Rosalía es
poeta con plena conciencia de ello. En el prólogo a
Follas novas
encontramos una declaración acerca de la inevitable
vinculación de la poeta a su tiempo y de su condición
de "voz del pueblo":
...que si non pode
senón ca morte despirse o esprito das envolturas da carne,
menos pode o poeta prescindir do medio en que vive e da natureza
que o rodea, ser alleo a seu tempo e deixar de reproducir, hastra
sin pensalo, a eterna e laiada queixa que hoxe eisalan
tódolos labios (F. N. 161).
Por una especie de
afinidad sentimental o de comunidad en la desgracia, Rosalía
expresa los dolores de Galicia:
...neste meu novo libro
preferín, ás composicións que puderan decirse
personales, aquelas outras que, con máis ou menos acerto,
espresan as tribulaciós dos que, uns tras outros, e de
distintos modos, vin durante largo tempo sofrir ó meu
arredore. E ¡sófrese tanto nesta querida terra
gallega! (F. N. 161).
El libro
Follas novas
tiene, además, una intención social en el uso de la
lengua gallega. Rosalía es consciente de que
—252→
los Cantares gallegos habían abierto un
camino de reivindicaciones culturales, y se siente obligada a
continuar:
N'era cousa de chamar as xentes á
guerra e desertar da bandeira que eu mesma había
levantado
(F. N. 163.)
Sin embargo, pese
a reconocer los compromisos que la ligan a su tierra,
Rosalía reivindica la libertad del artista, y así
anuncia su intención de abandonar en adelante el uso de la
lengua materna:
Alá van, pois, as Follas novas,
que mellor se dirían
vellas, porque o son, e últimas, porque pagada xa a deuda en
que me parecía estar coa miña terra, difícil
é que volva a escribir máis versos na lengua
materna
(F. N. 163.)
A veces, la
intención social de Rosalía excede los límites
de su tierra natal; no es algo estrictamente vinculado a Galicia,
sino de carácter universal; por ejemplo, su
preocupación por los niños huérfanos, por los
mendigos desamparados. Sabemos por anécdotas de su vida que
su generosidad para el necesitado rayaba en lo insensato y era
motivo de escándalo para los que no comprendían los
impulsos de su carácter apasionado.
Los pobres y
mendigos tienen un papel importante en su obra. Veamos primero el
aspecto más superficial: el folklórico. En
Cantares gallegos encontramos la figura de la vieja que
deslumbra con su saber a la joven campesina que la socorre:
-¡Moito sabés, miña
vella,
moito de
sabiduría!
¡Quén
poidera correr mundo
por ser como vos
sabida!
(C.
G. 29)
—253→
Esta figura de la
vieja mendiga lista debía de resultar grata a
Rosalía, que la repite en Follas novas. Allí la vieja se
finge sorda, para no oír las negativas e interpretarlo todo
a su antojo: «¡A probiña,
que está xorda...!» (F.
N. 253).
En Cantares
gallegos, además del pintoresquismo con que
están pintados los pobres, encontramos una religión
providencialista que remedia sus males y consuela sus penas. Cuando
la intervención de una mujer compasiva no resuelve la
situación, aparece el milagro: un niño de pecho llora
de hambre y de frío en una choza pobrísima; sus
padres están trabajando lejos; una campesina hace una amarga
reflexión:
¡Ai, máis valera,
meniño,
que quen te dou
non te dera!
Que os fillos dos
probes nacen,
nacen para tales
penas.
(C.
G. 85)
Pero en ese
momento tiene lugar una intervención divina: la Virgen
aparece y da de mamar al niño.
A partir de
Follas novas,
predomina la amargura y el dolor en el retrato de los pobres, que
se centra, sobre todo, en los niños abandonados. En un poema
de tono íntimo nos cuenta brevemente -emocionadamente- el
encuentro con una de esas criaturas:
Polas silveiras
errante
vexo unha
meniña orfa
que triste vai
marmurando:
-¡Ña
Virxe, quén rosa fora!
-¿Por
qué qués ser rosa, nena?-
lle
preguntéi cariñosa.
I ela contesta
sorrindo:
-Porque non
tén fame as rosas-.
(F. N. 274)
—254→
En otras
ocasiones, Rosalía arremete contra la religión
farisaica de los que pasan indiferentes junto a uno de estos
niños desgraciados para ir a rezar a la Iglesia:
Tembra un neno no
húmido pórtico...
