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ArribaAbajoCapítulo XIV

Cómo el Rey y Licio determinaron de casar a Lázaro con la linda Luna, y se hizo el casamiento


Pues tornando a nuestro negocio, siendo pasado el luto y tristeza que todos tuvimos por la muerte de Melo, el Rey mandó con gran diligencia se entendiese en rehacer el número de los armados y en buscar armas donde se hallasen, y así se hizo. En este tiempo pareció a su Alteza ser bien casarme, y comunicolo con el buen Licio, al cual dio el cargo del negocio, y él se quisiera eximir de ello según que dél supe: mas por complacer al Rey no osó hacer otra cosa. Y díjomelo con alguna vergüenza diciendo: que él vía yo merecer más honra según la mucha mía; mas que el Rey le había mandado, espresamente que él fuese el casamentero. Finalmente dan, la ya no tan hermosa ni tan entera Luna, por mía. En dicha me cabe (dije entre mí); para jugador de pelota no valdría un clavo, pues maldito el voleo alcanzó sino de segundo bote, y aun plega a Dios, no sea demás, con todo a subir acierto. Razón es de Arcipreste a Rey haber salto. Al fin lo hice, y mis bodas fueron hechas con tantas fiestas como se hicieran a un príncipe, con un vizcondado que con ella el Rey me dio, que a tenerlo en tierra me valiera algo más que en la mar; al fin a el estremo atún subí mi nombre a su señoría, a pesar de gallegos. Desta manera se estaba mi señoría triunfando la vida, y con mi buena y nueva Luna muy bien casado, y muy mejor con mi Rey, y no descuidándome de su servicio, pensando siempre como le daría placer y provecho, pues le debía tanto, y con esto en ningún tiempo y lugar lo vía que no se lo alegase, fuese como fuese, y diese do diese guardándome mucho de decirle cosa que le diese pena y enojo, teniendo siempre ante mis ojos lo poco que privan ni valen con señores los que dicen las verdades. Acordeme del tratamiento que Alejandro hizo al filósofo Calístenes por se las decir, y con esto nada me sucedía mal, tenía a grandes y pequeños tan somano que en todo tenían mi amistad como la del Rey. En este tiempo, pareciéndome confirmar el estado del mar con el de la tierra, di aviso al Rey diciéndole sería bien, pues tiene el trabajo, que tuviese el provecho, y era que hasta entonces la corona leal no tenía otras rentas sino solamente de treinta partes de una de todo lo que se vendía, y cuando tenía guerra justa y conveniente a su reino, dábanle los peces necesarios para ella, y pagabánselos, y solos diez pescados para su plato cada día; yo le impuse en que le pechasen todos cada uno un tanto, y que fuesen los derechos como en la tierra, y que le diesen para su plato cincuenta peces cada día. Puse más, que cualquiera de sus súbditos que se pusiese don sin venirle por línea derecha, pagase un tanto a su Alteza, y este capítulo me parece fue muy conveniente, por que es tanta la desvergüenza de los pescados, que buenos y ruines, bajos y altos, todos dones, don acá y don acullá, doña nada y doña nonada; hice esto acordándome del buen comedimiento de las mujeres de mi tierra, que ya que alguna caiga por desdicha en este mal latín, o será hija de mesonero honrado, o de escudero, o casó con hombre que llaman su merced, y otras de esta calidad que ya que pongan el dicho don, están fuera de necesidad; mas en el mar no hay hija de habacera que si casase con quien no sea oficial no presuma dende a ocho días poner un don a la cola, como si aquel don les quitase ser hijas de personas no honestas, y que no lo tenían, y que no lo tener muchas de ellas serían por ventura en más tenidas, porque no darían causa que las desenterrasen sus padres, y traigan a la memoria lo olvidado, y sus vecinos no tratarían ni reirían de ellas, ni de su merced que se lo consiente poner, y a ellas de suyo sabemos no ser macizas; mas en esto ellos se muestran más bravos y