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Una boda en la pequeña nobleza alicantina del setecientos: los Soler de Cornellá y los Juan a través de su correspondencia1

Rosario Die Maculet

Armando Alberola Romá (coaut.)





Resulta evidente el interés que despierta en la actualidad entre los historiadores el estudio de las cuestiones relacionadas con la familia y su entorno. Ese interés ha comenzado a desbordar el marco estrictamente demográfico para penetrar en el análisis de aspectos sociales, entendiendo el término social en su sentido más extenso. De ahí que, tanto la vida cotidiana como el marco jurídico en el que se establece el contrato matrimonial -por poner dos ejemplos suficientemente diferenciados-, son objeto de la atención de los investigadores, junto a otras muchas facetas de la vida familiar.

La abundancia y calidad de publicaciones recientes referidas a estos temas2 permiten considerar que aquella reflexión, formulada hace algo más de un lustro y según la cual nos encontrábamos ante una historia «por hacer»3, debe empezar a matizarse; pese a que resten parcelas escasamente estudiadas por el momento, como las referidas a los sentimientos o a la economía doméstica4.

Los grupos familiares han sido contemplados desde la perspectiva de sus actividades económicas, contextualizándolas adecuadamente en la sociedad en la que se incardinan5. Se analizan los vínculos establecidos en el ámbito urbano entre diferentes familias con el objetivo de conformar poderosas oligarquías dirigidas hacia el control de la vida política local6. Asimismo, se estudia el papel que la familia tiene como transmisora de propiedades, al igual que la función desempeñada por la sociedad matrimonial7. El empleo del matrimonio como estrategia para reunir importantes fortunas era propio de la nobleza en sus diferentes categorías8, y es a este aspecto, referido al ámbito alicantino y a la pequeña nobleza urbana en él asentada, al que dedicaremos las páginas del presente trabajo.

El hallazgo, entre los documentos que custodia el Archivo privado de la marquesa del Bosch en Alicante, de un legajo de correspondencia relativa a los preparativos del matrimonio que contrajeron en 1763 el caballero ilicitano Francisco Soler de Cornellá y Ros de Ursinos y María Rafaela Juan Ximénez de Urrea9, nos brinda la oportunidad de descender a un grado de detalle poco habitual en estos casos y ofrecer, en consecuencia, un ejemplo concreto de lo que podían ser estos comportamientos en el seno de la pequeña nobleza del antiguo reino valenciano10.

Pero si interesante puede resultar el contenido de la correspondencia, no lo es menos el estudio y análisis del ámbito familiar de los contrayentes. Las intrincadas alianzas matrimoniales concertadas en la época, dirigidas a mantener a sus miembros dentro del rango que tenían por su nacimiento, condujo a unos elevados niveles de endogamia entre las familias más relevantes de aquella sociedad. La causa de que las ramas genealógicas se trenzaran de manera semejante a la de los hilos de un encaje radica en la necesidad de mantener los patrimonios familiares reunidos y, a ser posible aumentados, como único medio para poder asegurar el acomodado nivel de vida en el que se desenvolvían.

La tardanza en contraer matrimonio por parte del primogénito varón, así como la notable e incluso a veces extraordinaria diferencia de edad entre los contrayentes no resultan extrañas y es una tendencia puesta de manifiesto por los historiadores11. La raíz de este hecho ha de buscarse en la total sujeción de los hijos a la autoridad paterna. El padre disfrutaba y administraba los bienes familiares, incluso las legítimas maternas, por lo que los hijos no podían disponer libremente de su patrimonio hasta que se producía la muerte del padre. Ello conllevaba una dependencia económica absoluta de los hijos respeto de su progenitor y determinaba en gran medida la tardanza de aquellos en casarse y fundar una familia.

En consecuencia, no parece superfluo realizar una breve reseña del círculo familiar en el que vivieron los dos principales personajes de esta «función»12, cuyo ensayo se prolongó durante varios meses y que se celebró en Alicante el día dieciocho de diciembre de 176313.




ArribaAbajoLos Soler de Cornellá

La familia Soler de Cornellá está bien documentada y estudiada. Varios son los trabajos que se han escrito analizando tanto la figura de alguno de sus miembros como la trayectoria de la familia en sí y su influencia económica o política en la ciudad de Elche14.

Dentro de la escala social vigente en el siglo XVIII podemos situar a los Soler entre la nobleza media avecindada en provincias; caballeros y ricos propietarios de tierras que intentarán perpetuar su fortuna y apellidos mediante mayorazgos y vínculos establecidos a favor de sus primogénitos. Fieles al estereotipo de la época, procurarán encauzar al resto de sus miembros hacia el Ejército, la Iglesia o el matrimonio contraído con sujetos integrados dentro de su círculo, como medio para mantener el elevado tono de vida acorde con su ilustre linaje.

Francisco Soler de Cornellá, cuya alianza matrimonial constituye el núcleo del presente trabajo, había nacido en Elche el día 6 de octubre de 1726. Hijo de don Leonardo Soler de Cornellá y Vaíllo de Llanos y de doña Vicenta Ros de Ursinos y Barberá, tuvo cinco hermanos llamados Josefa, Dionisio, Pedro, Leonardo y Vicente15.

De todos ellos fue sin duda Leonardo la figura más sobresaliente. Nacido el diez de abril de 1736, siguió la carrera eclesiástica, llegando a ser un eminente orador y autor de reputados trabajos relativos al arte de la predicación. En su doble faceta de miembro de una influyente familia de la nobleza ilicitana y, a la vez, por su condición de religioso con una amplia cultura humanística, su obra resulta clave en la reforma de la predicación y la oratoria sagrada durante el siglo XVIII16. En 1763, año al que se circunscribe el presente trabajo, Leonardo era presbítero de la Iglesia del Salvador de Elche, de donde pasó pocos meses después a la Iglesia parroquial de la villa de Almoradí. Cuando murió, el veintisiete de abril de 1796, era canónigo magistral de la Catedral de Orihuela.

Dionisio siguió la carrera militar adscribiéndose a un cuerpo netamente nobiliario como eran los Guardias de Corps17. A finales de 1762 y durante 1763, formando parte de la Compañía Italiana de Su Majestad, se encontraba destacado en la ciudad de Mérida por exigencias de la guerra que se desarrollaba entre España e Inglaterra18.

Pedro había casado con Joaquina Llanzol en 175319, mientras que Vicente, último de los hermanos, siguió otra trayectoria habitual en la familia, cual era el ingreso en la Orden de San Juan de Jerusalén u Orden de Malta20. En 1762 era caballero de Hábito de dicha Orden y Alférez de Fragata de la Real Armada21.

Finalmente nada podemos decir de la única hermana, Josefa, salvo que contrajo matrimonio en 1746 con Francisco Martínez de la Raga22. Es posible que en las fechas estudiadas ya hubiera muerto. En el testamento de sus padres, redactado en 1740, Josefa ocupa el último lugar en la sucesión del vínculo que los testadores crean en cabeza del primogénito varón. En esta escritura, además, su madre establece sobre sus bienes una mejora de 400 libras a favor de la hija. Con posterioridad a esa fecha, ni en las demás escrituras notariales consultadas ni en las cartas se encuentra mención a ella.

Francisco, el primogénito varón y heredero del linaje, no tuvo una trayectoria personal destacada ni excepcional. Como uno más de los centenares de aristócratas de su época, herederos del patrimonio familiar, su vida se encauzó hacia la administración y aumento de su fortuna, con escaso éxito por cierto. Desempeñó asimismo diversos cargos públicos en la villa de Elche, de donde fue en varias ocasiones alcalde ordinario. Fue abogado de los Reales Consejos, caballero maestrante de la Real Maestranza de Valencia y familiar numerario y alguacil mayor del Santo Oficio de la Inquisición de Murcia en la villa de Elche23. Su anodina figura carecería para nosotros de especial interés si no fuera porque se ha conservado su correspondencia particular.




