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ArribaAbajoActo IV


ArribaAbajoPrimera parte

 

Decoración corta que representa el camarín o gabinete de DOÑA ISABEL. Una puerta grande en el fondo que al abrirse dejará ver una larga sala; otra puerta menor a un costado.

 

Escena I

 

ISABEL. MARI-GÓMEZ.

 
 

Aparece ISABEL ricamente vestida sentada en un sillón delante de una mesa, sobre la cual descansa un espejo metálico sostenido por un atril. MARI-GÓMEZ está acabando de adornar a su joven ama cuyas galas forman singular contraste con su profunda melancolía y abstracción.

 

MARI-GÓMEZ.-  ¿Qué os parece el adorno de la cabeza? Nada, ni me oye. Que os miréis os digo: alzad ese rostro. ¿Qué tal?  (ISABEL levanta maquinalmente la cabeza y vuelve a inclinarla sin haber fijado la vista en el espejo.)  A esotra puerta. ¡Miren qué trazas de novia! Pues si está cuando se case tan distraída, entonces ¡sí que será lance donoso! Vamos con las manillas.  (Va a abrocharle una manilla, y se le escapa el brazo.)  Pero sostened el brazo vos. Vaya, esto es amortajar un difunto.  (Pónele las dos manillas, manejándole los brazos a su arbitrio.)  Para el collar me dejaré de historias.  (Álzale la cabeza: ISABEL da un suspiro.)  

ISABEL.-  ¡Ah!

MARI-GÓMEZ.-  Le prenderemos aquí el velo como se pueda.  (Lo hace.)  ¿Qué falta? Creo que nada. Vamos, bien estáis. Ello, me habéis hecho perder la paciencia treinta veces. ¡Y yo que quisiera poneros hecha una imagen, yo que me miro en vos! Por fin, ya llegó el día de veros ataviada. Hoy resucitáis las envidias que han estado enterradas seis años.

ISABEL.-   (Siempre enajenada.)  ¡Marsilla!

MARI-GÓMEZ.-   (Aparte.)  Dios le haya perdonado.  (A ISABEL.)  Ahora... yo diré a don Rodrigo lo que hace al caso. Cada domingo me habéis de estrenar una gala. Os he de hacer pagar el desaliño de doncella con el esmero de casada.

ISABEL.-  Casada...  (Esta expresión la saca de su enajenamiento: mira a MARI-GÓMEZ, se ve en el espejo, se mira a sí propia, reúne sus ideas, y dice luego con melancólica sonrisa.)  ¡Ah! Es mi último vestido.

MARI-GÓMEZ.-  ¡El dulcísimo nombre de Jesús! Libera nos a malo. No lo querrá Dios, Isabelita de mi alma, no lo querrá Dios; antes os hará tan dichosa como merecéis. Pero salid de ese abatimiento, que no parecéis sino un reo sentenciado a muerte. Mirad que ya van a venir los convidados a la boda, y es menester no darles que decir.

ISABEL.-   (Con sobresalto.)  ¿Qué hora es ya?

MARI-GÓMEZ.-  No tardarán en tocar a vísperas ahí al lado, en San Pedro. Es la hora en que salió don Diego de Teruel, y hasta que cumpla, no está libre mi señor de su promesa.

ISABEL.-  Sí, a esa hora, a esa hora misma, seis años hace, partió de su patria el infeliz Marsilla... para nunca volver. En este mismo aposento me hallaba yo; allí, delante de ese balcón estaba: mis ojos regaban copiosamente mi labor como ahora mis galas nupciales. Continuamente se dirigían mis inquietas miradas a la calle por donde había de pasar para verle... como ahora que no le verán. Por allí vino, montado en el fogoso alazán enseñado a pararse bajo mis rejas. Por allí vino, vestida la cota, la lanza en la mano, al brazo la banda, último donde mi cariño. Allí se detuvo: desde allí me dirigió el adiós postrero. Hasta la dicha, o hasta la tumba, me dijo. -Tuya o muerta, exclamé yo enajenada, tuya o muerta fui a repetirle, y oprimido el corazón de la angustia, caí sin aliento en el balcón mismo, tendidas las manos hacia la mitad de mi alma que se ausentaba. ¡Suya o muerta!, y voy a dar la mano a don Rodrigo. ¡Bien cumplo mi palabra!

MARI-GÓMEZ.-  Hija mía, desechad esas ideas. Yo ¿qué os he de decir para consolaros? Vos sabéis más que yo: yo no soy más que una pobre mujer, que porque vos recobraseis la paz del alma, porque fuerais feliz, daría todos los días que le quedan de vida, menos uno para verlo.

ISABEL.-  Con que ¿tanto me quieres, María? Con que ¿te afligen tanto mis pesares?

