[ LVIII ]
|
| Dicen que no hablan las plantas, ni
las fuentes, ni los pájaros, | | | | ni el onda con sus rumores, ni con su brillo los astros:
| | | | lo dicen, pero no es cierto, pues siempre cuando yo paso
| | | | de mí murmuran y exclaman: | | | | -Ahí
va la loca, soñando | | | | con la eterna primavera de la
vida y de los campos, |
5 | | | y ya bien pronto, bien pronto,
tendrá los cabellos canos, | | | | y ve temblando, aterida,
que cubre la escarcha el prado. | | |
|
| -Hay
canas en mi cabeza, hay en los prados escarcha; | | | | mas yo
prosigo soñando, pobre, incurable sonámbula,
| | | | con la eterna primavera de la vida que se apaga |
10 | | | y
la perenne frescura de los campos y las almas, | | | | aunque los
unos se agostan y aunque las otras se abrasan. | | |
|
| Astros
y fuentes y flores, no murmuréis de mis sueños;
| | | | sin ellos, ¿cómo admiraros, ni cómo vivir
sin ellos? | | |
|
[ LXIII ]
|
I |
| Los que a través de sus lágrimas,
| | | | sin esfuerzo ni violencia, | | | | abren paso en el alma afligida
| | | | al nuevo placer que llega; | | |
|
| los que tras de las fatigas |
5 | | | de una
existencia azarosa, | | | | al dar término al rudo combate
| | | | cogen larga cosecha de gloria; | | |
|
| y,
en fin, todos los dichosos, | | | | cuyo reino es de este mundo,
|
10 | | | y dudando o creyendo en el otro | | | | de la tierra se llevan
los frutos; | | |
|
| ¡con qué tedio
oyen el grito | | | | del que en vano ha querido y no pudo | | | | arrojar
de sus hombros la carga |
15 | | | pesada del infortunio! | | |
|
| -Cada cual en silencio devore | | | | sus penas
y sus afanes | | | | -dicen-, que es de animosos y fuertes | | | | el
callar, y es la queja cobarde. |
20 | |
|
| No
el lúgubre vaticinio | | | | que el espíritu turba
y sorprende, | | | | ni el inútil y eterno lamento | | | | importuno
en los aires resuene. | | |
|
| ¡Poeta!,
en fáciles versos, |
25 | | | y con estro que alienta los
ánimos, | | | | ven a hablarnos de esperanzas, | | | | pero
no de desengaños. | | |
|
|
II |
| ¡Atrás,
pues, mi dolor vano con sus acerbos gemidos | | | | que en la inmensidad
se pierden, como los sordos bramidos |
30 | | | del mar en las
soledades que el líquido amargo llena! | | | | ¡Atrás!,
y que el denso velo de los inútiles lutos, | | | | rasgándose,
libre paso deje al triunfo de los Brutos, | | | | que asesinados
los Césares, ya ni dan premio ni pena... | | |
|
|
Pordiosero vergonzante que en cada rincón
desierto |
35 | | | tendiendo la enjuta mano detiene su paso incierto
| | | | para entonar la salmodia que nadie escucha ni entiende,
| | | | me pareces, dolor mío, de quien reniego en buen
hora. | | | | ¡Huye, pues, del alma enferma! Y tú, nueva
y blanca aurora, | | | | toda de promesas harta, sobre mí
tus rayos tiende. |
40 | |
|
|
III |
| ¡Pensamientos
de alas negras!, huid, huid azorados, | | | | como bandada de cuervos
por la tormenta acosados, | | | | o como abejas salvajes en quien
el fuego hizo presa; | | | | dejad que amanezca el día de
resplandores benditos | | | | en cuya luz se presienten los placeres
infinitos... |
45 | | | ¡y huid con vuestra perenne sombra que
en el alma pesa! | | |
|
| ¡Pensamientos
de alas blancas!, ni gimamos ni roguemos | | | | como un tiempo,
y en los mundos luminosos penetremos | | | | en donde nunca resuena
la débil voz del caído, | | | | en donde el dorado
sueño para en realidad segura, |
50 | | | y de la humana
flaqueza sobre la inmensa amargura | | | | y sobre el amor que
mata, sus alas tiende el olvido. | | |
|
| Ni
el recuerdo que atormenta con horrible pesadilla, | | | | ni la
pobreza que abate, ni la miseria que humilla, | | | | ni de la
injusticia el látigo, que al herir mancha y condena,
|
55 | | | ni la envidia y la calumnia más que el fuego
asoladoras | | | | existen para el que siente que se deslizan sus
horas | | | | del contento y la abundancia por la corriente serena.