ArribaAbajoLa familia Juan

A la hora de buscar esposa, Francisco no se alejó mucho del ámbito familiar y su elección recayó en María Rafaela Juan Ximénez de Urrea, con cuya familia mantenían los Soler de Cornellá una estrecha amistad y complicados lazos de parentesco. Nicolás Juan Pascual del Pobil, padre de la novia, era hermano consanguíneo de Jorge, Margarita y Bernardo Juan Santacilia y éstos, a su vez, primos segundos de Francisco Soler24.

Para situar correctamente a María Rafaela Juan dentro de su entorno familiar conviene hacer una sucinta referencia a sus antecesores más inmediatos, para lo cual basta remontarnos a su abuelo paterno.

Don Bernardo Juan Canicia, caballero de Alicante, contrajo matrimonio en dos ocasiones. En 1694 casó en primeras nupcias con su pariente doña Isabel Ana Pascual del Pobil y Gisbert. De dicho matrimonio nacieron cinco hijos, llamados Francisca María, María Manuela, Antonio (nacido en 1705 y fallecido a los cuatro meses), Nicolás y Cipriano. Tras morir su esposa de sobreparto en octubre de 1709, contrajo segundas nupcias en 1711 con doña Violante Santacilia Soler25. Ésta era viuda a su vez de don Pedro Ybarra Paravicino, con quien había tenido tres hijos llamados Jorge (muerto poco después de nacer), Teresa y Antonia Ybarra Santacilia26.

De la unión de Bernardo y Violante nacieron Jorge, el ilustre marino y científico; Margarita y un hijo póstumo, también llamado Bernardo, que vino al mundo tres meses después del fallecimiento de su padre27.

La familia así formada por Bernardo Juan y Violante Santacilia constituye un perfecto ejemplo con el que podría ilustrarse un apartado de Derecho Civil relativo al parentesco. En ella podemos distinguir entre los hermanos de doble vínculo o germanos, hijos de los mismos progenitores, como es el caso de Jorge, Margarita y Bernardo Juan Santacilia; y los hermanos de vínculo sencillo o medio hermanos, con un solo progenitor común. Éstos se denominan consanguíneos, cuando tienen el padre en común y distinta madre. En este supuesto se hallaban Jorge, Margarita y Bernardo Juan Santacilia respecto a Francisca, Manuela, Nicolás y Cipriano Juan Pascual del Pobil. Cuando el progenitor común es la madre se llaman uterinos, como sucedía entre los repetidos Jorge, Margarita y Bernardo respecto a Teresa y Antonia Ybarra Santacilia28. Por último, los hijos del primer matrimonio de Bernardo y los del primer matrimonio de Violante eran entre sí hermanastros.

No se debe confundir a los medio hermanos, ya sean consanguíneos o uterinos, con los hermanastros, pues éstos últimos son los hijos que uno de los cónyuges tiene, procedentes de una unión anterior, con respecto a los hijos que el otro cónyuge ha tenido a su vez con otra persona. Entre hermanos y medio hermanos el matrimonio está absolutamente prohibido, por constituir dicho grado de parentesco un impedimento de Derecho Natural, y como tal no dispensable. Los hermanastros, por el contrario, pueden casarse entre sí por no existir entre ellos ninguna clase de parentesco.

Esta premisa es esencial para comprender un hecho que contribuyó a reforzar la unión entre los miembros de tan compleja familia pues, en 1730, Nicolás Juan Pascual del Pobil casó en primeras nupcias con su hermanastra Teresa Yvarra Santacilia, con quien tuvo tres hijas: María Antonia, quien en 1748 profesó como religiosa en el Convento de la Sangre de Alicante; María Manuela, casada en 1750 con el oriolano Juan Roca de Togores y Moncada; e Isabel María, casada en 1754 con el alférez de navío Salvador de Medina Jorge y fallecida al año siguiente tras dar a luz a su segundo hijo29.

Habiendo enviudado a los pocos años de matrimonio, Nicolás Juan casó por segunda vez en Zaragoza en 1736 con María Rita Ximénez de Urrea y Bagués, hija de los Condes de Berbedel. Fruto de este enlace fueron diez hijos, de los que tan sólo cinco sobrevivieron a la infancia: Francisco de Paula, a quien la familia llamaba Frasquito y que en las fechas que nos ocupan era oficial de Marina y se encontraba embarcado; María Francisca, casada desde 1758 con José Sannazar, II marqués de Arneva; María Rafaela, cuyo matrimonio con Francisco Soler de Cornellá centra el presente trabajo; María Pilar y María Lucía30.

De María Rafaela, nacida en Alicante en 1742, poco podemos añadir, salvo que contaba al casarse con veintiún años, dieciséis menos que su prometido. Siendo menor de edad y mujer, lo extraño habría sido poseer mayores conocimientos acerca de su persona.




ArribaAbajoLa fortuna de Francisco Soler de Cornellá

Francisco no se apresuró a contraer matrimonio, pues cuando lo hizo contaba treinta y siete años de edad, y ello se debió, indudablemente, a razones de índole económica como evidencia el hecho de que, como veremos más adelante, no entró en posesión de parte de sus bienes hasta la muerte de su padre, acaecida en noviembre de 1762.

Como primogénito, Francisco heredó la mayor parte de los bienes familiares llegando a reunir, a lo largo de su vida, hasta cuatro vínculos de distinta procedencia. El grueso de su herencia estaba formado por el vínculo instituido por sus padres en su testamento fechado en 174031, cuyo núcleo principal lo constituía la hacienda y olivares de Benicaixer con ocho hilos de agua, así como la casa solariega situada en la villa de Elche.

Con posterioridad, también heredaría el vínculo fundado por su tío, el beneficiado don Pedro Soler de Cornellá, en su testamento otorgado el ocho de mayo de 1757 ante el escribano Carlos Pasqual32. En dicha escritura el testador, tras efectuar diversos legados a sus restantes sobrinos varones, nombraba como su heredero universal a Francisco Soler, a quien designaba como sucesor en el mayorazgo que instituía sobre las siguientes propiedades:

- Una heredad situada en la partida de Asprillas, parte plantada de viña y otros árboles y parte de tierra blanca, que contaba así mismo con una casa habitación, cisternas de agua pluvial y salada y ermita33.

- Noventa y cinco tahúllas de olivar situadas en la partida del Palombar, anejas a la heredad de Asprillas.

- Una pieza de tierra blanca situada en la partida de Beniay y ochenta tahúllas de olivar en la partida de Partidor34.

- Nueve hilos de agua inscritos en el Libro de la partición de las aguas de la villa de Elche y una almazara de tres prensas, que se comunicaba con la de su hermano don Leonardo y con la que compartía una misma zafa y rulo para la molienda de la aceituna.

Sin embargo, en 1763 Francisco todavía habría de esperar para disfrutar de este mayorazgo puesto que su tío don Pedro Soler, que convivía con él y los restantes hermanos en la casa familiar, aún viviría más de catorce años, produciéndose su fallecimiento en fecha indeterminada que cabe situar entre los años 1777 y 178335. Con el correr de los años aún ingresarían en su patrimonio dos vínculos más, a saber, el fundado por su primo José Soler de Cornellá y Martínez de la Raga sobre la Alquería de la Limera, en Valencia; y el instituido por su prima Vicenta March y Ros36.

