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Referencias críticas y anotaciones de Azorín a los textos de Echegaray pertenecientes a su biblioteca particular

Enrique Rubio Cremades

El lector de la obra crítica azoriniana percibe con nitidez el peculiar sentido que subyace en todo este corpus literario, personal e íntimo de Azorín dedicado a Echegaray. Parte del encabezamiento que figura en el presente artículo, referencias críticas, obedece a la casi inexistencia de un material noticioso referido a específicas obras de creación literaria de Echegaray. La peculiaridad reside, precisamente, en la visión de conjunto y en el análisis de hechos históricos -homenaje a Echegaray- que Azorín realiza a lo largo de su vida. A diferencia de otros trabajos suyos dedicados a los grandes maestros del Siglo de Oro o a autores representativos del neoclasicismo y romanticismo, tan solo aparecen escasas, pero puntuales, críticas a la obra de Echegaray como A fuerza de arrastrarse1 y Locura o santidad2. Otro tanto ocurre con sus anotaciones, acotaciones, subrayados y llamadas de atención, pues el material más interesante no se encuentra en su producción teatral, sino en la titulada Recuerdos3.

Los rasgos más interesantes de la crítica azoriniana referidos a Echegaray han sido enjuiciados con dispar criterio. Es evidente que para cierto sector de la crítica Azorín representa la voz más disonante de su generación, alineándose con los sectores más críticos a la producción teatral de Echegaray. Enjuiciamientos que a lo largo del siglo XX han adquirido ciertos matices y han variado, en ocasiones, sustancialmente. El engarce entre la obra dramática de Echegaray con el contexto histórico ha sido un aspecto ampliamente debatido en estos últimos años, al igual que el rechazo de Azorín al homenaje de Echegaray o su valoración crítica modulada con el paso de los años. No faltan tampoco historiadores de la literatura o críticos que han censurado hasta la saciedad la dramaturgia de Echegaray o, por el contrario, la han enaltecido y elogiado. A raíz del fallecimiento de Echegaray, 14 de septiembre de 1916, Azorín escribe dos artículos -«Indicaciones. A propósito de Echegaray»4 y «Andanzas y lecturas. Echegaray»5 - en donde reflexiona sobre la actitud de la crítica respecto a su producción dramática. El paso de los años es evidente, pues se percibe una visión más serena e inteligente que la propiciada por los críticos en los albores del siglo XX y, especialmente, en el año 1905, a raíz del recibimiento del premio Nobel. El referido engarce entre la obra de Echegaray y el contexto histórico-social del último tercio del siglo XIX es analizado por Azorín en dichos artículos, apreciándose nuevas matizaciones referentes a dicha dramaturgia y, especialmente, hacia su autor. En el artículo «Andanzas y lecturas. Echegaray» señala que su teatro

«representa el realismo y el lirismo antiguo junto con una preocupación de problemas individuales y de sutilidades de conciencia que por primera vez, de una manera ostensible y dramática, aparecen en la escena española [...] Cuando se estudia a Echegaray hay que tener en cuenta la época en que se ha producido y relacionar su obra con el ambiente político y filosófico de esa época. Nosotros vemos una ecuación exacta entre las preocupaciones positivistas de 1870 y la obra de Echegaray»6.


Desde la perspectiva del tiempo y madurez intelectual. Azorín marca las pautas del teatro de Echegaray, incidiendo en sus raíces y fuentes literarias. La dramaturgia del Siglo de Oro entronca con buena parte de su producción dramática, al igual que lo más granado y serio del romanticismo español. Las múltiples vetas de la obra teatral de Echegaray hacen posible que Azorín aluda también a su recio y vigoroso realismo y, sobre todo, a su fuerza avasalladora. Azorín es consciente de que su actitud respecto a Echegaray ha cambiado. El mismo lo confiesa al final de «Andanzas y lecturas. Echegaray»:

«En la primavera de 1905, cuando se trató de rendir un homenaje a Echegaray, un núcleo de escritores nuevos y revolucionarios formuló una clamorosa protesta. Organizó aquella protesta el autor de estas líneas. Tenía el acto una razón de ser circunstancial. Eloy, triunfante la tendencia literaria que aquel grupo representaba, el ambiente es más propicio para el juicio sereno. Lean las líneas que van escritas como la reparación, en cierto modo, a lo que, en los presentes momentos, podría considerarse como una injusticia de antaño»7


