Capítulo VII |
Pedro cura a la sultana
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MATA.-
El fin sepamos del trabajo;
¿Cómo se acabó la casa? |
PEDRO.-
Fue, como tengo
contado, fasta que vino la pestilençia y entró
en nuestro establo algo enojada y comenzó de diezmarnos
de tal manera, que de quatro partes murieron las tres, y
yo fui herido entrellos, y fue Dios servido que quedase.
habiéndose muerto en tres días, de nuebe que
comíamos juntos, los siete. |
JUAN.-
Nunca he visto
pestilençia tan aguda como es ésa. |
PEDRO.-
Viene
un carbunchico como un garbanço, y tras él
una seca a la ingre o al sobaco; a esto susçeden sus
açidentes y calentura, de tal suerte que o muere o
queda lisiado para siempre de algún miembro menos
o tal que cosa; quando viene la seca sin carbuncho, es muy
pestilencial; por marabilla escapa hombre; y quando es con
el grano, muchos escapan. Estaba yo herido en una pierna,
y hízeme sacar dos libras de sangre de una vez, abiertos
juntamente entrambos brazos, y purguéme sin xaropar,
y estube çinquenta días malo sobre un pellejo
de carnero que por grande limosna había alcançado.
Harto peor servido que en la primera enfermedad os conté,
porque como tenía la landre todo el mundo huía
de mí. |
JUAN.-
¿Y qué tan contina es allí
esta mala cosa? |
PEDRO.-
Jamás se va en imbierno ni
en verano, salbo que menos jente muere en imbierno. |
JUAN.-
¿Y
no la açiertan a curar los médicos de aquella
tierra? |
PEDRO.-
Ni ellos la curan ni la entienden: la mayor
cura que le hallé yo allá, que por acá
tampoco la había visto, es sangrar mucho y purgar
sin xaropar el mesmo día. |
MATA.-
¿No era mejor poco
a poco? |
PEDRO.-
Si doçe o quinçe horas os descuidabais,
luego se pintaba y perdona mucho. |
JUAN.-
¿Qué llamáis
pintar? |
PEDRO.-
Quando se quieren morir les salen unas pintas
leonadas, y quando aquéllas están, aunque le
parezca estar bueno, se muere de tal arte que jamás
se ha visto hombre escapar después de pintado, si
las pintas son leonadas o negras; si son coloradas, algunos
escapan. |
MATA.-
¿Y ésa no podría remediarse
que no la hubiese? |
PEDRO.-
Dificultosamente, porque los turcos
no se guardan, diciendo que si de Dios está, no hay
que huir, y ansí, acabado de morir, uno se viste la
camisa del muerto, y otro el jubón, y otro las calzas,
y luego se pega como tiña. |
JUAN.-
¿La casa se debió
de acabar entre tanto que tubistes la enfermedad? |
PEDRO.-
Es
ansí, y no fue mi amo a posar en ella con poco triumpho;
porque demás que era General de la mar, el Gran Turco
se partió para Persia contra el Sophí, y dexóle
por gobernador de Constantinopla y todo el Imperio. |
MATA.-
¿Llevaba
mucha gente el Turco en campo? |
JUAN.-
No mezclemos, por amor
de Dios, caldo con-berzas, que después nos dirá
la vida y costumbres de los turcos; agora, como ba, acabe
de contar la vida suya. ¿Qué fue de vos después
de sano de la pestilençia? |
PEDRO.-
Luego me vino a
la mano la cura de la hija del Gran Señor, que había
dos meses que estaba en hoy se muere, más mañana;
y ya que había corrido todos los protomédicos
y médicos de su padre, vinieron a mi a falta de hombres
buenos en grado de apelaçión; y quiso Dios
que sanó. |
MATA.-
¿Pues una cosa la más notable
de todas quantas podéis contar dezís ansí
como quien no diçe nada? ¿A la mesma hija del Gran
Señor ponían en vuestras manos? |
PEDRO.-
Y aún
que es la cosa que más en este mundo él quiere. |
MATA.-
¿Pues qué entrada tubistes para eso? |
PEDRO.-
Yo
os lo diré. Su marido era hermano de mi amo, y llamábase
Rustán Baxá; y como no aprobechaba lo que los
médicos haçían, mi amo mandóme
llamar, que había quatro meses que no le había
visto, para pidirme consejo qué le harían,
y el que me fue a llamar díxome: «Beato tú
si sales con esta empresa, que creo que te llaman para la
Sultana, que ansí la llaman.» Yo holguéme todo
lo posible, aunque iba con mis dos cadenas. Y quando llegué
a mi amo Zinán Baxá, que estaba en su trono
como rrey, díxome que qué harían a una
mujer que tenía tal y tal indisposiçión.
Yo le dixe que viéndola sabríamos dar remedio.
Él dixo que no podía ser verla, sino que ansí
dixese; a lo cual yo negué poderse por ninguna vía
hazer cosa buena, sin vista, por la información, dando
por excusa que por ventura la querría sanar y la mataría,
y que no permitiese, si era persona de importançia,
que yo la dexase de ver, porque de otra manera ningún
benefiçio podría resçibir de mí,
porque el pulso y orina eran las guías del médico.
Como él me vio firme en este propósito y los
que estaban allí les paresçía llebar
camino lo que yo dezía, que verdaderamente andaba
porque me viera para que me hiziera alguna merçed,
mandóme sentar junto a sus pies, en una almohada de
brocado y dixo a un intérprete que me dixese que por
amor de Dios le perdonase lo que me había hecho, que
todo iba con zelo de hazerme bien, y con el grande amor que
me tenía, y que estubiese çierto que él
me tenía sobre su cabeza, y me hazía saber
que la enferma era una señora de quien él y
su hermano y todos ellos dependían; de tal arte, que
si ella moría, todos quedaban perdidos; por tanto
me rogaba que, no mirando a nada de lo pasado, yo hiziese
todo lo que en mí fuese, que lo de menos que él
haría sería darme livertad; a lo qual yo respondí,
que besaba los pies de su excelencia por la merced, y que
mucho mayor merced había sido para mí todo
lo que conmigo había usado que darme livertad, porque
en más estimaba yo ser querido de un tan gran prínçipe
como él que ser libre, pues siendo libre no hallara
tal arrimo como tenía siendo esclabo, y en lo demás
me dexase el cargo, que en muy poco se había de tener
que yo hiziese lo que podía, sino lo que no podía;
y ansí me embió a casa del hermano. El qual
començó de parlar conmigo, que era hombre de
grande entendimiento, para ver si le paresçería
neçio, y procuraba, porque son muy celosos, que le
diese el paresçer, sin verla, lo qual nunca de mí
pudo alcanzar; y, como diré quando hablare de turcos,
siempre están marido y mujer cada uno en su casa,
embió a decir a la soltana si ternía por bien
que la viese el médico esclabo de su hermano, y entre
tanto que venía la respuesta començóme
de preguntar algunas preguntas de por acá, entre las
quales, después de haberme rogado que fuese turco,
fue quál era mayor señor, el rey de Françia
o el Emperador. Yo respondí a mi gusto, aunque todos
los que lo oyeron me lo atribuyeron a neçedad y soberbia,
si quería que le dixese verdad o mentira. Díxome
que no, sino verdad. Yo le dixe: Pues hago saber a Vuestra
Alteza que es mayor señor el Emperador que el rey
de Françia y el Gran Turco juntos; porque lo menos
que él tiene es España, Alemania, Ytalia y
Flandes; y si lo quiere ver al ojo, mande traer un mappa
mundi de aquellos que el embaxador de Françia le empresentó,
que yo lo mostraré. Espantado dixo: Pues ¿qué
gente trae consigo?; no te digo en campo, que mejor lo sé
que tú. Yo le respondí: Señor, ¿cómo
puedo yo tener quenta con los mayordomos, camareros, pajes,
caballerizos, guardas, azemileros de los de lustre? Diré
que trae más de mil caballeros y de dos mill; y hombre
hay destos que trae consigo otros tantos. Díxome,
pensando ser nuestra corte como la suya: ¿Qué, el
rey da de comer y salarios a todos? ¿Pues qué bolsa
le basta para mantener tantos caballeros? Antes, digo, ellos,
señor, le mantienen a él si es menester, y
son hombres que por su buena graçia le sirben, y no
queriendo se estarán en sus casas, y si el Emperador
los enoja le dirán, como no sean traidores, que son
tan buenos como él, y se saldrán con ello;
ni les puede de justiçia quitar nada de lo que tienen,
si no hazen por qué. Zerró la plática
con la más humilde palabra que a turco jamás
oí, diziendo: bonda hepbiz cular, que quiere dezir:
acá todos somos esclabos. Yo le dixe cómo la
diferençia que había, porque si el Gran Turco
era más rico era porque se tenía todos los
estados y no tenía cosas de iglesia, y que si el Emperador
todos los obispados, ducados y condados tubiese en sí,
vería lo que yo digo. En esto vino el mappa y hízele
medir con un compás todo lo que el Turco manda, y
no es tanto como las Indias, con gran parte, de lo que quedó
marabillado; y llegó la liçençia de
la Soltana que la fuese a ver, y fuimos su marido y yo al
palaçio donde ella estaba, con toda la solemnidad
que a tal persona se requería, y llegué a su
cama, en donde, como tengo dicho, son tan celosos que ninguna
otra cosa vi sino una mano sacada, y a ella le habían
echado un paño de tela de oro por ençima, que
la cubría toda la cabeza. Mandáronme hincar
de rodillas, y no osé vesarle la mano por el zelo
del marido, el qual, quando hube mirado el pulso, me daba
gran prisa, que bastaba y que nos saliésemos; a toda
esta prisa yo resistía, por ver si podría hablarla
o verla, y sin esperar que el intérprete hablase,
que ya yo barbullaba un poco la lengua, díxele: Obir
el vera Zoltana, que quiere dezir: deme Vuestra Alteza la
otra mano. Al meter de aquella y sacar la otra, descubrió
tantico el paño para mirarme sin que yo la viese,
y visto el otro, el marido se levantó y dixo: Anda,
[a]cabamos, que aun la una mano bastaba. Yo muy sosegado,
tanto por verla como por lo demás, dixe: Dilinchica
Soltana: Vuestra Alteza me muestre la lengua. Ella, que de
muy mala gana estaba tapada, y aun creo que tenía
voluntad de hablarme, arrojó el paño quasi
enojada y dixo: ¿Ne exium chafir deila?: ¿qué se me
da a mí? ¿no es pagano y de diferente ley? de los
quales no tanto se guardan; y descubre toda la cabeza y braços
algo congoxada, y mostróme la lengua; y el marido,
conosçiendo su voluntad, no me dio más prisa,
sino dexóme interrogar quanto quise y fue menester
para saber el origen de su enfermedad, el qual había
sido de mal parir de un enojo, y no la habían osado
los médicos sangrar, que no había bien purgado,
y susçedióle calentura continua. Yo propuse
que si ella quería hazer dos cosas que yo mandaría,
estaría buena con ayuda de Dios: la primera, que había
de tomar lo que yo le diere; la segunda, que entre tanto
que yo hazía algo, ninguna cosa había de hazer
de las que de los otros médicos fuesen mandadas, sino
que, pues en dos meses no la habían curado, que probase
conmigo diez o quince días, y si no hallase mejoría,
ahí se estaban los médicos; y que esto no lo
hazía por no saver delante de todos sustentar lo que
había de hazer, sino porque yo era christiano y ellos
judíos, y dos turcos también había,
y podíanle dar alguna cosa en que hiziesen traiçión
por despecho o por otra cosa, y después dezir que
el christiano la había muerto; los judíos ya
yo sabía que sin haberme visto, de miedo que si yo
entraba descubriría su poca çiençia,
andaban diziendo que yo no sabía nada y que era moço
y otras calumnias muchas que ellos bien saben hazer, con
las quales perdieron más que ganaron, porque me hizieron
soltar la maldita; y la Soltana me dixo que lo açeptaba,
pero que si se había de poner en mis manos también
ella quería sacar otra condiçión, y
era que no la había de purgar y sangrar, porque le
habían dado muchas purgas, tantas que la habían
debilitado, y para la sangría era tarde; yo, como
vi çerrados todos los caminos de la mediçina:
Señora, digo, yo no soy negromántico que sano
por palabras; pero yo quiero que sea ansí, mas al
menos un xarabe dulze grande neçesidad hay que Vuestra
Alteza le tome. Ella dixo que de aquello era contenta, y
se disponía a todo lo que yo hiziese; y fuímonos
su marido y yo a su aposento, donde tenía llamados
todos los protomédicos y médicos del rey, y
como començaron a descoser contra mí tanto
en turquesco, y yo les dixese que me diesen quenta de toda
la enfermedad, cómo había pasado, tubiéronlo
a pundonor, y mofaban todos diçiendo que qué
grabedad tenía el rapaz christianillo; y dicen a Rustán
Baxá en turquesco, que ya me han tentado y que no
sé nada, ni cumple que se haga cosa de lo que yo le
dixere, quanto más que soy esclabo y la mataré
por ser su enemigo. Un paje del Rustán Baxá,
que se me había afiçionado y era hombre de
entendimiento, que había estudiado, díxome,
llegándose a mí, todo lo que los médicos
habían dicho. A los quales, yo: Señores, digo,
que no pensé, para derribaros en dos palabras de todo
vuestro ser y estado, que soy venido a enmendar todos los
errores que habéis hecho en esta Reina, que son muchos
y grandes; y digo al intérprete: Dezid ahí
a Rustán Baxá que los médicos que primero
curaron esta señora la han muerto, porque cuanto le
han hecho ha sido al rebés y sin tiempo, y la mataron,
al prinçipio por no la saber sangrar, y con qualquiera
de las purgas que le han dado m'espanto cómo no es
muerta. ¡O, por amor de Dios!, señor, tened quedo,
no digáis. nada, dixeron al intérprete, que
lo crerá Rustán Baxá y nos matará
a todos. Dezilde, digo también, que los haga que no
se bayan de aquí hasta que les haga conosçer
todo lo dicho ser verdad. Esto fue otro ego sum para derribarlos
en tierra; y muy humilldemente dixeron: Hermano, no pensamos
que os habíais de enojar; nosotros haremos todo lo
que vos mandáis, y no se le diga nada al Baxá,
que sabemos que sois letrado y tenéis toda la raçón
del mundo; sabed que pasa esto y esto, y se le ha hecho esto
y estotro. Yo lo iba todo contradiçiendo y vençiéndolos. |
MATA.-
¿Y a los médicos del Rey vençíais
vos? Yo ya tenía conosçido lo poco que sabían.
|
PEDRO.-
¿Luego pensáis que los médicos de los
reyes son los mejores del mundo? |
MATA.-
¿Y eso quién
lo puede negar que no quiera para sí el Rey el mejor
médico de su reino, pues tiene bien con que le pagar?
|
PEDRO.-
Y aun eso es el diablo, que los pagan por buenos
sin sello. Si la entrada fuese por examen, como para las
cáthedras de las Universidades, yo digo que tenéis
razón; pero mirad que van por fabor, y los pribados
del Rey le dan médicos por muy buenos, que ellos,
si cayesen malos, yo fiador que no se osasen poner en sus
manos, no porque no haya algunos buenos, pero muchos ruines,
y creedme que lo sé bien como hombre que ha pasado
por todas las cortes de los mayores prínçipes
del mundo. Ansí como en las cosas de por acá
es menester más maña que fuerça, para
entrar [en] casa del Rey, más industria que letras,
yo me vi, por acortar razones, como el azeite sobre el agua
con mis letras, que aunque pocas eran buenas, sobre todos
aquellos médicos en poco rato, y prometiéronme
de no hablar más contra mí para el Dios de
Habraham, sino que hiziese en la cura como letrado que era
y ellos me ayudarían si en algo valiesen para lo que
yo mandase; y fuime a la torre con mis compañeros,
que ya me habían quitado las cadenas, y di orden de
hazerle un xarabe de mi mano, porque de nadie me fiaba, y
llebándosele otro día topé un caballero
renegado, muy principal al paresçer y díxome:
Yo he sabido, christiano, quién tú eres y tenido
gran deseo de te conosçer y serbir por la buena relaçión
que de ti hay. Yo se lo agradesçí todo lo posible.
Pasé adelante la plática diziendo cómo
sabía que curaba a la Soltana y si quería ganar
livertad que él me daría industria. Yo le hize
çierto ser la cosa que más deseaba en el mundo.
Dize: Pues paresçes prudente, hágote saver
que este tu amo Zinán Baxá y su hermano Rustán
Baxá son dos tiranos los más malos que ha habido,
y dependen desta señora, la qual si muriese éstos
no serían más hombres. Yo soy aquí espía
del Emperador; si tú le das alguna cosa con que la
mates, yo te esconderé en mi casa y te daré
400 escudos con que te vayas, y te porné seguramente
en tierra de christianos y darte he una carta para el Emperador,
que te haga grandes merçedes por la proheza que has
hecho. Fue tan grande la confusión y furor que de
repente me cayó, que me paresçía estar
borracho; y si tubiera una daga yo arremetía con él,
y díxele: No se sirve el Emperador de tan grandes
traidores y bellacos, como él debía de ser,
y que se me fuese luego delante ni pasase jamás por
donde mis ojos le viesen, so pena que quando no le empalase
Rustán Baxá yo mesmo lo haría con mis
manos, porque mentía una y dos vezes en quanto deçía,
y no era yo hombre que por veinte libertades ni otros tantos
Emperadores había de hazer cosa que ofendiese a Dios
ni al próximo, quanto más contra una tan grande
prinçesa. |
MATA.-
Que me maten si ese no era echado
aposta de parte de la mesma Reina para tentaros. |
PEDRO.-
Ya
me pasó a mí por el pensamiento, y conformó
con ello que quando llegué con el xarabe entre tanto
que habían ido por liçençia para entrar,
el Rustán Baxá començó de parlar
conmigo y darme quenta de la subjeçión que
tenía a su muger, y diziendo que una esclaba que la
Soltana mucho quería, le ponía siempre en mal
con ella, y que deseaba matarla, que le hiziese tanto plazer
le dixese con qué lo podría hazer delicadamente;
respondíle que mi facultad era medicina, que serbía
para sanar los que estaban enfermos y socorrer a los que
habían tomado semejantes venenos, y si désta
se quería servir yo lo haría, como esclabo
que era suyo; pero lo demás no me lo mandase, porque
no lo sabía, y los libros de mediçina todos
no contenían otra cosa sino cómo se curará
tal y tal açidente. No obstante eso, dize: te ruego
que pues te conozco que sabes mucho en todo, me digas alguna
cosa, que no me va en ello menos que la vida. Concluí
diziendo: Señor, la mejor cosa que yo para eso sé,
es una pelotica de plomo que pese una drama, y hará
de presto lo que ha de hazer; él, algo contento, pensando
tenerme cojido, preguntóme el cómo; digo: Señor,
metido en una escopeta cargada y dándole fuego, y
no me pregunte más Vuestra Alteza en eso, que no sé
más, por Christo. Y fuímonos a dar el xarabe
a la Prinçesa, la qual le tomó de buena gana,
creo que por lo que había preçedido. |
JUAN.-
Por
fe tengo que si en aquellos tiempos os moríais, que
ibais al cielo, porque en todo esto no se apartaba Dios de
vos. |
MATA.-
Yo lo tengo todo por rebelaçiones. |
PEDRO.-
Y
os diré quánto, para que me ayudéis
a loarle que no lo habían apuntado a hazer quando
estaba al cabo del negoçio, y de allí adelante
me començé a recatar más, y todas las
mediçinas que eran menester las hazía delante
de Rustán Baxá yo mesmo junto al aposento de
la Soltana. Llebándome en la fratiquera los materiales
que yo mesmo me compraba en casa de los drogueros; y para
más satisfaçión mía, por si muriese,
hazía estar allí los médicos y dábales
quenta de todo lo que hazía, lo qual siempre aprobaban,
ansí por el miedo que me tenían como por no
saber si era bueno ni malo; quexáronse una vez a mi
amo de mí que era muy fantástico y para ser
esclabo no era menester tanta fantasía; que quando
se hazía alguna cosa de mediçina para la Soltana,
sin más respecto a unos mandaba majar en un mortero
raíçes o pólvoras; a otros soplar debaxo
la vasija que estaba en el fuego, porque no podían
deçir de no, estando delante el Baxá, haziéndole
entender que era gran parte para la salud ir maxado de mano
de médicos, y él no hazía nada sino
buscar qué majar y fuesen piedras. Llamóme
mi amo y quasi enojado dize: Perro, ¿parésçete
bien estimar en tan poco los médicos del Rey que se
me han quexado desto y esto, y que tú no hazes nada
sino mandar? Mayor trabaxo, digo, señor, es ése
que majar; Vuestra Excelençia, aunque no rema en las
galeras, ¿no tiene harto trabajo en mandar? Pues manden ellos,
que yo majaré, y pues no saben mandar que majen, que
yo no soy más de uno y no lo puedo hazer todo. Diose
una palmada en la frente y dixo: Yerchev vera: verdad diçes;
anda, vete y abre el ojo, pues sabes quánto nos va.
