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Manual de Madrid. Descripción de la Corte y de la Villa

Ramón de Mesonero Romanos



portada



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En el mes de octubre del año pasado de 1831 vio la luz pública el presente Manual, y en el de abril siguiente ya se había agotado toda la edición. Tan próspero suceso, poco común en nuestras librerías, me afirmó más y más en la idea de la utilidad de esta obrita, que fue lo que me condujo a formarla.

Con efecto, muchos eran en verdad los autores que en los tiempos pasados trataron de las cosas de Madrid; pero todos ellos parece que tuvieron más bien por objeto lucir su erudición amontonando volúmenes, que no el escribir obras de uso común y de general utilidad. Además, limitados unos a la parte histórica, otros a la descripción topográfica, y otros a la de los monumentos artísticos, no podía ninguno servir para dar una idea general de los distintos objetos que encierra Madrid, como pueblo grande y como capital de la Monarquía. Así que, estos libros abandonados hacía muchos años al polvo de las librerías, sólo podían ser útiles al literario afán de algún curioso.

Pero no era sólo en ellos donde debí buscar materiales para enriquecer una obrita destinada a andar en manos de toda clase de lectores, y que tan distintos objetos debía abrazar: los historiadores generales e investigadores de nuestras antigüedades, los jurisconsultos y políticos que tan prolijamente hablaron de tribunales y oficinas; los geógrafos y viajeros, los economistas, críticos, artistas y literatos todos me podían suministrar datos para mi objeto; por tanto, no pude menos de tenerlos a la vista, procurando en fuerza de una severa análisis y comparación buscar en su inmenso número aquellas noticias u observaciones que la razón y la buena crítica parecen aprobar.

Mas lo peor del caso era que todos o casi todos los autores llegaron a faltarme por pertenecer en lo general   —(iv)→   a los siglos XVII y XVIII, desde cuya época se ha variado infinito tanto en la forma de los objetos como en el modo de verlos y caracterizarlos. Las guerras y otros sucesos extraordinarios han alterado en pocos años el aspecto de la capital, en términos que se puede afirmar que apenas hay objeto que no haya sufrido alteración, y permanezca en el mismo estado que quedó cuando aquellos escribían. De suerte que, falto ya de un hilo conductor en este laberinto, tuve que entregarme a mis propias observaciones.

Reunidos en fin cuantos datos y noticias juzgué necesarios para mi objeto, y acomodados al plan, estilo y dimensión que consideré propios del libro que escribía, no pudo menos de asaltarme el temor de que la misma complicación de la obra o mi insuficiencia y cortedad hubiesen sido bastantes a hacerme incurrir en graves errores; y por ello en la primera edición rogué a todo el que los observase que se sirviese indicármelos para rectificarlos en lo sucesivo1. No satisfecho con esto, y después de agotada la edición, me pareció conveniente no precipitar por algunos meses esta segunda, para darme lugar a pulir mi trabajo, y al mismo tiempo invité por medio de los periódicos a que se me advirtiesen los errores u omisiones que se hubiesen notado. Mas tampoco esta segunda tentativa tuvo resultado alguno, por lo que me vi precisado a empezar de nuevo mis pesquisas.

Por fruto de ellas me lisonjeo de poder ofrecer nuevamente al público este Manual muy enriquecido de datos históricos, estadísticos, artísticos y curiosos, así como también con el aumento de todas las novedades ocurridas desde el anterior hasta el día2, añadiéndole considerablemente, y rectificando algunos errores de aquel. Sin embargo, es tal la naturaleza de esta obra, tal lo extenso y heterogéneo de sus materias, y tales en fin las alteraciones que el trascurso del tiempo imprime a cada paso en los objetos, que no dudo que aún se habrán escapado equivocaciones. Pero no debo darles mérito, supuesto que ni los jefes interesados en los establecimientos ni las personas curiosas se le han dado,   —(v)→   no habiendo salido a rectificarlas a pesar de mis repetidas insinuaciones. Y tacharía de poco leal al que, no habiendo respondido a tiempo oportuno, aprovechase ahora cualquier defecto para criticarle, sin tener presente que por mi parte he cumplido con lo que se debe al respeto del público.

Finalmente, sería ingrato en dejar la pluma sin aprovechar la ocasión de rendir públicamente el tributo de mi gratitud a las primeras personas de la Monarquía que tan benévolamente se dignaron recibir mi obrita; al excelentísimo ayuntamiento de esta muy heroica villa que se sirvió oficiarme en los términos más honoríficos, autorizándome después para buscar en sus oficinas nuevos datos y noticias; a las personas celosas del bien público que directa o indirectamente hayan contribuido a la rectificación o adición de cualquiera especie equivocada u omitida; a los periodistas de Madrid y las provincias por los bondadosos artículos que me consagraron; a los editores del Diccionario geográfico universal que se publica en Barcelona por los lisonjeros términos en que hablan de mi obrita al extractarla en su artículo Madrid, y finalmente al público de esta capital que ha recibido este ensayo de un joven compatricio con una benevolencia poco común. ¡Feliz yo, si acertando a embellecer cada día mi pobre trabajo, llego a hacerle merecedor de tan excesiva bondad!




Las obras que he tenido presentes para la formación del Manual las dividiré en dos clases, una de las que tratan exclusivamente de las cosas de Madrid, y otra de las que por incidencia tocan algunas de ellas. El ofrecer al público esta enumeración no es con el objeto de dar importancia a mi obrita, sino a fin de indicar a los que gusten profundizar más la materia las fuentes en que he bebido, así como también consagrar este tributo a los diversos autores que me han servido para mi objeto.


  • Teatro de las grandezas de Madrid, por el maestro Gil González Dávila. Un tomo en folio. 1623.
  • Historia de Madrid, por el licenciado Gerónimo Quintana. Un tomo en folio. 1629.
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  • Anales de Madrid, por don Antonio León Pinelo. Dos tomos en folio. Llega al año 1658.
  • Sólo Madrid es corte, por don Alonso Núñez de Castro. Un tomo en cuarto. 1658.
  • Historia del origen, invención y milagros de nuestra Señora de la Almudena, por don José de Vera Tarsis y Villaroel. Un tomo en folio. 1692.
  • La patrona de Madrid restituida, poema heroico por Alonso de Salas Barbadillo. Un tomo en octavo. 1750.
  • Ordenanzas de Madrid, por don Teodoro Ardemans. Un tomo en cuarto. 1760.
  • Descripción de la provincia de Madrid, por don Tomás López. Un tomo en octavo. 1760.
  • Compendio de las grandezas de Madrid, por don José Álvarez Baena. Un tomo en octavo. 1786.
  • Hijos ilustres de Madrid, por él mismo, Cuatro tomos en cuarto. 1790.
  • Disertación sobre varias antigüedades de Madrid, por don José Pellicer. Un tomo en octavo. 1791.
  • Otra ídem histórico-geográfica sobre el origen y nombre de Madrid, por el mismo. Un tomo en cuarto. 1803.
  • Plano de Madrid, por don Fausto Latorre y don José Asensio. Un tomo en octavo. 1800.
  • Paseo por Madrid, anónimo. Un tomo en dozavo. 1815.
  • Paseo por el gabinete de historia natural de Madrid, por don Juan Mieg. Un tomo en octavo. 1819.
  • Memoria sobre mejorar el clima de Madrid, por don Blas Llanos. Un cuaderno en cuarto, 1825.
  • Descripción de las pinturas al fresco del real palacio de Madrid, por don Francisco Fabre. Un tomo en cuarto. 1829.
  • Proyecto sobre abastecimiento de aguas de Madrid, por don Francisco Javier de Barra. Un cuaderno en cuarto. 1828.
  • Otra memoria inédita del mismo con el propio objeto. 1832.

