra.

61. No hay juicio tan experto que ántes de la experiencia comprehenda el ser de las cosas; muchos, ni aun despues del estudio lo han conseguido. El favor de los príncipes puede hacer los hombres grandes, pero no cientes: algunos fundados en aquella gracia del Señor como se ven superiores á los otros en la fortuna, piensan que lo son tambien á la misma fortuna: el que subió ignorante al magistrado, ignorante caerá del magistrado: los hombres le aplauden y lo engañan, la suerte los aborrece y escarmienta, ellos le suben sobre ella, y él se arroja desde allá despues de subido. Erradamente suele mandarlo todo, el que primero no mando á pocos y obedeció á algunos; mas ¡qué erradamente dispone los exércitos, el que no ha manejado los exércitos!: palabras estudiadas y bien compuestas no son mas que sonido deleytable, sueño al príncipe que las escucha, poco despues precipicio del principado: ninguno vence desde su retrete (bien que desde allí mande) contra la supersticiosa fé de un político: la guerra, animal indómito, jamas acabó de obedecer al azote, quanto mas al grito. Son testigos los ojos de Europa de que en aquel célebre bufete, tan venerado de la adulacion española, se han escrito muchas mas sentencias de perdicion, que instrucciones de victorias.

62. Oian prontamente los del consejo todas las razones referidas del Velez, y ninguno ignoraba ó desconocia los fines de cada qual: no hubo entre ellos hombre que seguramente entrase en aquella misma resolucion, de que tampoco dudó ninguno, porque todos temian lo mismo que su mayor temia, y como ménos poderosos humillábanse mas presto á la direccion de aquel que los mandaba. Sabian que Barcelona estaba en defensa: terraplenada su muralla: capaz toda de artillería, y con mas de cien cañones alojados en forma suficiente: llena de hombres desesperados: socorrida de soldados viejos, y no desamparada de cabos expertos: suya la mar, los puestos importantes ocupados y defendidos, los vasallos fieles al rey pocos y encubiertos, abundantísima la plaza de bastimentos. De otra parte miraban su exército ya disminuido en infantería y caballería por la hambre, por la guerra y por la enfermedad; y principalmente por las muchas guarniciones que iban dexando atras: el enemigo á las espaldas con poder considerable de gente y en su pais: el paso de Martorell poco seguro para la retirada: mucha gente bisoña, toda hambrienta: el manejo de las provisiones casi imposible: el mar no defendido: pocas galeras y mal armadas: en los cabos alguna desconformidad: los socorros de Castilla, Aragon y Valencia lentos y apartados; todo los ponia en gran desconfianza.

63. El Garay pretendió á los principios se hiciese la guerra por Rosellon (como habemos dicho): todavia proseguia en su parecer, nunca se acomodó al sitio de Barcelona por aquella parte; consentíalo forzado, ó respetoso. El Torrecusa juzgábalo ordinariamente: entendia que la empresa no era mas de sitiar una ciudad grande, cuya defensa no podria ser larga. Xeli mostraba alguna dificultad en el sitio, creyendo que el poder no era proporcionado. El Oidor Alarcon instaba porque se cumpliesen las órdenes Reales: los Catalanes que seguian al exército, tambien incitaban por la recuperacion de Barcelona, no mirando ni discurriendo mas que sobre sus intereses. De los cabos menores, algunos eran de parecer se dexase la ciudad (conforme al antiguo del Garay), y que el exército vagase por la provincia: que destruyese los campos y lugares cortos, sin detenerse en cosas de mucha dilacion y lidia: que el enemigo sin exército capaz les dexaba libre el campo donde se podian mantener, y dentro en los pueblos apretarlos de tal suerte, que los mismos naturales pidiesen sobre sí el castigo.

64. El Velez no se desviaba mucho de esta opinion; pero el silencio de los tres cabos Torrecusa, Garay y Xeli le quitó la osadia para resistirse á los mandamientos del rey. Fué resuelto por todos, que el exército se mejorase hasta el lugar dicho Sans, media legua de Barcelona, que la ciudad se intentase, que se reconociese Monjuich como lugar principal de la expugnacion, y que las fortificaciones de afuera llegasen á ser acometidas, porque con verdad se entendiese su fuerza: que últimamente, manifestándose la justicia Real con todas las gentes del mundo, segunda vez fuesen los Catalanes convidados con el perdon, porque jamas se pensase que el rey de su parte habia faltado con alguna diligencia de padre, ú oficio de Señor piadoso.

65. Con esto marchó el exército hasta el lugar señalado, y se gustó todo aquel dia en reconocer los puestos, avenidas y partes por donde la ciudad debia ser embestida. Encargóse de esta diligencia el Torrecusa con otros algunos oficiales en corto número. La grandeza del mando no desvia los riesgos, ántes los solicita. No se excusó jamas de ningun peligro por dar satisfaccion á su cargo; y mas á su opinion entre Españoles, con quienes vivia siempre poco confiado.

66. Habíase últimamente entendido y propuesto la disposicion de la empresa como les era posible; y entónces pareció conveniente enviar la carta propuesta á la ciudad; final protextacion por la conciencia del rey y que habia de ser excusa de los daños propinqüos. Despachóse con un trompeta segun forma de la guerra.

67. Contenia en nombre del Velez, que hallándose con el exército Real sobre aquella ciudad, queria darse por obligado á advertirles que la órden de su rey y sus propios designios eran solo castigar los perturbadores de la paz pública: que le recibiesen como á ministro de justicia, y no como caudillo: que la clemencia católica, aunque ofendida de los excesos pasados, les ofrecia perdon y quietud, y estaba pronto á recibirlos como á hijos: que de esta suerte se podria remitir la saña de un exército, que jamas suele parar en ménos daños que en la ruina universal en honras, vidas y haciendas: que habriesen los ojos, y mirasen su peligro: que se compadecia como cristiano, los amonestaba como amigo y los aconsejaba como natural é hijo de su provincia, y uno de los mas interesados en su bien y conservacion.

68. Acompañaba la carta del Velez á otra del rey escrita con gentil artificio, porque encaminándose tambien al perdon, aunque firmada en aquellos últimos dias, quando ya no parecia decente, su data era muy anterior, mostrando haber sido escrita en aquel tiempo en que las cosas merecian tratarse de otra suerte.

69. Era en estos dias grandísima la turbacion en la ciudad, afligida de los malos sucesos pasados, y temerosa del poder y fortuna que la estaba amenazando: recurrian todos á Dios con ayunos, oraciones y abstinencias: las manos de los sacerdotes no dexaban las mañanas de obrar sacrificios apacibles al Señor; y las tardes no cesaban sus lenguas de persuadir al pueblo tristísimo la enmienda y penitencia de la vida.

70. Llegó en medio de estos desconsuelos comunes el pliego del Velez, que les causó no pequeña novedad y mayor cuidado, quando por aquella diligencia se conocia que sus contrarios no habian olvidado los instrumentos de la industria allí dentro de su mayor fuerza. Empezáron á temerse de nuevo de ellos y de sí mismo; tan cuidadosos contra el arte, como contra la fuerza.

71. Juntáronse en concejo, y leidas públicamente las cartas, halláron que no tenian nada que prometerse de un ánimo, que solo procuraba endulzar los oidos ignorantes con palabras pias, por hallar mejor medio á la violencia y crueldad. Respondiéron de comun parecer, que los progresos del exército no daban lugar á que le esperasen en su favor; ántes para desolacion de la patria: que no habia modo de creer una fe, de que las obras eran tan diferentes: que sus manos en las ocasiones pasadas se habian visto igualmente crueles en los que se entregaban, y los que se defendian: que el que caminaba á la quietud, no se acompañaba de estruendos y escándalos: que apartase de sí las armas, y seria obedecido; porque entónces se conoceria que lo negociaba el amor y no el miedo: que este debia ser el primer paso de la concordia, y que habiendo de ser tal el medio de la paz, ¿cómo podria dificultarlo siendo cristiano, amigo y natural?