Da fame e do
frío
ten o sello o seu
rostro de ánxel,
inda hermoso, mais
mucho e sin brilo.
[...]
E mentras que el
dorme,
triste imaxen da
dor i a miseria,
van e ven
¡a adoraren ó Altísimo,
fariseios!, os
grandes da terra,
sin que ó
ver do inocente a orfandade
se calme dos ricos
a sede avarienta.
(F. N. 247-8)
Rosalía se
plantea entonces el problema del dolor de los inocentes.
¿Por qué sufren?, ¿por qué Dios lo
permite?:
¿Por
qué hai orfos na terra, Dios boeno?
En su
último libro el tema está tratado al margen de
cualquier creencia o consuelo trascendente («Cuando sopla el
Norte duro», O.
S. 355).
El tema de la
pobreza lleva como correlato el de la falta de generosidad y la
avaricia de aquellos que podrían socorrer al necesitado. Un
ejemplo puede ser el cuento de Vidal (C. G. 104), cuyos convecinos le remedian
con caldo y pan, pero no con mejores manjares porque, si se
acostumbra a otras cosas, le costaría trabajo después
comer «berciñas e pan
duro».
En un poema de
En las orillas del Sar, contrastando con el tono realista
y amargo del libro, nos encontramos una visión
idílica de la vida del campesino pobre («Los
Robles», O. S.
330). La explicación está en que el fin principal que
se —255→
proponía la autora era expresar el dolor por la
pérdida de los bosques gallegos. Convenía, por tanto,
destacar la importancia que para las gentes humildes tenía
la leña que les proporcionaban. A ello se une el
carácter nostálgico que tiene muchas veces en
Rosalía la evocación del pasado.
Un grupo
importante de poemas se refiere a la injusta situación de
Galicia respecto al resto de España. La autora es consciente
del abandono en que se deja a su tierra natal, de la falta de ayuda
que agrava los males que padece:
Galicia, ti non
tes patria,
ti vives no mundo
soia,
i a prole fecunda
túa
se espalla en
errantes hordas.
(C.
G. 128)
Generalmente, la
crítica de Rosalía se mueve en un plano muy
abstracto, sin pararse en hechos concretos; a veces se convierte en
una reflexión de carácter universal. Como ejemplo de
excepción encontramos la protesta por la tala de los bosques
gallegos («¡Jamás lo olvidaré!... De
asombro llena», O.
S. 336).
Un resentimiento
especial anima la voz de Rosalía cuando habla de las
penalidades de los gallegos que van a trabajar a Castilla. Diversas
causas lo alimentan. Existe una tradicional incomprensión
entre las gentes de las diversas regiones españolas, que
tiene una raigambre de siglos44
y cuya manifestación más popular es el desprecio
mutuo y la caracterización caricaturesca por un solo rasgo.
A esto se añadía la personal incompatibilidad de
Rosalía con la tierra castellana; es curioso que una persona
de tan amplia y honda —256→
sensibilidad no llegase a captar la austera belleza del
campo de Castilla. Para ella fue un desierto tan sólo.
Hay que contar
también con el sentimiento de inferioridad que el gallego
-pobre, emigrante, inculto- experimentaba en tierra ajena y que
alimentaba un profundo resentimiento. Unamos a esto el centralismo
de un gobierno que se despreocupaba de las necesidades
económicas de las regiones periféricas. Todo ello
reunido cuajó en ese poema de tono feroz: «Castellanos
de Castilla» (C. G.
122).
El poema
está puesto en boca de una mujer cuyo marido muere al volver
a Galicia; eso justifica el apasionamiento del tono. Por lo
demás, más que los hechos concretos, importa la
ancestral incomprensión entre gallegos y castellanos. Los
hechos materiales eran que los campesinos gallegos iban -y han ido
hasta fechas muy recientes- a segar a Castilla. Sus penalidades
dependían en gran parte, no de animadversión de los
castellanos, sino de la dureza del clima y de su condición
de extranjeros. Como sucede hoy en Alemania, el obrero
español ahorra en la medida en que se priva de
satisfacciones y comodidades de que disfrutan los nativos. Esto se
complica con el complejo sentimiento, mezcla de inferioridad y
superioridad, que experimenta el gallego ante el hombre de otras
regiones: conciencia de ser menospreciado e íntimo
convencimiento de la injusticia de ello; podemos decir que es un
complejo de inferioridad en el que los elementos compensatorios son
muy fuertes (el gallego emigrado que llega a ocupar altos puestos
es ejemplo de esa fuerza compensatoria). Por su parte, el
castellano tiene del gallego la imagen que le proporciona el que
trabaja fuera de su tierra: un ser socialmente inferior, que
desempeña oficios duros y vive pobremente. En el poema de
Rosalía, en ese apelativo dirigido a Castilla:
«¡miserable fanfarrona!», late un desprecio y un
resentimiento nacido de la humillación. —257→
Una vez más, la poeta se hizo voz del pueblo para
expresar hondas y antiguas vivencias.