  • Historia general de España, por el padre Juan de Mariana, continuada por Sabau hasta 1788.
  • Crónica general de España, por Ambrosio de Morales.
  • Crónica general de Indias, por Gonzalo Fernández de Oviedo.
  • —(vii)→
  • Historia de la enfermedad y tránsito de la reina doña Isabel de Valois, por el maestro Juan López de Hoyos.
  • Ídem del recibimiento de la reina doña Ana, por el mismo.
  • Grandezas de España, por el maestro Pedro de Medina.
  • Catálogo real de España, por Rodrigo Méndez de Silva.
  • España Sagrada, por el padre maestro Flórez.
  • Memorias de la real Academia de la Historia.
  • Resumen histórico de la guerra de la independencia, por el maestro fray Domingo González Salmón.
  • Introducción a la historia general y geográfica de España, por don Guillermo Bowles.
  • Geografía de España, por don Isidoro Antillón.
  • Geografía física moderna, por don Juan López.
  • Viaje de España, por don Antonio Ponz.
  • Itineraire descriptif de l'Espagne, por Mr. Alejandro Laborde.
  • Tableau de l'Espagne moderne, por Mr. de Bourgoing.
  • Geografía de Lacroix, puesta en castellano por Jordán.
  • Diccionario geográfico de España y Portugal, por el doctor don Sebastián Miñano.
  • Correcciones fraternas al Diccionario geográfico de Miñano, por don Fermín Caballero.
  • Otras ídem, por don N. Zamalloa.
  • Guía mercantil formada por el real Consulado de Madrid.
  • Guía de correos, por el brigadier don Francisco Javier de Cabanes.
  • Guías de forasteros y de litigantes de varios años.
  • Representación a S. M. sobre la conservación del real sitio de Aranjuez, por don Manuel Aleas.
  • Compendio histórico de los jardines de san Ildefonso.
  • Descripción del real monasterio del Escorial, por el padre Damián Bermejo.
  • Medicina patria, por don N. Escobar.
  • Teatro universal de España, por don Francisco Javier de Garma.
  • Noticia de los arquitectos y de la arquitectura española, por don Eugenio Llaguno y Amirola, con notas del señor Ceán Bermúdez.
  • —(viii)→
  • Diccionario de los artistas de España, por don Antonio Palomino.
  • Diccionario de los pintores, por don Juan Agustín Ceán Bermúdez.
  • Noticias del consejo, por don Antonio Salazar.
  • Idea de los tribunales de la corte, por don Antonio Sánchez Santiago.
  • Cartilla de agentes, por don Ramón López.
  • Práctica de agentes, por don Pedro Bonet.
  • Representación hecha a S. M. Felipe V por la real cámara sobre el estado de los tribunales. MSS.
  • Exposición de los tribunales. MSS.
  • Decretos del rey nuestro Señor.
  • Novísima Recopilación de las leyes de España.
  • Código de comercio decretado por S. M.
  • Voyage en Espagne en 1787 por Townseud.
  • Les delices de l'Espagne, por don Juan Álvarez Colmenar. 1715.
  • Lo stato presente di tutti i popoli del mondo. Volumen en octavo mayor. 1745.
  • Origen de la comedia española, por don Casiano Pellicer.
  • Memoria sobre diversiones públicas, por don Gaspar de Jovellanos.
  • Discurso sobre el origen de las corridas de toros, por don Nicolás de Moratín.
  • Fama póstuma de Lope de Vega, por el doctor Juan Pérez de Montalbán.
  • Vida de Miguel de Cervantes, por don Martín Fernández de Navarrete.




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ArribaAbajoCapítulo I

Historia de Madrid



Armas y blasones de la villa. Hombres célebres nacidos en ella

La historia de la fundación de Madrid ha sido y es motivo de eternas cuestiones entre los muchos escritores que han hablado de ella. Unos, demasiado entusiastas e inclinados a lo maravilloso, se complacieron en formar un tejido de fábulas, con las cuales, oscureciendo la luz de la razón, cayeron en un laberinto de errores. Otros, menos crédulos y más racionales, han procurado buscar la verdad, y a falta de datos conocidamente ciertos, han negado todo lo que corresponde a época remota.

La cuestión principal, y de que se deducen las demás, es saber si el actual Madrid ocupa o no el sitio que la antigua Mantua de los carpetanos. Una multitud de autores, entre los que se citarían los principales historiadores de Madrid, afirman que sí; y que esta Mantua fue fundada por el príncipe Ocno-Bianor, hijo de Tiberio, rey de Toscana, y de la adivina Manto, cuyo nombre la puso. Añaden que se llamó Carpentana o Carpetana, para distinguirla de la otra Mantua de Italia, y por hallarse situada en la región   —2→   carpetana, cuya capital era Ocaña, y se extendía de norte a mediodía desde Somosierra basta el campo de Montiel y sierra de Alcaraz, que es lo que hoy abraza el arzobispado de Toledo, no contando el adelantamiento de Cazorla. Siguiendo este origen mitológico, suponen a Madrid cuatro mil años de antigüedad, como lo afirma todavía nuestro calendario; si bien sobre esto también discuerdan entre sí aún los partidarios del origen griego. Estos se valen para probar sus opiniones de inducciones más o menos ridículas y voluntarias, tales como el espantable y fiero dragón que se halló esculpido en la Puerta Cerrada, de donde infieren que Madrid es fundación de griegos, por ser el tal dragón las armas que aquellos usaban en sus banderas y dejaban por blasón a las ciudades que edificaban3. Finalmente, dichos autores dan en esta época remota una cerca primitiva a Mantua, cuyo recinto era tan pequeño, que empezando en la puerta de la Vega, seguía por detrás de las casas de Malpica a la huerta de Ramón, que caía frente a las casas de moneda y a las del duque de Uceda, hoy los Consejos, rematando en el lienzo y arco de santa María, que estaba mirando a la calle Mayor, entre los Consejos y calle del Factor4: por esta calle del Factor pasaba a la casa de Rebeque, o Squilace5, y   —3→   desde allí, bajando por frente de san Gil, cerraba con el alcázar, situado donde hoy el real palacio, y volvía a juntarse con la Puerta de la Vega. Esta muralla la suponen fuerte, y el alcázar lo mismo, y que tenía en frente y donde están las casas del marqués de Pobar, una fortaleza llamada la Torre Narigués del Pozacho, y otra fuera de los muros poco distante del alcázar, y cerca de los caños llamados del Peral.