72. Disponia el Velez entretanto su exército, como quien no esperaba cosa de aquella diligencia; pero habiendo recibido el último desprecio en la respuesta de la Ciudad (ordenó con parecer de los cabos) que de todos los tercios se entresacasen dos mil mosqueteros, á satisfaccion de los que habian de mandarlos: que de estos se formasen dos esquadrones volantes, de que se dió cargo al Maestre de Campo D. Fernando de Rivera y al Conde de Tiron, Maestre de Campo de Irlandeses: que los dos subiesen la montaña de Monjuich por ambos costados: que el primero le atacase por la parte izquierda entre la campaña y fuerte de la eminencia, y el segundo por entre la ciudad y la montaña: que á estos esquadrones siguiesen ocho mil infantes, que se alojasen en forma de batalla por la falda del monte, mejorándose quanto fuese necesario á los volantes: que el San Jorge con sus batallones ocupase la parte mas llana de aquel costado para cubrir toda esta gente: que lo restante de la infantería se reduxese á esquadrones de la forma que el terreno diese lugar; y que con este trozo se hiciese frente á la ciudad: que la caballería de las órdenes poblase un vallete que podria servir de avenida sobre el cuerno izquierdo, y desde allí procurase cortar la caballería enemiga, si acaso se aventurase á salir contra los esquadrones: que el teniente Chavarria tomase con algunas piezas un puesto, que se juzgaba acomodado para batir el fuerte: que el general y su corte se detuviesen en el Hospitalet: que despues de arrimados los volantes al fuerte hiciesen todo lo posible por ganarlo, socorriéndolos todos los tercios de la vanguardia: que el dueño y cabeza de esta accion fuese el Torrecusa, propio Maestre de Campo general del exército: que el Garay gobernase como tal la otra parte de él, correspondiéndose y ayudándose unos á otros, conforme lo pedia la importancia del caso.

73. Igualmente desesperáron de la concordia los Catalanes, luego que recibiéron la carta del Velez: parecioles habia llegado el último aprieto de su miseria: temiéron el fin de aquel gran negocio, y aunque ya (segun las cosas) parecia sin fruto, volviéron á llamar su concejo sabio, si quiera para perderse (si se perdiesen) como cuerdos. Juntáronse en número de doscientos votos, y entónces, mas como en conferencia que concejo, habiendo exclamado primero sobre su peligro, manifestáron los Diputados la cortedad de sus fuerzas, la potencia contraria, la opresion de una guerra dilatada, el estrago de una venganza apetecida de tantos dias, la intencion de su enemigo y la justicia de su patria.

74. Ministrábales entónces el dolor quantas consideraciones olvidáron al principio; resolviendo últimamente que la república se hallaba incapaz de defenderse por sus fuerzas solas: engañábales el espanto, porque en el estado presente ellos no podian sino entregarse, ó defenderse. Oyéronse unos á otros con asaz confusion, mezclando las lágrimas del temor con las del enojo; en fin se conformáron.

75. Que ellos se hallaban en uno de los casos que las leyes ponen, en que á la república pueda ser lícito excusarse del imperio del Señor natural, y elegir otro, segun los mismos fueros de la naturaleza: que el pretexto del exército era solo la destruccion universal del principado, abrasando sus campañas, arruinando sus pueblos, consumiendo sus tesoros, vituperando sus honores y últimamente reduciendo la Ilustre nacion Catalana á miserable esclavitud: que á fin de conseguir su castigo, les convidaba el rey con la honestidad de los partidos, disimulándose en todos el enojo que los movia, por lo qual no solo decíanles, era lícito rehusar como violentísimo y tiránico el cetro de Felipe, sino que tambien debian nombrar y escoger un príncipe justo y grande, á quien entregar la proteccion de su principado: que ninguno por virtud y por grandeza podia ser mas dignamente dueño y amparo de su nacion, que la Magestad Cristianísima de Luis Décimo Tercero del nombre, Rey de Francia, Grande, Justo y vecino; y á quien las razones antiguas de su orígen sin falta habian de inclinar á la estimacion y agradecimiento, de tales vasallos.

76. Habian precedido algunas pláticas del Plesís y Seriñan, que ingeniosamente mostraban la felicidad de la corona de Francia, haciéndolos entender que toda aquella quietud los aguardaba á trueco de tan suave cosa, qual era el entregarse á su imperio. Fué aquel dia, todo del temor, mas ni por eso dexó de tener su parte el interes, tocando los corazones de algunos: juzgaban estos, que con el nuevo Señor no solo se aseguraban de la indignacion del pasado, mas que tambien sobre propicio les habia de ser oficioso, porque es costumbre de los que nuevamente suben al reynado honrar y engrandecer los instrumentos que le sirviéron al principio.

77. Otros pensaban que con la mudanza del dominio mudarian tambien de fortuna, igualando y excediendo aquellos que no igualaban en el estado presente; como natural cosa en la rueda que vuelve y ministra la fortuna de los reynos, al menor giro baxar la superficie con que miraba al cielo, y subir á su lugar la que tocaba al polvo

78. Llevados de este general aplauso los Catalanes, se levantó en el concejo una voz comun, aclamando, por Conde de Barcelona á Luis el Justo, Rey de Francia, y detestando juntamente el nombre de Felipe; entónces juntos los Diputados, Oidores y Conselleres hiciéron escribir un papel de la justicia de su aclamacion, convidando á la posteridad con las justificaciones, de su hecho calificado- en famosas razones políticas y morales: escribiéron juntos al rey aclamado: avisaron al pueblo, que recibió el nuevo príncipe y gobierno fácil y alegre.

79. Diéron luego como en posesion de su provincia, parte en las direcciones y acuerdos públicos á los cabos franceses, con que se hallaban: nombráron tres para el gobierno universal de las armas: eran el Tamarit, el Conseller en Cap de Barcelona y el Plesís. Formáron su Consejo de guerra, donde llamáron al Seriñan, fray. D. Miguel de Torrellas, Francisco Juan de Vergós, y Jayme Damiá. En las estancias, baluartes y fortificaciones pusiéron cabos franceses y catalanes, todos hombres de confianza qual se pretendia: la fuerza de Monjuich entregáron á Monsieur de Aubiñí, y guarneciéronla con nueve compañías de gente miliciana, que todas constaban de hombres comunes: á esta se juntaban algunas de su mejor infantería del tercio de Santa Eulalia y el Capitan Cabañas con hasta doscientos miquelets; y lo que entre todo venia á ser de mayor importancia, eran tres cientos soldados viejos franceses, que se habian recogido para aquel efecto de diferentes tropas y tercios de los que entráron en el pais.

80. Los Franceses, hombres de valor y práctica, acudian sin perder punto al manejo y expedicion de las varias ocurrencias y negocios, que cada instante eran de mayor peso y peligro: no cesaban de visitar las defensas, de amonestar la gente y animarla, de recibir y mandar órdenes á todo el pais, de allanar dudas y conformar competencias. En fin ellos con gran diferencia de lo pasado disponian las cosas como propiamente suyas, que en aquella parte no les engañó su esperanza á los Catalanes.

81. Hallábase en Tarrasa el Conseller tercero, y por aquellos pueblos retirada la mayor parte de la infantería que se escapó de Martorell, á quien se enviáron órdenes, para que recogiendo toda su gente y comboyando otra, baxase sobre Barcelona luego que tuviese noticia que el enemigo habia asentado allí sus Reales, porque no tuviese lugar de fortificarse seguro en ninguna parte; aun ellos no pensaban de su furia de los Españoles tanto, que temiesen la súbita embestida.

82. De la misma suerte se le ordenó al Margarit se fuese á Monserrate, y desde allí ocupase todos los pasos convenientes para estorbar los socorros del exército Real, y aun su misma retirada, si ellos se hubiesen en necesidad de seguirla.

83. Dispuestas así las cosas de una y de otra parte, amaneció el dia sábado veinte y seis de Enero del nuevo año de quarenta y uno, mostrándose sereno el cielo y claro el sol, quizá por darles exemplo de quietud y mansedumbre al furor de los hombres.

84. Á la seña de un clarin comenzó á moverse todo el exército, en aquella forma que se habia ordenado por sus cabos: así tendido por toda la campaña, representaba á los ojos tan hermosa vision, quanto lamentable al discurso. Tremolaban los plumages y tafetanes vistosamente: relucian en reflexos los petos en los esquadrones: oíanse mover las tropas de los caballos con destemplado rumor de las corazas: los carros y bagages de la artillería ordenados en hileras á semejanza de calles, figuraban una caminante ciudad populosa: las caxas, pífanos, trompetas y clarines despedian todo el temor de los bisoños, dándole á cada uno nuevos brios y alientos: el órden y reposo del movimiento del exército aseguraba el buen suceso de su empresa; el corage de los soldados prometia una gran victoria.

85. El Velez en tanto alegrísimo de ver sus gentes, y la felicidad con que se hallaQuiñónesba ya cercano á la cosa para que allí era venido, mandó hacer alto á los suyos, y llamando para junto á su persona los que podian escucharle, dixo.

