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Luis Matilla

Proceso de creación de Luis Matilla

«El teatro para niños en la era de la imagen»

Luis Matilla

Somos considerados por los operadores audiovisuales como grandes manojos de audiencia desposeídos de nuestra capacidad de elegir entre un espectro de ofertas auténticamente divergentes. Se nos imponen espectáculos y programaciones televisivas cargadas de estereotipos producidos por las grandes factorías transnacionales a partir de técnicas de marketing y mercadotecnia, a las que no les interesa contemplar los gustos de los grupos minoritarios. De un modo cada vez más avasallador, la industria multinacional del entretenimiento infantil está penetrando en nuestros países con un lenguaje audiovisual hábilmente modelado para incidir en amplias capas de la población. Se pretende que los productos lleguen al mayor número posible de espectadores; no parece importar demasiado que para el logro de este objetivo los responsables de los grandes medios estén dispuestos a diluir las señas de identidad cultural de todos aquellos grupos que no adecuan a los parámetros que identifican a las grandes masas consumidoras. En paralelo a esta penetración se producirá a escala local otra pugna no menos significativa; nos referimos la despiadada lucha emprendida por las cadenas con objeto de lograr el dominio del mercado. En la actualidad, ciertos manipuladores mediáticos están descubriéndonos con su práctica cotidiana cómo la conquista de la audiencia justifica los medios empleados para conseguirla. No parece inquietar demasiado que las estrategias empleadas pulverice la ética de los productores y la sensibilidad de los receptores, privados muchos de ellos de la posibilidad de ejercer un juicio crítico sobre los contenidos que se les imponen. Como señalaba Umberto Eco en su imprescindible obra Apocalípticos e integrados, «Los "mass media" inmersos en un circuito comercial están sometidos a la ley de la oferta y la demanda, dan al público únicamente lo que desea o peor aún, siguiendo las leyes de una economía fundada en el consumo y sostenida por la acción persuasiva de la publicidad, sugiere al público lo que debe desear».

En absoluto es mi propósito marginar el debate teatral, sino por el contrario de reivindicar el valor del teatro como medio de expresión alternativo a todos aquellos mensajes uniformizadores con la que se pretende potenciar de un modo desproporcionado, a través de la televisión, los videojuegos, Internet y actualmente los teléfonos multimedia de última generación. La mayoría de nosotros consideramos que el teatro es un medio expresivo cálido, deslumbrante, crisol de todas  las artes y todos los lenguajes, desde el que podemos abordar temáticas próximas a nuestras comunidades partiendo de formas imaginativas, alejadas de los estereotipos dominantes.

Hoy una parte de los creadores del teatro para la infancia están reconociendo una mayor capacidad de comprensión del niño a la hora de abordar nuevas problemáticas que inciden de un modo real en sus vidas: la separación de los padres, la infancia marginada, la insolidaridad, las dificultades para la integración, el respeto a la diversidad y tantos otros temas de los que el niño recibe en ocasiones una visión parcial y a veces sesgada a través de los medios de comunicación. Los grupos y compañías más sensibles y comprometidos de nuestro país están tratando estos temas con un lenguaje poético del teatro, adaptado con habilidad y ternura a la percepción de los diferentes niveles de edades de los pequeños espectadores.

No sólo quisiera valorar hoy la importancia del teatro como medio de expresión, sino también reflexionar sobre la forma en la que los profesionales de la escena nos dirigimos a una audiencia inmersa ya en la era de la imagen que inevitablemente va a confrontar nuestras ofertas artísticas desde ese otro mundo visual deslumbrante, seductor y adictivo en el que se encuentran confortablemente instalados. En esta situación ciertas deficientes prácticas teatrales en las que solemos incurrir, chocarán frontalmente con sus gustos, hábitos y estereotipos. La reflexión que intento proponer, se centra en la relación existente entre expresión teatral y expresión audiovisual, lenguajes que aunque para nosotros no sean antagónicos, sí resultan para los más pequeños dos medios con muy diferente poder de atracción.

Una mirada crítica a nuestra labor escénica

Si el frenético ritmo con el que los espectadores infantiles reciben las imágenes a través de la televisión influye de forma destacada en su acomodación a un determinado ritmo de percepción de la realidad, esta situación debería movernos a  indagar sobre la actitud con la que los nuevos «teleniños» se sitúan hoy ante nuestros espectáculos. Es evidente que la velocidad que se imprime a la planificación de los productos audiovisuales dirigidos al público infantil está forzando a los más pequeños a una lectura automática y a veces irreflexiva de los contenidos que se le ofrecen a través de los diferentes medios audiovisuales. Sin embargo no es menos cierto que en ocasiones, parte del teatro que les ofrecemos como alternativa, resulta excesivamente discursivo y tal vez cargado de conceptos no siempre adecuados a los niveles de edad a los que se dirigen.