MARI-GÓMEZ.-  Hija Isabel, ¿no han de afligirme? ¡Pues qué! ¿El haberos recibido al nacer en mis brazos, haber mecido vuestra cuna, veinte y cuatro años de afán continuo, no han de haberme inspirado ley? ¿Quién más acariciada, más mimada que vos de mí? ¿Qué madre más indulgente con una hija que yo con vos? No quita esto que os riñera: sí señor, cuando convenía; pero ¿cómo os regañaba? Siempre mis sermones os hacían reír. Miento: ni reír ni llorar, porque como no me escuchabais las más de las veces... Y a fe que aún no habéis perdido esa maña. ¡Desagradecida! Vos habéis tenido en mí otra madre, y yo sólo he tenido en vos una discípula sorda. Discipulis surdis, como dijo San Paralipómeno.

ISABEL.-  Perdóname, amada María; no soy ingrata. Dame un abrazo. ¡Si vieras...! ¡Me cuesta tanto trabajo atender a lo que me dicen! Tengo una pesadez, una desazón...

MARI-GÓMEZ .-  ¡Válgame Dios! ¡Y mi señora que no está en casa! Se marcha a asistir al hijo del juez, sin pensar que puede hacer falta aquí. Yo voy a llamarla corriendo.

ISABEL.-  ¿Para qué? Yo padezco, pero en el alma: ¿quién cura esta dolencia? Parece que dentro de mí se levanta una voz sediciosa, terrible, voz que no viene de mi voluntad, que viene sin duda del infierno,  (MARI-GÓMEZ se santigua.)  que me instiga a despreciar, a hollar los vínculos de la naturaleza, los respetos del trato humano, los mandamientos de la ley; a hacer daño a otro; a no impedir males, porque me cuesta demasiado el impedirlos. Tú no me entiendes, María; pero si te acuerdas del año en que una enfermedad pestilente guió su carro exterminador sobre este reino, en que la mitad de España se ocupaba en abrir sepulturas para la otra mitad que perecía; si te acuerdas de aquella recia batalla que se dieron en mi cuerpo la vida y la muerte, en que la muerte quedó vencida, tendrás una lejana idea del combate mental que sufro, cuyos golpes hieren todos en mi carne, y cuyo fin no sé cuál será.

MARI-GÓMEZ.-  Vaya, vaya; yo voy por mi ama. Y que también... aunque envió a decir que por ella no se aguardase, siempre es mejor que os acompañe a la iglesia.

ISABEL.-  ¡Ah, sí!, que venga. Dile que necesito su presencia, que es preciso que no se aparte de mí.

MARI-GÓMEZ.-  Descuidad, que no volveré sola.

 

(Vase.)

 


Escena II

 

ISABEL.

 

ISABEL.-  Condúzcame al altar mi madre, dícteme el sí su labio, dígame que si no le profiero, le doy la muerte... sino... no sé si lo pronunciaré. Ayer, al acabar de oír la fatal revelación, antes de darme tiempo para conocer la inmensidad del sacrificio, entonces debían haberme presentado a Azagra. Hoy está ya roto el hechizo, frío el entusiasmo, y fatigada la virtud, rehúsa repetir el esfuerzo. Lo estoy viendo: con los ojos clavados en el angustiado semblante de mi madre, con el alma ardiendo en el deseo de salvarla, con la lengua pronta a obedecer a mi padre, saldrá de lo más hondo de mi pecho un no que nadie podré detener, nadie, ni yo misma. ¡Qué veo! ¡Don Rodrigo!  (Está parado junto a la puerta lateral.) 



Escena III

 

DON RODRIGO. ISABEL.