Como vi la calentura continua y la grande neçesidad
de sangrar que había, determiné usar de maña
y díxele: Señora, entre sangrar y no sangrar
hay medio; neçesidad hay de sangría, mas pues
Vuestra Alteza no quiere, será bien que atemos el
pie y le meta en un bazín de agua muy caliente para
que llame la sangre abaxo y esto bastará; y holgó
dello, para lo qual mandé venir un barbero viejo y
díxele lo que había de hazer, y tubiese muy
a punto una lançeta para quando yo le hiziese del
ojo, picase. Todo vino bien, y ella, descuidada de la traiçión,
quando vi que paresçía bien la vena asíle
el pie con la mano, y el barbero hirió diestramente.
Dio un grande grito diziendo: Perro, ¿qué has hecho,
que soy muerta? Consoléla con dezir: No es más
la sangría, desto; ni hay de qué temer; si
Vuestra Alteza quiere que no sea, tornaremos á zerrar.
Dixo: Ya, pues que es hecho, veamos en qué para, que
ansí como ansí te tengo de hazer cortar la
cabeza. Sintió mucho alivio aquella noche, y otro
día, quando me contó la mejoría, abríle
las nuebas diziendo cómo del otro pie se había
de sacar otra tanta, por tanto prestase paçiencia,
lo qual açeptó de buena voluntad, y mejoró
otro pedazo. Había tomado dos xarabes y quedaba que
había de tomar otros dos; pero purga era imposible.
Yo hize un xarabe que llaman rosado de nuebe infusiones,
algo agrete, y dile cinco onças que tomase en las
dos mañanas que quedaban, el qual, como le supiese
mejor que el primero, tomó todo de una vez y alvorotóla
de manera que hizo treze cámaras y quedó algo
dismayada y con miedo. Rustán Baxá, espantado
embiáme a llamar y díxome: Perro cornudo, ¿qué
tóxico has dado a la Soltana que se va toda? A mí
es verdad que me pesó de que lo hubiese tomado todo,
y preguntéle quántas había hecho; y
quando respondió que treçe, consoléle
con que yo quisiera que fueran treinta, y fuimos a verlas,
y era todo materia, como de una apostema. Llamados allí
los médicos, díxeles: Señores, esto
habíais de haber sacado al prinçipio, y no
eran menester tantas purgas, porque no hay para qué
sacar otro humor sino el que haze el mal. Quiso Dios aquella
noche quitarle la calentura. |
MATA.-
¿Qué os dieron
que es lo que haze al caso, por la cura? |
PEDRO.-
A la mañana,
quando fui, antes que llegase sacó el brazo y alzó
el dedo pulgar a la françesa, que es el mayor fabor
que pueden dar, y díxome: Aferum hequim Baxá;
buen viaje hagas, cabeza de médicos; y llegó
un negro eunucho que la guardaba y echóme una ropa
de paño morado, bien fina, aforrada en zebellinas,
acuestas. Quando le miré el pulso y la hallé
sin calentura alzé los ojos y di graçias a
Dios. Díxome que ella era tan grande señora
y yo tan bajo, que qualquiera merced que me hiziese sería
poco para ella; que aquella ropa suya traxese por su amor,
y que ya sabía que lo que yo más querría
era livertad, que ella me la mandaría dar. De manera
que dentro de doze días ella sanó con la ayuda
de Dios, y embió a dezir a Zinán Baxá
que me hiziese turco y me asentase un gran partido, o si
no quería, que luego me diese livertad. Respondió
que lo primero no aprobechaba, porque me lo había
harto rogado; que mi propósito era venirme en España;
que él me traería quando saliese en junio la
armada, y me pornía en livertad. |
JUAN.-
¿En qué
mes la curastes? |
PEDRO.-
Por Navidad. |
MATA.-
Y el marido
¿n'os dio nada? |
PEDRO.-
Todavía me valdría
dos dozenas d'escudos; que allá, quando hazen merçed
los señores, dan un puñado de ásperos
y que sea tan grande que se derramen algunos. |
JUAN.-
No son
muy grandes merçedes ésas. |
PEDRO.-
No son sino
muy demasiado de grandes para esclabos. Bien paresçe
que habéis estado poco en galeras de christianos para
que vierais qué tales las hazen los señores
de acá; que con los que no son cautivos tan largos
son en dar como los de acá y más, y aun con
los cautibos; plugiese a Dios que acá se hiziese la
mitad de bien que allá. |
JUAN.-
Fama y onrra a lo menos
harta se ganaría con la cura. |
PEDRO.-
Tanta que quando
a la mañana iba a bisitar desde la torre en casa de
Zinán Baxá, si en todas las casas que me llamaban
quisiera entrar, no llegara hasta la noche allá.
|
MATA.-
¡Qué! ¿Tan lexos será? |
PEDRO.-
Aunque
habláis con malicia, será media legua. Yo me
deshize luego de curar los cautibos de la torre, remitiéndolos
a los otros barberos, si no fuese algún hombre honrrado,
porque quando me hizieron trabajar, con haberles yo hecho
mill serviçios y regalos a todos, se holgaron tanto
de verme allá como si les dieran livertad; y también
como lo más que corría era pestilençia,
yo me guardaba quanto podía della. En casa de Zinán
Baxá nunca faltaban enfermos; como la casa era grande,
y el tiempo que sobraba gastaba en curar gente de estofa,
prinçipalmente mugeres de capitanes y mercaderes,
que unas querían parir y otras que les viniese su
regla, otras de mal de madre viejo, a todos prometía
a dos por tres en qualquier enfermedad de darlos sanos, y
no bisitaba a hombre más de una vez al día,
y aquélla a la hora que yo quisiese, por no los poner
en mala costumbre. Al principio siempre coxía para
las mediçinas dos o tres ducados, y si no me pagaban,
luego les dezía que no iría más allá
y siempre daban algo. |
MATA.-
¿Andabais ya sin guardia? |
PEDRO.-
Aún
no, que si eso fuera, yo fuera rrico, que aquélla
me destruía. Tenía con un boticario hecho pacto
que me había de dar las mediçinas a un preçio
bueno, que él ganase, pero no mucho, como con otros,
porque yo le gastaba doçientos escudos en dos meses,
y algunas también me hazía yo. |
MATA.-
Çierto
hazíais bien en visitar pocas vezes; que yo lo tengo
por chocarrería esto d'España visitar dos vezes
a todos, aunque no sea de enfermedad peligrosa. |
PEDRO.-
La
mayor del mundo, y señal que saben poco. |
MATA.-
Son
como las mugeres, que en no siendo hermosas son virtuosas
para suplir lo que naturaleza faltó en hermosura con
virtud. Ansí los médicos idiotas suplen con
visitar muchas vezes su poca çiencia; pero ¿cómo
osabais prometer salud a todos?, ¿Todos sanaban?, ¿Todas
las estériles se empreñaban?, ¿A todas les
venía su tiempo quantas tomabais entre manos?, ¿a
todas se les quitaba el mal de madre? |
PEDRO.-
No por çierto;
pero algunas, con hazerles lo que por vía de medizina
se sufre, alcanzaban lo que deseaban; a otras era imposible. |
MATA.-
Y las que no sanaban ¿n'os tomaban a cada paso en
mentira?, ¿Cómo os eximíais? Ahí no
solo era menester urdir, pero texer. |
PEDRO.-
La mejor astuçia
del mundo les urdí. Hize una medizina en quantidad,
que tenía en un bote, que llaman los medicos gerapliga
logadion, que es compuesta de las cosas más amargas
del mundo; y ella lo es de tal modo, que la yel es dulze
en su comparaçión della; y quando veía
que no podía salir con la cura, habiendo hecho todos
los remedios que hallaba escritos, procuraba de rescibir
todos los dineros que podía para ayuda de hazer la
principal mediçina, que era aquélla, y dábale
un botecito muy labrado lleno della, que serían dos
onzas, mandándoles cada mañana tomasen una
dragma desatada en cozimiento de pasas; y esto habían
de tomar 19 mañanas arreo al salir el sol, de tal
arte que no interpolasen ninguna. Ello era tan amargo que
no era posible hombre ni muger pasarlo, y la que con el deseo
de parir porfiaba, tomaba algunos días, mas no todos. |
MATA.-
¿Y si porfiando los tomaba todos o la mayor parte?
|
PEDRO.-
Nunca faltaba achaque: o que dexó uno, o que
interpoló alguno, o que no lo tomó siempre
a una hora, y que era menester comenzar de principio. |
JUAN.-
¿Y
a todos curábais des'arte en qualquier enfermedad?
|
PEDRO.-
Nunca Dios tal quiera, que los que estaban de peligro
curábanse como era raçón; pero los males
viejos y incurables han menester maña. Quando me tomaban
en la calle algunos que por amistad querían que les
curase males viejos, de setiembre adelante, luego les preguntaba
para escabullirme dél, quánto tiempo había
que tenían aquella enfermedad; en respondiendo tantos
años, le dezía: Pues yo quiero muy de propósito
curarte, pero es menester que como has sufrido lo más,
sufras lo menos y tengas paçiençia desde aquí
a marzo, que vernán las yerbas buenas y podremos hazer
mediçinas a nuestro propósito, y con esto los
embiaba muy contentos; y esto acostumbraba tanto, que el
guardián mío, que era intérprete, quando
me vía que oía de mala gana, luego me deçía:
Este, ¿remitirle hemos a las yerbas?; y aun algunas vezes
respondía sin darme a mí parte. |
MATA.-
Y venidas
las yerbas ¿nunca os pidían la palabra? |
PEDRO.-
Hartas
vezes; pero para ellos y para los que pidían remedio
en verano había otro achaque, que era la luna; aunque
fuesen dos días no más de la luna, les dezía
que se aparejasen, que a la entrada de la que venía
los quería sanar, y como la çibdad es grande
no podíamos siempre toparnos. |
JUAN.-
¿Pagaban los
que sanaban después quando andabais de reputación
mejor que antes? |
PEDRO.-
Todo se iba de un arte. Un mercader
turco venía de Alexandría y cayó malo,
y viéndose con calentura continua me prometió
diez escudos si le sanaba. Yo pidí para las mediçinas
dos, y diómelos, y en tres días sanó
con sangrarle y purgarle bien; y a tiempo después
diome un ducado y díxome que aun le quedaba cierta
tos, y en sanando della me daría la resta. Comenzé
de hazerle remedios para aquello, que le costaron dos ducados
otros. Ya como el vellaco iba engordando [y] no podía
disimular la salud, por no me pagar nunca dezía que
había mejoría de la tos. Díxome un paje
suyo renegado que no estaba muy bien con él: Mira,
christiano, no te mates por venir más acá,
que en verdad nunca tose sino quanto te siente subir. Fui
a él, y preguntado cómo estaba, respondió
que malo de su tos. Díxele: ¿Tú quieres sanar
de tal manera que jamás padezcas tos ni romadizo aunque
bibas mill años? El dixo: Oxalá tú me
dieses tal remedio, que no ando tras otro. Digo: Pues hágote
saber que para Zinán Baxá he mandado hazer
un letuario de mucha costa, y el boticario creo que guardó
un poco para sí; hagamos que te lo dé, y embía
un paje, que yo seré intercesor; tres escudos le daban
por ello para un arráez, mas no lo quiso dar; yo te
lo haré dar por lo que fuere justo. De vergüenza
de çiertos turcos que estaban con él no pudo
dexar de embiar conmigo el paje, el qual traxo el boteçico
de la gera logodion, más labrado que otros la solían
llebar, y fue menester rogar harto al boticario que se lo
diese por los tres ducados, de los quales hubo medio y yo
la resta. |
MATA.-
Pues sé que aquel no estaba de parto
ni quería parir, ¿para qué le dabais mediçinas
de mal de madre? |
PEDRO.-
Para que pariese aquellos tres ducados
y no volver más allá, perdonándole la
resta. |
MATA.-
No había mucho que perdonar, porque
me paresçe que os entregastes de todos diez. |
JUAN.-
¿Qué
tanto haría de costa de las mediçinas en todo?
|
PEDRO.-
Más en verdad de medio escudo. |
MATA.-
No era
mala cabeza de lobo la gera pliega, que no costaría
toda un escudo. |
PEDRO.-
Uno y aun dos costó, pero
bien se sacaron della. |
MATA.-
Con pocos botes desos se acabaría
nuestro ospital. |
Capítulo VIII |
Pedro y los médicos de Sinán Bajá
|
JUAN.-
¿Tubistes más conquistas con los médicos
del Rey? |
PEDRO.-
La mayor está por dezir, que fue
con Çinán Baxá. |
JUAN.-
¿De qué
estubo malo? ¿Tornóle la asma? |
PEDRO.-
No, sino como
había quedado por gobernador de Constantinopla, de
rondar de noche la çibdad, resfrióse y hinchósele
el vientre y estómago de ventosidades, que quería
rebentar, y los judíos, como son tan entremetidos,
fuéronle todos a ber, y yo que fui el primero, quísele
dezir que tomase una ayuda, y no se lo osaba el intérprete
dezir porque lo tienen por medio pulla, y todos, aunque buxarrones,
son muy enemigos dellas. Yo pregunté cómo se
llamaba y dixéronme que hocna, y díxeselo,
y admitiólo y resçibióla; pero los judíos
no dexaron, estando picados, aunque no lo mostraban, de tornar
a sembrar zizania, y también por ser hombres de respecto
mi amo hazía lo que mandaban, y era todo como una
jara derechamente al rebés. Dábanle a comer
espinacas, lentejas y muchos caldos de abe y carnero y leche,
que la quería mucho, y en fin conçedíanle
comer lo que quería para ganarle la boca y tenerle
contento. El protomédico principal, que se llamaba
Amón Ugli y tenía cada día de salario
más de siete escudos, paresçiéndole
que había un poco el Baxá mejorado, teniendo
presentes los otros médicos y algunos de los pribados
que tenían sobornados, dixo que por algunas causas
en ninguna manera le cumplía curarse con el español
christiano: la una porque era moço y podría
ser que en su tierra él fuese buen médico,
pero que allá eran otras complexiones y otra diversidad
de tierras, que yo no podía alcanzar, dando exemplo
del durazno que mataba en Persia y no en Egipto; lo otro,
porque yo era su esclabo, y por qualquier cosa que algún
enemigo suyo me prometiese podría darle con qué
muriese, por ser libre, y esto no podía haber habido
efecto en la Soltana porque en la muerte della no ganaba
como en la suya; a eso ayudaban todos de mala, de tal suerte
que le persuadieron, y yo veía que andaban muy ufanos
dándole mil bebrajes y no haçían caso
de mí. Un paje de la cámara, amigo mío,
díxome lo que había pasado, y queriendo el
Baxá tomar un xarabe díxele que le dexase si
no quería morir por ello, hasta que, venidos allí
todos los médicos, les probase ser tóxico.
Púsele tanto miedo que los embió a llamar,
y yo procuré que se hallasen allí turcos prinçipales
de mi parte, y venidos començé con muchas sofísticas
razones a dar los inconvenientes dello, diziendo que él
estaba lleno de viento y que aquel xarabe era frío
y se convertiría todo en puro viento, y el dar de
la leche era gran maldad, porque, tomado el exemplo acá
fuera, quando poca leche cueze en un caldero, se alza de
tal modo que no cabe, y lo mesmo hazía tocado del
calor del estómago; y ya yo comenzaba a hablar turquesco
sin intérprete; como ellos vieron que el exemplo era
palpable y que tenía razón, dixéronme:
Habla la lengua que entendemos. ¿Para qué habláis
la que no sabéis? ¿Pensáis por ventura que
los turcos os entienden? |
MATA.-
Porque no lo entendiesen
lo hazían: porque dando bozes muy altas y todos contra
vos, quienquiera que no entendiera pensara que ellos vençían. |
JUAN.-
Costumbre y remedio de quien tiene mal pleito. |
PEDRO.-
Dixe
a mi amo y a los otros que estaban allí, en turquesco:
Señores ¿entendéis esto? Todos respondieron
de sí; y cierto milagrosamente me socorría
Dios con bocablos, porque ninguno ignoraba. Satisfízole
mucho el exemplo de la leche al Baxá y a los demás
que estaban allí, y dixeron que yo tenía razón.
Quando vi la mía sobre el ito pidí de merçed
me oyesen las satisfaçiones que a çiertas cosas
que de mí deçían quería dar.
Hízolo el Baxá de buena boluntad y comenzé
por la primera. Quanto a lo primero que estos médicos
me acusan, que aunque en mi tierra yo sea buen médico
acá no es posible ni puedo alcanzar como ellos las
complexiones, digo que es al rebés, que yo soy bueno
para acá y ellos para España, porque la mediçina
que yo sé es de Hippócrates, que fue çient
leguas de aquí no más, de una isla que se llama
Cóo, y de Galeno, que fue troyano de Pérgamo
una çibdad que no es más de treinta o quarenta
leguas de aquí, y de Aeçio, y Paulo Egineta,
no más lexos de Constantinopla que los otros. La que
estos señores saben, que es poca o nada, es de Abiçena
y Aberroes, que el uno fue cordobés y el otro de Sevilla,
dos çibdades d'España, ansí que la mía
es propia para acá, y la suya para allá; y
si fuese que Vuestra Exçelencia, para vengarme de
mis enemigos los españoles, yo los embiaría
allá, porque verdaderamente en pocos años matarán
más que todo el exército del Turco; y para
probar esto tenía allí un cozinero mayor del
Baxá, alemán muy gentil, latino y muy leído,
y hízeselo leer en un rimero de libros que allí
tenía aposta yo traídos, y otro de junto a
Veneçia, que siendo theólogo renegó,
también se halló presente. |
JUAN.-
La satisfaçión
estubo muy aguda, como de quien era, y aunque el Baxá
fuera un leño no podía dexar de entenderla
y quedar satisfecho. ¿Qué dezían los judíos
a eso? |
PEDRO.-
El Baxá reír y ellos callar,
y hacerme del ojo que callase; y yo no quería mirar
allá por no los ver guiñar. Quanto a lo que
era moço y no tenía experiençia, aunque
era poca la que yo tenía, era mill vezes más
que la suya, porque con letras y entendimiento y advertir
las cosas se sabía la experiençia, que no por
los años, que a esa quenta, las mulas y asnos que
andaban en las norias y tahonas sabrían más
que ellos, pues eran más viejas, y las comadres y
los pescadores viejos; y tras esto una parábola pues
la otra les había contentado: Si Vuestra Exçelencia
parte en amanesçiendo en una barquilla (que estábamos
en la ribera del mar) y para ir de aquí allí
(señalando un trecho) y no lleva sino dos remos y
desde a dos o tres horas parto yo en un bergantín
bien armado con muchos remos, ¿quál llegará
primero? Respondió: Tú. Preguntéle el
porqué. Dize: Porque llevas mejor barco. Digo: ¿Pues
vuestra exçelençia no partió primero
tres horas? No haze, dixo, eso al caso. Pues tampoco les
haze, digo, al caso, a estos judíos haber nasçido
tantos años antes que yo, porque van caballeros en
asnos, que son sus entendimientos, y yo corriendo a caballo
en el mío, y con ver yo una vez la cosa la sé,
porque estudio, y ellos, aunque la vean mil vezes, no. Lo
mesmo acontesçe en el camino, que uno le va mill vezes
y no va advirtiendo, y cada vez ha menester guía,
y otro no le ha ido más de una y da mejor cuenta que
él y le podría guiar; que no hay senda ni atajo
que no sabe, ni casa, ni pueblo en medio que no os diga por
nombre. |
MATA.-
No menos bueno es todo eso que lo primero,
y es çierto que también concluiría;
exemplos son que cada día veréis acá,
que andan unos mediconaços viejos con las chinelas
y bonetes de damasco y mangas de terçiopelo raso pegadas
al sayo, tomando morçillas y todo si les dan, en unos
caballazos de a tres varas de pescueço, y tienen sumidos
los buenos letrados y metidos en los rincones, con ir a bisitar
sin que los llamen, diçiendo que por amigo le visitan
aquella vez; y quando saben que el doctor tal le cura, luego
con una risa falsa dize que, aunque es moço, será
bonico si bibe; y comiença luego a dar tras los manzebos
diziendo que son médicos del templeçillo y
amigos de setas nuebas. Y como tienen canas, pensando que
saben lo que diçen, los cree el vulgo. Como la verdad
sea que si los moços son griegos y los otros bárbaros
saben más durmiendo que ellos velando, y tienen más
experiençia, verdad es que si el viejo tiene tan buenas
letras, lo mejor es, que las canas con buenas letras y trabajo,
más saben. |
JUAN.-
¿N'os acordáis quando fuimos
a Santorcaz a holgarnos con el cura, que topamos una mañana
un médico de la mesma manera como los habéis
pintado y salía de una casa donde le habían
dado una morçilla que llebaba en la fratiquera? |
PEDRO.-
Sé
que yo también me hallé hay quando le hizimos
ir a jugar con nosotros a los bolos; y quando jugaba, un
galgo del cura, como olía la morçilla, siempre
se andaba tras él, del juego a los bolos y de los
bolos al juego, hasta que una vez tomó la bola para
sacar siete que le faltaban, y tomó la alda derecha,
que como era tan larga l'estorbaba, y púsola sobre
la otra, y como acortó, descubrióse la fratiquera;
el perro como la vio, pensando que aquella era la morçilla,
arremete y haze presa en fratiquera y todo, que todos juntos
no le podíamos hazer que la dexase, de lo que quedó
el más corrido del mundo. |
MATA.-
Cada vez que se me
acuerda, aunque esté solo me da una risa que no me
puedo valer; como dixo después: era una pobre que
no tenía qué dar y había matado un lechón,
y empresentómela para mi huéspeda, que está
preñada y no puede comer cosa del mundo ni verla.