86. Aunque la costumbre militar nos enseñe ser provechosas las razones del caudillo ántes del acometimiento, yo no veo que ahora pueda ser necesario, porque ni la justificacion de la causa que aquí os ha traido, se puede olvidar á ninguno, ni tampoco hay para que acordaros (ó Españoles) aquel excelente afecto de vuestro valor, que son las dos principales cosas, que en tales casos se suelen traer á la memoria de los combatientes. De lo uno y otro son testigos vuestros ojos y vuestros corazones, aquellos mirando la rebeldía contraria que os presenta esa miserable ciudad, y experimentando estos los continuos impulsos de vuestro zelo. Yo por cierto tan ageno me hallaba ahora de persuadiros, que á no ser por respetar el uso de esta humana ceremonia de la guerra, excusara como desórden el deteneros aquí, creyendo que cada instante que os detengo en esta obra, os estoy á deber de gloria y fama. Ni discurro por su desaliento de los contrarios, que podeis medir por su delito, ni por la gran ventaja con que nos hallamos en todo á su partido, porque ya empecé á deciros que no han de ser mis palabras, sino vuestra razon el móvil que arrebate los movimientos de vuestro espíritu; solo os debo advertir que, si la suerte no quisiera acomodarse á dispensarnos sin sangre la victoria, no os debe costar mucho cuidado á los que faltareis el amparo de las prendas que dexeis en la vida, porque la piedad, la grandeza y la promesa de vuestro rey os puede justamente aliviar este peso; que es todo lo que cabe en el poder de los hombres cerca de la correspondencia con los que acaban. De mí oso á deciros que habré de ser compañero á los vivos y amigo á los muertos, y que si á costa de qualquier daño mio se pudiese excusar vuestro peligro, habré yo de ser el primero que me ofrezca á él por cada qual de vosotros.

87. Ya las últimas palabras de este razonamiento se oían medio confundidas de las voces de los soldados, que en diferentes cláusulas sonaban por todas partes, clamando y pidiendo la vida de su Rey y de su General y el castigo de sus contrarios. Echáron casi todos los sombreros al ayre en un mismo tiempo; señal comun de alegria y conformidad en los exércitos, y volviendo á su primer movimiento, en breve espacio de tiempo llegáron á asomarse los batidores á vista de Barcelona por la cruz cubierta, que mira al portal de San Antonio.

88. La ciudad, habiéndolos reconocido, tambien comenzó á crecer en ruido tal, tan furioso y meláncolico, que bien informaba de la gran causa de que procedia. Entónces el Tamarit con los Mariscales Plesís y Seriñan, que se hallaban reconociendo los puestos, viendo que los seguia mucha gente, y que su tristeza revelaba la gran duda en que se hallaba su ánimo, juzgando ser conveniente darles algun aliento, hizo seña de querer hablarlos, y fué fama les dixo así.

89. Si dudais, (valerosos Catalanes) por la condicion de la fortuna, yo creo teneis razon; pero si mostrais temer las fuerzas que os amenazan, vano y ocioso es vuestro rezelo: vecino está vuestro mayor enemigo: veislo allí, detras de aquella montaña se esconde la ruina de vuestra patria: veis allí está el gran vaso de veneno que presto se pondrá en vuestras manos: escoged, Señores, si lo quereis beber para morir infamemente, ó si arrojarlo haciéndole pedazos, en que consiste vuestra vida: todo se verá presto en vuestra eleccion y de lo que estuviere por cuenta de Dios, bien podemos contarnos por seguros, que no correrá peligro. Volved sobre vosotros, que este gigante es hueco (ó á lo ménos estatua de bálago): muchas de sus tropas bisoñas, algunas desarmadas y todas oprimidas: ninguno pelea por amor; el que mas hace, viene; el que mas desea, se vuelve hallando por donde; el que mas sabe, no es obedecido: su rey ausente, su General con pocas experiencias, sus cabos enemigos, hambriento todo el campo, manchado de pecados, y sus espíritus llenos de propósitos torpes, su justicia ninguna, y lo que es mas, la suerte de aquel rey cansada de favorecerlo. ¿Qué es lo que temeis, sino que no lleguen presto y que se os escape de las manos este triunfo? Por vosotros está la razon: hoy habeis de acabar el grande edificio de la libertad que habeis levantado: hoy se ha de dar la sentencia en que se publicará al mundo vuestra gloria ó vuestra infamia: á este dia se dedicáron todos los aciertos que obrasteis hasta ahora; punto es este en que se definirá á la posteridad vuestro nombre, ó por libertador ó fementido: aguardad y sufrid constantes los golpes del contrario, que no se os ha de dar barata la gloria de este dichoso dia. Si os atemoriza el ver que han vencido hasta aquí, esa es mas cierta señal de su próxima ruina. Si creeis á mis palabras, luego vereis mis acciones: yo no soy de los que procuraran reservarse para el premio, capitan quiero ser de los muertos, y si no os hago falta, yo quiero ser el primero que os falte: si no me hallareis entre vosotros, buscadme allá entre los enemigos. Una sola cosa os pido entrañablemente, que guardeis en esta ocasion la observancia de las órdenes militares, y que mas quiera cada qual ser cobarde en su puesto, que valiente en el ageno, porque de la consonancia de los constantes y los osados pende la armonia de la victoria. Con vosotros teneis la fortuna de César, de César no, que es poco; pero del mayor rey de los cristianos, del mas venturoso de los vivientes: no es este solo el que os ha de defender. ¿Qué otra tosa ha querido mostraros el cielo en la tan impensada nueva,que hoy se os entró por las puertas del nuevo rey de Portugal, sino que anda Dios juntando y fabricando príncipes por el mundo para defenderos con ellos? La magestad de un rey justo os asiste, la hermandad de otro justificado se os ofrece, la inocencia de una justísima república os ampara, el poder de un Dios sobre todo justo os ha de valer.

90. Acabó el diputado, á cuyas razones los cabos franceses añadiéron algunas palabras en abono del afecto de su rey, prometiéndoles en su nombre socorro y descanso. Respiró con esto la plebe del dolor que la oprimia, sin otra diligencia que haber creido sus afectos.

91. Luego los cabos ó gobernadores de las armas mandáron que la infantería de los tercios principales guarneciese toda la muralla, era en número suificiente á mayores defensas. El regimiento del Seriñan ocupó las puertas, y con particularidad se le encargó la defensa de la medialuna del portal de San Antonio, la de mayor riesgo. Los capitanes de caballos franceses y catalanes, Monsieur de Fontarelles, Monsieur de Bridoirs, Monsieur de Guidane el de Sagé y el de la Talle, D. Josef Dardena, D. Josef de Pinós, Henrique Juan, Manuel de Aux y Borréllas, todos á órden del Seriñan, formáron sus batallones haciendo frente al enemigo en aquel llano que yace junto á los caminos de Valdoncellas y el Crucero. Previniéronse las baterias en todo el círculo de la muralla: separóse á una parte alguna gente para el socorro del fuerte, y en otra las reservas con que se habia de acudir á la misma ciudad. Facilitóse el modo de municionar la gente, empleando en este servicio la inútil: á otros se dió cuidado de retirar los muertos. Abriéronse los hospitales y casas de devocion. Algunos entendian en el regalo y esfuerzo de los otros acariciándolos (como sucede al cazador regalar el lebrel por echarle á la presa). Algunos se ocupaban en incitar al vulgo con altos gritos, quales prometian premios al que se señalase en el valor y resistencia. En medio de estos no faltaban muchos que temian y lloraban; en fin todos ocupados en la incertidumbre del suceso, el que mas le esperaba feliz, no dexaba de mirarle contingente. Los templos patentes al pueblo, aseguraban á todos misericordia.

92. Continúabase lentamente la marcha del exército, y con mas vivo paso el trozo de la vanguardia destinado á la expugnacion de Monjuich, pero habiendo llegado á los molinos, hizo alto: el segundo trozo, volviendo el frente á la ciudad estúvose, y á su mano izquierda la artillería y la caballería en sus puestos señalados en la forma que atras hemos escrito.

93. Subia la vanguardia al monte, donde habiéndose ya mejorado en alguna parte el primer batallon, que constaba de los dos esquadrones volantes, se dividió á los dos caminos que cada qual habia de seguir: los otros de aquel mismo trozo, formando un solo cuerpo, pretendiéron subir la eminencia; con asaz trabajo de los soldados lo podian conseguir espaciosamente.

94. Pero porque nos sea mas fácil dar á entender la disposicion de la embestida, describiré en este lugar la ciudad de Barcelona, y su Monjuich con toda brevedad posible.

