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La evolución del "Systema Bibliothecae" de la Compañía de Jesús y su influencia en la historia de la bibliografía española

Aurora Miguel Alonso


Biblioteca Universidad Complutense

La Compañía de Jesús fue consciente, desde sus inicios, de la importancia que tenía el libro en la difusión del pensamiento y en su labor de expansión de la doctrina católica por el mundo. Cuidaron por ello de que sus centros mantuvieran una continua actualización de sus bibliotecas, apoyadas por una detallada normalización de su funcionamiento, de la organización de los fondos y de sus catálogos, así como por la creación de una clasificación bibliográfica propia, que expresaba su propia concepción del saber. Es lo que en el título de este trabajo denominamos systema bibliothecae jesuita, surgido ya en el siglo XVI cuando todavía las colecciones de los centros de la Compañía eran muy reducidas, pero que supieron evolucionar a lo largo de varios siglos, ejerciendo gran influencia en la historia de la bibliografía, y llegando su huella hasta nuestros días.






ArribaAbajoI. Organización de los catálogos y bibliotecas en la primera mitad del siglo XVI

Durante la época medieval y en el primer renacimiento, las bibliotecas institucionales, religiosas o universitarias, eran generalmente demasiado pequeñas para necesitar instrumentos mediadores entre el libro y el lector. El responsable de la biblioteca conocía toda la colección y facilitaba al lector el libro que necesitaba. Pocas bibliotecas contaban con catálogos, no los necesitaban, pero sí en cambio se han conservado multitud de inventarios que reflejan minuciosamente la colección libraria y su organización.

Los inventarios son fuente riquísima de datos sobre la lectura de tiempos pasados y también sobre la organización de la biblioteca que se inventariaba, gracias al mecanismo que normalmente se seguía para su confección y que hacía que se reflejara en él la situación exacta de la colección. Dos personas trabajaban al unísono, una de ellas extraía del armario el libro y leía en voz alta los datos considerados básicos para una futura identificación: autor, título abreviado, lugar y año de edición, además del formato, mientras que la otra iba anotando los datos al dictado. Los errores eran numerosos, por la premura del método y también muchas veces por la impericia del escribiente, pero en cambio ese sistema de trabajo favoreció muy frecuentemente que en el documento resultante se reflejara con fidelidad el orden que mantenían los libros en los estantes, casi siempre por grandes temas y por tamaños1.

¿Cuáles eran los temas más comunes en las bibliotecas medievales y del primer renacimiento? Dejando a un lado las bibliotecas privadas, que son resultado de los gustos y necesidades de cada propietario, según su educación, profesión, etc., cada uno de esos grupos de biblioteca institucional tenía unos temas predominantes, que en distinto grado van a aparecer también en las bibliotecas jesuitas, ya que era tanto una biblioteca dirigida a la vida espiritual de los padres que vivían en el centro, como una biblioteca destinada a la educación de jóvenes.

En las bibliotecas monásticas aparecían primordialmente tres núcleos de libros: el fondo más numeroso lo constituían los libros litúrgicos, en un segundo lugar aparecían los libros de contenido espiritual para la lectio divina (hagiografía y obras de los Padres de la Iglesia), y por último, el tercer grupo lo componían la colección más miscelánea, los libri artium, obras de autores paganos, latinos, así como gramáticas para el aprendizaje del latín.

En el otro gran grupo de bibliotecas institucionales, las universitarias, el fondo se agrupaba también según las disciplinas más acordes con su función educativa, por ello los libros se ordenaban siguiendo las materias del trivium y el quadrivium, a los que se añadían las materias de las Facultades mayores, Teología, Derecho y Medicina. Y dentro de estos grandes grupos, los libros se organizaban normalmente por tamaños: folio en la parte inferior del estante, cuarto en la parte central y octavo y dieciseisavo en la superior. La razón por la que se seguía esta fórmula era puramente pragmática. Los libros que pesaban mucho, abajo; los libros más livianos, arriba. Además, siempre era útil reunir los libros por tamaños, ya que facilitaba enormemente el aprovechamiento del espacio. Esta fórmula tan sencilla, sin variación, se sigue aplicando en la actualidad en muchas bibliotecas, por las mismas razones que en la lejana Edad Media.

El acrecentamiento continuo de las bibliotecas a partir de la invención de la imprenta exigió que, desde muy temprano, se tuvieran que buscar fórmulas que facilitaran el contacto entre el libro y el lector. En buena medida el mediador siguió siendo el bibliotecario, ya que era la persona que convivía con el fondo y que había contribuido a su organización. Pero, al mismo tiempo que la colección crecía por la multiplicación del libro impreso, se hacía cada vez más necesario contar con instrumentos que facilitaran su trabajo, instrumentos que «objetivasen» la memoria del bibliotecario y que posibilitaran por ello la transmisión de su conocimiento a otras generaciones.

Las grandes bibliotecas se organizaron desde sus inicios siguiendo unas pautas clasificatorias más complejas. Los bibliotecarios, seleccionados preferentemente por su erudición, trataban de plasmar en la ordenación de la colección el universo del saber en que estaban inmersos. Las bibliotecas de este período, Renacimiento pleno y Barroco, son globalizadoras, y funcionan como un espejo en el que se trata de reflejar todo el saber del momento, con sus relaciones y subdivisiones.

Para la cristalización de este concepto de biblioteca fue muy importante la aparición a partir de los primeros decenios del siglo XVI de las primeras bibliografías modernas, ya que éstas van creando, en el papel, bibliotecas ideales, que reúnen en un solo documento noticia de todo lo publicado hasta ese momento de la materia tratada. Primero aparecen las bibliografías especializadas, en concreto de las materias impartidas en las Facultades mayores de las universidades europeas: Teología, Medicina y Derecho, para las que sin duda existía un público interesado. Poco más tarde se inicia la bibliografía general, que trata de recoger en una sola obra toda la información bibliográfica que puede ser útil para un lector culto, y se inicia con una obra enormemente compleja y erudita, la Bibliotheca universalis de Conrad Gesner.

La trascendencia de esta obra en la historia de la bibliografía y de las bibliotecas es enorme, no sólo por la importantísima recopilación del saber humano, en un momento en que ya la imprenta había creado un número considerable de obras, sino también porque en su introducción marca técnicas de trabajo bibliotecario cuya influencia perdura hasta nuestros días.

En la Bibliotheca universalis (1545) se reseñan doce mil obras, todas ellas escritas en las lenguas sabias del momento, y que se amplían a quince mil por un suplemento posterior (1555). Las obras son presentadas por orden alfabético de autores, alfabetizando el nombre del autor, no el apellido, con un índice final en el que se reenvía del apellido del autor, término no aceptado, al nombre.

En 1548 Gesner publica un nuevo tomo en el que recoge las mismas obras reseñadas con anterioridad, pero ordenadas siguiendo un orden sistemático: Pandectarum sive partitionum universalium libri XXI, finalizando con un índice alfabético de materias o palabras clave de veinticinco mil entradas. La Bibliotheca universalis se convierte, su nombre ya advierte de ese planteamiento, en un modelo de lo que debería ser la biblioteca ideal, compilación de todos los libros que un lector culto necesita consultar. Está Gesner tan seguro de la exhaustividad de su obra que recomienda a los bibliotecarios que transformen el catalogus scriptorum (bibliografía) que es su obra en el catalogus librorum (catálogo) de su biblioteca, añadiendo simplemente al margen de cada registro su signatura topográfica. Sólo aquellos pocos libros que no se encuentren incluidos se podrán apuntar al margen de cada página.

Los títulos de los veintiún libros de las Pandectae sirven también para la ordenación sistemática de la colección de una biblioteca. La clasificación sigue de cerca la división de las ciencias establecida en esos momentos en la enseñanza: se inicia por las humanidades y finaliza con las que se imparten en las Facultades mayores, con su culminación en la Teología2.

Una de las personalidades que siguieron las pautas establecidas por Gesner en su obra fue Benito Arias Montano, para la organización de la Biblioteca de El Escorial, tarea en la que estuvo dedicado durante varios años por orden de Felipe II. Aprovechó su sistema clasificatorio tanto para la creación de catálogos como para la organización de los libros en los estantes. Como hiciera Gesner en su Bibliographia universalis, Arias Montano separó también los libros escritos en «lenguas cultas» de los redactados en lenguas vernáculas, incluyéndolos en catálogos separados, y reservó sólo los primeros para su colocación en la sala principal de la biblioteca. La organización temática fue también utilizada iconográficamente para la decoración pictórica de la sala, creando por ello un conjunto único en toda Europa.

La convicción de Gesner, y que expresa claramente en el prólogo, de la utilidad de su obra para guiar al bibliotecario tanto en la organización de una biblioteca como en la redacción de sus catálogos, inicia una fórmula que se mantendrá a lo largo de los siglos: la influencia mutua existente entre bibliografías y catálogos de bibliotecas.

Unas y otros tienen dos formas básicas de organización, de forma sistemática o siguiendo un orden alfabético. En el caso de las bibliotecas de la Edad Moderna, el catálogo principal suele ser el catálogo sistemático, que a su vez puede coincidir con el catálogo topográfico del fondo, ya que los bibliotecarios gustan de organizarlo siguiendo un orden preestablecido. A este catálogo principal se le añade un catálogo secundario o índice que organiza las entradas bibliográficas por el nombre del autor.

El mismo proceso se sigue en muchas de las bibliografías de este período. Al fin y al cabo, la bibliografía es una biblioteca ideal, que busca reconstruir sobre el papel una colección exhaustiva de obras sobre un tema (bibliografías especiales), un país (topobibliografías), un colectivo (orden religiosa, profesión), etc. Se utilizan grandes materias, pero incorporando numerosas subdivisiones, que dan lugar a grupos de libros no demasiado amplios. Cuantos más registros tiene una bibliografía, más numerosas son por ello las divisiones y subdivisiones.




ArribaAbajoII. Las bibliotecas jesuíticas. Su normativa

La existencia de bibliotecas en los centros de la Compañía de Jesús está normalizada desde sus propias Constituciones, redactadas por el fundador de la Orden. En la parte IV, capítulo 6, artículo 7, Ignacio de Loyola especifica con claridad su deseo de que se formen bibliotecas en los Colegios, señalando su interés porque sean bibliotecas de uso general, atendidas por una persona de la comunidad e insistiendo que se cuiden, ya que son de uso común. Este artículo marca el inicio de un interés constante por las bibliotecas como centros de actividad pedagógica y de desarrollo espiritual y cultural.

La normalización del funcionamiento de las bibliotecas se repite sucesivamente en la legislación posterior. En el Ratio atque institutio studiorum Societatis Iesu, más conocido por su nombre abreviado Ratio Studiorum (1598) incorpora párrafos específicos sobre la formación de bibliotecas y del uso de los libros, dentro del capítulo dedicado al prepósito provincial (reglas 33 y 34), el rector (reglas 16 y 17) y el prefecto de estudios (reglas 29 y 30)3.

Igual sucede con las Regulae Societatis Iesus, destinadas a normalizar la forma en que sus miembros debían conducirse en los cargos internos de sus casas y colegios, una de las cuales, las Regulae Praefecti Bibliothecae se destina específicamente a la regulación del cargo de bibliotecario o prefecto de la biblioteca, como figura necesaria en el funcionamiento pedagógico y cultural del centro4. Constan de doce puntos, y en ellas el legislador señala las obligaciones del encargado de la biblioteca y las normas de uso para todo aquel que quiera acceder a la colección de libros. En este punto, el espíritu del reglamento es claramente restrictivo en cuanto a la facilidad de acceso al fondo, ya que el pensamiento de la Compañía de Jesús fue, desde su fundación, que el acceso a la información debía estar mediatizada por la autoridad eclesiástica, para salvaguarda de la ortodoxia católica (apéndice I).

Es importante partir de este texto para el estudio de cualquier colección libraria jesuita, pues especifica detalladamente todo el funcionamiento de la biblioteca. Señala normas específicas para su apertura, la selección de los libros, préstamos, creación de una colección pensada para los estudiantes o profesores del centro, independiente de la más completa del centro y, por último, la redacción de los dos catálogos imprescindibles en la biblioteca: el catálogo de autores y el de materias, este último, coincidente con la colocación del fondo en las estanterías. Unas pautas tan específicas dieron lugar a la homogeneización completa de las bibliotecas de la Compañía de Jesús, facilitada además por repertorios específicos que permitieron mantener esta homogeneidad en toda Europa y en la América colonial.