Mientras en la televisión muestra a los niños una continua sucesión de situaciones de gran dinamismo, aunque tópicas y repetitivas la mayoría de las veces, hemos caído en el error de ofrecer a nuestros espectadores infantiles montajes demasiado normativos. Estas producciones cargadas de conceptos, muchas veces moralistas, sirvieron para ahondar, las diferencias, entre los lenguajes escénicos y audiovisuales. Tal vez no nos dimos cuenta de que en ciertos montajes dirigidos a los pequeños espectadores, los hechos se relatan, pero sin embargo no ocurren sobre el escenario. Se sustituye la acción por la narración, con la consiguiente desmotivación por parte del auditorio, acostumbrados por la «tele» a sucesiones ininterrumpidas de situaciones trepidantes. Se abusa de la narración verbal, mientras la auténtica progresión dramática, la poesía visual y los lenguajes no verbales, quedan diluidos, cuando no postergados.

Más de una vez hemos contemplado el intento de convertir el teatro en un elemento didáctico con el que impartir materias más propias del currículo escolar que de un hecho artístico al que no se le debería privar de su carácter trasgresor. Instrumentalizar un espectáculo para utilizarlo como trampolín de conocimientos ajenos a los propios lenguajes artísticos que lo conforman, puede llegar a representar un auténtico empobrecimiento de sus capacidades poéticas, emotivas, lúdicas y sorpresivas.

Otro de los aspectos a los que tal vez no prestamos la atención que merece, son los espacios físicos sobre los que representamos nuestros espectáculos dirigidos al público infantil. La distancia entre el escenario y los espectadores y la desproporción de los asientos, cuyos descomunales respaldos deben presentarse ante los ojos de los niños de preescolar como inmensos torsos de espectadores gigantes, son circunstancias que evidentemente suponen una significativa mediación entre público y espectáculo. A este respecto recuerdo una anécdota ocurrida hace muchos años en un pequeño teatro de marionetas de Bruselas. En este lugar todos los asientos se encontraban adaptados a los cuerpos de los pequeños visitantes, a excepción de una fila de bancos corridos situados al final de la sala, destinados a los adultos. Al percibir la responsable del local la sensación de inconfortabilidad que mostrábamos en nuestros asientos, nos espetó entre risas un significativo comentario: «así de incómodos suelen sentirse los niños en sus grandes teatros».

Pocas veces hemos intentado ponernos en la piel de un pequeño de cuatro años sentado en la fila quince de un teatro concebido para los mayores. No nos hemos dado cuenta de la estrecha relación que a estas edades existe entre la vista y el oído, dándose el caso de que la acción dramática que se escucha de modo defectuoso termina por producir un desinterés, al igual que una acústica deficiente, puede llegar a producir la desatención visual del espectador. Hoy afortunadamente el movimiento que años atrás se inició en Francia, Italia y los países nórdicos ha llegado a España y existe un valioso teatro de los sentidos y las imágenes dirigido a la franja de edad 0-3. Muchos padres se han dado cuenta de la importancia que para el desarrollo sensible de sus hijos tienen estos primeros contactos con las artes escénicas.

El teatro para «pequeñitos» requiere de una inmediatez y una proximidad del espectador a la acción escénica para lograr en los niños y niñas la sensación de que cada intérprete clava la mirada en sus ojos para dirigirse a ellos de un modo único y deslumbrante. Para ellos ese contacto privilegiado supondrá tanto como tocar el teatro con sus manos, algo que nunca podrá brindarles la televisión. De esas espléndidas posibilidades emana la brillantez y poder de sugerencia de nuestra expresión artística como alternativa a otros medios de comunicación, aparentemente mucho más fascinantes para el público infantil. Hemos de zambullir a los espectadores en la magia del teatro, cercándoles con la cercanía de los personajes y el sorprendente juego simbólico de los pequeños objetos. Necesitamos salas pensadas para los niños de edad preescolar o en su defecto lugares acogedores para sus pequeñas dimensiones físicas en los que podamos representar para grupos reducidos de espectadores situados en semicírculo en cuatro o cinco filas como máximo.

