Libro undécimo
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Muerte de Orfeo
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Mientras con un
canto tal los bosques y los ánimos de las fieras, |
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de Tracia el vate, y las rocas
siguiéndole, lleva, |
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he aquí que las nueras de
los cícones, cubiertas en su vesanos |
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pechos de vellones ferinos, desde
la cima de un promontorio divisan |
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a Orfeo, a los percutidos nervios
acompasando sus canciones. |
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De las cuales una, agitando su pelo
por las auras leves: |
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«Ay», dice, «ay,
éste es el despreciador nuestro», y su lanza |
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envió del vate hijo de Apolo
contra la boca, |
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la cual, de hojas cosida, una
señal sin herida hizo. |
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El segundo disparo una piedra es,
la cual enviada, en el mismo |
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aire por el concento vencida de su
voz y su lira fue, |
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y como suplicante por unas
osadías tan furiosas, |
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ante sus pies quedó tendida.
Pero temerarias crecen |
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esas guerras y la mesura falta e
insana reina la Erinis, |
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y todos los disparos hubieran sido
por el canto enternecidos, pero el ingente |
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clamor, y de quebrado cuerno la
berecintia flauta, |
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y los tímpanos, y los
aplausos, y los báquicos aullidos |
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ahogaron la cítara con su
sonar: entonces finalmente las piedras |
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enrojecieron del no oído
vate con su sangre |
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y primero, atónitos
todavía por la voz del cantor, |
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a los innumerables pájaros y
serpientes y el tropel de fieras, |
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las Ménades a título
del triunfo de Orfeo destrozaron. |
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Después ensangrentadas
vuelven contra Orfeo sus diestras |
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y allí se unen como las
aves, cuando acaso durante la luz vagando, |
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al ave de la noche divisan, y,
edificado para ambas cosas ese teatro, |
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como el ciervo que en la arena
matutina ha de morir |
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presa de los perros, y al vate
buscan, y verdes de fronda |
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le tiran sus tirsos, no para este
cumplido hechos. |
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Éstas terrones,
aquéllas sus ramas de un árbol desgajadas, |
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parte blanden pedernales; y para
que no falten armas a su delirio |
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era el caso que unos bueyes con su
reja hundida levantaban la tierra, |
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y no lejos de ahí, con su
mucho sudor deparando el fruto, |
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sus duros campos, musculosos,
perforaban los paisanos, |
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los cuales, al ver ese tropel huyen
y de su labor abandonan |
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las armas, y por los campos
vacíos yacen dispersos |
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los escardillos, los rastros
pesados y los largos azadones. |
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Los cuales, después que los
arrebataron aquellas fieras y amenazadores con su cuerno |
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despedazaron a los bueyes, del vate
a los hados de nuevo corren, |
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y tendiéndoles él sus
manos y en ese momento por primera vez |
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vanas cosas diciéndoles y
para nada con su voz conmoviéndolas, |
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esas sacrílegas le dan
muerte, y a través de la boca -por Júpiter-
aquella, |
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oída por las rocas,
entendida por los sentidos |
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de las fieras, a los vientos
exhalada, su ánima se aleja. |
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A ti las afligidas aves, Orfeo, a
ti la multitud de las fieras, |
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a ti los rígidos pedernales,
que tus canciones muchas veces habían seguido, |
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a ti te lloraron los bosques.
Depuestas por ti sus frondas el árbol, |
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tonsurado de cabellos, luto
lució. De lágrimas también los caudales
suyas |
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dicen que crecieron, y forzados sus
tules al negro |
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las naides y las dríades, y
sueltos su cabellos tuvieron. |
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Sus miembros yacen distantes de
lugar. Su cabeza, Hebro, y su lira |
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tú acoges y, milagro,
mientras baja por mitad de tu corriente |
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un algo lúgubre lamenta su
lira, lúgubre su lengua |
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murmura exánime, responden
lúgubre un algo las riberas. |
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Y ya ellas al mar llevadas su
caudal paisano dejan, |
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y de la metimnea Lesbos alcanzan el
litoral. |
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Aquí una fiera serpiente ese
busto expuesto en las peregrinas |
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arenas ataca y, asperjados de
goteante rocío, sus cabellos. |
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Finalmente Febo le asiste y, cuando
sus mordiscos a inferirle se disponía, |
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la contiene y en piedra las
comisuras abiertas de la sierpe |
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congela y anchurosa, cual estaba,
endurece su comisura. |
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Su sombra alcanza las tierras, y
esos lugares que había visto antes, |
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todos reconoce, y buscando por los
sembrados de los piadosos |
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encuentra a Eurídice y entre
sus deseosos brazos la estrecha. |
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Aquí ya pasean, conjuntados
sus pasos, ambos, |
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ora a la que le precede él
sigue, ora va delante anticipado, |
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y a la Eurídide suya, ya en
seguro, se vuelve para mirarla Orfeo. |
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No impunemente,
aun así, el crimen este deja que quede Lieo, |
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y por el perdido vate de sus
sacrificios doliéndose, |
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al punto en los bosques a las
madres Edónides todas, |
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las que vieron esa
abominación, con una retorcida raíz las
ató. |
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Así que de los pies a los
dedos su camino -el que entonces había cada una
seguido- |
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alarga y en la sólida tierra
sus puntas precipita, |
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e igual que cuando con los lazos,
los que astuto escondió el pajarero, |
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su pata ha enredado el
pájaro y la siente retenida, |
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golpes de duelo se da y
agitándose se aprieta las ataduras con su movimiento, |
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así, cuando cada una de
ellas al suelo fijada queda prendida, |
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consternada, la fuga en vano
intenta, mas a ella |
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dúctil la retiene una
raíz y su exaltación doblega, |
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y mientras dónde
estén sus dedos, mientras su pie dónde se pregunta y
uñas, |
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contempla que por sus tersas
pantorrillas un leño le sube |
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e intentando su muslo golpear en
duelo con su afligida diestra, |
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su madera golpeó, de su
pecho también madera se hace, |
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madera son sus hombros, y nudosos
sus brazos verdaderas |
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ramas creerías que eran, y
no te engañarías creyéndolo. |
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Midas (I)
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Y no bastante
esto para Baco es. Esos mismos campos también abandona |
85 |
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y con un coro mejor los
viñedos de su Timolo |
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y el Pactolo busca, aunque no de
oro en aquel |
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tiempo, ni por sus caras arenas
envidiado era. |
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A él su acostumbrada
cohorte, sátiros y bacantes le frecuentan, |
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mas Sileno falta. Tambaleante de
años y de vino |
90 |
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unos aldeanos lo cautivaron,
frigios, y atado con guirnaldas |
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al rey lo condujeron, Midas, a
quien el tracio Orfeo |
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en sus orgias había
iniciado, junto con el cecropio Eumolpo. |
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El cual, cuanto hubo reconocido a
su aliado y camarada de sacrificios, |
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de tal huésped por la
llegada una fiesta generosamente dio |
95 |
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durante una decena de días,
y a ellos unidas por su orden sus noches. |
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Y ya de las estrellas el sublime
tropel careaba |
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el Lucero undécimo, cuando a
los lidios campos alegre |
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el rey llega, y su joven ahijado le
devuelve a Sileno. |
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A éste el dios le dio el
grato pero inútil arbitrio |
100 |
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de pedir un presente, contento de
haber recuperado a su ayo. |
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Él, que mal había de
usar de estos dones: «Haz que cuanto |
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con mi cuerpo toque se convierta en
bermejo oro». |
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Asiente a sus deseos y de esos
