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ArribaAbajoCapítulo XI

Teatros y diversiones públicas. Jardines. Paseos


No consta a punto fijo cuando tuvo principio la representación de comedias en Madrid; pero sí que las había ya en los primeros años después del establecimiento de la corte en esta villa, y en ellos fue sin duda cuando brilló el famoso comediante y poeta Lope de Rueda, que, según Antonio Pérez, era el embeleso de la corte de Felipe II, y de quien Cervantes dice que le había visto representar siendo muchacho. Por los años de 1568 consta ya que había en esta corte compañías de comediantes, que entendiéndose con la cofradía de la Pasión (que tenía este privilegio), le arrendaban un sitio en la calle del Sol, y otros dos en la del Príncipe, en los cuales representaban pagando un tanto a aquella cofradía. También consta que en 1574 se introdujo la cofradía de la Soledad a solicitar el mismo privilegio de señalar sitio para los comediantes, sobre lo cual se siguió un reñido pleito entre ambas cofradías, que terminó conviniéndose en repartir el usufructo. En su consecuencia se reformó y alquiló en dicho año el corral de la Pacheca (uno de los de la calle del Príncipe) a un comediante italiano llamado Ganasa,   —293→   contratando con él que se había de cubrir dicho corral que estaba descubierto, como así se verificó, aunque el patio siempre quedó sin techo, y sólo tendían sobre él un toldo para librarse del sol, pues entonces las representaciones eran de día. Otro corral alquilaron también las cofradías en la calle del Lobo, habilitándole para la representación de comedias, hasta que por último fabricaron sus dos teatros propios, el uno en la calle de la Cruz, que fue el primero, y el otro en la calle del Príncipe, aquel en el año 1579, y éste en 1582, cesando entonces el de la calle del Lobo.

Tal es el origen de los teatros de Madrid; y creciendo sucesivamente 100 sus productos hasta un punto tal que ya se arrendaban en 115.400 ducados por cuatro años desde 1629 a 1633, fueron cargados con pensiones en beneficio de varios hospitales y establecimientos de beneficencia, hasta que en 1638 se encargó de ellos la villa de Madrid, quien pagaba una indemnización correspondiente a los hospitales. Desde entonces se suscitaron en diversos tiempos muchas prohibiciones contra las comedias, y aunque con mayor o menor trabajo, siempre triunfaron éstas, valiendo para ello mucho el piadoso fin en que se invertía su producto. Pero en el reinado de Felipe IV llegaron a su mayor boga por la inclinación particular del Rey, y no solamente se representaban en los ya citados corrales, sino en las salas mismas de Palacio, y en el nuevo suntuoso teatro del palacio del Buen-Retiro, resonando en todos ellos las producciones innumerables de Lope de Vega, Calderón, Tirso de Molina, Moreto, Solís, Rojas, y otros infinitos que suministraban a la decidida afición del público   —294→   un alimento inagotable. Pasó esta época; vino otra de privación, y apenas los últimos acentos de Cañizares, Candamo y Zamora lograron sostener el renombre de nuestro teatro en medio de aquel universal silencio. La Talía española (dice Jovellanos) había pasado los Pirineos para inspirar al gran Molière; y en tanto, ni el triste reinado de Carlos II, ni las agitaciones de la guerra de sucesión101 que siguieron después, eran a propósito para hacerla tornar a nuestra nación.