El capítulo
más importante dentro de la poesía social de
Rosalía es, sin duda, el de los emigrantes; múltiples
facetas de este fenómeno están reflejadas en sus
versos.
Según Bouza
Brey45,
el primero, cronológicamente, de los poemas de Cantares
gallegos es «airiños,
aires», una canción de emigrante. En
este cantar predominan los aspectos sentimentales sobre la denuncia
social.
Un joven se
despide lastimeramente de la tierra que abandona:
Miña terra,
miña terra,
terra donde me eu
criéi,
hortiña que
quero tanto,
figueiriñas
que prantéi.
(C.
G. 69)
No falta, sin
embargo, ni aun aquí, donde el sentimiento embarga a la
autora, una alusión a la injusta situación social que
provoca la emigración46:
Mais son probe e,
¡mal pecado!,
a miña
terra n'é miña,
que hastra lle dan
de prestado
a beira por que
camiña
ó que
nacéu desdichado.
(C.
G. 70)
—258→
De
Cantares a Follas novas se produce un notable cambio en la
actitud de Rosalía ante el tema social. No sólo el
número de poemas se multiplica, sino que su voz se desnuda
de los armónicos sentimentales para llegar a una admirable
concisión, en la que los hechos hablan por sí solos.
Veamos un ejemplo de esta nueva manera de cantar:
Foi
a Páscoa enxoita,
chovéu en
San Xoán,
a Galicia a
fame
logo
chegará.
Con
malenconía
miran para o
mar
os que noutras
terras
tén que
buscar pan.
(F. N. 289)
No se puede decir
más en menos palabras. Casi en estilo telegráfico
-«Fue seca la Pascua, llovió por
San Juan»- Rosalía pinta el fantasma del hambre y
la emigración cerniéndose sobre la tierra. Hasta
qué punto esto responde a hechos reales podemos comprobarlo
estudiando las condiciones socio-económicas del campesino
gallego. En un brillante y documentado estudio del Dr. García Sabell sobre el hombre
gallego47
encontramos gran número de situaciones que Rosalía
captó con certera mirada. Una de esas realidades es la del
hambre. En Galicia, demuestra García Sabell y canta la
poeta, se ha pasado -se pasa todavía- hambre. Los excesos
gastronómicos, que han encontrado muchas veces
expresión literaria -pensamos en las pantagruélicas
comidas de veintiséis platos de que habla la Pardo
Bazán48-,
—259→
no son sino una reacción esporádica de un
pueblo secularmente hambriento. El hambre es un hecho que se
desliza de una y otra forma en los versos de Rosalía, que
aparece incluso en los poemas donde ofrece una visión
más idealizada del campesino; porque el hambre era una
terrible realidad que imponía su presencia a aquel que
miraba con ojos limpios:
a Galicia a
fame
logo
chegará.
(F. N. 289)
meus fillos...,
¡meus anxos!..., que tanto eu
quería,
¡morreron,
morreron, ca fame que tiñan!
(F. N. 190)
O forno
está sin pan, o lar sin leña.
(F. N. 283)
...Calentaba los
rígidos miembros,
por el frío y el hambre
ateridos,
del niño y del viejo.
(O. S. 330)
En su
análisis de la psicología del campesino gallego,
García Sabell señala la existencia de un tipo humano
todavía más digno de compasión que el
emigrante: aquel que se queda en Galicia, que se resiste a
abandonar la tierra y sobrevive en unas condiciones de penuria
extrema. El mismo tipo, en pareja situación, aparece
descrito por Rosalía. Recordemos el contraste entre la vida
miserable de la protagonista del poema «Vin
de Santiago a Padrón» (F.
