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Basta este ejemplo por muchos. En el libro 2 la Oración, después de esta octava, en que habla de la aclamación de los ángeles en el nacimiento del Hijo de Dios, y de la adoración de los Reyes,
Añade en seguida:
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Ya en otra parte de estos Estudios hemos citado los versos que escribía a su amigo Gaspar de Barrionuevo.
Estaba tan infatuado con su poema, que sólo temía le condenasen los que no le leyesen. Por eso le puso por lema aquel pasaje de san Jerónimo: Legant prius et postea despiciant, ne videatur, non ex judicio, sed ex odii presumptione ignorata damnare.
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Mas la IliadaDe la tragedia fue famoso ejemplo,A cuya imitación llamé epopeyaA mi Jerusalén, y añadí trágica.
(Arte nuevo de hacer comedias)
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Son de ver, por lo frívolas y enredadas, las razones que alega Lope en su prólogo para persuadir a sus lectores y a sí mismo que Alfonso VIII acompañó al rey Ricardo en la expedición de Palestina, reduciéndose todas en suma a que Alfonso estuvo allí porque pudo estar, y a que no hay contradicción ninguna en que estuviese. Excusado era por cierto enredarse en los laberintos de la crítica histórica para venir a parar en semejante resultado; pero este prólogo, uno de los más infelices escritos de nuestro poeta, muestra por su indigesta y vulgar erudición, y por sus raciocinios extraños y triviales, cuánta confusión de ideas había en la cabeza de Lope, y cuán superior era lo que escribía como poeta a lo que escribía como crítico y humanista.
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El terror que el valor personal y las proezas de Ricardo infundieron a la redonda en Palestina fue igual al que Alejandro en otro tiempo había inspirado en la Persia y en la India. Las madres ponían miedo en sus niños con sólo mentarles su nombre, y cuando a algún jinete se le asombraba el caballo, solía decirle con ira: «¿Piensas que el rey Ricardo está allí?» Lope ha conservado este rasgo, pero en honor de su valiente Garcerán.
Dicen, si algún caballo se alborotaEn el campo que ahora el turco tiene,O desatada va la tienda rota,«¿Piensas que contra ti Garcerán viene?»70
(Lib. 13)
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Para que se vea la inconsecuencia de Lope en la pintura de los caracteres, principalmente en el de Saladino, véanse estos tres pasajes, que están inmediatos uno a otro en su poema.
Cuando la sangre hasta los pies alcanzaDel nuevo «Diocleciano y Eccelino,»Parte el rico despojo con su gente«Liberal, apacible y generoso.»Que un «bárbaro sin ley» a todo OrienteEn cumplir su palabra ejemplo ha sidoMas parece «que serlo contradice»Quien cumple vencedor lo que antes dice.
(Lib. 1.)
El personaje que es apacible, generoso, liberal, y cumple, aunque bárbaro sin ley, cuando ha vencido, la palabra que dio antes de vencer, no puede merecer los nombres de Diocleciano y Eccelino en el sentido que Lope les da.
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Ya desde el principio, después de la grata y fácil entonación de estos primeros versos:
se hallan estos otros:
Podía preguntarse a Lope qué entendía él por «llorar las armas infusas de Minerva»; a qué propósito en un poema de tanta gravedad permitirse el equívoco ridículo del «tajo» que se da a las plumas de escribir, con el río «Tajo»; cómo el nombre de «Dédalo» es sinónimo de ingenio; qué sentido tiene la expresión de «que hay piedra que le derribe del brazo»; ni a qué cuento viene la oscurísima e impertinente alusión al mal poema que sobre Adonis escribió en griego la antigua Praxila y quedó por prototipo de necedades: esto en las cuatro octavas primeras. Y cuando prosiguiendo la lectura se hallan con más o menos frecuencia semejantes despropósitos, dudamos con razón de que Lope castigase su poema con el rigor que decía, o a lo menos, de que tuviera verdadera idea de cómo debía hacerse este castigo.
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Esta superioridad la tiene hasta cuando describe en prosa, sin embargo de que la suya sea por otros aspectos tan reprensible. ¿Hay por ventura muchos trozos, no digo en español, sino aún en otras lenguas, que en originalidad, en grandeza y robustez puedan compararse con este pasaje de su introducción a la Grandeza Mejicana?