livianos. Pareció bien al Rey rentándole harto, aunque de allí adelante como costaba dinero pocos dones se hallaban. Destas y de otras cosillas y nuevas imposiciones más provechosas al Rey que al reino avisé yo. El Rey con verme tan solícito en su servicio, tampoco era perezoso en las mercedes, antes eran muy contentas y largas; aprovecheme en este tiempo de mi pobre escudero de Toledo, o por mejor decir de sus sagaces dichos, cuando se me quejaba no hallar un señor de título con quien estar, y que si lo hallara le supiera bien grangear, y decía allí el cómo del cual yo usé, y fue para mí muy provechoso, especialmente un capítulo de ella que fue muy avisado en no decir al Rey cosa con que le pesase, aunque mucho le cumpliese andar a su favor, tratar bien y mostrar favor a los que él tenía buena voluntad, aunque no lo mereciesen, y por el contrario, a los que no la tenía buena, tratándolos mal, y decir de ellos males aunque en ellos no cupiesen, no yéndoles a la mano a lo que quisiesen hacer, aunque no fuese bueno. Acordeme del dicho Calístenes, que por decir verdades a su amo Alejandro le mandó dar cruelísima muerte, aunque esta debería tenerse por vida siendo tan justa la causa; ya no se usa sino vivir, sea como quiera, de manera que yo me arrimaba cuanto podía a este parecer, y de esta suerte cayose la sopa en la miel y mi casa se henchía de riqueza; mas aunque yo era pece tenía el ser y entendimiento de hombre. Y la maldita codicia que tanto en los hombres reina, porque un animal dándole su cumplimiento de lo que su natural pide, no desea más ni lo busca. No dará el gallo nada por cuantas perlas nacen en oriente, si está satisfecho de grano, ni el buey por cuanto oro nace en las indias, si está harto de yerbas, y así todos los demás animales; solo el bestial apetito del hombre no se contenta ni harta, mayormente si está acompañada de codicia; dígolo porque con toda mi riqueza y tener, porque apenas se hallaba Rey en el mar que más y mejores cosas tuviese, fui aguijonado de la codicia hambrienta y no con lícito trato; con esto hice armada para que fuese a los golfos del León, y del Hierro, y a otros despaché a los bancos de Flandes do se perdían naos de gentes, y a los lugares do había habido batallas, do me trujeron grande cantidad de oro, que en solo doblones pienso me trujeron mas de quinientos mil; reíase mucho el Rey de que me veía holgar y revolcar sobre aquellos doblones, y preguntábame que para qué era aquella nonada, pues ni era para comer ni traer; dije yo entre mí: si tú lo conocieses como yo no preguntarías eso; respondíale que los quería para contadores, y con esto le satisfacía, y después que a la tierra vine, como adelante diré, maldito aquel de mis ojos pude ver, y es que todos los que había me los trujeron allí en el mar, y así acá no anda ya ninguno, y si lo hay débenlo tener en otro tan hondo y escondido lugar. Harto yo deseaba si ser pudiera hallar una nao que cargara de ellos, aunque le diera la mitad de mi parte al que me los diera a la mi Elvira en Toledo para con que casar a la mi niña con alguno, que bien seguro estaba haber hartos que no me la desecharan por ser hija de pregonero; y con esta gana, salí dos o tres veces tras naos que venían de Levante dándoles gritos sobre el agua que esperasen, pensando me entenderían e imaginarían, y aunque no fuesen fieles mensajeros, en llevar el tesoro o parte de él a Toledo, con que lo aprovechasen hombres me contentaba por el amor que yo tenía a la humana naturaleza; mas luego que los llamaba, o me veían, me arrojaban harpones o dardos para me matar, y con esto tornábame a mi menester y bajaba a ver mi casa, otras veces deseaba que Toledo fuera puerto de mar, para podelle henchir de riquezas, porque no fuera menos de haber mi mujer o hija alguna parte. Y con éstos y otros deseos y pensamientos pasaba mi vida.