Desconocemos la fecha en que se convino la alianza matrimonial entre Francisco y Rafaela pero un factor decisivo en la preparación y puesta en marcha de la ceremonia nupcial lo constituyó, como queda dicho, la muerte de don Leonardo Soler de Cornellá, padre de Francisco, acaecida el cuatro de noviembre de 176237.

A los setenta y ocho años de edad es indudable que don Leonardo, antes de morir, intentó dejar arreglados sus asuntos con vistas a asegurar correctamente el reparto de sus bienes entre los cinco hijos varones. A tal fin, el diecisiete de septiembre de 1762, solicitó ante el corregidor de la villa de Onteniente el justiprecio judicial de varias fincas que poseía en dicho término; diligencias que finalizaron el nueve de octubre de ese mismo año, siéndole notificadas por auto a su procurador en la misma fecha38.

Apenas once días después, postrado en cama y tan enfermo que ni siquiera pudo firmar, otorgó su último codicilo por el que anulaba lo dispuesto en otro anterior, de diez de abril de 1751. En esa postrera disposición modificaba la asignación de bienes que tenía realizada a favor de su hijo Vicente, legaba a sus hijos Leonardo, Pedro y Dionisio determinados bienes en pago de sus legítimas y, finalmente, agregaba los muebles y los objetos de plata que poseía en su casa de Elche al vínculo que había fundado en su testamento de 1740 a favor de su primogénito, Francisco39.

Murió don Leonardo dos semanas después y, debido a la complejidad de la herencia40, las operaciones sucesorias no concluyeron hasta el seis de febrero de 1763 con la elevación a escritura pública del Convenio, Divición y Partición de la herencia del difunto don Leonardo Soler ottorgada entre sus hijos41. En este documento los hermanos Soler de Cornellá, excepto Josefa, procedían en realidad a inventariar y repartir los bienes integrantes de tres distintas herencias: la de su padre, don Leonardo Soler, fallecido unos meses antes; la de su madre y esposa del anterior, doña Vicenta Ros Barberá, muerta en 1740; y la de la madre de ésta última y abuela de los otorgantes, doña Lucía Anna Barberá Despuch, que falleció con posterioridad a su hija42.

Estas tres herencias se hallaban todavía indivisas. Para proceder al inventario y división de los bienes recayentes en ellas, el difunto don Leonardo había designado a su hermano don Pedro -a quien los herederos relevaron de dicho encargo debido a su avanzada edad y precario estado de salud- y a su sobrino don Bernardo Juan Santacilia, quien por su condición de abogado era la persona más indicada para ello. Éste, además, actuaba como curador de Vicente Soler, el único de los hermanos que todavía era menor de edad por no haber cumplido aún los veinticinco años. La tarea de Bernardo Juan consistió en realizar un inventario general de todos los bienes disfrutados y administrados por el difunto, determinar a qué concreta herencia pertenecían y poder de ese modo formar la hijuela de cada heredero según su participación en cada una de ellas.

La herencia de doña Vicenta Ros estaba constituida por la suma de mil libras, donadas por su esposo a título de arras, y otras cinco mil libras a que ascendía el valor de los bienes que aportó como dote cuando contrajo matrimonio. Éstos consistieron en diferentes propiedades situadas en la villa de Onteniente, así como varios capitales de censos en dicha villa y en la de Monóvar43.

El cuerpo de bienes pertenecientes a la herencia de don Leonardo estaba constituido, además de por los muebles, joyas y semovientes prolijamente descritos en el inventario, por la importante hacienda situada en la partida de Benicaxier compuesta por doscientas treinta y seis tahúllas de tierra plantadas de olivos, higueras y otros árboles, una casa habitación y ocho hilos de agua para el riego de dicha heredad. Don Leonardo poseía además una almazara de tres bigas y la casa solariega de los Soler, sitas ambas propiedades en la villa de Elche. Finalmente, se contaban también entre sus posesiones doscientas ochenta tahúllas de tierra almarjal en la partida de la Balsa Larguera de Elche, así como los bienes a que hemos hecho mención antes, situados en la villa de Onteniente y aportados por doña Vicenta Ros como dote.

En las referidas herencias paterna y materna, el primogénito, Francisco, resultaba mejorado en el tercio y quinto de todos los bienes, asignándose para pago de esta mejora la hacienda con su casa, tierras y olivares sita en la partida de Benicaxier, ocho hilos de agua para el riego de dicha hacienda, y además la casa habitación de la familia, situada en la villa de Elche.

Finalmente, la herencia perteneciente a la abuela materna consistía en cinco bancales de tierra huerta sitos en la partida del Plá de la villa de Onteniente; una pieza de tierra de secano sita en el barranco de Agres, en dicha villa; doscientas cuarenta libras de un crédito que la difunta ostentaba contra los herederos de Francisco Berenguer; y cincuenta y tres libras y cinco sueldos del importe de las alhajas de plata que correspondieron a los hermanos Soler en la división de la herencia de su abuela. Todos estos bienes ascendían a un total de mil ochocientas cincuenta y seis libras, ocho sueldos y seis dineros que debían repartirse entre los cinco hermanos por igual al no haber mejorado la difunta expresamente a ninguno de ellos.

Concluidas las operaciones particionales correspondieron a Francisco, en pago de sus legítimas y mejoras, todos los bienes expresamente asignados a él y algunos otros por un importe global de once mil ochocientas setenta y cuatro libras. Muy inferior resultaba la parte correspondiente a sus hermanos: la hijuela de Dionisio ascendía a dos mil quinientas veinticuatro libras; a Pedro le correspondían dos mil cuatrocientas cincuenta y dos libras; Leonardo y Vicente, por último, habían de recibir cada uno bienes por valor de dos mil cuatrocientas cuarenta y tres libras.

Una vez asegurada la estabilidad patrimonial, el objetivo del primogénito había de ser formar una familia.




ArribaAbajoEl matrimonio de Francisco Soler y Rafaela Juan a través de la correspondencia

Como ya queda dicho, el dieciocho de diciembre de 1763 contrajeron matrimonio en la Iglesia Colegial de San Nicolás de Alicante Francisco Soler y Rafaela Juan. El interés que para nosotros tiene este concreto enlace radica principalmente en el hecho de que en el archivo privado de la Marquesa del Bosch se ha conservado la correspondencia relativa a los preparativos de dicho matrimonio.

El legajo estudiado se compone de cuarenta y ocho cartas recibidas por Nicolás Juan y su esposa María Rita, durante los meses que precedieron a la boda de su hija Rafaela. Aproximadamente la mitad de estas cartas fueron escritas por Francisco Soler de Cornellá y en ellas, además de informar a su futuro suegro sobre la marcha de los preparativos de la boda, solicita instrucciones acerca del modo en que debían ir efectuándose aquéllos. Las cartas restantes son felicitaciones enviadas por familiares y amigos. La lectura de estas misivas, dirigidas por Francisco Soler a quien había de ser su suegro y a la propia novia en los meses previos al enlace, revive ante nuestros ojos todo el cúmulo de preparativos, impaciencias, anécdotas e incluso recelos, pueriles o no, que un acontecimiento de esa magnitud origina en la rutina de la vida cotidiana y nos permite, además, conocer las circunstancias que rodearon esta boda celebrada hace más de doscientos años entre miembros de dos acreditadas familias de la pequeña nobleza ilicitana y alicantina.

Pese a la falta de correspondencia cruzada, dado que no disponemos de las cartas escritas a su vez por Nicolás Juan, salvo algún borrador, resulta fácil seguir el ritmo de los acontecimientos debido al hecho de que, junto a las cartas de Francisco y en estrecha relación con ellas, se encuentran varias misivas de los hermanos Bernardo y Jorge Juan Santacilia, así como las de familiares y amigos a quienes se comunicó la proyectada unión. Se conserva incluso un minúsculo borrador en el que Nicolás Juan enumeró la lista de personas a quienes debía dar la cuenta de la boda de su hija y cuyos nombres fue tachando conforme lo iba efectuando.