 
RODRIGO
Mis ojos por fin os ven
a solas, ángel hermoso.
Siempre un amargo desdén
y un recato rigoroso
me han privado de este bien. 5
Trémula estáis; ocupad
la silla.
ISABEL
¡Ante mi señor!
RODRIGO
Esclavo diréis mejor.
Soberana es la beldad
en el reino del amor. 10
ISABEL
¡Mentida soberanía!
RODRIGO
De mi rendimiento fiel
que dudarais no creía.
¡Si a conocer, Isabel,
llegaseis el alma mía...! 15
ISABEL
¡Es noble, es humana, es bella!
No ha mucho que lo ha mostrado.
RODRIGO
Tal siempre ha sido mi estrella:
descubrir no me ha dejado
sino lo deforme en ella. 20
Un Azagra conocéis
orgulloso y vengativo,
y otro, oyéndome, veréis,
que en vuestro rigor esquivo
figuraros no podéis. 25
El Azagra que os adora,
el Azagra para vos,
no lo conocéis, señora,
y nos conviene a los dos
una explicación ahora. 30
ISABEL
Si pretendéis abonar
un odioso proceder,
en balde os vais a cansar.
Mejor, a mi parecer,
para ambos será callar. 35
RODRIGO
¡Isabel! Deshonra y muerte
y eterna condenación
no hacen en mi ánimo fuerte
la dolorosa impresión
que la idea de perderte. 40
Maldición más espantosa
no pudo echarme jamás
una lengua venenosa
que decir: No lograrás
hacer a Isabel tu esposa. 45
Vuestra madre, mi rival
que de la tumba se alzara,
cualquier osado mortal
que entre vos se colocara
y entre mí para mi mal, 50
ante mis celos cayera
en sangriento sacrificio:
no hay medio que yo omitiera,
de violencia o de artificio,
como a vos me condujera. 55
Poseeros para ser
virtuoso necesito;
robaros a mi querer
es acercarme al delito
y hacérmele cometer. 60
No me interrumpáis: sin duda
vais a decir... con razón...
que especie de amor tan ruda,
dejando de ser pasión,
en barbarie ya se muda. 65
No vuestro amor delicado
me pintéis para mi mengua:
quizá no lo haya expresado
en seis años vuestra lengua
sin haberlo yo escuchado. 70
Cuantas cartas escribió
Marsilla ausente, leí;
su retrato, que él no vio,
yo he visto. No hay llave aquí
que doble no tenga yo. 75
Veros fue mi ocupación
y oíros de noche y día;
y deserté de Monzón
siempre que lo permitía
mi sagrada obligación. 80
Viéndoos al balcón sentada
por las noches a la luna,
mi fatiga era pagada:
no ha sido mujer alguna
de amante tan respetada. 85
Para romper mis prisiones,
para defectos hallaros
fueron mis indagaciones;
y siempre para adoraros
encontré nuevas razones. 90
Seducido el pensamiento
de lisonjeros engaños,
un favorable momento
hace que espero seis años,
y aún llegado no le cuento. 95
Pero por ventura ya
no puede estar muy distante.
ISABEL
¡Qué! ¿Pensáis que cesará
mi pasión, muerto mi amante?
No, lo que yo vivirá. 100
RODRIGO
Pues bien, amad, Isabel,
y decidlo sin reparo;
que con ese amor tan fiel,
aunque a mí me cueste caro,
nunca me hallaréis cruel. 105
Mas si ese afecto amoroso,
cuya expresión no limito,
mantener os es forzoso,
yo, mi bien, yo necesito
el nombre de vuestro esposo. 110
¡No más que el nombre! y concluyo
de desear y pedir:
de mí todo afán excluyo
sólo con poder decir:
«Me llaman marido suyo». 115
Separada habitación,
distinto lecho tendréis.
¿Queréis más separación?
Vos en Teruel viviréis,
yo en la corte de Aragón. 120
¿Teméis que la soledad
bajo mi techo os consuma?
Vuestros padres os llevad
con vos; mudaréis en suma
de casa y de vecindad. 125
Nunca sin vuestra licencia
veré esos divinos ojos:
mas dádmela con frecuencia.
Si os oprimen los enojos,
hablad, y mi diligencia 130
ya cañas, ya la batida,
ya músicas dispondrá.
Si lloráis... ¡Prenda querida!
Cuando lloréis, ¿qué os dirá
quien no ha llorado en su vida? 135
Nací altanero, servil
la suerte aduló mi gusto
desde la edad infantil.
Híceme inflexible, adusto,
tirano en la edad viril. 140
Pero ¿qué he de hacer, si en vano
lucho con mi condición?
Piedad de mi orgullo insano;
yo con vuestra inclinación
no me mostraré inhumano. 145
Míseros ambos, hacer
con la indulgencia podemos
menor nuestro padecer.
Ahora, aunque nos casemos,
¿me podréis aborrecer? 150
ISABEL

 (Sollozando.) 

¡Don Rodrigo!, ¡don Rodrigo!
RODRIGO
¿Lloráis? ¿Es porque me muestro
digno de ser vuestro amigo?
¿No sufrí del odio vuestro
bastante el duro castigo? 155
ISABEL
¡Oh! no, no; mi corazón
palpitar de odio no sabe.
RODRIGO
Ni ya más resolución
tampoco en el mío cabe,
mirando vuestra aflicción. 160
¡Qué lágrimas! ¡Ay! Y ¡cuántas
habéis vertido por mí!
Vedme, vedme a vuestras plantas.
Vencisteis.-¿Y podré...? Sí,
salid de zozobras tantas. 165
Ya quedáis en libertad
de darme o no vuestra mano:
seguid vuestra voluntad.
Libre sois.
ISABEL
¡Dios soberano!
RODRIGO
Tomad las cartas, tomad. 170

 (Pónelas sobre la mesa, después de haber notado la falta de una.) 

Una falta: me olvidé...
Tendréisla, que no la quiero.
Callar juro por la fe
de aragonés caballero...
No, no, nada juraré. 175
Cuando derribo el altar
que a mi esperanza erigí,
terror quisiera inspirar,
y de mis armas así
no me debo despojar. 180
Voy todo lo prevenido
a detener, sin embargo.


Escena IV

 

DON PEDRO. Dichos.

 
PEDRO
Los padrinos han venido.
RODRIGO
Ya cesaron en su encargo:
todo queda suspendido. 185
 

(Vase.)

 


Escena V

 

DON PEDRO. ISABEL.

 

PEDRO.-   (Con admiración y enojo.)  ¡Isabel!

ISABEL.-  Querido padre, no me miréis con ira, no me condenéis antes de oírme.