La terzera satisfaçión sepamos. |
PEDRO.-
Quanto
a lo que dezían que era esclabo y no guardaría
fidelidad, yo era christiano y guardaría mejor mi
fe que ellos su ley; desto era el Baxá buen testigo,
y en la fe de Christo tanto pecado era matarle a él
como a un príncipe christiano; y demás desto,
los españoles guardamos más fidelidad en ley
de hombres de bien que otras naçiones; y ya que todo
esto no fuese, ¿a quién importaba más su vida
que a mí?; ¿dónde hallaría yo otro padre
que tanto me regalase ni príncipe que tantas merçedes
me hiziese? No había yo de ser omiçida de mí
mesmo, ni ganaba yo para Dios en ello, nada más de
irme al infierno; ni para mi Rey, pues muerto él,
que no era más de un hombre, luego le susçedería
otro; y desde entonces començase a rescatarse y traer
la barba sobre el hombro, porque lo que se piensa y negoçia
de día es lo que de noche se sueña, y aquellos
judíos debían de urdirle alguna muerte; y no
se fiase en que era más poderoso que ellos, que a
Christo, con ser quien era, ellos le mataron, porque muy
presto se conforman en lo que han de hazer. Y con esto quedó
por mí el campo; mas como habían pasado algunos
días que ellos le habían curado y hartado de
leche, teníanle quasi hidrópico, y los remedios
que yo le comencé a hazer no pudieron sanarle del
todo en dos días, y luego tornaron a estudiar, con
el grande odio que me tenían, sobre lo de la leche
que yo le había quitado, que por aquello no había
ya sanado. Quisiéronme argüir que la de la camella,
al menos, fuese buena. |
JUAN.-
¿Por qué autoridad se
guiaban? ¿No les podíais hazer traer allí los
autores, que no es posible que hombre del mundo fuera tan
neçio que escribiera tal contrariedad? |
PEDRO.-
No
me acotaban otro autor, sino todos los libros. Dizen todos
los libros esto; dizen todos los libros estotro. Yo desvivíame
acotando del Galeno autoridades y llevándolos libros
allí y intérpretes turcos que fuesen juezes.
Al cabo concluían con que la del camello era buena.
Como no había en aquellos dos días sanado y
los turcos son amigos de primera informaçión,
que se buelven a cada viento, ni más ni menos que
una veleta, acordaron de ponerme perpetuo silençio
en que, so pena de çient palos, en ninguna cosa les
contradixese ni hablase con ellos, aunque viese claramente
que le mataban, porque él estaba determinado de acudir
a la mayor parte de paresçeres. |
JUAN.-
Pues con quanto
os había visto hazer y en él mesmo lo del asma,
¿no se persuadía a creer más a vos que a los
otros? |
PEDRO.-
No, porque el diablo en fin los trae engañados.
Sé que más cosas vieron hazer los judíos
a Christo, y con todo siempre estubieron pertinazes y están;
y los turcos no ven, si quieren abrir los ojos, el error
en que están. Yo determiné de callar y estar
a la mira; y ellos comenzaron de curarle unos días
y acabar lo que habían començado, de hazerle
del todo hidrópico. Y ensoberbeziéronse tanto,
que determinaron pagarme el majar de la Soltana en la mesma
moneda; y estábamos en un jardín que se dize
Vegitag, legua y media de Constantinopla, porque era verano,
y cada hora me embiaban por unas cosas y por otras; y el
pobre Pedro de Urdimalas, algo corrido de las matracas que
todos los otros le daban, sin osar hablar, y tambien buscaban
cosas que majar a costa de mis brazos. |
MATA.-
Al menos quando
os embiaban por esas cosas ¿no había algo que sisar?
|
PEDRO.-
Más vellacos eran, que tanto que quando se
había de tocar dinero ellos enviaban a uno dellos,
que partía la ganançia con todos; hizieron
un día, por malos de sus pecados, una rezetaza de
un pliego, toda de cosas de poca importançia para
ayudas y emplastos, muchas redomillas de azeites, manadillas
de yerbas secas, taleguillas de simientes y flores secas,
y preguntáronles quánto costarían; dixeron
que quinze escudos podrían todas valer; mas que era
bien que viniese todo junto. Despachábame a mí
el chiaya, que es mayordomo mayor, que fuese por ello; dixo
el Amón Ugli: Mejor será que vaya uno déstos,
que a ése no entenderán, ni lo sabrá
escoger; y denle también dineros, que pague lo que
ha traído el christiano. Fue tan presto hecho como
dicho, y balióles la burla más de diez y siete
escudos. |
MATA.-
¿No podíais descubrir vos esa çelada?
|
PEDRO.-
¿Qué tenía de descubrir, que valía
más su mentira estonçes que mi verdad? Era
tarde, y el judío que fue por ello no había
de venir hasta otro día; yo, como les dolían
poco mis pies, fui a traer recado para una ayuda y venir
presto; y Rustán Baxá entre tanto vino a visitar
a su hermano, que estaba bien fatigado, y de lástima
saltáronsele las lágrimas, y a mi amo de miedo,
pensando que lo hazía por haberle dicho los médicos
que se moría. Retráxosele el calor adentro
y desmayóse, y estubo así un rato, hasta que
medio tornó en sí. Fuese el Rustán Baxá,
porque no usan hazer visitas más largas de preguntar
cómo está y salirse. |
MATA.-
¿Pues cómo
siendo hermanos? |
PEDRO.-
Porque son tan recatados que pensarían,
si mucho hablasen, que urdían traiçión
al Rey. Vierais los judíos huir, como no le hallaron
pulso, en una barca con todos sus libros, que se estaban
ya en el jardín de propósito, y el camino se
les hazía bien largo; y topélos, y díxeles
dónde iban; dixéronme cómo mi señor
era muerto, y que la ayuda bien la podía derramar.
En llegando al jardín vi que todos lloraban; y entré
de presto á tomarle el pulso, y halléle sin
calentura y como un hombre atrancado que no podía
hablar, y apretéle la mano diziendo: ¡Qué ánimo
es ése! Vuestra Excelençia no tema, que la
mejor señal que hay para que no se morirá es
de que los judíos van todos huyendo y le dexan por
muerto sin saber la causa del azidente. Y mandé traer
presto dos cucharadas de aguardiente y hízeselas tomar,
y díxele que si desta moría me cortasen la
cabeza. Estubo bueno y regozijado aquella noche, que estaba
propio para hazer mercedes, y estimó mi consejo en
mucho y el ver quán firmemente tenía yo que
no era nada. Sabiendo aquella noche los judíos la
mala nueba de que por el presente no quería morirse,
helos aquí a la mañana con todo su ajuar, ansí
de libros como de mediçinas. |
MATA.-
¿Y osaron paresçer
entre jente? Bien dizen que quien no tiene vergüenza
todo el mundo es suyo. |
PEDRO.-
Como si no hubiera pasado
cosa por ellos; ¡tan hechizado tenían ya a mi amo
con su labia! |
MATA.-
¿De dónde deçían
que venía? |
PEDRO.-
De buscar mill recados que para
sanarle traían, y tener acuerdo con los libros que
tenían en casa, para mejor le curar. |
JUAN.-
¿Y creyólos?
|
PEDRO.-
Como de primero. |
JUAN.-
¿Pues qué diablo de
gente es? Mayor pertinaçia me paresçe esa que
la de los judíos, pues lo que tantas vezes veían
creían menos. |
PEDRO.-
Siempre quando se quexan dos
gana el primero, y en cosa destos paresçeres el postrero;
y como los vellacos sabían tan bien la lengua, siempre
hablaban a la postre; aunque le tubiese de mi parte le mudaban
luego. Comienzan de sacar drogas de una talega y mostrar
al Baxá, y los manojuelos de poleo y mestranço
y calamento y otros; ansí dezían: ¿Ve Vuestra
Exçelencia esto? viene de Chipre, estotro de Candía,
aquello de tal India, estotro de Damasco; y sin vergüenza
ninguna de mí; yo, algo enojado, dixe al Baxá
al oído que me hiziese merçed de pues era cosa
que le iba la vida, mandase que yo hablase allí y
me diesen atençión; lo qual hizo de buena gana,
porque la noche antes había cobrádome un poco
de crédito, y díxeles: señores... |
MATA.-
¿En
qué lengua? |
PEDRO.-
En turquesco, que nunca Dios me
faltaba; no por vía de disputa ni de contradezir cosa
que haréis sino para saber: ¿esas yerbas no serían
mejores y de más virtud frescas que secas? Dixo el
Amón: Bien habéis estado atento a lo que hemos
dicho. ¿No oístes que ésta viene de doçientas
leguas, y estotra de mill; aquélla de Indias, la otra
de Judea? ¿Pensáis que estáis en vuestras Españas,
que hay déstas? Ya lo tengo, digo, señores,
entendido, y no digo sino si las hubiese, por si Dios me
lleba en mi tierra, que dezís que las hay, sepa alguna
cosa de nuebo. Respondieron todos a una: No hay que dubdar
sino que si se hallasen sería mill vezes mejores.
Pregunté al Baxá si había entendido
lo que dezían, y él dixo que sí; y tornóselo
él mesmo a preguntar, y refirmáronse en sus
dichos; estonçes yo digo: Pues, señor, mande
Vuestra Exçelencia poner la caldera en que se han
de cozer al fuego, con agua, y si antes que yerba no traxese
todas estas yerbas frescas y algunas más, en llegando
quiero que se me sea cortada la cabeza; porque vuestra exçelençia
vea cómo éstos no saben nada más de
robar. Respondió el Amón: Si vos trajéredes
ésta, mostrándome un poco de zentabra, yo os
daré un sayo de brocado, si no vais a España
por ella. El Baxá prestamente mandó ser puesto
todo por la obra, y voy con mis guardianes y un azadón
a una montañuela que estaba del jardin un tiro de
vallesta pequeña, donde yo algunas vezes quando curaba
a la Soltana había ido por todas las yerbas y raízes
que había menester, y donde sabía claramente
que estaban todas, y comienzo de arrancarlas con sus raízes
y todo, y tomo un grande haz dellas y otras que ellos no
habían traído, y entro cargado con mi azadón
y todo en la cámara del Baxá, donde estaba
toda la congregaçión, y arrojé junto
a mi amo el haz, bien sudando, y que no me alcanzaba un huelgo
a otro, y començé de tornar un manojuelo de
secas y una rama de verdes, y juntábalas y mostrándoselas
a mi amo decía: ¿Soltan buhepbir deila? ¿Señor,
esto no es todo uno? A lo qual respondía, como no
lo podía negar: ierchec: es grande verdad; y tomaba
otra y deçía lo mesmo; hasta que no había
más de las secas, y començé de mostrar
otras que también hazían al propósito,
y eché la zentaura sobre la cabeza del judío
y díxele: Dadme un sayo de brocado, y toma esta yerba. |
MATA.-
Él os diera dos por no la ver. ¿Y qué
dixo a eso? No faltara allí confusión; maravíllome
no alegar el testo del Evangelio: in Belzebut, prinçipe
demoniorum ejicit demonia. |
PEDRO.-
Antes respondieron lo
mejor del mundo, que el diablo que los guía, como
yo después les dixe, les faltó al tiempo que
más era menester. Salió Amón Ugli y
dixo: Señor, yo, en nombre de todos te juro por el
Dios de Abraham y por nuestra ley embiada del çielo,
que tienes en casa al que has menester, y que si ese no te
cura, nadie del mundo baste a hazello; y como ya sabe Vuestra
Exçelencia, nosotros, por la grande subjeçión
que os tenemos, no osamos salir al campo a buscar si hay
estas cosas, porque nos matarían por quitarnos las
capas; no pensábamos que tal cosa hubiese, y ansí
con las nabes que van a esos lugares que dixe, embiamos a
probemos de todo. Salidos allá fuera en conversaçión,
yo les dixe: Señores, pidos por merçed que
n'os toméis conmigo, que maldita la honrra jamás
ganéis, porque por virtud del carácter del
baptismo sé las lenguas todas que tengo menester para
confundiros, y ganaréis conmigo más por bien
que por mal. |
JUAN.-
Razonablemente
de contento quedara vuestro amo. |
PEDRO.-
Como si le dieran
otro estado más como el que tenía; y os diré
que tanto, que aquel mesmo día hizo testamento muy
solemne y la primera manda es dexarme libre si se muriere;
y mandóme venir delante dél con mis guardianes
y diome una sotana de muy buen paño, morada, y a ellos
sendas otras de un paño razonable y cada quatro escudos;
y díxoles: Yo os agradezco mucho la buena guarda que
deste christiano me habéis tenido fasta agora; pues
Dios le ha hecho libre, de aquí adelante dexadle andar,
y vosotros idos a mi torre a guardar los otros christianos,
que éste guardado está; y desde aquel día
adelante començé de gozar alguna livertad y
serbir con tanta afictión y amor, que no me hartaba
de correr quando me mandaban algo, y comedíame tanto,
que si veía que el Baxá mandaba alguna cosa
a uno de sus criados, yo procuraba ganar por la mano y hazerla.
Vino la privança a subir tanto de grado y estar todos
en casa tan bien conmigo, como ya sabía la lengua,
que un día, estando purgado el Baxá algo fatigado,
levantóse al serbidor, y çierto en aquella
tierra ni saben servir ni ser servidos; y como yo vi que
ningún regalo hazían a la cama, ni siquiera
igualarla, dexo caer mi capa en tierra, y abrazo toda la
ropa y quítola de la cama y hago en el aire la cama
bien hecha, de lo que quedó el Vaxá tan espantado
y contento, que mandó que sirbiese yo en la cámara,
y dende a pocos días proveyó al camarero un
cargo y mandóme que yo fuese camarero suyo, lo qual
açepté con grande aplauso de toda la casa;
y de tal manera, que no se levantara por ninguna vía
ni se rebolviera si yo no lo hazía. Cada mañana
había yo de ir a la coçina y ordenarle la comida:
y quando quería comer era menester que yo sirbiese
de mastresala, y en ninguna manera se le llebara la comida
si yo no iba con una caña de Indias en la mano a dezir
que la traxesen; y venía delante della y yo por mi
mano se lo cortaba y daba de comer, y me comía delante
dél los reliebes. |
PEDRO.-
Más al menos que
los judíos. |
JUAN.-
¿Pues no son liverales en el ordenar
la comida? |
PEDRO.-
Yo os diré: un día que el
Baxá se purgaba fueron a la coçina y dixeron
al cozinero que coziese media abe y diese del caldo sin sal
media escudilla, y después la saçonase porque
había de comerla el Vaxá. Yo, como los vi mandar
aquello, atestélos de hideputas, vellacos, y mandé
poner quatro ollas delante de mí y en cada una echasen
dos aves. En la una se coçiesen sin sal, con garbanços;
en la otra, con raízes de perejil y apio; en la otra,
con çebollas y lentejas; la última, con muchas
yerbas adobadas, y asasen otras dos también por si
quisiese asado. Ellos luego dixeron: ¿Ut quid perditio hec?
Digo: porque sepáis que nunca curastes hombre de bien;
¿cómo? ¿a un tan gran señor tratáis
como se había de tratar uno de vosotros?; cómanse
estas gallinas después los moços de coçina.
No dexé de ganar honrra con mi amo quando lo supo. |
JUAN.-
Con los coçineros creo que no se perdió. |
MATA.-
¿Pensáis que es mala amistad en casa del señor?
No menos la querría yo que la del más prinçipal
de casa. |
JUAN.-
Y de allí adelante, ¿mejoraba o peoraba?
|
PEDRO.-
Oras mejoraba, oras se sentía peor, como la
hidropesía estaba ya confirmada. |
JUAN.-
¿Era subjeto
a mediçina? ¿Tomaba bien lo que le dabais? |
PEDRO.-
Por
lo que pasó con el caldo sin sal de la primera purga
que le di lo podréis juzgar; porque le dexé
un día ordenado, habiendo tomado las píldoras,
que media hora antes de comer tomase una escudilla de caldo
sin sal; pensando que para cada día se lo mandaba,
le duró 40 días, que lo tomaba cada día,
fasta que, como le sabía tan mal, un día me
rogó que si podía darle otra cosa en trueco
de aquello lo hiziese, porque estaba ya fastidiado. Venido
a saber qué era, contóme cómo cada día
tomaba aquel vebrajo. Yo le desengañé con deçir
que era muy bien que le hubiese tomado, mas que yo no lo
había ordenado más de para el día de
las píldoras. |
JUAN.-
En propósito he estado
mill vezes de preguntar esto del caldo sin sal a qué
propósito es, o si se puede excusar, porque a mí
y aun a muchos es peor de tomar que la misma purga. Parésçeme
a mí que quatro granos de sal poco hazen ni deshazen.
|
PEDRO.-
Es como la neçedad común del refrán
de la pobreza que no es vileza; que se van los médicos
al hilo de la jente sin más escudriñar las
cosas a qué fin se hazen. No se me da más que
sea con sal que sin sal, ni que sea caldo que agua cozida.
El fin para que los que escrivieron lo dan es para lavar
la garganta y tripas y estómago, y en fin todas las
partes por donde ha pasado, porque no quede algún
poquillo por allí pegado que después haga alguna
mordicaçión y alborote los humores. Esto tan
bien lo haze con sal como sin ella. |
MATA.-
A mí me
cuadra eso; y un médico muy grande, françés,
que pasó por aquí una vez, curando a çiertos
señores les daba el caldo con sal, y agua con azúcar
otras vezes. |
PEDRO.-
Eso mesmo se usa en todo el mundo, sino
que muchas cosas se dexan de saver por no les saber buscar
el origen; sino porque mi padre lo hizo, yo lo quiero hazer. |
MATA.-
¿Qué se hizo de los judíos? ¿Nunca más
paresçieron? |
PEDRO.-
Yo hize que los despidiesen a
todos, sino a dos, los prinçipales que estubiesen
allí. |
MATA.-
¿Para qué? |
PEDRO.-
Eso mesmo me
preguntó mi amo un día; que pues no se hazía
más de lo que yo mandaba, ¿para qué tenía
allí aquellos médicos a gastar con ellos? Díxele:
Señor, esos yo no los tengo para Vuestra Exçelençia,
sino para mi satisfaçión; si Dios quisiere
llebar de este mundo a Vuestra Exlelençia, no digan
que yo le maté, y también para que un prínçipe
tan grande se cure con aquella autoridad que conviene, pues
tiene, graçias a Dios, bien con qué lo pagar. |
JUAN.-
¿Contradeçían'os en algo? |
PEDRO.-
Antes
estábamos en grande hermandad, y deçían
mill bienes de mí en ausençia al Baxá;
y quando le venían a ver primero hablaban conmigo,
preguntándome cómo había estado, y lo
que yo les respondía aquello mesmo deçían
dentro. |
JUAN.-
No entiendo eso. |
PEDRO.-
Si yo deçía
que tenía calentura, ellos también; si que
no la tenía, ni más ni menos; ya no me osaban
desabrir ellos. |
MATA.-
¿Y otros? |
PEDRO.-
Cada día
teníamos médicos nuebos en casa, a la fama
que tenía de ser liveral. |
MATA.-
Sé que ya
no los creía. |
PEDRO.-
Como si no hubiera pasado nada
por él; pero eran médicos de las cosas de su
ley con palabras y sacrifiçios, a lo qual ni los judíos
ni yo osábamos ir a la mano, y ninguno venía
que no prometiese dentro de tres días darle sano,
y a todos creía. Dixéronle los letrados de
la ley de Mahoma que los médicos no entendían
aquella enfermedad ni la sabrían curar; que era la
causa della que algunos que le querían mal habían
leído sobre él, que es una superstiçión
que ellos tienen, que si quieren hazer a uno mal leen çierto
libro sobre él, y luego le hazen o que no hable y
que no ande, o le çiegan, o semejante cosa; y el remedio
para esto era que buscase grandes lectores y que leyesen
contra aquéllos y deste modo sanaría. Costóle
la burla más de siete mill ducados. |
MATA.-
¿De sólo
leer? ¿Marabedís diréis? |
PEDRO.-
No, sino ducados,
y aun de peso, porque hizo poner un pabellón muy galán
en medio el jardín, que podían caber debaxo
dél çinquenta hombres, y de día y noche
por muchos días venían allí muchos letrados
a leer su Alcorán y otros libros, y velaban toda la
noche, y a la mañana se iban con cada quatro piezas
de oro y venían otros tantos, de manera que nunca
se dexase de leer; tras esto mil hechizeros, unos hincando
clabos, otros fixando cartas, otros dándole en la
taza que bebía una carta para que se deshiziese allí. |
JUAN.-
¿Y todos esos prometían a tres días
la salud? |
PEDRO.-
Todos, y nadie salía con ella; vino
una muger que a mi gusto lo hizo mejor que nadie, y tenía
grande fama entrellos, que cada día la primera cosa
que veía por la mañana hazía que fuese
una cabra negra, y tras esto pasaba tres vezes por debaxo
de la tripa de una borrica, con çiertas palabras y
çerimonias, y era la cosa que más contra su
voluntad hazía, porque era un hombrazo y con una tripa
mayor que un tambor, ya podéis ver la fatiga que resçibiría.