En el artículo «A propósito de Echegaray» insiste Azorín en los cambios estéticos que se producen en las generaciones. La llamada generación del noventa y ocho fue injusta con los escritores de la Restauración. Afortunadamente los juicios de valor emitidos por el propio Azorín son, más que una reparación, una clara determinación como crítico honesto y leal a sus principios, de ahí que proponga una nueva revisión sobre el teatro de Echegaray. Sus palabras están en concordancia con los críticos y escritores en general que analizaron con precisión la dramaturgia de Echegaray, como Clarín, Galdós o Emilia Pardo Bazán, entre otros. Azorín propone que se estudie con rigor al dramaturgo, la evolución de su teatro y engarce con la dramaturgia anterior, su técnica, forma y cómo

«se enlaza en la tradición, primero de los románticos y luego de Lope y Calderón; de qué manera esos dramas de Echegaray, en especial O locura o santidad, son la correspondencia en la escena de preocupaciones filosóficas que en determinado periodo histórico embargan a una parte de la sociedad española; relaciones, por ejemplo, del krausismo y del positivismo con el teatro de Echegaray, etc., etc. Una manifestación estética tan fuerte y continuada como la dramaturgia de Echegaray no puede producirse y desenvolverse aislada de su tiempo, de las costumbres y de su pueblo. Y en sus ecuaciones y correspondencias de la obra con su medio hubiera sido utilísimo el ponerlas de manifiesto»8.


La lectura de estos últimos artículos de Azorín evidencia un claro distanciamiento con sus opiniones vertidas en la prensa en el año 1905. Su artículo «La psicología de Echegaray» supone un auténtico contraste con lo emitido en años posteriores, pues tacha su obra A fuerza de arrastrarse9 con epítetos harto negativos. Tras un exhaustivo estudio de la obra, Azorín demuestra la endeblez de la misma mediante el seguimiento puntual de las acciones de su protagonista. Desde el inicio mismo en que se levanta el telón, Azorín se muestra asaz crítico con las falsas expectativas creadas por el protagonista, Plácido, pues parece identificarse con el ideal de hombre que quiere luchar, romper el ambiente mezquino en que se mueve. Plácido quiere triunfar, es audaz, impasible, sagaz, calculador, razonador, un «hombre que vive miserablemente en un pueblo, que no puede desarrollar en él su interna y poderosa energía, que se siente atraído invenciblemente hacia Madrid y que va a marchar hacia la gran ciudad para conquistarla, para hacerse una posición caminando por todos los caminos, saltando por todos los escrúpulos, arrollando todos los obstáculos»10. Desde esta perspectiva Azorín intuye que este tipo de protagonista se adecúa a los ideales de su generación, pues se trata de un héroe moderno, instintivo que alía en su espíritu la vieja tradición moral de la civilización clásica y el espíritu impetuoso de la pujante civilización industrial. Han quedado atrás los planteamientos vetustos de la generación anterior y un nuevo horizonte marca la naciente andadura de los jóvenes intelectuales11. El drama de Echegaray levanta, aparentemente, todas estas expectativas, sin embargo, conforme avanza la acción, todo se reduce a planteamientos insustanciales, absurdos y en contra de las reflexiones iniciales manifestadas por Azorín. La obra A fuerza de arrastrarse está configurada, igualmente, por situaciones insostenibles, dichos absurdos, caracteres inapropiados y planteamientos incoherentes. El héroe del drama no se adecúa a lo que demanda la sociedad actual. Sus actos son incongruentes, carentes de rigor. Echegaray carece del dominio psicológico. No sabe escudriñar en la interioridad de los caracteres. El crítico es consciente del cambio generacional y siente, pese a estas notas críticas, el trasnochado apego del ya anciano Echegaray por el teatro. Es hora de su retirada. En sus palabras finales no se percibe la cruel saña, ni la afilada ironía de la que Azorín hace gala en múltiples ocasiones. De ahí su propuesta, sus conclusiones finales, el sabio consejo de un joven intelectual que reflexiona sobre la retirada de Echegaray para evitar así el ridículo de quien ha ocupado el lugar más privilegiado de la escena española en el último tercio del siglo XIX:

«No insistamos más. Hace algunos años, cuando el gran dramaturgo Ibsen, ya fatigado, ya postrado, ya cubierto de gloria, intentaba dar al teatro nuevas obras en que se mostraba doloroso la ruina de su espíritu, sus amigos, sus deudos, sus admiradores, las interceptaban piadosamente y quitaban al maestro la pluma de sus manos cansadas. Yo no sé, en el presente caso y en España, quien procederá con más patriotismo, con más humanidad y con más amor: si los que incitan al señor Echegaray a proseguir escribiendo estas obras, o los que, sinceramente, pedimos que repose en su sosiego confortador, rodeado del cariño de sus amigos y la admiración de su público adicto»12.