Pero toda esta relación se echa por tierra por otros autores, que con mayor raciocinio pretenden probar que, si existió Mantua en tiempo de los griegos, no fue en el sitio que hoy ocupa Madrid, y sí tal vez en el que está Villamanta, unas seis leguas al poniente de la capital.

Durante la dominación de los cartagineses callan unos y otros autores sobre la existencia y progresos de Mantua, pero no así en la época de los romanos, donde vuelven a embrollarse en encontrados pareceres. Los entusiastas, siguiendo en su afán de ver a Madrid en Mantua, y pretendiendo probarlo con algunas lápidas e inscripciones de sepulcros y demás, añaden que durante la dominación romana, varió Mantua su nombre por el de Ursaria (que trae su origen de los muchos osos de que abundaba su término), y Maioritum que le dieron por haberla agrandado; y siguiendo este sistema, suponen ser los romanos los autores de la segunda cerca, que se extendía por la Puerta de la Vega y la de Segovia, subiendo a las tenerías viejas, y por detrás de san Andrés a Puerta de Moros6,   —4→   continuaba por Cava baja y Puerta Cerrada7 hasta la de Guadalajara8. Desde aquí por la calle del Espejo a los Caños del Peral y puerta de Balnadú, que estaba junto a la antigua casa del tesoro (que no existe)9, y siguiendo por la huerta de la Priora, venía a cerrar con el alcázar. Añaden que en la misma época recibió este pueblo la sagrada ley del Evangelio, viniendo a predicarla, según unos, el apóstol Santiago,   —5→   y sus discípulos según otros, y suponiéndose que por entonces fueron fundadas sus parroquias.

Mas si quisiéramos persuadirnos de tollo ello, saldrían al instante los escudriñadores autores contrarios pretendiendo ridiculizar todas las pruebas y aserciones de aquellos, si bien convienen en la extensión de la segunda cerca, la cual llaman primera, y la atribuyen a los moros, y fue la misma que se conservó después de la conquista a estos.

Vuelven a callar unos y otros durante la época de los godos, pero ya en la de los árabes vienen a reunirse naturalmente, aunque con la diferencia de persuadirse unos que la fundaron estos, y otros que la hallaron ya fundada.

De todos modos, como unos 220 años después de la irrupción de los moros en estos reinos, callan las conjeturas, y empieza a hablar la verdad de la historia. No se puede, pues, dudar de la existencia de Madrid por entonces, pues dice expresamente que «el año de 939, reinando el rey don Ramiro (segundo de León), consultó a todos los grandes de su reino sobre por dónde o cómo haría una entrada en tierra de moros; y juntando su ejército, se encaminó a la ciudad que llaman de Magerit10, desmanteló sus   —6→   muros, y entrando en ella un día de domingo, hizo horrorosos estragos, ayudado de la clemencia divina. Volviose a su casa a gozar de la victoria en paz» . Esta es la primera vez que figura Madrid en nuestra historia, si bien es ya con el carácter de ciudad morada e importante. Éralo en efecto; porque, defendiendo a Toledo, corte de los musulmanes, de las invasiones de los castellanos y leoneses, que solían pasar los puertos de Guadarrama y Fuenfría (llamados entonces Alpes), procuraban los árabes fortificarla con alcázar o castillo seguro, con fuertes murallas, con robustas torres, y con sólidas puertas, por lo que es muy regular que se aplicasen a reparar la parte de muros que había desmantelado el rey don Ramiro, pues vivían siempre recelosos y amenazados de los enemigos. Como unos ciento y diez años después, el rey don Fernando el Magno, primero de León, extendió sus conquistas hasta el Tajo, maltrató a su paso las murallas de Madrid, y haciendo grande carnicería en los moros, los hizo sus tributarios.

Sobre la suerte de Magerit, durante le dominación de los sarracenos, se ha hablado también bastante, suponiéndole unos pueblo grande y rico, con muchas mezquitas e iglesias mozárabes, con grandes y poblados arrabales, notables escuelas, célebre en los cantares de sus dominadores, fortalecido por ellos, que dieron a su alcaide la primera voz entre los del reino de Toledo: pero otros pretenden rebajar   —7→   mucho de este brillante cuadro; y de las escasas pruebas y voluntarias inducciones de unos y otros, resulta quedarse el curioso con mayores dudas. Por ello, abandonando esta remota época, de la que no se conserva prueba fehaciente, nos fijaremos en la de la conquista definitiva de Madrid, cuya gloria estaba reservada al rey don Alfonso el VI. Verificola por los años de 1083, cuando emprendió la conquista de Toledo; aunque otros dicen que después de la de aquella ciudad. En la de Madrid dan algunos autores la palma a los segovianos, diciendo que, por haber llegado más tarde que los de otras ciudades al llamamiento del rey, por ser tiempo de nieves, y pidiendo alojamiento, el rey indignado les contestó que se alojasen en Madrid. Acordáronlo así los segovianos, y otro día al amanecer ganaron la puerta llamada de Guadalajara, y plantaron las banderas cristianas; llegó el rey, tomó posesión de la villa, y en premio de sus servicios concedió a los de Segovia que pusiesen las armas de su ciudad encima de dicha puerta, y dio a sus capitanes títulos de ricos-homes; pero esta noticia se halla desmentida por otros autores.

Todavía sufrió Madrid otro ataque por los reyes de Marruecos Texufín y Alí, los cuales vinieron por los años 1108; pero aunque llegaron a entrar a la fuerza en la villa, destruyendo sus muros, no lograron tomar el alcázar, a donde se defendieron vigorosamente los madrideños11, con lo cual se retiraron los moros.

Desde este tiempo sigue ya más clara la historia de Madrid, el cual recibió grandes mejoras, tanto de Alfonso VI como de Alfonso VII, llamado el Emperador; quienes no solamente atendieron a su reparación y fortificación en aquella época de continuas y dudosas   —8→   guerras, sino que fijaron sus fueros y leyes, purificaron sus mezquitas, convirtiéndolas en parroquias, y concedieron a los monjes de san Martín un privilegio para que poblasen el arrabal que mediaba entre la villa y el convento. Así fue creciendo la extensión de Madrid, por lo que se hizo preciso mudar sus puertas, trasladando la de Balnadú a la plazuela de Santo Domingo el Real, a la parte de arriba del convento: desde allí corría la tapia tomando la derecha hasta San Martín, donde se abrió otro postigo en el sitio que hoy está la calle que conserva dicho nombre, y pasaba derecha a la Puerta del Sol: desde ésta, formando escuadra, subía a Antón Martín, en que había otra puerta, y de ella bajaba derecha a la esquina del Hospital de la Latina, donde se formó otra puerta mirando al mediodía; de aquí seguía a la Puerta de Moros, y bajaba a unirse a la muralla antigua que daba vuelta a la Puerta de la Vega y alcázar.

La importancia que había adquirido Madrid, y su ventajosa situación, movieron a los reyes a convocar cortes en este pueblo. Las primeras de que se tiene noticia fueron las celebradas por don Fernando IV por el año de 1309. Alfonso XI, su hijo, las celebró en 1327, que determinaron servir al rey con numerosas cuantías para la guerra con los moros. Otras cortes se celebraron en 1335 por el mismo rey, en que pidió socorros para la guerra de Portugal. Este monarca varió la antigua forma de gobierno de Madrid, que consistía en estados de nobles y pecheros, los cuales ponían gobernador o señor de Madrid, justicia, y demás empleos de preeminencia; y estableció doce regidores con dos alcaldes.