Estos dos distintos bloques de cartas nos permiten conocer y analizar el acontecimiento nupcial en dos planos diferentes pero inseparables. Por un lado el aspecto privado y doméstico de la preparación de la boda, circunscrito a sus protagonistas principales y a la familia inmediata, pudiendo encuadrarse aquí el grupo de cartas escritas por Francisco Soler y distintos miembros de la familia Juan; y por otro lado, el aspecto público, social e incluso frívolo, tan importante a la hora de decidir la conveniencia o no de determinada unión, su aceptación o rechazo por un círculo más amplio de personas fuera ya del estricto ámbito familiar, incluyéndose aquí las cartas enviadas por los amigos y parientes en grado más lejano.


ArribaAbajoLos preparativos nupciales

Fechada la primera carta en abril de 1763 y siendo la última del día diez de diciembre de ese mismo año, ocho días antes de la boda, el período abarcado en ellas es lo suficientemente amplio como para darnos a conocer los preparativos completos del enlace, ofreciéndonos una visión directa y real de situaciones y aspectos que por su carácter básicamente cotidiano y doméstico no pueden recogerse nunca en otro tipo de fuentes más abundantes, como puedan ser los documentos administrativos, las escrituras notariales o las inscripciones parroquiales.


ArribaAbajoUn trámite importante: la pensión de viudedad

Comienza Francisco la primera de sus cartas, escrita como queda dicho a mediados de abril, con la noticia de haber concluido de modo satisfactorio el reparto de la herencia paterna entre todos los hermanos. Claramente expone cómo la preparación de su enlace había quedado relegada a un segundo plano, en tanto no estuvieran absolutamente terminadas todas las operaciones sucesorias pendientes:

«... Habiendose orillado todas las dependiencias de casa entre los hermanos con la mayor armonia, y quedado arreglada la division y particion de todos los bienes con reciproca satisfacsion de los hermanos y mia, y con estabilidad firme para que en lo sucsesivo no pueda haver la menor alterasion, inmediatamente procure arreglar todas las Diligencias judiciales presisas para la Consecusion de la convenida viudedad à favor de Mi Srª. Dª. Rafaela, las que en efecto en este dia tengo remitidas al Agente para su presentasion en el Consejo, y escrito a Jorge para que estando a la vista al tiempo de la terminasion procure sea esta con las mayores ventajas...»44.



Francisco, actuando indudablemente de acuerdo con Nicolás Juan, había solicitado al Consejo de Castilla autorización para constituir una pensión de viudedad sobre las rentas de sus vínculos a favor de la que había de ser su esposa. Debido a los estrechos lazos familiares que ligaban a ambos con Jorge Juan Santacilia, primo segundo de Francisco y medio hermano a su vez de Nicolás; y atendiendo también a la notable influencia que aquél podía ejercer en determinadas esferas oficiales de la villa de Madrid, no resulta extraño que el prestigioso marino fuera el encargado de defender esta petición ante la Junta de Viudedades.

Mientras duró la tramitación de dicho asunto, Francisco no se atrevió a ausentarse de Elche por si desde Madrid le reclamaban algún papel o diligencia necesarios para la marcha del expediente. Así, pese a que tenía previsto marchar a Valencia durante el mes de mayo para comprar vestidos y adornos para la casa, sus planes sufrieron un tremendo retraso dado que no consiguió la tan ansiada Cédula Real hasta principios de agosto:

«... participo a Vmd. como en este Correo me ha remitido el Agente de Madrid la cedula real para la viudedad de mi Srª. Dª. Rafaela, dandome el Rey facultad para que sobre los bienes de mis vinculos pueda señalar á esta Señora la cantidad de ciento y ochenta y nueve libras, sin enbargo de que lo que se pidio fueron doscientas libras como quedamos acordados, yo hubiera querido que hubieran sido mucho mas, y para ello hise quanto pude poniendo este negocio en manos y direcsion de Jorge, que es el que lo ha dirijido, quien no dudo havra hecho su dever...»45.



No obstante la pequeña rebaja sufrida, se felicita a continuación por el resultado obtenido ya que, habiéndose pedido la pensión de viudedad de Rafaela al mismo tiempo que la de su hermana consanguínea Manuela46, a ésta se le concedieron únicamente doscientas libras pese a que las rentas de los vínculos de su esposo, Juan Roca de Togores, duplicaban las de Francisco Soler.




ArribaAbajoLos regalos y el anuncio «oficial» del enlace

Es interesante destacar la frecuente mención que en el epistolario se hace a la ayuda, mediación o consejo que proporcionaba Jorge Juan Santacilia. Éste, debido a su trayectoria profesional y a su influyente posición, era el valedor indiscutible de la familia, que acostumbraba a encomendarle la gestión de cuantos asuntos podían requerir un especial seguimiento o vigilancia estrecha en la Corte para su solución satisfactoria.

Pero la ayuda de Jorge Juan no se limitaba al ámbito que pudiéramos llamar administrativo, sino que descendía a detalles no por domésticos menos importantes. Residiendo en Madrid estaba en disposición de acudir a los mejores comerciantes y artesanos y conseguir determinados artículos cuya adquisición no debía ser fácil en Alicante o en Elche. Por esta razón, Francisco le encomendó la compra de un aderezo con el que pensaba obsequiar a su prometida, así como un tocador de charol conpuesto de espejo dos cofresitos cajas y otros Miriñaques presisos de damas47. Cumplido el encargo, Jorge se lo envió añadiendo de su parte una piocha, como regalo suyo a la novia:

«... Jorge me inbio estos dias el adereso de mi Srª. Dª. Rafaela, con una piocha muy linda conque el de su parte regala á esta Señora, a quien dira Vmd puede disponer de estas Alhajas como fuese de su voluntad...»48.



Francisco, sin embargo, no debió acompañar las palabras con los hechos y los regalos tardaron meses en quedar a disposición de su dueña. Esta circunstancia, como más adelante veremos, produjo un notable desasosiego y preocupación en Nicolás Juan.

Solventado el tema de la viudedad y a punto ya de concluir el mes de agosto, solicitó Soler el permiso de Nicolás Juan para comunicar «oficialmente» la noticia a los familiares y evitar con ello que algunos pudieran ofenderse por el retraso:

«... Sienpre que Vmd. jusge ser tiempo de dar quenta á los Parientes se servira avisarme para que nosotros lo agamos aqui sin retarda alguna, para evitar algunas quejas de algunos que sobre este punto se puedan susitar; pues nosotros no sesamos con la mas posible brevedad de hir orrillando cosas para quanto antes llegar al deseado termino de nuestro tratado.»49.