N. 249) y su alegría por tener una casa, un
refugio propio. El poema está escrito en primera persona, y
la mujer que habla no es una mendiga, alguien acostumbrada a vivir
de lo que le dan. Nada de eso: va a casa de un vecino a pedir un
poco de pan en «préstamo» , y se avergüenza
hasta derramar lágrimas —260→
de que no se lo quiera prestar. Tiene una casa y una
pequeña huerta, pero eso es todo. Su lecho es de paja, y
tiene que coger una parte de él para poder encender el
fuego. Su comida es un caldo pobrísimo, hecho con berzas y
unto, y una torta de harina. Sin embargo, más contenta que
unas pascuas, esta mujer se encierra en su casa y canta las
alabanzas del hogar. Con certero instinto, Rosalía
glosó una frase popular -«mina casiña, meu
lar, cántas onciñas de ouro me
vals»- dándole un contexto de
pobreza que es el que pone de relieve el apego del hombre a su
hogar. Veamos otros ejemplos de vinculación del hombre
gallego al hogar y a la tierra:
-Quen casa ten de
seu, ten media vida.
Unhas
telliñas para nos crubir,
catro paus que
ardan na lareira nosa,
¡e a
traballar sin fin!
(F. N. 283)
Rosalía se
hace eco de los argumentos que emplea el gallego para no emigrar:
lo fundamental es tener un techo, una casa donde cobijarse. En
ningún lugar se sentirá tan seguro como entre esas
paredes que le pertenecen, que son suyas. La autora se da cuenta de
lo falso de esas esperanzas, pero comprende las razones profundas
de ellas: el que nació en Galicia no quiere morir lejos:
¡Qué
ha de facer, Señor, si o desamparo
ten ó redor
de sí!
¿Deixar a
terra en que nacéu i a casa
en que espera ter
fin?
(F. N. 284)
Veamos,
finalmente, un poema en que el amor a la tierra y el afán de
mantenerse unido a ella lleva al campesino a una actitud
«evangélica»: como los pájaros y los
lirios, su —261→
sustento le llega milagrosamente con el verano. Bajo esta
actitud de pasividad se esconde posiblemente un deseo de
identificación con la madre tierra:
¡Ouh
miña parra de albariñas uvas,
que a túa
sombra me das!
¡Ouh ti,
sabugo de froriñas brancas,
que curas todo
mal!
¡Ouh ti, en
fin, miña horta tan querida
e meus verdes
nabals!
¡Xa non vos
deixo, que as angustias negras
lonxe de min se
irán!
O vran chega
crubíndovos de fruto,
todos son ricos
xa,
os
paxariños tén gran nas
campías,
abrigo na
follax.
As noites son
tranquilas e serenas,
craro é
sempre o luar,
por antre as
tellas entran os seus raios
i hastra o meu
leito van,
i así durmo
alumado pola lámpara
que ós
probes lle luz dá:
lámpara
hermosa, eternamente hermosa,
consolo dos
mortals.
(F. N. 284)
Además de
reflejar la pobreza y el hambre general, Rosalía alude a
hechos concretos que provocan la emigración: gentes que son
desposeídas de sus bienes más elementales, alguaciles
que recorren las aldeas, embargos...
En ocasiones
apunta a un hecho muy significativo: la injusta situación
del campesino, cuyo trabajo apenas cubre la renta que tiene que
pagar al propietario de la tierra:
-Escoitá:
os algoasiles
andan correndo a
aldea;
mais
¿cómo pagar, cómo, si un non
pode
inda pagala
renda?
(F. N. 306)
—262→
Su interés
por el problema de la emigración se revela en la
atención con que observa todos los aspectos que a ella se
refieren. A través de sus versos se van perfilando
situaciones y tipos humanos: la partida, las cavilaciones
anteriores a ella, los adioses, el emigrante que marcha contento y
esperanzado, el emigrado que vuelve, las viudas de los vivos y de
los muertos. El libro V de Follas novas constituye un verdadero fresco del
fenómeno social de la emigración.
Veamos la actitud
cavilosa y sombría del que ya ha tomado la decisión
de abandonar la tierra:
Cando
ninguén os mira,
vense rostros
nubrados e sombrisos,
homes que erran
cal sombras voltexantes
por veigas e
campíos.
Un, enriba dun
cómaro
sentase caviloso e
pensativo;
outro, ó pe
dun carballo queda imóvil,
coa vista
levantada hacia o infinito.