Contribuyó después a perpetuar su olvido la construcción del teatro de los Caños del Peral en principios del siglo pasado, y se ocuparon por una compañía de representantes italianos, y más que todo la afición que inspiró Fernando VI a las óperas de aquella nación, que se empezaron a ejecutar en este teatro y en el del Retiro. No eran ya las gracias sencillas del ingenio las que llamaban la gente a los teatros, sino el aparato de la escena, la magnificencia en los trajes y decoraciones, el brillante ruido de las más escogidas orquestas, las vistosas danzas, y todos los recursos en fin que emplea el arte para la seducción de los sentidos. Los más célebres artistas venidos de Italia y otras naciones sorprendían con su habilidad. El teatro de los Caños, mucho más espacioso y noble que los antiguos, era un sitio digno de tan bellos espectáculos; pero donde sobresalían estos hasta un punto de magnificencia sorprendente, era en el del Retiro, colocado en medio de los extensos jardines, que a las veces, según lo pedía el drama, servían de decoración, pudiéndose ver maniobrar en ellos tropas de caballería, y haciendo la ilusión tan verdadera, que desaparecía   —295→   toda idea de ficción escénica. En tanto los dos corrales de la Cruz y del Príncipe, ocupados por los mosqueteros y gente de broma, ofrecían un campo indecoroso de batallas continuas de los partidarios aficionados. La medianía de los actores, lo mezquino de la escena, la ninguna propiedad en trajes y decoraciones, la poca comodidad de los concurrentes, y más que todo, lo soez y grosero de las piezas que por entonces sostenían la escena, bajo la influencia de los Comellas y Zabalas; todas estas causas reunidas produjeron en nuestro teatro el estado en que le pinta el célebre Moratín en La comedia nueva. Pero las medidas del gobierno, que empezaron a alejar las causas físicas de este desorden, arreglando la mejor disposición de los teatros; el buen gusto que se extendió con las bellas producciones de Moratín, Iriarte, Quintana, y otros varios; y finalmente, la aparición sobre la escena de dos genios verdaderamente sublimes, la Rita Luna e Isidoro Máiquez, fueron bastantes a hacer ganar al teatro el puesto que debía ocupar, y a llevarle entre nosotros al más alto grado de esplendor que nunca tuvo.

La guerra de los franceses, la destrucción de los dos hermosos teatros del Retiro y los Caños, y las circunstancias turbulentas y poco a propósito que desde principios de este siglo ocuparon a España, hicieron sentir su influencia en nuestra escena; y habiendo desaparecido los principales teatros, los primeros autores y los actores más distinguidos, ha vuelto a caer en una medianía triste, si bien no se resiente de aquella falta de decoro y propiedad que tuvo en el siglo pasado, pues, aunque lentamente, se   —296→   hacen sentir en ella los progresos del entendimiento, los adelantos de las artes, y el imperio en fin de la razón. Es de creer que con la protección del gobierno vuelva a revivir el amortecido teatro español, presentando muestras de energía; y en el ínterin que esto sucede, tiene que alimentarse con las producciones de los antiguos poetas, con algunas traducciones de otros teatros (por desgracia no siempre las más dignas ni las mejor trasladadas); y finalmente, con los encantadores sonidos de Rossini y demás genios de la armonía.

La afición a la música, que siempre tuvieron los españoles, la perfección con que se ejecutan las óperas, los grandes recursos desplegados por los célebres artistas italianos; y finalmente la moda, más poderosa que todos estos estímulos, han disminuido la afición a la comedia española en términos que apenas puede alternar con su poderosa rival. Sin embargo, lo hace en ambos teatros de la Cruz y del Príncipe, únicos que hoy cuenta Madrid y de que vamos a dar una idea.

Teatro de la Cruz. Este teatro se labró de nuevo a expensas de Madrid por el año de 1737 bajo las trazas y dirección del corruptor Ribera, que tantas pruebas dejó de su mal gusto. Este edificio es una de ellas, y ni su fachada irregular, ni su interior mal dispuesto con un pobre escenario, son a propósito para el objeto. En el año anterior se ha pintado y decorado, pero sus defectos capitales son imposibles de remediar no derribándole. Hasta su situación es ridícula, en una rinconada, cuyo acceso es por calles estrechas y mal dispuestas, lo que ocasiona gran incomodidad. En este teatro se ejecutan con   —297→   más frecuencia las comedias antiguas españolas, las óperas bufas y de poco aparato, y rara vez tragedias y dramas. Es capaz de 1318 personas, y su entrada llena produce 10.037 rs. y 22 mrs. Los precios son: palcos bajos 64 rs.; íd. principales 60; íd. segundos 48; íd. por asientos 10 rs. la delantera y 8 lo demás; lunetas principales 12 rs., ídem segundas 8 y 6 rs.; asientos de patio 4 rs.; sillones 11 y 10; galerías 8 y 6; tertulia delantera 8 rs. y 4 los demás asientos. Cazuela para mujeres 8, 6, 5 y 4 rs. y medio, todo con aumento de dos cuartos en billete para ciertos establecimientos de beneficencia; desde este año, los primeros días de ópera se cobra la tercera parte más en los palcos, lunetas, delanteras y sillones. Las mujeres están separadas de los hombres, y ocupan la mitad de la tertulia y la cazuela. Sólo están juntos ambos sexos en los palcos por asientos. Se representa todas las noches, variando la hora de principiar según las estaciones; y en invierno también hay otra representación en cada teatro los días de fiesta a las cuatro de la tarde.