Aunque en el espacio destinado a un artículo no es posible adentrarse en las complejas relaciones entre teatro y educación, si al menos desearía ofrecer alguna observación sobre la función del educador como mediador entre la escuela y el teatro realizado por profesionales. Sólo mediante una auténtica colaboración entre creadores teatrales y creadores educativos (me estoy refiriendo a los verdaderos educadores imaginativos y no a los meros transmisores de conocimientos), será posible lograr que el niño llegue al teatro con una información previa, que le haga tomar una actitud receptiva y creativa ante el espectáculo. Al referirme anteriormente a los riesgos que conlleva convertir el teatro para niños en un simple hecho normativo, deberíamos prestar atención a la proliferación de campañas de teatro dirigidas a la escuela que no siempre reúnen los mínimos requisitos de rigor, y también las esporádicas «excursiones» al teatro como una actividad extraescolar más.

Catherine Dasté, creadora teatral y educadora nos hace una observación muy precisa a este respecto. Según ella, «existe un gran peligro de que el teatro se convierta en rutina. Rutina para los maestros que llevan a los niños al teatro como los llevan a la piscina o al estadio. Rutina en la "explotación pedagógica" con redacciones "libres", con dibujos pautados o comentarios de texto que pueden llegar a convertirse en un deber obligatorio. Rutina, por último, para los niños con esas salidas en fila, apretados en el autocar y en el teatro». Dasté en su libro El teatro, la vida y la escuela nos señala algunas estrategias con las que neutralizar los riesgos de esa situación denunciada por ella misma: «para luchar contra el peligro de la rutina, es imprescindible que la gente del teatro invente continuamente nuevas formas de animación siempre en contacto con los niños y los enseñantes. Hay que establecer una relación que ayude a los actores en la búsqueda de un repertorio vivo y de las formas teatrales adecuadas que ayuden también a los educadores a renovar las formas de explotación pedagógica  del espectáculo».

El niño lector de textos teatrales

Mientras optativas de materias artísticas han ido desapareciendo progresivamente del aula, incluida la expresión dramática; paradójicamente el interés por los textos teatrales se ha visto incrementado entre los profesores y profesoras de educación Primaria. Varias editoriales presentan en la actualidad colecciones de obras creadas para el público infantil, e incluso ofrecen a los centros educativos actividades de libro-foro en la que los autores introducen a los alumnos en los rudimentos del arte escénico. Algunas de estas publicaciones han llegado a alcanzar doce reediciones, hecho insólito en el panorama de las publicaciones teatrales de nuestro país.

Entre los hechos favorables al proceso al que nos estamos refiriendo, se ha detectado también un significativo aumento de los investigadores y expertos que siguen atentamente la evolución de este género que, a pesar de los recortes presupuestarios en materia de cultura, se mantiene con un nivel de calidad comparable a las producciones de otros países de nuestro entorno. Asociaciones como ASSITEJ-España, miembro de la Asociación Internacional de Teatro para la Infancia y la Juventud, realiza una encomiable labor en la promoción y publicación de textos relacionados con la práctica del teatro dirigido a los espectadores más jóvenes.

Es esta situación la que aconseja acciones de fomento de la lectura y la práctica teatral que afiance en los adolescentes la idea de que no sólo la narrativa es literatura, sino que también el teatro y la poesía lo son y su lectura resulta plenamente asequible para ellos, siempre que los contenidos, la exposición de los temas y la forma expresiva de adecuen a los diferentes niveles de edad. Entre las medidas que cabría proponer en apoyo de aquellos profesores y bibliotecarios que asumen la orientación de sus alumnos hacia la lectura y la práctica teatral, cabría proponer: a) la animación creativa en el aula de textos teatrales, b) dinámicas para la escenificación de piezas escénicas en el ámbito de la escuela, c) apoyo a los docentes con conocimientos, medios y documentación para la realización de las actividades por ellos propuestas.

Los caminos que aún nos quedan por recorrer

Cuando contemplamos la organización de ciertos países en el campo del teatro para niños y el respeto de sus comunidades hacia la labor que realizan sus profesionales se nos produce sana  envidia y al mismo tiempo un motivador deseo de superación. Elevar los listones de nuestro trabajo escénico constituye una legítima ambición a la que ningún creador teatral tendría que renunciar si realmente deseamos que nuestro trabajo sea considerado como una actividad realmente artística.

