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ArribaAbajo El regreso2

Mario Bravo


A Atilio M. Chiappori



   ¡Cómo esclarece la mañana el vasto
prodigio de las tierras familiares!
¡Cuánta dulzura mística difunde
la luz en las tranquilas praderas y en los montes
azules y en los nítidos cielos y en los claros  5
límites del sereno panorama!

   Una apacible devoción esplende
sobre la gran tristeza de los años distantes
la suave Primavera
que en estos días floreció gloriosa-  10
mente en el mar, montañas y llanuras.

   Oprime con inmensa caricia
el maternal abrazo del retorno;
el maternal abrazo de esta vida presente
y luminosa; el maternal abrazo  15
que hace sollozar largos olvidos,
que evoca los recuerdos de las horas de luz,
de libertad, de amor, de religiosa
simpleza, cuando éramos
todo bondad en los juegos sencillos,  20
teníamos ideas puras como las hostias,
y nuestros ojos eran muy claros y muy suaves,
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y era nuestra alma como una pobre ciega,
y teníamos miedo de la noche,
y sin malicia amábamos al Señor, a la Virgen!...  25

   La orgullosa presencia de este día
como la historia nuestra nos encanta:
El sol que asoma con el mismo
esplendor de tragedia entre una enorme
conflagración de incendios;  30
las unánimes dianas que saludan
su real advenimiento; las ofrendas
de las rústicas gentes, en los cantos
matinales, gloriosos de esperanzas;
el vaho de las húmedas tierras, temblorosas  35
en el robusto espasmo de las fecundidades;
los potros que desatan sus empujes
en deserción indómita, poblando
de alborotos oceánicos la tranquila represa,
o de épicos galopes  40
la cristiana quietud de las llanuras;
los toros que concentran paternales caricias
y husmean con voraces intentos
la castidad ficticia de las vacas;
de las vacas,  45
que llegan
lentamente
una a una,
por el largo
camino...  50

   Se abren los campos a la luz del día
como un escenario gigantesco
donde hubiera de darse un episodio
culminante del Génesis.

   Han herido tan hondo los arados  55
que la tierra en dolientes abandonos
ofrece al sol el holocausto
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de los abiertos surcos;
de los surcos sedientos que interrogan
con suplicante devoción los cielos,  60
o en el martirio de la sed, se alargan
como buscando el cauce de un torrente...

   Y más allá, las siembras que han rendido
y auguran con reflejos de madurez, la hora
oportuna de las grandes colectas.  65

   Y más allá,
emparedando el linde del Poniente,
severa en su actitud de predominio
la montaña.
Enflora el sol la nieve de sus cimas  70
en un sereno éxtasis de lumbre;
desde la altura un invisible efluvio
de paraíso celestial proviene;
docilizan los vientos sus banderas indómitas,
y junto a la montaña,  75
las rudas tempestades,
son las brisas sutiles que conmueven
con delicada cortesía
el lírico follaje de las frondas.
En su espalda con golpes de certeza pujante  80
voltea el leñador toda una selva;
como el sudor de colosal fatiga
en largos cauces ruedan los torrentes;
cruje en el hondo abrazo de su entraña
el oro;  85
y hay como un ruego
sencillo y dulce
en la paz de esa mole,
en la paz de los siglos
que se arrodillan contemplando el cielo  90
desde esa mole azul,
enorme, maternal y gigantesca,
como un gran pensamiento impávido ante Dios,
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tal como el lábaro
de la primer vanguardia victoriosa  95
en la conquista de la luz
universal!
Mirador celestial desde la cumbre
se contempla la vida circunstante
reasumida en los lindes de aquellos horizontes  100
tal como en una clara pupila luminosa.
Asaltan con empuje de siglos las visiones
de las edades muertas: desde la misma cúspide
que fue la torre del vigía indiano
se mira como una gran derrota de pueblos...  105
Allá el derrumbamiento de las tribus
arrojadas en doliente vorágine;
más allá los fortines que la patria
jaloneó como sombras de peligro
después de las Hazañas de los sables;  110
y más allá... como una selva
que cien inviernos martirizaron
erigen sus desnudos perfiles
las quinientas mil lanzas
que atestiguan quinientos mil sepulcros  115
-tumbas de los caídos
para alfombrar la senda de la Luz!...
Frente a frente del tiempo
hierve mi antigua sangre americana;
mi incásica nobleza resucita  120
ansias de imperios únicos;
erígese mi orgullo
sobre la torre del vigía indiano,
lanza alaridos de león mi instinto,
y en la sed infinita de imposibles,  125
en el dolor de todos los recuerdos,
en la impetuosa evocación de todas
las cosas extinguidas,
canto los funerales de mis razas
y embandero de sol todas mis cumbres!  130
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Mirad el huerto:
los familiares olivos muestran
la paz gloriosa de sus follajes.
Como una plegaria pasa el agua
que conduce al alma de la montaña,  135
y habla
con las ramas largas de los sauces
palabras muy vagas.
Pasa el agua clara...
las viñas!  140
Hay un frescor de templo
bajo las viñas.
Los brotes que prolongan
una verdad de madurez proficua
insinúan deseos de verano...  145
Cuando las parras den sus racimos
las uvas negras, las blancas uvas,
penderán como senos de exuberancia indígena
sanos en su desnuda indiferencia,
incitando las gulas de los chicos locales,  150
y el asombro trivial de las niñas urbanas.
Y el doméstico vino
refrescará los múltiples cansancios
en los convites oportunos.
El naranjal ampara  155
entre el verdor obscuro de sus hojas
dorados universos,
despertando el recuerdo del sabroso mordisco
y el hilo de dulzura que se escapa
con pródiga abundancia de los labios...  160
los granados se enfloran de púrpura.
Asoman delatoras gemas en las ramas
del abundante duraznal.
La torva asimetría de las higueras madres
que preparan orientales festines  165
a los pájaros, y con sus ramas cómplices,
la sutil delincuencia del rapaz colindante...
. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .
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El aire matinal
colabora con soplos de sedativa excelsitud.  170
Y mi vida se une por un secreto génesis
a la verdad robusta de esta vida.
La alquería se afana en sus labores
de saludable porvenir. Encanta
como una orquesta  175
que narrara motivos familiares,
la canción colectiva de los campos.
Y mientras una idea
sutiliza remotas concepciones
y un pequeño dolor taladra aquellas  180
devociones virtuosas del presente,
las manos fraternales
dispersan las dolientes perspectivas,
con la valiosa ofrenda
de una copa de leche, espumosa y excelsa  185
y de un ramo de flores tan hermosas,
que aún las llevo en mi alma, hermana mía!

1907