Teatro del Príncipe. Fue reedificado a costa de la Villa en el año de 1745, pero habiéndose quemado, se volvió a reedificar en 1806 bajo los planes y dirección del arquitecto Villanueva, que sacó el partido posible del escaso terreno, e hizo un teatro decente, aunque pequeño, dándole un soportal y cinco entradas en una fachadita muy sencilla, y conservando para la escena un local proporcionado. Últimamente se le ha pintado y adornado con medallones en la bóveda, que contienen los retratos de los poetas célebres españoles, y una alegoría en el techo que representa a Apolo después de haber vencido   —298→   a la serpiente Pithon, en cuya elección, tanto de la fábula como de los retratos, no ha habido el mayor tino. En este teatro, como más regular, se representan más frecuentemente tragedias y óperas serias de gran aparato, para lo cual da lugar el escenario, siendo decoradas magníficamente, y vestidos los actores con toda propiedad y lujo, en lo cual se ha adelantado mucho de pocos años a esta parte, y principalmente desde que ambos teatros están a cargo de una empresa. Este teatro es capaz de 1236 personas, y está repartido lo mismo que el de la Cruz. Las representaciones son también diarias, y las horas y precios los mismos que en aquel, excepto que en este todos los sillones son a 10 reales, y todas las galerías a 6. La entrada llena es 9669 reales y 12 maravedises.

Teatro de Oriente. En la edición anterior del Manual se acompañó una estampa representando la planta de este teatro según el proyecto primitivo; pero habiendo sufrido éste diferentes modificaciones durante su construcción, que aún continúa, y no siendo fácil prever las que aún podrán tener lugar, no parece prudente presentar por ahora dicha planta ni dar grandes detalles respecto a aquella obra. Únicamente puede decirse que es grandiosa en su conjunto, y que su resultado ofrecerá a la capital un teatro comparable en extensión al de la grande ópera de París; y que no será olvidado en él nada de lo que constituye la comodidad y agrado en un edificio de esta especie, tanto para el servicio de la escena, cuanto para el desahogo y recreo del público espectador, siendo su proscenio de cien pies de fondo, y habiendo además grandes salones de   —299→   baile, de paseo, y de café, patios y demás. Las fachadas presentarán un aspecto noble e imponente, y se observa que el actual director de esta obra el profesor don Custodio Moreno tiende a darle más aire de elegancia, más frescura y relación con el objeto a que está destinado; y no dudamos de la ilustración de este hábil profesor que el resultado corresponderá a sus deseos, a pesar de los inconvenientes que deberá haber encontrado trabajando en obra empezada por otro.

Toros. Las corridas de toros son tan antiguas en España, que ya se habla de ellas en las leyes de Partida, y la afición a ellas ha sido siempre tal, que ha triunfado de las prohibiciones que en ocasiones le ha opuesto el gobierno y el grito aún más fuerte de la humanidad y de la razón. Verdad es que en el estado actual, reducida esta lucha a un oficio de gente arriesgada y grosera, sujetos a un arte en que están diestramente combinados los movimientos del valor, y disminuido en lo posible el peligro por todas las precauciones imaginables, ha perdido en parte el carácter de ferocidad que pudo tener, si bien conserva aún lo bastante para ser detestada. Pero lejos de ello se ve sostenerse la afición pública y reproducirse cuando se la cree más amortiguada.

Desde muy antiguo se celebraban estas corridas en Madrid, pero era sólo dos o tres veces al año con ocasión de alguna fiesta, y entonces se verificaban en la Plaza mayor, concurriendo a veces los Reyes. Luego hubo una plaza destinada a ellas junto a la casa del duque de Medinaceli, después otra hacia102 la plazuela de Antón Martín, otra al soto de Luzón, otra saliendo por la puerta de Alcalá más distante de la   —300→   que hay hoy; y últimamente ésta, que se labró de orden del Rey, para propio del hospital general, y se estrenó en 1749, habiendo sido después reformada en el actual reinado.