PEDRO.-  ¿Se aparta don Rodrigo de su empeño?

ISABEL.-  Lo deja a mi resolución.

PEDRO.-  Eso es distinto. Con todo, no eres tú quien debiera decidir: fijar tu suerte es derecho mío. Como padre me toca mandarte...; prefiero, sin embargo, aconsejarte como amigo. Ni aun te aconsejaré; te descubriré sólo secretos que estaba obligado a callar, pero que mi honor exige ahora que revele. Después tú decidirás.

ISABEL.-  ¡Oh padre de mi alma!  (Bésale la mano.) 

PEDRO.-  Cuando un injusto fallo me iba a despojar cuatro años ha de mis bienes, y a dejarnos sumidos en la miseria, ¿sabes quién fue el desconocido que obtuvo la revocación de la sentencia? Don Rodrigo.

ISABEL.-  ¡Don Rodrigo!

PEDRO.-  Cuando dos años ha, prisionero yo de los indignos satélites de don Sancho, iba a ser degollado de su orden, ¿sabes quién me libró, ya bajo el hacha del verdugo? Don Rodrigo.

ISABEL.-  ¡Don Rodrigo!

PEDRO.-  Cuando cinco años hace, agotados todos los recursos de la ciencia para volverte a la vida, tu madre y yo, ahogados de pena, esperábamos de un momento a otro verte lanzar el último aliento, ¿sabes quién trajo desde Jaén aquel médico árabe que Fingió pasar accidentalmente por aquí?

ISABEL.-  ¿Fue don Rodrigo?

PEDRO.-  A él entonces debiste la vida.

ISABEL.-  A él se la consagraré ahora. ¡Dios justo! A vos pongo por testigo de mi resistencia y de los combates que he sufrido. Por todas partes han asaltado mi corazón. Ya no puedo más... Llamadle.

PEDRO.-  Tú me haces feliz, hija mía.  (Vase.) 

ISABEL.-  Estaba escrito en el cielo que este hombre había de ser mi esposo. Séalo. No seré ingrata con él... seré pérfida con mi infeliz Marsilla. ¡Oh Marsilla!, si tú vivieses... Desde el empíreo, donde me estás mirando, ¿serás capaz de culparme? Tú quizá me perdonarás...; yo al tiempo que cedo a la ley de la suerte, no puedo perdonarme a mí misma.

 

(Ábrese la puerta del fondo. Se ve la sala, y entran en ella muchas damas y caballeros, algunos de los cuales pasan al gabinete.)

 


Escena VI

 

DON RODRIGO. DON PEDRO. DON MARTÍN. MARI-GÓMEZ. Damas. Caballeros. Pajes. ISABEL.

 

RODRIGO.-  ¿Podré creer tanta dicha, Isabel? ¿Consentís voluntaria en darme la mano?

ISABEL.-  La habéis ganado. Tomadla. Vamos al templo.

PEDRO.-  Aún no ha cumplido el plazo otorgado a don Diego. Al toque de vísperas de este día salió el malogrado joven de Teruel seis años hace: hasta que suene esa señal en mi oído no soy dueño de disponer de mi hija.  (A DON MARTÍN.)  Sólo para haceros ver el exacto cumplimiento de mi promesa me he atrevido a suplicaros que vengáis a mi casa, mi infeliz amigo.

MARTÍN.-  ¡Inútil escrupulosidad! No os detengáis. No romperá mi hijo el seno de la tierra para reconveniros.

ISABEL.-  ¡Infeliz!  (Aparte.) 

PEDRO.-  Fiel a lo que juré me verá desde el túmulo, cual me hallaría viviendo.

RODRIGO.-  Isabel desea la compañía de su madre: pudiéramos pasar por casa del juez...

MARI-GÓMEZ.-   Ahora empezaba el herido a volver en su conocimiento. Si antes del toque de vísperas no se halla mi señora en la iglesia, es señal de que no puede asistir a la ceremonia: esto me ha dicho.

PEDRO.-  La esperaremos en el templo.  (A DON MARTÍN. Si la pesadumbre os permite acompañarnos, veréis...

MARTÍN.-  Excusadme el presenciar un acto tan doloroso para mí...

PEDRO.-  Estad seguro de que hasta que no oigáis la campana no habrá dado su mano Isabel. Estos caballeros os informarán de que he esperado hasta el cabal vencimiento del plazo.

ISABEL.-  Dios de bondad, asistidme.  (Aparte.) 

PEDRO  Vamos.

 

(Vanse todos, menos DON MARTÍN.)

 


Escena VII

 

DON MARTÍN.

 

DON MARTÍN.-  Creí por un momento que Isabel debía ser más fiel a la memoria de su amante. ¡Vanidad! ¿Qué falta hace al mísero cadáver de mi hijo la constancia de la que amó? Si su sombra necesita lágrimas, ¿no le bastan las mías? ¡Hijo de mi dolor! Mi pobreza te robó tu dicha, te desterró de tu patria, te ha hecho morir en tierra ajena. Desde ayer a hoy mi frente anciana se ha vuelto decrépita. Pronto me reuniré a mi hijo.