E1 material noticioso referido a Echegaray que más repercusión ha tenido entre los críticos alude de forma directa al homenaje nacional promovido por un específico sector de escritores. En la serie de artículos publicados en el periódico España durante el mes de febrero de 190513 se percibe con nitidez la ruptura generacional. Con anterioridad Azorín ya había mostrado su disconformidad con la dramaturgia de Echegaray en varios folletos, corno en los titulados Anarquistas literarios14 y Literatura15. En dichos textos insiste en los mismos tópicos que el propio Azorín había señalado en los anteriores artículos de crítica literaria referidos al teatro de Echegaray ya citados, como la grandilocuencia, la inverosimilitud, caracteres y lances exagerados, personajes acartonados... Sin embargo, en la serie de artículos que configuran el corpus titulado La farándula nada de esto parece, importar a Azorín y sí, por el contrario, el rechazo a una generación que representa lo contrario a lo que demanda la joven intelectualidad. Como es bien sabido, la Academia Sueca, en sesión de 13 de noviembre de 1904, concedió el premio Nobel de Literatura a Echegaray, compartido con el poeta limosín Federico Mistral, autor de la célebre Mireya. A raíz de este acontecimiento la prensa se hizo eco de este evento y comenzó a iniciarse la idea de rendir un homenaje a Echegaray. Publicábase por entonces el semanario Gente Vieja16 dirigido por Juan Valero que había logrado agrupar en dicho hebdomadario a la mayoría de los supervivientes de la generación anterior. Valero les abrió las columnas del periódico a cambio de no exigir retribución por los originales y lanzó la idea de homenajear a Echegaray, como viejo que era, A J. Valero le sobrevino, pues, la idea, y su intención no era otra que celebrar un homenaje modesto, con su función en el teatro, canciones de Ardite y Tosti y el discurso de López Muñoz. Pero a Valero se le ocurrió decir que con ello se honraba a Echegaray como representante de la intelectualidad española. El manifiesto demoledor del joven Azorín no se hizo esperar y los organizadores del homenaje empezaron a cerdear. A no ser por el gran periodista don Miguel Moya el homenaje se hubiera ido a pique. El 18 de marzo de 1905, tal como recoge la prensa, la multitud llenaba los alrededores del Senado, donde Alfonso XIII, ante nutridas representaciones de los centros científicos, literarios y artísticos de España, impuso a Echegaray las insignias del premio Nobel17. El homenaje fue un éxito y, pese a los demoledores ataques de Azorín y representantes de la joven intelectualidad española18, celebridades como Ramón y Cajal, Menéndez Pelayo, Galdós y Valera, entre otros, aplaudieron o se adhirieron al acto. El manifiesto solo hizo avivar lo que en un principio iba a ser una celebración modesta, pues las intenciones del no menos modesto periódico Gente Vieja eran de esta índole. Los artículos de Azorín, publicados un mes antes del acto no provocaron el efecto deseado por la joven intelectualidad. Fue necesario esperar una década más para que el relevo generacional fuera tenido en consideración. Pasados los años el propio Azorín reconocería cuán equivocado estuvo en esta etapa de su vida. Sin embargo, justo es reconocer la fuerza de la entonces nueva generación. Azorín es la voz altisonante de un grupo de intelectuales que rechaza los planteamientos y credos estéticos anteriores a su generación. El rechazo es total en un principio, pero tal como avanza el correr del tiempo, el historiador de la literatura percibirá que tal rechazo fue parcial, pues no pocos maestros pertenecientes a la generación de la Restauración fueron admirados y respetados, como en el caso concerniente a las figuras de Clarín o Valera, entre otros. La animadversión de Azorín y su oposición al homenaje de Echegaray se manifiesta desde múltiples perspectivas. En primer lugar la crítica contra los organizadores del homenaje, contra los colaboradores de Gente Vieja. Una sutil ironía y una aguda percepción y análisis de lo expuesto por dichos colaboradores son aspectos que el lector percibe con claridad. De cada colaborador elegirá específicos aspectos de su formación, trayectoria o política para mostrar Azorín su veta satírica, sarcástica, mordaz y cáustica. Con ello intenta zaherir a los individuos que han mostrado públicamente su adhesión al homenaje. En segundo lugar, Azorín considera inmerecido e injusto el homenaje a Echegaray por ser él, precisamente, el escritor que más celebridad, respeto y veneración ha tenido durante el último tercio del siglo XIX. Como bien apunta Azorín, Echegaray lo ha sido todo en España, desde ministro, parlamentario y Gobernador del Banco de España hasta admirado orador y dueño de la escena española durante varias décadas. Cánovas del Castillo señala con acierto que «Echegaray era un coleccionista de glorias y un monopolizador de las admiraciones públicas» y Azorín haciéndose eco de todas estas reflexiones muestra su repudio hacia el proyectado homenaje emitiendo las siguientes palabras:

«Y nosotros decimos: para un hombre que durante veinte, treinta o cuarenta años ha estado coleccionando glorias y monopolizando admiraciones, ¿es para quien se pide ahora un homenaje?¿Podemos acusarnos nosotros nunca de haber sido injustos con este hombre con quien hemos prodigado la gloria y la admiración?»19.