95. Barcelona (dicha de Ptolomeo Brachino) antigua cabeza de su condado y metrópoli ahora de toda la tierra llamada Cataluña, creen sus historiadores ser fundacion de Hércules Líbico; bien que algunos mas atentos á la verdad que á la gloria, juzgan ser obra de Barcino, como su nombre parece lo da á entender. Freqüentáronla y la engrandeciéron los Cartagineses y Romanos (que un tiempo la llamáron Favencia), no ménos los Godos, por la comodidad que ofrecia su puerto al comercio del África, Italia y España. Agro Laletano decian los antiguos á la campaña, donde yace tendida en una vega no muy dilatada; pero hermosamente cubierta y abundante, que se comprehende entre los dos rios Llobregat, que es el Robricato á la parte del poniente y Besós, que fué el Bétulo, á la de levante y aunque no muy vecinos, sirven de fertilizar su tierra. Cíñenla en forma de arco mas de medianamente corvo unas montañas, terminadas de una y otra punta en la mar, que puede servir de cuerda al arco de las serranías por la línea de su orizonte, el qual cierra el arco de un extremo á otro hácia mediodia. Sube desde el agua por la punta occidental, caminando al septentrion, un promontorio, que despues de parar en una mediana eminencia, va cayéndose de esotra parte en mas dilitada cuesta; este es el monte llamado Monjuich, que algunos quieren signifique monte de Jove, en memoria de que los gentiles habian allí fabricado á su Júpiter aras y templo. Otros le interpretan monte de los judios, por ser en algun tiempo cementerio de aquella gente; séase esta ó aquel. Abriga á la ciudad por aquella parte de la fuerza de los vientos ponientes, y ayuda á su sanidad, reparándola del vapor de ciertas lagunas que están de esotro lado de la montaña; pero quanto sirve á la salud, desordena su defensa. No sube mucho; pero levántase aquella altura que basta para quedar eminente á toda la ciudad, de la qual apartado poco mas de mil pasos, ofrece contra ella acomodada bateria. Guardó aquel sitio sin defensa alguna la confianza, ó la ignorancia de los pasados. Solo habian fabricado en lo mas alto una pequeña torre, que servia de atalaya al mar y puerto; pero rezelosos ya de la potencia del rey, que los amenazaba desde los primeros alborotos, entendiéron en fortificar aquella parte dañosa notablemente. Comenzáron la fábrica por industria de personas ignorantes ó difidentes; dispúsose tan grande que pareció imposible de proseguir: paráron con la obra hasta que el temor del exército dispertó segunda vez su cuidado: reduxéron la larga fortificacion comenzada á un mediano fuerte en forma de quadro, defendido de quatro medios baluartes: cortáron lo que pudiéron del monte en zanjas y cavas altas, y atravesáronle con algunas trincheras en las estancias convenientes; esta es Barcelona y Monjuich.

96. Eran las nueve del dia, quando el esquadron volante, gobernado por el Conde de Tiron, que subia por la colina opuesta á Casteldefels, atacó la primera escaramuza, aunque el Conde con ánimo bizarro procuraba mas acercarse que ofender, ó defender de las muchas cargas de mosqueteria, con que ya le recibian los contrarios; todavia reconociendo su daño y desigualdad, ordenó á su gente pelease, como le fuese posible.

97. Habian pensado los cabos católicos ántes de la embestida, mucho ménos de la fortificacion de lo que halláron despues: este mismo yerro les sucederá siempre á los fáciles en persuadirse de informaciones del enemigo; era así comun el peligro en todos: á pecho descubierto (ó cureña rasa segun su estilo) se estaban firmes peleando con hombres cubiertos de sus defensas. La tierra propia comunica alientos contra el que pretende ganarla, y puesta delante da ánimo al mas cobarde para defenderse. Esto quisiéron decir los antiguos por las ficciones de su Anteo. El que no defiende su patria, ó no es hombre, ó no es hijo.

98. Murió de un mosquetazo por los pechos el Tiron, ilustrisímo Irlandes y firmísimo católico, soldado de larga experiencia, con sentimiento y agüero de los que mandaba, juzgando por infeliz pronóstico la anticipada muerte de su cabo. Sucedia á este esquadron el de Portugueses gobernado por D. Simon Mascaréñas: reparó diestramente en la duda ó espanto de los que no se mejoraban, pudiendo hacerlo; y habiendo sabido que la causa era la muerte del Maestre de Campo, dexó su puesto y se pasó á gobernar el vacante con bizarro exemplo.

99. No cesaban un punto las cargas de mosqueteria por todas partes, si bien con ménos daño en la que gobernaba el Ribera: era su camino mas acomodado, porque se enderezaba por el fondo de una canal, que entre sí mismo abre el monte, y va á fenecer en el frente de la antigua torre de la atalaya. Como pudo marchar cubierto, no fué sentido hasta que improvisamente dió la carga sobre todos los que defendian lo alto de la colina.

100. Apénas habia llegado á su nuevo lugar el Mascaréñas, quando mandó avanzar al esquadron, que afloxando por la muerte del Conde, y muchos otros que de continuo caian en tierra, habia perdido buenos pasos: ayudóles la ocasion, porque á este mismo tiempo se descubria ya otro esquadron, que gobernaba el Sargento mayor D. Diego de Cárdenas y Luson por su Maestre de Campo Martin de los Árcos, que de pocos dias habia muerto: alentáronse uno á otro, y prosiguiéron la embestida con grande aliento. Era práctico el Cárdenas, y reconociendo el lugar, mandó mejorar algunas mangas de mosqueteria, que revolviéndose sobre el costado derecho, daban la carga por las espaldas á los Catalanes, y defendian las trincheras de la colina, donde el Mascaréñas llevaba el frente; pero ellos conociendo su peligro, puestos en retirada, se fueron al abrigo de su fuerte, dexando los puestos no sin considerable pérdida de los Españoles. Fué muerto el Sargento mayor Cárdenas, que retiráran pasado de dos balazos, y el Maestre de Campo D. Simon herido dichosamente en la cabeza: muriéron otros capitanes y soldados, dexando á los suyos mas gloria que utilidad, porque habiéndo ganado con gran peligro y afan, hubiéron de perderlo luego, retirándose fácilmente del puesto.

101. Guarnecia la estancia de Santa Madrona y San Ferriol por los Catalanes el Capitan Gallert y Valenciá, con ménos cuidado de lo que pedia la ocasion, y así recbiéron los avisos de su descuido por las mismas bocas de los mosquetes contrarios. Comenzó á inquietarse la gente, ayudándoles para el susto el peligro y la novedad; pero los capitanes haciendo (por fuerza) volver las caras á los suyos, mandáron darle la carga; no los dexó el temor obrar, ni obedecer mas que á su misma violencia: cumpliéron los dos su obligacion; mas ni su exemplo, ni las voces fueron bastantes á detenerlos. Viendo el Valenciá su peligro, hizo como se retirasen con algun concierto, y dexándolos ya seguros, subió á pedir al Aubiñí les socorriese con alguna gente práctica, porque mezclada con la suya, sirviese como de corazon al cuerpo de sus naturales,

102. En medio de esto, habiendo reconocido el Seriñan que las tropas del San Jorge se asentaban en aquel puesto, solo á fin de embarazar todo el socorro y retirada de la gente de Monjuich, quiso ver si podia inquietarlo y moverlo, porque entónces le quedase mas acomodada la empresa.

103. Ordenó al capitan Aux, que con algunos caballos catalanes y franceses al abrigo de una manga de mosqueteria, saliese á escaramuzar con el enemigo. Acomodó el capitan sus infantes, arrimándolos sobre la márgen opuesta á la caballería del San Jorge, donde, alteándose por aquella parte la tierra, le servia de trinchera. Eran continuas las cargas de los mampuestos, cuyo daño provocaba mas al San Jorge, que no la osadía de los caballos, que le convidaban á la escaramuza: mandó salir algunos de los suyos por entretenerlos; pero los Catalanes advertidamente se retiraban, dexando siempre firme la infantería, porque cada instante se reconocia mas el daño de las tropas Reales.

104. Entónces vino á entender el San Jorge que su salud consistia en desalojar de aquel sitio al enemigo, y que con su caballería, aunque poca, bastaba para tenerle seguro, si una vez se ganase. Avisó al Garay, que mandaba los esquadrones del frente, porque le enviase doscientos mosqueteros para aquel servicio; pero él (en fin hombre agudo) conociendo el suceso, se excusó de mandárselos, diciéndole que sufriese quanto le fuese posible la carga del enemigo, porque si le arrojaba de aquel puesto, habria de ser forzoso ocuparlo al punto con sus tropas; lo que era sin duda de mayor peligro, pues quanto se mejoraba, tanto se descubria mas á las baterias de sus cañones.