Escena VIII

 

MARGARITA, por la puerta del costado. DON MARTÍN.

 

MARGARITA.-  ¡Isabel! ¡Don Pedro!  (A DON MARTÍN.)  ¿Vos aquí solo? ¿Han marchado ya? ¿Hace mucho tiempo?

MARTÍN.-  Pocos instantes. Debíais haberlos visto.

MARGARITA.-  Vengo por el jardín.

MARTÍN.-  Os van a esperar en la iglesia.

MARGARITA.-  No me esperarán sino hasta la hora prescrita. Va a sonar al punto. Don Martín... yo no puedo... La iglesia está a un paso... Corred vos, estorbad el casamiento. Vuestro hijo vive.

MARTÍN.-  ¡Vive! ¡Ángeles del cielo! ¿Vive? ¿Es verdad? No me engañéis, por Dios.

MARGARITA.-  No hay duda, no puede tardar en llegar.

MARTÍN.-  ¿A Teruel?

MARGARITA.-  Tal vez entra ya por sus puertas.

MARTÍN.-  Yo no acierto a creer tanta dicha.

MARGARITA.-  La noticia de ayer fue falsa, fue obra del rencor y de la impostura. Sí, acabo de saberlo de Jaime Celada.

MARTÍN.-  ¿El hijo del juez? ¿El que estaba cautivo?

MARGARITA.-  Estaba en Valencia. Vuestro hijo vuelve opulento. Ha salvado la vida al rey moro. Se hallaba doliente... envió a Jaime para anunciar su llegada, y el infeliz mensajero fue herido ayer a una legua de aquí. Hasta hoy no se le ha conducido, hasta ahora no ha podido hablar...

MARTÍN.-  Basta; no más.

MARGARITA.-  Deteneos, oíd. No digáis... por Dios no digáis que yo os envío. Decid que habéis sabido la nueva en casa de Celada. Nada os importa esa ficción, y a mí...

MARTÍN.-  Yo lo prometo: a Dios. ¡Mi hijo vive!

 

(Vase.)

 


Escena IX

 

MARGARITA.

 

MARGARITA.-  ¿Llegará a tiempo? Aún no suena la campana que ha de señalar el momento del consorcio. Tiempo será. Si está de Dios, que mi delito se publique. Vivo Marsilla, ¿cómo había yo de permitir que mi Isabel...? Mi pobre Isabel, que se sacrificaba por mí... Jamás: no llega a tanto mi barbarie. Sépase todo. Y todo se sabrá. ¿Cómo no ha de vengarse don Rodrigo? Ya no tengo esposo, ni hija, ni nombre. Sí, el de adúltera. Dios mío, fuerzas para soportar la ignominia. Sí, vos me las daréis. Ya he sentido vuestro auxilio: vos me habéis hecho romper el pomo de veneno hallado junto a Celada; humedecida en él la flecha de la mora, traspasada apenas la piel del triste joven, ha estado un día sin sentido... Si yo cedo un momento... No me abandonéis ahora. ¡Cuántos escarnios! ¡Cuántas maldiciones me aguardan!  (Óyese muy de cerca el toque de vísperas.)  ¡Cielos!, ya será tarde. Su padre no puede haber llegado. Salgamos de tan horrible duda. ¡Perdón, Dios mío!

 

(Vase.)

 




ArribaAbajoSegunda parte

 

Bosque inmediato a Teruel.

 

Escena I

 

MARSILLA y ADEL atados a dos árboles. SEIS BANDIDOS, de los cuales unos observan a los dos presos, y otros registran sus maletas.

 
 

MARSILLA escucha convulsivo el toque de vísperas que se oye a lo lejos.

 

MARSILLA.-  Ese fatal sonido viene a aumentar mi desesperación. Si al ver que no llego... ¡Oh! no, todo lo habrá evitado Celada. Isabel me espera, y yo aquí entre tanto... Traidores, viles bandidos.

BANDIDO 1.º.-  ¿Cómo traidores?

2.º.-  ¿Cómo bandidos?

1.º.-  Nosotros somos leales soldados del infante don Sancho.

2.º.-  Del legítimo rey de Aragón.

1.º.-    (A ADEL.)  ¿Dónde vienen esas joyas, perro?

MARSILLA.-  ¡Ocúltaselas, Dios mío!  (Aparte.) 

ADEL.-  Yo no tengo ni sé de joya alguna: no traigo más que un puñal y un seguro de mi rey.

2.º.-   A ver el puñal. ¡Mango de cobre! ¿No podías habérselo echado siquiera de plata?

ADEL.-  Lo merecía: no está esa hoja destinada a sangre ruin.

1.º.-  Tú serás el primer ruin que la estrene si no cantas claro.

ADEL.-  La litera y el equipaje vienen media jornada más atrás: tal vez allí...

1.º.-   Bellaco, la litera no trae las riquezas. Los diamantes vienen con vosotros. Nos ha informado quien lo sabe.