Aunque se trasluce en todas sus cartas el deseo de acelerar al máximo los preparativos de la boda, y celebrarla lo antes posible, del tenor de las mismas se infiere que Nicolás Juan no tenía mucha prisa en comunicar la noticia a los parientes. La inexplicable reticencia de su futuro suegro debía tener desconcertado a Francisco Soler, quien no dudó en comentarlo con Jorge Juan:

«... á tu Hermano Dn. Nicolas tengo escrito disiendole me diga quando quiere que se de cuenta pues muchos de los Parientes estan ya muy quexosos, para enseguida entrar sin retardo á haser la funcion, pues estando ya todo hecho como está no conviene dilatarlo mucho...»50



Cumpliendo diplomáticamente con su labor de intermediario, el marino envió la carta de Francisco a su hermano Nicolás, instando a ambos a llegar a una rápida solución, si bien lo hizo de forma indirecta aprovechando la posdata dirigida a su cuñada María Rita:

«Querida Rita: celebro que no tengas novedad en la salud y tampoco las chicas a quienes me encomiendo de veras. Por el Papel adjunto de Soler veras como dice que él no espera sino la resolución de Nicolas; este dice que la del otro, conque componganse Vms.»51



Dado el carácter unilateral del epistolario, integrado casi exclusivamente por las cartas recibidas por Nicolás Juan, las razones que movían a éste a retrasar el comunicado oficial de la boda habrían permanecido ocultas para nosotros si no fuera porque Nicolás conservó un borrador de su contestación:

«Quedo enterado de la carta de Soler, a q(uie)n. ultimam(en)te., escrivi animandole a q(u)e. comprase los vestidos de la Novia, y se sirviese avisar q(uan)do. todo lo tenga prompto, p(ar)a. dar la cu(en)ta.; y he sabido q(u)e. despues de mi carta ha passado con sus Primas las de Val(enci)a. a Murcia a comprar las ropas, con lo q(u)e. se evidencia incierto lo q(u)e. te supone de tenerlo todo hecho; y mi detencion al no dar parte, hasta que a mi me lo avissase (hablando contigo) no es mas q(u)e. para evitar que se hable, y se pregunte a la muchacha, que regalos ha tenido del Novio, que hasta aora no se ha explicado en cosa alguna, y sea motibo de entibiarla, pues aun el adrezo no le ha visto: y teniendolo todo prompto, y dando cu(en)ta. despues, no se dá tiempo p(ar)a. q(u)e. se hable si ha faltado en algo. Yo creo que esto me lo debiera agradecer Soler, pues es mirarle, como que há de ser hijo. No obstante si te parece que se dé la cu(en)ta. sin esperar las prevenciones ref(eri)das., que con mucha anticipacion se advirtieron las q(u)e. debía hazer, estoy prompto á executarlo con tu aviso...»52



Aún siendo tan prudente la postura de Nicolás Juan, era imposible dilatar por más tiempo la situación. Cuando Francisco y sus primas llegaron a Orihuela, a su vuelta de la feria de Murcia, se enteraron de que María Rita y sus hijas se encontraban en Orito. Aprovechando la ocasión, se acercaron a este lugar con el fin de que las primas pudieran conocerlas y, de paso, Francisco acordó con su futura suegra los trámites más adecuados para comunicar la boda:

«... quede convenido con mi Sra. Da. Rita que por el correo de oy diese yo quenta á mis Parientes como lo executo, y que el Lunes salgamos á dar quenta aqui lo que puntualmente assi se hará y que Vmd. lo practicará el Martes y en el mismo dia escrivirá á sus Parientes, cuyas respuestas aguardaremos para escrivirles yo las grasias, en este particular como en todos los demas espero las instrucsiones y advertencias de Vmd. para acertar en todo.»53



El trece de septiembre, Francisco escribió a Nicolás comunicándole que ya había avisado a todos sus parientes, debido a que éstos estaban muy molestos por la tardanza:

«... nos paresio que el retardarlo sería aumentar las quexas, y bien sabe Vmd. que en estos asumtos cada Lugar tiene sus estilos, en los que es presiso conformarse para evitar ruidos y murmurasiones, digolo esto para satisfaser el no cumplir lo que Vmd. me previene de retardar el dar quenta,...»54



Frente a los hechos consumados, y dado que el novio seguía sin enviar a Rafaela los regalos prometidos, Nicolás optó finalmente por pedírselos, alegando para ello una excusa banal. Aprovechó que su hija debía contestar una carta de su prometido y él mismo, de su puño y letra, redactó el borrador:

«...Ya escriviò a Vm. mi P(adr)e. el motibo de retardar yo esta... y q(uan)do. se determine venir será bien que Vm. trayga la piocha q(ue). me remitio mi tio, y el aderezo, y demas que Vmd. tenga prompto pues dessean verlo algunas Parientas, que sera razon darlas este gusto...»55



Dicha petición debió ser atendida sin dilaciones pues ya no volvió a mencionarse el asunto en las cartas posteriores. Lamentablemente no se describen en ningún momento las características, aspecto y materiales de las alhajas regaladas a Rafaela. Cabe pensar por tanto que el aderezo estaría compuesto al menos de pendientes, collar y brazalete o pulsera; mientras que la piocha enviada por Jorge Juan, estaría formada por un pequeño haz de plumas engarzadas en alguna joya, sirviendo normalmente como adorno para la cabeza.

Conocemos, sin embargo, la composición y el valor de algunas otras alhajas que entrarían en posesión de Rafaela a raíz de su boda. Se trata de las joyas propiedad de don Leonardo Soler de Cornellá, padre de Francisco, descritas en el inventario de sus bienes contenido en el convenio, división y partición de la herencia de dicho causante56. Dichas joyas se adjudicaron al primogénito por expresa disposición del difunto ya que éste, en su último codicilo, las incorporó al vínculo establecido sobre parte de sus bienes57. De entre los variados objetos de oro, plata y diamantes contenidos en dicho inventario, Rafaela pudo disponer para su adorno personal de un ramo formado por setenta y un diamantes de diferentes quilates montados en oro y valorado en ciento treinta y cuatro libras; dos sortijas de oro con nueve diamantes cada una, valoradas conjuntamente en ochenta libras; y una cruz y pendientes de oro con treinta y cinco diamantes de varios quilates, apreciado todo en setenta y ocho libras.




ArribaAbajoLos vestidos de la novia

Volviendo a los preparativos nupciales, y siguiendo la cronología impuesta por las cartas, vemos que no fue sino hasta mediados de octubre cuando Francisco pudo realizar el viaje a Valencia que tenía proyectado en un principio para el mes de mayo. Le acompañaba su hermano Dionisio, a quien familiarmente llama en las cartas Donís o Dionís. Éste, como ya dijimos anteriormente, era Guardia de Corps de la Compañía Italiana de su Majestad con destino en la ciudad de Mérida y, a la sazón, se encontraba disfrutando de un permiso que finalizaba a primeros de diciembre.

El motivo de ir a Valencia era el de comprar allí vestidos y adornos para el hogar, tarea en la que sin duda contaron con la ayuda, asesoramiento y consejo de sus primas, en cuya casa debieron alojarse. De todos los objetos, ropas y complementos que adquirió Francisco en esta ciudad, conocemos los que seguramente le habían sido encargados por Rafaela o sus padres, debido a que entre las cartas se ha conservado un despacho expedido por el Administrador de Rentas Generales de la Real Hacienda dirigido a la Real Aduana de Valencia58.

Este documento acreditaba el pago de derechos de determinadas mercancías y autorizaba a Francisco Soler a sacar de la ciudad de Valencia hacia la villa de Elche, en tránsito para entregar a don Nicolás Juan en Alicante, los siguientes artículos:

  • - un juego de peto, paletina, delantal y lazos de marlí con flores.
  • - unas guarniciones de blondina y seda para bata.
  • - una manteleta de encaje negro felpado.
  • - cuatro pares de medias de seda blancas con cuadrillos bordados.
  • - ocho pares de guantes de seda blancos y negros.
  • - ciento veintiuna varas de tejidos de seda valenciana.
  • - tres cajas de lozas compradas a Antonio Areco.

De todos estos artículos hubo de pagar derechos a la Hacienda, excepto de los tejidos por hallarse éstos exentos.