Encendida la guerra civil entre el rey don Pedro y   —9→   su hermano don Enrique, sitió éste a Madrid, que estaba por aquel, y le tomó después de una vigorosa resistencia.

Reinando Juan I, y por los años de 1383, vino a España don León V, rey de Armenia, a dar gracias al de Castilla por haber alcanzado la libertad por su causa del sultán de Babilonia que le bahía ganado el reino; y D. Juan, compadecido de su desgracia en haber perdido el reino en defensa de la fe católica, le dio el título de señor de Madrid y de otros pueblos, haciendo que le rindiesen pleito homenaje. Dominó en Madrid dos años, y reedificó las torres del alcázar; y después de su muerte, el rey don Enrique III, a solicitud de los de Madrid, por su cédula de 13 de abril de 1391, alzó el pleito homenaje que le habían hecho los madrideños12.

Dicho rey don Enrique III proclamado en Madrid a los once años, tomó las riendas del gobierno en el alcázar en 1394, convocando cortes al efecto. Durante su reinado distinguió a Madrid, y edificó nuevas torres en el dicho alcázar para custodia de sus tesoros.

También Juan II empezó su reinado en Madrid, y residió en él largo tiempo celebrando cortes y contribuyendo a su grandeza. En su tiempo hubo varios bandos sobre el gobierno de la villa, y en el de su hijo Enrique IV había ya en ella, además de los alcaldes, un asistente, cuyo título se mudó después en el de corregidor.

Este monarca Enrique IV tuvo una particular inclinación a Madrid, donde permaneció largo tiempo; y en 1461 hizo venir a él a la reina su esposa, que estaba preñada de la infanta doña Juana, conocida por el nombre de la Beltraneja, la cual nació al año siguiente   —10→   y fue proclamada por heredera de la corona; pero nunca llegó a reinar por la ilegitimidad que se la atribuyó; razón por la cual sucedió13 a don Enrique en el trono su hermana doña Isabel la Católica. Mas no sucedió esto sin grandes conmociones, en las cuales cupo no poca parte a Madrid, pues encerrados en el alcázar los partidarios de doña Juana, hubieron de sufrir un rigoroso sitio, hasta su rendición a los reyes católicos.

Posesionáronse estos de la villa, y durante su reinado residieron en ella distintas ocasiones cuando lo permitían sus continuadas campañas; celebraron cortes, y recibieron en ella a su hija doña Juana, y al archiduque Filipo su esposo. Muerta la reina católica, quedó don Fernando gobernador del reino hasta la mayor edad del príncipe don Carlos su nieto, con cuya ocasión hubo bandos muy enconados en Madrid hasta que el rey don Fernando, reteniendo cortes en el monasterio de san Gerónimo el Real, juró gobernar el reino como administrador de la reina doña Juana su hija, y tutor del príncipe don Carlos su nieto.

En 1516 murió don Fernando el Católico, y el arzobispo de Toledo Jiménez de Cisneros y el deán de Lobayna, gobernadores del reino, trasladaron a Madrid su residencia, aposentándose en las casas de don Pedro Laso de Castilla (hoy del duque del Infantado), que están detrás de san Andrés. En ellas se tuvo la célebre junta para disponer del gobierno de Castilla, en la que, resentidos los grandes de la autoridad concedida al cardenal Jiménez, le preguntaron con qué poderes gobernaba: respondió el cardenal que con los del rey Católico; replicaron los grandes, y el cardenal sacándolos a un antepecho de la casa,   —11→   hizo disparar toda la artillería que tenía, diciendo: con estos poderes que el rey me dio gobernaré a España hasta que el príncipe venga14.

Vino en efecto Carlos, y entregándose del gobierno, cesaron los disturbios que su ausencia ocasionaba. En el principio de su reinado padeció en Valladolid una penosa enfermedad de cuartanas; y habiéndose venido a Madrid, curó prontamente de ellas, con lo que cobró gran afición a este pueblo.

El fuego de la guerra civil, llamada de las Comunidades, prendió también en Madrid durante la ausencia del emperador; pero su vuelta terminó estas turbulencias.

Declarada la guerra entre Francia y España, y estando Carlos en Madrid, recibió la noticia de la victoria de Pavía; y hecho en ella prisionero Francisco I, rey de Francia, fue conducido a Madrid y alojado en las casas de Luján, en la plazuela de la Villa, hasta que fue trasladado al alcázar. A poco tiempo vinieron a Madrid su madre y su hermana para solicitar del emperador su libertad, que no tardaron en conseguir a consecuencia de la concordia que se ajustó, estipulándose, entre otras cosas, el matrimonio del rey de Francia con la hermana del emperador.

Verificada la paz, vino este a Madrid a visitar al rey   —12→   como amigo y cuñado: saliole Francisco a recibir en una mula, con capa y espada a la española, e hicieron juntos su entrada, porfiando cortésmente sobre cuál llevaría la derecha, que al cabo tomó el emperador.

Con tan continuadas residencias de los monarcas en el pueblo de Madrid, tomó este una consideración extraordinaria; todos ellos pusieron gran cuidado en su aumento y hermosura, y edificaron notables fábricas, entre ellas el alcázar, que fundado durante la dominación de los moros, según unos, y por Alonso el VI, según otros, y reparado por los Enriques III y IV, fue reedificado y convertido en Palacio real por Carlos V, cuyas obras continuó su sucesor15: el convento de san Gerónimo, fundado por Enrique IV, el convento de Atocha y otros grandiosos edificios: la reparación y ornato de otros varios, entre los que es digna de atención la verificada en la parroquia de san Andrés, convertida en capilla real cuando los reyes Católicos vivían en las casas contiguas de don Pedro Laso de Castilla, ya citadas, desde las que hicieron paso a la iglesia; y finalmente, la fundación de varios establecimientos de beneficencia, todo lo que hizo a Madrid un pueblo muy principal. Su extensión iba creciendo a medida que se derribaban los muros viejos, y se agregaban sus arrabales; poblándose el vasto campo que mediaba entre la Puerta del Sol y el convento de san Gerónimo, de manera que se asegura que ya en tiempo de Carlos V llegó a tener treinta mil habitantes.

Pero todos estos aumentos fueron cortos en comparación del que recibió Madrid en el reinado de su sucesor 16Felipe II.

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Elevado al trono en 1557, por la abdicación de su padre Carlos V, y llevado de una particular inclinación hacia17 la villa de Madrid, echó el sello a su grandeza, fijando en ella la corte en el año 156018. Los principales motivos que a ello debieron moverle fueron la salubridad del clima (más templado entonces por la mayor abundancia de arbolado en los contornos), y la situación central de este pueblo con respecto a la extensión de la Península, ventaja interesante y que puede suplir otras faltas.