ArribaAbajoIII. La bibliografía jesuita. Antonio Possevino y Pedro de Ribadeneyra

Los prolegómenos del systema jesuita se inician a finales del siglo XVI. En 1593, el jesuita italiano Antonio Possevino publica en Roma la obra Bibliotheca selecta, qua agitur de ratione studiorum in historia, in disciplinis, in salute omnium procuranda (Roma, Typographia Apostólica), que lleva a la práctica las directrices emanadas del Concilio de Trento referentes al control de la libre información por la Iglesia Católica. Possevino es consciente de la universalidad de la información transmitida por la obra de Conrad Gesner, actualizada periódicamente por sus discípulos a lo largo del siglo XVI. Además, el orden de las referencias bibliográficas y el aséptico orden alfabético, inducen al lector a hacer su propia elección, sin que el bibliógrafo actúe como mediador en su decisión con agrupaciones o puntos de vista preestablecidos. Esta fórmula, que sigue los criterios humanistas de la primera mitad del siglo, es rechazada tajantemente por el pensamiento católico contrarreformista.

La obra de Antonio Possevino parte por ello de un principio radicalmente contrario. Es necesario guiar al lector en la búsqueda de la verdad, para que no se pierda entre controversias y herejías, para ello presenta su obra como una verdadera enciclopedia metódica, en la que se trasmiten únicamente aquellos saberes que la autoridad eclesiástica considera adecuados para cada tipo de lector, organizados según un rígido orden de conocimientos jerarquizados y a partir de la verdadera fuente del saber de todo cristiano, la Sagrada Escritura. La Iglesia Católica crea el Index Librorum Prohibitorum para advertir al fiel cristiano que es lo que no debe leer, y la Compañía de Jesús presenta, además, con la Bibliotheca selecta, un catálogo exhaustivo de lo que el cristiano debe leer, adaptado, eso sí, a su situación social y a sus propios conocimientos.

El propio autor nos narra las motivaciones que le llevaron a emprender esta obra, y la metodología seguida: «Étant à Padoue, je fus pénétré de douleur en voyant que la Bibliothèque d'un certain Gesnerus se remplissoit d'une infinité de livres également dangereux pour la foy et pour les moeurs; il me vint en pensée si je n'en pourrois point engager les amis que j'avois, tant de la Compagnie qu'au dehors, à travailler chacun selon son génie à recueillir ce qui dans chaque Faculté pourroit contribuer à s'y rendre habile, aprés l'avoir purgée de toutes les erreurs, qui auroient pû s'y glisser, et de former du recueil, que feroient plusieurs personnes de savoir et de mérite, une Bibliothèque, qu'on pourroit consulter avec fruit et sans danger, j'en me flattois point de pouvoir tout seul exécuter un si grand dessein. [...] Mais chacun ayant d'autres vûes, ou d'autres occupations, personne n'entra dans cette pensée, de sorte que la retraite me donnant plus de liberté à m'appliquer, je me mis à composer plusieurs traités sur ces différents matières, sans encore une fois me flatter que je puisse jamais venir à bout tout seul d'un ouvrage qui me paroissoit infini»5.

El tratado se organiza en dieciocho libros divididos en dos partes y un apéndice. Además de la edición príncipe (1593), existen ediciones revisadas en Venecia (1603) y Colonia (1607). Cada libro estudia una materia determinada, excepto el primero que tiene un carácter más generalista y que se ocupa de enumerar los puntos metodológicos indispensables para conseguir una instrucción acorde con la personalidad y las circunstancias de cada lector.

En el prólogo, sección quinta, Possevino nos razona la organización dada a la Bibliotheca selecta. Partiendo del principio de que la obra debe presentar las diferentes materias siguiendo una organización interna, nuestro autor se decanta por una ordenación «descendente», considerando que todo el saber proviene de la Historia divina, la Biblia, como fuente de toda sabiduría. «Ab Historia igitur Divina erat inchoandum [...], Scholastica Theologia [...] de Theologia practica, seu conscientiae casibus; de controversa item cum Iudaeis, cum Graecis, cum haereticis, et atheis [...] Ius civile [...] Iam vero de Philosophia universe, deque primariis eius tractatoribus, Platone, atque Aristotele, et horum interpretibus; mox de quibusdam naturalis historiae scriptoribus, Latinis, et Graecis, agentes, non omissis aliquousque Mathematicis, descendimus ad Medicinam; [...] Humana igitur historia fuit prostrema [...], de humaniorum studiorum ratione, deuqe Rhetoribus, Oratoribus, Poetis et qui hos pene contingunt, Pictoribus».6

Possevino da también directrices para la ordenación metódica de los libros en los estantes. Dado que en el momento de la publicación, las bibliotecas jesuitas, salvo excepciones, no se habían desarrollado excesivamente (la imprenta llevaba menos de siglo y medio en funcionamiento), crea una división muy simple, siete divisiones, empezando también en este caso por la Sagrada Biblia, a la que sigue la Filosofía, Medicina, Derecho, Historia, Literatura y, por último, Generalidades7. Dentro de estas divisiones se pueden crear las subdivisiones que el bibliotecario considere necesarias; Possevino enumera múltiples partes en los dos primeros apartados, para a continuación organizar los libros por tamaños o por orden alfabético.

La repercusión que tuvo esta obra en el ámbito jesuita, amplificada sin duda por la publicación cinco años más tarde de la Ratio studiorum, de la que se puede considerar complementaria, llevó a la utilización masiva en la organización de sus bibliotecas. Era un elemento indispensable en la creación de nuevas colecciones, ya que daba listados exhaustivos de las obras útiles para cada centro, y también fue utilizada sin duda en la redacción de los catálogos sistemáticos, pues cada libro del repertorio bibliográfico podía convertirse, con las variaciones necesarias, en una facultad en el catálogo de la biblioteca correspondiente. Y, por último, sirvió de referencia a diversas bibliografías redactadas por autores, jesuitas o no, que encontraron en su sistema clasificatorio un buen modelo a seguir.

Muy cercano a los primeros tiempos de la Compañía de Jesús, si bien editada ya en el siglo XVII (1608), se encuentra la obra del jesuita español Pedro de Ribadeneyra, la primera bibliografía de autores de la Compañía de Jesús: Illustrius scriptorum religionis Societatis Jesu catalogus (Antuerpiae, ex Officina Plantiniana). Pedro de Ribadeneyra nació en Toledo, en 1526 y su verdadero nombre era Pedro Ortiz de Cisneros. En su juventud formó parte del séquito del cardenal Farnesio, viajando con él a Roma. Allí ingresó en la Compañía de Jesús, colaborando en numerosas misiones en diversos países europeos, hasta que, en 1574 volvió a España, permaneciendo en el Colegio de Madrid, colegio que él contribuyó a fundar, hasta su muerte en 1611, cuando ya este colegio había pasado a denominarse Colegio Imperial.

El repertorio de Pedro de Ribadeneyra recoge datos de unos doscientos cincuenta escritores pertenecientes a la Orden jesuita, y está organizada más como biobibliografía que como bibliografía propiamente dicha, ya que incluye numerosa información sobre la vida de los autores reseñados, mientras que son muy escuetos los datos recogidos de las obras citadas.

Las entradas más detalladas proporcionan, aunque de manera muy esquemática, los datos siguientes: nombre propio latinizado del autor, apellido, nacionalidad, lugar de nacimiento, año de ingreso en la Compañía, estudios, cargos que ocupó en ella, rasgos personales del biografiado y año de su muerte. De cada autor, Ribadeneyra procura recoger su obra completa, tanto impresa como manuscrita. La registra con su título latinizado e indica la lengua en que están escritas. Omite por completo el pie de imprenta. Esta escasez de información bibliográfica se palía en parte con una edición ampliada, aparecida en Amberes (1613), con el título Catalogus scriptorum religionis Societatis Iesu, de la que cuidó su publicación, por encargo expreso de Ribadeneyra, el también jesuita André Schott8. Ediciones posteriores de esta obra, aparecieron en 1643, muy ampliada por Philippe Alegambe, y en 1676, publicada por Nathanael Sotwell, ambas con el nuevo título de Bibliotheca scriptorum Societatis Jesu.

La biobibliografía está organizada alfabéticamente por el nombre de los autores, si bien cuenta con un índice para la búsqueda por el apellido. Cuenta también con un índice de materias, indispensable para la localización de las distintas obras escritas sobre un mismo tema, y en él el bibliógrafo sigue de cerca la organización temática de Possevino cuya primera edición había salido a la luz apenas catorce años antes, si bien introduce las variaciones necesarias para una mejor ordenación de los registros incluidos (apéndice III). Como en aquella obra, la clasificación se divide en dos partes claramente diferenciadas, un primer grupo de temas religiosos (12 apartados) y un segundo grupo en el que se agrupan los conocimientos seculares (11 apartados). Es una clasificación que servirá de referencia a otras obras posteriores del siglo XVII, tanto en el campo estricto de la bibliografía, caso de la redactada por el español Nicolás Antonio, como en el de la biblioteconomía, las obras de los jesuitas Clément (1635) y Garnier (1678).

La Bibliotheca hispana de Nicolás Antonio fue considerada por sus contemporáneos como la más perfecta de las redactadas en su tiempo, y sirvió como modelo para posteriores iniciativas. Nicolás Antonio nació en Sevilla, de padres procedentes de familias comerciantes de Amberes, y de origen posiblemente judío. Su trabajo bibliográfico lo inicia muy joven, y los viajes llevados a cabo por razones profesionales le posibilitó la visita a innumerables bibliotecas en Sevilla, Madrid, Roma... lo que le permitió el contacto directo con el libro que citaba, circunstancia esencial para una bibliografía fiable.

Su obra está dividida en dos partes, la primera en publicarse fue la Bibliotheca nova (1672), en la que reseña, ordenados alfabéticamente, cerca de seis mil quinientos autores españoles desde 1500 hasta el momento de su publicación. La segunda parte, publicada tras su muerte con el título de Bibliotheca vetus se organiza cronológicamente y recoge las publicaciones de autores españoles o sobre España desde el emperador Augusto hasta 1500. En el siglo XVIII, y por interés expreso de la Corona, se publicó una nueva edición (1788), incorporando a ella todas las adiciones dejadas manuscritas por el propio autor o añadidas por los bibliotecarios de la Biblioteca Real. Muy recientemente se ha hecho una nueva edición traducida (1999), con lo que su consulta es mucho más cómoda para todo tipo de lectores.

En el prefacio de la Bibliotheca nova da cuenta de las gestiones llevadas a cabo para recabar información de obras no localizadas en las bibliotecas consultadas. Respecto a las publicaciones de jesuitas españoles, nos informa que «en cuanto a los jesuitas, que ya habían incluido todos los que habían florecido en España y fuera de ella en su completísima Biblioteca, a ésta, digo, se refería Juan Nadasi, jesuita también, el cual publicó hace pocos años el Año de cosas notables de la Compañía. Sin embargo nuestra esperanza se desvaneció; tuvimos que recoger la noticia de los mismos del archivo público del prefecto general, dignísimo y reverendísimo P. Juan Pablo Oliva, venerado por mí por muchos motivos. En este archivo se conservan los permisos que se daban a los jesuitas para que pudiesen publicar sus escritos; Juan Mariano [en la edición original dice Juan Marino], hombre honrado y activo y secretario de la Asistencia General de las Españas me lo comunicó»9. Esta gestión se hizo naturalmente para recabar información de obras inéditas de autores españoles de la Compañía, y que por ser inéditas no había podido localizar en las bibliotecas de la Orden que tan a mano tenía, tanto en Roma como en Madrid o Sevilla.

La Bibliotheca nova incorpora al final un Índice de materias, con la organización temática basada claramente en el repertorio del P. Ribadeneyra (apéndice IV). Vuelve a dividir la clasificación en dos grandes apartados, religiosos y seculares, concediendo al primero trece divisiones, y once al segundo. La utilización de esta «organización del saber» ya tradicional para el tercer tercio del siglo XVII, puede estar justificada por dos razones: el uso por parte de Nicolás Antonio de numerosos catálogos que utilizaran esta misma clasificación, y el hecho de que la producción editorial española estaba muy basculada hacia los temas espirituales, con lo que esta clasificación era plenamente adecuada.