105. No se acomodó el San Jorge á su sentimiento: volvió á mandar pedir á los esquadrones mas cercanos se le enviase alguna infatería: llegó prontamente, y poniéndola en parte acomodada, empezáron á dar tan furiosas cargas al mampuesto contrario, que á pocas rociadas volviéron los Catalanes las caras, retirándose hacia la muralla y medialuna del portal de San Antonio. Pero apénas habian dexado el puesto, quando el San Jorge por no dar lugar á que le ocupasen con mayor poder, movió con los batallones de su vanguardia adelante, y pasó á formarlos en el sitio que el enemigo habia perdido.

106. Viéndole ya tan empeñado el Seriñan, mandó le batiesen con la artilleria: hizose con todo efecto, ántes que él pensase en si podia retirarse. Tras de la bateria saliéron por escaramuzar con las suyas algunas tropas de la caballería francesa, dándole á entender que en ellas consistia todo su grueso, segun el modo porque le acometian y se retiraban.

107. Era el San Jorge caballero mozo y de gran valor: procuraba engrandecer su nombre, mereciendo en los excesos de la bizarria el anticipado aplauso que ya gozaba entre Españoles, que amaba en extremo: juzgó que la fortuna le habia traido el mejor dia: llevado de esta esperanza, no quiso, ó no supo mirar la incertidumbre. Despachó luego un teniente con aviso al Quiñónes, que gobernaba la de las Órdenes (y con sus caballos ocupaba lo mas hondo del valle por cubrir el cuerno izquierdo), para que viendo embestir sus tropas, á cuyo golpe sin duda el enemigo habia de volver, le cortase metiéndose con la cara á Monjuich, y dándole el costado diestro á la ciudad.

108. Con esta diligencia, creyendo no faltaba otra para la victoria, mandó prevenir toda su gente para la embestida. Continuaba el Aux en inquietarle, quando el San Jorge, recibiendo la carga, corrió á toda furia.

109. No cesaba el juego de la mosqueteria de todas las defensas con mas daño que horror, ni el de las baterias con mas horror que daño: uno y otro bastante á detener á quantos con ménos aliento, ó con mas cordura veian aventurar sus vidas desesperadamente. Moviéronse todos con el San Jorge; pero acompañóle solo su batallon de corazas, y el que gobernaba Filangieri: corrian con tanto ímpetu, que el desdichado Duque no tuvo lugar de advertir el poder de su contrario, ni la falta de los suyos: corrio en fin como quien corria á la muerte dando entre todos señaladas muestras de su gran aliento.

110. Hallábanse en sus puestos los Monsieures de la Halle y de Godenés con dos buenas compañias de caballos franceses, que advirtiendo la ceguedad de los Españoles, y los pocos que ya seguian sus cabos, volviéron sobre ellos con gran destreza y valentia. Encendióse bravamente la escaramuza al mismo paso que en los unos iba faltando la esperanza de la vida, y en los otros crecia la de la victoria.

111. El San Jorge ya como perdido, viéndose seguir de pocos y entre todo el poder de su enemigo, procuró revolverse con ellos, y hacer con ellos la entrada por la puerta de la ciudad, creyendo que ántes le socorreria el Quiñónes, que por instantes aguardaba; pero él, que desde luego reconoció el peligro de su pensamiento, no se dispuso á remediar el daño, por no entrar tambien á parte con él. Miraba desde su puesto la tragedia del otro: ellos dicen que la ignoraba; pero su templanza pareció aquel dia excesiva cordura.

112. Prosiguió el San Jorge su desigual escaramuza hasta llegarse á la mosqueteria de los reductos de afuera, con que se defendia la puerta, y siendo conocido por el hábito (y mas lo pudiera ser por el valor), tiráronle muchos, y le acertáron cinco balas, de que cayó en tierra mortalmente herido. Cargáron á socorrerle hasta veinte soldados de los suyos, parientes y amigos, y algunos otros oficiales; señalándose entre ellos el Filangieri, y recibiendo muchas heridas todas mortales, aunque mas dichosas.

113. Muriéron noblemente sobre el cuerpo de su caudillo al golpe de espada los capitanes de caballos D. Mucio y D. Fadrique Espatafóra, y D. Garcia Cavaníllas. Los golpes, el estruendo, el humo, el clamor y sangre, mezclados confusamente, los vivas de los que triunfaban, los ayes de los que morian, todo formaba una constante lástima de sus malogrados años y esperanzas.

114. Algunos que le seguian, llamados quizá del mismo peligro, viéndole ya perder la vida, se contentáron con escapar su cuerpo desangrado: rompiéron furiosamente por entre los Franceses, que admirados ó coléricos, cargaban sobre los rendidos; tuviéron lugar entónces de retirarle lánguido y casi muerto, en cuya compañía pudo tambien escaparse el Filangieri.

115. Estaba á media ladera de la montaña el Torrecusa quando vio mover intrépidamente el hijo: no dexó de temer su resolucion; pero alegróse internamente de tenerle por compañero en la victoria que esperaba: alzó la voz, y arrebatado del afecto natural de padre (bien que distante), dicen que dixo: Ea Cárlos María, morir ó vencer: Dios y tu honra. Palabras cierto dignas de un grande espíritu.

116. Subió despues á las trincheras donde por instantes recibia avisos de los malos sucesos, y los remediaba, segun le era posible. Hallábanse los tercios ocupando y ciñendo ya casi toda la eminencia, y los que mas perdian, eran aquellos que mas habian ganado, porque quanto llegaban á descubrirse mas presto, daban mas tiempo á los contrarios de emplear en ellos sus baterias. Caian cada instante por todos los esquadrones muchos hombres muertos: otros se retiraban heridos: ya ninguno esperaba la hora de la victoria, sino la de la muerte; ni su consideracion se ocupaba en el modo de pelear con reputacion, sino de escaparse con ella. Tal era el daño; en los grandes riesgos pocos discursos abrazan la osadia.

117. No fué menor el espanto de los Catalanes, viéndose en tan corto número mal defendidos de una sola fortificacion, ocupada en torno de las banderas enemigas. Diéron señales á la ciudad, segun habian concertado, pidiéndole socorros, porque de aquella misma detencion que en los Españoles era ya duda, se temian ellos, pensando que descansaban para volver al asalto con mayor brio. Hacian grandes humaredas (de polvora humedecida, segun uso de la guerra); correspondian los de la ciudad con otras no ménos conocidas.

118. Miéntras en Monjuich se combatia de esta suerte, los que hacian frente á Barcelona, tambien procuraban inquietarla con baterias de sus cañones y algunas mangas, que sacaban cubiertas, segun el terreno perimitia, por desalojar al enemigo de la muralla.

119. Gobernaba la artillería en la ciudad el capitan Monfar y Sorts, hombre práctico en este ministerio: no descansaba de trabajar en aquellas baterias, que mejor podian ofender los esquadrones contrarios, empleó algunas, todas en gran daño de los Españoles, que reconociendo cada vez mas la resistencia de la plaza y fuerte, á gran priesa desconfiaban del suceso.

120. Hallábase la ciudad mas alentada, viendo que tan contra su temor el enemigo se detenia, añadiéndosele de ánimo y de esperanza todos los espacios de tiempo que se veian perder. De esta suerte se peleaba con bravo aliento, y de esta suerte se esperaba el combate universal firme cada uno en su puesto, quando los cabos advertidos de las señales de Monjuich, comenzáron á mandar se entresacase gente de guarnicion para el socorro del fuerte, no fué pequeña duda entónces, porque qualquiera pretendia ser el primero, corriendo desordenadamente á aquella parte, por donde habia de salir el socorro. Venció la diligencia y autoridad del diputado y los que le seguian, la dificultad en que les ponia su mismo efecto; y así separando de todos cerca de dos mil mosqueteros, la gente mas ágil, para que pudiese llegar con prontitud, se despachó el socorro á buen paso por el camino encubierto que va desde la ciudad al fuerte, al mismo tiempo que la gente conducida de la ribera desembarcaba al pie de su montaña, y la subia.