presentes, que para daño de él serían, se
libera |
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Líber, y hondo se
dolió de que no hubiera pretendido mejores cosas. |
105 |
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Contento se marcha y se goza de su
mal de Berecinto el héroe, |
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y de lo prometido la fe, tocando
cada cosa, prueba, |
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y apenas a sí mismo
creyendo, no con alta fronda ella verdeante, |
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de una encina arrancó una
vara: vara de oro se hizo. |
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Recoge del suelo una roca: la roca
también palideció de oro. |
110 |
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Toca también un
terrón: con su contacto poderoso el terrón |
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masa se torna. De Ceres desgaja
unas áridas aristas: |
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áurea la mies era. Arrancado
sostiene de un árbol su fruto: |
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las Hespérides haberlo
donado creyeras. Si a los batientes altos |
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acercó los dedos, los
batientes irradiar parecen. |
115 |
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Él, además, cuando
sus palmas había lavado en las líquidas ondas, |
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la onda fluente en sus palmas a
Dánae burlar podría. |
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Apenas las esperanzas suyas
él en su ánimo abarca, de oro al fingirlo |
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todo. Al que de tal se gozaba las
mesas le pusieron sus sirvientes |
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guarnecidas de festines y no de
tostado grano faltas. |
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Entonces en verdad, ya si él
con la diestra las ofrendas |
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de Ceres había tocado, de
Ceres los dones rígidos quedaban, |
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ya si los festines con ávido
diente a desgarrar se aprestaba, |
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una lámina rubia a esos
festines, acercádoles el diente, ceñía. |
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Había mezclado con puras
ondas al autor de ese obsequio: |
125 |
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fúsil por sus comisuras el
oro fluir vieras. |
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Atónito por la novedad de
ese mal, y rico y mísero, |
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escapar desea de esas riquezas, y
lo que ahora poco había pedido, odia. |
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Abundancia ninguna su hambre
alivia. De sed árida su garganta |
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arde y como ha merecido le tortura
el oro malquerido, |
130 |
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y al cielo sus manos y sus
espléndidos brazos levantando: |
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«Dame tu venia, padre Leneo:
hemos pecado», dice, |
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«pero conmisérate, te
lo suplico, y arrebátame este especioso daño. |
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Tierno el numen de los dioses. Baco
al que haber pecado confesaba |
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restituyó y libera a los
obsequios por él dados del cumplimiento de lo pactado, |
135 |
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y: «Para que no permanezcas
embadurnado de tu mal deseado oro, |
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ve», dice, «al vecino
caudal de la gran Sardes, |
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y por su cima subiendo, contrario
al bajar de sus olas, |
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coge el camino, hasta que llegues
del río a sus nacimientos |
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y en su espumador manantial, por
donde más abundante sale, |
140 |
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hunde tu cabeza, y tu cuerpo a la
vez, a la vez tu culpa lava». |
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El rey sube al agua ordenada: su
fuerza áurea tiñó la corriente |
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y de su humano cuerpo pasó
al caudal. |
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Ahora también, ya percibida
la simiente de su vieja vena, |
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sus campos rigurosos son de tal
oro, de él palidecientes sus húmedos terrones. |
145 |
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Midas (II): Febo y Pan
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Él,
aborreciendo las riquezas, los bosques y los campos honraba, |
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y a Pan, que habita siempre en las
cuevas montanas, |
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pero zafio permaneció su
ingenio, y de dañarle como antes |
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de nuevo habían a su
dueño los interiores de su estúpida mente. |
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Pues los mares oteando ampliamente
se yergue, arduo en su alto |
150 |
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ascenso, el Tmolo, y por sus
pendientes ambas extendiéndose, |
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en Sardes por aquí, por
allí en la pequeña Hipepa termina. |
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Pan allí, mientras tiernas a
las nifas lanza sus silbos |
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y leve modula, en su encerada
caña, su canción, |
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osando despreciar ante sí de
Apolo sus cantos, |
155 |
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bajo el Tmolo, éste de juez,
a un certamen acude disparejo. |
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En su propio monte el anciano juez
se sentó, y sus oídos |
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libera de árboles: de encina
su melena azul sólo |
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ciñe, y penden, alrededor de
sus cóncavas sienes, bellotas. |
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Y éste, al dios del ganado
contemplando: «En el juez», |
160 |
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|
dijo, «ninguna demora
hay». Por dentro sus cálamos agrestes hace sonar
él |
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y con su bárbara
canción a Midas -pues era el caso que acompañaba
él |
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al cantor- cautiva. Después
de él sagrado el Tmolo volvió su rostro |
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hacia el rostro de Febo: a su
semblante siguió su bosque. |
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Él, en su cabeza flava de
laurel del Parnaso ceñido, |
165 |
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barre la tierra con su capa
saturada de tirio múrice y, |
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guarnecida su lira de gemas y
diente indios, |
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|
la sostiene por la izquierda,
sujeta la mano segunda el plectro. |
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De un artista su porte mismo era.
Entonces los hilos con docto |
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pulgar inquieta, por cuya dulzura
cautivado, |
170 |
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a Pan ordena el Tmolo a esa
cítara someter sus cañas. |
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El juicio y la sentencia del santo
monte place |
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a todos; se la rebate aun
así e injusta se la llama |
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en el discurso de Midas solo. Y el
Delio sus oídos |
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sandios no soporta que retengan su
figura humana, |
175 |
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sino que las alarga en su espacio y
de vellos blanquecientes las colma, |
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y no estables por debajo las hace y
les otorga el poder moverse: |
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lo restante es de humano. En una
parte se le condena |
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y se viste las orejas del que lento
avanza, el burrito. |
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Él
ciertamente esconderlo desea, y con vergonzoso pudor |
180 |
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sus sienes con purpurinas tiaras
intenta consolar. |
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Pero, el que solía sus
largos cabellos cortar a hierro |
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había visto esto, su
sirviente, el cual, como tampoco a traicionar |
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el desdoro visto se atreviera,
deseando sacarlo a las auras, |
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y tampoco pudiera callarlo aun
así, se aleja y la tierra |
185 |
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perfora y de su dueños
cuáles haya contemplado las orejas |
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con voz refiere baja y a la tierra
dentro lo murmura, vaciada, |
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y la delación de su voz con
tierra restituida |
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sepulta y de esos hoyos tapados
tácito se aparta. |
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Espeso de cañas
trémulas allí a levantarse un bosque |
190 |
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comenzó y, tan pronto
maduró al año pleno, |
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traicionó a su agricultor,
pues movido por el austro lene |
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las sepultadas palabras refiere y
del señor arguye las orejas. |
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Fundación y
destrucción de Troya; Laomedonte
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|
Vengado se
marcha del Tmolo y a través del fluido aire portado |
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antes del angosto mar de la
Nefeleide Heles |
195 |
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el Latoio se detiene, de Laomedonte
en los sembrados. |
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A derecha del Sigeo, del Reteo
profundo a izquierda, |
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una ara vieja hay consagrada al
Panonfeo Tonante. |
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|
Desde allí por primera vez
construir sus murallas de la nueva Troya |
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|
a Laomedonte ve, y que
crecían sus grandes empresas |
200 |
|
|
con difícil esfuerzo, y que
no riquezas pequeñas demandaba, |
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|
|
y junto con el portador del
tridente, del henchido profundo el padre, |
|
|
|
se viste de mortal figura y para el
tirano de Frigia |
|
|
|
edifica los muros, postulando por
tales murallas su oro. |
|
|
|
En pie estaba la obra: su precio el
rey deniega y añade, |
205 |
|
|
de su perfidia el cúmulo, el
perjurio a sus falsas palabras. |
|
|
|
«No impunemente lo
harás», el soberano del mar dice, y todas |
|
|
|
inclinó sus aguas a los
litorales de la avara Troya, |
|
|
|
y en forma de mar sus tierras
colmó y sus riquezas |
|
|
|
arrebató a los campesinos y
con sus oleajes sepultó los campos. |
210 |
|
|
Y ni la condena esa es suficiente.