Un interesante trabajo de Julio Caro Baroja sobre Nicolás Antonio, apenas citado, hace una valoración muy pertinente de la Bibliotheca nova en este contexto10. Nuestro autor vasco aprovecha el índice de materias de Nicolás Antonio y su específica organización del saber para cuantificar las obras recogidas en cada apartado y hacer un estudio comparativo de las distintas materias, valorando cuáles son las predominantes en la edición española de los siglos XVI y XVII. «Comparemos ahora ciertas cifras. En la sección V [...] nos encontramos con 507 autores que escribieron de mariología. Frente a esta cifra impresionante la sección XIV, que comprende toda la medicina, la veterinaria y la farmacología y la química [...] da 490, y en la XVII, en que se tocan matemáticas, cosmología, artes aplicadas o bellas artes, incluidas la náutica, la navegación y la música [... ] no hay más de 393 nombres. Esto es suficiente para caracterizar la actividad espiritual española en los siglos XVI y XVII, como una actividad teológico-humanística (en los sentidos más amplios de las dos palabras) en esencia; para comprobar también que la actividad científica es cuantitativamente limitada, con independencia de su calidad». La división temática de Possevino y Ribadeneyra, tan desproporcionada, vista con una perspectiva actual, adquiere una plena justificación con los estudios cuantitativos aportados por Julio Caro Baroja.




ArribaAbajoIV. La biblioteca jesuita. Claude Clément

En el siglo XVI, Gesner y Possevino nos han presentado en sus repertorios la colección bibliográfica que un estudioso debía conocer, desde dos puntos de vista diametralmente opuestos, el del humanismo y el de catolicismo contrarreformista. Gesner y sus continuadores dan a conocer al investigador lo que hasta la fecha de su publicación había publicado, organizado por unas materias adaptadas a los saberes del momento. Possevino nos presenta en cambio una selección de lo que había publicado, pero sólo aquello que el lector católico debía conocer, según los criterios establecidos por las autoridades de la Iglesia Católica. En el primer tercio del siglo XVII esta dicotomía del mundo de la bibliografía se traslada al mundo de la organización bibliotecaria. El planteamiento teórico pasa del campo bibliográfico al bibliotecario, y el systema bibliothecae jesuita crea nuevas fórmulas que servirían a su vez de modelo para la redacción futura de catálogos y bibliografías.

Los arquetipos de bibliotecas existentes en el Renacimiento, esencialmente reales, universitarias y conventuales van a evolucionar rápidamente, a consecuencia de diversos factores que transforman la sociedad: una acumulación creciente de libros, consecuencia del uso masivo de la imprenta, lo que lleva a la creación de fórmulas de trabajo más normalizadas en las bibliotecas; ascensión de una burguesía con una cada vez mayor influencia política y económica, con un interés creciente por el mecenazgo cultural y la creación de importantes bibliotecas privadas; o el auge del sentimiento de las nacionalidades, lo que lleva también a gobernantes y magnates a la creación de bibliotecas «bandera» en cada país, etc. Nace un nuevo concepto del mundo, y éste se verá reflejado en el contexto de las bibliotecas.

El auge de la burguesía desemboca en la importancia creciente de las bibliotecas privadas, creadas por personalidades de la sociedad civil, con gran potencial económico y una importante preparación cultural, lo que desembocará en el interés por atesorar ricas bibliotecas que pondrán muy frecuentemente a disposición de las personas cultas. Se forman así colecciones bibliográficas en las que se reúnen todas las obras útiles para la comunidad científica, entremezclando colecciones de clásicos en sus mejores ediciones, con obras de autores contemporáneos, incluso de ortodoxia dudosa, a través de los cuales se sigue el pensamiento científico y cultural del momento.

Junto a este tipo de bibliotecas se desarrollan también con gran fuerza las bibliotecas de las órdenes religiosas, en las que se vive también una misma vocación de modernidad, aunque con controles claros para el acceso a la literatura heterodoxa. Sólo con el conocimiento del mundo se puede luchar por el mantenimiento de la ortodoxia católica, y sólo preparando personas plenamente capacitadas y que cuenten con las mejores armas, que son los libros, podrán luchar eficazmente contra el protestantismo, y las creencias religiosas de los nuevos países descubiertos. Las bibliotecas de la Compañía de Jesús van formando desde su fundación importantes colecciones, desembocando en una riqueza libraria impresionantes que, siglo y medio más tarde, cuando se disuelva la Orden, surtirán a bibliotecas reales, nacionales y universitarias de Europa y América.

Para estos dos tipos de bibliotecas se redactaron en la primera mitad del siglo XVII, entre otros, tres manuales de biblioteconomía, de una enorme difusión en su tiempo, y también de una gran influencia en la normalización del trabajo bibliotecario. Son las obras de Justus Lipsius, Gabriel Naudé y del jesuita Claude Clément. El pensamiento de estos tres autores se entrecruzan, siendo el primero de ellos básico para la comprensión de las otras dos obras.

Durante la segunda mitad del siglo XVI y la primera mitad del siglo XVII, la capital cultural de la Europa católica se traslada paulatinamente al norte, hacia los Países Bajos. Y una de las personas que más contribuyeron a ello fue el impresor y librero Cristóbal Plantino. Por la Officina Plantiniana estudiosos de todas las tendencias contribuyeron con sus publicaciones a crear la nueva ciencia. Historiadores, filósofos, filólogos, botánicos, cosmógrafos, pintores o grabadores, encontraron en la casa de Plantino y en la de su yerno, Juan Moreto, un espacio de tranquilidad y de reposo donde desarrollar sus estudios y una empresa que los daba a conocer a través de sus prensas.

Y el mundo de la bibliografía también se aprovechó de este círculo de cultura. Pedro de Ribadeneyra coincidió con Cristóbal Plantino durante su estancia en Amberes, y en su imprenta y en la de su yerno Juan Moreto publicó buena parte de su obra. Del círculo intelectual que se formó alrededor de la Officina plantiniana era también el jesuita André Schott, editor de la obra de Ribadeneyra, y autor él mismo de la primera bibliografía nacional española: Hispaniae Bibliotheca seu de Academiis ac Bibliothecis (Francofurti, 1608). Y en la misma casa de Plantino vivió muchos años Justus Lipsius, que fue autor de un pequeño libro sobre las bibliotecas antiguas de apenas 34 páginas: De bibliothecis syntagma (Antuerpiae, 1602), pero que tuvo gran influencia en tratados posteriores, sobre todo en el campo de la ornamentación y decoración arquitectónica.

Justus Lipsius nació en Overissje, entre Bruselas y Lovaina, en 1547. Inició sus estudios de filosofía en el Colegio de la Compañía de Jesús en Colonia, en el que llegó a los estudios de noviciado, aunque los abandonó presionado por su familia, a la edad de dieciocho años. Fue secretario particular del cardenal Granvela, viajando con él a Roma (1567), y aprovechando estos años para visitar intensamente las bibliotecas y monumentos de Italia. Vuelve a Lovaina en 1570, pero las tensiones políticas y religiosas vividas en Flandes durante el gobierno del duque de Alba le hacen huir de esta ciudad, alojándose en Lieja, Dôle, Vienne y por último en Jena donde se convierte al luteranismo, mientras amigos que habían permanecido en Lovaina cuidan de que su biblioteca particular no se pierda. En 1578 se hace cargo de la cátedra de Historia literaria de la Universidad calvinista de Leyden, pero de nuevo tensiones con las autoridades religiosas le alejan del protestantismo, volviendo a la Iglesia Católica en abril de 1591, en la iglesia jesuita de Maguncia siendo un español de esta orden, P. Martín Antonio del Río, una de las personas que más le apoyaron en su vuelta a la religión católica. A partir de este momento, y hasta su muerte en 1606, su relación con la Compañía de Jesús volvió a ser muy estrecha11. Desde 1592 fue profesor en el Colegio Trilingüe de Lovaina, donde permaneció hasta su muerte. Su corazón fue entregado a esta Universidad, como reconocimiento de los lazos mantenidos con esta institución los últimos años de su vida.

En su período de vuelta al catolicismo, fue disputada su compañía por grandes personalidades: Clemente VIII, Enrique VIII de Francia o Felipe II de España, pero una de las ofertas más sinceras fue sin duda la que le hizo Benito Arias Montano para alojarlo en su casa, acompañándose mutuamente en el tiempo que les quedaba de vida, compartiendo todas sus posesiones, y nombrándole heredero universal, algo que finalmente no aceptó.

La amistad con Cristóbal Plantino fue fundamental en la vida de Justus Lipsius. Publicó su obra Variorum lectionum libri III en 1569, cuando todavía era secretario del cardenal Granvela, y a partir de ese momento, mantuvieron una estrecha relación, que se continuó con su yerno Juan Moreto. Plantino consideraba a Lipsius como su hermano pequeño, mantenía en su casa una habitación destinada a él, que todavía hoy se puede visitar, y en el momento de su muerte fue a Lipsius a quien encargó que velara por su familia. Cuando en 1640 el descendiente de Plantino, Baltasar I Moreto creó una magnífica biblioteca en la casa familiar, siguió las directrices que Lipsius había establecido en su tratado sobre las bibliotecas.

El tratado De bibliothecis sintagma (Antuerpiae, ex Officina Plantiniana, 1602, segunda edición, 1607) está dedicado a Charles de Croy, duque de Arschot, que en esos momentos estaba organizando su propia biblioteca, por lo que piensa debe animarle a seguir en ella los modelos clásicos, «faict estat de dresser une belle librairie, et le fault inciter»12. Lipsius lamenta la ausencia de una biblioteca en la Universidad de Lovaina, sobre todo cuando él mismo había contribuido a la organización de la de Leyden, asesorando sobre el mobiliario y contribuyendo en la selección de los libros más necesarios. Cuando en 1639 se inaugura la nueva biblioteca de la Universidad de Lovaina, el bibliotecario Valerius André, discípulo del jesuita André Schott, reconoce a Lipsius como uno de sus maestros, y a su manual de biblioteconomía un repertorio indispensable para la organización de bibliotecas.

El tratado de Lipsius se inicia con una definición del término bibliotheca, considerando que en ese momento histórico tenía tres significados diferentes: bibliotheca como local o edificio, bibliotheca como colección de libros, y bibliotheca como libro que referencia obras, y que hoy a su vez dividiríamos en bibliografía (catalogus librorum en terminología gesneriana) y catálogo de biblioteca (catalogus bibliothecarum). Una característica fundamental del concepto lipsiano de bibliotheca es su consideración de lugar de culto al conocimiento, a las musas, como ocurría en el Museion de Alejandría. Lipsius mantiene que la biblioteca debe ser un lugar destinado a la investigación sin cortapisas ideológicas, y exhorta a príncipes y mecenas a la fundación de bibliotecas donde se pueda establecer un clima de tranquilidad y libertad para el trabajo intelectual.

Como elemento decorativo defiende la incorporación en las salas de lectura de retratos de hombres ilustres, tanto pictóricos como en escultura; su fin no era el de simple ornamento, sino que ayudaban a crear en la mente del lector una imagen más completa de los autores que permanecían escondidos en los libros de la biblioteca, ya que las imágenes eran de una gran utilidad para comprender mejor un texto. Una idea que sin duda había asimilado en su período de aprendizaje en los colegios jesuitas. Esta fórmula decorativa tuvo una gran fortuna, y fue seguida por las grandes bibliotecas del barroco católico13.

El planteamiento de Gabriel Naudé nace en un contexto radicalmente diferente al de Lipsius, y al que pocos años más tarde moverá al jesuita Claude Clément. Gabriel Naudé fue una personalidad muy alejada del dogmatismo católico, de hecho formó parte de un grupo de intelectuales que se autodenominaron «libertinos eruditos». Toda su vida se desarrolló alrededor de los libros y de las bibliotecas. Inició estudios de medicina, pero su gusto por los libros y el conocimiento de su mundo lleva al presidente del Parlamento Henri II de Mesmes a encargarle la dirección de su biblioteca, y fue en ese momento (1627), y con sólo veintisiete años, cuando publica su conocido Advis pour dresser une bibliothèque. En 1628 el cardenal de Bagni le escoge como bibliotecario y le llama a Roma. En 1632 se doctora en medicina en la ciudad de Padua, y es nombrado médico ordinario de Luis XIII. Cuando muere el cardenal Bagni pasa al servicio del cardenal Barberini, volviendo posteriormente a París en 1642 para atender la biblioteca del cardenal Richelieu, poco antes de su muerte, pasando a continuación al servicio del cardenal Mazarino. En diez años reúne más de cuarenta mil volúmenes, que se dispersarán trágicamente a la caída del poder del valido durante la guerra de La Fronda. En 1652 es llamado por la reina Cristina de Suecia para que se hiciera cargo de su biblioteca en Estocolmo, pero la dureza del clima y la vuelta al poder de Mazarino le hacen volver a París, muriendo en el viaje de regreso en 1653.