Es esta plaza de forma circular, y tiene unos 1100 pies de circunferencia, cabiendo en ella cómodamente unas 12.000 personas, repartidas en 110 balcones, otras tantas gradas cubiertas y bancos al descubierto, llamados tendidos. Hay en ella todos los departamentos necesarios con desahogo, y la suficiente seguridad. Se dan en esta plaza regularmente doce corridas de toros al año, desde los meses de marzo o abril a octubre, ya de un día entero por mañana y tarde, y ya por la tarde sólo: siempre por lo regular en lunes; y es un espectáculo original el que presenta tanta multitud de gentes de distintos trajes y costumbres, sus alegres dichos, los chillidos, los aplausos, silbidos, y la animación exagerada de tantos aficionados que pretenden dirigir desde seguro los movimientos de los lidiadores. Los extranjeros, así como las personas sensatas de nuestra nación han declamado y declaman contra las funciones de toros; pero unos y otros van a verlas, y se entretienen con aquel bullicio, aquella variedad, aquel movimiento que se nota el día de toros desde la puerta del Sol y calle de Alcalá, que conduce a la plaza. Los precios son: palco a la sombra 120 rs., al sol 100; íd. por asientos 14; grada cubierta a la sombra 14, al sol 8; tendido a la sombra 6, al sol 2. Las horas varían según las estaciones. En esta plaza suelen darse también funciones de novillos, y de habilidades de volatines y caballos, y entonces los precios varían.

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Otras diversiones. Además de estas diversiones fijas hay en Madrid otras accidentales o de temporada, particularmente en invierno, como son el teatro de la calle de la Sartén para la compañía de los Reales Sitios; el Teatro Pintoresco mecánico de la calle de la Luna; el de Fantasmagoría de la calle del Caballero de Gracia; el Circo Olímpico en la plaza del Rey, y otros objetos curiosos que suelen presentarse, sin que los que dirigen estas funciones tengan motivo de quejarse de la indiferencia de los madrideños103.




Jardines

Buen-Retiro. Felipe IV, a instancia de su ministro y privado el conde-duque de Olivares, compró todo el terreno que ocupa este real sitio, y labró el palacio, haciendo plantar al rededor extensos y frondosos jardines con objeto de hacer una residencia real digna de la corte y sin necesidad de salir de ella. Los sucesores104 de aquel monarca continuaron hermoseando este sitio hasta un punto indecible; llegando a ser no solamente célebre por sus jardines, sino también una población completa y numerosa, vivificada con la presencia de los monarcas que pasaban allí largas temporadas. Distinguiose en ello Fernando VI más que ningún otro, y el Retiro en su tiempo y en los dos reinados posteriores era un sitio delicioso. Grandes jardines, hermosos paseos, bosque frondoso, un palacio, otros muchos edificios, una linda iglesia, teatro, casa de fieras, observatorio, fábrica real de la china, donde se trabajaban exquisitas porcelanas y piedras duras o de mosaico, y una reunión en fin de objetos interesantes   —302→   daban a este real sitio una importancia suma; pero la invasión de los franceses, que vino a destruirlo todo, dio también en tierra con tantas bellezas, y convirtió este ameno sitio en una fortaleza para sujetar al pueblo de Madrid. Nuestro augusto Monarca a su regreso al trono no encontró allí más que ruinas y destrucción; pero su cuidado constante y la predilección que desde luego tuvo por este sitio, le han hecho renacer de sus cenizas, y adquirir un sin número de bellezas, en términos de no tener que envidiar a su antiguo estado.

Su figura es irregular; su extensión desde el Prado hasta la esquina de la montaña rusa es de unos 3800 pies; y desde dicha montaña hasta la tapia del olivar de Atocha como 4940 pies. Sus entradas principales son dos, una por la subida de san Gerónimo, y otra llamada de la Glorieta, inmediata a la puerta de Alcalá. Entrando por la primera se pasa por la espaciosa plaza llamada de Palacio o de la Pelota, la cual está rodeada de habitaciones, y ha sido reedificada en el presente año105. Al frente de la entrada se halla la iglesia de este real sitio construida modernamente y con sencillez, y después se pasa a los jardines o paseos, quedando a la   —303→   derecha el sitio del antiguo palacio; de este no se ha conservado más que el magnífico Casón o sala de bailes, en cuyas bóvedas, pintadas al fresco por Lucas Jordán, ostentó este célebre artista toda la riqueza de su imaginación, siendo muy dignas de atención para los inteligentes y aficionados. Dejando luego estas ruinas y subiendo por los paseos de en frente, se encuentra un bello estanque chinesco, luego el grande, que es un cuadrilongo de extensión de unos 960 pies de largo por 440 de ancho, y de bastante profundidad para poderse embarcar las personas reales, como lo hacen a veces en primorosas falúas que se conservara en el lindo embarcadero de forma chinesca, que se levanta en uno de los frentes del estanque. Al rededor de este es el paseo general, y apartándose a la derecha se extienden otros inmensos paseos, todos nuevos, que conducen al sitio en donde estaba la casa de la china, en cuyo lugar hay ahora otro estanque. Pero volviendo al principal, y por su espalda, se encuentra la casa de fieras, que es magnífica y construida hace tres años. Es un cuadrilongo muy extenso, y en dos de sus lados están las jaulas o cuartos de las fieras, que son leones, tigres, un elefante, diversas especies de osos, monos, y otros animales salvajes, y pueden verse con toda comodidad. Encima de las jaulas hay muchos cuartos para pájaros de distintas especies sumamente raros, todo con un desahogo, limpieza y claridad, que nada dejan que desear al curioso que va a ver en este recinto tan distintas castas de seres, y al sabio que va a observarlos para el adelanto de la ciencia.