El martes dieciocho de octubre, habiendo efectuado todas las gestiones que se le habían encomendado, Francisco escribió a Rafaela desde Valencia comunicándole su propósito de regresar a Elche ese mismo viernes día veintiuno:

«... el Viernes inmediato sin falta ago quenta de salir para Elche con todos los encargos de aqui (...) procurare luego que llegue a Elche remitirles con la mayor brevedad para que pueda Vmd. disponer quanto antes gustare los Vestidos que yo por mi parte no me descuidare en reglar lo que resta á disponer en Casa que es muy poco...»59



El viaje de vuelta no debió resultarle cómodo ni agradable, debido las adversas condiciones climatológicas propias del otoño levantino. Las copiosas lluvias que cayeron incesantemente a lo largo del camino entorpecieron la marcha del viajero y determinaron su arribo a Elche con un considerable retraso, puesto que no llegó hasta el día veintisiete. El trayecto de ida y vuelta seguido por Francisco en su viaje a Valencia, debió ser con poca diferencia el mismo que recorrería casi un cuarto de siglo después el viajero inglés Joseph Townsend60, con la única salvedad de que éste salió de Alicante en vez de hacerlo desde Elche. La vía ordinaria más rápida para llegar a Valencia, teniendo en cuenta la pésima situación de las rutas en la época, era el camino real de Madrid el cual, pasando por Villena y Fuente La Higuera hasta Almansa, se bifurcaba cerca de esta villa hacia San Felipe (Játiva) y Valencia61. Alicante y Elche distaban de la capital del Turia veintisiete y veinticinco leguas respectivamente, por lo que viajando a una media de ocho o nueve leguas diarias, que es la distancia cubierta normalmente por Townsend62, el viajero inglés empleó tres días del mes de junio en recorrerlas.

Aún suponiendo que Francisco no saliera de Valencia el viernes veintiuno, como decía en su carta, sino el día veintidós que es la fecha del despacho expedido por la Real Hacienda, las abundantes lluvias de otoño y el enfangado camino que hubo de recorrer determinaron un retraso de más de dos días sobre lo previsto. Tanto Francisco como su primo Bernardo Juan dieron cuenta de este hecho a Nicolás en sendas cartas fechadas el día veintinueve:

«...Yo llegue de Valencia Jueves por la tarde con muy mal camino, desde Valencia asta aqui no ha cessado de llover discurra Vmd. que tal estaran los caminos...»63



«... El nobio llego bueno y con todos sus miriñaques haviendole retardado su viaje las muchas lluvias q(ue). assí en Val(enci)a. como en el camino se experimentan...»64



Una vez en Elche, Francisco envió los tejidos y demás encargos a Alicante con el fin de que se comenzara la confección de los trajes para Rafaela, tarea que debió iniciarse con presteza pues antes de veinte días el trabajo iba muy avanzado:

«... ya me dise Mi Sra. Da. Maria Rafaela que los vestidos se han cortado, y que se va adelantando lo que falta, lo que celebro...»65



También Bernardo Juan, tío de Rafaela, contribuyó con su regalo a aumentar el ajuar de la novia, aliviando en alguna medida los cuantiosos dispendios que la boda debió suponerle a su hermano Nicolás. Por estas fechas Bernardo debía encontrarse inmerso en los preparativos de su propio enlace. Pese a contar con cuarenta y siete años de edad y a ser uno de los más acaudalados terratenientes ilicitanos, todavía permanecía soltero. Ignoramos las causas de su prolongado celibato así como las que le indujeron a ponerle fin. Tal vez pesara en su ánimo el deseo de dar un heredero al Señorío de Asprillas, el cual pasó a Bernardo como heredero de los Santacilia66. Así, cuatro meses después de la boda de Francisco y María Rafaela, concretamente en abril de 1764, contrajo matrimonio con Luisa Pascual de Bonanza, de veintidós años de edad. Apenas transcurridos tres años, ante la prematura muerte de su esposa, volvería a casar Bernardo, ya cumplidos los cincuenta y uno, con una niña de quince años, hija mayor de los Condes de Torrellano, llamada María Josefa Vaíllo de Llanos y Pérez de Sarrió67. Sin embargo, aunque vivió hasta la avanzada edad de ochenta y un años, no logró descendencia en ninguno de sus matrimonios.

Dotado, pues, de una considerable fortuna y sin los agobios económicos que sin duda debía sufrir su hermano Nicolás para dotar a tan respetable número de hijas, Bernardo determinó regalar a Rafaela un vestido de seda o una bata y comunicó su intención a su cuñada María Rita:

«... tengo animo de regalarle a la Rafaela un vestidillo de seda ya sea pª. estrado, o pª. Yglesia o una bata, y pª. azertarlo me ha parecido hermanablemente preguntarte q(ue). es lo q(ue). mas convendrá p(o)r. si podemos assi escusar a su Padre de algun gastico; discurro q(ue). no te ofenderas de esta confianza y q(ue). me daras tu aviso...»68



No debió ofender demasiado a María Rita semejante libertad, pues antes de cuatro días ya sabía Bernardo el tipo de indumentaria por el que se habían decantado sus parientes:

«Querida Rita: en conformidad de lo q(ue). me insinuas en tu ultima: escrivo p(o)r. el correo de oy a Valencia pª. q(ue). se tomen la 17 V(ara)s. de mué negro, cuyo encargo hago a las SS(eñor)as. Marcos q(ue). discurro tendran gusto p(ar)a. eligirle...»69



Con tan escasos datos no nos es posible determinar la clase de vestido elegido. Si acaso podemos pensar que, necesitándose diecisiete varas para un sólo vestido, con las ciento veintiuna varas de tejidos de seda que Francisco compró en Valencia por encargo, pudieron confeccionarse unos siete vestidos para Rafaela.

Más interesante resulta la alusión que hace Bernardo al estrado. Consistiendo básicamente en un asiento elevado sobre una tarima, se denominaba así por extensión el aposento cuidadosamente amueblado, decorado y alfombrado en el que las mujeres de determinada condición social veían discurrir la mayor parte de sus vidas entregadas a las actividades consideradas como propias de una dama: costura, pintura, música, y donde recibían a sus amistades. En el siglo XVIII el estrado continuaba vigente y reservado a un mundo mayoritariamente femenino70. Símbolo de la tradicional reclusión en el hogar padecida por la mujer a lo largo de la historia, la progresiva liberalización de costumbres llevaría a admitir en él, excepcionalmente, la presencia de hombres. La casual referencia que al respecto hace Bernardo Juan nos permite evocar, aunque sea ligeramente, una faceta de la vida cotidiana llevada por las mujeres de las clases sociales más afortunadas. En éste, como en muchos otros aspectos, la nobleza local alicantina se ajusta al patrón establecido.




ArribaAbajoCapitulaciones matrimoniales y dispensas eclesiásticas

De una manera lenta pero firme se iban ultimando los preparativos. A finales de octubre Francisco consideraba posible tener todo dispuesto en un plazo máximo de dos semanas. Sin embargo todavía quedaban cuestiones pendientes cuya resolución no debía dilatarse mucho tiempo:

«... una de ellas es sobre asumto de cartas matrimoniales, Vmd. de aqui á la vista puede pensar si quiere que se agan antes de la boda ó despues para que me diga aquien devo en todo lanse dar los poderes que son nesesarios...»71



Era costumbre generalizada, entre familias de distinta localidad, que el novio enviara un apoderado al padre de la novia, con instrucciones detalladas para negociar en su nombre el contenido de las capitulaciones matrimoniales72. Lamentablemente no hemos podido hallar la escritura notarial en la que se plasmaría tan importante documento, ni tan siquiera el poder que nos consta otorgó Francisco a tal fin pues, según comunicó a Nicolás Juan, el poder para cartas esta semana que entra le llevare yo73; pero sí nos es posible conocer con exactitud la cuantía de los bienes aportados por Rafaela durante su matrimonio, porque éstos se detallan en el testamento de Francisco y en la escritura de inventario, división y partición realizada por sus herederos en 1796. De dichos documentos resulta que, a lo largo de su vida conyugal, pasaron a manos de Francisco ocho mil ochocientas ochenta y seis libras, de las que cuatro mil ciento setenta y dos libras lo fueron en concepto de dote, por tratarse de las legítimas paterna y materna de Rafaela, mientras que el resto correspondió a diversas herencias percibidas por ésta y procedentes de distintos familiares74.