Entre éstas y éstas le daba un letuario lleno
d'escamonea, que le hazía echar las tripas. Dixo que
era menester hazer un pan en un horno edificado con sus çerimonias,
y probeyóse que en un punto fuesen los maestros con
ella y la obreriça neçesaria, y que juntamente
le llebasen quatro carneros. Yo fui a ver lo que pasaba,
por el deseo que de la salud de mi amo tenía, y en
una parte de la casa, donde era buen lugar para el horno,
tomó una espada, y con çiertas palabras, mirando
al çielo, la desembainó y comenzó d'esgrimir
a todas las partes, y puso en quadro los carneros maniatados
donde el horno había d'estar y dio al cortador el
espada para que los degollase con ella, y después
de degollados mandólos dar a unas hijas suyas arriba,
y sobre la sangre començaron a edificar su horno con
toda la prisa posible, de suerte que en un día y una
noche estaba el mejor horno que podía en Constantinopla
haber, y allí echó un bollo con sus çeremonias,
y llebósele al Baxá, diçiendo que comiese
aquél, con el qual había de ser luego sano,
y no dexase para que se cumpliesen los nuebe días
hazer lo de la cabra y la asna. Ella se fue a su casa, y
dexóse a mi amo peor que nunca. |
JUAN.-
Ella lo hizo
muy avisadamente, porque no quería mas de tener orno
y carnero para çeçina, y meresçía
muy bien ese Baxá todas esas burletas, pues lo creía
todo. |
PEDRO.-
Vino tras ésta otro que dixo que veinte
y quatro horas podía tener el mal, y no veinte y cinco,
si luego le daban recado; y pidió una mesa allí
delante y tras esto çinco ducados soldaninos que llaman,
que tienen letras arábigas, y que fuesen nuevos. No
fue menester, por la graçia de Dios, irlos á
buscar fuera de casa. Quando los tubo sobre la mesa dize:
Tráiganme aquí un clabo de un ataút
de judío, y una mançana de palo que tienen
los ataútes de los turcos, en que lleban el tocado
del muerto, y la tabla de otro ataút de christianos.
Todo fue con brevedad traído, y puso la tabla sobre
la mesa y los ducados sobre la tabla, y tomó la mançanilla
con una mano y el clabo en la otra; y alzados los ojos arriba,
no sé qué se murmuraba y daba un golpe en el
ducado y agujerábale, y tornaba a deçir más
palabras y daba otro golpe; en fin, los agujeró todos,
y dixo que aparejasen el almuerço porque a la mañana
no habría más mal en la tripa que si nunca
fuera, con lo que había aquella noche de hazer en
las letras de los ducados, y tomó sus ducados en la
mano y fuese hasta hoy aunque l'esperaban bien. |
MATA.-
¡Dios,
que meresçía ése una corona, porque
hizo la cosa mejor hecha que imaginarse puede, porque sepan
los bellacos a quién tienen de creer y a quién
no! |
JUAN.-
De allí adelante, al menos, bien escarmentado
quedara. |
PEDRO.-
Maldito; lo más que si ninguna cosa
hubiera pasado por él déstas; porque otro día
siguiente vino otro que le hazía beber cada día
media copa de agua de un poço, y cada día leía
sobre el poço una hora; y mandó al cabo de
ocho días que fuesen a buscar si por ventura hallasen
algo dentro; y entró un turco y sacó un esportillo,
dentro del cual estaba una calabera de cabrón con
sus cuernos, y otra de hombre y muchos cabellos, y valióle
un vestido al bellaco del hechizero, no considerando que
él lo podía haber echado. |
JUAN.-
¿Pues qué
diçía que significaba? |
PEDRO.-
Que el que lo
echó causó el mal, y había de durar
hasta que lo sacase; mas no curó de esperar más
fiestas. Diéronle dos ducados, con los quales se fue
y sin pelo malo. Tras todo esto vino un médico judío
de quien no reçaba la Iglesia, que se llamaba él
liçençiado, y prometió si se le dexaban
ver, que le sanaría. El Baxá, por ser cosa
de mediçina, quando vino remitiómelo a mi rogándome
que si yo viese que era cosa que le podría hazer probecho,
por embidia no lo dexase. Yo se lo prometí, y quando
vino el señor liçençiado començó
de hablar de tal manera que ponía asco a los que lo
entendían. Yo le dixe: Señor, ¿en quántos
días le pensáis dar sano? Dixo que con la ayuda
del Dío en tres. Repliqué si por vía
de mediçina o por otra. Él dize: que no, sino
de mediçina porque aquello era trópico y le
habían de sacar, que era como un gato, y otros dos
mill disparates; a lo qual yo le dixe: Señor, el grado
de liçençiado que tenéis ¿hubistesle
por letras o por herençia? Dixo tan simplemente: No,
señor, sino mi agüelo estudió en Salamanca
y hízose liçençiado, y como nos echaron
d'España, vínose acá, y mi padre fue
médico que estudió en sus libros y llamóse
ansí liçençiado, y también me
lo llamo yo. Digo: ¿Pues a esa quenta también vuestros
hijos después de vos muerto se lo llamarán?
Dize: Ya, señor, los llaman liçençiaditos.
No pude estar sin reírme, y el Baxá preguntó
que qué cosa era, si cumplía o no. Respondíle
que no sabía; reprehendióme diçiendo
que cómo era posible que no lo supiese. Digo: Señor.
si digo a Vuestra Exçelençia que no sabe nada,
luego me dirán que le destierro quantos médicos
hay que le han de sanar, si le digo que sabe algo, será
la mayor mentira del mundo, y hanme mandado que no mienta;
por eso es mejor callar. Ayudáronme de mala los protomédicos
que allí estaban, y tubimos que reir unos días
del señor liçençiado con sus liçençiaditos. |
JUAN.-
De rebentar de risa era razón, quanto más
de reír. ¿Y en estos medios hazíaisle algunas
mediçinas o dexabais hazer a los negrománticos?
|
PEDRO.-
Siempre en el dar de comer asado y vizcochos y tomar
muchos xarabes y letuarios apropiados a la enfermedad continuábamos
nuestra cura, hasta que quiso Dios que se le hinchó
la bolsa en tanto grado, que estaba mayor que su cabeza,
y començé de ponerle mill emplastos y ungüentos,
que adelgaçaron el cuero y començó de
sudar agua clara como del río, en qué manera,
si pensáis que le agujeré la cama para que
cayese en una bazía lo que destilaba, y hallé
pesándolo que cada hora caían tres onças
y media de agua, por manera que si no me fueseis a la mano
os diría el agua toda que salió quánto
pesó. |
MATA.-
Como sea cosa de creer, ¿quién
os tiene de contradezir? |
PEDRO.-
Pues no lo creáis
si no quisiéredes, mas yo os juro por Dios verdadero
que pesó onçe ocas. |
JUAN.-
¿Quánto es
cada oca? |
PEDRO.-
Quarenta onças; en fin quatro libras
mediçinales. |
MATA.-
¿Qué es libra mediçinal?
|
PEDRO.-
De doçe onças. |
MATA.-
¿De manera que
son cuarenta y quatro libras desas? |
PEDRO.-
Tantas. |
MATA.-
Porque
vos lo dezís yo lo creo, pero otro me queda dentro. |
JUAN.-
Yo lo recreo, por el juramento que ha hecho, y sé
que no está agora en tiempo de mentir, quanto más
que qué le va a él en que sean diez ni çiento. |
MATA.-
Ello por vía natural, como diçen, ¿podíase
convertir el viento en agua? |
PEDRO.-
Muy bien. |
MATA.-
Desa
manera yo digo que lo creo, que se engendraba cada día
más y más. |
PEDRO.-
No menos inchado quedó
siendo salida tanta agua que si no saliera nada, porque la
parte sutil salió y quedóse la gruesa, por
no haber por dónde saliese; lo qual fue causa de romper
toda nuestra amistad, porque viendo yo que se tornaba de
color de plomo y dolía terriblemente y se cançeraba,
fui de paresçer que luego le abriesen, y los protomédicos
que no en ninguna manera; ¡tanto es el miedo que aquellos
malaventurados tienen de sangrar y abrir postemas! Yo dixe,
como era verdad, que si esperaban a la mañana, el
fuego no se podría atajar; por tanto, luego mandasen
hazer junta de todos los çirujanos y médicos
que hallasen, los quales vinieron luego, y propuesto y visto
el caso no había hombre que se atrebiese sino sólo
aquel mi compañero viejo de quien arriba he dicho,
y lleguéme a la oreja a un çirujano napolitano
judío que había estado en Italia y se llamaba
Rabí Ochanán, y díxele: Si tú
quieres ganar honrra y probecho, ven conmigo en mi opinión,
que todos éstos son bestias, y yo haré que
quedes aquí en la cura. Él fuese tras el intherese
y dixo que estando él con el Marqués del Gasto
había curado dos casos ansina y ninguno había
peligrado; no sabía por qué aquellos señores
contradeçían tanto. Yo hablé el postrero
de abtoridad y digo: Contra los que dizen que se abra no
tengo qué argüir, porque me paresçe tienen
gran razón; pero los que dizen que no, ¿cómo
lo piensan curar? Dixo el Amón Ugli: Con emplastos
por de fuera y otros ungüentos secretos que yo me sé.
Digo: Pues ¿por qué estos días no los habéis
aplicado? Respondióme: Porque no han sido menester.
Digo: ¿Pues no beis que mañana estará hecho
cánçer, y lo que está dentro, que es
materia gruesa, si no le hazéis lugar, por dónde
ha de salir? El Baxá, visto el dolor mortal, embió
a dezir a su hermano Rustán Baxá el consejo
de los médicos, y cómo la mayor parte deçía
de no y qué le paresçía que hiziese.
La Soltana le embió su eunucho a mandar expresamente
que ninguna otra cosa hiziese sino lo que el christiano español
mandase, y lo mesmo el hermano, y a mí que me rogaba
que mirase por la salud de mi amo y no consintiese hazerle
cosa que a mí no me paresçiese ser buena y
probada. Despidieron y pagaron los médicos todos,
que no quedó sino uno, yerno del Amón, que
se llamaba Jozef, y el çirujano Rabí Oçanán;
y otro día por la mañana mandéles a
los çirujanos se pusiesen en orden y le abriesen,
lo que pusieron por obra, y salió infinita materia;
pero porque no se desmayase yo lo hize zerrar y que no saliese
más, por sacarlo en otras tres vezes. |
JUAN.-
¿No era
mejor de una, pues era cosa corrompida? ¿Qué mal le
tenía de hazer sacarle la materia toda? |
PEDRO.-
Podíase
quedar muerto, porque no menos debilita sacar lo malo que
lo bueno. |
JUAN.-
El por qué. |
PEDRO.-
No es posible
que a bueltas de lo malo no salga grande quantidad de bueno;
y como iba saliendo, él sentía grandíssima
mejoría, y cuanto más iba, más; y de
aquella vez quedó muy enemigo con todos los médicos
que no le querían abrir, diçiendo que claramente
le querían matar. |
MATA.-
¿Y vos entendíais
algo después de abierto de su mal? |
PEDRO.-
¿Cómo
si entendía? |
MATA.-
Dígolo porque ya era caso
de çiruxía y los médicos no la usan.
|
PEDRO.-
No la dexan por eso de saber, antes ellos son los
verdaderos çirujanos. |
MATA.-
Pues acá, en viendo
una herida, o llaga, o inchazón, luego lo remiten
al çirujano y él comienza a reçetar
muy de gravedad. |
PEDRO.-
Ésa es una gran maldad, y
mayor de los que lo consienten; porque ni puede purgar ni
sangrar más que un barbero sin liçençia
del médico, sino que los malos phísicos han
introduçido esa costumbre, como ellos no sabían
mediçina, de descartarse; y los confesores no los
habían de absolver, porque son omiçidas mill
vezes, y pues no escarmientan por el miedo de ofender a Dios,
que la justiçia los castigase. |
MATA.-
Pues ¿qué
es el ofiçio del çirujano, limpia y christianamente
usado? |
PEDRO.-
El mesmo del verdugo. |
MATA.-
No soy yo çirujano
desa manera. |
PEDRO.-
Hanse el médico y el çirujano
como el corregidor y el verdugo, que sentençia: a
éste den çient açotes, a éste
traigan a la vergüenza, al otro corten las orejas; no
lo quiere por sus manos él hazer, mándalo al
verdugo, que lo exerçita y lo hará mejor que
él por nunca lo haber probado, pero ¿claro no está
que el verdugo, pues no ha estudiado, no sabrá qué
sentençia se ha de dar a cada uno? |
MATA.-
Como el
christal. |
PEDRO.-
Pues ansí el médico ha de
guiar al çirujano: corta este braço, saxa este
otro, muda esta vizma, limpia esta llaga, sangralde porque
no corra allí la materia, poned este ungüento,
engrosa esa mecha, dalde de comer esto y esto, en lo que
mucho consiste la cura. |
MATA.-
Y si ese tal ha estudiado,
¿no lo puede hazer? |
PEDRO.-
Ése ya será médico
y no querrá ser inferior un grado. |
MATA.-
Pues muchos
conozco yo y quasi todos que se llaman bachilleres y aun
liçençiados en çirujia. |
PEDRO.-
¿Habéis
visto nunca graduado en ahorcar y descuartizar? |
MATA.-
Yo
no. |
PEDRO.-
Pues tampoco en çirugía hay grados. |
MATA.-
¿Pues en qué Facultad son éstos que
se lo llaman? |
PEDRO.-
Yo os diré también eso:
¿nunca habéis visto los que tienen bacadas guardar
algunos nobillos sin capar, para toros, y después
que son de tres años, visto que no valen nada, los
capan y los doman para arar, y siempre tienen un resabio
de más brabos que los otros bueyes, y tienen algunas
puntas de toros que ponen miedo al que los junce? |
MATA.-
Cada
día, y aun capones que les quedan algunas raízes
con que cantan como gallos. |
PEDRO.-
Pues ansí son
éstos, que estudiaban Súmulas y Lógica
para médicos, y como no valían nada quedáronse
bachilleres en artes de tibi quoque; sus padres no los quieren
más probeer, porque ven que es cojer agua en çesto,
y otros aunque los probean, de puros olgaçanes se
quedan en medio del camino, y luego compran un estuche, y
alto, a, emplastar incordios, quedándose con aquel
encarar a ser médicos. |
JUAN.-
Está tan bien
dicho, que si me hallase con el Rey le pediría de
merçed que mandase poner en esto remedio, como en
los salteadores, porque deben de matar mucha más gente. |
MATA.-
Y aun robar más volsas. |
PEDRO.-
Pues los barberos
también tienen sus puntas y collares de çirujanos,
paresçiéndoles que en hallándose con
una lançeta y una navaja, en aquello sólo consiste
el ser çirujano. Una cosa os sé dezir, que
donde yo estoy no consiento nada desto, si lo puedo estorbar. |
JUAN.-
Sois obligado, sopena de tan mal christiano como ellos.
|
PEDRO.-
Ansí tenía aquellos çirujanos
del Baxá, que ninguna cosa hazían si no la
mandaba yo primero. El judío era algo fantástico
y quisóseme alçar a mayores porque se vio faboresçido;
mas yo luego le derribé tan baxo quan alto quería
subir; en fin, determinó mudar costumbre y hízose
medio truhán, que deçía algunas graçias. |
JUAN.-
¿Y era buen ofiçial? |
PEDRO.-
Todo era palabras,
que yo a falta de hombres buenos le tomé. Siempre
el otro lo hazía todo, y éste, por paresçer
que hazía algo, tenía la candela al curar y
estaba tentando y jeometreando porque pensasen que enseñaba
al otro viejo; los sábados, comenzando del viernes
a la noche, no alumbraba, porque conforme a su ley no podía
tener candela en la mano, pero todavía parlaba. Tenía
yo un día la candela, y son tan hipócritas,
que por ninguna cosa quebrantarán aquello, y hazen
otros pecadazos gordos; y fue neçesidad que yo fuese
a no sé qué y dábale la candela que
tubiese entre tanto, y él huía las manos, y
yo íbame tras ellas con la llama y quemábale,
lo cual movió al Baxá a grandíssima
risa, y más quando supo la çerimonia y la hipocresía
de guardarla delante dél. Aquel día habían
traído un cesto de moscateles enpresentado de Candía,
porque en Constantinopla, aunque hay grande abundançia
de ubas, no hay moscateles, y pidió el Baxá
que se los mostrasen, y traxeron un plato grande dellos,
y tomó unos granos, pidiéndome liçençia
para ello, y después tomó el plato y hizo merced
dellos al judío, que no era poco fabor, y diómele
a mí que se le diese; cuando se le daba estendió
la mano y asió el plato; yo tiré con furia
entonces, y no se le di y dixe: Birmum tut maz emtepzi tutar:
¡hi de puta! ¿no podéis tomar la candela y tomáis
el plato, que pesa como el diablo? a fe que no los comáis.
El Baxá, harto de rreír, mandóme, movido
a compasión de cómo había quedado corrido,
que se los diese y muy de veras; al qual repondí que
no me lo mandase, que por la cabeza del Gran Turco y por
la suya grano no comiese, y sentéme allí delante
y comíme todas mis ubas, con gran confusión
del judío, que siempre me estaba pidiendo dellas quando
las comía, y de allí adelante vio que no se
habían de guardar todas las çeremonias en todo
lugar, y tomaba ya los sábados candela, con propósito
de hazer penitençia dello. |
JUAN.-
¿Y vos, guardabais
allí zerimonias? |
PEDRO.-
Quanto a los diez mandamientos,
lo mejor que podía, porque nadie me lo podía
impedir; mas las cosas de jure positivo ni las guardaba ni
podía; porque si el biernes y quaresma no comía
carne sentándome a la mesa de los turcos, que siempre
la comen, yo no tenía otra cosa que comer, y fuera
peor, según el grande trabajo que tenía de
dormir en suelo, junto a la cama de mi amo, y aun ojalá
dormir, que noventa días se me pasaron sin sueño,
dexarme morir, quanto más que se me acordaba de Sant
Pablo, que dize que si quis infidelis vos vocauerit et vultis
ire, quidquid apponet edite, nihil interrogantes propter
conscientiam; Domini si quidem est terra et plenitudo eius.
No os lo quiero declarar, pues lo entendéis. |
MATA.-
Yo
no. |
JUAN.-
Diçe Sant Pablo que si algún infiel
os combidare y queréis ir, comed de quanto delante
se os pusiere sin preguntar nada por la conçiençia,
que, como dize David, del Señor es la tierra, y quanto
en ella hay. Pero mirad, señor, que se entiende quando
Sant Pablo predicaba a los judíos para convertirlos,
y después acá hay muchos Conçilios y
Estatutos con quien hemos de tener cuenta, que la Iglesia
ha hecho. |
PEDRO.-
Ya lo sé; pero estando yo como estaba
y en donde estaba, me paresçe estar en aquel tiempo
de Sant Pablo quando esto dezía, no teniendo qué
comer sino lo que el judío o el turco me daban, y
mayor pecado fuera dexarme morir. El oír de la missa
no lo podía executar, porque con el ofiçio
que tenía de camarero no era posible salir un punto
de la cámara, y otras obras ansí de misericordia,
aunque la de enterrar los muertos bien me la habían
hecho executar, haziéndome llebar el muerto acuestas
a echar en la caba. |
MATA.-
¿Pues hay quien diga misas allá? |
JUAN.-
Eso será para quando hablemos de Constantinopla;
agora sepamos en qué paró la cura del Baxá.
|
PEDRO.-
A lo primero respondo, porque Mátalas Callando
no quede preñado, que quien tiene livertad oirá
misas todas las que quisiere cada día, y todos los
oficios como en Roma, y desto no más, hasta su tiempo
y sazón. Quiso Dios que el Baxá sanó
de su enfermedad de hydropesía, y de la abertura de
la bolsa, y la pascua suya tienen por costumbre dar de bestir
a toda su casa y hazer aquel día reseña de
todos, que le vienen uno a uno a vesar la mano; y como aunque
sano, estaba flaco en convaleçençia, mandóme
que le vistiese como yo quisiese, y púsele todo de
tela de plata y brocado blanco y saquéle a una fuente
muy rica que tenía en una sala, en donde tardó
con grandíssima música gran pieza el besar
de la mano; y quando todos se hubieron ya con sus ropas nuebas
hecho, vino el mayordomo mayor y echóme una ropa de
brocado acuestas porque veáis la magnifiçençia
de los turcos en el dar, y el thesorero me dio un pañizuelo
con çinquenta ducados en oro, y quando me hinqué
de rodillas para vesar la mano a mi amo, tenía la
carta de livertad hecha y sellada, reboltada como una suplicaçión,
y púsomela en la mano y començaron de disparar
mucha artillería y tocar músicas, y tornando
a porfiar para vesarle el pie, asióme por el brazo
y abrazóme, y diome un beso en la frente diçiendo:
Ningunas gracias tienes que me dar desto, sino a Dios que
lo ha hecho, que yo no soy parte para nada. Aunque agora
te doy la carta, no te doy liçençia para que
te vayas a tu tierra fasta que yo esté en más
fuerças; ten paçiençia hasta aquel tiempo,
que yo te prometo por la cabeza del Gran Turco de te embiar
de manera que no digas allá en cristianidad que has
sido esclabo de Zinán Baxá, sino su médico.