Del rey también la hija para un monstruo |
|
|
|
ecuóreo es demandada, a la
cual, a las duras rocas atada, |
|
|
|
reclama el Alcida y los prometidos
obsequios demanda, |
|
|
|
los de los caballos acordados, y de
tan gran labor la merced negada, |
|
|
|
dos veces perjuras somete las
murallas, vencida, de Troya. |
215 |
|
|
Y, parte de su ejército,
Telamón, no sin honor se retiró, |
|
|
|
y a Hesíone, a él
dada, posee. Pues por su esposa divina Peleo |
|
|
|
brillante era, y no más
él soberbio del nombre |
|
|
|
de su abuelo que de su suegro,
puesto que de Júpiter ser nieto |
|
|
|
tocó no a uno solo, de
esposa una diosa tocó solo a éste. |
220 |
|
|
Peleo, Tetis y Aquiles
|
|
Pues el viejo
Proteo a Tetis: «Diosa», había dicho, «de
la onda: |
|
|
|
concibe. Madre serás de un
joven que en sus fuertes años |
|
|
|
los hechos de su padre
vencerá y mayor se le llamará que
él». |
|
|
|
Así pues, para que nada el
cosmos que Júpiter mayor tuviera, |
|
|
|
aunque no tibios en su pecho
había sentido unos fuegos, |
225 |
|
|
Júpiter de los matrimonios
de la marina Tetis huye |
|
|
|
y en sus votos al Eácida, su
nieto, que le sustituya |
|
|
|
ordena, y a los abrazos ir de la
virgen del mar. |
|
|
|
Hay una ensenada en Hemonia, en
curvados arcos falcada; |
|
|
|
sus brazos adelante corren, donde,
si fuera más alta la onda, |
230 |
|
|
un puerto era. En lo alto de la
arena metido se ha el mar; |
|
|
|
una playa tiene sólida, que
ni las huellas conserva |
|
|
|
ni retarda el camino ni cubierto
esté de alga. |
|
|
|
De mirto un bosque tiene, sembrado
de bicolores bayas. |
|
|
|
Hay una gruta en su mitad, por la
naturaleza hecha, o si por el arte, |
235 |
|
|
ambiguo; más por el arte,
aun así, adonde muchas veces venir, |
|
|
|
en un enfrenado delfín
sentada, Tetis, desnuda, solías. |
|
|
|
Allí a ti Peleo, cuando del
sueño vencida yacías, |
|
|
|
te asalta, y puesto que con
súplicas tentada lo rechazas, |
|
|
|
a la fuerza se apresta, enlazando
con ambos brazos tu cuello, |
240 |
|
|
que si no hubieras acudido
-variadas muchas veces tus figuras- |
|
|
|
a tus acostumbradas artes, de lo
que osó se hubiera apoderado. |
|
|
|
Pero ora tú pájaro
-de pájaro aun así él te sujetaba-, |
|
|
|
ahora un grave árbol eras:
prendido en el árbol Peleo estaba. |
|
|
|
Tercera forma fue la de una
maculada tigresa: de ella |
245 |
|
|
aterrado, el Eácida de tu
cuerpo sus brazos soltó. |
|
|
|
Después a los dioses del
piélago, derramando vino sobre las superficies, |
|
|
|
y de un ganado con las
entrañas, y con humo de incienso, adora, |
|
|
|
hasta que el carpacio vate, desde
la mitad del abismo: |
|
|
|
«Eácida», le
dijo, «de los tálamos pretendidos te
apoderarás. |
250 |
|
|
Tú, sólo, cuando
dormida descanse en la rigurosa cueva, |
|
|
|
ignorante, con cuerdas y cadena
tenaz átala. |
|
|
|
Y no te engañe ella
mintiendo cien figuras, |
|
|
|
sino apriétala, cualquier
cosa que ella sea, hasta que en lo que fue antes se
restituya». |
|
|
|
Había dicho esto Proteo, y
escondió en la superficie su rostro |
255 |
|
|
y admitió, sobre sus
palabras últimas, sus oleajes. |
|
|
|
Bajando estaba el Titán e
inclinado su timón |
|
|
|
ocupaba el vespertino mar, cuando
la bella, abandonado |
|
|
|
el ponto, la Nereida, entra en sus
acostumbrados lechos. |
|
|
|
No bien Peleo había invadido
sus virginales miembros, |
260 |
|
|
ella renueva sus figuras hasta que
su cuerpo sintió que era retenido |
|
|
|
y que hacia partes opuestas sus
brazos se tendían. |
|
|
|
Entonces finalmente gimió
hondo y: «No», dice, «sin una divinidad
vences», |
|
|
|
y exhibida quedó Tetis: a la
rendida se abraza el héroe |
|
|
|
y se apodera de sus deseos y la
llena, ingente, de Aquiles. |
265 |
|
|
Dedalión y
Quíone
|
|
Feliz de su
hijo, feliz también de su esposa Peleo, |
|
|
|
y a quien, si quitas las
incriminaciones del degollado Foco, |
|
|
|
todo había alcanzado. A
él, de la sangre de su hermano culpable |
|
|
|
y expulsado de la casa paterna, de
Traquis la tierra |
|
|
|
lo acogió. Aquí su
gobierno sin fuerza, sin muerte ejercía |
270 |
|
|
Ceix, del Lucero, su padre,
engendrado, y llevando el paterno |
|
|
|
brillo en su cara, el cual en aquel
tiempo afligido |
|
|
|
y desemejante de sí mismo, a
su hermano arrebatado lloraba. |
|
|
|
Adonde, después que el
Eácida fatigado por la angustia y el camino |
|
|
|
llegó, y entró con
poco cortejo en la ciudad, |
275 |
|
|
y que los que llevaba, sus
rebaños de ganado, los que consigo de reses |
|
|
|
no lejos de sus murallas bajo un
opaco valle hubo dejado, |
|
|
|
cuando la ocasión se le
ofreció primera de acercarse al tirano, |
|
|
|
ramos tendiéndole con mano
suplicante, sobre quién sea él |
|
|
|
y de quién hijo le apercibe,
sólo sus culpas esconde |
280 |
|
|
y miente de la huida la causa. Pide
que con ciudad o campo |
|
|
|
le ayude. A él por el
contrario el traquinio de su plácida boca |
|
|
|
con tales cosas le responde:
«Para la media plebe incluso nuestra |
|
|
|
benevolencia es manifiesta, Peleo,
y no inhospitalarios gobiernos tenemos. |
|
|
|
Añades a tal ánimo
razones poderosas: tu brillante |
285 |
|
|
nombre y de abuelo a
Júpiter. Tus tiempos no malogra suplicando. |
|
|
|
Lo que pides todo lo tendrás
y tuyo esto llama como parte suya, |
|
|
|
cuanto ves. Ojalá mejores
cosas vieras», |
|
|
|
y lloraba. Que moviera a tan
grandes dolores qué causa |
|
|
|
Peleo y sus acompañantes
preguntan, a los cuales él revela: |
290 |
|
|
«Quizás que ese
pájaro que del robo vive y a todas |
|
|
|
las aves aterra siempre alas ha
tenido creáis: |
|
|
|
un hombre fue y -tanta es del
ánimo la constancia- ya entonces |
|
|
|
agrio era y en la guerra feroz y a
la fuerza presto, |
|
|
|
por nombre Dedalión, de ese
padre engendrado |
295 |
|
|
que llama a la Aurora y del cielo
el más reciente sale. |
|
|
|
Honrada por mí la paz ha
sido, el de mantener esa paz -y el de mi matrimonio- |
|
|
|
mi cuidado ha sido. A mi hermano
las fieras guerras complacían: |
|
|
|
la virtud suya a reyes y a pueblos
sometió, |
|
|
|
la cual ahora, mutada, hostiga de
Tisbe a las palomas. |
300 |
|
|
Nacida le fue a él
Quíone, quien dotadísima de hermosura, |
|
|
|
mil pretendientes hubo,
núbil a sus catorce años. |
|
|
|
Por acaso, al regresar Febo y el
hijo de Maia, |
|
|
|
aquél de su Delfos,
éste de la cima de Cilene, |
|
|
|
la vieron a ella a la par, a la par
contrajeron por ella un ardor. |
305 |
|
|
La esperanza de su Venus difiere a
los tiempos de la noche Apolo. |
|
|
|
No soporta aquél las demoras
y con su vara, que mueve al sopor, |
|
|
|
de la doncella el rostro toca: a su
tacto cae ella poderoso, |
|
|
|
y la fuerza del dios padece. La
noche había asperjado el cielo de astros. |
|
|
|
Febo a una anciana simula y,
previamente a él robados, sus gozos toma. |
310 |
|
|
Cuando maduro completó sus
tiempos su vientre, |
|
|
|
de la estirpe del dios de los
alados pies un astuto vástago |
|
|
|
nace, Autólico, ingenioso
para hurto todo: |
|
|
|
blanco de lo negro, y de lo blanco
negro |
|
|
|
quien a hacer acostumbrara, no
desmerecedor de su paterno arte. |
315 |
|
|
Nace de Febo -pues dio a luz
gemelos- |
|
|
|
por su canción vocal y por
su cítara brillante Filamon. |
|
|
|
¿De qué haber parido
a dos, y dioses haber complacido a dos, |
|
|
|
y de un fuerte padre y del Tonante
por antepasado |
|
|
|
haber sido engendrada sirve?