121. Habian los Reales (que combatian arriba) muchas veces acercado y retirado sus esquadrones, conforme la resistencia con que los recibian. Algunas veces, segun era el aliento de los capitanes que gobernaban las escaramuzas, se juntaban tres y quatro, y con inútil gallardía corrian hasta tocar las mismas defensas y trincheras del enemigo: otros oprimidos del espanto y del riesgo se retiraban. En estas ondas parece que fluctuaba su fortuna de estas y aquellas armas, ó por mas alto modo, en estos visos mostraba la providencia como á su disposicion estaba el castigo de unos y otros, pues con tanta diferencia los movia, ahora pareciendo estos los vencedores, y ahora mudando toda la apariencia del suceso por bien pequeños accidentes.

122. En esta neutralidad llegó el Torrecusa, que engañado entendia despues de ver mover al hijo, no le faltaba otra cosa que acabar con el fuerte para alzar el grito de la victoria. Y viendo los soldados con desmayo y aun los otros cabos sin orgullo, dió voces, incitándolos al acometimiento. Persuadiéronse con la presencia y autoridad del que los mandaba, y se mejoráron hasta que por todos fué reconocido ser el asalto imposible por falta de escalas y otros instrumentos, con que el arte lo facilita. Hallábase en aquella parte del fuerte un artillero catalan diestrísimo en su manejo, el qual viendo que el enemigo se le acercaba tanto, dió fuego á un pedrero grueso alojado en uno de los flancos del fuerte, que defendia todo aquel lienzo donde los Reales hacian el frente. Fué grandisímo el daño que recibió la vanguardia; empero ni por eso perdiéron tierra los Españoles, antes se acercaban cada vez mas: con todo, viendo el Torrecusa ya con experiencia como la escalada de aquella vez era imposible sin otras prevenciones, mandó con repetidos avisos al Marques Xeli, General de la artillería, le enviase escalas en número bastante, porque él no habia de baxar, dexando el fuerte en manos del enemigo. Ordenábale tambien que no parase en las baterias de la ciudad, porque los socorros no subiesen tan prontos; que todo vendria á estorbárselos, si los esquadrones de abaxo hacian semblante de la embestida.

123. Continúabanse las cargas de una parte y de otra, aunque la pérdida de los Catalanes reparados de las trincheras y fuerte era muy desigual á la de los Reales todavia, como tambien lo eran sus fuerzas; y reconociendo que su deliberacion procedia en embestirlos dentro de sus defensas, llegáron casi á desesperar del suceso; no faltando algunos (como es cierto) que ya entre sí platicasen las buenas condiciones de un partido: otros ménos advertidos, con lamentables quejas acusaban y maldecian su desdicha.

124. El Velez con diferente cuidado que el Torrecusa, se hallaba considerando y mirando lo que pasaba en todas partes, y sentia interiormente como hombre cuerdo, que habiendo sido el mayor socorro en que se fiaba la confidencia prometida, hasta aquel punto no se reconocia en la ciudad señal ninguna en favor del exército; ántes una comun y firme voluntad á la resistencia.

125. Al sonido de las voces, que cada vez crecia con mas desesperacion en todos los que esperaban por instantes la muerte, salió á la plaza superior del fuerte el sargento Ferrer, llevado de algun eficacísimo impulso, y con zelo de verdadero patricio procuró entregar la vida por la defensa de su república. Era comun en los Catalanes la voz de que todo se perdia, y que el enemigo los asaltaba, quando Ferrer impaciente miraba á un lado y otro por reconocer la parte donde eran acometidos: topó ántes con el semblante de la gente que marchaba de socorro así de la ciudad como de la marina, que ya se hallaba mas cerca del fuerte que los mismos esquadrones contrarios. Entónces con nuevo aliento levantó el grito publicando el socorro: volvió sobre sí la gente entre alegre y temerosa, multiplicando sus fuerzas y dilatando su espíritu, de tal suerte, que ellos comenzáron á osar con tanto exceso, como de ántes habian temido.

126. Llegáron los nuevos soldados llenos de valor y envidia unos de otros: comenzáron á dar pesadas y continuas cargas á los Reales, que á pocos pasos de su embestida conocian por el brio del segundo combate, como se fundaba en nuevas fuerzas. Aumentábanse las muertes y peligros por todas partes; en ninguna habia lugar seguro; los valerosos eran los mas desdichados (si podemos llamar ruin suerte aquella que dispone la gloria y fama): la osadia y constancia eran continuas negociaciones del peligro. El que procuraba adelantarse á los mas, en un instante le retiraban en brazos del amigo ó del dichoso: quien pretendia aplauso por sus acciones, ellas mismas lo llevaban mas ciertamente á la lástima (de esta suerte engañó á muchos la fortuna en la mesa de Marte). Muriéron lastimosamente D. Antonio y D. Diego Faxardo, entrambos sobrinos del Velez, hijo el primero de D. Gonzalo Faxardo, y nieto el segundo de D. Luis Faxardo, General que fué en el mar Océano, iguales en edad tierna y anticipada desdicha. Otros caballeros y capitanes muriéron aquel dia, de cuyos nombres no podemos hacer cierta relacion; aun en esto les siguió la desdicha, acabar sin esta ceremonia de la fama, que se ofrece á la posteridad como en sacrificio.

127. Á la parte de San Ferriol se habian engrosado los Reales, porque todos embistiesen á un mismo tiempo; pero como para acometer aquella estancia era fuerza descubrirse á las baterias de la ciudad, quando llegáron á ser descubiertos, fueron bravamente batidos de las culebrinsas, que aunque desviadas buen espacio, no dexáron de hacer tan grande efecto, que los Españoles no se atreviéron á pasar con poca satisfaccion del Ribera, que los mandaba.

128. Ningun desaliento ó retirada de los suyos bastaba para que el Torrecusa dexase de forzarlos, porque al mismo instante cobrasen lo que habian perdido. Midiendo el tiempo, queria alojar su gente en parte donde pudiese dar la escalada al mismo punto que llegasen los instrumentos, porque no les faltase el dia (circunstancia tan notable en las batallas); pero como el daño y mortandad era grande, ordenó que aquel esquadron del costado izquierdo, que recibia lo mas furioso de la bateria contraria, se abrigase en unos olivares que estaban á un lado del mismo esquadron.

129. Hallábase ya en aquel bosque de mampuesto el Capitan Cabañas con su compañía, y pretendiendo entrar por esotra parte de él á desalojar los Españoles, fué reconocido su intento de una tropa de caballería Real, que tenia aquel llano, la qual revolviendo por las espaldas de otro esquadron, quiso cortar al Cabañas; pero tambien se lo estorbó la artillería de la muralla, que obligó á volver la tropa, y aun á retirarse del lugar en que ántes estaba, no lográndose por entónces los intentos de estos ó aquelIos.

130. Miéntras duraba el combate en Monjuich y la bateria de la ciudad, que el Xeli continuaba con mas furia despues de la órden del Maestre de Campo general, no cesaban los diputados y conselleres con toda la gente noble de visitar la muralla y los puestos de mayor importancia en vivísimo cuidado, animando á todos, y prometiéndoles seguro el vencimiento.

131. Constaba su guarnicion de los tercios de sus patricios, que gobernaban los Maestres de Campo Domingo Moradell, Galceran Dusay, Josef Navél. Los cabos y oficiales franceses con extraordinaria fatiga se hallaban en todos los sucesos, unos y otros nuevamente animados, viendo lo poco que obraban sus enemigos en tantas horas de trabajo. Este aliento de los cabos deducido (como suele) á los soldados y gente inferior, brotaba felicísimamente en los ánimos populares; de suerte que en poco tiempo con extraña diferencia ellos en su corazon y en sus obras mostraban no temer el exército. Habian notado la derrota de la caballería española, y aunque hasta entónces no se entendia cumplidamente su buen suceso, todavia la certeza de no haber perdido ninguna de sus tropas, los habia dado esperanza y alegria.

132. Eran las tres de la tarde, y se combatia en Monjuich mas duramente que hasta entónces, porque la ira de unos y otros con la contradiccion se hallaba en aquel punto mas encendida. Iban entrando sin cesar los soldados á las baterias del fuerte: el que una vez disparaba, no lo podia volver á hacer de allí á largo espacio, por los muchos que concurrian á ocupar su puesto. Afírmase haber sido tales las rociadas de la mosqueteria catalana, que miéntras se manejaba, á quien la escuchó de léjos, parecia un continuado sonido, sin que entre uno y otro estruendo hubiese intermision ó pausa perceptible á los oidos.