Con esta medida cambió de aspecto Madrid, y su población se duplicó en poco tiempo, por lo que muy luego fue necesario ampliar extraordinariamente la cerca y mudar las puertas, situando la de santo Domingo en el camino de Fuencarral, la del Sol al camino de Alcalá, la de Antón Martín al arroyo de Atocha, y la que estaba junto a la Latina mucho más abajo. En estos nuevos barrios se edificaron calles regulares y aun magníficas, que son las que constituyen lo mejor de Madrid. Sin embargo, es lástima que entonces no se siguiera un plan más arreglado, ya cuidando de la nivelación de los terrenos, ya de la belleza uniforme de los edificios, con lo cual las calles de Alcalá, Atocha, san Bernardo, y otras, hubieran tenido pocas rivales en Europa por su extensión y anchura. Hubiera sido también de desear que una distribución cómoda de plazas regulares proporcionase el desahogo necesario a tan gran población; y finalmente, que los españoles, al formar su corte, hubieran observado la simetría y el buen gusto que acreditaban en las magníficas   —14→   ciudades que por el mismo tiempo fundaban en América.

Sin embargo, la residencia fija del soberano, la concurrencia de numerosos tribunales y oficinas, grandes dignidades, y demás circunstancias anejas a la corte, dieron muy luego a Madrid un aspecto lisonjero. En tanto que la población se extendía, y que los grandes y particulares levantaban palacios y casas de bella apariencia, el rey concluía las obras del palacio real, cuya fábrica, jardines y ornato eran de una suma magnificencia, si hemos de creer a los historiadores de aquella época; al mismo tiempo su piedad religiosa y la de su familia les hacía fundar la mayor parte de los conventos de Madrid; la Trinidad, cuyos planes dirigió el mismo rey, las Descalzas Reales, el Carmen Calzado, san Bernardino, doña María de Aragón, san Bernardo, los Ángeles, y otros muchos; igualmente varios establecimientos de beneficencia, como la Inclusa, la casa de Misericordia, los hospitales, y otros objetos indispensables en un gran pueblo.

Con todo esto, los tesoros del Nuevo Mundo y los genios de Juan de Herrera, Juan Bautista de Toledo y otros, ¿no pudieron haberse empleado con más gusto y magnificencia en Madrid? ¿Por qué fatalidad, en medio de sus muchas y medianas iglesias, no se levantaba una catedral digna de la corte y del célebre arquitecto del Escorial? ¿O acaso debió contentarse Madrid con recibir en el puente de Segovia la única prueba de tan sublime genio? Pero el buen gusto que inspiró a su siglo, se ve manifiesto en las obras de sus contemporáneos, y aunque no por su suntuosidad, podrán citarse por su sencillez la Armería, la portada de las Descalzas Reales, y las demás iglesias arriba   —15→   dichas. Madrid, finalmente, mirará siempre a Felipe II como a su verdadero fundador, por la existencia política que le dio con el establecimiento de la corte.

Felipe III le sucedió19 en el trono de la monarquía más extendida del Orbe, y fue jurado en san Gerónimo del Prado. Madrid ganó en aumento y consideración, como corte de un monarca tan poderoso, a quien los demás soberanos respetaban y enviaban sus embajadores; pudiendo citarse entre otros el que envió el Shaá20 de Persia, Xabbas, que llegó a Madrid en 1601 y se llamaba Uxem-Alí-Beck. En este mismo año de 1601 se verificó la traslación de la corte a Valladolid; pero esta traslación ocasionó trastornos tan grandes, que convencieron al rey de la necesidad de restituirse y permanecer en Madrid, como lo verificó cinco años después21. Desde entonces trató de hermosear a Madrid y proveer a su comodidad, haciendo venir a él aguas abundantes, y edificando en el corto espacio de dos años la hermosa Plaza Mayor. De su reinado son también la casa de los duques de Uceda (hoy los Consejos), los conventos de san Basilio, Jesús, santa Bárbara, Trinitarias, y otros; entre los cuales es muy distinguido el real monasterio de la Encarnación fundado por la reina doña Margarita de Austria. Felipe III murió en Madrid en 21 de marzo de 1621.

El reinado de Felipe IV fue aun más brillante para Madrid, si bien se iba sintiendo en él la inevitable ruina del imperio colosal de Carlos V y Felipe II; pero el carácter particular del joven rey, la elegante cultura   —16→   de su corte, y las brillantes escenas con que supo encantar su ánimo el conde-duque de Olivares, dieron a Madrid una animación y una elegancia en que sólo excedió después la brillante corte de Luis XIV. La venida del príncipe de Gales para pedir por esposa a la hermana del rey, fue motivo de funciones magníficas. Las celebradas en 1637 con motivo de haber sido elegido al imperio el rey de Bohemia y Hungría don Fernando, cuñado del rey, costaron de diez a doce millones de reales, y en los cuarenta y dos días que duraron, las comedias, los toros, las máscaras se sucedían22 sin cesar. El palacio real y el del Retiro eran el foco de esta continua diversión; y el rey, siguiendo su inclinación favorita, se interesaba vivamente en ello. A la sombra de su decidida protección se alzaban los genios de Lope de Vega, Quevedo, Calderón, Tirso de Molina, Moreto, Solís, Mendoza, y otros muchos, no desdeñándose el mismo rey de mezclar sus composiciones propias a las de aquellos autores en las academias, certámenes y comedias que diariamente se ejecutaban en sus palacios. Ni sólo eran estos el teatro de sus funciones, sino a veces los magníficos jardines del Retiro, creados por Felipe y dirigidos por el conde-duque; y hasta solía alzarse un tablado en medio del estanque grande del mismo sitio, con grandes máquinas, tramoyas, luces y toldos, fundado todo sobre barcos; sucediendo una noche de san Juan que, estando representándose de este modo, se levantó un torbellino de viento tan furioso, que lo desbarató todo, y algunas personas peligraron de golpes y caídas.

Quedaron a Madrid, después de la brillantez y ruido de este reinado, el dicho Palacio Real y jardines   —17→   del Retiro, varias estatuas y monumentos públicos, algunos buenos edificios como la real Cárcel de Corte, y otros.

En 7 de julio de 1631 hubo un gran incendio en la Plaza Mayor desde el arco de Toledo a la calle de Boteros.

Oprimido Felipe IV con el peso de las desgracias, mirando la desmembración de su monarquía, falleció en 1665, dejando a su sucesor23 Carlos II en la tierna edad de cuatro años y medio, bajo la tutela de su madre la reina doña Mariana de Austria; y durante su menor edad, como después que tomó las riendas del gobierno, poco o nada adelantó Madrid así en prosperidad como en materia de bellas artes. Corrompidas estas por el final gusto que difundió su dañada semilla en aquella época por todos los ramos del saber; sólo ofreció a Madrid edificios mezquinos, retablos ridículos, y caprichos extravagantes. Entre estas obras la mas notable fue la casa real de la Panadería. Por este tiempo ejercían en Madrid sus habilidades los arquitectos Donoso, Churriguera y otros semejantes, y de su mano son las principales y mas ridículas obras de aquella época. La salud del rey se debilitaba al mismo tiempo que la monarquía; y habiendo caído gravemente enfermo en 1696, ocupó la atención de los políticos la sucesión24 de la corona de España. En medio de estas discusiones hubo en Madrid una conmoción popular ocasionada por la carestía del pan, que terminó con la fuga del ministro conde de Oropesa. Por fin, viéndose Carlos cerca del sepulcro, ordenó su testamento, nombrando por su sucesor25 a Felipe, duque de Anjou; y falleció en el primer día de noviembre de 1700.