| | |
|
| Allí, donde nunca el llanto
los párpados enrojece, | | | | donde por dicha se ignora
que la humanidad padece |
60 | | | y que hay seres que codician
lo que harto el perro desdeña; | | | | allí, buscando
un asilo, mis pensamientos dichosos | | | | a todo pesar ajenos,
lejos de los tenebrosos | | | | antros del dolor, cantemos a la
esperanza risueña. | | |
|
| Frescas
voces juveniles, armoniosos instrumentos, |
65 | | | ¡venid!, que
a vuestros acordes yo quiero unir mis acentos | | | | vigorosos,
y el espacio llenar de animadas notas, | | | | y entre estatuas
y entre flores, entrelazadas las manos, | | | | danzar en honor
de todos los venturosos humanos | | | | del presente, del futuro
y las edades remotas. |
70 | |
|
|
IV |
| Y
mi voz, entre el concierto de las graves sinfonías,
| | | | de las risas lisonjeras y las locas alegrías, | | | |
se alzó robusta y sonora con la inspiración
ardiente | | | | que enciende en el alma altiva del entusiasmo
la llama, | | | | y hace creer al que espera y hace esperar al
que ama |
75 | | | que hay un cielo en donde vive el amor eternamente.
| | |
|
| Del labio amargado un día
por lo acerbo de los males, | | | | como de fuente abundosa fluyó
la miel a raudales, | | | | vertiéndose en copas de oro
que mi mano orló de rosas, | | | | y bajo de los espléndidos
y ricos artesonados, |
80 | | | en los palacios inmensos y los
salones dorados, | | | | fui como flor en quien beben perfumes
las mariposas. | | |
|
| Los aplausos resonaban
con estruendo en torno mío, | | | | como el vendaval resuena
cuando se desborda el río | | | | por la lóbrega
encañada que adusto el pinar sombrea; |
85 | | | genio supremo
y sublime del porvenir me aclamaron, | | | | y trofeos y coronas
a mis plantas arrojaron, | | | | como a los pies del guerrero vencedor
en la pelea. | | |
|
|
V |
| Mas un día,
de aquel bello y encantado paraíso | | | | donde con tantas
victorias la suerte brindarme quiso, |
90 | | | volví al
mundo desolado de mis antiguos amores, | | | | cual mendigo que
a su albergue torna de riquezas lleno; | | | | pero al verme los
que ausente me lloraron, de su seno | | | | me rechazaron cual
suele rechazarse a los traidores. | | |
|
| Y
con agudos silbidos y entre sonrisas burlonas, |
95 | | | renegaron
de mi numen y pisaron mis coronas, | | | | de sus iras envolviéndome
en la furiosa tormenta; | | | | y sombrío y cabizbajo como
Caín el maldito, | | | | el execrable anatema llevando en
la frente escrito, | | | | refugio busqué en la sombra para
devorar mi afrenta. |
100 | |
|
|
VI |
| No
hay mancha que siempre dure, ni culpa que perdonada | | | | deje
de ser, si con llanto de contrición fue regada; | | | |
así, cuando de la mía se borró el rastro
infamante, | | | | como en el cielo se borra el de la estrella
que pasa, | | | | pasé yo entre los mortales como el pie
sobre la brasa, |
105 | | | sin volver atrás los ojos ni
mirar hacia adelante. | | |
|
| Y a mi corazón
le dije: «Si no es vano tu ardimiento | | | | y en ti el manantial
rebosa del amor y el sentimiento, | | | | fuentes en donde el poeta
apaga su sed divina, | | | | sé tú mi musa, y cantemos
sin preguntarle a las gentes |
110 | | | si aman las alegres trovas
o los suspiros dolientes, | | | | si gustan del sol que nace o
buscan al que declina.» | | |