Yo le respondí, inclinándome a besarle otra
vez el pie y la ropa, que vesaba las manos de su exçelençia
y no me tubiese por tan cruel que le había de dexar
en semejante tiempo hasta que del todo estubiese sano, antes
de en cabo del mundo que me hallara, tenía de venir
para servirle en la convalesçençia, donde más
neçesidad hay del médico. |
JUAN.-
Estoy tan
afiçionado a tan humano prínçipe, que
os tengo embidia el haber sido su esclabo, y no dexaría
de consultar letrados para ver si es líçito
rogar a Dios por él. |
PEDRO.-
Después de muerto
tengo yo el escrúpulo, que en vida ya yo rogaba mill
vezes al día que le alumbrase para salir de su error. |
MATA.-
Y la carta ¿qué la hizistes? ¿traíaisla
con vos o confiábaisla de otro? |
PEDRO.-
El mayordomo
mayor, aquel que me dio la ropa de brocado, con temor de
que estaba en mi mano y me podría venir quando quisiese,
sin que nadie me lo pudiese estorbar, me la pidió
para guardármela fasta que me quisiese venir, y entre
tanto, para entretenimiento, me dio una póliça
por la qual me hazían médico del Gran Turco
con un ducado veneçiano de paga cada día, de
ayuda de costa. |
JUAN.-
¿Quánto es el ducado veneçiano?
|
PEDRO.-
Treçe reales. |
MATA.-
No dexara yo mi carta
por çient mill ducados veneçianos del seno.
|
PEDRO.-
Hartos neçios me han dicho esa mesma neçedad.
¿Luego pensáis que si yo no viera que el Vaxá
lo mandaba ansí que no la supiera guardar? No pude
hazer menos; que si por malos de mis pecados dixera de no
o refunfuñeara, luego me levantaran que rabiaba, y
me quería ir, y fuera todo con el diablo, roçín
y mançanas. |
JUAN.-
A husadas, mejor consejo tomastes
vos, quanto más que la honrra y probecho de médico
del Gran Turco valían poco menos que la livertad.
¿Y qué dio a los judíos? |
PEDRO.-
Cada çient
ducados y sendas ropas de brocado. Mas los triumphos que
cada día hazíamos por Constantinopla, me decid.
El primer día que fue a Duan, que es a sentarse en
el Consejo Real en lugar del Gran Señor, iba en un
bergantín dorado por la mar, todo cubierto de terçiopelo
carmesí, y ninguna persona iba dentro con él
sino yo, con mi ropa de brocado; y en otro vergantín
iban los gentiles hombres, y los médicos judíos,
y no había día que no repartiesen dineros para
vino a todos, cada tres o quatro escudos. Fue grandíssima
confusión para los médicos mis contrarios que
al cabo de quatro meses hubiese salido con la hidropesía
curada, y de tal manera pesó al Amón Ugli,
que cayó malo y dentro de ocho días fue a ser
médico de Belzebut, y los que quedaron grandíssima
envidia de verme médico del Rey y con más salario
del primer salto que ellos o los más en toda su vida. |
MATA.-
¿Y sabíaislo representar? |
PEDRO.-
Era como
águila entre pájaros yo entre aquellos médicos;
todos me temblaban. |
MATA.-
¿Pues tan para poco eran que no
podían un día mataros o hazerlo hazer? |
PEDRO.-
No
podían lo uno ni lo otro, porque mi cabeza era guardada
con las suyas; más subjeta jente es que tanto ni aun
alçar los ojos a mirarme no osaran, porque no tenían
mayor enemigo en el mundo que a mi amo; a ellos y a sus casas
y linajes pusiera fuego. |
MATA.-
Qué, ¿no faltara un
bocadillo para que nadie lo supiera? |
PEDRO.-
Bobo es el moço
que tomara colaçión ni cosa de comer en sus
casas. Convidábanme hartas vezes, pero yo siempre
les deçía que ya sabían que mi fe lo
tenía vedado, por tanto no me lo mandasen. |
MATA.-
Y
al cirujano viejo aquel christiano, ¿no le dieron nada o
no sirvió? |
PEDRO.-
También, que todo lo que
de cirugía se hizo se había de agradesçer
a él, que el judío no estaba más de
para lo que os dixe. Le dieron su carta de livertad, y la
depositó en la mesma parte diçiendo que nos
habíamos de venir juntos. No penséis que no
se tornó otra vez de nuebo a perder la amistad de
los judíos, que le vino una herisipela que se paró
como fuego, y yo, aunque estaba flaco, fui de paresçer
de sangrarle, en lo qual fui contradicho de todos los médicos,
que no menor copia había mandado venir que al tiempo
del abrir, los quales deçían que un hombre
que había pasado lo que él, y estaba tan flaco,
juntamente con la sangre echaría el ánima.
No me aprobechando dar bozes diçiendo que se ençendía
en fuego de la gran calentura y mirasen tenía tanta
sangre que le venía al cuero, y que por estar flaco
no lo dexasen, que quanto más gordo es el animal tiene
menos sangre, como claramente vemos en el puerco, que tiene
menos que un carnero, entréme dentro en la recámara
y díxele el consejo de todos los médicos, y
como ni por pensamiento le consentían sangrar; que
[si] de la sangre ajena eran tan avarientos ¿qué hizieran
de la suya propia? Díxome: ¿pues qué te paresçe
a ti? Entonces toméle a solas por la mano y apretándosela
como de amistad digo: Señor, por Christo, en quien
creo y adoro, que lo que alcanço es que si no te sangras
te mueres sin aprobecharte nada tan gran peligro como has
huido, de la hydropesía, y soy de paresçer
que entre tanto que ellos acaban de consultar el cómo
te han de matar, entre el çirujano christiano y yo
çerremos la puerta y saquemos una escudilla de sangre.
Él lo açeptó, estendiendo el braço
y diçiendo: Más quiero que tú me mates
que no ser sano por sus manos; pero ¿qué diremos,
que querrán entrar al mejor tiempo? Digo: Señor,
para eso buen remedio: deçir que estás en el
servidor. Y quedamos a puerta zerrada un gentil hombre que
se llamaba Perbis Agá, thesorero suyo y el más
privado de toda la casa, que me tenía tanta y tan
estrecha amistad como si fuéramos hermanos y el que
jamás se apartó de la cama del Baxá
en toda su enfermedad, y el barbero y yo y un paje. A puerta
çerrada le saqué zerca de una libra de sangre,
la más pestilençial que mis ojos vieron, verde
y çenicienta, y abrimos la puerta que entrasen los
que quisiesen, escondida la sangre, y allí estubieron
en conversaçión una hora, en la qual el Baxá
sintió notable mejoría, y muy contento les
preguntó el inconveniente de la sangría, çertificándoles
estar quasi bueno con haber hecho dos cámaras. Ellos
respondieron que no había otro sino que no podía
escapar si lo hiziera. No pudo sufrirlo en paçiençia,
y airadamente, mostrándoles la sangre, les mandó
que se le quitasen delante, llamándolos de omiçidas,
y que si más le iban a ver, aunque los llamase, a
todos los mandaría ahorcar. Fuéronse, baxas
sus cabezas, a quejar al hermano y a la Soltana, y desculparse
que si se muriese no les echasen culpa ninguna. El hermano
le embió a visitar y reprehender porque hubiese ansí
refutado su consejo; y él le embió la sangre
que la viese, la qual vio también la Soltana, y andaba
entre señores mostrándose como cosa monstruosa;
y a la tarde yo le saqué otra tanta, con que quedó
sano del todo. |
MATA.-
¿Qué os deçían
después los judíos? |
PEDRO.-
Que no se maravillaban
de que hubiese sanado, pero la temeridad mía los abobaba.
Un hombre que había salido con tantas cosas y con
victoria y estaba ya libre, y si moría su amo con
el paresçer de todos quedaba más libre y con
mucha honrra, atreberse a perder todo lo ganado en un punto,
ya que si moría en sus manos la mayor merçed
que le hizieran fuera atenazarle; lo mesmo me dixo un día
el Rustán Baxá, al qual respondí: Señor,
quando yo voy camino derecho, a sólo Dios temo, y
a otro no; mas quando voy torçiendo, una gallina pienso
que me tiene de degollar, aunque esté atada. Y a los
judíos dixe también: Sabed que la mejor cosa
de la fortuna es siguir la victoria. |
MATA.-
Al menos hartas
cosas había visto, por donde, aunque le pesase, ese
vuestro amo os había de creer más que nadie.
|
PEDRO.-
Eso fuera si estubiera bien con Dios; pero como le
traía el diablo engañado, habíale de
dexar hasta dar con él en el infierno; dos meses más
le dio de vida. |
Capítulo IX |
Muerte de Sinán Bajá y liberación
de Pedro
|
JUAN.-
¿Cómo? |
PEDRO.-
Andaba en el mes de
diziembre, al prinçipio, con una caña en las
manos, como si no tubiera ni hubiera tenido mal, y al cabo
que había caminado una legua se me quexaba que le
dolían un poco las piernas y que le curase. Yo lo
echaba por alto diçiéndole: ¡Señor,
un hombre que seis meses ha pasado lo que Vuestra Exçelençia
se espanta deso! Las piernas aún están algo
débiles y no pueden sustentar como de primero tan
grande carga como el cuerpo, sin hazer sentimiento, fasta
que tornen del todo en su ser. Guárdese Vuestra Exçelençia
del diablo y no haya mediçina ninguna, que le matará.
Vino a él un judío boticario que se hazía
médico y todo, el más malaventurado que había
en Judea y más pobre, que se llamaba Elías,
y como sabía que pagaba bien, díxole en secreto:
Yo, señor, he sabido que Vuestra Exçelençia
ha estado, mucho tiempo ha, malo, y mi ofiçio es solamente
de un secreto de hazer a los flacos que por más que
anden no se cansen. Podréte servir en ello, pero ha
de ser con condiçión que este christiano español
no sepa nada, porque luego hará burla y dirá
que no sé nada y no quiero que deprenda por mill ducados
mi secreto. El Vaxá, que estábamos de camino
para Persia al campo del Gran Turco, túbolo en mucho,
y no sólo le prometió que yo no lo sabría,
mas juróle todos los juramentos que en la ley de Mahoma
más estrechamente ligan, y luego començó
de esconderse de mí y tomar çiertos bocados
que aquél le daba, llenos de escamonea, que le hazía
echar las tripas; purgóle onçe días
mañana y noche, que al menos le hizo hazer çiento
y ochenta cámaras, y da con él en tierra.
|
MATA.-
¿Pues él no se sentía peor? |
PEDRO.-
Sí;
pero el otro le haçía creer que aquello que
salía era de las piernas, y que no debilitaba nada,
y que él ponía su cabeza que se la cortasen
si no saliese con la cura. Ya que se vio muy decaído,
acordó de mandarme dar parte de todo lo pasado, y
quando lo supe, que aquellos días yo me andaba paseando
por la çibdad como no le haçía ninguna
mediçina, halléle quasi muerto, devilitado
y con una calenturilla, y reñíle mucho el error
pasado. Y como vino allí el judío, quísele
matar, y los pribados del Vaxá, entre los quales era
el mayordomo mayor y el thesorero, que debían d'estar
conçertados con él que le despachase, no me
dexaron que le hablase mal ni le reprehendiese cosa de quantas
hazía. Yo vime perdido, y estando la sala llena de
caballeros y dos Baxás amigos suyos, que le habían
venido a ver, como quien toma por testimonio le protesté
y requerí que no hiziese más cosa que aquél
le mandase, porque si lo hazía no llegaría
a nuestra pascua, que era de allí a veinte días,
y me maravillaba de una cabeza como la suya, que gobernaba
el imperio todo por mar y por tierra, igualarla con la de
un judío el más infame de su ley. Si quería
por vía de mediçina judíos, había
honrrados y buenos médicos; llamáselos y curásese
con ellos, y no les diese aquella higa a todos los médicos.
Gran vengança, digo, será, que después
de muerto corten la cabeza del judío. Pregunto: ¿Qué
gana Vuestra Excelençia por eso? A todos les paresçió
bien y de allí en adelante cada día a quantos
me preguntaban cómo estaba mi amo les respondía:
Muérese. El judío no dexó de perseverar
su cura, con dezir que ya él había dicho que
yo le había de contradeçir; mas por bozes que
diese no deprendería el secreto y que tomase lo que
le daba y callase. No dexó de mejorar un poco, porque
cesó de darle purgas, y reíase mucho de que
yo le dixese quando le tomaba el pulso que se moría.
Como no sanaba dentro del plazo constituido, díxole:
Señor, yo hallo por mis escrituras que contra el mandado
y voluntad de Dios no se puede ir; hágote saber que
si no vendes una nabe que tienes, por la qual te ha benido
el mal, que ningún rremedio hay. Manda luego sin ninguna
dilaçción se diese por qualquier preçio,
porque él se acordaba que del día que aquella
nabe se cayó en la mar tenía todo su mal.
|
JUAN.-
¿Qué nabe? ¿Qué tenía que haçer
el mal con la nao? |
PEDRO.-
Tenía una muy hermosa nao,
la qual un día dentro el puerto, dándole careña,
que es çierto baño de pez que le dan por debaxo,
cargáronla sobre unas pipas, y por no la saber poner
se hundió toda en la mar; a sacarla concurrió
infinita gente, que casi no quedó esclabo en Constantinopla.
Con muchos ingenios, en ocho días, a costa de los
braços de los christianos, sin lesión ninguna
la sacaron. Deçía agora aquel judío
que la nabe causaba el mal. Hízosela bender en çinco
mil ducados, baliendo ocho mil, con el agonía de sanar. |
JUAN.-
¿Y no había otra causa más para echar
la culpa a la nabe? ¿Qué deçíais vos
a eso? |
PEDRO.-
Quando yo lo vi, conçedí con
el judío que desde entonçes tenía el
mal, y el caherse la nabe había sido la causa de la
enfermedad; mas que ni el judío ni él no sabían
el por qué como yo, y si me perdonaba yo lo diría.
Diome luego liçençia y aseguróme; dixe:
¿Vuestra Exçelençia tiene memoria que aquel
día cruçificó un christiano y le tuvo
delante de los otros más de quatro horas cruçificado?
Pues Dios está enojado deso. |
JUAN.-
¿Cruçificar
christiano? |
PEDRO.-
Sí en verdad. |
JUAN.-
¿En cruz?
|
PEDRO.-
En cruz. |
JUAN.-
¿Bibo? |
PEDRO.-
Bibo. |
JUAN.-
¿Y ansí
aspado? |
PEDRO.-
Ni más ni menos que a Christo. |
JUAN.-
¿Pues
cómo o por qué? ¿Bos bisteis tan gran crueldad?
|
PEDRO.-
Con estos ojos. Hay dos o tres galeras en Constantinopla
que llaman de la piedra. |
MATA.-
¿Son hechas de argamasa?
|
PEDRO.-
No, sino como las otras; mas porque sirben de traher
de contino, inbierno y berano, piedra para las obras del
Gran Turco las llaman de la piedra. En rrespecto de la de
éstas, es paraíso estar en las otras; traen
sin árboles ni belas, salbo una pequeñita que
está en la proa, que se dize trinquete, y los que
han hecho de los turcos tan graves delitos que mereçen
mil muertes, por darles más pena los echan allí,
donde cada día han de cargarla antél y descargar,
como si también quando faltan malhechores meten christianos
cautibos. |
JUAN.-
¿Por qué no tiene árbol ni
velas? |
PEDRO.-
Porque como es tan infernal la bida, los que
aran dentro se irían con la mesma galera, que aun
sin velas se huyó tres vezes estando yo allí,
entre las quales fue ésta quando un garçonçito
déstos conçertó con todos los que con
él rremaban que matasen los guardianes y se huyesen;
vinieron a executar su pensamiento, y lebantáronse
contra los que estaban dentro y rindiéronseles, matando
alguno, e huyéronse. Aquel úngaro, no contento
con esto, ya que estaban rrendidos estaba mal con el arráez,
porque le azotaba mucho, y quando se bio suelto arremete
a él y dale de puñaladas, y ábrele el
pecho y sacó el coraçón, el qual se
comió a bocados, y otro compañero suyo tomó
al canite y a un hijo del arráez hiço otro
tanto. No fue Dios serbido de darles buen biaje. Bolbió
el biento contrario, y dieron al través çincuenta
leguas de Constantinopla, y fueron descubiertos de la gente
de la tierra y presos todos y llebados a Constantinopla quando
esta nave se sacaba. Quando se huyen christianos, los turcos
a los capitanes que los emponen en que se huyan, castigan,
que a los demás no los hazen mal, sino dizen que los
otros los engañaron y lo han de pagar. Como la bellaquería
que aquel úngaro y su compañero habían
usado era tan grande, Çinán Bajá, como
virrey mandó que aquel día, que todos los cautibos
estaban sacando, juntos en la nabe fuesen cruçificados,
bibo el que mató al capitán, y el otro enpalado
después de cortados braços y horejas y nariçes;
éste luego murió, mas el que estaba en la cruz
bien alta, entre una nabe y otra, estuvo con gran calor medio
día, hasta que yo con mi privanza fui a besar el pie
del Bajá, que muchos habían ido y no habían
alcançado nada; hízome la merçed de
que yo le hiçiese cortar la cabeza, con la qual nueva
fui tan contento como si le hiciera la merçed de la
vida. |
JUAN.-
Grande lástima es ésa. En mi bida
oí dezir que fuesen tan crueles; por mayor merçed
tengo aquélla que el alcançar la vida. ¿Murió
christiano? |
PEDRO.-
Yo no entendí su lengua; pero
a lo que dijeron todos los que le oían y entendían,
como un mártir. |
JUAN.-
Bienaventurado él, que
no sé qué más martirio del uno y del
otro. ¿Y los christianos qué dezían? |
PEDRO.-
Ayudarle
con un pésame. ¿Qué queréis que hiciesen?
Lástimas artas; y los mercaderes beneçianos
y griegos todos estaban mirándole y animándole. |
MATA.-
Y al Baxá ¿pesóle lo que le dixisteis?
porque yo por fe tengo que esa fue la causa. |
JUAN.-
¿No os
paresçe que era bien sufiçiente? |
PEDRO.-
Echólo
en rrisa y díjome: Mucho caso haze Dios de vuestro
christiano en el çielo con toda su mejoría
y bender de nao. El día de Santo Tomé, pidióme,
estando sentado, un espejo y un peine, y preguntóme,
estándose mirando, quándo era nuestra pasqua.
Yo le rrespondí que de allí a quatro días.
Díjome: Gentil pronóstico has echado si no
he de bibir más de hasta allá. Con mucha rrisa
yo le dixe: Vuestra Exçelençia, que no hay
cosa en el mundo que yo más desseo que mentir en tal
caso; pero como yo beía el camino que este malabenturado
de judío trae, procuraba apartar a Vuestra Excelençia
de que no muriese a sus manos. Díjome: Pues si es
hora de comer, tráheme la comida y baya el diablo
para rruin, que yo no he tenido mejor apetito muchos meses
ha. Tomé mi caña de Yndias, como tenía
de costumbre, y fui a la coçina y mandé que
llebasen la comida; yendo yo delante de los que la llebaban,
bi un negro que a grande priesa bajaba la escalera diciendo:
Yulco, yulco; agua, agua rrosada. Salté arriba por
ver quién estaba desmayado, y hallé al pobre
Çinán Baxá con el espejo en la una mano
y el peine en la otra, muerto ya y frío; y por sí
o por no, y de miedo que algún turco no me diese algo
que no me supiese bien, pues paresçen mal los médicos
en las cámaras de los, muertos, retrájeme a
mi aposento que era baxo del de el Baxá y zerréme
por dentro. |
MATA.-
Yo me huyera. |
PEDRO.-
Gentil consejo;
agora os digo que habéis borrado quanto bueno toda
esta noche habéis hablado, ¿Parésçeos
que era bueno, donde no tenía culpa, hazerme omiçida
y donde era libre tornar a ser cautibo? Antes gané
la mayor honrra que en todas las curas ni de Soltana ni prínçipe
ninguno; porque con la protesta que le hize y el prognóstico,
todos quedaron señalándome con el dedo diçiendo
el vere filius. Dei erat iste. Si a éste creyera,
nunca muriera. Desde mi cámara vi toda la solemnidad
y pompa del enterramiento, y llantos, y lutos, lo qual, si
queréis, n'os diré agora; si no remitirlo he
para su lugar. |
MATA.-
¿Qué más a propósito
lo podéis dezir en ninguna parte que aquí? |
JUAN.-
Dicho se estará. |
PEDRO.-
Pues presuponed que
en su casa tenía muchos gentiles hombres y criados
que se pusieron luto y le lloraban por orden y compases,
diciendo uno la voz y respondiendo todos llorando. El luto
es sobre la toca blanca que traen, que llaman turbante; se
ponen la çinta que traen çiñida de manera
que el tocado se cubra y parezca o todo no blanco, sino entreberado,
o negro o de otro color como es la çinta. No hay más
luto déste ni dura sino tres días; y con éste
llevan los vestidos que quieren, que aunque sea brocado es
luto. La boz del llanto dezía: ¡Hei, Zinan Baxá!