  —18→  

Felipe V, aclamado en Madrid por rey de España, y reconocido desde luego por muchas potencias de Europa, hizo su entrada en la capital el día 14 de abril del año siguiente, y en este mismo año casó con María Luisa Gabriela de Saboya; pero declarada en el mismo la famosa guerra de sucesión26, a causa de pretender la corona de España el emperador de Austria para su hijo el archiduque Carlos, fue reconocido este por otras potencias, y por los reinos de Aragón, Valencia y Cataluña, de que se apoderó el ejército inglés y portugués mandados por el mismo archiduque. Por consecuencia de las alternativas de esta sangrienta guerra, en que las armas de Felipe, victoriosas unas veces, eran vencidas otras, entró en Madrid en 1706 un cuerpo de tropas inglesas y portuguesas mandadas por Galloway y el marqués Das-Minas, y habiéndose la reina y la corte retirado a Burgos, los ingleses y portugueses proclamaron en Madrid al archiduque. Pero muy luego atacados con intrepidez por los mismos madrideños27, se vieron obligados a retirarse de Madrid y entregar el alcázar; a pocos días volvió a entrar Felipe, que fue recibido con el mayor entusiasmo; y dejando por regenta a la reina, marchó a tomar el mando del ejército. Las batallas de Almenara y Zaragoza perdidas por este, pusieron a los aliados en disposición de internarse en Castilla en 1710. Felipe salió con la corte a Valladolid, y fueron seguidos de más de treinta mil almas, después de lo cual volvió a entrar el archiduque; pero la repugnancia del pueblo de Madrid era tal, que no viendo Carlos gente en las calles ni en los balcones, al llegar a la Plaza Mayor y portales de Guadalajara, se volvió por la calle Mayor y de Alcalá, diciendo   —19→   que Madrid era un pueblo desierto; y apenas él y su ejército habían dejado estas cercanías oyeron el ruido de las campanas, aclamaciones, fuegos y regocijos con que Madrid celebraba la proclamación de Felipe V, que volvió a entrar en 13 de diciembre del mismo año en medio del entusiasmo universal. Poco después, las batallas de Brihuega y Villaviciosa aseguraron en la cabeza de Felipe la corona de España.

En medio de la continuada agitación de las guerras, este monarca atendía a la prosperidad de su reino, y en particular de la corte, que tan leal se le había mostrado. Muchos y notables edificios se levantaron en la primera época de su reinado; pero como el mal gusto manifestado por Churriguera y capitaneado por Ribera, dominaba aún, quedó consignado en el cuartel de guardias de Corps, el Hospicio, el Seminario de Nobles, el teatro de la Cruz, y las ridículas fuentes de la Puerta del Sol, Red de san Luis y Antón Martín. Semejantes delirios, aplaudidos entonces, fueron indemnizados a poco tiempo por el rey, que llamando a su corte a los distinguidos profesores Jubara, Sacheti y otros, atendió al restablecimiento de las artes. Diose la señal de la restauración con la obra del nuevo Palacio Real, que fue empezada por este último arquitecto en 1737 a consecuencia de haberse quemado el antiguo en la noche buena de 1734. Siguieron a esta obra el teatro de los Caños del Peral, el del Príncipe, la real-fábrica de Tapices, el Pósito, y otros edificios de utilidad pública. Al mismo tiempo fundaba el rey la real Academia Española, la de la Historia, la de Medicina, la Biblioteca Real, varios colegios y demás establecimientos   —20→   de instrucción. Con tan decidida protección las artes y las ciencias volvieron a brillar en España, y Madrid era el foco de donde se esparcían sus luces.

Felipe V, monarca grande y generoso, renunció en 14 de enero de 1724 en su hijo Luis I; pero habiendo muerto este a los siete meses y medio de reinado, volvió aquel a empuñar el cetro hasta su muerte acaecida en el Buen-Retiro en 1746.

Sucedió28 el pacífico reinado de Fernando VI, el cual, continuando las ilustradas miras de su antecesor, siguió hermoseando a Madrid, y entre los varios edificios con que le aumentó, fueron notables el monasterio de las Salesas, la plaza de Toros, la puerta de Recoletos, y otros que demuestran en general lo que ganaron las artes en su reinado con la fundación de la real Academia de san Fernando, que verificó en 1752. También fundó la Academia Latina Matritense. Murió en Madrid en 1759.

El gran Carlos III le sucede29, y a su voz cambia el aspecto de la monarquía. Aprovechando las benéficas semillas sembradas por sus antecesores, dotado de una alma grande y generosa, todo a su presencia toma un aspecto lisonjero. Temido y respetado de los extranjeros, amado y bendecido de los propios, sabio y opulento, pudo dedicar su atención al progreso de las artes, y a la pública comodidad. ¿A dónde no alcanzó su mano bienhechora? ¿Qué pueblo de su monarquía no recibió pruebas distinguidas de su desvelo? Por donde quiera que mire el viajero observador, Carlos III se le presenta a la vista. Ya es un magnífico camino abierto por él sobre las montañas; ya un ancho canal, que fertiliza la campiña;   —21→   puentes, palacios, iglesias, caseríos, son otros tantos monumentos de su reinado. Y ¿podría descuidar la capital del reino el que prodigaba sus favores hasta a las míseras aldeas? No a la verdad; antes bien las muchas obras de utilidad y de ornato que embellecen a Madrid, demuestran la particular predilección de este monarca. A él se debe la limpieza y policía de la capital, el alumbrado de sus calles, el útil establecimiento de los alcaldes de barrio, las escuelas gratuitas, las diputaciones de Caridad, muchos estudios públicos, la real sociedad de Amigos del País, varias academias, banco nacional, loterías, grandes compañías de comercio, y la mayor parte de los bellos edificios que adornan a Madrid, y que la hacen una de las más principales cortes de Europa. El Palacio Real se termina en el estado en que le vemos. El grandioso Museo del Prado se eleva bajo los planes del famoso Villanueva; en vez de unas malas tapias y miserable puerta, se alza el magnífico arco de triunfo de la calle de Alcalá: al mismo tiempo adornan también esta calle la suntuosa fábrica de la Aduana, el rico museo de Historia Natural, y otras muchas casas de grandes y particulares, que la hacen la primera de Madrid. La casa de Correos, la Imprenta Real, la casa de los Gremios, la fábrica platería de Martínez; el colegio de Veterinaria, el de Cirugía de san Carlos, el Hospital General, el convento de san Francisco, la puerta de san Vicente, la de los Pozos, el Observatorio Astronómico, el Jardín Botánico, el delicioso paseo del Prado con sus bellas fuentes, el de la Florida, el Retiro embellecido con varias obras, y entre otras el suntuoso edificio de la China, destruido por los ingleses en 1512, el canal de Manzanares,   —22→   los cómodos caminos que conducen a la capital, y tantos otros objetos que sería ocioso encarecer, y prolijo enumerar, contribuyen a realzar las bellas páginas de la historia de tan gran monarca.