En su obra de biblioteconomía defiende la existencia de una biblioteca universal abierta a todos, donde se encuentren reunidas todas las obras, contemporáneas o no, útiles para la comunidad letrada. Su modelo, no explicitado, fue la espléndida biblioteca de Jacques Auguste Thou, fallecido en 1617, considerada en su época como el modelo de biblioteca privada.

El capítulo más extenso del tratado de Naudé es el dedicado a la selección del fondo. Aboga claramente por una biblioteca que no esté formada por aluvión, sino seleccionada por estrictos criterios de calidad, buscando siempre las mejores ediciones, y dejando en un segundo plano la valoración de su antigüedad o su escasez en el mercado.

Los mejores tratados de cada materia, los comentarios a esos tratados, los que exponen la nueva ciencia, los que contienen ideas de interés para el hombre culto, incluso contrarias en su pensamiento y, en fin, los diccionarios y repertorios, toda esa tipología debe estar en una biblioteca. Porque la calidad de la colección no se basa en ediciones únicas o bellas encuadernaciones, sino en su utilidad. Es importante contar con los autores clásicos, en sus mejores ediciones, pero, tan importante como eso, es contar también con las obras fundamentales de los autores contemporáneos. Y no hay que evitar las obras heterodoxas, ya que sólo si éstas se conocen bien, se podrán refutar. Como persona tolerante que es, considera imprescindible la confrontación de textos para tomar una postura a favor o en contra de una idea.

En el local en que se asiente la biblioteca se debe huir del lujo innecesario. No apoya el gusto por llenar la biblioteca de viejas estatuas, bastando los retratos de los más célebres autores. Nada de oro en los artesonados, marfil, vidrio o mármol en las paredes y cedro en las estanterías, que ocultarían al personaje central de la biblioteca que es el libro.

No se debe negar el acceso a la biblioteca a nadie que tenga necesidad de consultar los libros, al «moindre des hommes qui en pourra avoir besoin», pues no sería comprensible mantener ocultas tantas ideas brillantes y en silencio a hombres necesitados de conocimientos. Alaba por ellos el régimen abierto de las importantes bibliotecas construidas en su siglo, como la Bodleiana, la Ambrosiana o la Angélica, y que contrastan con otras muy ricas pero que no dan facilidades para su consulta, citando entre estas últimas, curiosamente, a la Complutense del cardenal Cisneros «de Ximenes à Complute».

La organización de la biblioteca es esencial para su adecuado funcionamiento; para nuestro autor «je crois que le meilleur est toujours celui qui est le plus facile, le moins intrigué, le plus naturel, usité, et qui suit les Facultés de Theologie, Medecine, Jurisprudence, Histoire, Philosophie, Mathematiques, Humanités et autres, lesquelles il faut subdiviser chacune en particulier suivant leurs diverses parties...»14.

Cuando Claude Clément publica su tratado de biblioteconomía en 1635, capital para comprender la evolución del systema bibliothecae jesuita, la obra de Naudé llevaba editada ocho años, y veintisiete la de Lipsius. Conocía perfectamente pues estas dos obras, que influyeron sin duda en la suya, aunque no de manera uniforme.

Las influencias recibidas de Antonio Possevino y de Justus Lipsius son innegables, las del primero, en las fórmulas recogidas para la organización temática del fondo y en los criterios para la selección o rechazo de las obras que forman una colección ideal. De Justus Lipsius, el concepto de biblioteca como templo de la sabiduría o Museion (de ahí la primera palabra del título), y de la importancia dada a la riqueza decorativa en paredes, techos y mobiliario. Pero Clément, demostrando con ello que vive en un entorno cultural diferente a Lipsius, propone sustituir los temas decorativos tradicionales de las bibliotecas, tomados directamente de la Antigüedad clásica, por una nueva iconografía, que él llama «fuentes de la erudición», extraídos de la Biblia o de la misma cultura clásica, pero provistos de un nuevo significado religioso, ajustándolo así al pensamiento contrarreformista15.

Parte en cambio de un planteamiento radicalmente contrario al establecido por Gabriel Naudé en su Advis. Este autor busca ante todo marcar las pautas para la organización eficaz de una biblioteca, para que todo en ella se mueva en la búsqueda hacia la calidad del fondo y la localización rápida del libro deseado, y que el bibliotecario no tenga que intervenir por razones ideológicas o de censura; en cambio, Claude Clément busca conseguir, a partir de su Musei, el clima ideal para que el lector reciba desde su entrada en la biblioteca los mensajes de la verdadera religión, no sólo a través de los libros, sino también a través de la decoración pictórica y escultórica, colección de emblemas cargados de significado moralizante, mobiliario también cargado de mensajes ideológicos, que encaminan al lector hacia el final último de la biblioteca ideal, el conocimiento a través del camino marcado por la verdadera religión. Pero ambos autores abren el camino a obras posteriores, con una influencia que llegará hasta nuestros días. Y se lo ofrecen a dos personalidades de su tiempo para que lo lleven a la práctica. En el caso de Naudé, al presidente de Mesmes, y en el caso del autor jesuita, al rey Felipe IV de España y a su valido el Conde-Duque de Olivares.

Claude Clément nació en el Franco Condado, y fue profesor de Erudición en los Reales Estudios del Colegio Imperial de Madrid. La obra se titula Musei sive bibliothecae tam privatae quam publicae extructio, instructio, cura, usus libri IV (Lyon, 1635), y fue redactada con el fin de presentar al monarca español el modelo de biblioteca que la Compañía de Jesús deseaba instalar en el Colegio Imperial, el lugar perfecto para responder a las necesidades culturales del hombre católico.

La obra de Claude Clément se compone de cuatro partes principales, precedidas por una dedicatoria y un prólogo y finalizada con una descripción de la Biblioteca de El Escorial. Es importante comprender cuál fue la razón para la inclusión de esta descripción, con claras alusiones en el mismo sentido en el frontispicio de la obra, el prólogo y el propio texto En este amplio apéndice parte de un texto del P. Juan de Mariana al que añade varios capítulos con la clasificación bibliográfica implantada por Arias Montano en esta biblioteca, los motivos iconográficos utilizados para la decoración pictórica del techo y las paredes, y los fondos últimamente recibidos por el monarca español.

Cuando Felipe II decide levantar el monasterio de El Escorial, con una gran biblioteca aneja, la Compañía de Jesús hizo gestiones ante el monarca ofreciéndose a hacerse cargo de este centro, insistiendo en que ellos iban a aprovechar este «foco de cultura» de una forma mucho más provechosa para la lucha contra los enemigos de la Iglesia que la Orden jerónima. Felipe II entregó la custodia del monasterio a los Jerónimos, pero la admiración con que la construcción del monasterio de El Escorial vivieron todos sus contemporáneos se ve reflejada en la obra del jesuita Juan de Mariana De rege et regis institutione (1599), redactada para guía en la educación de Felipe III y a petición de su preceptor García de Loaysa.

En el capítulo X, De las obras públicas, el P. Mariana hace una descripción bastante extensa del edificio, dedicando unas breves líneas a la biblioteca. Descripciones como ésta circularon sin duda por toda Europa e impactaron en el imaginario cultural europeo. En una obra del jesuita bretón Louis de Cressolles, Vacationes autumnales, sive de perfecta oratoris actione et pronuntiatione libri III, (Paris, chez Cramoisy, 1620) aparece una biblioteca ideal que sin duda recuerda a la de El Escorial, por detalles muy concretos de su decoración: «La salle de l'étage était consacrée aux Musées et à Païdeia ou plutôt à l'esprit divin, artisan de la sagesse et de la connaissance humaines. Elle était largement ouverte, ornée d'une décoration magnifique, élégante, avec un mobilier raffiné (...). Tout couraient des rayons de couleurs variées, portant des casiers remarquablement conçus pour contenir des volumes si nombreux et si grands, dont le dos revêtu d'or rivalisait avec les globes dorés du ciel porteur d'étoiles»16. En esta pequeña exposición, en la que se recoge el concepto lipsiano de biblioteca como lugar consagrado a las Musas, aparecen elementos que son tomados claramente de la biblioteca laurentina, ya que aquí se utilizaron, por primera vez; los armarios alineados contra la pared (tout couraient des rayons) para dejar una gran amplitud a la sala, y una mejor visibilidad a la decoración del techo y las paredes; además, los bellos armarios, diseñados por Juan de Herrera, estaban enriquecidos con materias de diversos colores (rayons de couleurs variées), y los libros estaban colocados con el lomo hacia dentro y con los cantos dorados (dont le dos revêtu d'or rivalisait avec les globes dorés), para lograr que cada armario fuera una única superficie dorada, de gran impacto visual.

La admiración vivida por la generación de Clément hacia la biblioteca de El Escorial lleva a Clément a transmitir a Felipe IV, a través de su obra, la idea de que establezca en la capital del reino una biblioteca mejor y más esplendorosa que la de El Escorial. Y la petición se hace a través de este libro, expresado claramente en el texto y en el prólogo, y también a través del motivo iconográfico del frontispicio17.

La biblioteca ideada por C. Clément es una sala rectangular, con sus paredes seccionadas por columnas adosadas que, a la vez que sirven para una función estrictamente arquitectónica, crean espacios en los que se colocan los armarios de los libros y delimitan la decoración pictórica. La sala cuenta con catorce intercolumnios en los lados mayores, orientación norte y sur, y cinco en los menores, este y oeste. En uno de sus lados menores, el occidental, se sitúa la puerta de entrada; en el opuesto, las imágenes monumentales de Cristo crucificado y la Virgen Santísima. La orientación este-oeste, contraria a la aconsejada por Vitruvio, junto con la decoración de la pared este nos lleva a suponer que Clément en este diseño busca convertir en un templo de la sabiduría cristiana, con la pared oriental decorado como un altar y mirando hacia Jerusalén, orientación obligada de todos los templos católicos.

La idea de biblioteca como templo de la sabiduría se plasma en una biblioteca cercana al mundo de Clément. El Museo Plantino-Moretus en Amberes está establecido en lo que fue la casa de los Plantino hasta su donación al Estado, y conserva fielmente su estructura primitiva. La casa de los Plantino-Moretus contaba con dos salas dedicadas a biblioteca, las llamadas primera o gran biblioteca, y la pequeña biblioteca. La gran biblioteca es una sala rectangular, rodeada de estanterías coronadas con bustos de emperadores griegos y romanos, y hombres sabios. La sala se utilizaba simultáneamente como capilla, por lo que existía en uno de sus lados menores un altar que hoy no se conserva; para esta misma función sí permanece en cambio en su lugar primitivo una pintura de gran tamaño de Peter Thijs18 representando un Cristo crucificado, y que funcionaba sin duda como retablo.

Todavía hoy, después de las variaciones que inevitablemente se tuvieron que hacer a lo largo de tres siglos de ser habitada, guarda gran similitud con la biblioteca ideal reflejada en la obra de Claude Clément. Y hemos dicho que el mundo de los Moreto estaba cercano a Clément. En efecto, la portada grabada ex profeso para el Musei sive bibliothecae... copia un diseño que Rubens realizó por encargo de Moretus para la obra del jesuita François Aguillon (Antuerpiae, 1613), variando el grabador únicamente aquellos motivos necesarios para explicitar su mensaje iconográfico (en la actualidad la plancha de cobre se conserva todavía en el Museo Plantino-Moretus). La obra de Clément fue publicada en Lyon por Jacques Prost, persona de confianza de Moretus en esta ciudad. Y Justus Lipsius, autor de una obra precedente del Musei... fue una persona cercanísima a la familia Plantino. El círculo intelectual formado alrededor de Plantino y sucesores influyó sin duda en la obra de Clément.

