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Extensión universitaria


De poco tiempo a esta parte se advierte en la prensa española mayor atención para tratar los asuntos escolares y mayor cordura para examinarlos. Se echa de ver que la preocupación capital del país habrá de ser -si no comienza a serlo ya- la de la enseñanza; que la nación no está conforme con que clasificadores de segunda mano, demasiado diligentes en su desdén, la coloquen a la zaga de otras naciones que antaño estaban supeditadas a ella.

De aquí que las pensiones en el extranjero se vean con mejores ojos y que nadie proteste porque se aumentan; de aquí que los créditos concedidos al Ministerio de Instrucción Pública sean cada vez más amplios; de aquí, por último, la indignación con que se ha recibido en una provincia la disminución de sueldos a los maestros de escuela, y el vivo anhelo que se echa de ver de que su situación mejore.

Otro indicio favorable es el aumento de revistas de las llamadas de extensión universitaria, de las cuales conozco algunas bastante importantes.

Estas revistas de extensión universitaria constituyen uno de los elementos más valiosos el adelanto de la instrucción pública en un país, y yo soñaría para Méjico, en tal sentido, algo muy bello, muy práctico y muy fácil, que nos haría avanzar en breves años al par de las naciones más civilizadas del mundo.

Desearía que cada revista, cada periódico importante de los numerosos que se publican en la República, fuese cual fuese su índole, merced aun poquito de buena voluntad, se convirtiese en periódico de extensión universitaria, o más ampliamente aún, en auxiliar de todo género de instrucción. Bastaría para ello que dedicase una fracción mínima de su texto a asuntos escolares; pero en una forma pedagógica con espíritu metódico, siempre en el mismo sitio y señalada de un modo especial, que aislase tal sección de las otras del periódico.

Imagínense ustedes todo lo que podría contener una sección así hábilmente distribuida. Lecciones de cosas, dibujos, himnos, tratados completos de todos géneros, hábilmente desmigajados.

Así como se pagan redactores políticos o financieros, reporteros sociales, cronistas de teatro, así podría pagarse un redactor escolar, un hombre instruido que aportase sus diarias lecturas bien ordenadas a la niñez y a la juventud de las escuelas, y que consagrase los diversos días de la semana en su sección a diversos ramos de enseñanza, los cuales favoreciesen desde el parvulito de los jardines de niños hasta al alumno de los cursos universitarios superiores.

Ciertamente hay muchas revistas en España y en América que consagran números u hojas especiales a los niños. El A B C, de Madrid, por ejemplo, trae semanariamente una hoja suplementaria dedicada a la niñez, con el título de Gente menuda. Pero, en lo general, estos suplementos no son pedagógicos. En ellos se procura simplemente distraer a los niños, no enseñarlos.

A veces las materias están mal elegidas que, más que servir, perjudican a los lectorcitos. Se trata simplemente de una literatura humorística, de dudoso gusto y de una gráfica chusca que nada enseña.

Yo me imagino sin esfuerzo todo lo que una sabia sección para los niños podría contener de enseñanzas y de bellezas. Veamos por ejemplo; la historia de la Habitación, ilustrada y explicada. En una sola sección, suponiendo que ocupase un octavo de plana, al ancho de dos columnas, dividida por plecas, podrían dibujarse hasta cinco habitaciones, llevando cada una al calce su leyenda. Y así, en dos o tres números, podrían desfilar ante los ojos curiosos y embelesados del niño la caverna ancestral, donde los primeros hombres en los lentos ocios intentaban y grabar sobre los cuernos del ciervo y sobre las piedras pulidas las imágenes fugitivas o estables de la Naturaleza; la choza lacustre, donde las mujeres y los niños, adornados de conchas, esperaban el regreso de la tribu, guerrera o pescadora, y distraían su soledad oyendo los secretos del mar en el nacarado seno de los grandes caracoles encontrados en la playa; el castillo roquero en que los barones de la Edad Media anidaban como milanos, y el palacio del Renacimiento, que es gloria de los ojos y ornato noble de las urbes.

Otros cuatro o cinco números bastarían para un cancionero escolar que se popularizaría por toda la República. En cada sección cabrían perfectamente cuatro melodías con su letra.

Pensad asimismo en la facilidad que habría para reunir, en unas cuantas secciones, la flor de la poesía contemporánea dando a conocer a la juventud, con atinada elección y breves comentos críticos, mejor y más ampliamente que cualquier crestomatía, la lírica moderna verdaderamente valiosa.

Y no hablo de los diálogos instructivos acerca de diversas materias, de las vulgarizaciones sobre cosmografía, meteorología y la física del globo, de la historia de las exploraciones geográficas, de las representaciones sintéticas de la fauna y la flora de cada continente, de los mejores capítulos de instrucción cívica, etc., etc.

Así, merced a esta sencilla labor de los diarios, se lograrían dos cosas: primero, mayor amenidad para un periódico, que sin duda obtendría hasta el beneficio de un excedente de circulación; segundo, y sobre todo, el nobilísimo ideal de que la Prensa entera de un país colaborase en la santa obra de la educación e instrucción nacionales.