Lo primordial para Azorín consiste en la búsqueda de un valor universal, que sintetice todo lo que se pueda admirar de un ser humano sin resquicio ni fisuras. Echegaray, evidentemente, no lo representa, pues para Azorín, solo debe ser homenajeado aquél que ha comprendido en su obra las aspiraciones, las ideas y los sentimientos de todo un pueblo, es decir, que en la vida ética de este pueblo, el escritor o político han sido como un estado de evolución encarnado y resumido en su persona. Evidentemente, Echegaray no encarna tal perfil demandado por Azorín, y sí, por el contrario, otros ilustres escritores e ideólogos no homenajeados que fueron intérpretes de la libertad, del progreso, del ansia por la búsqueda de nuevos horizontes, como en el caso de Quintana, poeta que supo interpretar la idea de libertad en un contexto histórico plagado de odio y de injusticias.

Tras estas dos líneas interpretativas señaladas por Azorín, cabe apuntar una tercera y última: la referida al choque generacional. Azorín marca una línea divisoria entre lo que simboliza la vieja y caduca España y la joven intelectualidad que irrumpe en los albores del siglo XX. Echegaray forma parte de un estado político anterior al desastre colonial; un estado que se distingue, precisamente, por su inconsciencia, por la irreflexión y por un lirismo caduco. Un estado en el que predomina la oratoria -Castelar, Martos, Cánovas- y se ha nutrido de ideas y hombres que han conducido al pueblo español a la ruina. Azorín señala, finalmente, a este respecto, lo siguiente:

«Y este lirismo, esta exaltación, esta inconsciencia (que envía millares y millares de hombres a la muerte en las colonias, o que sobre las tablas escénicas produce bárbaros y absurdos asesinatos), todo esto es lo que encontramos en la obra del señor Echegaray. Y precisamente esta exaltación y este lirismo es lo que se pretende conmemorar ahora, cuando ha pasado el desastre, cuando vamos abriendo los ojos a la experiencia dolorosa, cuando vamos conviniendo todos en que no es la exaltación loca, audaz y grandilocuente de nuestra persona lo que nos ha de salvar, sino la reflexión fría, sencilla, la renuncia a todo lirismo, la observación minuciosa, exacta, prosaica de la realidad cotidiana...»20.


Azorín representa la joven intelectualidad, la nueva savia capaz de regenerar la anquilosada España heredada de sus mayores. Por ello es por lo que Azorín se arroga la imperiosa necesidad de revitalizar la conciencia nacional a través del cambio. Las fórmulas del pasado no son válidas, han fracasado estrepitosamente, y la juventud no puede pasar por alto tales errores.