ArribaAbajoCapítulo XV

Cómo andando Lázaro a caza en un bosque, perdido de los suyos, halló la verdad


Como yo me perdí de los míos, hallé la verdad, la cual me dijo ser hija de Dios y haber bajado del cielo a la tierra por vivir y aprovechar en ella a los hombres, y como casi no había dejado nada por andar en lo poblado y visitado todos los estados grandes y menores, y ya que en casa de los principales había hallado asiento, algunos otros la habían revuelto con ellos, y por verse con tan poco favor se había retraído a una roca en la mar; contome cosas maravillosas que había pasado con todos géneros de gentes, lo cual si a vuestra merced hubiese de escribir sería largo, y fuera de lo que toca a mis trabajos; cuando sea vuestra merced servido, si quiere, le enviaré la relación de lo que con ella pasé; vuelto a mi Rey lo conté lo que con la verdad había pasado.




ArribaAbajoCapítulo XVI

Cómo despedido Lázaro de la verdad, yendo con las atunas a desovar, fue tomado en las redes, y volvió a ser hombre


Yéndome a la corte consolado con estas palabras, viví alegre algunos días en el mar; en este medio se llegó el tiempo que las atunas habían de desovar, y el Rey me mandó que yo fuese aquel viaje, porque siempre con ellas enviaba quien las guardase y defendiese, y al presente el general Licio estaba enfermo, el cual, si bueno estuviera, sé que hiciera este camino, y después que yo estaba en el mar había ido dos o tres veces, porque cada año una vez iban en la dicha desovación. De manera que en el dicho ejército llevé conmigo dos mil armados, y en mi compañía fueron más de quinientas mil atunas que se hallaron preñadas; y despedidos del Rey, tomamos nuestro camino, y nuestras jornadas contadas, dimos con nosotros en el estrecho de Gibraltar, y aquel pasado, venimos a Conil y a Vejer, lugares del Duque de Medina Sidonia do nos tenían armado; yo fui avisado dea aquel peligro y como allí se solía hacer daño en los atunes, y aviseles se guardasen, mas como fuesen ganosas de desovar en aquella playa, y ella fuese para ello aparejada, por bien que se guardaron, en ocho días me faltaron mas de cincuenta mil atunas. Y visto el daño como se hacía acordamos los armados de meternos con ellas en la playa, y mientras desovaban, si prenderlas quisiesen, herir en los salteadores y en sus redes, y hacérselas pedazos; mas salionos al revés con la fuerza y maña de los hombres, que es otra que la de los atunes: y así nos apañaron a todos con infinitas de ellas en una redada, sin recibir casi daño de nos, antes ganancias, que como mis compañeros se vieron presos, desmayaron, y por dar gemidos desampararon las armas, lo cual yo no hice, sino con mi espada me asieron, habiendo con ella hecho harto daño en las redes, juntamente conmigo a mi buena y segunda mujer. Los pescadores admirados de verme así armado, me procuraron quitar el espada, la cual yo tenía bien asida; mas tanto por ella tiraron, que me sacaron por la boca un brazo y mano, con la cual yo tenía bien asida el espada, y me descubrieron por la cabeza la frente, ojos y narices, y la mitad de la boca. Muy espantados de tal acaecimiento me asieron muy recio del brazo y otros trabándome de la cola, me comienzan a sacar, como a cuero atestado en costal; miré y vi cabe mí la mi Luna muy afligida y espantada, tanto y más que los pescadores, a los cuales comenzando a hablar en lengua de hombre, yo dije: hermanos, encárgoos las conciencias, y no se atreva alguno a visitarme con el brazo del mazo, ca sabed que soy hombre como vosotros; mas acabad de quitar la piel, y sabréis de mí grandes secretos; esto dije, porque aquellos mis compañeros estaban cabe mí, muchos de ellos muertos, hechos pedazos los testuces con unos mazos que los de la javega en sus manos para aquel menester traían, y asimismo les rogué por gentileza que a aquella atuna que cabe mí estaba diesen libertad, porque había sido mi compañera y mujer gran tiempo; ellos, en gran manera alterados en verme y oírme, hicieron lo que los rogué. Al tiempo que la mi compañera de mí partía llorando y espantada, le dije en lengua atunesa: Luna mía y mi vida, vete con Dios, y no tornes a ser presa, y da cuenta de lo que ves al Rey y a todos mis amigos, y ruégote que mires, por mi honra y la tuya. Ella, sin me dar, respuesta, saltando en el agua, se fue muy espantada. Sacáronnos de allí a mí y a mis compañeros que veía a mis ojos matar, y hacer pedazos a la lengua del agua, y a mí teníanme echado en el arena medio hombre y medio atún, como he contado, y con harto miedo si habían de hacerme ceniza; acabada la pesca aquel día, habiéndome preguntado, yo les dije la verdad, y rogándoles me sacasen del todo, lo cual ellos no hicieron; mas aquella noche me cargan en un acémila, y dan conmigo en Sevilla, y pónenme ante el ilustrísimo Duque de Medina, y fue tanta la admiración, que con mi vista ellos y los que me veían sentían y sintieron, que en grandes tiempos no vino a España cosa que tanto espanto pusiese. Tuviéronme en aquella pena ocho días, en los cuales supieron de mí cuanto había pasado. A cabo de este tiempo sentí a la parte que de pece tenía detrimento, y que se estragaba por no estar en el agua, y supliqué a la señora Duquesa y a su marido que por amor de Dios me hiciesen sacar de aquella prisión, pues a su alto poder había venido, y dándoles cuenta del detrimento que sentía holgaron de lo hacer, y fue acordado que diesen pregón en Sevilla para que viniesen a ver mi conversión, y en una plaza que ante su casa está hecho un cadalso, porque todos me viesen allí. Fue juntada Sevilla y desque la plaza se hinchió por calles, tejados y terrados do cabía la gente, luego mandó el Duque que fuesen por mí y me sacasen de una jaula que luego que vine del mar me hicieron, do estuve, y fue bien pensado, porque según la multitud de las gentes que siempre me acompañaban, sino hubiera verjas en medio de mí y de ellos, ahogáranme sin falta. ¡Oh gran Dios! decía, ¿qué es lo que en mí se ha renovado? porque hombre en jaula ya lo he visto estar y mucho a su pesar, y aves; pescado nunca lo vi. Así me sacaron y llevaron en un pavés con cincuenta alabarderos que delante de mí iban apartando la gente y aun no podían.