¡Hei! respondían todos. ¡Hei, hei bizum afendi! ¡Hei,
hei! respondían siempre. ¡Hei, denis Beglerbai; hei,
hei, Stambol bezir! ¡hei, hei andabulur birguile captan anda!
A esto todos: ¡Vhai, vai, vai! Quiere dezir: ¡Ay! Zinán
Baxá, ¡ay! nuestro patrón y señor, almirante
de la mar, governador del imperio, ¿dónde se hallará
un capitán como éste? ¡Guai. guai, guai! Yo,
çerradas mis ventanas, en mi cámara me eché
de hozicos sobre una arca y apretaba los ojos fuerte, y tenía
muy a mano un jarro de agua, con que los mojaba, y el pañizuelo
también, para si alguno entrase que no paresçiese
que no le lloraba; y a la verdad, entre mí holgábame
porque Dios le había matado sin que yo tubiese en
qué entender con él; y como en la muerte del
asno no pierden todos, quedaría libre, y me podría
venir; lo qual si viviera, siempre tenía themor que
por más cartas de livertad que me diera nunca alcanzara
liçençia. |
MATA.-
No me paresçe que dexó
de ser crueldad no os pesar de veras y aun llorar, que en
fin, aunque era pagano, os había hecho obras de padre
a hijo. |
PEDRO.-
Yo a él de Spíritu Sancto;
bien paresçe que nunca salistes de los tiçones
y de comer bodigos, que de otra manera veríais quánto
pesa la livertad y cómo puesta en una valança
y todas las cosas que hay en el mundo, sacada la salud, pesa
más que todas juntas. No digo yo Zinán Baxá,
pero todo el mundo no se me diera nada que se muriera, por
quedar yo libre. No dexé, con todo esto, de meter
bastimento para si no pudiese salir aquellos dos días,
de una calabaza de vino que siempre tenía, y queso
y pan, pasas y almendras. Luego le pusieron sobre una tabla
de mesa y con mucha agua caliente y jabón le labaron
muy bien todo. |
MATA.-
¿Para qué? |
PEDRO.-
Es costumbre
suya hazer ansí a todos los turcos. Y metiéronle
en un ataút de çiprés, y tomáronle
entre quatro Baxás, con toda la pompa que acá
harían al Papa, que no creo que era menor señor,
y llebáronle a una mezquita que su hermano tenía
hecha, que se llama Escutar, una legua de Constantinopla,
y para la buelta había muchos sacrifiçios de
carneros, y mucho arroz y carne guisado, para dar por amor
de Dios a quantos lo quisiesen. Otro día que le habían
enterrado yo salí a la cozina, a requerir si había
qué comer, muy del hipócrita, puesto el pañizuelo,
en los ojos, mojado, con lo qual moví a grandíssima
lástima a todos quantos me vieron, y dezíanse
unos a otros: ¡Oh, cuitado, mezquino deste christiano, que
ha perdido a su padre! En la cozina me dieron un capón
asado. Embolvíle en una torta, sin quererle comer
allí, por fingir más soledad y dolor, y fuime
a la cámara, harto regoçijado dentro. Como
informaron al mayordomo mayor y al thesorero de mi gran dolor
y tristeza, fueron, que no fue poco fabor, con otros diez
o doze gentiles hombres a visitarme a mi cámara, y
por hazerme más fiesta quisieron que allí se
hiziese un llanto como el otro y llebase yo la voz, por el
ánima del Baxá. Fui forçado a hazerlo,
y con llorar todos como una fuente, yo digo mi culpa, no
me pudieron hazer saltar lágrima; digo de veras, que
del cántaro harto más que ellos. No veía
la hora que se fuesen con Dios; ¡tanto era el miedo que tenía
de reírme! |
MATA.-
¿Qué se hizo de la hazienda?
¿Tenía hijos? |
PEDRO.-
Quedó la Soltana por
testamentaria o albazea, y llebáronle allá
todo quanto había, que no fueron pocas cargas de oro
y plata. Estad çiertos que eran en dinero más
de un millón y en joyas y muebles más de otro;
dejó dos hijas y un hijo; y después que yo
vine he sabido que el hijo y la una hija son muertos; en
fin todo le verná al Gran Turco poco a poco; día
de los Reyes fue el primero que sacaron a vender por las
calles en alta voz los esclabos, no menos contentos que yo;
porque diçe el italiano: chi cangia patron, cangia
ventura: Quien trueca amo, trueca ventura. Como era tan grande
señor y tan poderoso, no se le daba nada por rescatar
christianos, antes lo tenía a pundonor, y ansí
muchos, aunque tenían consigo el dinero, estaban desesperados
de ver que estubiesen en manos de quien no tubiese neçesidad
de dineros. Començaron a sacar a todos mis compañeros,
y aunque eran caballeros andaban tan baratos, por no tener
oficios, los rescates dubdosos y la pestilençia cada
día en casa, que nadie se atrebía a pasar de
doçientos ducados por cada uno, entre los quales muchos
habían rogado con seisçientos a Zinán
Baxá y podían dar mil. Yo quisiera aquel día
más tener dineros que en toda mi vida, porque los
daban a luego pagar como si fueran nada, y como no tenía
andaba estorbando a todos los que veía que tenían
gana dellos y se alargaban en la moneda, diziendo como amigo
que mirase lo que hazía, que yo le conoçía
d'España y que aunque deçía que era
caballero lo hazía porque no le hiziesen trabajar
tanto como a los otros, mas en lo çierto era un pobre
soldado que no tenía sino deudas hartas acá,
y por eso se había ido a la guerra. Siendo cosa de
intherese, todos tomaban sospecha ser verdad lo que yo les
deçía y nadie los quería comprar. |
MATA.-
¿Pues
ellos, qué ganaban en eso? ¿No fuera mejor que los
comprara algún hombre de bien que los tratara como
caballero? |
JUAN.-
¿No veis que acaba de deçir que
vale más ser de un particular que de un señor?
|
PEDRO.-
Y aún de un pobre que de un rico; porque como
el pobre tiene todo su caudal allí empleado, dales
bien de comer y regálalos, y es compañero con
ellos, porque no se les mueran, y lo mejor de todo es que
por poca ganançia que sienta los da por haber y asegurar
su dinero; lo qual el rico no haze, porque ni les habla ni
les da de comer, pudiendo mejor sufrir él que los
pobres la pérdida de que se mueran. Al que yo conosçía
que era pobre y hombre de bien le deçía: compra
a éste y a éste, y no te extiendas a dar más
de fasta tanto, que yo los fío que te darán
cada uno de ganançia una juba de grana que valga quince
escudos; y ansí hize a uno que comprase tres Comendadores
de Sant Juan por doçientos ducados, y él tenía
un hermano cautibo en Malta, y de ganançia quando
le diesen los doçientos ducados, le habían
de dar al hermano; y dentro de tres meses se vinieron a su
religión bien varatos; a otros dos hize se comprase
otro por ciento veinte ducados los quales sobre mi palabra
dexaba andar sin cadenas por la çibdad. |
MATA.-
¿Tanto
fiaban de vos? |
PEDRO.-
Aunque fueran mill y diez mill no
lo hayáis a burla, que uno de los principales y que
más amigos tenía allá era yo. |
MATA.-
¿Cómo
aquistastes tantos? |
PEDRO.-
Con procurar siempre hazer bien
y no catar a quién. Todos los oficiales y gentiles
hombres de casa de Zinán Baxá pusieran mill
vezes la vida por mí, tanto es lo que me querían;
y el mayor remedio que hallo para tener amigos, es detrás
no murmurar de hombre ni robarle la fama, antes loarle y
moderadamente ir a la mano a quien dize mal dél; no
ser parlero con el señor es gran parte para la amistad
en la casa que estáis. ¿Sabéis las parlerías
que yo a mi amo dezía? Que no hubo hombre de bien
en la casa a quien no hiziese subir el salario que en muchos
años no había podido alcançar y le pusiese
en privança con el Baxá. Tenía esta
orden: Que quando estaba solo con él, siempre daba
tras el ofiçio de que más venía al propósito;
unas vezes le dezía: Muchas casas, señor, he
visto de reyes y príçipes, mas tan bien ordenada
como ésta ninguna, por la grande soliçitud
que el mayordomo mayor trae, del qual todo el mundo dize
mill bienes; y sobre esto discantaba lo que me paresçía.
Otras vezes del thesorero: Señor, yo soy testigo que
en tantos días de vuestra enfermedad no se desnudó
ni hubo quien mejor velase. Del cocinero otras vezes: Yo
me estoy maravillado de la liveralidad y gana de servir dél,
y del gusto y destreza; que tengo para mí que en el
mundo hay Rey que mejor cozinero mayor tenga; quando de noche
voy a la cozina para dar algún caldo a Vuestra Exçelençia,
le hallo sobre la mesma olla, la cabeça por almohada,
no se fiando de hombre nasçido, bestido y calzado.
Hasta los moços de despensa y de coçina procuraba
darle a conoçer y que les hiziese merçedes.
Luego veía otro día al uno con una ropa de
brocado, al otro con una de martas y con más salario,
o mudado de ofiçio, venirme a abrazar, porque algunos
pajes que se hallaban delante les dezía: Esto y esto
ha pasado el christiano con el Baxá de vos. Si entraba
en el horno, despensa o cozina, todos me vesaban la ropa;
pues aunque yo tubiera cada día çient combinados
no les faltara todo lo que en la mesa del Baxá podían
tener. Tened por entendido que si dixera mal dellos, ni más
ni menos lo supieran, que las paredes han oídos, y
fuera tan malquisto como era de bien, de más del grandíssimo
desserviçio que a Dios en ello se haze. Son gente
muy encojida, y aunque se mueran de pura hambre no hablaran
en toda su vida al amo, ni unos por otros; y por hablar yo
ansí tan liberalmente con él me quería
tanto. El número de los arraezes no es çierto,
que pueden hazer los que el Baxá de la mar quiere;
yo pidía, como supiese que cabía en él,
para muchos la merced y la alcanzaba, y no les quería
llebar blanca, aunque me acometían a dar siempre dineros.
Veis aquí, hermanos, el modo de aquistar amigos dondequiera,
que, en dos palabras, es ser bien criado y liveral y no hazer
mal a nadie, porque donde hay avariçia o intherese
maldita la cosa hay buena. |
MATA.-
¿No os aprobechastes de
nada en esos tiempos? |
PEDRO.-
Sí, y mucho; deprendí
muy bien la lengua, turquesca y italiana, por las quales
supe muchas cosas que antes ignoraba, y vine por ellas a
ser el christiano más pribado que después que
hay infieles jamás entre ellos hubo. |
MATA.-
¿No digo
yo sino de algunos dineros para rescataros? |
PEDRO.-
¿Qué
más dineros ni riqueza quiero yo que saber? Éstas
me rescataron, éstas me hizieron privar tanto que
fui intérprete dellas con Cinán Baxá,
de todos los negoçios de importançia dellas,
y aún con todo se están en pie, y los dineros
fueran gastados; quanto más que, si yo más
allá estubiera, no faltara, o si mi amo vibiera.
|
JUAN.-
Volviendo a nuestra almoneda, ¿todos se vendieron?
|
PEDRO.-
No quedaron sino obra de çiento para hazer
una mezquita en su enterramiento, y acabada también
los venderán. |
JUAN.-
Pues de las limosnas d'España
que hay para redemptión de cautibos ¿no podían
hazer con qué rescatar en buen preçio hartos?
|
PEDRO.-
¿Qué redemption? ¿qué cautibos? ¿qué
limosna? Córtenme la cabeza si nunca en Turquía
entró real de limosna. |
MATA.-
¿Cómo no, que
no hay día que no se pide y se hallega harto? |
PEDRO.-
¿No
sabéis que no puede pasar por los puertos oro, ni
moro, ni caballo? Pues como no pase los puertos, no puede
llegar allá. |
MATA.-
Mas no sea como lo de los ospita[les]...
no digo nada. |
PEDRO.-
Tú dixiste. Yo lo he procurado
de saber por acá y todos me diçen que por estar
cerca d'España Berbería van allá, y
de allí los traen; bien lo creo que algunos, pero
son tan pocos, que no hay perlado que si quisiese no trahería
cada año más, quedándole el brazo sano,
que en treinta años las limosnas de los señores
de salba. No hay para qué dezir, pues no lo han de
hazer como los otros: sola la mediçina diçen
que ha menester experiençia; no hay Facultad que,
juntamente con las letras, no la tenga neçesidad,
y más la Theología. Pluguiese a Dios por quien
él es, que muchos de los theólogos que andan
en los púlpitos y escuelas midiendo a palmos y a jemes
la potençia de Dios, si es finita o infinita, si de
poder absoluto puede hazer esto, si es ab eterno; antes que
hiziese los cielos y la tierra dónde estaba, si los
ángeles superiores ven a los inferiores y otras cosas
ansí, supiesen por experiençia midir los palmos
que tiene de largo el remo de la galera turquesca y contar
los eslabones que tenía la cadena con que le tenían
amarrado, y los azotes que en tal golfo le habían
dado, y los días que había que no se hartaba
de pan cozido, sin çerner, un año había,
lleno de gusanos, y las arrobas de peso que le habían
hecho llebar acuestas el día que se quebró,
y los puñados de piojos que iba echando a la mar un
día que no remaba; ¡pues qué, si viesen las
ánimas que cada día reniegan, mugeres y niños
y aun hombres de barba! Pasan de treinta mill ánimas,
sin mentir, las que en el poco tiempo que yo allí
estube entraron dentro en Constantinopla: de la isla de Llípar,
9.000; de la del Gozo, 6.000; de Trípol, 2.000; de
la Pantanalea y la Alicata, quando la presa de Bonifacio,
3.000; de Bestia en Apulla, 6.000; en las siete galeras,
quando yo fui preso, 3.000. No quiero dezir nada de lo que
en Ungría pasa, que bien podéis creer que lo
que he dicho no es el diezmo dellos; pues pluguiese a Dios
que siquiera el diezmo quedase sin renegar. Lo que por mí
pasó os diré: embiaron de Malta una comisión
que se buscasen para rescatar todas las ánimas que
en el Gozo se habían tomado, y como yo lo podía
hazer, diéronme a mí el cargo; anduve echando
los bofes por Constantinopla y no pude hallar, de seis mill
que tenía por minuta, sino obra de çiento y
çincuenta viejos y viejas. |
MATA.-
¿Pues qué
se habían hecho? |
PEDRO.-
Todos turcos, y muertos muchos,
y estos que quedaron, por no se lo rogar creo que lo dexaron
de hazer. Juzgad ansí de los demás. ¿Qué
más queréis que se hablan las lenguas de la
Iglesia romana, como italiano, alemán y úngaro,
y español, tan común como acá y de tal
modo que no saben otra? ¿Parésçeos que, vistas
las orejas al lobo, como ensanchan sus conçiençias
ensancharían las limosnas y las questiones, si es
líçito el sacerdote tomar armas, y serían
de paresçer que no quedase clérigo ni fraire
que, puestas sus aldas en çinta, no fuese a defender
la sancta fe cathólica como lo tiene prometido en
el baptismo? A vos, como a theólogo, os pregunto:
si una fuerza como la de Bonifaçio, o Trípol,
o Rhodas, o Buda, o Velgrado la defendieran clérigos
y fraires con sus picas y arcabuzes, ¿fuéranse al
infierno? |
JUAN.-
Para mí tengo que no, si con solo
el zelo de servir a Dios lo hazen. |
MATA.-
Para mí
tengo yo otra cosa. |
PEDRO.-
¿Qué? |
MATA.-
Que es eso
hablar adefeseos que ni se ha de hazer nada deso, ni habéis
de ser oídos, porque no hay hombre en toda esta corte
de tomo, letrado, ni no letrado, que no piense que sin haber
andado ni visto nada de lo que vos, porque leyó aquel
libro que hizo el fraire del camino de Hierusalem y habló
con uno de aquellos vellacos que deçíais que
fingen haberse escapado de poder de moros, que les atestó
las cabezas de mentiras, no les harán entender otra
cosa aunque vaxase Sant Pablo a predicársela; yos
prometo que si mi compadre Juan de Voto a Dios topara con
otro y no con vos, que nunca él torçiera su
braço, pues conmigo aún no lo ha querido torçer
en tantos años, sino echóme en creer del çielo
çebolla. |
PEDRO.- | | No tengo que responder a todos esos
más de una copla de las del redondillo, que me acuerdo
que sabía primero que saliese de España, que
dize: | |
Los çiegos desean ver, | | | | oír
desea el que es sordo, | | | | y adelgazar el que es gordo, | | | | y el
coxo también correr; | | | | solo el neçio veo ser | | | | en quien remedio no cabe, | | | | porque pensando que sabe | | | | no
cura de más saber. | | |
|
|
MATA.-
Agora os digo que os perdonen
quanto habéis dicho y hecho contra los théologos,
pues con solo un jubón habéis vestido a la
mayor parte de la corte. |
PEDRO.-
Pocos trançes desos
pensaréis que he pasado con muchos señores
que ansí me preguntan de allá cosas, y como
no les diga lo que ellos saben, luego os salen con un vos
más de media vara de largo: Engañaisos, señor,
que no sabéis lo que deçís; porque pasa
desta y desta manera. Preguntado que cómo lo saben,
si han estado allá por dicha, ni aun en su vida vieron
soltar una escopeta, y por esto yo estoy deliberado a no
contar cosa ninguna jamás si no es a quien ha estado
allá y lo sabe. |
MATA.-
¿Ni del Papa ni nadie nunca
fue allá limosna de rescate? |
PEDRO.-
Ni del que no
tiene capa. |
JUAN.-
¿Y del Rey? |
PEDRO.-
No, que yo sepa; porque
si algunas había de haber hecho, había de ser
en los soldados de Castilnovo, que después que en
el mundo hay guerras nunca hubo más balerosa jente
ni que con más animo peleasen hasta la muerte, que
tres mill y quinientos soldados españoles que allí
se perdieron, lo qual, aunque yo no lo vi, sé de los
mesmos turcos que me lo contaban, y lo tienen en cabeza de
todas las hazañas que en tiempos ha habido, y a esta
postponen la de Rhodas, con averiguarse que les mataron los
Comendadores mas de çient mill turcos. |
MATA.-
¿Quánto
tiempo ha eso de Castilnobo? |
PEDRO.-
Había quando
yo estaba allá 17 años, y conosçí
muchos pobres españoles dellos, que aun se estaban
allí sin poner blanca de su casa. Podría el
Rey rescatar todos los soldados que allá hay y es
uno de los consejos adefeseos, como vos deçíais
denantes, que las bestias como yo dan, sabiendo que el Rey
ni lo ha de hazer ni aun ir a su notiçia; mas, pues
no tenemos quien nos dé prisa en el hablar, echemos
juiçio a montones. Ya habéis oído cómo
por antigüedad, o porque quieren, dan los turcos a algunos
christianos cartas de livertad con condiçión
que sirvan tres años, quedándose por todos
aquellos tres tan esclabo como antes, y no menos contento,
aunque no le dan de comer, que si ya estubiese en su tierra.
¿Quánto más merced le sería si el Rey
los sacase y les quitase de cada paga un tercio fasta que
se quedase satisfecho de la deuda? Y haría otra cosa;
que el esquadrón de mill hombres desta manera valdría,
sin mentir, contra turcos, tanto como un exérçito,
como primero se consentirían hazer mill pedaços
que tornar a aquella primera vida. |
MATA.-
¿Habéis
dicho? Pues bien podéis hazer quenta que no habéis
dicho nada, y aunque metáis ese consejo en una culebrina,
no hayáis miedo que llegue a las orejas del Rey, porque
si las dignidades solamente de las iglesias de España,
con sus perlados, quisiesen, que es también hablar
al aire, no habría necesidad del ayuda del Rey para
ello; mas ¿no sabéis que dize David: ¿Non est qui
faciat bonum, non est usque ad unum? No se nos vaya, señores,
la noche en fallas ¿Qué fue después de la almoneda?
|
PEDRO.-
Ya que vendieron a todos, yo demandé la carta
que tenía de livertad, depositada en el mayordomo
mayor del Baxá, el qual fue a la Soltana y le hizo
relaçión de la venta de los christianos, y
que no quedaba más del médico español;
si mandaba Su Alteza que se le diese la carta que estaba
en depósito. Ella respondió que no, por quanto
Amón Uglí era muerto, el protomédico
de su padre, y no había quien mejor lo pudiese ser
que yo, ni de quien el Gran Turco mejor pudiese fiarse; por
tanto, que me tomasen con dos jeníçaros, que
son de la guarda del Rey, y me llebasen allá, que
ella le quería hazer aquel presente. |
MATA.-
¿Dónde
estaba el Gran Turco estonces? |
PEDRO.-
En Amaçia,
una çibdad camino de Persia, quinçe jornadas
de Constantinopla; y, como sabéis no hay mejor cosa
que tener donde quiera amigos, un paje desta Soltana, ginovés,
que había sido de Çinán Baxá
capado, que yo quando no sabía la lengua era mi intérprete,
dio a un barbero que entraba a sangrar una mujer allá
dentro, dos renglones, por los quales me avisaba de todo
lo que pasaba; por tanto viese lo que me cumplía.