Las honrosas guerras que sostuvo no llegaron a envolver a Madrid, a quien también hizo plaza de armas. Este pueblo, admirador de su monarca, tuvo el gusto de poseerle durante su reinado, y sólo alteró su tranquilidad un domingo de Ramos, 23 de marzo de 1766, con cierta conmoción dirigida contra el ministro Squilace, que calmó la presencia del rey.

Carlos III, llorado de sus vasallos, murió en Madrid en 1788.

Carlos IV sube al trono, y en su tiempo recibió este pueblo el aumento de algunos buenos edificios, como el Depósito Hidrográfico, y algún otro. Y como el buen gusto en materia de artes había echado profundas raíces, se vio también lucir en las obras particulares, contribuyendo al ornato de Madrid las bellas casas del duque de Alba, llamada Palacio de Buena Vista (hoy Museo Militar), del duque de Liria, del conde de Altamira, duque de Villahermosa, conde de Torrepilares, y otras varias. Las bellas letras, que sepultadas desde Felipe IV, habían vuelto a renacer después bajo el dominio de la augusta casa de Borbón, encontraron apoyo y protección en Carlos IV; y durante su reinado se glorió la corte de España con los célebres Jovellanos, Saavedra, Cabarrús, Samaniego, Forner, Huerta, Cienfuegos, Meléndez, Moratín, y otros insignes escritores que ocupaban distinguidos puestos y gozaban del aprecio del monarca.

Por la abdicación de Carlos, verificada en Aranjuez   —23→   en 19 de marzo de 1808, sucede30 en la corona de España Fernando VII en medio de la aclamación y entusiasmo general. Madrid, la leal Madrid, que en 1789 le había jurado en san Gerónimo por príncipe de Asturias, se prepara a recibir al nuevo rey. Entra en efecto el 24 del mismo marzo, y el júbilo que difunde su presencia, sucede a las escenas violentas de los días anteriores en las casas de Godoy, Marquina, y otros. Pero esta alegría se ve mezclada con el fundado recelo que inspiraba la presencia del ejército francés, que bajo las ordenes de Murat entró en Madrid la víspera que el rey. La patriótica agitación, la incertidumbre de la suerte del rey y del estado, conmueven a Madrid en aquellos días, y esta agitación sube de todo punto cuando ve salir de sus muros en 10 de abril siguiente a su amado Fernando. Los madrideños31, ante la vista del ejército del usurpador, preparan sus fuerzas, y desconociendo el temor, se aperciben a los heroicos hechos. El funesto resultado del viaje de S. M. a Bayona, no era ya para ellos un enigma, y en vano procuraban reprimir los ímpetus de su cólera. Llegó por fin esta a su colmo al ver que iba a ser arrancado de su seno el serenísimo señor infante don Antonio, a quien el rey había dejado a la cabeza del gobierno. El día destinado para ello era el 2 de mayo. ¡Quién pintará el heroico ardimiento del pueblo de Madrid en tan célebre día! ¡Quién las escenas de sangre y desesperación con que consignó su fidelidad y patriotismo! Un volumen sería escaso cuadro a tantas hazañas. La pluma de la historia temblará al escribirlas, y la posteridad para creerlas habrá de consultar a los irrecusables documentos que aquella le presentará. Nosotros, limitados a la estrechez   —24→   de este breve resumen, habremos de contentarnos con indicar los sucesos más notables que ennoblecen la historia de Madrid en la época famosa de la guerra de la independencia española, que dio principio por el noble grito lanzado por los madrideños32 en el 2 de mayo de 1808.

Los franceses, dueños de Madrid a tan cara costa, sólo permanecieron entonces hasta 1º de agosto, en que a consecuencia de la célebre batalla de Bailén hubieron de retirarse. Las tropas españolas mandadas por el general Castaños ocuparon a Madrid, y durante su permanencia fue un continuado triunfo. Pero Napoleón en persona con un ejército formidable se presenta delante de Madrid el 1º de diciembre del mismo año de 1808. La historia de la resistencia de este indefenso pueblo en los tres días primeros de aquel mes, es otro de los sucesos imposibles de describirse por lo heroico, y aun temerario; pero que mereció hasta el aprecio del sitiador, que le ocupó el 4 bajo una honrosa capitulación.

Gimió Madrid cerca de cuatro años bajo el peso de la esclavitud, y durante ellos no se desmintió un sólo momento en sus patrióticas ideas. Ni los halagos que al principio se usaron, ni el rigor, ni el terrorismo, ni la miseria, ni el hambre más espantosa, pudieron hacerle retrogradar. Firme en sus propósitos, no le venció el temor, ni le lisonjearon las ilusiones de una soñada felicidad. Jugando a veces con las cadenas que él no podía romper, combatía con la sátira y la ironía todas las acciones del intruso rey y de su gobierno; le mofaba en las calles, en los paseos y en las ocasiones más solemnes; revestido otras de una fiereza estoica, moría a manos de la horrible   —25→   hambre de 1811 y 12 antes que recibir el mas mínimo socorro de sus enemigos. En vano se emplearon para debilitarle y vencerle los medios más violentos; sus habitantes muriendo a millares de día en día, le dejaban desierto, pero no humillado. Sus calles se cubrieron de yerba; sus plazas se llenaban con los escombros de los altares que derribaba el conquistador; sus deliciosos paseos y jardines se convirtieron en fortalezas, que amenazaban su existencia; pero en medio de tantos desastres, cercado de tantos peligros, elevaba sus votos al Omnipotente por su libertad y la de su rey.

Llegó por fin el 12 de agosto de 1812, célebre en los fastos de Madrid. En este día, habiéndose retirado los franceses de resultas de la batalla de Salamanca, fue ocupada la capital por el ejército aliado anglohispano-portugués al mando del lord Wellington, que hizo su entrada entre demostraciones inexplicables de alegría. Pero aún faltaba a Madrid parte de sus padecimientos, pues vuelto a acercarse el ejército francés, tornó a ocuparle en 3 de noviembre, saliendo a los cuatro días y volviendo a apoderarse de él en 3 de diciembre del mismo año de 181233. Por último, en 28 de mayo de 1813 salieron los franceses la última vez de Madrid, y le ocuparon las tropas españolas. A principios de 1814 trasladose el gobierno de Cádiz a Madrid, y finalmente llegó el colmo del entusiasmo y de la dicha de este pueblo, viendo entrar triunfante a su deseado Fernando VII en 13 de mayo del mismo año de vuelta de su cautiverio.