La obra de Clément estudia también la organización temática del fondo. Clément abandona las siete divisiones clasificatorias de Antonio Possevino y toma en cambio, reformándolas, las establecidas por este autor para la división de su obra, ampliándolas hasta veintidós materias, y dedicando los dos últimos armarios, uno a ejemplares manuscritos, y otro a libros escritos en lenguas ya leídas únicamente por una minoría erudita, hebreo, caldeo, sirio y árabe (apéndice V). A cada materia le correspondía un armario de la sala. Es el primer esbozo del Museum primum de Clermont o de la Traslibrería del Colegio Imperial, que luego comentaremos.

El trabajo de sistematización de los temas biblioteconómicos llevado a cabo por Claude Clément fue aprovechado durante los siglos posteriores, no sólo en el campo de la ornamentación arquitectónica, sino también en el de la organización del fondo bibliotecario. La clasificación iniciada por Possevino, y desarrollada posteriormente por Ribadeneyra y Clément va a ser utilizada masivamente por bibliotecarios y libreros, dando lugar a una «organización del saber» que llegaría sin solución de continuidad hasta el siglo XIX, cuando el librero francés Brunet la incluyó, muy desarrollada, en su Manuel du libraire para la organización de su índice de materias.

El mismo Jacques-Charles Brunet nos informa en el prólogo de su repertorio cuál es, según su opinión, el origen de esta clasificación, relacionando explícitamente a los dos teóricos franceses del siglo XVII: «L'ordre que recommande là le bibliothécaire du cardinal Mazarin [Naudé] est, à quelques modifications près, celui que lui-même a suivi dans le classement de la Biblioth. cordesiana (Paris, 1643, in 4.º). Ce même système, il fault le reconnaître, se rapproche beaucoup de celui que Claude Clément, jésuite, né en Franche-Comté, a exposé dans un livre imprimé à Lyon en 1635, et qui donne pour principales divisions Theologie, Droit, Philosophie, Mathématiques, Physiologie, Médecine, Histoire sacrée, Histoire prophane, Polygraphes, Orateurs et Rhéteurs, Poètes, Grammariens, etc. Les classes, dont on n'a guère fait dans la suite que transporter les sections d'une place à l'autre, en multipliant les subdivisions, se retrouvent dans presque tous les systèmes dont il nous reste à parler»19.




ArribaAbajoV. El catálogo jesuita. Jean Garnier

Los criterios establecidos por Antonio Possevino en su bibliografía, y por Claude Clément en su manual de bibliotecas sirven de base a su vez para la redacción de los catálogos de las bibliotecas jesuitas. Se conservan innumerables ejemplos de catálogos de bibliotecas jesuitas, procedentes de centros de Europa, América y Asia, algunos de los cuales fueron publicados (y muchos copiados), por lo que sirvieron a su vez de modelo para otros posteriores.

Quizá el más importante de los publicados por una biblioteca de la Compañía de Jesús fue el catálogo de la biblioteca del Colegio de Clermont de París, Systema bibliothecae Collegii parisiensis Societatis Jesu (París, 1678). Como es lógico en una biblioteca que ya tenía casi un siglo de funcionamiento, el catálogo es de autoría colectiva, ya que varios bibliotecarios sucesivos trabajaron en él. Fue publicado, aunque de forma anónima, por el padre Jean Garnier20.

En el prefacio, nuestro autor enumera los curatores de la biblioteca desde su fundación: Frontus Ducaeus, Dionysius Petavius, Philippus Brietius, Gabriel Cossartius y Joannes Garnerius, «huius Systematis author». Cincuenta años más tarde de su publicación, Johann David Koeler incorpora la obra de Garnier en su libro Sylloge aliquot scriptorum bene ordinanda et ornanda bibliotheca (Francofurti, 1728). En esta segunda edición, Koeler incluye en los preliminares de la obra citas de Baillet21 y de Morofius en las que se elogia el systema de Clermont, si bien introducen la duda de si el verdadero creador del sistema fue Garnier, o sólo un continuador.

La exposición de Garnier se divide en dos partes diferenciadas, ordenación de la colección y organización de sus catálogos. En esos momentos, la biblioteca de Clermont contaba con más de treinta y dos mil volúmenes, gracias sobre todo a legados y donativos de personas muy influyentes en la Corte, hasta tal punto de que cambia su denominación primitiva por la de Louis-le-Grand, en agradecimiento a Luis XIV, el más importante de sus mecenas.

La biblioteca a fines del siglo XVII cuenta con cuatro locales: bibliotheca vetus, bibliotheca nova, musaeum primum y musaeum alter, las tres últimas secciones con doble altura. La organización del fondo no se diferencia excesivamente de las divisiones del P. Clément, si bien las veinticuatro divisiones de este autor se han expandido, por progresiva complejidad del fondo, y también del propio conocimiento, en cincuenta clases que luego se reagruparán a su vez en los catálogos. Los libros heréticos y peligrosos se incluyen también en un apartado independiente, y sin duda más controlado, incorporando a este «retiro» la colección de manuscritos, que cada vez más se convierte en una colección preciosa por su carácter de ejemplar único.

La segunda parte de la obra se dedica a la descripción de los catálogos de la biblioteca. Existen seis catálogos temáticos, siguiendo en líneas generales la ordenación del fondo, dos catálogos para cada una de las bibliotecas. Los seis catálogos agrupan los libros de: I, Teología. II, Filosofía. III, Historia. IV, Derecho, y dos para los museos: V, Heterodoxia y VI, Museo, en el que se incluye la colección de manuscritos, grabados y objetos arqueológicos y científicos (apéndice VI).

El apartado más misceláneo, para un espíritu moderno, es el de Filosofía, ya que en este concepto se incluye, siguiendo el pensamiento científico del momento, no sólo la filosofía propiamente dicha, sino también las matemáticas, medicina, gramática, oratoria, poesía y filología.

Jean Garnier crea además las divisiones y subdivisiones necesarias para que cada obra tenga su lugar exacto en el catálogo. Así, no se limita en Teología a crear la división Biblia, sino que los libros bíblicos se repartirán en numerosas subdivisiones: Biblias políglotas, ejemplares en las distintas lenguas bíblicas, latín, lenguas vernáculas y, a continuación, Antiguo Testamento y sus libros, y Nuevo Testamento con sus libros. Por último, y en divisiones correlativas, se ordenarán también las obras de los comentaristas bíblicos.

En España, la influencia de la obra de Garnier en la redacción de catálogos jesuitas fue constante, desde el mismo momento de su publicación. Gracias a él, se contaba con un repertorio adaptado perfectamente a sus colecciones, y únicamente cada biblioteca debía ajustar la organización del fondo o de los catálogos a la importancia del fondo, siempre inferior al existente en Clermont.

Se ha tratado de calcular en diversas ocasiones el número real de libros que se custodiaban en las bibliotecas de la Compañía de Jesús en España. Gracias al cuidado exquisito con que se recogieron los Papeles de Jesuitas en el momento de la extradición de la Orden, y al inventario pormenorizado de todas las propiedades, se ha conservado abundante información de los fondos existentes en buena parte de las bibliotecas. En unos casos son simples alusiones a compras de libros, aquí o en el extranjero, a legados, a presupuestos destinados a bibliotecas... En otros, la información es más directa, ya que se han conservado los catálogos de las distintas librerías, bien el principal o temático, bien el de autores, o al menos se ha conservado el inventario realizado por orden del Gobierno, para su posterior entrega a universidades u obispados.

Delimitar la diferencia entre uno u otro documento es fundamental para su utilización posterior en la investigación, y ya hemos aludido a ella al comienzo de este trabajo. Los catálogos de las bibliotecas jesuitas estaban realizados por personas adscritas al centro, a quienes el rector les había encomendado la custodia de la biblioteca, conocedores de su fondo, y que habían colaborado en su mantenimiento y organización; por ello, los datos recogidos en los catálogos son en líneas generales exactos y amplios, e identifican con exactitud la obra deseada. En el caso del inventario, el trabajo fue hecho, así consta en la normativa establecida al efecto, por libreros de la localidad o por «algún literato inteligente e imparcial». La ordenación de la descripción de los libros en el inventario seguía generalmente la de los libros en los estantes. Los datos incluidos eran mucho más escasos, y en numerosos casos, erróneos, ya que la persona que leía la portada, o la persona que escribía frecuentemente no sabía apenas latín, lo que dificultaba, por ejemplo, el desarrollo de abreviaturas, o la escritura al dictado.

Pero la coincidencia de la ordenación entre el catálogo de materias, realizado con seguridad antes de 1767, y el inventario, posterior a ese año, ha hecho que con frecuencia se considere catálogo lo que en realidad es un documento legal, como es el inventario. El inventario, si está completo y por su propia naturaleza, está normalmente fechado (en este caso siempre con posterioridad a 1767) y firmado por un comisionado del Gobierno.

Esa diferenciación primera no impide utilizar los catálogos o los inventarios con el mismo fin, averiguar los libros que existieron en una biblioteca determinada de la Compañía y hacer estudios cuantitativos o cualitativos de su fondo. La única diferencia es que, si sólo se ha localizado el inventario, la reconstrucción del fondo será mucho más ardua, porque los datos recogidos son menos fidedignos, y sólo recogerán los libros que en el momento del cierre del centro estaban depositados en la biblioteca. Podía haber préstamos al exterior, o pérdidas recientes, que ya no podían figurar en el inventario, pero sí en el catálogo.

Bartolomé Martínez ha hecho una importante recapitulación de los datos conservados de las librerías de la Compañía, reseñando la enorme diversidad en su tipología22. Hay grandes bibliotecas, en las que el número de libros se contabilizan por decenas de millares, como eran la biblioteca del Colegio de Granada, que contaba con 29.483 volúmenes, o Salamanca, con unos 12.000. Grandes colecciones se formaron también en los colegios de Alcalá, Sevilla, Valencia, Tarragona, Oviedo, Valladolid..., mientras que otros centros más modestos contaban sólo con unos pocos millares.

En su trabajo, Bartolomé Martínez recoge también una relación pormenorizada de los centros jesuitas de los que se han conservado los catálogos ¿o inventarios? de su biblioteca, o que al menos hay constancia clara de su existencia, ordenada por provincias: Castilla, Toledo, Andalucía y Aragón, y dentro de cada una por orden alfabético. En la provincia de Castilla contabiliza 20 bibliotecas de las que se conserva su índice, y 13 centros en los que, a través de documentación conservada, se sabe que existió una biblioteca. En la provincia de Toledo, 13 y 15 respectivamente. En la provincia de Andalucía, 15 y 15. Y en la de Aragón, 11 y 12. Los catálogos conservados se reparten en número casi por igual entre el Archivo Histórico Nacional y la Real Academia de la Historia, aunque también existen en otras bibliotecas y archivos españoles. Con posterioridad a la publicación de este trabajo, se han localizado otros catálogos, por lo que la cifra felizmente ha aumentado.

Se ha hecho un estudio pormenorizado de varias bibliotecas jesuitas españolas a través de sus catálogos o inventarios conservados. En la actualidad hay varios en estudio, pero me voy a referir a uno que está en proceso de publicación, el de la biblioteca del Colegio Máximo de Alcalá de Henares. Aunque el número de libros que llegó a alcanzar esta biblioteca fue muy inferior al que existió en otro centro jesuita muy cercano, el del Colegio Imperial de Madrid, el hecho de que se hayan conservado el conjunto de catálogos de la etapa jesuita, y al menos dos inventarios de la etapa posterior, hace que sea un buen ejemplo para conocer este tipo de documentación.

El catálogo de la biblioteca o katagraphe librorum huus bibliothecae (es el título que aparece en la primera página) del Colegio Máximo de Alcalá de Henares se compone de dos partes, la primera y principal, el catálogo topográfico-sistemático, organizado en grandes áreas de conocimiento, datos bibliográficos muy breves, autor y título, y signatura topográfica, compuesta por una o dos letras correspondientes a los armarios, en secuencia correlativa de A-Z y AA-DB, y número de estante, en total, 442. En una etapa posterior, con seguridad después de ser entregada la colección a la Universidad de Alcalá, se añadieron datos de edición, sobre todo el lugar y año de impresión (Apéndice VII).

La segunda parte del catálogo está compuesta por el índice de autores, Index alphabeticus librorum per authorum cognomina, utilizando por tanto como entrada de ordenación, el apellido del autor. Los datos son aún más breves, aunque suficientes para la localización del libro. Al no incorporar datos específicos de edición, cada obra tiene una entrada única, anotando, en aquellas obras de las que cuentan con varias ediciones, los distintos estantes en que están colocados.