ArribaAbajoCapítulo XVII

Que cuenta la conversión hecha en Sevilla en un cadalso de Lázaro atún


Pues puesto en el cadalso, y allí tirándome unos por la parte de mi cuerpo que defuera tenía, otros por la cola del pescado me sacaron como el día en que mi madre del vientre me echó, y el atún se quedó solamente siendo pellejo; diéronme una capa con que me cubrir, y el Duque mandó me trujesen un vestido suyo de camino, el cual aunque me arrastraba me vestí, y fui tan festejado y visitado de gentes, que en todo el tiempo que allí estuve casi no dormí, porque de noche no dejaban de me venir a ver y a preguntar, y el que un rato de auditorio conmigo tenía se contaba por muy dichoso; al cabo de algunos días, después que del todo descubrí mi ser, casi enfermo porque la tierra me probó, y como estaba hecho al mantenimiento marino, y el de la tierra es de otra calidad, hizo en mí mudanza, y pensé cierto que mis trabajos con la vida habían acabado; quiso Dios de este trabajo con los demás librarme, y desque me vi para poder caminar, pedí licencia a aquellos señores, la cual de mala gana alcancé, porque me pareció quisieran tenerme consigo, por oír las maravillosas cosas que me acontecieron, y las más que yo glosaba, a las cuales me daban entero crédito con haber visto en mí tan maravillosa mudanza. Mas en fin, sin embargo de esto diéronme la dicha licencia, y me mandaron magníficamente proveer para mi camino; y así di conmigo en Toledo, víspera de la Asunción que pasó, el más deseoso hombre del mundo de ver a mi mujer y a mi niña, y dalle mil abrazos, la cual manera de retozo para cuatro años iba que no la usaba, porque en el mar no se usa, que todo es hocicadas. Entré de noche y fuime a mi casilla, la cual hallé sin gente; fui a la de mi señor el Arcipreste, y estaban ya durmiendo, y tantos golpes di que los desperté; preguntándome quien era, y diciéndolo, la mi Elvira muy ásperamente me respondió a grandes voces: andad para beodo, quien quiera que sois, que a tal hora andáis a burlar de las viudas; a cabo de tres o cuatro años que al mi malogrado llevó Dios, y hundió en la mar a vista de su amo, y de otros muchos que lo vieron ahogar, venís agora a decir donaires; y tórnase a la cama sin más me oír ni escuchar. Torné a llamar y dar golpes a la puerta, y mi señor enojado se levantó y púsose a la ventana, y a grandes voces comenzó a decir: que bellaquería es ésa, y que gentil hecho de hombre de bien; quería saber quien sois para mañana daros el pago de vuestra descortesía, que a tal hora andáis por las puertas de los que están reposando, dando aldabadas, y haciendo alborotos, con los cuales quebráis el sueño y reposo. Señor, dije yo, no se altere vuestra merced; que si quiere saber quien soy, también yo lo quiero decir. Vuestro criado Lázaro de Tormes soy; apenas acabé de decillo, cuando siento pasar cabe las orejas un guijarro pelado con un zumbido y furia, y tras aquel otro y otro, los cuales dando en los que en el suelo estaban, con lo que la calle estaba empedrada, hacía saltar vivo fuego y ásperas centellas; visto el peligro, que no esperaba razones, tomé la calle abajo ante los ojos y a buen paso me alejé, y él quedó desde su ventana dando grandes voces, diciendo: veníos a burlar y veréis cómo os irá. Eché seso amontón, y pareciome tornar a probar la ventura, porque yo no me quería descubrir a nadie, y por ser ya muy noche determiné de pasar lo que quedaba de ella por allí, y venida la mañana irme a casa; mas no me acaeció así, porque dende a poco pasó por donde yo estaba un alguacil, que andaba rondando, y