133. Confusos se hallaban los Españoles sin saber hasta entónces lo que habian de ganar por aquel peligro, porque ya los oficiales y soldados llevados del rezelo ó del desórden, igualmente dudaban y temian el fin de aquel negocio. Algunos lo daban ya á entender con las voces, acusando la disposicion del que los traia á morir sin honra ni esperanza, como ya deseoso de que no escapase de aquel trance ninguno que pudiese acusar sus desaciertos. No dexaba de oir sus quejas el Torrecusa, ni tampoco ignoraba su peligro; empero entendia que siéndole posible el estarse firme, sin duda los Catalanes perderian el puesto, por ser inalterable costumbre de las batallas quedarse la victoria á la parte, donde se halla la constancia con mas actividad. Instaba con nuevas órdenes al Xeli le enviase instrumentos de escalar y cubrirse; por ventura raro ó nunca visto descuido en un soldado grande, disponerse á la expugnacion de una fuerza, sin querer usar ó prevenir ninguno de los medios para poder conseguirlo.

134. Habia llegado ya aquella última hora que la Divina Providencia decretara para castigo no solo del exército, mas de toda la monarquía de España, cuyas ruinas allí se declaráron. Así dexando obrar las causas de su perdicion, se fueron sucediendo unos á otros los acontecimientos, de tal suerte que aquel suceso en que todos viniéron á conformarse, ya parecia cosa ántes necesaria que contingente. Pendia del menor desórden la última desesperacion de los Reales: no se hallaba entre ellos alguno, que no desease interiormente qualquiera ocasion honesta de escapar la vida.

135. Á este tiempo (podemos decir que arrebatado de superior fuerza) un Ayudante catalan (cuyo nombre ignoramos, y aun lo callan sus relaciones), á quien siguió el segundo Verge, sargento frances, comenzó á dar improvisas voces, convidando los suyos á la victoria del enemigo, y clamando (aun entónces no acontecida) la fuga de los Españoles: acudiéron á su clamor hasta quarenta de los ménos cuerdos que se hallaban en el fuerte, y sin otro discurso ó disciplina mas que la obedidiencia de su ímpetu, se descolgáron de la muralla á la campaña por la misma parte donde los esquadrones tenian la frente. Llevábalos tan intrépidos el furor, como los miraba temerosos el rezelo de los Reales, que sin esperar otro aviso ó espanto mas que la dudosa informacion de los ojos averiguada del temor, y creyendo baxaba sobre ellos todo el poder contrario, palateando las picas y revolviendo los esquadrones entre sí (manifiesta señal de su ruina) comenzáron á baxar corriendo hácia la falda de la montaña, alzando un espantoso bramido y queja universal. Los que primero se desordenáron, fueron los que estaban mas al pie de la muralla enemiga (tan presto el mayor valor se corrompe en afrenta): otros con ciego espanto cargaban sobre los otros de tropel, y llenos de furia rompian sus primeros esquadrones y estos á los otros, y de la misma suerte que sucede á un arroyo, que con el caudal de otras aguas que se le van entrando, va cobrando cada vez mayores fuerzas para llevar delante quanto se le opone, así el corriente de los que comenzaban á baxar atropellando y trayéndose los mas vecinos, llegaba ya con dobladas fuerzas á los otros, por la qual los que se hallaban mas léjos, llevaron el mayor golpe. Unos se caian, otros se embarazaban, quales atropellaban á estos, y eran despues hollados de otros. Algunas veces en confusos y varios remolinos, pensaban que iban adelante, y volvian atras, ó lo caminaban siempre en un lugar mismo: todos lloraban: los gritos y clamores no tenian número ni fin: todos pedian sin saber lo que pedian: todos mandaban sin saber lo que mandaban: los oficiales mayores llenos de afan y vergüenza los incitaban á que se detuviesen; pero ninguno entónces conocia otra voz que la de su miedo ó antojo, que le hablaba al oido. Algun Maestre de campo procuró detener los suyos, y con la espada en la mano así como se hallaba, fué arrebatalo del torbellino de gente; pero dexando el espíritu á donde la obligacion, el cuerpo seguia el mismo descamino que llevaba la furia de los otros: ni el valor, ni la autoridad tenia fuerza; ninguno obedecia mas que al deseo de escapar la vida

136. Á este primer desconcierto esforzó luego la saña de los vencedores, arrojándose tras de los primeros algunos otros, que hizo atrevidos la cobardia de los contrarios; tales con las espadas, tales con las picas ó chuzos, algunos con hachas y alfanges, no de otra suerte que los segadores por los campos baxaban cortando los miserables Castellanos. Mirábanse disformes cuchilladas, profundísimos golpes é inhumanas heridas: los dichosos eran los que se morian primero, tal era el rigor y crueldad, que ni los muertos se escapaban: podia llamarse piadoso el que solo atravesaba el corazon de su contrario. Algunos bárbaros (aunque advertidamente) no querian acabar de matarlos, porque tuviese todavia en que cebarse el furor de los que llegaban despues: corria la sangre como rio, y en otras partes se detenia como lago horrible á la vista y peligroso aun á la vida de alguno, que escapado del hierro del contrario, vino á ahogarse en la sangre del amigo.

137. Los mas sin escoger otra senda que la que miraban mas breve, se despeñaban por aquellas zanjas y ribazos, donde quedáron para siempre: otros enlazados en las zarzas y malezas se prendian hasta llegar el golpe: muchos precipitados sobre sus propias armas, morían castigados de su misma mano: las picas y mosquetes cruzados y revueltos por toda la campaña era el mayor embarazo de su fuga, y ocasion de su caida y muerte.

138. No se niega que entre la multitud de los que vergonzósamente se retiráron, se halláron muchos hombres de valor desdichada é inútilmente: algunos que muriéron con gallardia por la reputacion de sus armas, y otros que lo deseáron por no perderla; sin guiar dicha y virtud han menester los hombres para salir con honra de los caos, donde todos la pierden, porque el suceso comun ahoga les famosos hechos de un particular, todavia esta razon no desobliga á los honrados, bien que los aflige.

139. El Maestre de Campo D. Gonzálo Faxardo salió herido considerablemente; con todo era su mayor riesgo la muerte del hijo único, que dexaba en tierra. D. Luis Gerónimo de Contréras, D. Bernabé de Salazar y el Isinguien, todos iguales en puestos al Faxardo, sacáron mas que ordinarias heridas con otros muchos oficiales y caballeros, que no pretendemos nos sean acreedores de su gloria, si ella no pudo adquirirse en tan siniestro dia para su nacion.

140. Las banderas de Castilla, poco ántes desplegadas al viento en señal de su victoria, andaban caidas y holladas de los pies de sus enemigos, donde muchos ni para trofeos y adornos del triunfo las alzaban; á tanta desestimacion viéron reducirse. Las armas perdidas por toda la campaña eran ya en tanto número, que pudiéron servir mejor entónces de defensa, que en las manos de sus dueños, por la dificultad que causaban al camino: solo la muerte y la venganza lisonjeada en la tragedia española parece, se deleytaban en aquella horrible representacion.

141. Casi á este tiempo llegó al Torrecusa nueva de la muerte de su hijo y los suyos. Recibiola con impaciencia, y arrojando la insignia militar, forcejaba por romper sus ropas; desigual demostracion de lo que se prometia de su espíritu. Los hombres primero son hombres, primero la naturaleza acude á sus afectos, despues se siguen esotros que canonizó la vanidad, llamándolos con diferentes nombres de gloria indigna: como si al hombre le fuera más decente la insensibilidad que la lástima.

142. Llegábanle cada instante tristísimos avisos de la rota, de que tambien pudiéron sus ojos y su peligro avisarlo, si las lágrimas diesen lugar á la vista y la pena al discurso. Desde aquel punto no quiso oir ni mandar, ni permirtió que ninguno le viese: no era entónces la mayor falta la de quien mandase, porque en todo aquel dia fué mas dificultoso hallar quien obedeciese,

143. Los que estaban abaxo con la frente á Barcelona, miraban casi con igual asombro la suerte de sus compañeros: esperábanlos mas constantes, no por temer ménos el peligro, sino porque llegados ellos tuviesen entónces mejor disculpa á su retirada. Era ya sabida en el campo la pérdida del San Jorge, y en esta noticia fundaba mas su temor que en ningun otro accidente.

144. El Velez á un mismo tiempo miraba perderse en muchas partes, y no rezelaba ménos la inconstancia de los suyos, que ya empezaban á moverse, que el desórden de los que baxaban rotos. El peligro no daba lugar al consejo ó ponderacion espaciosa, y así informado de que el Torrecusa habia dexado el mando, llamó al Garay, y le entregó la direccion de todo. No se puede llamar dicha, aunque suele ser ventura, ser escogido para remediar lo que ha errado otro, porque parece que se obliga el segundo á mayores aciertos, facilitándole los medios proporcionados á la felicidad; para esto son mas los hombres dichosos, que los prudentes.

