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Ruinas y romanticismo

Sebold, Russell P.





En 1774 Cadalso acaba sus Noches lúgubres, obra tan decisiva para el desenvolvimiento del romanticismo como el Wérther, de Goethe, y en esas páginas encuentra en España su primera expresión plena la visión egocéntrica, materia lista, descreída de la vida, sin promesa de un mañana eterno, que será característica de todas las obras cien por cien románticas. En términos históricos, no se entiende la aparición de un ejemplo completamente logrado de una tendencia literaria sin que se dé alguna preparación en el ámbito artístico en el que se ha producido, y entre los Ocios de mi juventud del mismo Cadalso, hay versos que apuntan a su poema en prosa de 1774. Mas es posible ampliar el esbozo del ámbito fecundante con información nueva, sobre todo en lo que atañe a los siguientes elementos de las Noches lúgubres: la materialidad de la existencia humana, el diálogo entre el espíritu adolorido y el mundo material, y el tema de la muerte voluntaria por el amor.

En la última junta de la Academia del Buen Gusto, el 29 de abril de 1751, se lee un poema cuyo asunto es la muerte de frío del protagonista Alfeo al buscar el alma de su amada difunta en las nevadas ruinas de un templo. Se trata de «Las ruinas. Pensamientos tristes», de Alfonso Verdugo y Castilla, conde de Torrepalma (1706-1767), académico de la Lengua, de la Historia y de San Fernando, y diplomático que pudo conocer directamente las nuevas tendencias literarias europeas en el extranjero.

En una composición tras otra de las recogidas en el tomo LXI de la Biblioteca de Autores Españoles, Torrepalma toca el tópico de las ruinas, que será tan del gusto del romanticismo, ya hable de la trágica pérdida de un hijo, ya del incendio de Roma por Nerón, va de César, va de la muerte de una hermosa mujer. ya del juicio final. Por ejemplo, «padecer la ruina» en los propios hijos, sin estremecerse, es «la extrema sublime raya». El «laurel eterno» de César se cubre de «ruinosa hiedra». y el poeta apostrofa así al dictador romano: «Presago el llanto, tu ruina / y la de la patria gime.» En tales poemas la figura de las ruinas se acopla con el clásico tema de la fugacidad de todo lo humano. Mas ya en ellos se une a la par a un léxico del dolor que viene a ser un clarísimo anuncio del estilo romántico. Me refiero a expresiones como éstas: «medroso horror»; «la profunda noche del espanto»: «sólo el sollozo es ritmo del quebranto»; «con mortal palidez la luna errante / callaba, envuelta en las tinieblas frías»: «las cavernas del eterno llanto».

Antes de mirar el poema de «Las ruinas» propiamente dicho, será iluminativo señalar que va en los otros se perfila el perpetuo y doloroso egocentrismo de la cosmovisión romántica. En sus tercetos dedicados «A la temprana muerte de una hermosura», el conde se lamenta así: «... Sólo la ansiosa / acción del llanto es nuestra. el sentimiento / de la pérdida triste y dolorosa. / En la trágica patria del tormento / quedamos, para dar, con nuestra queja, / materia eterna a su inmortal contento». La que ha dejado de existir conoce la única felicidad; el que existe aún, existe merced únicamente a su eterna pena. En fin: se prevén en estos versos aquellos otros de 1794 en que Meléndez Valdés nombrará y definirá el dolor romántico, «materia en todo a más dolor hallando / y a este fastidio universal que encuentra / en todo el corazón perenne causa».

En «Las ruinas» el léxico se hace aún más subidamente romántico al buscar Alfeo en el «ruinoso edificio» el reflejo de su propia ruina. Para describir el vacío de esas dos ruinas se utilizan estos términos: «sordo viento»; «silencioso yermo»; «no mudas lágrimas»; «cansado de llorar»; «... pasto venenoso / del ánimo infeliz...»; «suspiros exánimes», «... moribunda / exhala mi vida...»; «lástima sólo, y sin fragmentos ruina»; «en mi corazón el trance duro»; «tímido tú temblabas del espanto». Y todo ello lo sufre Alfeo en la «lozana juventud»: circunstancia cronológica en la que insistirán sin excepción los románticos desde Meléndez Valdés, que se presentará como «huérfano, joven, solo y desvalido», hasta Romero Larrañaga, quien considerará sus días acabados porque «va han marchitado mi vida / las nieves de veinte inviernos». Pues el hondo hastío puede representarse como doblemente desgarrador cuando acomete a la tierna juventud.

En la anacreóntica «En lúgubres cipreses», Cadalso será el primero en expresar en forma directa el dolor cósmico romántico. «Miradme compasivos» -pide a todos los seres naturales en torno suyo-, y éstos espera que intercedan a su vez con la ninfa Eco: «Mandad que diga al orbe / la pena de Dalmiro.» Pero he aquí que Torrepalma se adelanta a Dalmiro en el uso de tales heraldos al implorar la asistencia del Tajo, la noche y las dríades: «... y el océano / mi llanto escuche en tus postreras ondas»; «por tus callados páramos dilata / en ecos pavorosos mi lamento»; «llorad conmigo».

Álfeo acude a la vez a las nueve hermanas del Parnaso: «Decidlo, musas, y al horrendo caso / levantad, si podéis, el grito mío; / despedazado en el doloroso canto / el ronco pecho, y conceded al labio / voz que convenga al triste pensamiento. / Cantad aquí; cantad, entre estas ruinas, / como en sima funesta horrible y propia, / de mi eterno dolor la causa fiera.» Es éste el trozo más romántico del poema, pues de nuevo se presagia el fastidio universal en el «eterno dolor» de Alfeo, que se define por una «sima funesta» y una «causa fiera». Es más: al imaginarse Alfeo el ronco pecho despedazado, se anticipa en noventa años al masoquismo de Espronceda, en el Canto a Teresa: «Y me divierto en arrancar del pecho / mi mismo corazón pedazos hecho.» En ningún momento busca Alfeo los socorros espirituales de la Iglesia. Grita, sencillamente llena el cosmos y su mundo interior de su desgarrador grito. Pues es, como en otro poema del conde, un grito que suena por dentro lo mismo que por fuera: «Después del grito, el silencio: / porque quedó resonando / en el corazón el eco».

En la funesta ruina a la que se ha acogido el desesperado Alfeo, se da la metáfora romántica central de «Las ruinas», la cual se explica en el propio poema: «Levanta ideas tristes, y en las señas / de una ruina. otra ruina copia.» Es notable asimismo el final de «Las ruinas», en el que parece preverse el de «La belle dame sans merci», de Keats, donde el triste amante muere de frío al buscar a su dama fantástica en una colina invernal. Del mismo modo, pero más de medio siglo antes, Alfeo, por «el frío viento» y por «el yerto labio / ya el nombre amado apenas articula». Momentos después, «letal frío / los últimos espíritus extingue, / y en alta nieve yace». He aquí rescatado de la negligencia un precioso, documento para la historia del romanticismo en España.

(26 de julio de 1991)





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