Los Centros Dramáticos para la Infancia y la Juventud de Francia (hoy muchos de ellos desaparecidos), la atención que las diferentes regiones de Italia prestan al teatro para niños, la vinculación del National Theatre del Reino Unido al mundo de la educación, son tan sólo algunos ejemplos que debería mover a los responsables culturales de nuestros países a apoyar de un modo más activo a los colectivos que realizan sus actividades en el campo de la expresión dramática. En absoluto pretende unirme al crónico llanto mendicante de aquellos que únicamente basan sus objetivos en el plano económico. Desde mi punto de vista la creación de mejores condiciones para el desarrollo del hecho teatral dirigido a las primeras edades, no solamente radica en el plano de subvenciones a las compañías. También debe basarse en la elevación de los  niveles artísticos, en la sensibilización de los responsables políticos sobre la importancia de la expresión artística en el surgimiento de ciudadanos más creativos, en la animación de nuevos públicos y en el afianzamiento de la relación entre teatro, sociedad y escuela.

Hace ya algunos años en un encuentro celebrado en el marco de la Bienal de Teatro para Jóvenes Públicos de Lyón (Francia), los profesionales del sector, representantes de diferentes países llegaron a una serie de recomendaciones que, dada su absoluta vigencia, considero válido reproducir aquí un resumen de aquellas demandas. 1) Solicitar el respeto para los artistas que, con un máximo de rigor en sus planteamientos creativos, deciden emprender la conquista de nuevos públicos contradiciendo con su labor cotidiana el extendido prejuicio de que el teatro para niños y jóvenes se encuentra en manos inexpertas. 2) Establecer una nueva práctica comunicativa entre el teatro y los jóvenes, fomentando la incorporación de la problemática que a ellos les atañe directamente a las producciones dirigidas a estas edades. 3) Sensibilizar a la sociedad sobre la necesidad de que el teatro dirigido a la infancia y la juventud se contemple desde la misma visión estética con la que se observa el hecho artístico en general. 4) Impedir que la creación teatral pierda su sentido de riesgo y de búsqueda, evitando la estandarización y su conversión en producto, ajeno a los valores culturales que justifican su existencia. 5) Abordar la enseñanza del teatro como auténtica iniciación del descubrimiento del sentido artístico. 6) Dinamizar la formación de los enseñantes, reconociendo su función de potentes mediadores en la educación de las inclinaciones artísticas de niños y jóvenes. 7) Ejercer un autocontrol que evite la actitud de mendicidad crónica frente a la Administración por parte de los profesionales del teatro.

Sin lugar a dudas se trata de un documento en el que se señala hacia el largo camino que aún queda por recorrer a los profesionales del teatro que intentamos elevar los niveles de creación, producción y animación de la expresión dramática dirigida a las primeras edades. Es importante la llamada al riesgo y a la indagación, así como la profundización en la búsqueda de nuevas formas expresivas capaces de conmover a nuestros jóvenes espectadores. Es necesario imponernos el mismo rigor con el que abordamos las más cuidadas producciones dirigidas al público adulto; únicamente de este modo lograremos, no solo un mayor reconocimiento de nuestra labor por parte de  la comunidad, sino también el desarrollo personal como creadores. Hemos de resistirnos a trabajar para los niños como si se tratara de audiencias "menores", incapaces de valorar y sentir la belleza, la fuerza y poder de sugerencia que encierra un buen espectáculo teatral. Es necesario dignificar la función de los profesionales de este sector, pero para ello debemos reforzar nuestra formación, abriendo los equipos de trabajo para dar cabida en ellos a profesionales de otras áreas artísticas. Y también a los más sensibles educadores interesados por la expresión dramática. Con ellos podremos intercambiar puntos de vista sobre aspectos tan fundamentales como son los niveles de comprensión de las propuestas dramáticas, la percepción de los lenguajes no verbales y las posibilidades de inspiración temática que nos ofrece el mundo onírico infantil.

Quisiera finalizar este artículo tomando unas palabras recogidas de la obra Gianni Rodari, maestro e inventor de historias que muchos ya conoceréis puesto que pertenecen a su libro Gramática de la fantasía. Dicen así: «Si una sociedad basada en el mito de la productividad (y sobre la realidad del beneficio) sólo tiene necesidad de hombres mutilados -fieles ejecutores, diligentes productores, dóciles instrumentos sin voluntad- quiere decir que está mal hecha y hay que cambiarla. Para cambiarla son necesarios hombres creativos que sepan utilizar su imaginación». Y es que nuestro trabajo teatral consiste, precisamente, en brindar instrumentos para la fabulación y también en entregar testigos, similares a los que emplean los atletas en sus relevos, con los cuales nuestros pequeños espectadores puedan recorrer pistas imaginarias que les ayuden a comprender de un modo más preciso y divergente la sociedad que de forma tan errónea hemos construido para ellos.

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