La organización temática del fondo, y del catálogo correspondiente, se adecúa sin duda a los espacios existentes y al uso de la colección. Sigue en líneas generales la ordenación de Clément o Clermont (ya hemos visto que esta biblioteca se organizaba según los locales con que contaba), pero están entresacadas tres colecciones de uso más diferenciado: los libros de filosofía escolástica, la más utilizada por los profesores del centro para la preparación de sus clases o sus propios trabajos (estantes 1 a 52), los libros de autores jesuitas (estantes 33 a 153), y los libros de medicina, farmacia y botánica (estantes 430 a 442), que serían de utilidad constante para los hermanos que atendieran la botica.

Las cuatro colecciones resultantes podían estar todas en un único local o en varios, ya que la secuencia correlativa de armarios y estantes se podía mantener aunque los armarios no ocuparan un único local. De hecho, los comisionados regios tras la extradición hablan de biblioteca grande y biblioteca pequeña, que bien podían corresponder a la colección general y la colección de teología. Los libros de medicina podrían estar en la propia botica23.




ArribaAbajoVI. La biblioteca postjesuita en España. La biblioteca de los Reales Estudios de San Isidro

La Compañía de Jesús fue expulsada de nuestro país en 1767, y sus casas, centros educativos, bibliotecas, obras de arte, pasaron a ser controlados por comisionados regios, hasta que el Gobierno decidió su destino definitivo. El interés de la Corona por hacerse cargo de la documentación guardada por los Jesuitas en sus centros, y el conocimiento cierto de las ricas colecciones bibliográficas conservadas en sus bibliotecas, hizo que, sólo veinticinco días después del extrañamiento, el 22 de abril de 1767, Campomanes presentara al Rey un escrito en el que proponía al Consejo Real un «método individual de formalizar el Índice, y reconocimiento de libros y papeles de las Casas de la Compañía, por requerir reglas especiales, para que se ejecutase con uniformidad en todas ellas, y con el debido método, distinción, y claridad»24. El inventariado de los libros y documentos jesuitas exigió la redacción de unas normas de catalogación claras y precisas, para que todos aquellos que fueran a intervenir en la redacción de los inventarios en sus puntos de origen, trabajaran de forma homogénea Esta Instrucción contribuyó a crear en España tempranamente una normalización de la descripción bibliográfica, dentro del contexto europeo, siendo un precedente de la que, veinte años más tarde, redactaron las autoridades francesas para catalogar las colecciones bibliográficas expropiadas por la Revolución.

La Instrucción da unas normas claras para el inventariado de impresos, manuscritos y papeles de archivo, haciendo de cada uno de estos grupos un índice específico. Para los dos primeros, establece que la entrada del registro bibliográfico se encabezará por el apellido del autor, seguido del nombre entre paréntesis, título o transcripción de la portada y tamaño de la obra. En las colecciones facticias, volumen en el que se encuentran encuadernadas juntas a varias obras diferentes, se tratará cada una de ellas separadamente, para que se pueda localizar cada obra directamente.

El tratamiento diferenciado de los libros impresos y manuscritos es el mismo, en líneas generales, que en la actualidad. En el caso de los libros impresos se incluye el lugar y año de edición, mientras que en los manuscritos, al no existir frecuentemente portada, se debían copiar los dos primeros renglones primeros y finales, y el número de folios, «consiguiendo por este medio saber si el manuscrito está íntegro o diminuto». Los códices membranáceos se incluirán en el índice de manuscritos, no en el de archivo, y se especificará si están escritos sobre vitela.

Los índices de libros impresos podrán ser redactados, donde los hubiere, por libreros hábiles, aunque es conveniente que con posterioridad sea revisada su ortografía y exactitud por algún literato inteligente. Mayor cuidado se debe poner en escoger las personas encargadas de redactar los índices de material manuscrito, por la importancia de que no se extravíen.

Una vez redactados ambos índices, el juez instructor se limitará a «colocar firmado el Índice en autos, y poner diligencia de estar conforme con el número de volúmenes existentes en la Biblioteca común y aposentos de cada Casa».

En el caso de que las Casas de la Compañía se hallaran en una localidad donde hubiere Universidad, los libros hallados en ellas se deberán incorporar a las bibliotecas de la Universidad correspondiente, siendo en este caso executor del proceso un graduado de cada facultad. Si el centro está en una localidad sin universidad, la biblioteca se enviará al obispado para formar, con su propia biblioteca, una biblioteca única.

La entrega de las colecciones jesuitas a bibliotecas de su localidad supuso que, en muchos casos, la colección entregada fuera más importante que la ya existente, contando además con instrumentos de trabajo, como los catálogos, más perfeccionados, por lo que, con frecuencia, la biblioteca receptora asumió sin problemas la organización de la biblioteca jesuita. El mantenimiento de la organización primitiva se dio con más claridad cuando la biblioteca era de nueva creación, como fue el caso de la biblioteca de los Reales Estudios de San Isidro, en Madrid.

En Madrid, todas las bibliotecas de centros jesuíticos, exceptuando la del Seminario de Nobles, que se decidió continuara abierto a cargo de un director prestigioso, se enviaron a los locales del antiguo Colegio Imperial para formar la gran biblioteca de la Ilustración, la Biblioteca de los Reales Estudios de San Isidro25. Se reunieron por ello aquí la biblioteca del propio Colegio, y las de la Casa Profesa y Noviciado.

Los bibliotecarios nombrados por el Gobierno organizaron la biblioteca entre 1770 y 1785, fecha en que se inauguró solemnemente. El fondo permaneció ordenado en líneas generales como en el período anterior, si bien la falta permanente de espacio hizo necesario que pronto se incorporaran modificaciones. A la vez que se colocaba el fondo, se iban redactando los catálogos, uno de autores, en ocho tomos, a los que se añadieron tres de suplementos26, y el principal, organizado por materias, y que seguía someramente la organización topográfica del fondo. Estos catálogos se mantuvieron en uso hasta la segunda mitad del siglo XIX27.

El catálogo temático aparece dividido en dos legajos tamaño folio, sin ningún tipo de encuadernación, lo que ha dificultado sin duda su conservación: el primero agrupa los libros de tema religioso, ocho apartados, y el segundo el conjunto de los temas «seculares», siete apartados. El conjunto no está completo, no sabemos si falta alguna de las divisiones, pero seguro que sí faltan cuadernillos de alguna de ellas. El número de cuadernillos figura apuntado en muchas de las portadillas de cada división; el título, a veces en latín y otras en castellano, figura también escrito en cada una de las portadillas (apéndice VIII). El número de páginas del primer legajo es de 1.530 (sólo el apartado de Teología escolástica consta de 400 p.), y el del segundo, con seguridad incompleto, 909.

La organización del catálogo en dos partes diferenciadas recuerda la fórmula del catálogo jesuita iniciada ya en el siglo XVI por Antonio Possevino, y continuada por Ribadeneyra o Nicolás Antonio. El listado de materias y su ordenación interna siguen también muy cerca la organización del catálogo de Garnier. Esto nos lleva a ratificarnos en la idea de que la organización de la biblioteca inaugurada por Carlos III en 1770 era básicamente la que existía en el Colegio Imperial, si bien el interés de los bibliotecarios por magnificar su labor al frente de la biblioteca en el período anterior a su inauguración (1784) les llevó a afirmar ante las autoridades que su trabajo había partido de cero, y que se habían apoyado para su organización en la obra de Oliver Legipont Dissertationes philologico-bibliographicae... (Norimbergae, 1747), con traducción al castellano en Valencia, 175928.

En realidad, los bibliotecarios de la Biblioteca de los Reales Estudios de San Isidro únicamente tuvieron que incorporar en los antiguos catálogos aquellos ejemplares que vinieron del resto de las bibliotecas y que no estaban en la colección primitiva. El número de libros no debió de ser muy alto, ya que no se aceptaron en la colección los duplicados (se desviaron a la venta), y dado que la Biblioteca del Colegio Imperial era muy completa, posiblemente la segunda del país después de la Biblioteca Real, pocos ejemplares no duplicados debieron de incorporarse, y la estructura anterior pudo permanecer intacta.

A partir de su incorporación a la Universidad Literaria de Madrid, en 1845, la antigua Biblioteca de los Reales Estudios de San Isidro se convirtió en la biblioteca de la Facultad de Filosofía y Letras. La organización de su fondo mantiene claramente la de sus etapas anteriores, coincidiendo todavía con la reflejada en sus catálogos y con la obra de Garnier, aunque en ese momento ya se había perdido la conciencia de esa relación, y se guiaban por la clasificación incluida por Brunet en su Manuel de Bibliographie, actualización a los saberes del siglo XIX de la antigua clasificación de los libreros franceses.

La organización temática de la biblioteca se conoce bien porque, en la Memoria de la Biblioteca de 1855 se da conocimiento de unos cambios realizados en las signaturas de los libros, para una mayor racionalización de su uso, y se incorpora un listado de los armarios existentes en la biblioteca. Ya está muy lejos la publicación de las obras de Clément y de Garnier, pero los epígrafes de los armarios y su ordenación están muy cercana a aquéllas29.

Todas estas colecciones, muy recientemente, se han reunido en una única biblioteca de la Universidad Complutense, la Biblioteca Histórica Marqués de Valdecilla, en la que, gracias a los últimos sistemas tecnológicos de reproducción y transmisión de datos, en breve plazo se podrán consultar sus catálogos actualizados vía Internet y pedir su reproducción digital. La nueva tecnología se pone al servicio de los antiguos saberes conservados con mimo en nuestra Universidad, estando a disposición de cualquier estudioso que se interese por ellos.

Al mismo tiempo que bibliotecarios nombrados por el Gobierno se encargaban de destinar y organizar las bibliotecas abandonadas por la Compañía de Jesús en España, los jesuitas españoles expulsados a Italia se integraban en la vida cultural de nuestro país vecino, siendo encargados algunos de ellos, por su reconocida valía intelectual, de la dirección de grandes bibliotecas italianas. Así vemos que, entre los últimos años del siglo XVIII y primeros años del XIX, Lorenzo Hervás y Panduro dirigió la Biblioteca pontificia del Quirinal en Roma, Juan Andrés la Biblioteca Real de Nápoles, Luciano Gallissà la Biblioteca pública y universitaria de Ferrara, siendo Joaquín Pla director de la sección oriental de esta misma biblioteca30 . Además, y ya en el ámbito de la biblioteca privada, Joaquín Arteaga figuró durante años como bibliotecario del caballero José Nicolás de Azara.

De la labor realizada por estos ex-jesuitas españoles en bibliotecas italianas se conserva un documento de alto valor biblioteconómico, y que completa, creo, esta rápida visión por la bibliografía española, en relación con la biblioteconomía jesuita. Me refiero al memorial que redactó Luciano Gallissà entre 1773 y 1797 para la reorganización de la biblioteca de la que en esos momentos era director, y que él mismo títuló Distribuzione dei libri della Biblioteca. El documento lo ha dado a conocer Miquel Batllori, incorporando a la transcripción del texto un pequeño estudio introductorio sobre el memorial, y el modelo de organización de las ciencias reflejado en él31.

A pesar de un título tan modesto, y de su corta extensión, seis hojas, ha sido valorado como un pequeño manual de biblioteconomía dieciochesca, a través del cual el autor nos va desgranando sus criterios sobre la organización de una biblioteca moderna, y en el que se incorpora una clasificación bibliográfica muy pormenorizada32. Gallissà parte de una idea básica, la biblioteca debe organizarse de forma que estructure racionalmente las enseñanzas que se imparten en la Universidad, y su catálogo debe convertirse en una bibliografía universal, a través de la cual los profesores del centro puedan encontrar con facilidad los libros de consulta necesarios para su enseñanza e investigación. Además, la clasificación diseñada por nuestro jesuita se estructura en cinco grandes grupos de materias, partiendo de dos principios generales, el de autoridad y el de la razón.