tornándome la espada, dio conmigo en la cárcel, y aunque yo conocía a algunos de los gentiles-hombres que de porquerones lo acompañaban, y los llamé por sus nombres y dije quien era, reíanse de mí, diciendo que más de tres años había que el que yo decía ser era muerto en lo Argel, y así dan conmigo en la cárcel, y allí me tomó el día, el cual venido, cuando los otros se visten y aderezan para ir a la Iglesia a holgar una tan solemne fiesta, pensando yo haría lo mismo porque yo sería conocido de todos, entró el alguacil que me había preso, y echándome grillos a los pies, y una buena cadena gruesa a la garganta y metiéndome en la casa del tormento, todo fue uno. Este gentil-hombre que teniendo disposición y manera para ser corregidor, y se hace pregonero, esté aquí algún día, hasta que sepamos quien es, pues anda de noche a escalar las casas de los clérigos; pues a fe que ese sayo no se debió cortar a vuestra medida, ni trae olor de vino como suelen traer los de vuestro oficio, sino de un fino ámbar; al fin vos diréis, más de vuestro grado, a quien lo hurtéis, que si para vos se cortó, a fe que os hurtó el sastre más de tres varas. En hora mala acá venimos, dije yo entre mí; con todo eso le hablé diciéndole que yo no vivía de aquel menester, ni andaba a hacer lo que él decía. No sé si andáis, dijo, mas agora sale el Arcipreste de S. Salvador de la casa del corregidor diciendo que anoche le quisieron robar, y entrar la casa por fuerza, si con buenos guijarros no se defendiera, y que decía el ladrón que era Lázaro de Tormes, un criado suyo; le dije cómo os topé cabe su casa y me dijo lo mismo, y por eso os manda poner a buen recaudo; el carcelero dijo: ése que decís, pregonero en esta ciudad, mas en lo de Argel murió, y bien le conocía yo, perdónelo Dios, hombre era para pasar dos azumbres de vino de una casa a otra sin vasija ; ¡Oh desventurado de mí! dije yo, que aún mis fortunas no han acabado; sin duda de nuevo tornan mis desastres: ¿qué será esto que aquéllos que yo conozco y conversé y tuve por amigos me niegan y desconocen? mas no podrá tanto mi mala fortuna que en esto me contraríe, pues mi muger no me desconocerá, como sea la cosa que en este mundo más quiero y ella quiere; rogué mucho al carcelero, y paguéselo, que fuese a ella y le dijese que estaba allí, que me viniese a hacer sacar de la prisión, y él riendo de mí tomó el real, y dijo lo haría, mas que le parecía que no traía juego de veras, porque si yo fuera el que decía él le conociera, porque mil veces le había visto entrar en la cárcel, y acompañar los azotados, y que fue el mejor pregonero y de más clara y alta voz que en Toledo hubo: al fin como yo importunase, fue y pudo tanto que trujo consigo a mi señor, y cuando le iba a hablar que lo metió do yo estaba, trujeron una candela; aquella alegría que los del limbo debieron sentir al tiempo de su libertad sentí, y dije llorando de tristeza, y más de alegría. ¡Oh mi señor Rodrigo de Yepes, Arcipreste de S. Salvador! mirad cual está el vuestro buen criado Lázaro de Tormes, atormentado y cargado de hierros, habiendo pasado tres años las más estrañas y peregrinas aventuras que jamás oídas fueron; él me llegó la candela a los ojos, y dijo: la voz de Jacob es, y la cara de Esaú. Hermano mío, verdad es que en la habla algo os parecéis, mas en el gesto sois muy diferente del que decís. A esta hora caí en la cuenta, y rogué al carcelero me hiciese merced de un espejo, y él lo trujo; y cuando en él me miré, vime muy desemejado del ser de antes, especialmente del color que solía tener como