Yo fui luego al Papa suyo y díxele (que era muy grande
señor mío, que le había curado) todo
como pasaba; digo el depositar de la carta, y cómo
no me la daban y el miedo que había que la Soltana
no hubiese mandado que no me la diesen; qué remedio
tenía si la quisiese sacar por justiçia; si
podría, pues la última voluntad del testador
era aquélla, y tenía muchos testigos, y él
mesmo confesaba tenerla. Respondióme que tenía
mucha justiçia y me la haría guardar; mas que
me hazía saber que había entrellos una ley
que si caso fuese que el cautibo que aorrasen fuese eminente
en una arte, no fuesen obligados a cumplir con él
la palabra que le habían dado, por ser cosa que conviene
a la república que aquel tal no se vaya. Si esto,
dize, os alegan, no os faltará pleito, mas yo creo
que no se les acordará; lo que yo pudiere hazer por
vos no lo dexaré. |
Capítulo X |
La fuga
|
MATA.-
¿Todo eso tenemos a cabo de rato? ¿Pues
qué consejo tomastes? |
PEDRO.-
El que mi tía
Celestina, buen siglo haya, daba a Pármeno, nunca
a mi se me olvidó, desde la primera vez que le oí,
que era bien tener siempre una casa de respecto y una vieja,
a donde si fuese menester tenga acojida en todas mis prosperidades;
con el miedo de caer dellas, siempre, para no menester, tube
una casa: de un griego, el qual en neçesidad me encubriese
a mí o a quien yo quisiese, pagándoselo bien,
y dábale de comer a él y un caballo muchos
meses, no para más de que siempre me tubiese la puerta
abierta. |
MATA.-
No creo haber habido en el mundo otro Dédalo
ni Ulixes, sino vos, pues no pudo la prosperidad çegaros
a que no mirásedes adelante. |
PEDRO.-
¿Ulises o qué?
Podéis creer como créis en Dios, que yo acabaré
el quento, que no pasó de diez partes una, porque
lo de aquél dízelo Homero, que era çiego
y no lo vio, y también era poeta; mas yo vi todo lo
que pasé y vosotros lo oiréis de quien lo vio
y pasó. |
JUAN.-
Pues ¿qué griego era aquél?
¿Era libre? ¿Era christiano? ¿A quién estaba subjeto?
|
PEDRO.-
Presuponed, entre tanto que más particularmente
hablamos, que no porque se llame Turquía son todos
turcos, porque hay más christianos que viben en su
fe que turcos, aunque no están subjetos al Papa ni
a nuestra Iglesia latina, sino ellos se hazen su Patriarca,
que es Papa dellos. |
MATA.-
Pues ¿cómo los consiente
el Turco? |
PEDRO.-
¿Qué se le da a él, si le
pagan su tributo, que sea nadie judío ni christiano,
ni moro? En España, ¿no solía haber moros y
judíos? |
MATA.-
Es verdad. |
PEDRO.-
Pues de aquellos
griegos hay algunos que viben d'espías, de traer christianos
escondidos porque les paguen por cada uno diez ducados y
la costa hasta llegar en salbo, que es un mes, y si aportan
en Raguza o en Corfó las çibdades les dan cada
otros diez ducados por cada uno. |
JUAN.-
La ganançia
es buena si la pena no es grande. |
PEDRO.-
No es mayor ni
menor de empalar, como he visto hazer a muchos; que al christiano
cautibo que se huye, quando mucho, le dan una doçena
de palos, mas al que le sacó empálanle sin
ninguna redemptión. |
MATA.-
¿Pues hay quien lo ose
hazer con esa pena? |
PEDRO.-
Mil quentos: la ganançia,
el dinero, la neçesidad y intherese, hazen los hombres
atrebidos; sé que el que hurta bien sabe que si es
tomado le han de ahorcar, y el que nabega, que si cae en
la mar se tiene de aogar; mas no obstante eso, nabega el
uno y el otro roba. Por çierto, la espía que
yo traxe había ya hecho diez y nueve caminos con christianos,
y con el mío fueron veinte. |
JUAN.-
¿Cómo se
llamaba? |
PEDRO.-
Estamati. |
MATA.-
¿Y qué hazía?
¿De qué os serbía? |
PEDRO.-
De mostrarme el
camino, y servirme en él. |
JUAN.-
¿Y traxo a bos sólo?
|
PEDRO.-
Como yo vi la respuesta que el Papa turco me dio,
començé de pensar en mí quién
me mandaba tomar pleito contra el Rey, valiendo más
salto de mata que ruego de buenos hombres; yo determiné
de huirme y tomé los libros, que eran muchos y buenos,
y dilos embueltos en una manta de la cama a una vezina mía,
de quien yo me fiaba, que los guardase, y saqué de
una arquilla las camisas y çaragüelles delgados
que tenía, labradas de oro, que valdrían algunos
dineros, que serían una dozena, que me daban turcas
porque las curaba, y fuime en casa de la espía y topé
en el camino aquel çirujano viejo mi compañero,
y contéle lo que había pasado, y díxele:
Yo me voy huyendo; si queréis venir conmigo, yo os
llebaré de buena gana, y si no, y os viniere por mí
algún mal no me echéis la culpa. Fue contento
de hazerme compañía, mas quiso ir a casa por
lo que tenía, que era cosa de poco preçio.
Digo yo: No quiero, sino que se pierda; si habéis
de venir ha de ser desde aquí, si no, quedaos con
Dios. El pobre viejo, que más valiera que se quedara,
fuese conmigo a casa del griego, y allí consultamos
en qué hábito nos trairía. Dixo que
el mejor, pues yo sabía tan bien la lengua, sería
de fraire griego, que llaman caloiero, que es éste
con que espantó a Mátalas Callando, pues teníamos
las barbas que ellos usan, que era también mucha parte.
Yo di luego dineros para que me traxesen uno para mí
y otro para mi compañero. |
JUAN.-
¿Pues véndense
públicamente? |
PEDRO.-
No, sino que se los tomase a
dos fraires y les diese con qué hazer otros nuebos;
y tráxolos. Dile luego çinco ducados para que
me comprase un par de caballos. |
MATA.-
Tenedle, que corre
mucho. |
PEDRO.-
¿Qué decís? |
MATA.-
¿Que si corrían
mucho? |
JUAN.-
No dixo sino una maliçia de las que
suele. |
MATA.-
Pues çinco ducados dos caballos ¿quién
lo ha de creer? Aunque fueran de corcho. |
PEDRO.-
Y aun creo
que me sisó la quinta parte el comprador. No entendáis
caballos para que rúen los caballeros, sino un par
de camino, como éstos que alquilan acá, que
bastasen a llevarnos treinta y siete jornadas, y éstos
no valen más allá de a dos o tres escudos. |
MATA.-
¡Quemado sea el tal barato! |
PEDRO.-
Este griego usaba
tenerse en casa escondidos los cautibos un mes o dos beborreando,
hasta desmentir y que no se acordasen; mas yo no quise estar
en aquel acuerdo, antes aquella noche, a media noche, quise
que nos partiésemos, haziendo esta quenta: como ya
ando libre, el primero ni segundo día no me buscarán;
pues cuando al terçero me busquen y embíen
tras mí, ya yo les tengo ganadas tres jornadas, y
no me pueden alcançar. |
MATA.-
Sepamos con qué
tantos dineros os hallastes al salir. |
PEDRO.-
Obra de çincuenta
ducados en oro y una ropa de brocado y otra de terciopelo
morado, y las camisas y calçones y otras joyas. El
viejo no sé lo que se tenía; creo que lo había
empleado todo en piedras, que valen un buen preçio.
Salimos a la mano de Dios, y la primera cosa que topé
en apartándome de las çercas de Constantinopla,
que ya quería amanesçer, fue una paloma blanca
que me dio el mayor ánimo del mundo, y dixe á
los compañeros: Yo espero en Dios que hemos de ir
en salbamento, porque esta paloma nos lo promete. |
MATA.-
Y
si fuera cuerbo ¿volviéraisos? |
PEDRO.-
No penséis
que miro en agüeros; aquello creía para confirmaçión
d'esperança; pero no lo otro para mal. Íbanos
dando la espía lectión de lo que habíamos
de hazer, como nunca habíamos sido fraires, y es que
al que saludásemos, si fuese lego, dixésemos,
baxando la cabeza: Metania, el Deo gratias de acá
(quiere dezir penitençia), que es lo que os dixe quando
nos topamos, que interpretaba Juan de Voto a Dios tañer
tamboril o no sé qué. A esto responden O Theos
xoresi, que es el por siempre de acá (quiere deçir
Dios te perdone); si son fraires a los que saludáis,
habéis de dezir: Eflogite, pateres: vendeçid,
padre. Eranme a mí tan fáçiles estas
cosas, como sabía la lengua griega, que no era menester
más de media vez que me lo dixeran. |
MATA.-
¿Y el compañero,
sabía griego? |
PEDRO.-
Treinta y quatro años
había que estaba casado con una griega de Rodas, y
en su casa no se hablaba otra lengua; y él nunca supo
nada, sino entendía un poco; pero en hablando dos
palabras se conosçía no ser griego, y nunca
el diablo le dexó deprender aquellas palabras. Topamos
una vez un turco que entendía griego y llégase
a él, por deçirle metania y díxole asthenia. |
MATA.-
¿Qué quiere deçir? |
PEDRO.-
Dios te dé
una calentura héctica o, si no queréis, el
diablo te rebiente. Como el turco lo oyó, airóse
lo más del mundo y dixo: ¿Ne suiler su chupec? ¿Qué
dixo ese perro? Yo llegué y digo: ¿Qué había
de deçir, señor, sino metania? El turco juraba
y perjuraba que no había dicho tal; en fin, allá
regañando se fue. Yo reprehendíle diçiendo:
¿Pues una sola palabra que nos ha de salvar o condenar, no
sois para deprender? Habiendo caminado siete leguas no más,
llegaron a nosotros a caballo dos geníçaros
que, como diré, son de la guardia del rey y dixeron:
Christianos, no quiero de vosotros otra cosa más de
que nos déis a beber si llebáis vino; porque
aunque el turco no lo puede beber conforme a su ley, quando
no le ven, muy bien lo bebe hasta emborrachar. Yo llevaba
el recado conforme al ávito. |
JUAN.-
¿Cómo?
|
PEDRO.-
¿Habéis nunca visto fraire caminar sin bota
y baso, aunque no sea más de una legua? Yo eché
mano a mi alforxa y mandé al compañero que
caminase, que aquello yo me lo haría y le alcanzaría,
porque no fuese descubierto por no saver hablar, y començé
de escanciarles una y otra, y iban caminando junto conmigo
en el alcançe de los compañeros; preguntáronme
de dónde venía; digo: Constantinopla. |
JUAN.-
¿En
qué lengua? |
PEDRO.-
Quándo griego, quándo
turquesco, que todo lo sabían. Dixéronme: ¿Qué
nuebas hay en Constantinopla? Digo: Eso a bosotros incumbe,
que sois hombres del mundo, que yo, que le he dexado, no
tengo quenta con nueba ni vieja; si de mi monesterio queréis
saber, es que el Patriarca nuestro está bueno y esta
semana pasada se nos murió un fraire. Preguntóme
el uno, llegándose a mí, quántos años
había que era fraire. No me supo bien la pregunta
y díxele, haziendo de las tripas coraçón,
que seis. Preguntóme en dónde. Respondí
que parte en la mar Negra y parte en Constantinopla. Asióme
el otro del ábito y dixo: Pues ¿cómo puedes,
pobreto, con esta estameña resistir al frío
que haze? |
MATA.-
A fe que metería al asir las cabras
en el corral. |
PEDRO.-
Yo le dixe que debaxo traíamos
sayal o paño. Fue la pregunta adelante, y dixeron:
¿Dónde vas agora? Respondí que a Monte Sancto. |
JUAN.-
¿Qué es Monte Sancto? |
PEDRO.-
Un monte que
terná de çerco quasi tres jornadas buenas,
y es quasi isla, porque por las tres partes le bate la mar,
en el qual hay veinte y dos monasterios de fraires desta
mi orden, y en cada uno doçientos o tresçientos
fraires, y ningún pueblo hay en él, ni vive
otra jente ni puede entrar muger, ni hay en todo él
hembra ninguna de ningún género de animal;
a este monte son sus peregrinajes, como acá Santiago,
y por eso no se echa de ver quién va ni viene tanto
por aquel camino. Ya que nos juntamos con los compañeros
díxeles: ¿Y vosotros a dónde váis? Respondió
el uno: En busca de un perro de christiano que se ha huido
a la Soltana, el mayor bellaco traidor que jamás hubo,
porque le haçían más bien que él
meresçía y todo lo ha postpuesto y huídose
(paresçe ser que aquella noche le había dado
un dolor de ijada, y habíanme buscado, y como supieron
que había sacado los libros, luego lo imaginaron).
Digo: ¿Y dónde era?; que del viejo no se haçía
caso que se fuera o que estubiera. Dice: De allá de
las Españas. Tornéle a preguntar: ¿Qué
hombre era? Comenzóme á dezir todas las señales
mías. |
JUAN.-
Pues ¿cómo no os conosció?
|
PEDRO.-
Yo os diré; ¿veis esta barba?, pues tan blanca
me la puso una griega como es agora negra, y al viejo la
suya blanca, como está esta mía, y toda rebuxada
como veis; el diablo nos conosçiera, que ninguna seña
de las que traía veía en mí: la caperuça,
el sayo, la ropa, todo se había convertido en lo que
agora veis. Díxeles: Pues, señores, ¿a dónde
le vais a buscar? Respondieron: Nosotros vamos hasta Salonique,
que es diez y siete jornadas de aquí, a tomarle todos
los pasos, y por mar han despachado también un vergantín
para si acaso se huyó por mar. Yo entonces les digo:
Pues ese mesmo camino, señores, llebo yo. Ellos dixeron
que por çierto holgaban de que fuésemos juntos.
La espía y el compañero desmayaron, pensando
que ya yo me rindía o estaba desesperado. |
MATA.-
¿Pues
no tenían raçon?; ¿no era mejor o caminar adelante
o quedar atrás? |
PEDRO.-
Ni bos ni ellos no sabéis
lo que os deçís; atrás no era seguro,
porque ellos dexaban toda la jente por donde pasaban abisada,
y sobre sospecha éramos presos en cada pueblo; adelante
no bastaban los caballos. ¿Qué más sano consejo
que, viendo que no me habían conosçido, hazer
del ladrón fiel, y más la seguridad del camino,
que es el más peligroso que hay de aquí allá?
Si el Rey, por hazerme grande merçed, me quisiera
dar una grande y segura compañía, no me diera
más que aquellos dos de su guarda; es como si acá
llebara un alcalde de Corte y un alguaçil, para que
nadie me ofendiese; ¿n'os pareçe que iría a
buen recado? Quanto más que de otra manera nunca allá
llegara, porque los jeníçaros tienen tanto
poder que por el camino que van toman quantas cabalgaduras
topan, sin que se les pueda resistir, y quando hazen mucha
merçed, por un ducado o dos las rescatan; en solas
siete leguas me habían tomado ya a mí mis caballos,
porque todos los caminos por donde yo iba estaban llenos
de jeníçaros, y por ir en compañía
de los otros nadie me osaba hablar. |
JUAN.-
No fue de vos
ese consejo. Por vos se puede deçir: Beatus es, Simon
Barjona, quia caro nec sanguis non revelavit tibi; sed Pater
Meus qui in celis est. Agradeçédselo a quien
nunca faltó a nadie. |
PEDRO.-
Llegáronse a mí
los dos mis compañeros rezagándose y començaron
de deçirme que para qué había destruido
a mí y a ellos. Yo le respondí que poco sabía
para haber hecho tantas vezes aquel camino. Respondióme:
Si bos solo fuerais, yo bien creo que fuera bien; ¿mas no
veis que por este viejo, que ninguna lengua sabe, somos luego
descubiertos? ¿Qué haremos? ¿Dónde iremos?
Consoléle diçiendo no ser inconveniente, aunque
no supiese la lengua; pero que lo que cumplía era
que no hablase. Dixo que había neçesidad de
que se hiziese mudo por todo el camino; donde no, bien podíamos
perdonar; lo que más presto, digo, nos echará
a perder es eso, porque es cosa tan común que todos
lo hazen en donde quiera quando no saben la lengua, y se
está ya en todas estas tierras mucho sobre el aviso,
que dirán: Fraire y mudo, ¿quién le dio el
ávito? Guadramaña hay. Él es viejo y
estarle ha muy bien que se haga sordo, y qualquiera que le
hablare se amohinará de replicar a vozes muchas vezes
lo que ha de dezirle, y ansí responderemos nosotros
por él; desto hay tanta neçesidad, que en hazerlo
o no está nuestra salbaçión y con algunas
palabrillas que sabe de griego, y no tener a qué hablar
mucho, será mejor encubierto que nosotros. |
MATA.-
Bien
dicen que quien quiere ruido compre un cochino ¿Qué
neçesidad teníais vos de salir con nadie sino
salvaros a vos? |
PEDRO.-
Oiréis y veréis, que
aun esto no es nada: mill vezes estube movido para echarle
en la mar por salvarme a mí. |
MATA.-
Ya que hizistes
el yerro, urdistes la mejor astuçia de vuestra vida;
porque hablar con un sordo es un terrible trabajo; al mejor
tiempo que os habéis quebrado la cabeza, os sale con
un ¿qué? puesta la mano en la oreja; y al cabo, por
no paresçer que no oyó, responde un disparate.
|
PEDRO.-
Muy bien le paresçió al espía;
más cosa fue para el viejo que en tres meses de peregrinaçión
nunca la pudo deprender. |
MATA.-
Pues ¿qué había
que deprender? |
PEDRO.-
No más de a no hablar; que
para un hombre viejo y que había sido barbero es muy
oscuro lenguaje y cosa muy cuesta arriba; al mejor tiempo,
mill vezes que hablábamos en las posadas en conversaçión,
dicho ya que era sordo, como entendía el griego, respondía
descuidado, y metía su cucharada que a todos hacía
advertir cómo oía siendo sordo. Yendo nuestro
camino con los geníçaros, yo les tenía
buena conversaçión, y ellos a mí, como
sabíamos bien las lenguas; el espía y el viejo
se iban hablando por otra parte; llegamos la noche a la posada,
y yo, como sabía las mañas de los turcos, que
querían que les rogasen con el vino, hize traer harto
para todos, pues ellos no podían ir a la taberna,
y para mejor disimular pusímonos a comer un poco apartados
dellos, como que cada uno comía por sí, y el
griego nunca haçía sino escançiar y
darles hasta que se ponían buenos. Mandéle
también al griego que los sirviese mejor que a mí
y mirase por sus cavallos. |
JUAN.-
¿Hay por allá mesones
como por acá? |
PEDRO.-
Mesones muchos hay, que llaman
carabanza; pero como los turcos no son tan regalados ni torrezneros
como nosotros, no hay aquel recado de camas, ni de comer,
antes en todo el camino no vi carabança de aquellos
que tubiese mesonero ni nadie. |
MATA.-
¿Pues cómo son?
|
PEDRO.-
Unos hechos a modo de caballeriza, con un solo tejado
ençima y dentro por un lado y por otro lleno de chimineas
y altos a manera de tableros de sastres, aunque no es de
madera, sino de tierra, donde se aposenta la jente. |
MATA.-
¿Sin
más camas ni recado? |
PEDRO.-
Ni aun pesebres para
los caballos, sino entre tantos compañeros toman una
chiminea destas con su cadahalso, y allí ponen su
hato, sobre el qual duermen echando debaxo un poco de heno.