Otro trámite no menos necesario lo constituía el Breve del obispo de Orihuela, a la sazón don Pedro Albornoz y Tapies, por el que se otorgaba a los contrayentes la dispensa de las tres amonestaciones canónicas impuestas por el Concilio de Trento. Tanto Francisco Soler como Nicolás Juan comunicaron a dicho prelado la proyectada unión de ambas familias. Dada la categoría de los contrayentes era éste un ineludible deber social para con la jerarquía eclesiástica, acostumbrada a participar en todos los acontecimientos de relevancia. A su debido tiempo recibió Nicolás la efusiva enhorabuena del obispo junto con la seguridad de que dispensaría a los contrayentes de todo aquello que estuviera en su mano75, comunicación idéntica a la de Francisco:

«... de su Il(ustrisi)mª. tuve respuesta muy atenta disiendo nos dispensara todo lo que sea dable, con que estamos bien»76



Obtenido el Breve del obispo, Francisco se lo envió a Rafaela por medio de un criado de confianza pero, días después, no habiendo recibido noticias de Nicolás relativas a la recepción de dicho documento y visiblemente inquieto ante el posible extravío del mismo, informó de ello a su futuro suegro:

«escriví a mi Srª. Dª. Maria Rafaela incluyendole dentro de la Carta el breve para nuestro desposorio, y aunque confio en que no se haya perdido un papel tan notable como este, porque el moso es de confianza y sabia lo que llevava, con todo me tiene con cuidado no haverme trahido el respuesta del recibo (...) por lo que he de dever a Vmd. se sirva desirme si este papel llegó, o, no en la carta que imbie con el dicho Moso para poderme sosegar en el cuidado en que estoi»77



Aunque no conocemos la contestación de Nicolás, sabemos que el Breve llegó a su destino sin mayores problemas y prueba de ello es que en la inscripción del matrimonio llevada a cabo en los libros parroquiales de la Iglesia de San Nicolás de Alicante, se recoge su otorgamiento78.




ArribaAbajoLa boda

Por increíble que parezca, nueve días antes de la celebración del enlace todavía no estaba fijada la fecha del mismo. Finalizado el mes de noviembre sin haber conseguido ultimar todos los preparativos y reincorporado Dionisio, suponemos, a su destino en Mérida, los esfuerzos de Francisco se dirigieron a lograr que la boda se celebrara antes del día de Navidad. La razón de su empeño había de buscarse ahora en el hecho de que, deseando que fuera su hermano Leonardo quien oficiara la ceremonia, éste debía reintegrarse sin falta, pasada esa fecha, a sus obligaciones al frente de la parroquia de Almoradí.

Por otro lado existía un motivo de satisfacción dado que, finalmente, se confirmaba la asistencia de Jorge Juan. Sobre este punto cabe señalar que, apenas dos meses antes, Francisco lamentaba la imposibilidad de que el marino estuviera presente en acontecimiento tan señalado:

«... bien sabe Dios el gusto que yo tuviera de que tu estuvieses aqui, y que nos asistieras en la funcion pero ya veo no puede ser pasiensia y esperaremos tener el gusto de verte quando te desocupes de la tareas que deseo no te quebranten la salud...»79



Un agravamiento en el estado de salud del científico y el lógico deseo de reposo y descanso para buscar cierto alivio a las muchas dolencias que desde hacía años padecía fueron determinantes para que que Jorge Juan decidiera abandonar sus ocupaciones y emprendiera viaje desde Madrid hacia Alicante el día veinticinco de noviembre80, llegando a esta ciudad antes del nueve de diciembre como pone de manifiesto Francisco:

«... celebrando el gusto del arribo de Jorge, tan aliviado como me disen que viene grasias a Dios de sus quebrantos»81



Sin embargo, la fecha de la boda seguía sin fijarse y aunque la paciencia y tolerancia de Francisco, de su tío don Pedro y de los demás hermanos eran muy grandes, no debían ser infinitas. No en vano, el novio había expuesto insistentemente a Rafaela y al hermano de ésta, Frasquito, los enormes perjuicios que le estaba suponiendo el retraso. Intentando conjugar del mejor modo posible todos los factores en juego, Francisco comprendía que celebrar la boda antes del día quince era muy precipitado por la necesidad que tenía Jorge Juan de reponerse del agotador viaje desde Madrid, mientras que a su hermano Leonardo le era imprescindible que se efectuara antes de Navidad; por ello exhortó a Nicolás a disponerlo todo para que antes del diecinueve se hubiera celebrado la ceremonia:

«... hallandose mi hermano Leonardo con la presision de marchar a otro dia de Navidad a su Curato (...) tendria yo el sentimiento de que este Hermano no me asistiese, por lo que suplico a Vmd. encarecidamente (...) se digne disponer las cosas de forma que dicho dia dies y nueve llegue aqui esta Señora, pues de lo contrario aseguro á Vmd. causará en mi tio, y en todos los de esta de Vmd. un sumo disgusto...»82



El diez de diciembre, Francisco escribió la última carta que de él se conserva en el legajo. En ella comunicaba a Nicolás que, reunido con Bernardo:

«... hemos resuelto sea la funcion el Domingo 18 de los corrientes, pues el ser los dias que se les subsiguen al Jueves, y Lunes ayuno de precepto les hase algo incomodos, por lo que nos ha paresido el Domingo mejor dia, que aunque es dia de precepto el tener Oratorio en casa Vmd. facilita el embaraso que pudiera haver de la Misa; por este motivo y porque los cosineros no esten aqui tantos dias detenidos no imbiare la galera asta el miercoles, que hira sin falta para que en los dias Jueves, Viernes, y Sabado prevengan los trabajos, y el Sabado bolvera á hir para traer Cofres, y demas que Vmd. mande»83



Esta vez Nicolás Juan no tuvo nada que objetar. Solucionados todos los problemas, y dejando atrás largos meses de preparativos, Francisco Soler y Rafaela Juan contrajeron matrimonio en la Colegial de San Nicolás de Alicante, en presencia del Dr. D. Leonardo Soler, cura de la parroquia de Almoradí. Fueron dispensados de las tres amonestaciones canónicas por Despacho del Obispo, dado en Orihuela el veintiocho de noviembre de 1763; y actuaron como testigos don Jorge Juan, caballero del Hábito de San Juan de Malta y jefe de Escuadra de la Real Armada, don Bernardo Juan, don Pedro Soler y otros84.






ArribaAbajoLa proyección social del enlace

Como ya dijimos anteriormente, entre las cartas conservadas se encuentra un pequeño borrador escrito por Nicolás Juan, en el que detalla el nombre de los familiares y amigos a los que debía comunicar la boda de Rafaela85. Entre ellos aparecen muchos nobles titulados como los condes de Torrellano, Carlet, Organya y la condesa de Berbedel; los marqueses de Arneva, Albaida, Ayerbe, Cañízar, Lazán y Villalón; el barón de Escrich y la baronesa de Sangarren.