¿Acaso no perjudica incluso su gloria a muchos? |
320 |
|
|
Le perjudicó a ella
ciertamente, la cual de anteponerse a Diana |
|
|
|
tuvo el valor y la belleza de la
diosa incriminó, mas en ella |
|
|
|
una ira movida fue y: «Con
nuestros hechos», dice, «le agradaremos», |
|
|
|
y sin demora curvó el cuerno
y desde le nervio una saeta |
|
|
|
impulsó y, de ello
merecedora, le atravesó con su caña la lengua. |
325 |
|
|
Su lengua calla, y ni su voz ni las
pretendidas palabras le obedecen, |
|
|
|
y al intentar hablar con su sangre
su vida la abandona. |
|
|
|
A la cual, desgraciado,
abrazándola yo, entonces de un padre el dolor |
|
|
|
en mi corazón sufrí,
y a mi hermano piadoso consuelos dije. |
|
|
|
Los cuales ese padre no de otra
forma que los arrecifes los murmullos del ponto |
330 |
|
|
recibe, y a su hija lamenta sin
cesar, arrebatada. |
|
|
|
Pero cuando arder la vio, cuatro
veces el impulso de él |
|
|
|
fue ir a la mitad de esos fuegos,
cuatro veces de ahí rechazado |
|
|
|
su excitado cuerpo a la huida
encomienda y, semejante al novillo |
|
|
|
que unos aguijones de abejorro en
su oprimida cerviz lleva, |
335 |
|
|
por donde camino ninguno hay se
lanza. Ya entonces a mí correr me pareció |
|
|
|
más que un hombre, y que
alas sus pies habían tomado creerías. |
|
|
|
Escapó, así pues, de
todos y veloz por su deseo de muerte |
|
|
|
de la cima del Parnaso se apodera.
Conmiserado Apolo, |
|
|
|
como Dedalión a sí
mismo se hubiera lanzado desde esa alta roca, |
340 |
|
|
lo hizo ave y súbitas con
unas alas al que caía sostiene, |
|
|
|
y una boca corva le dio, curvados
le dio por uñas unos ganchos, |
|
|
|
su virtud la antigua, mayores que
su cuerpo sus fuerzas, |
|
|
|
y ahora, el azor, para nadie lo
bastante bueno, contra todas |
|
|
|
las aves se ensaña y por
dolerse de otros se hace él causa de dolor». |
345 |
|
|
El ganado de Peleo
|
|
Mientras el hijo
del Lucero narra esos milagros acerca |
|
|
|
de su consorte hermano, apresurado
en una carrera asfixiada |
|
|
|
volando llega de la manada el
guardián, el foceo Anétor, |
|
|
|
y: «¡Peleo!
¡Peleo! Mensajero a ti llego de una gran |
|
|
|
calamidad», dice. Lo que
quiera que traiga le ordena revelar Peleo, |
350 |
|
|
aturdido también él
por el miedo de su temblorosa boca el traquinio. |
|
|
|
Él refiere: «A los
fatigados novillos hacia los litorales curvados |
|
|
|
había arreado, cuando el
Sol, altísimo en la mitad del cielo, |
|
|
|
tanto hacia atrás mirara
como restarle viera, |
|
|
|
y una parte de las reses en las
arenas rubias había inclinado sus rodillas, |
355 |
|
|
y de las anchas aguas, tumbada, las
llanuras contemplaba; |
|
|
|
parte con pasos tardos por
aquí deambulaba y por allá; |
|
|
|
nadan otros y con su excelso cuello
emergen sobre las superficies. |
|
|
|
Unos templos de ese mar cerca
están, ni de mármol brillante ni de oro, |
|
|
|
sino de vigas densas sombreados y
de bosque vetusto. |
360 |
|
|
Las Nereides y Nereo lo poseen:
ellos un marinero del ponto |
|
|
|
me reveló que eran sus
dioses, mientras sus redes en el litoral seca. |
|
|
|
Junta una laguna a él hay,
de densos sauces sitiada, |
|
|
|
a la que laguna hizo la ola del
remansado mar. |
|
|
|
Desde allí, estrepitoso con
su fragor grave, los lugares próximos aterra |
365 |
|
|
una bestia inmensa: un lobo de los
juncos laguneros sale, |
|
|
|
embadurnado de espumas y asperjado
de sangre en sus comisuras |
|
|
|
fulmínea, inyectados sus
ojos de una roja llama. |
|
|
|
El cual, aunque se ensaña a
la par por su rabia y su hambre, |
|
|
|
más acre es por su rabia, y
así pues, no a sus ayunos cuida de poner |
370 |
|
|
fin con la matanza de unos bueyes,
y a su siniestra hambre, sino toda |
|
|
|
la manada hiere y la tumba
hostilmente entera. |
|
|
|
Parte también de nosotros,
de su funesto mordisco herida, |
|
|
|
mientras nos defendemos, a la
muerte es entregada. De sangre el litoral |
|
|
|
y la ola primera rojece, y las
mugidas lagunas. |
375 |
|
|
Pero la demora dañosa es y
el caso dudar no permite. |
|
|
|
«Mientras resta alguna cosa,
todos unámonos, y nuestras armaduras, |
|
|
|
nuestras armaduras
empuñemos, y conjuntas nuestras armas llevemos», |
|
|
|
había dicho un
lugareño agreste: y no conmovían a Peleo sus
daños, |
|
|
|
sino que consciente de su pecado
colige que la Nereida, de su hijo huérfana, |
380 |
|
|
esos daños suyos como
ofrendas fúnebres a su extinguido Foco enviaba. |
|
|
|
Vestir sus armaduras a sus hombres
y tomar sus violentas armas |
|
|
|
el rey del Eta ordena, con las
cuales al mismo tiempo él se disponía |
|
|
|
a marchar, pero Alcíone, su
esposa, despierta por el tumulto |
|
|
|
a él se arroja y
todavía no acicalada de todo su cabello |
385 |
|
|
los divide a esos hombres y en el
cuello derramándose de su marido, |
|
|
|
que mande el auxilio sin él
mismo, con palabras le suplica |
|
|
|
y lágrimas, y dos vidas que
salve en una sola. |
|
|
|
El Eácida a ella: «Tus
bellos, reina, y piadosos |
|
|
|
miedos deja. Plena es la gracia de
tu propuesta. |
390 |
|
|
No me place a mí las armas
contra esos nuevos prodigios mover. |
|
|
|
Una divinidad del piélago ha
de ser implorada». Había, ardua, una torre. |
|
|
|
En lo supremo de la fortaleza una
hoguera, señal grata para las fatigadas quillas. |
|
|
|
Ascienden allí, y a los
toros en el litoral tumbados |
|
|
|
con gemidos contemplan, y
devastados, ensangrentada |
395 |
|
|
su boca a ese fiera, inficionados
de sangre sus largos vellos. |
|
|
|
Desde ahí, sus manos
tendiendo a los litorales del abierto ponto |
|
|
|
Peleo a la azul Psámate que
ponga fin a su ira |
|
|
|
ruega, y preste su ayuda. Y no a
las palabras ella, del que rogaba, |
|
|
|
del Eácida, se doblega.
Tetis, por su esposo suplicante, |
400 |
|
|
recibe esa venia. Pero, aun
revocado de su acre |
|
|
|
matanza, el lobo persevera, por la
dulzura de la sangre áspero, |
|
|
|
hasta que prendido de una lacerada
novilla en la cerviz, |
|
|
|
en mármol lo mutó. El
cuerpo y, salvo su color, |
|
|
|
todo lo conservó; de la
piedra el color delata que aquél |
405 |
|
|
ya no es lobo, que ya no debe
temerse. |
|
|
|
Y aun así en esa tierra al
prófugo Peleo establecerse |
|
|
|
los hados no consienten. A los
magnesios llega, vagabundo exiliado, y allí |
|
|
|
toma del hemonio Acasto las
purificaciones de sus asesinato. |
|
|
|
Ceix y Alcíone
|
|
Mientras tanto,
por los prodigios de su hermano |
410 |
|
|
y los que siguieron a su hermano
turbado en su pecho Ceix, |
|
|
|
para consultar unas sagradas -de
los hombres deleite- venturas, |
|
|
|
al dios de Claros se dispone a ir.