«Le Arti dunque e la Scienza tutte si possono comprendere in due classi generalissime per rapporto alla loro natura e principii immediati: ciò è in Positive e Razionali. Quelle sono fondate sull'autorità Divina o Umana; queste sulla raggione e sulle facoltà intelletuali dell'Uomo». Partiendo de esta idea, Gallissà organiza todo el saber del momento en cinco áreas principales, «1.º in Scienze Sacre o Teologiche, fondate sull'autorità Divina; 2.º in Giurisprudenza, fondata sull'autorità umana, o Ecclesiastica o Civile; 3.º in Scienze Filosofiche, fondate nella raggione guidata dalla meditazione, osservazione ed esperianza; 4.º in Belle Lettera, che sono per lo piè opera dell'Imaginativa e Memoria, colla scorta della raggione e filosofia; 5.º ed in Arti Liberali e Mechaniche».

Cada uno de estos grandes apartados se van a subdividir tantas veces cuantas el bibliotecario considere necesarias, hasta alcanzar la especificidad que la colección precisa para una localización rápida del libro buscado. En el apéndice nosotros hemos señalado sólo una parte de estas subdivisiones, ya que la incorporación de su totalidad lo haría excesivamente prolijo (Apéndice X).

También es importante resaltar la insistencia con que Gallissà hace hincapie en la utilidad de que el catálogo refleje cuanto sea posible la colocación de los libros en los estantes. Únicamente especifica la dificultad creada por aquellos libros que traten de temas muy diversos, ya que, mientras que sí podrán ser reflejados en los diversos apartados del catálogo, el libro físicamente sólo podrá ser colocado en uno, aquél en el que el bibliotecario considere que mejor se adecúa a la materia de la obra.

La clasificación diseñada por Gallissà para la biblioteca pública y universitaria de Ferrara, y que ignoro si llegó realmente a aplicarse, se mantiene sin duda en el ámbito de las clasificaciones utilizadas en las bibliotecas jesuitas, y que en esos momentos se estaban reestructurando una vez proclamada la disolución de la Compañía. La biblioteca pensada y reflejada en este memorial fue creada por un bibliotecario cuya formación y primeros años de madurez se había estructurado en centros, especialmente la Universidad de Cervera, donde sus bibliotecas estaban organizadas por un sistema muy preciso, por lo que, cuando tuvo que enfrentarse a una tarea de la creación ex novo de una nueva clasificación, partió de una forma natural de lo que para él era más conocido.

Si comparamos su clasificación con la creada por Antonio Possevino para su Bibliotheca selecta dos siglos antes, vemos hasta qué punto la tradición vivida en sus años de aprendizaje y primera madurez en centros de la Compañía de Jesús marcaron su propia creación, si bien la influencia más directa es sin duda del Systema de Garnier y del Catalogue... de Clermont. La clasificación sigue iniciándose en las Ciencias Sagradas, y dentro de ellas, en la Biblia, como fuente y autoridad de toda sabiduría. El conjunto de saberes los divide en positivos y racionales, según se basen en la autoridad o en la razón. Los positivos o de autoridad, comprenden dos clases de ciencias: las sagradas o teológicas (fundamentales en la autoridad divina) y la jurisprudencia (basada en la autoridad humana, ya sea ésta eclesiástica, ya civil). Los saberes racionales abarcan otros dos grupos de disciplinas: las filosóficas, denominadas todavía en el Catalogue... de Clermont (1764) con la terminología más medieval de ciencias y artes, y que estaban «fundadas en la razón bajo la guía de la meditación, la observación y la experiencia», y las buenas letras, «le belle lettere», nacidas principalmente de la memoria y de la imaginación aunque con la escolta de la razón y de la filosofía. El sistema finaliza con un grupo de materias englobadas casi como un apéndice de las buenas letras, sin darles el propio Gallissà un número consecutivo (Batllori sí lo incorpora, por cuestiones de claridad), las artes liberales y mecánicas, en una mezcla de clasicismo aristotélico con acentos y ecos de la Ilustración dieciochesca33.

Y como colofón de este trabajo, y como otro ejemplo de la cercanía de nueva clasificación de Brunet a la antigua clasificación jesuita, incorporo como punto final, el estudio de la bibliografía que sobre la imprenta de Madrid realizó el bibliógrafo y bibliotecario Cristóbal Pérez Pastor. Cristóbal Pérez Pastor estudió en la Escuela Superior de Diplomática de Madrid, e ingresó en 1881 en el Cuerpo de Archiveros, Bibliotecarios y Arqueólogos. Ejerció en la Biblioteca Municipal de Toledo, en la Biblioteca Nacional, en la de la Academia de la Historia y en el Archivo Histórico Nacional. Entre los años 1891 y 1907 publica los tres tomos de su Bibliografía madrileña o descripción de las obras impresas en Madrid, que recoge los libros editados en la capital de España desde 1566, año en que se introdujo la imprenta en esta ciudad, hasta 1625. Los tres tomos los presentó y fueron premiados por la Biblioteca Nacional.

El catálogo incluye un índice temático de los registros incluidos en el primer tomo, organizado según una clasificación que sigue de cerca los catálogos de la Biblioteca Nacional y de San Isidro, las dos bibliotecas que en aquel momento conservaban un mayor número de libros de la época estudiada, y donde por ello trabajó sin duda para la recogida mayoritaria de datos. (Apéndice IX). El origen de la clasificación del catálogo de la Biblioteca Nacional, es el Manual de Brunet, mientras que el de la Biblioteca de San Isidro, como hemos visto, son los catálogos primitivos de la época jesuita.

A lo largo de tres siglos, una clasificación de finales del siglo XVI ha sabido evolucionar hacia los nuevos tiempos gracias a la labor de bibliógrafos y bibliotecarios, algunos de ellos españoles, hasta convertirla en una clasificación totalmente adaptada a los nuevos saberes de la segunda mitad del siglo XIX. Un caso quizá único en la historia de la bibliografía






ArribaAbajoApéndice

  1. I. Regulae Praefecti Bibliothecae

  2. Indicem librorum prohibitorum in Bibliotheca habeat, & videat, ne forte ullus sit inter eos ex prohibitis, aut aliis, quorum usus communis esse non debet.
  3. Bibliotheca clausa sit, cuius claves ipse habeat & illis tradat, qui eas, iuxta Superioris iudicium, habere debebunt.
  4. Libri omnes eo ordine in Bibliotheca collocentur, ut singulis facultatibus suus certus sit locus proprio titulo inscriptus.
  5. Singuli libri titulis exterius inscribantur, ut facile cognosci possint.
  6. Omnium librorum, qui domi sunt, catalogum habeat, diversarum facultatum auctoribus ordine alphabetico in diversas classes distributis.
  7. In alio catalogo, divisis etiam per classes facultatibus, ii libri scribantur, qui in nostrorum usum extra Bibliothecam concessi sunt; qui vero intra dies octo restituendi extrabuntur, in tabula in hunc usum parieti appensa notentur; quibus redditis, quod fuerat scriptum, deleatus.
  8. Nullum librum ex Bibliotheca cuipiam dabit sine Superioris licentia speciali, aut generali, & advertat, ni quis librum, etiam cum licentia, se inscio accipiat.
  9. Curet, ut Bibliotheca valde munda, & composita sit, quam in hebdomada bis verret, & semel ex libris pulverem excutiet; cavere etiam debet, ni libri humiditate, aut alia re laedantur.
  10. Quando intelexerit domi deesse aliquos libros necessarios, aut aliquos valde utiles in lucem editos esse, certiorem faciat Superiorem, ut si illi visum fuerit, emantur: si vero domi libri inutiles fuerint, eundem admoneat, an cum aliis melioribus commutandi sint.
  11. In loco publico, praesertim in magnis Collegiis, sint quidam communiores libri, quibus unusquisque, pro ratione suorum studiorum, uti possit.
  12. Habeat librum, in quo ea omnia iudicio Superioris selecta diligenter scribantur, quae in suo Collegio publice exhibentur, ut Comediae, Dialogi, Orationes, & id genus alia: Conclusiones vero singulorum annorum, quae publice defendentur, simul consutas in Bibliotheca asservet.
  13. Si aliqui libri extra domum accommodato darentur, adhibeat diligentiam ut recuperentur suo tempore, & in aliquo interim libro notabit, quinam illi libri sint, & quibus eos accommodaverit.
  1. II. Clasificación de Antonio Possevino (partes de la obra)

  2. Divina Historia, sive Theologia positiva, et Apparatus ad eam.
  3. Theologia Scholastica, et Practica, sive de casibus conscientiae.
  4. Theologia catechetica ad domesticos fidei instituendos.
  5. De Seminariis Ordinum Regularium, etiam Militarium.
  6. Ratio amanter agendi cum Graecis, Rutenis, seu Moscis, et aliis qui ritus graecorum sequuntur.
  7. Ratio agendi cum haereticis variarum sectarum.
  8. De Atheismis Lutheri, Melanchtonis, Calvini, Besae, Ubiquetariorum, Anabaptistarum, Puritanorum, Arianorum, et aliorum fidei hostium.
  9. Ratio agendi cum Iudaeis, Saracenis, et Agarenis, sive Mahometanis, et Sinensibus.
  10. Ratio agendi cum reliquis gentibus, praecipue Indis novi Terrarum orbis, et Japoniis.
  11. Ratio agendi cum reliquis gentibus, praecipue Indis novi Terrarum orbis, et Japoniis.
  12. De Iuris prudentia.
  13. De Philosophia generationes, mox de Platonica, deinde de aristotelica, et eius interpretibus.
  14. De medicina generatim, mox de Hippocrate Choo, et Galeno.
  15. De Mathematicis, ubi item de Architectura ad Religiosos praesertim spectante, deque Cosmographia, et Geographia
  16. De Humana Historia
  17. De Poësi, et Pictura Ethnica, vel fabulosa collatis cum vera, honesta et sacra
  18. De Cicerone collato cum Ethnicis, et sacris Auctoribus: cuius occasione agitur de ratione conscribendi Epistolas, etr de arte dicendi etiam Ecclesiastica
  1. III. Clasificación de Pedro de Ribadeneyra (1608)

  2. In Vetus Testamentum.
  3. In Novum Testamentum
  4. In Biblia
  5. Scholastici Theologia
  6. De morali Tehologia, seu casibus conscientiae
  7. Homiliarum et sacrarum concionum scriptores
  8. Catechismi variis linguis
  9. Controversias et adversus haereticos qui scripserint
  10. Ascetici, seu spirituales sociorum libri
  11. De Eucharistia et Missae sacrificio
  12. De vita et laudibus B. Mariae Virginis
  13. De sanctorum vitis et clarorum virorum
  14. Preces variorum
  15. In Concilia et synodos
  16. Historia a sociis illustrata
  17. Indica qui scripserint
  18. Mathematica
  19. Conversa a graeco sermone
  20. Illustrati scriptores sacri, et patres
  21. Philosophica
  22. Rethorica et Oratoria
  23. Grammatici et Philologi
  24. Peregrinarum linguarum interpretes
  25. Apologia pro vita B. Ignatii et Societatis Innocentia
  • IV. Clasificación de Nicolás Antonio (1672)

  • Sección I. Sacrae Scripturae interpretes. Res Biblicae. Apartados 1 a 58.
  • Sección II. Concilia, Synodi, Patres Illustrati, Publicati. 59 a 63.
  • Sección III. Scholastica. 64 a 74.
  • Sección IV. De Christo Domino. 75 a 81.
  • Sección V. De Maria... Mariae parentibus et sponso Josepho. 82 a 91.
  • Sección VI. Polemica, Demonstrationes Fidei Catholicae, Controversiae cum Haebraeis, Mahometanis, Haereticis... item Catholicarum cum Catholicis. 92 a 101.
  • Sección VII. Ascetica, Spirituali sive Mystica. 102 a 109.
  • Sección VIII. Moralia Theologica, Philosophico seu Politico-moralia. 110-121.
  • Sección IX. Concinatoria. 122 a 125.
  • Sección X. Catechistica. Doctrina Christiana. 126 a 128.
  • Sección XI. Regularia. 129 a 154.
  • Sección XII. Varia Theologica. 155.
  • Sección XIII. Philosophica. 156 a 174.
  • Sección XIV. Medica. 175 a 197.
  • Sección XV. Juridica. Politico-legalia.
  • Sección XVI. Politica.
  • Sección XVII. Mathematica.
  • Sección XVIII. Translationes.
  • Sección XIX. Humaniores disciplinae, Gramatica, Rhetorica, Philologia Studiorum Ratio.
  • Sección XX. Historica.
  • Sección XXI . Poetica.
  • Sección XXII. Varia seu Miscellanea.
  • Sección XXIII. Fabulae, Poesis prosaica.
  1. V. Clasificación de Claude Clément (1635)

  2. Biblia.
  3. Patres latini.
  4. Patres graeci.
  5. Scripturae interpretes.
  6. Controversiarum disceptatores.
  7. Concionatores.
  8. Theologi scholastici.
  9. Theologi morales.
  10. Ius canonicum.
  11. Ius civilis.
  12. Philosophia contemplativa.
  13. Philosophia moralis.
  14. Mathematici.
  15. Physiologi.
  16. Medici.
  17. Historici sacri.
  18. Historici prophani.
  19. Philologi. Polihistores.
  20. Oratores. Rhetores.
  21. Poetae.
  22. Grammatici.
  23. Pii. Ascetici.
  24. Codices manuscripti.
  25. Hebraici. Chaldacici. Syriaci. Arabici.