Desde aquí empiezan siguiendo siempre sobre la   —304→   izquierda los jardines reservados para recreo de S. M., los cuales son sumamente extensos y preciosos, aunque modernos, llenos de multitud de objetos dignos de atención, y entre ellos merece citarse la famosa estatua ecuestre en bronce de Felipe IV, construida por mandado del duque de Toscana, y para regalar a aquel monarca. Fue ejecutada por el célebre escultor de Florencia Pedro Tacca con arreglo al dibujo que, de orden de aquel rey, le envió su primer pintor de cámara don Diego Velázquez. La actitud del caballo en situación de hacer una corbeta, y sosteniéndose sobre sus dos pies, ofrecía una inmensa dificultad, que parecía imposible de combinar con el enorme peso y volumen de la estatua, pero el escultor supo vencerla con asombro de los inteligentes, dando al caballo todo el brío de que es susceptible, y al ademán del rey la mayor majestad y nobleza, y no descuidando ninguno de los detalles. Esta magnífica estatua, que tiene pocas semejantes, es colosal, pesa 18.000 libras, y está estimada en 40.000 doblones. Ha tenido diversas colocaciones, y últimamente lo fue en el sitio que ocupa, que es elevado y a propósito. Llama igualmente la atención en estos bellos jardines el salón asiático, que, bajo una apariencia rústica, encierra todo el primor y la magnificencia oriental, mereciendo por sí sólo una prolija descripción; la montaña artificial, coronada por un gracioso templete o mirador, desde el cual se presenta la vista más completa de Madrid; la casa del pobre, en cuyos distintos pisos se ve el contraste de la condición más humilde con una imitación más perfecta en habitación, muebles, y hasta las personas, con el refinamiento   —305→   del lujo y la magnificencia que se despliega en el piso principal. La casa de aves, el interior del embarcadero, y otros varios departamentos y sitios de recreo, adornados con la suntuosidad propia de las reales personas a que están destinados, concluyendo los graciosos y prolongados jardines cerca de la puerta de la Glorieta, desde la cual hasta la de san Gerónimo hay otros jardines y huertas de igual hermosura. Para ver todo lo reservado de este real sitio hay que sacar una esquela del conserje, y es cosa de que no debe dispensarse ningún forastero.

Casino de la Reina nuestra señora. Inmediato a la puerta de Embajadores se halla la casa y jardín de recreo conocido por el casino de la Reina, a causa de haber sido regalado por la villa de Madrid a la señora reina difunta doña Isabel de Braganza, por cuya orden fue adornado y enriquecido hasta el punto de ser digno del monarca. El jardín es bastante extenso, en terreno desigual, lo que contribuye a hacer más variadas sus vistas, y en él hay frondosos paseos, cuadros de primorosas flores, un gracioso canal con un puentecito; una espaciosa estufa, varias estatuas en mármol y en bronce, una de estas representando a Felipe II, y muchas otras preciosidades; la puerta principal que da al campo es muy sencilla y elegante con cuatro columnas agrupadas de dos en dos, y en medio la verja de hierro. La casa es un cuadrado pequeño con una sencilla fachada. Sus habitaciones son todas muy reducidas, pero adornadas con papeles, colgaduras y muebles los más exquisitos y de buen gusto; la sala principal es bastante capaz, y su techo alegórico está pintado por don Vicente López, las demás son cada una de   —306→   ellas notable por diversas curiosidades, de que sería necesario hacer un inventario, pues todas merecen ser nombradas. Baste decir que en el adorno de esta casita se ha apurado el buen gusto de los artistas nacionales y extranjeros. Se enseña con esquela del conserje.