En los artículos azorinianos que configuran el corpus crítico La Farándula no encuentra el lector excesivos datos sobre la obra literaria de Echegaray, y sí, por el contrario, animadversión, comprensible, hacia su figura y, especialmente, contra los organizadores del homenaje y contra la Asociación de Escritores y Artistas. Echegaray es hijo de su tiempo, de la España que le correspondió vivir. Esta España que no supo ver ni discernir los males que la aquejaban, y cuyos resultados han sido funestos. Azorín interpreta el homenaje desde esta perspectiva historicista, relegando a un ínfimo plano la nota erudita o crítica. El valor de estos textos radica, precisamente, en su visión del momento histórico, de los hechos que han desencadenado el desastre colonial y el atraso de España con la vieja Europa. De allí que no existan apenas referencias literarias, ni alusiones, prácticamente, a escritores de la generación de la Restauración. Años más tarde, tal como indicaba Azorín en su artículo ya citado y comentado con anterioridad, «Andanzas y lecturas. Echegaray», señala que su figura había sido tratada con injusticia. Actitud reiterada en varias ocasiones y que muestra un cambio de actitud en sus reflexiones, como en el artículo publicado en La Vanguardia once años más tarde (1916), a raíz de la muerte de Echegaray. En las primeras líneas de dicho artículo lanza Azorín una serie de interrogantes: «¿No había sido la crítica, la prensa en general, un poco injusta? En el espacio de veinte, treinta años, ¿no habremos pasado de un extremo a otro, de la admiración incondicional a la detracción ilimitada»21. A la altura del año 1916, Echegaray es un autor por descubrir. La desidia y ausencia de estudios no solo se percibe en esta figura de la escena española, sino también en la obra de otros célebres escritores, como Campoamor, Castelar, Núñez de Arce, Pereda, Azorín admite plenamente la disparidad de criterios entre generaciones. Sin embargo, el crítico debe mantener la lucidez y la sensibilidad ante la obra literaria, de tal suerte que lo dictado o lo escrito en años anteriores puede ser refutado o modelado mediante un nuevo estudio o análisis de la obra en cuestión. De esta forma, específicas obras clásicas de la literatura española consideradas en épocas pasadas como obras menores, con el correr de los años se han convertido en piezas maestras para los lectores de la generación actual. El artículo «A propósito de Echegaray es un acertado y sutil estudio sobre la valoración literaria que en determinados momentos realiza una generación que intenta sobreponerse a la anterior. Una vez cimentada esta nueva generación y apagada la efervescencia y el ardor juvenil, el crítico, como en el caso de Azorín, tendrá otros elementos de juicio y una riqueza literaria mayor en sus apreciaciones. Es, en definitiva, mucho más ecléctico, pues concilia opiniones vertidas por los escritores coetáneos de Echegaray -Clarín22, Galdós23, Valera24, E. Pardo Bazán25 y críticos e historiadores de la época26- y emitirá juicios respecto al dramaturgo en consonancia con la crítica actual. Los historiadores de la literatura española se hicieron eco desde un principio de la doble actitud de la crítica. Blanco García señalaba al respecto que Echegaray despertaba odios y entusiasmos. Con el correr de los años esta actitud se ha ido atemperando. Quedan atrás las críticas amargas de los componentes de la llamada Generación del 98, manifestada con su firma en la carta de repulsa contra el homenajeado Echegaray. Actitud ecléctica que se percibe cuando Azorín traza la disección y rasgos de su generación, pues señalará, entre otros aspectos, que es heredera del movimiento ideológico anterior y del grito pasional de Echegaray. Generación que adopta, en el sentir de Azorín, el espíritu corrosivo de Campoamor y el amor a la realidad de Galdós.

Existe, pues, una actitud parecida entre la crítica actual y la emitida por Azorín. Hoy en día las censuras amargas contra el dramaturgo falsean la realidad teatral del último tercio del XIX. Es necesario llevar a cabo un esfuerzo para entender mejor al dramaturgo y analizarlo desde una perspectiva diacrónica. Durante estos últimos años, historiadores y críticos27 han hecho un esfuerzo considerable para situar al escritor en el lugar que se merece dentro de la historia del teatro español. Desde su pragmatismo y técnicas dramáticas, hasta su extravagancia calculada por él mismo y su habilidad para dirigirse a una aristocracia caduca y a una burguesía que carecía de rumbo. Quedan atrás los juicios peyorativos emitidos por un determinado sector de la crítica28 y prevalece un tono más conciliador, ecléctico con la producción dramática de Echegaray, tal como apuntaba Azorín a raíz de la muerte del dramaturgo. No faltan en este panorama crítico las aportaciones de especialistas azorinianos que han analizado con detenimiento y aporte de importante material noticioso tanto los sucesivos episodios nacidos a raíz del homenaje a Echegaray, como del posterior cambio de actitud de Azorín sobre la dramaturgia de Echegaray. Me refiero, especialmente, a las aportaciones de Santiago Riopérez29 y Antonio Díez Mediavilla30. Es evidente, tal como señalábamos al inicio de este artículo, el cambio de opinión experimentado por Azorín respecto a la obra de Echegaray. Pese a los juicios críticos negativos que aparecen en los primeros escritos de Azorín, el lector no aprecia la virulencia de que en otras ocasiones hizo gala el propio autor en sus colaboraciones periodísticas. Lo que pide el entonces joven Azorín es su retirada y el silencio de quienes jalean y animan al anciano Echegaray a seguir escribiendo. Es hora de dar paso a una nueva generación de jóvenes intelectuales disconformes con la anterior generación. La España que ellos han heredado no solo muestra su lado más negativo y pesimista, sino que, incluso, ignora a la nueva juventud. Aquí reside, precisamente, el tono crítico de Azorín, pues sus escritos contra el homenaje a Echegaray no fueron un ataque frontal a su obra, sino contra quienes forman parte de esa generación. Pese a ello en sus artículos publicados en el periódico España (1905) se aprecia una sutil animadversión en su visión crítica a la obra de Echegaray, aunque se trata de un criterio que nace desde la destemplanza o desde la irritación. En la siguiente década, desde la templanza, el sosiego y la moderación. Azorín verterá en sus juicios palabras bien distintas. Sus razonamientos y apreciaciones sobre la producción dramática de Echegaray son hoy en día prácticamente acatadas por la crítica: la necesidad de revisar el teatro de Echegaray, su engarce histórico, su deuda con el Siglo de Oro, el público, actores y postulados ideológicos.

