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Versos por Alonso Zamora Vicente

Ramón de Garciasol





  —306→  
Por humano
te canto.
Por bueno y por mejor, por sabio
sin ringorrangos sofisticados
para el medro o el encofrado.
Por amigo entrañable, de paso
como todos, por estos pagos
de la vida. Ando
cada vez más perplejo por tanto
milagro
que no me cabe ya en el trago
del verso, que derramo
en el buen entusiasmo
más niño y desatado
por caer molino a palos
al volver de la esquina al caso
de mirar degradado
el prodigio del hombre. Asco
me escora de un costado
al otro. Alzo
lo que puedo a diario,
lo que resta del chasco
vital para recomponerlo al cabo
y nos cumplan los días lo empeñado
—307→
en esta batalla en que andamos
comprometidos, botados
a la vida sin nuestro beneplácito,
encuentro que lidiamos
como podemos: al pairo,
a todo trapo
navegando,
con mar revuelto o calmo.
En ocasiones me hallo
recién caído del amor al llanto,
a proseguir senderos amargos,
a contrasangre, donde gano
el derecho a llamarme como me llamo:
hombre, persona a la que avanzo,
Alonso como tú, como Quijano,
el loco de evidencias entre enanos
gigantes, encantadores sin encanto,
falsos
figurones, a los ojos engaño,
que dijo el manco
sano,
el molido como cibera a palos
para que nos luzcamos
en los centenarios,
las academias, los cenáculos
y olvidarlo
para ir a lo que estamos.
A veces agobiado
del verbo, harto
de fatiga el bandullo, reiterado
—308→
ir y venir al tonto cotidiano
trabajo
que no deja ni grano
de alegría, su canto
coloreado
en el bosque y nos sirva de algo
para volver al lado
donde crece la luz, al ámbito
sacral de las cuatro
paredes del cuarto
donde vivir tiene significado.
Hay mucho daño
alrededor para que sepa bien el bocado
de pan, el vaso
de vino, el cántico
exento puede volar, el costado
no lozanee innecesario
pulular de temores, gusanos.
Solidarios
nos sabemos del hombre frustrado,
de quien debía ir de nuestro brazo,
porque es de noche, si escuchamos
un aurora que quieren quebrar los gallos,
un luego que vendrá con látigo
y rechinar de dientes, todo diáfano
como las mañanas del claro
Guadarrama escurialense donde hablo
contigo. Tú detienes el hámago
de tanta pequeñez como traigo
enyerbajándome el tranco
—309→
cuando
nos encontramos
en la Lonja del monasterio herreriano,
por sus claustros
de silencio enjoyados,
el Jardín de los Frailes, arrayán recortado
para domar estragos
de la fantasía, al olfato
pajarero perfume a pan bien cochurado,
al fondo de Monte Abantos,
o Dominico Greco nos da el alto
para dictarnos
su lección de color y pasmo,
el San Mauricio y sus soldados
de fe más que de hierro y fiera armados.
Has atrojado
maravillas del castellano
en tu verbo cálido
y medida, acicate-rienda, buscado
de pueblo en pueblo, por el páramo,
por áridos
caminos de la patria y su amplio
horizonte, picachos
hialinos de cuarzo
o por campos
arados,
pegujales de la pena que labro,
palabras donde no se pone el pálpito
de los tiempos, donde nos aclaramos
el complejo vivir del pasado,
—310→
el porvenir en cifra, a contraluz, hermano
dolor en esa vieja que aún espera al hijo en manos
de la muerte, irregresable, que no ha dejado
su corazón de madre. Aguardo
con ella, como tú lo cuentas, si me apago
poco a poco, candil sin óleo por los años,
debajo
del celemín sofocado.
Creo con las venas abiertas donde sangro
esperanzas, hablo
menos tontamente de lo que dicen los bárbaros
que nos quieren callados
para creerse justos, incluso santos.
Tengo tus libros, tu palabra, tu mano
amiga: Voy pagado
de víveres ingratos,
de tanta soledad. Llamo
a puertas que se abren, a diálogos
que nos devuelven estatura y cántico.
En homenaje a ti abro
los brazos,
levanto
estos sonidos o sangrías que te mando.

RAMÓN DE GARCIASOL





Cristóbal Bordiú, 21.

Madrid - 3.



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