Jardín botánico. Fernando VI instituyó el jardín de plantas a fin de propagar el estudio de la Botánica, situándole en 1755 en la real quinta que está en el camino del Pardo, en cuyo sitio permaneció hasta que se trasladó de orden de Carlos III al sitio que hoy ocupa cerca de la puerta de Atocha, en el Prado. Su extensión es bastante considerable, de unas 30 fanegas poco más o menos, y en ella hay una gran parte destinada al cultivo de las diversas especies, clasificadas para la enseñanza según el sistema de Linneo; siendo inmenso el número de todas clases y climas que se encuentran en este hermoso jardín, y hallándose indicado el nombre de las plantas en muchas de ellas en una tarjeta que le contiene en latín y castellano. Además está embellecido con multitud de flores de adorno, un precioso emparrado en figura de arco, viña, huerta y bosquete, todo lo cual, además de establecimiento científico, le hace ser uno de los paseos más deliciosos de la capital; contribuye también con su hermosura a embellecer al Prado, del que le separa una magnífica verja de hierro con asientos de piedra, y en medio de ella una sencilla y elegante puerta con columnas, en la cual hay esta inscripción Carolus III P. P. P. Botanices instaurator, civium saluti et oblectamento. Anno MDCCLXXXI.

Otros jardines. Hay además de este otros jardines

Paseo del Prado

  —307→   particulares dignos de llamar la atención, pero siendo de uso privado de sus dueños, no hay que hablar de ellos, diciendo sólo que en el llamado del valenciano, sito en la calle del Saúco, se halla de venta en todas estaciones un copioso surtido de flores de todas especies y simientes para la siembra.




Paseos

El Prado. A la cabeza de todos los paseos de Madrid se coloca naturalmente el del Prado, célebre en los tiempos antiguos por las intrigas amorosas, los lances caballerescos y las tramas políticas a que daba lugar su inmediación a la corte casi permanente en el Retiro, y lo desigual, inculto e inmenso de su término. Pero todo mudó de aspecto bajo el reinado del gran Carlos III, quien, por la influencia del ilustrado conde de Aranda, supo arrostrar graves dificultades, y trasformar este sitio áspero y desagradable en uno de los primeros paseos de Europa. Hubo para ello que allanar el terreno, plantar una inmensa multitud de árboles, proveer a su riego y adornarle con primorosas fuentes, llegando a conseguirlo todo a despecho de los espíritus mal intencionados o incrédulos, que intentaron desacreditar tan bella idea. Entre las muchas trazas que se dieron para este paseo, fueron preferidas las del capitán de ingenieros don José Hermosilla, en las que sacó todo el partido posible de la irregularidad del terreno y de los límites que se le señalaron. El paseo comienza en el convento de Atocha, y pasando delante de la puerta de este nombre, vuelve a la derecha corriendo hasta la calle de Alcalá, que atraviesa, y se extiende después basta la puerta de Recoletos;   —308→   su extensión es de unos 9650 pies. Un gran paseo muy ancho, y otros a cada lado plantados de árboles altos y frondosos corren toda la extensión, el primero destinado a los coches, y los otros a la gente de a pie. En el medio del paseo y en la extensión desde la Carrera de san Gerónimo a la calle de Alcalá, se ensancha el sitio, formando un hermoso salón que tiene 1450 pies de largo por 200 de ancho. Todo el paseo, además de las vistas de sus lados, formadas por notables edificios, jardines y calles principales que desembocan en él, está adornado con bancos de piedra, y ocho bellas fuentes.