Respecto a las anotaciones, acotaciones, llamadas de atención y subrayados existentes en las obras de Echegaray custodiadas en la Casa-Museo de Azorín, cabe señalar al respecto que no son tan frecuentes como cabría esperar. Esto tiene una clara explicación, pues buena parte de todo este material literario correspondiente a Echegaray procede directamente de la escena, no de la lectura. La puesta en escena de los dramas de Echegaray permitió a Azorín tener un conocimiento directo no solo de la obra de creación, sino también de los actores y del público. De hecho, en sus artículos. Azorín alude con frecuencia a estos tres aspectos. Nos encontramos, pues, con la ausencia de anotaciones deseadas, pese a que Azorín conoce con detenimiento la producción dramática, de Echegaray. Obras de Echegaray no anotadas y que figuran en su biblioteca personal son Comedia sin desenlace31, El gran galeoto32 Examen de varios submarinos comparados con «El Peral»33, La peste de Otranto34, La realidad y el delirio35, O locura o santidad36, Malas herencias37, Mariana38 y Vulgarización científica39. Por el contrario, en los ejemplares O locura o santidad, Malas herencias, Muestras y Recuerdos aparece la escritura y las acotaciones características de Azorín. En el ejemplar O locura o santidad, el perteneciente a la sexta edición, aparece en la contraportada un glosario de frases y palabras con la correspondiente paginación. El rasgo de la letra corresponde a varias etapas de su vida. La primera, en su época de juventud; la segunda, hacia la década, aproximadamente, de los años veinte. Lo anotado es lo siguiente: Otro aspecto (humanidad). 50, 56: El monólogo de Hamlet- 51; cuarenta - 33: Lorenzo - 35; cambio - 80 (III, X); momento - 89 (III, XIV); monólogo - 51 (II, V. 1). Las anotaciones azorinianas no solo figuran en la referida contraportada, sino también en diversas páginas de la obra. Estas anotaciones están relacionadas con la actuación del actor Vico en O locura o santidad. Anotaciones en sumo grado elogiosas. Así en el Acto II, escena V, Azorín escribe a pie de página lo siguiente: Esto lo dice Vico de un modo maravilloso40.

En el Acto III, escena X, la actuación de Vico en su papel de Lorenzo es también elogiada por su capacidad interpretativa, anotando la frase Aquí hace Vico un cambio de mucho efecto41. Más adelante, ya al final de la obra, Azorín deja clara su fascinación por el actor, pues anota una serie de epítetos en consonancia con dicha admiración: En esta escena está Vico estupendo, colosal42. Las anotaciones azorinianas referentes a Vico están realizadas en su juventud, en su época de estudiante en Valencia. Precisamente en su libro de memorias Valencia (1941) refiere con precisión este primer contacto con el célebre actor:

«El público de Valencia es un público entendido. Funcionaban en la ciudad cuatro o seis teatros. En la Princesa hacían zarzuela. El de Ruzafa era un teatro de comedias valencianas. En el Principal se cantaban óperas. Y al teatro de Apolo, en la calle de donjuán de Austria, venían compañías extranjeras. En Valencia vi por primera vez a Antonio Vico. El gran actor estaba ya declinante. Pero el genio es el genio. Y Vico, en aquellos momentos de alucinación, en que trabajaba como un sonámbulo, pálido, sin caracterizar, tenía genio. Le vi en O locura o santidad, y me asomé con ello a un abismo insondable de tragedia. Con un solo gesto, Vico hacía estremecer al público. Y cuando, inspirado, terminaba un parlamento con palabras ininteligibles, el público en masa se ponía en pie electrizado?»43.