Una ropa aforrada hasta en pies lleba cada turco de a caballo
en camino, la qual le sirve de cama. |
JUAN.-
¡Oh de la bestial
jente! |
PEDRO.-
No es sino buena y belicosa. |
MATA.-
¿Pues
dónde comen las bestias? |
PEDRO.-
A los mesmos pies
de sus amos, en el cadahalso o tablado, le echan feno harto,
que en aquella tierra es de tanto nutrimento, que si no trabaja
la bestia está gorda sin cebada, y cada una lleba
consigo una bolsa que llaman trasta, que le cuelga de la
cabeza como acá suelen hazer los carreteros, y dentro
les echan la çebada. |
JUAN.-
Pues si no hay huéspedes
¿quién les da çebada y todo lo que han menester?
|
PEDRO.-
Mill tiendas que hay çerca del mesón,
que de quanto hay les proberán, que por la posada
no pagan nada, que es una cosa hecha de limosna para quantos
pasaren, pobres y ricos; en entrando a apearse llegan allí
muchos con çebada, leña, arroz, heno y lo que
más hay neçesidad. A las bestias en aquella
tierra tienen bien acostumbradas que nunca comen de día,
sino de noche les ponen tanto que les baste. |
MATA.-
¿Desa
manera tampoco se gastará tanto en el camino como
por acá? |
PEDRO.-
El que cada día gasta dos
o tres ásperos en comer él y la bestia es mucho,
porque la çebada vale varata, y el pan; y vino no
lo bebe la jente, con que menos se les da por el comer. Hizimos
nuestras camas y echámonos, no con menos frío
que agora haze, todos juntos, la alforja frairesca por cabezera
y el texado por fraçada, y a primo sueño comiença
a tomar el diablo a mi compañero, y hablar entre sueños,
no ansí como quiera, sino con tantas bozes y tanto
ímpetu y cozes como un endemoniado, y deçir
levantándose: ¡Mueran los traidores vellacos que nos
roban!, ¡ladrones, ladrones!, y con esto juntamente dar puñadas
a una y a otra parte; no solamente despertamos todos, mas
pensamos que era verdad que nos mataban; la lengua española
en que hablaba escandalizó mucho a los jeníçaros
que allí dormían y preguntaron qué era
aquello y yo le dixe cómo soñaba. |
MATA.-
La
vida os diera hazer del mudo con tan buena condiçión.
|
PEDRO.-
Aun con todo eso no les podía quitar a los
turcos de la imaginaçión el hablar diferentemente
de lo que ellos todos, lo qual me dio las más malas
noches que en toda mi vida pasé. |
JUAN.-
¿En qué?
|
PEDRO.-
Porque ya no me osaba fiar, sino tenerle de contino
asida la mano, para quando començase despertarle presto. |
JUAN.-
¿Y soñaba desa manera cada noche? |
PEDRO.-
Y
aun de día, si se dormía, y no menos ferozes
los sueños; que aunque he leído muchas vezes
de cosas de sueños que los médicos llaman turbulentos,
y visto algunos que los tienen no tan continuos y tan brabos;
contemplad agora y echad seso a montones ¿qué sintiera
un hombre que venía huyendo y estaba entre sus enemigos
durmiendo y por solo él hablar español había
de ser conosçido, y las noches de henero largas, y
echado en el suelo, sin ropa, y no poder, aunque tenía
grande gana, dormir, por no le osar dexar de la mano? |
MATA.-
No
me dé Dios lo que deseo si no me paresçe que
un tal era mérito matarle si se pudiera hazer secretamente;
a lo menos echarle en la mar; yo hiziéralo, porque
en fin muchas cosas hazen los hombres por salvarse; más
valía que muriera el uno que no todos. ¿Y quántos
días duró ese subsidio? |
PEDRO.-
Con los geníçaros
treze. |
JUAN.-
¿Pues, treze días vinistes siempre con
vuestros enemigos? |
PEDRO.-
Y aun que resçibía
hartos sobresaltos cada día. |
JUAN.-
¿Cómo?
|
PEDRO.-
Sentándonos a la mesa hartas vezes daba un
suspiro el uno dellos diziendo: Hei guidi imanzizis, quim
cizimbulur nase mostulu colur: ¡ah, cornudo sin fe, quien
te topase qué buenas albriçias se habría!
¿Qué os paresçe que sintiera mi coraçón?
No podía ya tener paçiençia con el viejo,
viendo que de los pensamientos y torres de viento del día
proçedían los sueños, y lleguéme
un día a él, apartado de los geníçaros,
y preguntéle en qué iba pensando, porque con
las manos iba entre sí esgrimiendo. ¿Sabéis,
digo, qué querría yo que pensaseis? La miseria
del trabajo en que bamos y la longura del camino, y que sois
un pobre barbero y no capitán ni hombre de guerra,
y de setenta años, y quando llegareis, si Dios quiere,
en vuestra casa, o vuestra muger será muerta, o ya
que biba, como ha tanto que vos faltáis, no podrá
dexar de haveros olvidado, y vuestras hijas por casar y cada
dos vezes paridas. Esto id vos contemplando de día,
que no creo yo que escapa de ser verdad, y soñaréis
de lo mesmo. |
MATA.-
¡Por Dios que vos le dabais gentil consuelo!
¿Y vos consolábaisos con eso, o pasabais este rosario
que traéis a la çinta, muchas vezes? |
PEDRO.-
Siempre
al menos iba urdiendo para quando fuese menester tejer.
|
JUAN.-
¿Malicias? |
PEDRO.-
No en verdad, sino ardides que cumpliesen
a la salvaçión del camino. |
JUAN.-
Pues ese
el mejor era ayuno y oratión. ¿Quántas vezes
pasabais cada día este rosario? |
PEDRO.-
¿Queréis
que os diga la verdad? |
JUAN.-
No quiero otra cosa. |
PEDRO.-
Pues
en fe de buen christiano que ninguna me acuerdo en todo el
viaje, sino solo le trayo por el bien paresçer al
ábito. |
JUAN.-
Pues ¡qué erejía es esa!
¿Ansí pagabais a Dios las merçedes que cada
hora os hazía? |
PEDRO.-
Ninguna quenta tenía
con los pater nostres que rezaba, sino con solo estar atento
a lo que deçía. ¿Luego pensáis que para
con Dios es menester rezar sobre taja? Con el coraçón
abierto y las entrañas, daba un arcabuzazo en el çielo
que me paresçía que penetraba hasta donde Dios
estaba; que deçía en dos palabras: Tú,
Señor, que guiaste los tres reyes de Lebante en Velem
y libraste a Santa Susana del falso testimonio, y a Sant
Pedro de las prisiones y a los tres muchachos del horno de
fuego ardiendo, ten por bien llevarme en este viaje en salvamento
ad laudem et gloriam omnipotentis nominis tui; y con esto,
algún pater noster, no fiaría de toda esa jente
que trae pater nostres en la mano yo mi ánima. |
MATA.-
Quanto
más de los que andan en las plazas con ellos en las
manos, meneando los labios, y al otro lado diçiendo
mal del que pasa, y más que lo usan agora por gala
con una borlaça. |
JUAN.-
Vosotros sois los verdaderos
maldiçientes y murmuradores, que por ventura levantáis
lo que en los otros no hay. |
MATA.-
Buen callar os perdéis,
que vos no sois parte en eso. |
JUAN.-
Mejor os le perdéis
vosotros, que quando no tenéis de qué murmurar
dais tras una cosa tan santa, buena y aprobada como los rosarios
en la mano del christiano. |
PEDRO.-
Pues como no sea de derecho
divino el rosario, aunque sea de los que el general de los
fraires vendiçió, podemos deçir lo que
nos paresçe. |
JUAN.-
Sí, como no sea contra
Dios ni el próximo. |
MATA.-
Aora, sus, y con esto acabo.
A mí me quemen como a mal christiano si nunca hombre
se fuere al infierno por rezar ocho ni diez pater nostres
de más. |
JUAN.-
¿Pues eso quién lo quita?
|
MATA.-
Pues si no lo quita, ¿qué neçesidad hay
para con Dios de rezar, como dijo Pedro de Urdimalas, sobre
taja, habiendo dado Dios çinco dedos en cada mano,
ya que queríais quenta, por los quales se pueden contar
las estrellas y arenas de la mar? |
PEDRO.-
Por los dedos puédese
contar sin que la gente lo bea, debaxo de la capa, como quien
no haze nada, y no andan ellos tras eso; mas ¡qué
de vezes saltan desde el qui es in celis en el remissionem
pecatorum quando ven pasar al deudor! |
MATA.-
Yo veo que Juan
de Voto a Dios no puede tragar estas píldoras. Vaya
adelante el quento. Al cabo de los treze días ¿dónde
aportastes con los turcos? |
PEDRO.-
Llegamos a un pueblo bueno,
que se llama la Caballa, que ya es en la mar, porque hasta
allí siempre había procurado de no pasar por
entre los dos castillos de Sexto y Abido. |
MATA.-
¿Aquéllos
que cuenta Boscán? |
PEDRO.-
Los mesmos. |
MATA.-
¿Dónde
están? |
PEDRO.-
A la entrada de la canal que llaman
de Constantinopla, los quales son toda la fuerza del Gran
Señor, porque no puede entrar dentro de Constantinopla
ni salir nabe, galera, ni barca, que no se registre allí,
so pena que la echarán a fondo, porque han de pasar
por contadero. |
JUAN.-
¿Qué tanto hay del uno al otro?
|
PEDRO.-
Una culebrina alcança, que será legua
y media. |
JUAN.-
¿Y son fuertes? |
PEDRO.-
Todo lo possible;
al menos están lo mejor artillados que entre muchos
que he visto hay, y de jente no tienen mucha, porque cada
y quando fuere menester dentro de dos días acudirán
a ellos cinquenta mill hombres. |
JUAN.-
Y la Caballa donde
llegastes ¿es deste cabo o del otro? |
PEDRO.-
No, sino déste.
De allí a Salonique eran tres jornadas, y a Monte
Sancto, veinte leguas por mar; yo determiné de no
tentar más a Dios, y que vastaban treçe jornadas
con los enemigos. El camino real es el más pasajero
del mundo; yo soy muy conosçido entre judíos
y christianos y turcos; no sea el diablo que me engañe,
y me conozca alguno; más quiero irme por agua a Monte
Sancto; y despidíme con harto dolor y lágrimas
de los geníçaros, que les contentaba la compañía,
diçiendo que yo quería irme en una barca a
mis monesterios, y me pesaba de perder tan buena compañía
y los serviçios que les había dejado de hazer.
Ellos respondieron que por çierto holgaran que el
camino y compañía fuera por mucho mayor tiempo,
y ansí se fueron. En la posada bien sabían
quién yo era, porque conosçían el espía,
y había allí un sastreçillo medio remendón,
candiote, que también solía ser espía,
con los quales vebimos largo aquella noche. |
JUAN.-
¿Cómo
podías sin cama sufrir tanto frío y sin ropa?
|
PEDRO.-
Hartándome de ajos crudos y vino, que es brasero
del estómago, aunque no todas vezes hallaba la fruta;
mas a fe que quando la podía haber luego iba a la
alforxa. Tubimos consejo entre los dos espías y yo
con el mesonero griego, quál sería mejor: pasar
adelante siempre por tierra o ir a Monte Sancto alquilando
una barca. Todos dixeron que ir a Monte Sancto y yo lo acepté,
estando muy engañado con pensar qué harían
a fuer de acá los fraires en recojer a los huidos
y malhechores, quanto más a mí en tal caso;
y donde tantos fraires hay, no es menos sino que les agradaré
con mis pocas letras griegas y latinas, y tenerme han fasta
que pase por ahí alguna nabe o galera de christianos,
que como están en la ribera de la mar muchas vezes
pasan, con la qual me vernía fasta Çiçilia.
El espía y los compañeros no veían la
hora de apartarse de mí, por el peligro en que andaba;
y con pensar que en el punto que pusiese el pie en el Monte
Sancto sería libre, porque ansí me lo dezían
los griegos, hize que me alquilasen una barca que me llevase
al primer monesterio, y traxéronme una igualada por
çinco ducados, para haver de partir otro día
por la mañana. Hize quenta con el espía con
pensar que ya no le habría menester, y alcançóme
quarenta ducados veneçianos, sin doze que yo le había
dado, los quales le pagué doblados porque tomó
mis vestidos de brocado y seda y las camisas de oro y pañizuelos
y otras joyas en descuento, al preçio que él
quiso, y empresentéle de más desto un caballo
de aquellos y el otro vendí por dos escudos. |
MATA.-
Pues
¿quánto le dabais cada día al espión?
|
PEDRO.-
Quatro ducados veneçianos, que son çinquenta
y dos reales, y de comer a él y a un caballo. |
JUAN.-
Y
el viejo, ¿no pagaba su mitad? |
PEDRO.-
No me ayude Dios si
yo le vi en todo el viaje gastar más de çient
ásperos, que el mal viejo todo lo llevaba empleado
en piedras, y por no nos parar a venderlas y ser descubiertos,
yo no hazía sino gastar largo entre tanto que durase.
A la mañana despedí la espía y tomé
probisión, y metíme en la barca, y aquel sastrecillo
griego quiso irse conmigo porque el dueño de la barca
le daba parte de la ganancia si le ayudaba a remar. Partimos
con un bonico viento y caminamos obra de tres leguas, y allí
volbió el viento contrario, y echónos en una
isla que se llama Schiatho, dos leguas y media de la Caballa,
[de] donde habíamos salido. Díxome el sastreçillo:
Hágoos saber que habemos, graçias a Dios, aportado
en parte que por ventura será mejor que Monte Sancto,
porque esta es una muy fértil isla de pan y vino,
açeite y todas frutas, y en este puerto vienen siempre
muchas nabes grandes y pequeñas que van al Chío,
y a Candía, y a Veneçia a tomar bastimento.
Estarnos hemos aquí hasta que venga alguna; y subímonos
al pueblo que estaba en un alto. El marinero pidió
dineros de la barca, y yo le daba dos ducados y no quiso
menos de todo. Digo: Hermano ¿pues cómo? Yo te alquilé
para beinte leguas a Monte Sancto y no me has traído
sino tres, y ¿quieres tanto por éstas como por todo
el viaje? Díxome: Padre, tornaos con Dios y con el
viento, que yo no tengo culpa; el sastre ayudó de
mala, como había de haver la mitad y dixo: Dele vuestra
reverençia, padre, todo, que aunque no tenga justiçia,
no os tiene nadie de sentir por ello. Dile sus çinco
ducados y aun en oro pagados, y tomamos en el pueblo una
posada donde estaba un mercader que traía sardinas
en quantidad, griego, y como nos sentamos a comer, yo eché
la vendiçión sin estar advertido el cómo
lo había de hazer, sin pensar que fuese menester.
Aquel mercader y otros griegos preguntáronme si era
sacerdote. Yo dixe que no; luego vieron que yo ni el otro
no éramos fraires, y llegóse a mí el
mercader y començóme de deçir en italiano:
Yo conozco a ese sastre, que es un gran tacaño, y
os trae engañados; agora esta jente barrunta, como
creo que es verdad, que no sois fraires y luego os hará
prender. |
JUAN.-
Pues ¿qué jente era la del pueblo?
|
PEDRO.-
Christianos todos, sino sólo el governador
que era turco. |
JUAN.-
Pues ¿qué miedo teníais
de los christianos? |
PEDRO.-
Antes desos se tiene el miedo,
que del turco ninguno; porque fáçil cosa es
engañar a un turco que no sabe las particularidades
de la fe y lengua, y çerimonias, como el griego. Si
conosçen aquellos griegos de aquella tierra que el
cautibo christiano va huido, luego le prenden y dan con él
en Constantinopla. |
MATA.-
Pues ¿por qué, siendo christianos?
|
PEDRO.-
Por ganar el hallazgo, lo uno; lo otro porque si
después hallan al esclabo, luego pesquisan: con éste
habló, aquí durmió, aquel otro le mostró
el camino, y destrúyenlos, llebándoles las
penas, y aun muchas vezes los hazen esclabos. Yo ningún
miedo jamás tube de los turcos; pero de los christianos
grandíssimo, porque reçio caso es hazernos
un italiano o françés a los tres, como estamos,
entender que es español aunque hable muy bien nuestra
lengua, que en el pronunçiar, que en un bocablo muy
presto se descubre no serle natural la lengua, ansí
que diçe: El mejor consejo que vos podéis tomar
me paresçe que luego os vaxéis abaxo y os metáis
en aquel baxel que va a Sidero Capsa, y de allí en
un día podréis por tierra iros a Monte Sancto.
Yo metidas las cabras en el corral, acepté el consejo,
y díxeselo al sastre, el qual dixo que no quería
sino quedarse allí, que había mucho que remendar;
que si me quería quedar con él, era mejor,
y si me quería ir, él conçertaría
que me llevasen en el vaxel. |
MATA.-
¿Qué llamáis
vaxel? |
PEDRO.-
Es un nombre general que comprehende nabe
grande y pequeña y galera, en fin qualquiera cosa
que anda en la mar. Sidero Capsa es una çibdad pequeña,
donde se hunde todo el oro y plata que se saca de las minas
que hay en aquella isla del Schiatho, donde yo estaba, y
en la Caballa, las quales son tan caudalosas que dubdo si
son más las del Perú. |
MATA.-
¿Qué tanto
hay de las minas a donde se hunde? |
PEDRO.-
Veintiçinco
leguas por mar; sirben çient nabeçillas que
llaman caramuçalides, y acá corchapines, de
llebar solamente de aquella tierra que produze cierto oro
finíssimo de muchos quilates, y plata, y lo que más
es en grandíssima quantidad. Pagué porque me
llebasen dentro un ducado, y quando me vi allí, los
del vaxel imaginaron que, pues tanto les había dado
siendo fraire, podrían sacarme más, que debía
de tener mucho, y en descargando la tierra de la mina, para
bolver por más, díxome: Yo os querría
echar en tierra; mas quiero que sepáis que el poco
camino que tenéis de andar hasta Monte Sancto por
tierra está lleno de ladrones, que cierto os matarán;
dadnos otro ducado y poneros hemos por mar en una metoxia
de los fraires, que es lo que acá llamamos granja.
Conçertéme con él y dísele, porque
me paresçió que tenía razón,
aunque también estaban con gran sospecha de los sueños
del compañero, que yo çierto tengo que estaba
spritado. Desembarcamos junto a la granja, que era una torre
donde había un fraire mayordomo y otros seis fraires
que le servían y cababan las viñas. Ya yo pensé
estar en España; y como llegamos con nuestro hato
acuestas llamamos y no quisieron abrir para que entrásemos,
que no estaba allí el icónomo, que ansí
se nombra en griego. Esperamos, y quando vino a la tarde
saludámosle y respondióme como fraire, en fin,
de granja. |
MATA.-
Siempre dan esos cargos de mandar a los
más ca[z]urros y desgraciados. |
PEDRO.-
Luego dixe:
Noramala acá venimos, si todos los fraires son como
éste: ya con las çejas caídas sobre
los ojos, a media cara, con sus cabellazos hasta la çinta
y barbaza, dixo: subí si queréis, padre, a
hazer colaçión, aunque acá todos somos
pobres. |
MATA.-
¿Luego la primera cosa que todos tienen es
ésa? |
PEDRO.-
¿Qué? |
MATA.-
Predicar pobreza.
|
PEDRO.-
Es verdad; y subimos y començó de preguntarme
y repreguntarme de dónde era. Yo le dixe que de la
isla del Chío, porque si acaso hablase alguna palabra
que no paresçiese griego natural no se marabillasen,
por respecto que en aquella isla se habla también
italiano, y todos los griegos lo saben. Sentámonos
a cenar en el suelo sobre una manta vieja y dieron gracias
a Dios y comenzaron de sirvir manjares. |
MATA.-
¡Y aun qué
tales debían de ser y qué dellos! |
PEDRO.-
No
hubo fruta de prinçipio ninguna. |
MATA.-
Ni aun de
medio creo yo. |
PEDRO.-
La prinçipal cosa que sacaron
fue habas remojadas de la noche antes en agua fría
y con unos granos de sal ençima, sin moler, tan grandes
como ellas, y tras esto un plato de azitunas sin açeite
ni vinagre, que yo quando las vi pensé çierto
que fuesen píldoras de cabras, porque no eran mayores;
añadieron por los huéspedes terçero
plato, que fue media çebolla. |
JUAN.-
¿Y ansí
comen siempre? |
MATA.-
Que son mañas de fraires quando
hay huéspedes forasteros, por comprobar la pobreza
que tienen predicada; mas entre sí y'os prometo que
lo pasan bien y tienen alguna razón, porque luego
les acortarían las limosnas por la fama que los huéspedes
les darían. |
PEDRO.-
De los de acá yo bien creo
lo que vos deçís, mas de aquéllos no,
porque lo sé muy bien que hazen la mayor abstinençia
del mundo siguiendo siempre ellos y los clérigos griegos
la orden evangélica. Llegamos de allí en el
primer monasterio de Monte Sancto yendo por una espesura
muy grande, que es de esclabones, que allá se llaman
búlgaros, y el nombre del monesterio Chilandari; y
en llegando estaban unos fraires sentados á la puerta
de la portería, y ençima de todas las puertas
hay una imagen de Nuestra Señora, a la qual los que
van en romería han de hazer primero oratión
que hablen a nadie, y en esto tienen grande scrúpulo.
Yo, como no sabía aquello, en viendo los fraires los
saludé con el grande plazer que tenía, pensando
hallar la charidad y acogimiento que en Burgos. Ellos respondieron:
Bre ¿ti camis? padre ¿qué hazéis señalándome
la imagen. Yo luego caí en la quenta, y hize mi oratión
como ellos usan. |