La primera, llamada de la Alcachofa, frente a la puerta de Atocha, es obra de don Alonso Vergaz. Su pensamiento consiste en un tritón y una nereida, agarrados de la columna sobre que está la taza y la alcachofa sostenida por unos niños, y todo ello es de buen gusto y bien trabajado. En la plazoleta llamada de las Cuatro fuentes, que se forma a la salida de la calle de las Huertas, hay otras tantas iguales compuestas de niños en diferentes actitudes que tienen estrechados unos delfines, haciéndoles arrojar el agua por la boca en forma de surtidor, cuyo pensamiento, bastante impropio, está perfectamente ejecutado y hace muy buen efecto. A la entrada del gran salón delante de la carrera de san Gerónimo está la fuente de Neptuno, con un gran pilón circular, en cuyos centros se mira la estatua de aquel dios en pie, sobre su carro de concha tirado de dos caballos marinos, con focas o delfines jugueteando delante, todo muy bien ejecutado, aunque por no haber dado más altura al pilón o rebajado más la base de toda la máquina, ha resultado que el carro, los caballos   —309→   y delfines ruedan y nadan, no en el agua como debieran, sino sobre peñas. Esta obra es de don Juan de Mena. Hacia el medio del salón está la grandiosa fuente de Apolo, sabiamente ideada, y combinado el derrame de las aguas de suerte de hacer armonía y consonancia, por irse derramando de una en otra taza: la fuente tiene dos caras en que se repite exactamente; y encima de ella se ven sentadas a los cuatro vientos otras tantas estatuas representando las Estaciones, ejecutadas perfectamente por don Manuel Álvarez. Corona toda la fuente una estatua de Apolo, obra de don Alfonso Vergaz. He aquí la inscripción que debió ponerse en esta fuente, cuyo original existe en el Ayuntamiento, y para la cual se hicieron las letras de bronce. D. O. M. REGNANTE CAROLO III HISPANIARUM INDIARUMQUE REGE CATHOLICO EX SENATUS CONSULTO AQUAS DUCI FONTIBUSQUE IMMITIT AD SALUBRITATEM CURSUS PUBLICI ARBORESQUE IRRIGANDAS. S. P. Q. MADRIDENSIS... PECUNIA CONLATA CURAVIT D. D. 1780... BONAVENTURA RODRIGUEZ ARCHITECTUS URBIS OPUS MODERABATUR. Finalmente, a la entrada del salón por la calle de Alcalá se halla la magnífica fuente de Cibeles. Esta está sentada en un elevado carro tirado de dos leones, perfectamente ejecutado, y con saltos de agua muy graciosos que vienen a caer en un extenso pilón circular con un soberbio golpe de vista. La diosa es de lo último que ejecutó don Francisco Gutiérrez, y los leones son de don Roberto Michel. Todas estas fuentes, aunque ejecutadas por los ya dichos profesores, fueron trazadas y diseñadas por don Ventura Rodríguez, quien presentó al mismo tiempo un diseño muy estudiado de un peristilo o pórtico para construir   —310→   delante de las caballerizas del Retiro, que dan frente a la fuente de Apolo, lo cual hubiera ocultado el mal aspecto de aquel terreno, proporcionando la ventaja de poderse guarecer tres mil personas en ocasión de lluvia repentina, y pudiendo además contener cafés y botillerías, con un gran terrado encima para colocarse las músicas los días que SS. MM. bajasen al paseo, cuya feliz pensamiento hubiera acabado de hacerle el primero de Europa.

La concurrencia al Prado es general, y casi permanente, y en sus diversos paseos se reúnen gentes de todas especies y gustos. Los verdaderos paseantes por comodidad, que gustan de andar despacio y sin tropel, pararse a hablar con sus amigos, tomar un polvo y recordar sus juventudes, prefieren el paseo desde el convento a la puerta de Atocha. Los provincianos y extranjeros gustan del lado del botánico, donde la vista y fragancia de este jardín de un lado, y del otro el continuo paso de coche y caballos los entretiene agradablemente. Hay quien se dirige con preferencia al paseo de san Fermín, desde la Carrera de san Gerónimo a la calle de Alcalá, y muchos que hallan su recreo en el trozo llamado paseo de Recoletos; pero la juventud elegante, y a cierta hora toda la concurrencia en general, viene a refluir al hermoso salón, situado en el centro del paseo. Allí es donde reinan las intrigas amorosas, donde la confusión, el continuo roce, las no interrumpidas cortesías, la variedad de trajes y figuras, el ruido de los coches y caballos, el polvo, los muchachos que venden agua y candela, y una vida en fin desconocida en los demás paseos de la Corte, producen una confusión extraordinaria, que al principio   —311→   molesta a los forasteros, y concluyen por aficionarse a ella. Es singular en especial el espectáculo de este paseo en una de las hermosas mañanas de invierno, en que luce todo su brillo el despejado cielo de Madrid. Vese en él de doce a tres del día la concurrencia más brillante, las gracias más seductoras, los adornos de más lujo, una multitud de coches y caballos, y en fin todo lo que puede ofrecer de elegante una capital. Igualmente es notable en las noches de verano, en que, sentadas las gentes bajo sus espesos árboles, forman tertulias alegres, respirando un ambiente agradable, después de días extremadamente calurosos. Finalmente, el Prado en todas ocasiones es el desahogo principal de Madrid.

