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Miguel Hernández

Presentación del portal de Miguel Hernández

Por José Carlos Rovira (Universidad de Alicante)

Retrato de Miguel HernándezEl poeta Miguel Hernández (1910-1942) en su adolescencia tuvo una limitada educación escolar y en su juventud una apasionada y amplia formación autodidacta. Vivió los años treinta del siglo pasado -efervescencia cultural en la república de 1931, guerra civil de 1936, cárceles de la dictadura franquista en 1939- con intensidad, creación y dolor, en medio de penalidades como la pobreza, la guerra y la cárcel. Acabaron con su vida tempranamente cuando, habiendo enfermado gravemente, lo dejaron morir en la prisión.

Todos sus libros están vigentes y también todos sus manuscritos, conservados por su mujer, Josefina Manresa, en los años difíciles de persecución de la memoria del poeta por la dictadura. Creemos que en estos papeles sigue estando la posibilidad de entender un taller literario breve en el tiempo, pero extraordinario en su desarrollo y resultados.

Portada de «Perito en lunas» (1933)Perito en lunas (1933), su primer libro, es ya un ejemplo riguroso de esa lucha con la palabra, la metáfora y la métrica que el poeta emprendiera muy pronto a través del gongorismo recuperado por sus precursores inmediatos, la llamada Generación del 27.

El rayo que no cesa (1936) es la constatación de la pena hernandiana, a través de su maestría sobre todo en el soneto, la destreza de alguien que ha trabajado a los clásicos, Quevedo entre otros, con pasión y fortaleza, para dar cuenta del amor por ejemplo, como experiencia que determina, junto a la fatalidad, lo narrado poéticamente.

Portada de «Viento del pueblo» (1937)Viento del pueblo (1937) y El hombre acecha (1939) son su poesía de guerra; la del primero, de combate, pero de amor también, de reflexión sobre la pobreza y sus responsables, de evocación de la muerte próxima; la del segundo, de anticipo, entre poemas de lucha, de la derrota.

Nos impresionaba el dolor como construcción determinante de Miguel Hernández, pero nos conmueve esa inesperada escritura que hemos intentado sentir, entender y hasta explicar tantas veces a través de ese libro inacabado, incompleto, escrito entre el final de una guerra y la cárcel, ese libro que llamó en sus esbozos Cancionero y romancero de ausencias, que sigue siendo sin duda una lección de autobiografismo inaugural, de concentración máxima de la palabra en una trabajosa lección metafórica, conceptual y cultural sobre la vida, el amor y la muerte. Inaugura tantas cosas el Cancionero que no dudaremos en valorarlo como libro esencial en la poética del siglo XX, en el que la «eterna sombra» es una metáfora final de la historia destruida por la guerra, de las esperanzas arruinadas, que contiene de todas formas la advertencia final para que no desesperemos: Pero hay un rayo de sol en la lucha / que siempre deja la sombra vencida.

Su teatro, con las lecciones de Calderón y de Lope reactualizadas en un auto sacramental o en tragedias rurales, es junto a sus prosas otro contenido imprescindible de un escritor que, entre clásicos y contemporáneos (estos son Rubén Darío, Juan Ramón, Guillén, Neruda, Aleixandre, Lorca, etc.) adquirió una voz propia de fortaleza inesperada.

Hay un recuerdo de Antonio Buero Vallejo, compañero suyo en las cárceles y devocional de su memoria, que sirve para sintetizar el valor último del poeta. Decía así Buero: «para mí es Miguel Hernández un poeta necesario, eso que muy pocos poetas, incluso grandes poetas, logran ser. La más honda intuición de la vida, del amor y de la muerte brota de su fuente como de esas otras pocas fuentes sin las que no sabríamos pasar y que se llaman Manrique, o San Juan de la Cruz, o Fray Luis, o Machado… Como ellos, él sobrenadará el olvido de los años innumerables, sostenido por la realidad esencial de sus “jornaleros”, de su "escoba", de su "cebolla", de su "sudor", de sus “besos", de su "luz", de su "sombra"».

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