Desde esta época empieza una nueva era de prosperidad para la capital, cuya descripción exacta, si bien nos sería muy lisonjera, no estaría de acuerdo   —26→   con la brevedad que nos hemos propuesto. Pero no por eso hemos de dejar de tributar el testimonio de agradecimiento al Monarca que tan desvelado se manifestó desde luego en curar las llagas que la espantosa guerra abrió en el pueblo de Madrid. A su protección y a su impulso se deben las notables mejoras que se advierten en la policía y ornato público; las iglesias que derribara el francés se reedifican y aumentan por su notoria piedad; la instrucción de la juventud recibe un nuevo y grande apoyo con el establecimiento de las escuelas de las diputaciones, y otras cátedras y academias gratuitas; los estudios y colegios de Madrid se amplían y mejoran extraordinariamente; el Museo militar, la Biblioteca real en su magnífica colocación, la restauración del Museo del Prado, y formación en él de una magnífica galería de pintura y escultura, la creación del Conservatorio de artes y exposición pública de la industria española, la Dirección de minas, el Conservatorio de música, las alcantarillas, los caminos que conducen a la capital, las fábricas, la creación del Consulado y Bolsa de comercio, las obras magníficas del encantador Retiro, las del nuevo teatro de la plaza de palacio, el Casino, la inmensa mejora del canal y sus contornos, la restauración de la plaza mayor, los hermosos y nuevos paseos que rodean a Madrid, la magnífica puerta de Toledo, la nueva fuente de la Red de san Luis, y otros infinitos objetos imposibles de enumerar, hacen tomar a la capital un aspecto encantador. Miles de casas se alzan bajo el orden de arquitectura más elegante, renovando calles enteras; otras se reparan y adornan, y todas se acogen bajo la garantía de la sociedad de Seguros contra incendios, creada nuevamente;   —27→   otras compañías cuidan de las comunicaciones y abastecimientos de la capital; la de reales Diligencias se crea bajo los auspicios del Soberano; la de Empresas varias, la de conducción del pescado y otras muchas proveen al bien estar de este gran pueblo; y por consecuencia de la protección del Monarca disfruta Madrid de una vida, de una comodidad y aun elegancia en los bastimentos, en los muebles, en los vestidos, en las casas, en todos los objetos necesarios y de lujo, que no fue conocida de nuestros mayores. Entretanto el Monarca comete a su gobierno el arreglo de nuevos planes de mejora, y Madrid agradecido lo espera todo de su bondad paternal.




Armas y blasones, fueros y privilegios de la villa

Madrid usa por armas un escudo blanco u plateado, y en él un madroño verde y el fruto rojo, con un oso trepando a él, una orla azul con siete estrellas de plata, y encima de todo una corona real. Varias han sido las opiniones sobre la significación de estas armas; pero aunque se pueda entender la del oso, por la razón que se ha dicho de los muchos en que abundaba su término, no así la de las siete estrellas, aunque se supone referirse a la constelación astronómica Bootes, llamada vulgarmente el Carro, que consta de otras tantas, y como Carpentum (de donde tomó su nombre la Carpetania, en que se comprendía Madrid) significa el Carro, hicieron esta alusión con el carro celeste, aunque parece demasiado violenta. El pintarse el oso abalanzado al madroño fue de resultas de los reñidos pleitos que hubo entre el ayuntamiento y cabildo eclesiástico de esta villa sobre derecho a ciertos montes   —28→   y pastos, los cuales concluyeron con una concordia, en que se estableció que perteneciesen a la villa todos los pies de árboles, y al cabildo los pastos; y para memoria, que pintase este la osa paciendo la yerba, y el ayuntamiento la pusiese empinada a las ramas. La corona la concedió el emperador don Carlos, en las cortes de Valladolid de 1544 a los procuradores de la villa de Madrid, que pidieron este honor para su patria.

La villa de Madrid usa por esto los dictados de imperial y coronada, de muy noble, muy leal, concedido por el rey don Enrique IV en 1455, y además el de muy heroica añadido últimamente por S. M. reinante en 4 de mayo de 1814.

Los señores reyes concedieron además a Madrid en todos tiempos grandes privilegios, como voz y voto en cortes, no poder ser enajenada de la corona real, exención de ciertos pechos, concesión de mercados francos y de dos ferias anuales por san Mateo y san Miguel, que se han reunido después en una, exención de milicia, entrada a los besamanos después de los Consejos, y otros varios. Es libre de pechos por haberlos comprado don Gutierre de Vargas Carbajal, obispo de Plasencia, al emperador Carlos V para dar libertad a su patria.

En el archivo de Madrid, además de todos estos privilegios, se encuentra el códice original u ordenanzas que en 1202 dio a esta villa don Alonso el de las Navas para el mejor orden y gobierno de ella. Está escrito en pergamino y en latín arromanzado, y es un documento muy apreciable para conocer la importancia que ya en aquella época merecía la población de Madrid.

  —29→  

Tiene la villa por patronos a Nuestra Señora de Atocha y a la de la Almudena, a san Isidro Labrador y a san Miguel.




Hombres célebres nacidos en Madrid

Son tantos los varones ilustres que ha producido Madrid, que sería difícil y aun imposible enumerarlos, por lo cual nos limitaremos a nombrar algunos de los más principales. Tales son los Santos Isidro Labrador34, san Dámaso Papa, Beata Mariana de Jesús y otros varios. Los reyes Felipe III, Luis I, Fernando VI y Carlos III, y un sin número de infantes, entre los que merecen más atención doña Juana hija de Enrique IV, conocida por la Beltraneja, doña Juana de Austria, hija del emperador Carlos V y madre del rey don Sebastián, doña María Teresa de Austria hija del rey don Felipe IV, don Juan de Austria hijo natural del mismo, y otros muchos; los prelados don Gutierre de   —30→   Vargas Carbajal, obispo de Plasencia, don Antonio Zapata de Cisneros, arzobispo de Burgos, cardenal de la Santa Iglesia romana, y virrey35 de Nápoles; los capitanes Francisco Ramírez, general de artillería pie los reyes católicos36, don Diego de Mesía y Guzmán, primer marqués de Leganés, capitán general de España, del Estado de Milán y del ejército de Flandes, don Rodrigo Zapata de León, capitán y   —31→   bandera de la Sangre37, don Gaspar Téllez de Girón, duque de Osuna, gobernador del Estado de Milán; los célebres jurisconsultos Francisco Vargas y Mejía, embajador de Carlos V en el concilio de Tiento, don Juan Chumacero y Carrillo, presidente de Castilla, Antonio Pérez, ministro de Felipe II, autor de varias obras38, y los escritores Gonzalo   —32→   Fernández de Oviedo, cronista general de Indias; Gerónimo Quintana, autor de la historia de Madrid; don Alonso Ercilla; autor de la Araucana39, Fr. Lope Félix de Vega Carpio40, don Juan Pérez de   —33→   Montalbán, Fr. Gabriel Téllez, conocido por el nombre   —34→   de Tirso de Molina41, don Francisco Quevedo y Villegas42, don Pedro Calderón de la Barca43,   —35→   don Juan de Hoz, don Antonio Zamora, don José Cañizares y don Ramón de la Cruz, don   —36→   Nicolás44 y don Leandro Fernández de Moratín45; los geógrafos célebres don Tomás y don Juan López;   —37→   los pintores Francisco Rizzi, Juan Pantoja de la Cruz, Bartolomé Román; los arquitectos Juan Bautista de Toledo, Juan Gómez de Mora, y don Juan de Villanueva46; y otros infinitos varones insignes por su   —38→   virtud, grandeza o saber, y que dieron a su patria en todas épocas el mayor lustre y decoro, siendo el encanto de sus compatriotas y la admiración de los extraños.





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