una muy rubicunda granada, digo como los granos de ella, y agora como la misma gualda, y figuras también muy mudadas; yo me santigüé y dije: agora, señor, no me maravillo, estándolo mucho de mí mismo, que vuestra merced ni nadie de mis amigos no me conozcan, pues yo mismo me desconozco; mas vuestra merced me la haga de sentarse, y vos, señor alcalde, nos dad un poco lugar y verá como no he dicho mentira; él lo hizo y quedando solos le di todas las señas de cuanto había pasado después que lo conocía, y tal día esto, y tal día esto otro; después le conté en suma todo lo que había pasado, y como fui atún, y que del tiempo que estuve en el mar y del mismo mantenimiento y del agua, me había quedado aquel color, y mudado el gesto, el cual hasta entonces yo no me había mirado. Finalmente, después quedose muy admirado y dijo: eso que vos decís muy notorio se dijo en esta ciudad, que en Sevilla se había visto un atún hombre, y las señales que me dais también son verdaderas, mas todavía dudo mucho; lo que haré por vos será traer aquí a Elvira mi ama, y ella por ventura os conocerá mejor, y le di muchas gracias y le supliqué me diese la mano para la besar, y me echase su bendición como otras veces había hecho, mas no me la quiso dar. Pasé aquel día y otros tres, al cabo de los cuales una mañana entra el teniente de corregidor con sus ministros y un escribano, y comiénzanme a preguntar, y sino lo han por enojo, a querer ponerme a caballo, o por mejor decir verdad, en potro; no pude contenerme de no derramar muchas lágrimas dando muy grandes suspiros y sollozos, quejándome de mi sobrada desventura, que tan a larga me seguía; con todo esto con las mejores y más razones que pude, supliqué al teniente que por entonces no me tormentase, pues harto lo estaba yo, y porque lo contentase viese mi gesto, al cual llegando la luz dijo, por cierto este pecador yo no sé que fuerza podrá hacer en las casas, mas él sin ella está a lo que parece, según su disposición muestra, dejémoslo agora hasta que mejore, o se muera y dalle hemos por libre, y así me dejaron. Supliqué al carcelero tornase a casa de mi señor y le rogase de su parte, y suplicase de la mía cumpliese la palabra que me había dado de traer consigo a mi muger, y tornele a dar otro real; porque estos nunca echan paso en vano, y él lo hizo y me trujo recaudo, que para el día siguiente ambos me prometieron de venir; consolado con esto, aquella noche dormí mejor que las pasadas, y en sueños me visitó mi señora y amiga la verdad, y mostrándose muy airada me dijo: tú, Lázaro, te quieres castigar, prometiste en la mar de no me apartar de ti, y desque saliste casi nunca más me miraste. Por lo cual la divina Justicia te ha querido castigar, y que en tu tierra y en tu casa no halles conocimiento, mas que te vieses puesto como malhechor a cuestión de tormento; mañana vendrá tu muger, y saldrás de aquí con honra, y de hoy más haz libro nuevo. Y así se me despidió de presente; muy alegre de tal visión, conociendo que justamente pasaba, porque eran tantas y tan grandes las mentiras que yo entretegía y lo que contaba, que aun las verdades eran muy admirables, y las que no eran, pudieran de espanto matar las gentes; propuse la enmienda y lloré la culpa. Y la mañana venida, mi gesto estaba como de antes, y de mi señor y de mi muger fui conocido, y llevado a mi casa con mucho placer de todos; hallé a mi niña ya casi para ayudar a criar otra. Y después que algunos días reposé, torneme a mi taza y jarro, con lo cual en breve tiempo fui tornado en mi propio gesto, y a mi buena vida.