(F. N. 279)
Veamos ahora la
espera de los emigrantes, las risas, los juramentos, las blasfemias
que intentan enmascarar la angustia que se escapa en sus suspiros.
El murallón «do
Parrote» del puerto de La Coruña es el
escenario de esos momentos anteriores al embarque:
De humanos seres a
compauta línea
que brila ó
sol adiántase e retórcese,
mais preto e
lentamente as curvas sigue
do murallón
antigo do Parrote.
O corazón
apértase de angustia,
óiense
risas, xuramentos se oien,
i as blasfemias se
axuntan cos sospiros...
¿Ónde van eses
homes?
—263→
Rosalía
refleja también la figura del emigrante que parte contento y
esperanzado. Unas veces lo presenta como un ser fuerte y, en cierto
modo, amante de la aventura, que ve aspectos positivos en la
partida: como un modesto Ulises, el gallego de este poema piensa
que a quien no ve más que su tierra «la ignorancia lo
consume»:
¡Ánimo,
compañeiros!
Toda a terra
é dos homes.
Aquel que non veu
nunca máis que a propia
a iñorancia
o consome.
¡Ánimo! ¡A quen se muda
Diolo axuda!
¡I anque ora
vamos de Galicia lonxe,
verés
desque tornemos
o que medrano os
robres!
Mañán é o día
grande, ¡á mar, amigos!
¡Mañán, Dios nos
acoche!
(F. N. 280)
Otras veces, las
razones que les animan en su partida son distintas, y sus
sentimientos, más complejos: se marchan contentos como
criados que abandonan a un amo cruel; dejan una patria que les ha
negado hasta el pan, en busca de una tierra más
pródiga; su alegría nace del mucho sufrir:
Era la última noche,
las noches de las tristes
despedidas,
y apenas si una lágrima
empañaba
sus serenas pupilas.
Como el criado que deja
al amo que le hostiga,
arreglando su hatillo,
murmuraba
casi con la emoción de la
alegría:
-¡Llorar! ¿Por
qué? Fortuna es que podamos
abandonar nuestras humildes
tierras;
el duro pan que nos negó la
patria,
por más que los
extraños nos maltraten,
no ha de faltarnos en la patria
ajena.
(O. S. 344)
—264→
La esperanza de
tornar a la tierra es el sentimiento común a todos los que
parten y lo que, de una u otra forma, les da ánimos para
lanzarse a atravesar el Océano. Pero lo cierto es que muchos
no vuelven; la muerte o los azares de la vida les retienen para
siempre en el país lejano. Rosalía se lamenta de la
ausencia de los que definitivamente abandonan Galicia, de los que
no quieren volver:
Bien sabe Dios
que siempre me arrancan tristes lágrimas
aquellos que nos dejan;
pero aún más me
lastiman y me llenan de luto
los que a volver se niegan.
[...]
Tornó la
golondrina al viejo nido,
y al ver los muros y el hogar
desierto,
preguntóle a la brisa:
«¿Es que se han muerto?»
Y ella, en silencio,
respondió: «¡Se han ido
como el barco perdido
que para siempre ha abandonado el
puerto!»
(O. S. 345-6)
Un ejemplo de esos
emigrados que se niega a volver: Antón de Riaño. Se
ha hecho su vida en el exilio, tiene mujer, pero no ataduras
familiares, está acostumbrado a la libertad y no quiere
renunciar a ella. Antón de Riaño volverá,
cuando sea viejo y ya no pueda disfrutar de la vida, a recibir los
cuidados de los que quedaron esperándole («Eu volvo para a terra»,
F.
N. 299).
La voz de
Rosalía alcanza sus tonos más emocionados al hablar
de las mujeres de los emigrantes. Las hemos visto aparecer en
muchos de los poemas citados. Veamos ahora algunos en los que la
viuda dos
vivos es la protagonista.
En Cantares
gallegos encontramos un hermoso poema en que una mujer lamenta
la ausencia del amado en tono muy similar al de las cantigas de
amigo. El río es testigo de —265→
las penas de amor y confidente de ellas («Pasa
río, pasa río», C. G. 82).
En Follas novas se encuentra uno
de los más logrados poemas de Rosalía sobre la mujer
del emigrante. En él vemos un retrato de esta mujer fuerte
que realiza sola las más duras tareas: siembra el campo,
recoge leña en el monte, lleva la hierba y el agua... La
rudeza de los trabajos contrasta con la ternura y delicadeza que
reflejan sus palabras:
Tecín soia
a miña tea,
sembréi
soia o meu nabal,
soia vou por
leña ó monte,
soia a vexo arder
no lar.