Dado que tanto Francisco como Nicolás retrasaron hasta mediados de septiembre de 1763 el anuncio «oficial» del enlace, las felicitaciones y enhorabuenas se recibieron entre los días veinte de septiembre y once de octubre de ese año. Varias de las cartas procedían de Zaragoza, ciudad natal de María Rita Ximénez de Urrea y en la que vivían sus parientes. En todas sin excepción se vertían muy favorables comentarios sobre el proyectado casamiento, elogiando tanto los méritos y circunstancias de nobleza del novio como las singulares prendas de la novia, si bién no deja de resultar curioso que algunas cartas aludan al próximo matrimonio de Rafaela como si de un buen empleo se tratase:

«... no me toca sino el celebrar y darme mil enhorabuenas de la colocacion de la parienta con el Sor. Dn. Francisco Soler tan destinguido en su Nobleza...»86



«... y que tu y el P(arien)te. Sr. Dn. Nicolas tengais la satisfacion, y consuelo de ver a buestras amables Hixas e Hixo, tanbien colocadas como se merezen...»87



«... recivo la tuya con mucho gusto (...) por la buena noticia, que me das de la proxima colocacion de tu Hija que celebro mucho...»88



Por el contenido de las cartas se infiere que la comunicación del enlace fue doble en muchos casos, pues mientras Nicolás se hizo cargo de escribir la noticia a los parientes y amigos, María Rita hizo lo propio con las esposas de éstos:

«... de mi Sª. Dª. Rita (...) la q(u)e. ha escrito a mi muger, y no tenia Vs. q(u)e. haverse cansado en escrivirme separadamente pues entre Nosotros era ocioso cumplimiento...»89.



Así pues, las contestaciones también se duplicaron existiendo una gran diferencia entre el contenido de las dirigidas a Nicolás y aquellas cuya destinataria era María Rita. Los corresponsales masculinos, mucho más concisos y protocolarios, se limitaron a formular los mejores deseos hacia el futuro de la pareja, con la única excepción de un amigo de Cartagena, que también incluyó noticias referentes a la Marina:

«... En este Correo a avido Cartas de las Alusemas en las que disen se mantenian todos buenos, y que saldrian de alli pª. continuar su comision luego; por lo que me persuado no tarden en bolber a esta el armamento al que se le a agregado el Sptentrion que el otro dia partio para yncorporarse con ellos»90



Muy distintas son las cartas de las mujeres, con un tono más elevado de familiaridad y cariño en el trato. A través de ellas es posible conocer pequeños detalles de la vida diaria tales como enfermedades, nacimientos o ascensos:

«... y no te escrive la enorabuena porque esta todavia algo delicada de el Mal parto que tubo dias pasados de dos Messes y siete dias...»91



«... ofresco a tus pies el asenso de mi chico que le an dado bandera en su misma compañia y marcha luego a Barcelona...»92



«... por que se te as de alegrar por si acaso no bes la gazeta te digo an echo Alferez de guardias ami sobrino Perico Urries»93



Gran parte de las cartas están escritas por distinta mano de quien las firma y algunas, incluso, repiten el mismo texto prácticamente; como si en primer lugar fueran escritas al dictado por un secretario o servidor y, posteriormente, el firmante quisiera demostrar un aprecio o consideración especial hacia el destinatario añadiendo algunas frases más familiares. Precisamente a ello se refiere una de las primas de María Rita, utilizando un estilo y grado de confianza ciertamente extraordinarios:

«... sienpre que me as escrito te erespondido y con la diferencia de ser sienpre de mi mano y ati nunca te faltan escusas para azerlo de la ajena pero yo no me formalizo ni me pico de estas cosas (...) sino que tu eres una quejona biziosa y que te tengo mal acostumbrada con mis bicios...»94



No faltan, en fin, las referencias a fiestas y diversiones, acompañadas de irónicos comentarios acerca del nuevo estado que pronto tomaría Rafaela. Estos comentarios estaban realizados precisamente por su propia hermana María Francisca, la joven marquesa de Arneva:

«... A Rafaela qe. tenga pasiencia y qe. empiese a llebar la cruz del Matrimº. (...) Aqui hay este Domingo que viene comedia, representada por unos farcantes mui buenos, vengan Vm. y se dibertiran, pues pueda ser ayga Baquitas, y Hay mui buenos fuegos»95



Las palabras de María Francisca denotan resignación y un ligero desencanto. Seguramente no le faltaban motivos ya que, a sus veintitrés años y casada desde los dieciocho con el oriolano José Sannazar, II marqués de Arneva, un noble viudo que casi le doblaba la edad, había sufrido la pérdida de un hijo y continuaba sin sucesión96. Así nos lo desvela una parienta de María Rita en su carta:

«... dala a la Novia mil parabienes (...) y a mª. Francª. y su marido que celebraremos esten con s(alu)d. y que d(io)s. les de sucesion ya que se les llevo el Niño...»97



Queda en la sombra, sin embargo, un aspecto fundamental dentro del estudio acometido. El epistolario conservado nada o casi nada puede mostrarnos acerca de las relaciones personales entre los novios. Apenas dos cartas de Francisco Soler tienen a Rafaela como destinataria, y ello porque previamente había solicitado el permiso de Nicolás Juan para podérselas enviar:

«... con motivo de cumplir sin retarda este encargo escrivo yo a mi Srª. Dª. Rafaela dos Letras. Suplico a Vmd. disimule este atrevimiento, y me permita tener respuesta de esta Señora si se dignase honrarme con sus Letras, que para mi seran de sumo apresio y estimasion»98



Lógicamente la correspondencia recibida por Rafaela pasaba ineludiblemente por las manos de su padre. Ello no obstante, el tono empleado por Francisco Soler reúne a la vez una exquisita cortesía con expresiones que denotan un alto grado de cariño y deseo de ver y hablar a su novia:

«... ya en el Orito la signifique quanto deseava ver letra de Vmd. con este motivo ratifico a los pies de Vmd. mi voluntad, mi afecto, y todo mi corason que la estima y ama y amara perpetuamente...»99



«... ya la escrivire yo a Vmd. para tomar sus ordenes, y tanbien el permiso de poder pasar a verla aunque no sea mas de una noche, pues ya se hara Vmd. cargo quanto lo deseo, y quan escasamente he podido lograr este bien en un año...»100



Por el contrario, la única carta que figura en el legajo dirigida por Rafaela a su prometido es un borrador escrito de puño y letra de su padre. Ignoramos si las secas y formularias frases de cortesía sugeridas por su progenitor se verían posteriormente adornadas y suavizadas por mano y voluntad de la interesada:

«Muy Sr. mio: Recibi con grande agrado la carta de Vm. estimando las exp(resione)s. que le meresco a las que corresponde mi cincera gratitud como es debido...»101



Resulta inútil por ello intentar extraer alguna conclusión acerca del ánimo o inclinación sentidos por la joven hacia quien había de ser su esposo. Es lamentable que la falta de correspondencia cruzada y, por ende, la inexistencia o desaparición, si es que la hubo, de una relación epistolar más fluida y constante entre los novios no nos haya permitido profundizar en aspectos más íntimos e interesantes del tema abordado.

El presente trabajo representa un ejemplo, pormenorizado en este caso, de la complejidad que podía entrañar la celebración de un enlace entre miembros de la pequeña nobleza urbana. El acuerdo para llevarlo a cabo, la preparación del evento -en exceso dilatada en el tiempo-, los regalos, la preocupación por los detalles más nimios, los invitados y las comunicaciones del enlace son los ingredientes esenciales que forman parte e intervienen en tan señalado acontecimiento y que en el presente caso, gracias a la minuciosa documentación conservada, nos ha permitido alcanzar un detalle poco habitual.





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