ArribaAbajoCapítulo XVII

Cómo Lázaro se vino a Salamanca, y la amistad y disputa que tuvo con el Rector, y cómo se hubo con los estudiantes


Estando ya algo un tanto a mi placer, muy bien vestido y muy bien tratado, quíseme salir de allí do estaba por ver a España, y solearme un poco, pues estaba harto del sombrío del agua. Determinando a do iría, vine a dar conmigo en Salamanca, adonde, según dicen, tienen las ciencias alojamiento. Y era lo que había muchas veces deseado por probar de engañar algunos de aquellos abades o mantilargos, que se llaman hombres de licencia. Y como la villa está llena de éstos, el olor también se siente de lejos, aunque del de sus noches Dios guarde mi casa. Fuime luego a pasear por la villa, y avezado de la mar, maravilleme de lo que allí veía, y bien era algo más de lo que tenía oído. Quiero contar una cosa de lo que allí me aconteció yendo por una calle de las más principales: venía un hombre a caballo en un asno, y como era guiñoso, y debía estar cansado, no podía caminar adelante, ni aun volver atrás, sino con gran trabajo; comienza el hombre a dar sus gritos, arre acá, señor bachiller; con esto no me moví yo, aunque pensé en volverme; pero entendiendo él que con más honrado nombre se movería más presto, comienza de decir: arre, señor licenciado, arre con todos los diablos, y dale con un aguijón que traía; viérades entonces echar coces atrás y adelante, y el licenciado a una parte y el caballero a otra; nunca vi en mi vida, ni en el señorío de la mar ni en el de la tierra, licenciado de tal calidad, que tanto lugar le hiciesen todos, ni que tanta gente saliese por verlo. Conocí entonces que debía ser de los criados con alguno de nombre, y que se hacían también de honrar con sus nombres, como yo me había hecho por mi valer y fuerzas en la mar entre los atunes. Pero todavía los en más que a mí, porque aunque me hicieron señoría no me dieron licencia, mas de la que yo de mí por mi esfuerzo entre ellos me tomaba. Y cierto, señor, que yo pasado algún tiempo, me quisiera ser mucho más el licenciado asno, que Lázaro de Tormes. De aquí vine siguiendo el ruido a dar en un colegio, adonde vi tantos estudiantes, y oí tantas voces, que no había ninguno que no quedase más cansado de gritar que de saber. Y entre muchos otros, que conocí (aunque a mí ninguno de ellos) quiso Dios que hallé un amigo mío de los de Toledo, conocido de buen tiempo, el cual servía a dos señores, como el que arriba movió el ruido, y aún era de los mayores del colegio; y como era criado de consejo y de mesa, habló con sus amos de mí de tal manera, que me valió una comida y algo más. Es verdad que fue a uso de colegio, comida poca y de poco, mal guisada y peor servida; pero maldito sea el hueso que quedó sin quebrar. Hablamos de muchas cosas estando comiendo, y replicaba yo de tal manera con ellos, que bien conocieron ambos haber yo alcanzado más por mi esperiencia, que ellos por su saber. Conteles algo de lo que había a Lázaro acontecido, y con tales palabras, que cierto todos me preguntaban, adonde había estudiado, en Francia, o en Flandes, o en Italia, y aun si Dios me dejara, acordar alguna palabra en latín, yo los espantara, tomé la mano en el hablar, por no darlos ocasión de preguntar algo, que me pusiese en confusión. Todavía ellos pensando que yo era mucho más de lo que por entonces habían en mí conocido; determinaron de hacerme defender unas conclusiones; pero pues sabía que en aquellas escuelas todos eran romancistas, y que yo lo era tal que me podía mostrar sin vergüenza a todos, no lo rehusé, porque quien se vale entre atunes, que no juegan sino de hocico, bien se valdría entre los que no juegan sino de lengua; el día fue el siguiente, y para ver el espectáculo fue convidada toda la Universidad; viera vuestra merced a Lázaro en la mayor honra de la ciudad, entre tantos doctores, licenciados y bachilleres, que por cierto con el diezmo se podrían talar cuantos campos hay en toda España, y con las primicias se ternía el mundo por contento; viera tantos colores de vestir, tantos grados en el sentar, que no se tenía cuenta con el hombre, sino según tenía el nombre. Antes de parecer yo en medio quisiéronme vestir según era la usanza de ellos; pero Lázaro no quiso, porque pues era estrangero, y no había profesado en aquella Universidad, no se debían maravillar sino juzgar más según la doctrina (pues que tal era esta) que no según el hábito, aunque fuese desacostumbrado. Vi a todos entonces con tanta gravedad y tanta mesura, que si digo la verdad, puedo decir que tenía más miedo que vergüenza, o más vergüenza que miedo no se burlasen de mí: puesto Lázaro en su lugar (y cual estudiante yo) viendo mi presencia doctoral, y que también sabía tener mi gravedad como todos ellos, quiso el Rector ser el primero que conmigo argumentase, cosa de acostumbrada entre ellos. Así me propuso una cuestión harto difícil y mala, pidiéndome le dijese cuantos toneles de agua había en la mar; pero yo como hombre que había estudiado, y salido poco había de allá, súpele responder muy bien, diciendo que hiciese detener todas las agua en uno, y que yo lo mensuraría muy presto, y le daría de ello razón muy buena. Oída mi repuesta tan breve y tan sin rodeos, que mal año para el mejor la diera tal, viéndose en trabajo pensando ponerme, y viendo serle imposible hacer aquello, dejome el cargo de mensurarla a mí, y que después yo se lo dijese. Avergonzado el Rector con mi repuesta, échame otro argumento pensando que me sobraba a mí el saber a la ventura, y quo como había dado resolución en la primera, así la daría en la segunda; pídeme que le dijese cuantos días habían pasado desde que Adán fue criado hasta aquella hora, como si yo hubiera estado siempre, en el mundo contándolos con una péndola en la mano, pues a buena fe que de los míos no se me acordaban sino que un tiempo fui mozo de un clérigo, y otro de un ciego, y otras cosas tales, de las cuales era mayor contador que no de días. Pero todavía le respondí, diciendo que no más de siete, porque cuando estos son acabados, otros siete vienen siguiendo de nuevo, y que así había sido hasta allí, y sería también hasta el fin del mundo. Viera vuestra merced a Lázaro entonces ya muy doctor entre los doctores, y muy maestro entre los de licencia.