Paseo de las Delicias. Este paseo se extiende desde la salida de la puerta de Atocha, bajando en dirección al canal, en dos divisiones de a tres calles cada una, destinándose las de en medio a los coches, y apartándose progresivamente los paseos hasta concluir cada uno a la entrada de uno de los puentes del canal. Este paseo, aunque sin más ornato que los árboles, es muy concurrido por aquellas personas que van a pasear por conveniencia y recreo corporal, animando a continuar en él su declive suave, las grandes plazas que de trecho en trecho le cortan, y más que todo, el deseo de encontrarse a su conclusión en las hermosas orillas del canal.

La Florida. Este hermoso paseo plantado a la orilla del Manzanares, y que corre desde la puerta de san Vicente; hasta la ermita de san Antonio, y aún se prolonga hasta la puerta de hierro, fue muy concurrido en los reinados de Carlos III su fundador y de Carlos IV; pero ha dejado de serlo a causa   —312→   de la distancia de la parte más poblada de la villa quedando sólo frecuentado en el día de lavanderas y demás que se dirigen al río.

Paseo de la Virgen del Puerto. Otro paseo hay a la orilla del río por la parte baja, que, comenzando en el puente de Segovia, va hasta cerca de la puerta de san Vicente. Este agradable paseo es notable por su frondosidad y alegría de las gentes que concurren a él, particularmente en los días festivos, a celebrar sus danzas y meriendas.

Otros paseos. Hay además de los dichos otros varios paseos que circundan a Madrid, los cuales por su mayor parte son abiertos y plantados en estos últimos años. El que va desde la puerta de Atocha a la de Toledo, conocido con el nombre de la Ronda, se enlaza allí con el que continúa desde dicha puerta a la de Segovia; después siguen los ya dichos de la Virgen del Puerto y la Florida hasta la ermita de san Antonio, en cuya inmediación empieza la cuesta llamada de Harineros y el nuevo arbolado plantado en ella, que va hasta el portillo de san Bernardino; continúa luego por la puerta de Fuencarral, la de san Fernando y santa Bárbara, y viene a terminar en la de Recoletos, cuyos nuevos paseos abiertos y plantados últimamente acreditan el celo del actual señor corregidor de Madrid don Domingo María Barrafón y del excelentísimo Ayuntamiento, a cuyos desvelos debe la capital este nuevo desahogo que tanta falta hacía por la parte del Norte.

Finalmente, con el objeto de decorar la entrada de Madrid por el puente de Toledo, se ha proyectado un nuevo paseo y glorieta en estos términos: A la cabecera de aquel se forma una gran plazuela   —313→   semicircular de 300 pies de radio, desde cuyo contorno parten los caminos real que dirige a la puerta de Toledo y los adyacentes que lo hacen a las de Segovia y Atocha. A derecha e izquierda de la referida plazuela parten otros dos caminos de 30 pies de latitud contiguos a la calzada del puente, los que conducen al río Manzanares y al canal de este nombre. En dicha glorieta habrá dos sencillas fuentes, contrapuestas a dos obeliscos (cuya alegoría aún no está decidida) pero ambos proyectos corresponden a los centros de los caminos reales. Tanto en la embocadura del camino real, como en todo el contorno de la curva se forman ocho plazuelas también semicirculares, cuyo objeto es la colocación de otras tantas estatuas que, con fundados motivos se esperan obtener de la real munificencia de S. M., de las que se conservan en las bóvedas del palacio. De igual modo en la longitud del camino real se disponen a uno y otro lado plazuelas semejantes equidistantes 80 pies, y que en sus centros llevarán también estatuas. Todos estos caminos, del mismo modo que las glorietas se hallan lindados por dos hileras de árboles, que forman los paseos laterales. Tal es el magnífico proyecto que el celo e ilustración del señor Corregidor ha promovido con el doble objeto del embellecimiento de la capital y de proporcionar trabajo durante el invierno a multitud de jornaleros.