145. Recibió el Garay su gobierno, y fué la primera diligencia ordenar que los esquadrones del frente marchasen luego y á toda priesa hácia fuera, dando las espaldas al lugar de Sans, y que la caballería se opusiese á la gente que baxaba en desórden, con ánimo de pasarla á cuchillo si no se detuviese: con lo qual se podria conseguir que medrosos ellos de los mismos amigos, si quiera por beneficio del nuevo espanto se parasen; que era lo que por entónces pretendia el que gobernaba para poderlos dar aliento y forma.

146. Marchó el Velez con su trozo, llevando la artillería en medio, y el Garay salió á recibir los tercios desordenados, que ni al respeto de su presencia, ni al rigor de muchos oficiales que lo procuraban por qualquier medio, acababan de detenerse y hallar entre los suyos aquel ánimo que habian perdido cerca de los enemigos; ántes con voces de sumo desórden, clamaban: retira, retira. En fin la diligencia del propio cansancio y fatiga, que no les permitia mayor movimiento, les fué cortando el paso ó las fuerzas, de suerte que ellos sin saber como, unos se paraban, otros se caian por tierra.

147. Grande fuera el estrago, si los Catalanes prosiguieran el alcance; pero como habian salido sin otra prevencion mas de la furia, jamas sus pensamientos llegáron á creer que podian conseguir otra cosa que la defensa. No hubo hombre práctico que, viendo arrojar á los suyos, no los juzgase perdidos; esto los detuvo, y fué su mayor dicha de los que se retiraban y su mayor afrenta.

148. Estaba la ciudad con la vista pronta en todas las acciones del fuerte, y habiendo reconocido la retirada de los esquadrones españoles, fué increible el gozo y alegria que súbitamente se infundió en sus corazones; enfin como aquellos que en una hora desde la esclavitud se veian subir al imperio.

149. Alababan el nombre de Dios con festivos clamores: bendecian la patria, ensalzaban el zelo de los suyos, engrandecian últimamente la gloria de su nuevo príncipe, cuya soberana fortuna tan presto les habia hecho gozar de la felicidad comun de aquella monarquía.

150. El Garay sin perder un punto en el manejo de su defensa, como hombre que verdaderamente ignoraba la ocasion de su derrota, hizo echar bando que todos al instante acudiesen á sus banderas, ó por lo ménos á qualquiera de las de sus tercios que conociesen y ordenó que ellos tomasen la mas breve forma posible de ponerse en esquadron, porque vuelto á componer el exército, pudiese respirar su espíritu. Consiguiolo, pero tarde con fatiga increible; y somos ciertos oir de su boca, que fué tangrande aquel trabajo, tan difícil y tan provechoso, que en sola esta accion se habia juzgado digno de gobernar un exército.

151. Hecho esto se juntaron los cabos, ménos el Torrecusa (que desde el punto que dixímos, se excusó del mando, sin haber cosa que le obligase á la templanza); y despues de haber llorado entre todos la muerte de los suyos, y en primer lugar la lástima del San Jorge, discurriéron por los daños ya sensibles entónces al exército, diciendo: Que la gente se hallaba en sumo desaliento: que las provisiones faltaban: que la fama de la pérdida no dexaria lugar fiel en todo el pais: que el poder no bastante á ganar un solo puesto quando entero y orgulloso, mal llegaba á combatir una ciudad despues de roto y desmayado: que Barcelona habia de ser socorrida por los paisanos y auxliares que al Duque de Luí se afirmaba, estaban aguardando por instantes: que las galeras de España lo habian apartado: que D. Josef Margarit (segun las informaciones de algunos naturales) baxaba con la gente de la montaña á ocupar los pasos de Martorell y el Cangost: que el exército se hallaba con ménos de dos mil infantes y muchos caballos de los con que habia subido, entre muertos, heridos y derrotados: que tambiem faltaban algunas personas de los cabos, cuyos lugares debian ser ocupados con gran consideracion: que se habian perdido en todas las compañías mas de quatro mil armas: que con estas mas se hallaba el enemigo para poder resistirse que ni el tiempo, ni la fortuna, ni el estrago daban lugar para que se consultase con el rey su resolucion: que la salud pública de aquel exército consistia en lo que se acertase y executase ántes de amanecer: que lo mas conveniente era volver á Tarragona con suma brevedad, porque los pasos no se embarazasen, y primero que los de Barcelona saliesen á impedírselo con escaramuzas: que se debian anticipar á las noticias de su desgracia, porque llegasen sin ella á los lugares que dexaban á las espaldas, sin darles ocasion de que con su pérdida los tomasen otra vez, y les fuese necesario volver á ganarlos de nuevo: que desde aquella plaza se podia dar aviso á el rey, y esperar sus órdenes y socorros.

152. Todo lo escuchaba el Velez suspenso en la consideracion de su fortuna, haciendo en su ánimo firme propósito de no recibir por ella otra injuria. No hubo entre todos alguno que contraviniese el acuerdo, en todo ajustado á lo propuesto.

153. Ocupáronse aquella tarde los Catalanes ya vencedores en recoger los despojos de su triunfo, y entre ellos, como mas insigne, lleváron á la ciudad once banderas españolas, siendo diez y nueve las perdidas del exército, que poco despues colgáron desde la casa de su diputacion á vista de todo el pueblo, que las miraba con igual saña y alegria: lleváron notable cantidad de todas armas, carros, bagages y pabellones, que servirán a la posteridad como testigos de aquella gran pérdida de Españoles.

154. No se descuidáron un punto de la guardia de su fuerte, ni quisiéron pedir mas halagos á su fortuna que la buena suerte de aquel dia: guarneciéronle con nuevo y grueso presidio, habiendo recibido aquella noche mas de quatro mil infantes de los lugares convecinos, como si verdaderamente temiesen el segundo asalto.

155. Estas diligencias, que no pudiéron hacerse sin gran ruido de toda la campaña, y alguna artillería que á espacios señalados disparaba la ciudad por tener su gente cuidadosa, servia aun mas de temor al exército, que de prevencion á los suyos, á quienes el deseo de la consumada victoria tenia alegres y puntuales ordenadamente en sus estancias: todavia inciertos de lo que habian conseguido.

156. Descubrióse al amanecer el fuerte de Monjuich (y sus trincheras) coronado de copiosa multitud de gente que habia subido á notar el estrago de los Reales, de que todavia se hallaban señas recientes en la sangre y cadáveres de sus enemigos. Pero los Castellanos, habiendo temido de su movimiento alguna determinacion de las á que podia convidarles el buen semblante de la fortuna de sus contrarios, obedeciendo á ella, comenzáron á moverse ántes del dia la vuelta de Tarragona, tan llenos de lástima y desconsuelo, como los Catalanes se quedaban de honra y alegria.

157. Ántes fué enterrado el San Jorge miserablemente en la campaña: espiró aquella noche, mezclando entre las palabras que ofrecia á Dios, algunas que bien significaban el zelo del servicio de su rey. Acompañáronla muchos otros, cuyos cuerpos esparcidos por la tierra asemejaban un horrible esquadron asaz poderoso, para vencer la vanidad de los vanamente confiados.

158. La pérdida de los naturales fué desigual (bien que muriéron algunos), porque como siempre peleáron dentro de sus reparos, no habia tanto lugar de emplearse en ellos las balas enemigas.

159. Marchó el infeliz exército con tales pasos, que bien informaban del temeroso espíritu que lo movia: caminó en dos dias desengañado, lo que en veinte habia pisado soberbio: atravesó los pasos con temor, pero sin resistencia: entró en Tarragona con lágrimas, fué recibido con desconsuelo, donde el Velez dando aviso al rey Católico, pidió por merced lo que podia temer como castigo. Excusose de aquel puesto, y lo excusó su rey, mandando le sucediese Federico Colona, Condestable de Nápoles, príncipe de Butéra, Virey entónces en Valencia, que poco tiempo despues representó su tragedia en el mismo teatro, perdiendo la vida sitiado por Franceses y Catalanes en Tarragona.

160. No paráron aquí los sucesos y ruinas de las armas del rey D. Felipe en Cataluña, reservadas quizá á mayor escritor, así como ellas fueron mayores. Á mí me basta haber referido con verdad y llaneza como testigo de vista estos primeros casos, donde los príncipes pueden aprender á moderar sus afectos, y todo el mundo enseñanza para sus acontecimientos.




 
 
FIN
Lapidem, Quem Reprobaverunt Ædificantes.
 
 


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