Las anotaciones que aparecen en O locura o santidad guardan también relación con el artículo que escribe a raíz de la muerte de Echegaray. Artículo que, como ya se ha señalado en páginas anteriores, supone la reparación a una injusticia de antaño. En la referida colaboración para el periódico La Prensa (1916), Azorín elogia sin tapujos el significado y alcance de O locura o santidad. Los subrayados y notas de atención actúan como bocetos preparatorios para dicho artículo y colaboraciones periodísticas posteriores, especialmente las referidas a las fuentes literarias de Echegaray y a la significación de su teatro en relación con la dramaturgia española posterior44. Las anotaciones que figuran en la contraportada de la edición de O locura o santidad obedecen, pues, a dos momentos precisos de su época. En un primer momento Azorín acota ciertos parlamentos correspondientes al personaje de Juana, pues desbordan humanidad en el sentir de Azorín. En la escena y del acto III anota y acota la intervención de Lorenzo cuando sentado en la mesa y con aire de profundo abatimiento inicia su monólogo. Es evidente que dicho acto impresionó vivamente a Azorín, más que cualquier otro acto o escena de O locura o santidad. Su admiración es palpable y los gruesos trazos de lápiz rojo que aparecen en el citado contexto corrobora esta afirmación al igual que indica la fuente de inspiración: Hamlet. Las siguientes anotaciones hacen referencia a construcciones sintácticas o cambio de situaciones escénica que han provocado la admiración de Azorín. Es evidente que el escritor monovero capta las líneas esenciales del drama, pues advierte que se trata de un drama de acción contemporánea que incorpora la tendencia del drama moralizador del realismo con su típico conflicto entre el interés material y el deber moral. Como es bien sabido el progresista es considerado y tratado como un loco por atenerse, precisamente, al cumplimiento estricto de su deber y aceptar el enorme sacrificio que se le impone.

En el fondo editorial de la biblioteca particular de Azorín suelen aparecer, ocasionalmente, obras teatrales amputadas por el escritor. Hacemos alusión a las tachaduras de frases o fragmentos que son considerados impropios por Azorín. Giros inadecuados, intervenciones repetitivas, monólogos o parlamentos excesivamente tediosos para el lector son, entre otros aspectos, tachados mediante gruesos trazos o líneas de lápiz rojo. Esto ocurre, precisamente con el ejemplar del drama Malas herencias45 cuyas tachaduras reducen considerablemente la obra de Echegaray. En las dos lecturas que hemos realizado, con tachaduras y sin ellas, cabe precisar que es mucho más ágil la primera y menos efectista. Lo que no es natural o lo excesivamente rebuscado se suprime, de ahí nuestra señalada apreciación al respecto. También es muy útil el índice de todas las obras de Echegaray punteado. Azorín, pues señala la producción literaria leída hasta los años veinte del pasado siglo. Treinta y dos son los títulos punteados por Azorín de un total de sesenta y siete que figuran en el ejemplar de la colección de obras dramáticas y líricas publicada por la Sociedad de Autores Españoles. Esto da una idea clara del conocimiento por parte de Azorín de la obra de Echegaray. Hecho que explica, una vez más, la gran formación literaria del escritor y su enorme capacidad como lector infatigable.

Un ejemplar también anotado por Azorín es el titulado Muestras46. Se trata de una publicación miscelánea que reúne diversos trabajos de Echegaray de muy distinto contenido. Las anotaciones, acotaciones y subrayados aparecen en la sección de escritos científicos, como en el artículo titulado La conquista del tiempo. En esta especifica colaboración de Echegaray, Azorín anota en la portada las palabras cine y espíritu, remitiendo dichas voces a párrafos y frases emitidas por el dramaturgo. Es bien sabida y conocida la afición de Azorín por el cine, de ahí que seleccione ciertas opiniones de Echegaray relacionadas con dicho arte. El artículo de Echegaray está escrito en los inicios del cinematógrafo, mientras que las anotaciones azorinianas están enlazadas con específicos párrafos a fin de rebatir las afirmaciones de Echegaray. Son anotaciones escritas en la madurez, casi me atrevería a señalar que fueron realizadas en la senectud, pues la escritura es excesivamente rasgada y de difícil lectura. El último ejemplar de Echegaray anotado corresponde al titulado Recuerdos47. Tanto en las portadas como las contraportadas de los volúmenes segundo y tercero aparecen anotaciones de Azorín realizadas en diversas épocas de su vida. Esta circunstancia suele darse con frecuencia en su fondo editorial, pues la relectura está motivada por un interés específico que le empuja a la búsqueda de un término, concepto o teoría desarrollada por el autor del libro en cuestión. En la portada del volumen segundo de Recuerdos aparecen las palabras Injusticia e iniquidad. Ambos términos remiten a las imputaciones sufridas por un empleado de la Administración. Una historia real de un hombre honrado de la vida pública que fue condenado a prisión. Tres años más tarde fue puesto en libertad al conocerse su inocencia. Su crimen consistió en echar de su casa al jefe del negociado de un Ministerio por requerir de amores a su joven esposa. El despechado donjuán ideó a partir de este instante un sibilino plan para que su subalterno fuera a parar a la cárcel. Esta historia, propia de una novela por entregas, impresionó en gran manera a Azorín, pues anota, acota y subraya en distintas épocas de su vida la triste historia de este hombre que fue, injustamente, perseguido por la justicia. El resto de las anotaciones, subrayados y llamadas de atención se ciñen a diversos momentos de la vida de Echegaray y a su peculiar carácter. El propio dramaturgo confiesa en sus Recuerdos situaciones vividas en diversos ámbitos sociales, desde el político y científico hasta el literario. Echegaray comunica su experiencia, sensaciones y reacciones ante el hecho vivido, confesando desde una perspectiva intimista su estado anímico y su singular carácter. Azorín anota y subraya determinados estados de ánimo de Echegaray, como el referido a su doble forma de enfrentarse a los hechos. Según el propio dramaturgo, su personalidad es doble ante una situación delicada, espinosa o violenta. Desdoblamiento que él mismo explica: «El primero es el personaje, por decirlo así, del instinto; siente cólera, y, si es de razón, hasta siente cierto movimiento parecido al miedo. El segundo es el ser reflexivo que observa al primero y le juzga rápidamente, y hasta se burla de él por su falta de serenidad»48. En otras ocasiones las anotaciones obedecen a situaciones harto curiosas, como las referidas a los lugares de dormir condicionadas por situaciones de tipo académico, laboral o profesional49.