Nin na fonte nin
no prado,
así morra
coa carrax,
él non ha
de virme a erguer,
él xa non
me pousará.
¡Qué
tristeza! O vento soa,
canta o grilo
ó seu compás...;
ferve o pote...,
mais, meu caldo,
soíña te hei de
cear.
Cala, rula; os
teus arrulos
ganas de morrer me
dan;
cala, grilo, que
si cantas,
sinto negras
soidás.
O meu
homiño perdéuse,
ninguén
sabe en ónde vai...
Anduriña
que pasache
con él as
ondas do mar;
anduriña,
voa, voa,
ven e dime en
ónde está.
(F. N. 287)
El final recuerda,
como el poema citado anteriormente, las cantigas de amigo
medievales, pero al carácter intensamente lírico de
éstas se han añadido notas de realismo que
—266→
vinculan el poema a una estructura social muy determinada.
Los trabajos enumerados en el poema sólo en Galicia son
realizados por mujeres, y no sólo en ausencia de los
hombres, sino en su compañía. Fijémonos en que
ella dice que, aunque muera bajo el peso de la carga,
él no ha de ir a ayudarla a erguer y a pousar. En Galicia, las
mujeres campesinas transportan, apoyándolos en los hombros o
sobre la cabeza, grandes pesos (haces de hierba, cestas y
cántaros...) que otra persona tiene que ayudarles a subir y
bajar.
Junto a las notas
realistas encontramos en el poema una intensa vivencia de la
soledad -obsérvese la reiteración expresiva de la
palabra soia-,
sentimiento que, posiblemente, rezuma de la propia Rosalía,
pero que es también una característica galaica (la
saudade es rasgo típico de su literatura). E, informando,
envolviendo al poema en una atmósfera especial, encontramos
como rasgo esencial la ternura; ternura disimulada bajo capa de
aspereza en los primeros versos, que pintan a una mujer solitaria
entregada a rudas tareas, y que se manifiesta por primera vez en
esa reiteración expresiva de la palabra él:
«él non ha de
virme a erguer, él xa non me
pousará», y en ese adverbio
xa, evocador
de tiempos pasados. A partir de ese momento, la afectividad se
desborda y se manifiesta en la proliferación de posesivos y
diminutivos: «Ferve o pote,
mais meu caldo,
soíña te hei de
cear», «o meu
homiño perdéuse»;
perfectos ejemplos estos del carácter afectivo y no
cuantitativo de los diminutivos, tal como demostró Amado
Alonso49.
Por su realismo,
su saudade y su ternura, el poema constituye un hermoso canto a la
personalidad de la campesina gallega.
—267→
Pueden verse, a
través de este fresco de la emigración, mujeres que
suspiran por la vuelta del esposo, mujeres esperanzadas, mujeres
abandonadas, mujeres que trabajan y lloran, mujeres que, vencidas
de nostalgia, parten a reunirse o a morir con el hombre. Veamos,
por último, el grito amargo, hecho de rebeldía y
dolor, de la mujer que muere de soledad y deja morir lo
único que conserva del ausente:
Non
coidaréi xa os rosales
que teño
seus, nin os pombos;
que sequen, como
eu me seco,
que morran, como
eu me morro.
(F. N. 289)
Es admirable la
fuerza de este poema tan breve. Nada sabemos de esa mujer, nada se
nos dice de su historia, ni de sus sentimientos. No llora, no se
lamenta. «La tristeza seca el alma y
los ojos además», dice Rosalía en otra
ocasión. Esta mujer tiene el alma seca; su dolor se ha hecho
amargura y casi rencor; «dudo si el
rencor adusto vive unido al amor en mi pecho», nos
dirá Rosalía de sí misma. Admirable
concentración la de esos cuatro versos, admirable la
potencia expresiva de ese gesto: dejar secar los rosales, dejar
morir los palomos del hombre a quien se ama.
Aunque
Rosalía no vuelve a escribir en gallego a partir de
Follas novas,
aunque no volviera a tratar el tema social -que sí lo
trató-, bastaría esa espléndida pintura de los
emigrantes para saldar la deuda que, como poeta, tenía con
su patria.