Pero a las tres va la vencida, pues de las dos había tan bien salido, que pensó el señor Rector que en la tercera yo me enlodara, aunque Dios sabe que tal estaba el ánimo de Lázaro en este tiempo, no porque no mostrase mucha gravedad, pero el corazón tenía tamañito. Díjome el Rector que satisfaciese a la tercera demanda, yo muy pronto respondí que no sólo a la tercera, pero hasta el otro día se podía detener. Pidiome que a do estaba el fin del mundo. ¿Qué filosofías son éstas? dije yo entre mí, ¿pues cómo? no habiéndolo andado todo, ¿cómo puedo responder? Si me pidiera el fin del agua algo mejor se lo dijera. Todavía le respondí a su argumento, que era aquel auditorio a do estábamos, y que manifiestamente hallaría ser así lo que yo decía, si lo mensuraba, y cuando no fuese verdad, que me tuviese por indigno de entrar en colegio. Viéndose corrido por mis respuestas, y que siempre pensando dar buen jaque, recibía mal mate, échame la cuarta cuestión muy entonado, preguntando que cuánto había de la tierra hasta el cielo. Viera vuestra merced mi gargajear a mis tiempos con mucha manera, y con ello no sabía qué responderle porque muy bien podía él saber que no había yo hecho aún tal camino; si me pidiera la orden de vida que guardan los atunes y en qué lengua hablan, yo le diera mejor razón; pero no callé con todo, antes respondí que muy cerca estaba el cielo de la tierra, porque los cantos de aquí se oyen allá, por bajo de hombre cante o hable, y que sino me quisiese creer, se subiese él al cielo, y yo cantaría con muy baja voz, y que si no me oía, me condenase por necio. Prometo a vuestra merced, que hubo de callar el bueno del Rector, y dejar lo demás para los otros. Pero cuando lo vieron como corrido no hubo quien osase ponerse en ello; antes todos callaron y dieron por muy escelentes mis respuestas. Nunca me vi entre los hombres tan honrado, ni tan señor acá ni tan señor acullá; la honra de Lázaro de día en día se iba acrecentando; en parte la agradezco a las ropas que me dio el buen Duque, que si no fuera por ellas, no hicieran más caso de mí aquellos diablos de haldilargos, que hacía yo de los atunes, aunque disimulaba. Todos venían para mí, unos dándome el parabién de mis respuestas, otros holgándose de verme y oírme hablar. Habiendo visto mi habilidad tan grande, el nombre de Lázaro estaba en la boca de todos, y iba por toda la ciudad con mayor zumbido que entre los atunes. Mis convidados quisiéronme llevar a cenar con ellos, y yo también quise ir, aunque rehusé según la usanza de allí a la primera, fingiendo ser por otros convidados. Cenamos, no quise decir qué, porque fue cena de licencia aquélla, aunque bien vi que la cena se aparejó a trueco de libros, y así fue tan noble. Después de haber cenado y quitados los manteles de la mesa, tuvimos por colación unos naipes, que suelen ser allá cotidianos, y cierto que en aquello algo más docto estaba yo, que no en las disputas del Rector. Y salieron en fin dineros a la mesa, como quiera que ello fuese. Ellos, como muy diestros en aquella arte, sabían hacer mil traspantojos que a ser otro, dejara cierto el pellejo, porque al medio mal me iba; pero a la fin les traté tan bien que ellos pagaron por todos, y demás de la cena, embolsé mis cincuenta reales de ganancia en la bolsa. Tomaos, pues, con aquél, que entre los atunes había sido señoría, de Lázaro se guardaran siempre, y por despedirme de ellos, les quisiera hablar algo en lengua atunesa, sino que no me entendieran. Después temiendo no me pusiese en vergüenza, porque no les faltara ocasión, partime allí pensando que no todavía puede suceder bien. Así determiné volverme dándome verdes con mil cincuenta reales ganados, y aun algo más que por honra de ellos al presente callo, y llegué a mi casa, adonde lo hallé todo muy bien, aunque con gran falta de dinero. Aquí me vinieron los pensamientos de aquellos doblones que se desaparecieron en el mar, y cierto que me entristecí, y pensé entre mí que si supiera, me había de suceder también como en Salamanca, pusiera escuela en Toledo, porque cuando no fuera sino por aprender la lengua atunesa, no hubiera quien no quisiera estudiar. Después, pensándolo mejor, vi que no era cosa de ganancia porque no aprovechaba algo; así dejé mis pensamientos atrás, aunque bien quisiera quedar en una tan noble ciudad con fama de fundador de universidad muy celebrado y de inventor de nueva lengua nunca sabida en el mundo entre los hombres. Esto es lo sucedido después de la ida de Argel; lo demás con el tiempo lo sabrá vuestra merced, quedando muy a su servicio

Lázaro de Tormes.