VI. Clasificación de Jean Garnier (1678)
Vetus Bibliotheca
I. Biblia A
II. Glossatores, Critici, Tratatores, Catenae B
III. Interpretes utriusque simul Testamenti C
IV. Interpretes primun solius veteris, deinde solius novi Testamenti D
V. Collectiones Patrum utriusque linguae, Bibliothecae Patrum vocantur E
VI. Patres Graeci F
VII. Patres Latini G
VIII. Theologi scholastici H
IX. Polemici, seu controversiarum de Religione tractatores I
X. Morales seu Casuitae K
XI. Ascetici L
XII. Concionatores M
XIII. Philosophi N
XIV Mathematici O
XV. Medici P
XVI. Grammatici Q
XVII. Oratores R
XVIII. Poetae S
XIX. Philologi T
Nova Bibliotheca: Philosophi
I. Geographia Aa
II. Chronologia Bb
III. Historia Universalis, quae Ecclesiasticam & politicam complectitur Cc
IV. Historia Ecclesiae universalis Dd
V. Historia Ecclesiarum particularium Ee
VI. Historia Ordinum Religiosorum Ff
VII. Historia sanctorum Gg
VIII. Historia Graeca Hh
IX. Historia Romana Ii
X. Historia Itálica Kk
XI. Historia Gallica Ll
XII. Historia Hispánica Mm
XIII. Historia Germánica Nn
XIV. Historia Bélgica Oo
XV. Historia Anglica Pp
XVI. Historia Septentrionalis, Daniae, Sueciae, & c Qq
XVII. Historia regnorum conterminorum Turcis, Hungariae, Poloniae... Rr
XVIII. Historia peregrina seu novi orbis Ss
XIX. Historia Gentilicia Tt
XX. Historia literaria Vv
XXI. Historia Iconológica Xx
XXII. Historia Naturalis Yy
XXIII. Historia artificialis Zz
XXIV. Historia Fabulosa &
Nova Bibliotheca: Eunomia
I. Concilia & Littera Pontificum a
II. Jus Canonicum b
III. Jus Civile Romanum c
IV. Jus Gallicum d
V. Jus externum varium e
VI. Jus Gentium z
Musaeum primum
I. Libri manuscripti graeci
II. Libri manuscripti latini
III. Libri manuscripti peregrinarum linguarum
IV. Libri manuscripti nondum editi PP. Societ. Jesu
V. Libri manuscripti aliorum nondum editi
Musaeum alter
I. Continet impios & infideles
II. Lutheranorum prodromos & Lutheranos ipsos
III. Zwinglianos
IV. Calvinistas Gallici nominis
V. Calvinistas Batavos cum Palatinis & aliis Germanis
VI. Anglos Protestantes
VII. Socinianos
VIII. Recentissimos
  • VII. Catálogo de la Biblioteca del Colegio Máximo de Alcalá

  • Theologi Scholastici Extranei
  • Theologi Scholastici Societatis
  • Theologi Polemici Societatis
  • Theologi Morales Societatis
  • Scripturarii et Concionatores Societatis
  • Novae Editiones Patrum et Historici Societatis
  • Ascetici Societatis
  • Phylosophi et Matehmatici Societatis
  • Iuris utriusque Ddes. intercalares
  • Canonistae et Humanistae Societatis
  • Bibliae, Conciliae et Sancti Patres
  • Extranei Scripturarii et Concionatores
  • Theologi Polemici
  • Theologi Morales
  • Historici et Chronographi Ecclesiastici
  • Historici Politici, Graeci et Romani
  • Historici, Geographi Regnorum et Antiuarii
  • Historici Naturales et Morales Phylosophi
  • Phylosophi Scholastici
  • Mathematici et Professores Linguarum
  • Oratores et Poetae
  • Varia eruditio
  • Utriusque Juris Expositores
  • Ascetici et Mystici
  • Medici, Chirurgi, Pharmacopae et Botanici

VIII. Catálogo de la Biblioteca de los Reales Estudios de San Isidro (1770)
Primer legajo
1. Biblias (16 cuadernillos)
2. De conceptione B. Mariae et theologia mistica (6 cuadernillos y 1 pliego)
3. Teología mística (5 cuadernillos)
4. Teología escolástica (17 cuadernillos)
5. Theologi scholastici recensiores (14 cuadernillos)
6. Sancti Patres veteresque scriptores eclesiastici (10 cuadernillos)
7. Historia eclesiástica (7 cuadernillos)
8. Sermones
Segundo legajo
9. Filología (1 cuadernillo)
10. Epístolas (3 cuadernillos)
11. Filosofía
12. Humanidades (23 cuadernillos)
13. Medicina. Historia natural (4 cuadernillos)
14. Matemática
15. Cronología e Historia (17 cuadernillos)

IX. Clasificación de Cristóbal Pérez Pastor (1891)
Teología
I. Comentarios de la Sagrada Escritura
II. Liturgia
III. Concilios, Santos Padres, Comentarios
IV. Teología dogmática
V. Teología moral. Ascética
VI. Sermones
Jurisprudencia
I. Derecho canónico
II. Derecho civil y político
a) Textos legales
b) Comentarios
c) Diversos. Tratados. Alegaciones en Derecho
Ciencias y Artes
I. Ciencias filosóficas
II. Ciencias físicas, químicas y naturales
III. Ciencias médicas
IV. Ciencias matemáticas
a) Puras
b) Aplicadas
1. Cosmografía. Astronomía
2. Arte militar
V. Bellas Artes
VI. Artes mecánicas. Oficios. Ejercicios gimnásticos
Bellas Letras
I. Lingüística
II. Poesía
III. Fábulas. Novelas. Proverbios. Emblemas. Epistolario
Historia
I. Historia eclesiástica
II. Historia de España
III. Historia de otras naciones
IV. Biografías
V. Paralipómenos históricos
  • X. Clasificación de Luciano Gallisà (fines del siglo XVIII)

  • I. SCIENZE SACRE
    • I.1. Rivelazione scritta o S. Scrittura.
      • I.11. Testi originali della Biblia del Vecchio e Nuovo Testamento.
      • I.1.2. Poliglotte e gli avanzi de'Terragli, etc.
      • I.1.3. Versioni orientali del V. e N. Testamento.
      • I.1.4. Versione latina vulgata.
      • I.1.5. Altre versione latine antiche e moderne.
      • I.1.6. Versione in lingua volgari ed esotiche fatte da'Catolici, Protestanti ed Ebrei.
      • I.1.7. Parafrasi antiche e moderne in diverse lingue.
      • I.1.8. Codici e Libri Apocrifi del V. e N. Testamento.
    • I.2. Interpreti della Biblia.
      • I.2.1. Prolegomeni ed altri Trattati previi all'intelligenza della S. Scrittura.
      • I.2.2. Commenti gennerali sulla Biblia.
      • I.2.3. Commenti sul V. Testamento de Catolici, Protestanti e Rabbini.
      • I.2.4. Commenti sopra il N. Testamento de'Catolici e Protestanti.
      • I.2.5. Raccolte di Interpreti uniti insieme.
      • I.2.6. Lessici Biblici e Concordanze.
      • I.2.7. Economie Bibliche, Armonie e Concordanze evangeliche…
      • I.2.8. Dissertazioni ed Osservazioni sopra diversi luoghi della sacra scrittura.
    • I.3. Storia della Religione.
      • I.3.1. Storia Sacra.
      • I.3.2. Storia Eclesiástica.
    • I.4. Teologia.
      • I.4.1. Teologia polemica.
      • I.4.2. Teologia dommatica e positiva.
      • I.4.3. Teologia scolastica.
      • I.4.4. Teologia concionatoria.
      • I.4.5. Teologia ascetica.
      • I.4.6. Teologia mistica.
  • II. GIURISPRUDENZA.
    • II.1. Girisprudenza eclesiastica.
      • II.1.1. Teorica generale.
      • II.1.2. Gius Canonico Pratico.
      • II.1.3. Gius Canonico particolare.
    • II.2. Giurisprudenza profana.
      • II.2.1. Giurisprudenza Naturale.
        • II.2.1.1. Gius naturale.
        • II.2.1.2. Gius publico generale e delle Genti.
      • II.2.2. Giurisprudenza positiva.
        • II.2.2.1. Gius publico.
        • II.2.2.2. Gius civile.
          • II.2.2.2.1. Diritto Romano.
          • II.2.2.2.2. Diritto Greco-Romano.
          • II.2.2.2.3. Codici delle Leggi antiche.
          • II.2.2.2.4. Compilazioni legali de varie Nazioni, come el Diritto Germanico.
          • II.2.2.2.5. Il Municipale di diverse Provincie.
          • II.2.2.2.6. Lo Statutario delle Città.
          • II.2.2.2.7. Decisione de'Tribunali civili Nazionali, Provinciali, Urbani.
          • II.2.2.2.8. Prattica ed arte di Notariato.
          • II.2.2.2.9. Giurisprudenza nautica e Consolato di mare...
  • III. SCIENZE FILOSOFICHE.
    • III. 1. Filosofia.
      • III.1.1. Filosofia antica.
      • III.1.2. Filosofia moderna.
        • III.1.2.1. Corsi interi di Filosofia moderna.
        • III.1.2.2. Logica, copresavi l'Arte critici generale.
        • III.1.2.3. La Metafísica.
        • III.1.2.4. La Morale generale e particolare.
        • III.1.2.5. La Politica generale e particolare.
        • III.1.2.6. La Fisica generale e particolare.
        • III.1.2.7. Le scienze Georgiche ed Economiche.
    • III.2. Medicina.
      • III.2.1. Medicina antica.
      • III.2.2. Medicina moderna.
      • III.2.3. Anatomia del corpo umano, e degli Animale.
      • III.2.4. Chirurgia.
      • III.2.5. Farmaceutica.
      • III.2.6. Veterinaria o Mulo-medicina.
    • III.3. Matematiche.
      • III.3.1. Corsi di tutte o quasi tute le parti di delle Arti.
      • III.3.2. Matematiche pure suddivise nelle sue parti.
      • III.3.3. Matematiche miste, suddivise parimente nelle sue parti: Mecanica, Idrostatica, Optica, Prospettiva, Astronomia, Architettura civile e militare
  • IV. SCIENZA FILOLOGICHE, O BELLE LETTERE.
    • IV.1. Gramatica.
    • IV.2. Oratoria.
    • IV.3. Poetica.
    • IV.4. Storia.
      • IV.4.1. Geografia.
      • IV.4.2. Cronologia.
      • IV.4.3. Genealogia.
      • IV.4.4. Mitologia.
      • IV.4.5. Antichità Orientali e Settentrionali.
      • IV.4.6. Storia propriamente detta.
      • In questa Classe delle belle Lettere possono farsi serie d'edizioni rare e stimate: 1. Serie delle prime stampe del 400. 2. Serie d'Aldini greci e latini...
  • V. ARTI LIBERALI E MECANICHE.
    • V.1. Arti Liberali.
      • V.1.1. La Musica.
      • V.1.2. La Pittura e scoltura.
      • V.1.3. L'Incisione in Gemme...
      • V.1.4. L'Architettura.
      • V.1.5. Raccolte e serie di stampe e di dissegni dei Famosi Autori.
    • V.2. Arti Mechaniche.
      • V.2.1. Metallurgia, Tintura, Orologi...
      • V.2.2. Descrizioni d'arti e Mestieri.
      • V.2.3. Dizionari delle arti.


 
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