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Patrimonio Nacional: Manuscritos de América en las Colecciones Reales

La Real Biblioteca de Manuscritos de América en las Colecciones Reales

Reseña histórica

Real BibliotecaEn 1711 Felipe V crea la Biblioteca Real Pública. La colección inicial, formada por libros de sus antecesores de la Casa de Austria, los que había traído consigo de la corte francesa, y los fondos de incautación, se pone a disposición del estudio y de la investigación, y es el germen de una institución nacional básica para la reforma cultural que se emprende bajo el reinado de los primeros borbones.

La Real Biblioteca es la que, con los nombres de Real Particular o de Cámara, sirvió como biblioteca privada a los reyes de la Casa de Borbón desde la llegada de Felipe V. A esta institución debe oponerse el término de Real Pública con que se distinguió de la Privada, la que hoy es Biblioteca Nacional. Ambas instituciones tuvieron un origen común. En 1836 la Real Pública pasó a manos del Estado, bajo la gestión del Ministerio de la Gobernación del Reino.

Los libros del rey, que se libraron del incendio que asoló el Alcázar en 1734, estaban alojados en el pasadizo contiguo al viejo palacio. Los inventarios del infante Felipe, hijo tercero de Felipe V, de 1739, la tasación que el librero francés Barthélemi realiza en 1766 de los libros de Isabel de Farnesio, el inventario de Bárbara de Braganza redactado a su muerte en 1759, y el de Carlos III, levantado por el librero y bibliotecario Francisco Manuel de Mena en 1760, dan idea de las colecciones bibliográficas de las personas reales antes de la instalación en el Palacio Nuevo.

Ya en el Palacio Nuevo, los libros se disponen en los ámbitos privados de las personas reales. Bajo el reinado de Carlos IV su librería particular se instala en la planta principal del ala sureste del edificio, en el llamado «aumento de San Gil», proyectado por Sabatini. El espacio que se le adjudica a la Librería de Cámara es significativo del papel que la colección juega en la vida de la corte.

En 1808 la Librería ocupa doce habitaciones extendiéndose entre el dormitorio de Carlos IV y el de la Reina y cuatro de sus salas tienen bóvedas decoradas por Bayeu y Maella. El traslado de la biblioteca a su localización actual se produce en 1833.

Imagen ilustrada de ordenación y catalogaciónLas adquisiciones de libros más notables corresponden al reinado de Carlos IV. Entre las colecciones que ingresaron entonces cabe destacar las bibliotecas particulares de ilustrados como Mayans y Siscar y Francisco de Bruna, Oidor de la Audiencia de Sevilla y amigo personal de Jovellanos. A estos fondos se añaden los muy numerosos libros procedentes de las bibliotecas particulares del conde de Mansilla y del conde de Gondomar. De este último conserva la Real Biblioteca no solo su magnífica colección de libros impresos y manuscritos sino una copiosa correspondencia que asciende a más de 25000 cartas. Por su especial condición de Librería de la Corona, ingresaron también en la Real fondos de carácter archivístico procedentes del Archivo General de Simancas y de la Secretaría de Gracia y Justicia. De tal ministerio se trajeron, en virtud de Real Orden de 1807, los manuscritos de Francisco de Zamora, Manuel José de Ayala, Areche y la colección Muñoz.

El incremento de libros en la colección real fue constante desde el nacimiento de la Biblioteca. Herencia de su fundador, Felipe V, fue también el propósito renovado por sus sucesores de enriquecer la librería con cosas «singulares, raras y extraordinarias». Consecuencia de esa secular tradición que tiende a reunir la biblioteca y el museo es el ingreso en la Real de los magníficos álbumes de Historia Natural y de Antropología de Vilella en época de Carlos IV; o el aumento, secundado por todos los monarcas, de la colección de partituras musicales manuscritas e impresas, tan vinculada a la reina Bárbara de Braganza, o la incorporación del paciente Monetario de Baldiri en tiempo de Fernando VII. A la muerte de este rey la biblioteca se había enriquecido con una exquisita serie de encuadernaciones y los libros, cada vez más numerosos, se trasladaron al lugar que actualmente ocupa la Real Biblioteca.

Los vaivenes políticos del siglo XIX español se dejaron notar en la librería de Palacio. El abandono de proyectos culturales de ámbito nacional promovidos por la corona, y no pocas veces planificados por los bibliotecarios más sobresalientes, derivó en el favor particular de escritores, artistas y editores que correspondieron a la protección real con el envío de sus libros.

El arreglo material de la Biblioteca y la catalogación científica de sus fondos se inicia con el reinado de Alfonso XII. Desde entonces, la principal preocupación de la Real Biblioteca ha sido conservar adecuadamente su patrimonio, aumentarlo selectivamente y difundirlo mediante catálogos generales y específicos, algunos, como el de Crónicas generales de España o el de Manuscritos de América, de obligada referencia entre los especialistas. La automatización del fondo bibliográfico y la edición de un nuevo catálogo general de manuscritos e impresos es el último gran empeño emprendido por la Real Biblioteca en 1992. A esta labor científica debe añadirse la creación del boletín de noticias Avisos, de periodicidad trimestral, y la presencia habitual de la Real Biblioteca en foros nacionales e internacionales sobre Historia del libro y gestión bibliotecaria.

Bibliografía:

  • Navas, Juan Gualberto López-Valdemoro de Quesada, Conde de las, Catálogo de la Real Biblioteca. Autores Historia, Madrid, 1910, t. I: Introducción.
  • López-Vidriero, María Luisa, «La biblioteca del Palacio Real de Madrid», Archives et Bibliothèques de Belgique, 1992, t. LXIII, N.º 14, pp. 85-119.
  • ——, «La librería de cámara en el Palacio Nuevo», en El Libro Antiguo Español: el libro en Palacio y otros estudios bibliográficos (El Escorial, julio de 1993), tomo III, pp. 167-183.
  • ——, «Domenico Maria Sani y Diego Barthélemi. Inventario de la librería de Isabel de Farnesi», en El Real Sitio de la Granja de San Ildefonso: Retrato y escena del Rey, Madrid, Patrimonio Nacional, 2000, pp. 433-435.
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