Pues sus templos délficos |
|
|
|
el sacrílego Forbas, con los
flegios, inaccesibles hacía. |
|
|
|
De su proyecto aun así
antes, fidelísima, a ti |
415 |
|
|
te cerciora, Alcíone. De la
cual, al instante, sus íntimos huesos |
|
|
|
un frío acogieron, y, al boj
muy semejante, a su cara |
|
|
|
una palidez acudió, y de
lágrimas sus mejillas se humedecieron profusas. |
|
|
|
Tres veces al intentar hablar, tres
veces de llanto su cara regó |
|
|
|
y entrecortando su sollozo sus
piadosos lamentos: |
420 |
|
|
«¿Qué culpa
mía», dijo, «amadísimo, tu mente |
|
|
|
ha mutado? ¿Dónde
está tu cuidado por mí cual antes ser
solía? |
|
|
|
¿Ya puedes tranquilo
ausentarte Alcíone dejada atrás? |
|
|
|
¿Ya un camino largo te
place? ¿Ya te soy más querida ausente? |
|
|
|
Mas, pienso yo, por las tierras tu
ruta es y solamente me doleré de ello, |
425 |
|
|
no tendré miedo
además, y mis cuidados de temor carecerán. |
|
|
|
Los mares me aterran y del ponto la
triste imagen, |
|
|
|
y laceradas hace poco unas tablas
en el litoral he visto |
|
|
|
y muchas veces en los sepulcros sin
su cuerpo leí unos nombres, |
|
|
|
y para que a tu ánimo una
falaz confianza no mueva |
430 |
|
|
porque suegro tuyo el
Hipótada es, quien en su cárcel contiene |
|
|
|
a los fuertes vientos y cuando
quiere las superficies aplaca, |
|
|
|
cuando una vez soltados se apoderan
de las superficies los vientos, |
|
|
|
nada a ellos vedado les es, y
desamparada la tierra |
|
|
|
toda y todo el estrecho es, del
cielo también a las nubes hostigan |
435 |
|
|
y su sacudida arranca con sus
fieras colisiones rutilantes fuegos. |
|
|
|
Mientras más los conozco
-pues los conozco y muchas veces en mi paterna |
|
|
|
casa de pequeña los vi-,
más por ello creo son de temer. |
|
|
|
Por lo que si la decisión
tuya doblegarse con súplicas ningunas, |
|
|
|
querido esposo, puede, y demasiado
cierto estás de marchar, |
440 |
|
|
a mí también
llévame a la vez. Ciertamente se nos sacudirá a
una, |
|
|
|
y no, sino de lo que padezco,
tendré miedo y a la par sufriremos |
|
|
|
cuanto haya de ser, a la par sobre
la superficie seremos llevados». |
|
|
|
Con tales razones de la
Eólide y con sus lágrimas |
|
|
|
se conmueve su sideral esposo: pues
no menor fuego en él mismo hay. |
445 |
|
|
Pero ni de los proyectados
recorridos del piélago desistir, |
|
|
|
ni quiere a Alcíone recibir
al partido del peligro, |
|
|
|
y muchas cosas responde en
consolación de su temeroso pecho. |
|
|
|
No, aun así, por tal
razón su causa hace buena. Añade a ellas |
|
|
|
este paliativo también, con
el que solo doblegó a su amante: |
450 |
|
|
«Larga ciertamente es para
nosotros toda demora, pero te juro |
|
|
|
por los fuegos de mi padre, si
sólo los hados a mí me devuelvan, |
|
|
|
que antes he de retornar de que la
luna dos veces colme su orbe». |
|
|
|
Cuando con estas promesas la
esperanza se le acercó de su regreso, |
|
|
|
en seguida, sacado de sus
astilleros el pino, que de mar |
455 |
|
|
se tiñera y que se le
acoplaran, ordena, sus armamentos. |
|
|
|
Visto el cual, de nuevo, como
presagiadora del futuro |
|
|
|
se estremeció Alcíone
y lágimas vertió brotadas, |
|
|
|
y en sus brazos le estrechó
y con triste, desgraciadísima, boca |
|
|
|
finalmente:
«Adiós», dijo y se colapsó todo su
cuerpo. |
460 |
|
|
Mas los jóvenes, mientras
buscaba demoras Ceix, retornan, |
|
|
|
en filas gemelas, hacia sus fuertes
pechos los remos |
|
|
|
y con igual golpeo hienden los
estrechos. Sostuvo ella |
|
|
|
húmedos sus ojos y apostado
en la popa recurva |
|
|
|
y agitando su mano para hacerle a
ella las primeras señales |
465 |
|
|
a su marido ve, y le devuelve esas
señas. Cuando la tierra se aleja |
|
|
|
más y sus ojos no pueden
reconocer su rostro, |
|
|
|
mientras puede persigue huyendo al
pino con la mirada. |
|
|
|
Él también, cuando no
podía por la distancia separado ser visto, |
|
|
|
sus velas aun así contempla,
en lo alto ondeantes del mástil. |
470 |
|
|
Cuando ni las velas ve,
vacío busca, ansiosa, su lecho, |
|
|
|
y en la cama se deja caer. Renueva
el lecho y la cama |
|
|
|
de Alcíone las
lágrimas y le recuerda qué parte está
ausente. |
|
|
|
De los puertos
habían salido, y había movido el aura las
maromas. |
|
|
|
Vuelve contra el costado los
suspendidos remos el marinero, |
475 |
|
|
y las perchas en lo alto de la
arboladura coloca y todos del mástil |
|
|
|
los linos cuelga y las auras en
viniendo recoge. |
|
|
|
O menos o ciertamente no más
allá de en su mitad la superficie |
|
|
|
por esa popa iba siendo cortada, y
lejos estaba una y la otra tierra, |
|
|
|
cuando el mar, a la noche, de
henchidos oleajes a blanquecer |
480 |
|
|
comenzó y vertiginoso a
soplar más vigorosamente el euro. |
|
|
|
«Arriad en seguida las arduas
perchas», el capitán grita, |
|
|
|
«y a las entenas toda la vela
arremangad». Él ordena. |
|
|
|
Estorban las contrarias ventiscas
sus órdenes |
|
|
|
y no consiente que se oiga voz
alguna el fragor del mar. |
485 |
|
|
Por sí mismos, aun
así, se apresuran unos a izar los remos, |
|
|
|
parte a reforzar el costado, parte
a negar a los vientos las velas. |
|
|
|
Saca éste los oleajes y el
mar revierte al mar, |
|
|
|
este arrebata las entenas. Lo cual,
mientras sin ley se hace, |
|
|
|
áspero crece el temporal y
de todas partes, feroces, |
490 |
|
|
sus guerras hacen los vientos y los
estrechos indignados mezclan. |
|
|
|
Él mismo está
espantado, y cuál sea su estado que ni él mismo |
|
|
|
sabe confiesa el capitán del
barco, ni qué ordene o qué prohíba, |
|
|
|
tan grande la mole de ese mal y
tanto más poderosa que su arte es, |
|
|
|
como que resuenan con sus gritos
los hombres, con su chirrido las maromas, |
495 |
|
|
con la colisión de las olas,
pesada, la ola, con los truenos el éter. |
|
|
|
Con sus oleadas se yergue y el
cielo igualar parece |
|
|
|
el ponto, y, reunidas por su
aspersión, tocar las nubes. |
|
|
|
Y ora, cuando desde lo profundo
revuelve rubias arenas, |
|
|
|
de igual color es a ellas; que la
estigia onda ora más negro, |
500 |
|
|
se postra algunas veces y de sus
espumas resonantes blanquece. |
|
|
|
La propia también popa de
Traquis se mueve con estas tornas |
|
|
|
y ahora sublime, como desde la cima
de un monte, |
|
|
|
contemplar abajo los valles y
profundo el Aqueronte parece: |
|
|
|
ahora, cuando abajada el recurvo
mar la cerca, |
505 |
|
|
contemplar arriba desde el infernal
abismo el supremo cielo. |
|
|
|
Muchas veces hace, por el oleaje en
su costado golpeada, un ingente fragor, |
|
|
|
y no más leve golpeada
resuena que cuando férreo en otro tiempo |
|
|
|
el ariete o la balista embiste las
laceradas ciudadelas, |
|
|
|
y como suelen tomando para el
ataque fuerzas marchar |
510 |
|
|
a pecho contra las armaduras y las
enhestadas armas fieros los leones, |
|
|
|
así, cuando se lanzaba la
ola al concurrir los vientos, |
|
|
|
iba contra los armamentos de la
nave y en mucho era más alta que ellos. |
|
|
|
Y ya resbalan las cuñas, y
despojada de su revestimento de cera |
|
|
|
una hendija aparece y presta camino
a las letales olas. |
515 |
|
|
He aquí que caen largas
-liberadas las nubes- lluvias, |
|
|
|
y contra el mar creerías que
todo desciende el cielo, |
|
|
|
y contra los golpes del cielo que
hinchado asciende el ponto. |
|
|
|
Las velas se mojan de las borrascas
y con las celestes olas |
|
|
|
las ecuóreas aguas se
mezclan. Carece de sus fuegos el éter |
520 |
|
|
y una ciega noche ceñida se
ve por las tinieblas del temporal y las suyas. |
|
|
|
Las hienden aun así a ellas
y les ofrecen rielantes su luz |
|
|
|
los rayos. Con esos fuegos de rayo
arden las olas. |
|
|
|
Hace también ya asalto
dentro de las huecas texturas de la quilla |
|
|
|
el oleaje, y como el soldado
más destacado que el número restante, |
525 |
|
|
cuando muchas veces intentó
asaltar las murallas de una ciudad que le rechaza, |
|
|
|
de su esperanza se apodera al fin
y, enardecido por el amor de la alabanza, |
|
|
|
entre mil hombres de ese muro aun
así se apodera él solo, |
|
|
|
así, cuando hubieron batido
nueve veces sus arduos costados los oleajes, |
|
|
|
más vastamente surgiendo se
precipita de la décima ola la embestida, |
530 |
|
|
y no antes se abstiene de asaltar a
la agotada quilla |
|
|
|
de que descienda como contra los
baluartes de una cautivada nave. |
|
|
|
Una parte, así pues,
intentaba todavía invadir el pino; |
|
|
|
parte del mar dentro estaba.