«En los más remotos confines de estas Indias Occidentales, a la parte de su poniente, casi en aquellos mismos linderos que, siendo límite y raya al trato y comercio humano, parece que la naturaleza cansada de dilatarse en tierras tan fragosas y destempladas, no quiso hacer más mundo, sino que, alzándose con aquel pedazo de suelo, lo dejó ocioso y vacío de gente, dispuesto a solas las inclemencias del cielo y a la jurisdicción de unas yermas y espantosas soledades, en cuyas desiertas costas y abrasados arenales a sus solas resurta y quiebre con melancólicas intercadencias la resaca y tumbos de mar, que, sin oírse otro aliento y voz humana, por aquellas sordas playas y carcomidas rocas suena; o cuando mucho, se ve coronar el peinado risco de un monte con la temerosa imagen y espantosa figura de algún indio salvaje, que en suelta y negra cabellera, con presto arco y ligeras flechas, a quien él en velocidad excede, sale a caza de alguna fiera, menos intratable y feroz que el ánimo que la sigue; al fin, en estos acabos del mundo, remates de lo descubierto, y últimas extremidades deste gran cuerpo de la tierra, lo que la naturaleza no pudo, que fue hacerlos dispuestos y apetecibles al trato y comodidades de la vida humana, la hambre del oro y golosina del interés tuvo mafia y presunción de hacer, plantando en aquellos valdios y ociosos campos una famosa población de españoles, cuyas reliquias, aunque sin la florida grandeza de sus principios, duran todavía,» etc.
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Hemos oído desaprobar la preferencia dada a Madrid para colocar la universidad Central, alegando la distracción que las diversiones de la corte ocasionarían a los estudiantes, y el mayor dispendio que causarían éstos a sus familias en un pueblo tan caro. Los que así hablan sin duda confunden una universidad con un colegio, y no ven que lo que parecería conveniente para uno, sería, absolutamente hablando, extraño y aún perjudicial para lo otro. Las razones principales que se han tenido presentes para haber elegido este local están tocadas en el texto. Podríanse añadir las siguientes: 1.ª Que las consideraciones de economía son según las circunstancias particulares de cada individuo; y que, mirándolo en grande, se puede asegurar que hallarán más recursos para vivir en la capital los estudiantes pobres que inconvenientes los bien acomodados para costearse su carrera. 2.ª Que de tiempo inmemorial ha habido en Madrid escuelas de diferentes ramos sin advertirse menos concurrencia ni aprovechamiento en los alumnos. Las enseñanzas dadas en la academia de San Fernando, en los estudios de San Isidro y en el colegio de cirujía médica de San Carlos, sin contar otras de menor consideración, son una prueba bien obvia y convincente de que el ruido de la corte no perjudica tanto como se piensa al estudio y a la aplicación de la juventud. 3.ª Que en esta cuestión la duda está en gran parte decidida por el hecho, puesto que las universidades más célebres y concurridas del mundo se han fundado y existen en capitales o en grandes poblaciones: en Italia Bolonia, Pavía, Turín; en Francia Paris, en Inglaterra Oxford, Cambridge, Edimburgo en Alemania Vieira, Leipsick, Gottinga; en España Salamanca Valladolid, Sevilla, Valencia; etc. Por donde se ve que en todos tiempos y en todas partes los fundadores de las universidades no han ido a buscar yermos ni aldeas para establecerlas, sino aquellos puntos en que fuese más fácil reunir los medios de instrucción necesarios para el objeto que se proponían.
Entre estos medios hay uno que solamente puede proporcionarle una gran capital. Éste es la mayor concurrencia, el mayor trato, la más fácil comunicación con hombres de todas clases, versados en todos los negocios, y acostumbrados a dar a los conocimientos de la escuela la aplicación que tienen a los usos y conveniencias de la vida. Así es como se adquieren el gusto y tino en las artes, el discernimiento delicado y juicio sano en las letras, el despejo, la facilidad y el buen tono en la conversación, ajeno de aquella (...)ticidad escolástica y pedante que suelen tener los estudios cuando se siguen en pueblos no suficientemente concurridos ni afinados. Un filósofo harto amante de la soledad y del retiro ha dicho que en la conversación de los autores se aprendía más que en sus libros, y más todavía en la conversación general que en la de los autores . Estas consideraciones, que tal vez tendrían menos peso tratándose de institutos de menor importancia, son de una fuerza muy grande respecto de la universidad Central, donde la enseñanza ha de tener la extensión y complemento necesarios para formar no sólo estudiantes, sino sabios.
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La mayor parte de los autores citados no se consideran en este lugar sino bajo el aspecto que presenta la superioridad de sus estudios y de sus conocimientos en los ramos en que respectivamente sobresalieron. Pero muchos de ellos, como Buffon, Condillac, Franklin, han hecho también servicios importantísimos a este mismo espíritu filosófico que caracteriza a su siglo. Y ¿quién desconoce ya que el inmortal Montesquieu es su fundador y su padre?