3.º.-  Aquí está: ya pareció. (Muestra una arquita de baqueta.)

MARSILLA.-  ¡Cielo vengador!

 

(El primer bandido deja caer en el vuelo el puñal de ADEL, y acude a ver las joyas.)

 

TODOS LOS BANDIDOS.-  A ver, a ver.

1.º.-   (Abriéndola)  ¡Perlas...! ¡Brillantes!

2.º.-  ¡Diamantes verdes!

3.º.-   ¡Diamantes morados!

2.º.-  ¡Cómo relucen los blancos!

1.º.-  ¡Es un tesoro!

TODOS.-  ¡Un tesoro! A marchar, a repartir.

MARSILLA.-  ¡Desventurados! Teneos, escuchad.

3.º.-  ¿Traes otra cajita?

1.º.-   Marchemos; el golpe está dado, nos hallamos a las puertas de Teruel, y hoy ha salido tropa a recorrer estas cercanías. El juez Domingo Celada está furioso por el lance de su hijo.

MARSILLA.-  Quitadme la vida si me quitáis las riquezas. Mi vida son ellas. Vosotros no sabéis...

1.º.-  ¡Qué! ¿Su valor? No hayas miedo que se malbaraten.

MARSILLA.-  ¿Hay entre vosotros alguna fe? ¿Sabéis lo que es la palabra de un caballero? Yo soy Marsilla.

1.º.-   ¿Marsilla? Tú serviste a don Pedro contra el ejército de la Iglesia. Aquí tenéis un paladín de la tabla redonda, que nos ha quitado a los buenos católicos el quemar en Francia más de cien herejes.

2.º.-  Tan hereje será él como ellos.

MARSILLA.-  Un día, pocas horas que estuviesen en mi poder esas prendas, me harían feliz. Aun sin venir a mi poder... Si no sois tigres, si hay entre vosotros algo de humano... hacedme una gracia, y os bendeciré... Ángeles seréis para mí. ¡Si pudierais penetrar la sinceridad con que os hablo...! Si uno de vosotros llega a Teruel... a casa de Segura... Si le muestra esas joyas y le dice: «De Marsilla son», no necesito más, huya luego con ellas.

LOS BANDIDOS.-  ¡Ah, ah, ah, ah!  (Riéndose.) 

1.º.-  ¡Buena ocurrencia! Para que le echasen el guante a mano salva.

2.º.-  El hombre está loco.

MARSILLA.-  Por cuanto hay más sagrado...

2.º.-   ¿Qué hay sagrado para un albigense con ribetes de moro?

1.º.-   ¡Y que no tiene humos que digamos el mancebo! Como que en rigor debíamos...

MARSILLA.-  ¡Bárbaros! ¡Infames ladrones!

2.º.-  Capitán, ¿le saco la lengua a este atrevido?

MARSILLA.-  Matadme: si no, ni uno siquiera de vosotros ha de salvar la vida. No sabéis aún quién es el que habéis sorprendido cobardemente... como cobardes que sois, como villanos. Juro a Dios vivo no descansar hasta que haya exterminado al último de vosotros. De estos mismos árboles ha de pender vuestros cadáveres destrozados.

2.º.-  A este pájaro es preciso torcerle el pescuezo.

1.º.-   Al cabo es un defensor de los albigenses.

2.º.-  Un excomulgado.

3.º.-   Un aleve que nos quería alucinar para pescarnos.

2.º.-   ¡Muera!  (Dirígese a MARSILLA para atravesarle con la lanza, y al alzar el brazo le hiere una saeta.)  ¡Me han herido! ¡Favor!

ALGUNOS BANDIDOS.-  ¡Un saetazo!

TODOS.-  ¡Qué es esto?  (Se oye un silbido.) 

1.º.-   ¡El aviso del centinela! Estamos descubiertos.

TODOS.-  Huyamos.

 

(Huyen, llevándose, o más bien atropellando al herido, que va a caer fuera de la es cena.)

 


Escena II

 

MARSILLA. ADEL.

 

MARSILLA.-  ¿Quién nos protege? A nadie veo. Desesperación, dame ahora tus fuerzas. ¡Que han de resistir estos cordeles a manos que han roto hierros!

ADEL.-  No te fatigues en esfuerzos inútiles: el nudo que me ata las muñecas se va aflojando..., pero tan lentamente, ¡voto al ángel Reduán!

MARSILLA.-  ¡Perder mis tesoros al tocar la dicha!

ADEL.-  ¡Veo al que lleva la arquilla! Va detrás de todos.

MARSILLA.-  ¡Maldición!

ADEL.-  Le han disparado una saeta...; el herido se apoya en un árbol. Un joven sale a socorrerle. No, le arranca la arquita... el malvado cae... el joven desaparece con ella. Ya no veo a nadie.

MARSILLA.-  Perdí hasta la última esperanza. ¡Y me han dejado la vida! ¡Ah! Tal vez en este mismo instante... ¡Isabel! ¿Hay tantos tormentos?