Tiemblan no menos todos |
|
|
|
de lo que suele una ciudad temblar
cuando unos su muro |
535 |
|
|
horadan por fuera, y cuando otros
la ocupan por dentro. |
|
|
|
Cesa el arte, los ánimos
caen, y tantas les parece, |
|
|
|
cuantas oleadas vienen, que se
precipitan e irrumpen las muertes. |
|
|
|
No sostiene éste las
lágrimas, suspendido está éste, llama
aquél felices |
|
|
|
a los que funerales aguardan,
éste con sus votos a una divinidad implora, |
540 |
|
|
y sus brazos defraudados elevando a
un cielo que no ve |
|
|
|
pide ayuda. Le vienen a
aquél su hermano y su padre, |
|
|
|
a éste junto con sus prendas
su casa y cuanto dejado atrás ha. |
|
|
|
Alcíone a Ceix conmueve, de
Ceix en la boca |
|
|
|
ninguna salvo Alcíone
está, y aunque la extrañe a ella sola, |
545 |
|
|
se alegra de que ausente
esté, aun así. De la patria también quisiera a
las orillas |
|
|
|
volver la mirada y a su casa volver
sus supremos rostros, |
|
|
|
pero dónde esté,
ignora, de tan gran vorágine el ponto |
|
|
|
hierve, y producida una sombra
desde esas nubes como la pez, |
|
|
|
todo se oculta el cielo y duplicada
se hubo de la noche la imagen. |
550 |
|
|
Se rompe por la embestida de un
tempestuoso torbellino el árbol, |
|
|
|
se rompe también el
gobernalle, y de sus expolios ardida la sobreviviente |
|
|
|
ola, como vencedora, y ensenada,
desdeña a las olas, |
|
|
|
y no más levemente que si
alguien al Atos y al Pindo arrancados |
|
|
|
de su sede enteros los arrojara al
abierto mar, |
555 |
|
|
precipitándose cae, y a la
par con su peso y con su golpe |
|
|
|
hunde en lo hondo el barco. Con la
cual una parte grande de sus hombres |
|
|
|
de ese pesado abismo presa y al
aire no devuelta, su hado |
|
|
|
cumplió; otros partes y
miembros de la quilla |
|
|
|
truncados sostienen. Sostiene
él mismo con la mano con la que sus cetros solía |
560 |
|
|
trozos del navío Ceix y a
sus suegro y padre invoca, |
|
|
|
ay, en vano. Pero incesante en la
boca del que nada: |
|
|
|
Alcíone, su esposa. A ella
recuerda y nombra, |
|
|
|
de ella ante los ojos que lleven su
cuerpo los oleajes |
|
|
|
pide y exánime sea sepultado
por esas manos amigas. |
565 |
|
|
Mientras nada, a la ausente,
cuantas veces le permite abrir la boca el oleaje, |
|
|
|
nombra a Alcíone y por
dentro de las mismas olas lo murmura. |
|
|
|
He aquí que por encima de
los plenos oleajes un negro arco de aguas |
|
|
|
rompe y rota la ola sepulta,
sumergida, su cabeza. |
|
|
|
El Lucero oscuro y a quien conocer
no podrías |
570 |
|
|
esa luz estuvo y puesto que
retirarse del cielo |
|
|
|
dado no le era, de densas nubes
cubrió su rostro. |
|
|
|
La Eólide
mientras, de tan grandes desgracias ignorante, |
|
|
|
recuenta las noches y ya, las que
vestirá él, |
|
|
|
apresura las ropas, ya las que,
cuando haya venido él, |
575 |
|
|
ella misma llevará, y unos
retornos se promete inanes. |
|
|
|
A todos ella, ciertamente, a todos
los altísimos, piadosos inciensos llevaba; |
|
|
|
antes, aun así, que a esos
todos, de Juno los templos honraba, |
|
|
|
y por su marido, que ninguno era,
venía a sus aras |
|
|
|
y que estuviera a salvo el esposo
suyo y que retornara |
580 |
|
|
pedía, y que ninguna a ella
antepusiera. Mas a él |
|
|
|
éste, de tantos votos,
podía alcanzarle, solo. |
|
|
|
Mas la diosa no
más allá sostiene el ser rogada a favor de quien con
la muerte |
|
|
|
ha cumplido, y para apartar esas
manos funestas de sus aras: |
|
|
|
«Iris», dijo, «de
mi voz fidelísima mensajera, |
585 |
|
|
visita del Sueño velozmente
su soporífera corte, |
|
|
|
y del extinguido Ceix
ordénale envíe con su imagen |
|
|
|
unos sueños a
Alcíone, que narren sus verdaderos casos». |
|
|
|
Había dicho. Se viste sus
velos de mil colores |
|
|
|
Iris y con una arqueada curvatura
signando el cielo, |
590 |
|
|
a las moradas tiende del ordenado
-bajo las nubes escondidas- rey. |
|
|
|
Hay cerca de los
cimerios, en un largo receso, una caverna, |
|
|
|
un monte cavo, la casa y los
penetrales del indolente Sueño, |
|
|
|
en donde nunca con sus rayos, o
surgiendo, o medio, o cayendo, |
|
|
|
Febo acercarse puede. Nieblas con
bruma mezcladas |
595 |
|
|
exhala la tierra, y
crepúsculos de dudosa luz. |
|
|
|
No la vigilante ave allí,
con los cantos de su encrestado busto, |
|
|
|
evoca a la Aurora, ni con su voz
los silencios rompen |
|
|
|
solícitos los perros, o que
los perros más sagaz el ganso. |
|
|
|
No las fieras, no los ganados, no
movidas por un soplo las ramas |
600 |
|
|
o su sonido devuelve la
barahúnda de la lengua humana. |
|
|
|
La muda quietud lo habita. De una
roca, aun así, honda, |
|
|
|
sale el arroyo del agua del Olvido,
merced al cual, con su murmullo resbalando, |
|
|
|
invita a los sueños su onda
con sus crepitantes guijarros. |
|
|
|
Ante las puertas de la cueva
fecundas adormideras florecen |
605 |
|
|
e innumerables hierbas de cuya
leche el sopor |
|
|
|
la Noche cosecha y lo esparce
húmeda por las opacas tierras. |
|
|
|
Puerta, para que chirridos al
volverse su gozne no haga, |
|
|
|
ninguna en la casa toda hay,
guardián en el umbral ninguno. |
|
|
|
En medio un diván hay, del
antro, de ébano, sublime él, |
610 |
|
|
plúmeo, negricolor, de
endrino cobertor tendido, |
|
|
|
en donde reposa el propio dios, sus
miembros por la languidez relajados. |
|
|
|
De él alrededor, por todas
partes, variadas formas imitando, |
|
|
|
los sueños vanos yacen,
tantos cuantos una cosecha de aristas, |
|
|
|
un bosque lleva de frondas, de
escupidas arenas una playa. |
615 |
|
|
Adonde una vez que penetró y
con sus manos, a ella opuestos, la doncella |
|
|
|
apartó los Sueños,
con el fulgor del su vestido relució |
|
|
|
la sagrada casa, y el dios,
yacentes ellos de su tarda pesadez, |
|
|
|
apenas sus ojos levantando, y una
vez y otra desplomándose, |
|
|
|
y lo alto del pecho
golpeándose con su bamboleante mentón, |
620 |
|
|
se sacudió finalmente a
sí mismo, y a sí mismo sobre su codo
apoyándose, |
|
|
|
a qué venía -pues la
reconoció- inquiere. Mas ella: |
|
|
|
«Sueño, descanso de
las cosas, el más plácido, Sueño, de los
dioses, |
|
|
|
paz del ánimo, de quien el
cuidado huye, quien los cuerpos, de sus duros |
|
|
|
menesteres cansados, confortas y
reparas para la labor: |
625 |
|
|
a unos Sueños, que las
verdaderas figuras igualen en su imitación, |
|
|
|
ordena que en la hercúlea
Traquis, bajo la imagen de su rey, |
|
|
|
a Alcíone acudan y unos
simulacros de su naufragio remeden. |
|
|
|
Impera eso Juno».