En el volumen segundo de Recuerdos, Azorín se muestra como un paciente lector que escudriña todos los episodios más interesantes de la vida de Echegaray. Las acotaciones y subrayados son numerosísimos. Todo ello revela el profundo conocimiento que el escritor monovero tuvo de su vida y obra. El tercer tomo de Recuerdos está igualmente anotado por Azorín. Tanto en la portada como en la contraportada encontramos numerosísimas anotaciones, alrededor de treinta. Las acotaciones, anotaciones y llamadas de atención dispersas en el texto son también numerosas. Esto corrobora, una vez más, el interés manifestado por Azorín respecto a la vida de Echegaray. En todo este corpus de anotaciones se observa una vez más el interés de Azorín por las referencias a los políticos y su correspondiente tendencia ideológica. Si en el primer volumen aparecen anotados los políticos Olozaga, Sagasta y Prim, entre otros, en el segundo, Azorín muestra especial interés por el análisis que Echegaray realiza sobre los políticos Cánovas y Serrano.

La polifacética figura de Echegaray propicia numerosísimas anotaciones, pues el lector encuentra al lado de la figura de un político el nombre de los dramaturgos más representativos de la segunda mitad del siglo XIX. Otro tanto sucede con las referencias al sistema educativo, influencias ideológicas centroeuropeas o el estado de la ciencia en España. La poliédrica figura de Echegaray propicia el interés de Azorín, de ahí que en las anotaciones encontremos un rico mosaico de nombre de muy distinto credo ideológico y profesión. Médicos, jurisconsultos, actores, dramaturgos, filósofos, políticos..., figuran en este extenso repertorio anotado. Ayala, Ríos Rosas, Carlos Rubio, Zorrilla, Nietzsche, etc., aparecen en un lugar prominente entre sus anotaciones, como un claro exponente de las preferencias de Azorín. Material noticioso, en definitiva, que unido a sus artículos dados a la luz pública prueban el gran interés que Azorín tuvo por Echegaray. Sin embargo, cabe precisar que el número de anotaciones excede en sumo grado a lo dictado en sus críticas sobre Echegaray. Se podría afirmar al respecto que Azorín sintió una especial predisposición por las memorias o Recuerdos, pues en dicha publicación Azorín pudo adentrarse en el complejo contexto histórico de la segunda mitad del siglo XIX mediante la privilegiada mirada del hombre de estado y escritor. Echegaray vierte toda su rica experiencia y conocimiento en Recuerdos. Cabe recordar una vez más la polifacética trayectoria del dramaturgo, desde ministro de Fomento y Hacienda en varias ocasiones hasta fundador del Banco de España, presidente de Instrucción Pública y Director del Timbre. Hombre republicano y progresista fue miembro de varias instituciones académicas, entre ellas, la Real Academia Española de la Lengua.

Echegaray representa para Azorín la historia viva de un periodo de España que no pudo conocer por razón de edad, de ahí que consultara con frecuencia Recuerdos y anotara a lo largo de los años conceptos o ideas que servirían para documentar o centrar diversos aspectos relacionados con el contexto político y social de la España de la segunda mitad del siglo XIX.

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