ZULIMA.-   (Dentro.)  Te falta el de oírme.



Escena III

 

ZULIMA. Dichos.

 
MARSILLA
¡Cielos! La voz de la desgracia es ésta.
¿La conoces?
ADEL
Conózcola de suerte...
cual conoce a su víctima la muerte.
 

(Sale ZULIMA con arco y aliaba.)

 
MARSILLA
¡Aquí Zulima!
ZULEMA
Sí; ¿de qué te asombras?
¿No hay nada entre los dos que nos reúna? 190
Por el Amir a muerte condenada,
¿no fuiste tú mi salvador? ¿La puerta
de la terrible cárcel no me abriste,
y vida y oro y libertad me diste?
Vida y riqueza y libertad te vuelvo. 195
Nada más natural, nada más justo.
Libre estás.
 

(Corta con el puñal de ADEL, que estaba en el suelo, los cordeles que sujetaban a MARSILLA.)

 
ADEL
Yo también.

 (Soltándose por sí propio.) 

MARSILLA

 (Cogiendo del suelo su espada.) 

Zulima..., el tono
me aterra de tu voz..., es del infierno,
y de un ángel tu acción. Mi pecho anhela
su gratitud mostrar, y... El tiempo vuela: 200
a Dios.
ZULEMA
¿A dónde vas? ¿Por tu tesoro?
Velo aquí, por mi diestra rescatado.
Yo la seña he fingido: la sabía,
 

(MARSILLA arroja la espada.)

 
y ella y este arco fiel te han libertado.
Mi vida por la tuya hubiera dado, 205
pues... con tu muerte mi placer moría.
MARSILLA
¡Mujer incomprensible! Heme a tus plantas.
 

(Arrodíllase.)

 
ZULEMA
¡Triunfé! Así es como yo verte quería.
Ya estoy contenta: tus riquezas toma,

 (Entrégale el cofrecillo que traía oculto.) 

corre luego a Teruel, vuela a tu amada; 210
mas no a la casa que la diera abrigo
hasta hoy, te dirijas; si has de verla,
búscala en el harem de don Rodrigo.
MARSILLA
¡Condenación! ¡Qué dices!
 

(Deja caer el cofrecito en el suelo. ADEL levanta y guarda su puñal.)

 
ZULEMA
Tarde llegas.
Tuya no puede ser; ya dio su mano. 215
MARSILLA
¡Iras del cielo! No: finges en vano.
Tú ignoras que mi próxima venida
previno un mensajero.
ZULEMA
Tú no sabes
cuán a tiempo selló, siempre certero,
mi brazo el labio de tu mensajero. 220
Yo vi, yo hablé a Isabel, y de tu muerte
la noticia le di, y a los bandidos
avisé que tu viaje detuvieran.
Yo, celebradas de Isabel las bodas,
te las vengo a anunciar.
MARSILLA
¡Con que es ya tarde!
225
ZULEMA
Mira mi gozo, y si pudieres, duda.
La libertad me diste por desprecio,
por contemplarme débil enemiga.
¡Insensato mortal! ¿No te lo dije
ya en el harem, que de mi amor ardiente, 230
o mi fiera venganza decidías?
¿Quisiste el odio? Sus efectos siente.
MARSILLA
¡Que es tarde!
ZULEMA
Para siempre a tu querida
perdiste.
MARSILLA
¡Para siempre!
ZULEMA
Vive ahora
para verla de Azagra poseída. 235
 

(Vase ZULIMA por la izquierda del actor, y ADEL la sigue con la vista por un momento. ZULIMA vuelve a aparecer subiendo el monte, que ocupa el fondo del teatro, por una senda que hace un recodo hacia la derecha. ADEL entonces se marcha por la izquierda para encontrarse con ZULIMA, la cual, cuando ADEL ya se ha retirado, repara en DON MARTÍN, que llega con dos criados, y se queda oculta detrás de un peñasco en lo más alto del monte. MARSILLA permanece solo algunos instantes en el silencio del abatimiento, apoyado en un árbol.)

 


Escena IV

 

DON MARTÍN. DOS CRIADOS. MARSILLA.

 
MARTÍN
¡Él es! ¡Hijo querido!
MARSILLA
Padre. ¿Es tarde?
Yo quisiera dudar... ¿Mi mal es cierto?
MARTÍN
Respóndante las lágrimas que vierto.
Hijo del alma, a quien su hierro ardiente
la desgracia al nacer marcó en la frente, 240
tu triste padre que por verte vive,
con dolor en sus brazos te recibe.
MARSILLA
¿Quién tu llegada ha retardado?
El cielo...
El infierno... No sé... Facinerosos...
Una mujer... Dejadme.
MARTÍN
¿La sultana?
245
¿Esos bandidos que cobardes huyen
de los soldados que conmigo traje?
¿Te han herido?
MARSILLA
¡Ojalá!
MARTÍN
¿Te han despojado?
MARSILLA
Nada he perdido. La esperanza sólo.
MARTÍN
¡Suerte cruel! Cuando el fatal sonido 250
de la campana término ponía...
MARSILLA
¡La pérfida anunciar la muerte mía!
MARTÍN
¿Lo sabes?
MARSILLA
De ella.
MARTÍN
¡Horror! Entonces era
cuando Celada, el habla recobrando,
la traidora noticia desmentía. 255
Corro al templo anheloso; el bronce suena,
y la sangre y el paso me detiene.
De la ansiedad ahogado y de la pena,
llego al sagrado umbral. «Marsilla viene»
exclamo..., y de los pies del sacerdote 260
miro alzarse a los dos. Caigo sin vida...
¡Eran esposos ya! Tu bien perdiste...
Pero aún te quedan padres, hermanos,
almas que sientan tu abandono triste.
MARSILLA
¡Padres! ¡Hermanos! ¿Para qué me quieren, 265
ni qué les deberé? Tesoros traigo...
Vedlo...