Después que sus encargos llevó a cabo, |
|
|
|
Iris parte -ya que no más
allá tolerar del sopor |
630 |
|
|
la fuerza podía- y
deslizarse el sueño sintió a sus miembros, |
|
|
|
huye y retorna, por los que ahora
poco había venido, sus arcos. |
|
|
|
Mas el padre,
del pueblo de sus mil hijos, |
|
|
|
despierta al artífice y
simulador de figuras, |
|
|
|
a Morfeo: no que él ninguno
otro más diestramente |
635 |
|
|
reproduce el caminar y el porte y
el sonido del hablar. |
|
|
|
Añade además los
vestidos y las más usuales palabras |
|
|
|
de cada cual. Pero él solos
a hombres imita. Mas otro |
|
|
|
se hace fiera, se hace
pájaro, se hace, de largo cuerpo, serpiente: |
|
|
|
a él Ícelo los
altísimos, el mortal vulgo Fobétor |
640 |
|
|
le nombra. Hay también de
diversa arte un tercero, |
|
|
|
Fántaso. Él a la
tierra, a una roca, a una ola, a un madero |
|
|
|
y a cuanto vacío está
todo de ánima, falazmente se pasa. |
|
|
|
A los reyes él y a los
generales su rostro mostrar |
|
|
|
de noche suele, otros los pueblos y
la plebe recorren. |
645 |
|
|
Prescinde de ellos su señor
y de todos los hermanos solo |
|
|
|
a Morfeo, quien lleve a cabo de la
Taumántide lo revelado, el Sueño |
|
|
|
elige, y de nuevo en una blanda
languidez relajado |
|
|
|
depuso la cabeza y en el cobertor
profundo la resguarda. |
|
|
|
Él vuela con unas alas que
ningunos estrépitos hacen |
650 |
|
|
a través de las tinieblas y
en un breve tiempo de demora a esa ciudad |
|
|
|
arriba de Hemonia, y depuestas de
su cuerpo las alas, |
|
|
|
a la faz de Ceix se convierte y
tomada su figura, |
|
|
|
lívido, a un exánime
semejante, sin ropas ningunas, |
|
|
|
de su esposa ante el lecho, la
desgraciada, se apostó. Mojada parece |
655 |
|
|
la barba del marido, y de sus
húmedos cabellos fluir pesada ola. |
|
|
|
Entonces, en el lecho
inclinándose, con llanto sobre su rostro profuso, |
|
|
|
tal dice: «¿Reconoces
a Ceix, mi muy desgraciada esposa, |
|
|
|
o acaso mudado se ha mi faz por la
muerte? Mírame: me conocerás |
|
|
|
y hallarás, por el esposo
tuyo, de tu esposo la sombra. |
660 |
|
|
Ninguna ayuda, Alcíone, tus
votos nos prestaron. |
|
|
|
Hemos muerto. En falso prometerme a
ti no quieras. |
|
|
|
Nuboso, del Egeo en el mar,
sorprendió a la nave |
|
|
|
el Austro, y sacudiéndola
con su ingente soplo la deshizo, |
|
|
|
y la boca nuestra, que tu nombre en
vano gritaba, |
665 |
|
|
llenaron los oleajes. No esto a ti
te anuncia un autor |
|
|
|
ambiguo, no esto de vagos rumores
oyes: |
|
|
|
yo mismo los hados míos a
ti, náufrago presente, te revelo. |
|
|
|
Levántate, vamos, dame tus
lágrimas y de luto vístete, y no a mí, |
|
|
|
no llorado, a los inanes
Tártaros me envía». |
670 |
|
|
Añade a
esto una voz Morfeo, que de su esposo ella |
|
|
|
creyera ser, llantos también
derramar verdaderos |
|
|
|
parecido había, y el gesto
de Ceix su mano tenía. |
|
|
|
Gime hondo Alcíone,
llorando, y mueve los brazos |
|
|
|
durante el sueño y su cuerpo
buscando abraza las auras |
675 |
|
|
y grita: «Espera, ¿a
dónde te me arrebatas? Iremos a la vez». |
|
|
|
Por su propia voz y la apariencia
de su marido turbada, el sueño |
|
|
|
se sacude y al principio mira
alrededor por si está allí |
|
|
|
quien hace poco parecido lo
había, pues, movidos por su voz sus sirvientes, |
|
|
|
entraron una luz. Después
que no lo encuentra en parte alguna, |
680 |
|
|
se golpea el rostro con la mano y
rasga de su pecho los vestidos |
|
|
|
y sus pechos mismos hiere y sus
cabellos de mesar no cura, |
|
|
|
los desgarra, y a la nodriza, que
cuál de su luto la causa preguntaba: |
|
|
|
«Ninguna Alcíone es,
ninguna es», dice, «murió a la vez |
|
|
|
con el Ceix suyo. Las palabras de
consuelo llevaos. |
685 |
|
|
Náufrago ha perecido, lo vi
y reconocí y mis manos a él |
|
|
|
al retirarse, ansiando retenerle,
le tendí. |
|
|
|
Una sombra era, pero también
una sombra, aun así, manifiesta |
|
|
|
y de mi marido verdadera. No
él ciertamente, si saber lo quieres, tenía |
|
|
|
su acostumbrado semblante ni, con
el que antes, con tal rostro brillaba. |
690 |
|
|
Palideciente y desnudo y
todavía mojado su cabello, |
|
|
|
infeliz de mí le vi.