 (Designa con el pie la arquita, que los criados recogen, como también los demás efectos esparcidos por el suelo.) 

Luego veréis sedas, alfombras,
caballos con jaeces, armaduras...
Allí viene el escudo destrozado
que vio asombrada aparecer Castilla, 270
el Garona besar su aciaga orilla,
Palestina de gloria coronado.
Riquezas con honor diome la suerte.
Para vosotros son. ¿Qué hay en mi patria
para mí? ¿Qué hallaré? Vacío, muerte. 275
No hay un amor, una Isabel, no hay nada.
¡Padres! ¡Hermanos! ¿Quién a mi adorada
sustituye en mi pecho? Potestades
del mal, a quienes Dios para juguete
me quiso dar, reíd; ya conseguisteis 280
llevar hasta su fin mi desventura.
Solemnizad, espíritus dañados,
mi desesperación. Tus calabozos
ábreme, infierno; a sepultarme en ellos
me impele mi furor, y me señala 285
de la venganza el criminal camino.
¿Dónde está la que pérfida insultaba
la miseria y horror de mi destino?
MARTÍN
Su castigo abandona al justo cielo.
La maldición persígala de un padre 290
cuyo pecho llenó de desconsuelo.
MARSILLA
¿Del cielo os prometéis justo castigo?
¿De ese cielo al delito favorable,
de las virtudes áspero enemigo?
Mas sí, veréis que a mi furor entrega 295
esa mujer fatal, porque su sangre
cubra de mengua y de baldón mi frente.
Y ¿qué me importa el deshonor? Ardiente,
bárbara sed de sangre me devora.
Verterla a ríos para hartarme quiero, 300
y cuando más que derramar no tenga
la de mis venas soltará mi acero.
MARTÍN
Hijo, modera ese furor.
MARSILLA
¿Quién hijo
me llama ya? Con vínculo ninguno
ligado al hombre estoy, de la venganza 305
vivo no más. ¡Venganza! Llega ahora,
ven a gozarte en mi dolor, traidora.
Si abre sus senos para guarecerte
la tierra, en ellos te daré la muerte.
Y tú la seguirás, rival felice. 310
Tú la has de preceder. ¿No eres la causa
primera de mi mal, de los que sienta
la que ya tuya llamarás? ¡Oh! Nunca
lo será, no, juro a los cielos. Antes
de salir de Teruel y de Valencia 315
sangre mis pasos señalar debía.
Fruto es mi perdición de mi imprudencia.
Todo viene a avivar la rabia mía.
Pero no de ese triunfo haréis alarde:
para acabar con ambos aún no es tarde. 320
MARTÍN
¡Desgraciado! ¿Qué intentas?
MARSILLA
Con el crimen
lazos romper de crimen. Una vida
de Isabel me separa: que perezca.
MARTÍN
Hijo...
MARSILLA
Perecerá.
MARTÍN
No...
MARSILLA
Maldecido
mi nombre sea si la sangre aleve 325
de mi rival no vierto.
MARTÍN
Es poderoso.
MARSILLA
Marsilla soy.
MARTÍN
Mil deudos le acompañan...
MARSILLA
Mi rabia a mí.
MARTÍN
Respeto te merezca
un vínculo...
MARSILLA
Es sacrílego, es injusto.
MARTÍN
En presencia de Dios formado ha sido. 330
MARSILLA
Con mi presencia queda destruido.

 (Vase.) 

MARTÍN
¡Piadosos cielos! A perderse corre
si próvido mi amor no le socorre.
 

(Vanse DON MARTÍN y los criados.)

 


Escena V

 

ZULIMA. ADEL, que le sale al encuentro.

 
ZULEMA
¿Vas a librarte de un rival? Yo acudo
su riesgo a prevenir, y si es preciso, 335
de mí me olvidaré, siendo su escudo.
ADEL
Tus pasos atajar el cielo quiso.
¡Muere!

 (Hiérela y cae.) 

ZULEMA
¡Traidor! ¡A mí...! Si vence... ¡Ay! Muero.

 (Expira.) 

ADEL
Tu esposo y rey te condenó en Valencia,
y a ejecutar me envía la sentencia. 340





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