Apostado el desgraciado aquí, en este |
|
|
|
mismo lugar», y busca sus
huellas, si alguna resta. |
|
|
|
«Tal cosa era, tal, lo que
con mi ánimo adivinador temía, |
|
|
|
y que de mí huyendo los
vientos no siguieras te pedía. |
695 |
|
|
Mas ciertamente quisiera, puesto
que a morir marchabas, |
|
|
|
que a mí también me
hubieses llevado. Mucho más provechoso contigo |
|
|
|
a mí me fuera el marchar,
pues de mi vida ningún tiempo |
|
|
|
sin ti hubiera pasado, ni nuestra
muerte separada hubiese sido. |
|
|
|
Ahora ausente he perecido, y me
sacuden también las olas ausente |
700 |
|
|
y, sin mí él, el
ponto me tiene. Más cruel que el mismo |
|
|
|
piélago sea mi
corazón si mi vida por llevar más lejos pugno, |
|
|
|
y lucho por sobrevivir a tan gran
dolor. |
|
|
|
Pero ni lucharé ni a ti,
triste, te abandonaré, |
|
|
|
y tuya ahora al menos
llegaré de acompañante, y el sepulcro, |
705 |
|
|
si no la urna, con todo nos
unirá a nosotros la letra: |
|
|
|
si no tus huesos con los huesos
míos, mas tu nombre con mi nombre he de tocar». |
|
|
|
Más cosas el dolor
prohíbe y en cada palabra un golpe de duelo interviene, |
|
|
|
y desde su atónito
corazón gemidos salen. |
|
|
|
De mañana
era. Sale de su morada a la playa, |
710 |
|
|
y aquel lugar afligida busca desde
el cual contemplara al que marchaba, |
|
|
|
y mientras se detiene allí,
y mientras: «Aquí las amarras desató, |
|
|
|
en esta playa al separarse de
mí besó mis labios», dice, |
|
|
|
y mientras anotados en sus lugares
rememora los sucesos, y hacia el mar |
|
|
|
mira, en un trecho distante, divisa
algo así |
715 |
|
|
como un cuerpo, líquida, en
el agua, y al principio qué ello |
|
|
|
fuese era dudoso. Después
que un poco lo empujó la ola, |
|
|
|
y aunque lejos estaba, un cuerpo,
aun así, que era, manifiesto estaba. |
|
|
|
De quién fuera ignorante
ella, porque náufrago, del presagio conmovida
quedó, |
|
|
|
y como a un desconocido que su
lágrima ofreciera: «Ay, desgraciado», dice, |
720 |
|
|
«quien quiera que eres, y si
alguna mujer tienes». Por el oleaje llevado |
|
|
|
se hace más cercano el
cuerpo. El cual, mientras más ella lo escruta, |
|
|
|
por ello menos cada vez de su mente
es dueña, y ya a la vecina |
|
|
|
tierra allegado, ya cual conocerlo
pudiera, |
|
|
|
lo distingue: era su esposo.
«Él es», grita, y a una, |
725 |
|
|
cara, pelo y vestido lacera, y
tendiendo temblorosas |
|
|
|
a Ceix sus manos:
«¿Así, oh queridísimo esposo, |
|
|
|
así a mí, triste,
regresas?», dice. Adyacente hay a las olas, |
|
|
|
hecha a mano, una mole que del mar
las primeras iras |
|
|
|
rompe, junto a las embestidas que
ella previamente fatiga de las aguas. |
730 |
|
|
Salta allí, y prodigioso fue
que pudiera: volaba, |
|
|
|
y golpeando con sus recién
nacidas alas el aire leve, |
|
|
|
rozaba lo alto, pájaro
triste, de las olas, |
|
|
|
y mientras vuela, un sonido a la
aflicción semejante y lleno |
|
|
|
de queja dio su boca, crepitante de
su tenue pico. |
735 |
|
|
Pero cuando tocó, mudo y sin
sangre, ese cuerpo, |
|
|
|
a sus amados miembros abrazada con
sus recientes alas, |
|
|
|
fríos besos
inútilmente puso en sus labios con su duro pico. |
|
|
|
Si sintió tal cosa Ceix, o
si su rostro con los movimientos de la ola |
|
|
|
levantar pareció, aquella
gente lo dudaba, más él |
740 |
|
|
lo había sentido, y
finalmente, al conmiserarse los altísimos, ambos |
|
|
|
en ave son mutados. A los hados
mismos sometido |
|
|
|
entonces también
permaneció su amor, y de su matrimonio el pacto
deshecho |
|
|
|
no quedó, en ellos de aves.
Se aparean y se hacen padres, |
|
|
|
y durante unos días
plácidos del invernal tiempo, siete, |
745 |
|
|
se recuesta Alcíone,
suspendidos en la superficie, en sus nidos. |
|
|
|
Entonces es segura la ola del mar:
los vientos custodia y retiene |
|
|
|
Éolo de su salida y brinda a
sus nietos mar lisa. |
|
|
|
Ésaco
|
|
A ellos
algún señor mayor, conjuntamente volando los mares
anchos, |
|
|
|
los contempla, y hasta el fin
conservados alaba sus amores: |
750 |
|
|
uno a su lado, o él mismo si
la suerte lo quiso: «Éste también»,
dijo, |
|
|
|
«que el mar rozando y con sus
patas recogidas |
|
|
|
contemplas -mostrándole
alargado hacia su garganta a un somorgujo- |
|
|
|
regia descendencia es, y si
descender hasta él |
|
|
|
en orden perpetuo intentas, son el
origen suyo |
755 |
|
|
Ilo y Asáraco y, raptado por
Júpiter, Ganimedes, |
|
|
|
o Laomedonte el anciano, y
Príamo, a quien los postreros tiempos |
|
|
|
de Troya tocaron. Hermano fue de
Héctor éste, |
|
|
|
el cual, si no hubiera sentido en
su juventud estos nuevos hados, |
|
|
|
quizás inferior a
Héctor un nombre no tuviera, |
760 |
|
|
aunque lo hubo a él dado a
luz la hija de Dimas; |
|
|
|
a Ésaco, en el sombreado
Ida, furtivamente, que lo parió |
|
|
|
se dice Alexírroe, nacida de
Granico el bicorne. |
|
|
|
Odiaba él las ciudades, y
apartado de la brillante corte, |
|
|
|
secretos montes e inambiciosos
campos |
765 |
|
|
cultivaba, y no de Ilión a
las juntas, salvo raramente, acudía. |
|
|
|
No agreste, aun así, ni
inexpugnable al amor |
|
|
|
pecho tenía, y perseguida
muchas veces por los bosques todos, |
|
|
|
contempla a Hesperie, de su padre
en la orilla, a la Cebrenida, |
|
|
|
echados a los hombros,
secándolos al sol sus cabellos. |
770 |
|
|
Al ser vista huye la ninfa, como
aterrada del rubio |
|
|
|
lobo una cierva, y, a lo lejos
sorprendida al haber dejado el lago, |
|
|
|
del azor el fluvial ánade. A
ella de Troya el héroe |
|
|
|
persigue, y a la rápida de
miedo, el rápido acucia de amor. |
|
|
|
He aquí que, escondida en la
hierba una culebra, de la que huía |
775 |
|
|
con su corvo diente el pie
rozó, y su humor dejó en su cuerpo. |
|
|
|
Con su vida acabada fue la huida.
Se abraza él fuera de sí |
|
|
|
a la exánime y clama:
«Me arrepiento, me arrepiento de haberla seguido, |
|
|
|
pero no esto temí, ni vencer
me era de tanto. |
|
|
|
A ti te hemos dado muerte,
desgraciada, dos: la herida, por la serpiente; |
780 |
|
|
por mí el motivo dado fue.
Yo soy más criminal que ella, |
|
|
|
quien a ti con la muerte mía
de tu muerte consuelos no te envío». |
|
|
|
Dijo y de una peña, a la que
ronca por su base recomía una ola, |
|
|
|
se entregó al ponto. Tetis,
compadecida del que caía, |
|
|
|
blandamente lo recibe y, nadando
él por las superficies, de alas |
785 |
|
|
lo cubrió y de su deseada
muerte no le fue dada la posibilidad. |
|
|
|
Se indigna el amante de que contra
su voluntad a vivir se le fuerce |
|
|
|
y se le cierre el paso a su
ánima, que de su desgraciada sede quería |
|
|
|
salir, y cuando, nuevas para sus
hombros, había tomado esas alas |
|
|
|
remonta y de nuevo su cuerpo sobre
las superficies lanza. |
790 |
|
|
La pluma alivia sus caídas:
se enfurece Ésaco, y contra el profundo |
|
|
|
abalanzado parte, y de la muerte el
camino al fin reintenta. |
|
|
|
Causó el amor su delgadez:
largas las articulaciones de sus piernas, |
|
|
|
larga permanece su cerviz, la
cabeza está del cuerpo lejos. |
|
|
|
Las superficies ama y su nombre
tiene porque se sumerge en ella». |
795 |
|
|
|