|
|
[ LXVI ]
|
| Brillaban en la altura cual moribundas
chispas, | | | | las pálidas
estrellas, | | | | y abajo... muy abajo, en la callada selva, | | | | sentíanse en las hojas próximas a secarse,
| | | | y en las marchitas hierbas, |
5 | | | algo como estallidos de
arterias que se rompen | | | | y huesos que se quiebran. | | | | ¡Qué
cosas tan extrañas finge una mente enferma! | | |
|
| Tan honda era la noche, | | | | la oscuridad
tan densa, |
10 | | | que ciega la pupila | | | | si se fijaba en ella,
| | | | creía ver brillando entre la espesa sombra | | | | como
en la inmensa altura las pálidas estrellas. | | | | ¡Qué
cosas tan extrañas se ven en las tinieblas! |
15 | |
|
| En su ilusión, creyóse por
el vacío envuelto, | | | | y en él queriendo hundirse
| | | | y girar con los astros por el celeste piélago, | | | | fue a estrellarse en las rocas, que la noche ocultaba | | | |
bajo su manto espeso. |
20 | |
|
[ LXX ]
|
A la luna
|
I |
| ¡Con qué pura y serena transparencia | | | | brilla esta noche la
luna! | | | | A imagen de la cándida inocencia, | | | | no tiene
mancha ninguna. | | |
|
| De su pálido
rayo la luz pura |
5 | | | como lluvia de oro cae | | | | sobre las
largas cintas de verdura | | | | que la brisa lleva y trae. | | |
|
| Y el mármol de las tumbas ilumina
| | | | con melancólica lumbre, |
10 | | | y las corrientes de
agua cristalina | | | | que bajan de la alta cumbre. | | |
|
|
La lejana llanura, las praderas, | | | | el
mar de espuma cubierto | | | | donde nacen las ondas plañideras,
|
15 | | | el blanco arenal desierto, | | |
|
| la
iglesia, el campanario, el viejo muro, | | | | la ría en
su curso varia, | | | | todo lo ves desde tu cenit puro, | | | | casta
virgen solitaria. |
20 | |
|
|
II |
| Todo
lo ves, y todos los mortales, | | | | cuantos en el mundo habitan,
| | | | en busca del alivio de sus males, | | | | tu blanca luz solicitan.
| | |
|
| Unos para consuelo de dolores,
|
25 | | | otros tras de ensueños de oro | | | | que con vagos
y tibios resplandores | | | | vierte tu rayo incoloro. | | |
|
| Y otros, en fin, para gustar contigo | | | | esas venturas robadas |
30 | | | que huyen del sol, acusador
testigo, | | | | pero no de tus miradas. | | |
|
|
III |
| Y
yo, celosa como me dio el cielo | | | | y mi destino inconstante,
| | | | correr quisiera un misterioso velo |
35 | | | sobre tu casto
semblante. | | |
|
| Y piensa mi exaltada
fantasía | | | | que sólo yo te contemplo, | | | | y como
que es hermosa en demasía | | | | te doy mi patria por
templo. |
40 | |
|
| Pues digo con orgullo
que en la esfera | | | | jamás brilló luz alguna
| | | | que en su claro fulgor se pareciera | | | | a nuestra cándida
luna. | | |
|
| Mas ¡qué delirio
y qué ilusión tan vana |
45 | | | esta que llena
mi mente! | | | | De altísimas regiones soberana | | | | nos
miras indiferente. | | |
|
| Y sigues en
silencio tu camino | | | | siempre impasible y serena, |
50 | | | dejándome
sujeta a mi destino | | | | como el preso a su cadena. | | |
|
| Y a alumbrar vas un suelo más dichoso
| | | | que nuestro encantado suelo, | | | | aunque no más fecundo
y más hermoso, |
55 | | | pues no le hay bajo del cielo.
| | |
|
| No hizo Dios cual mi patria otra
tan bella | | | | en luz, perfume y frescura, | | | | sólo que
le dio en cambio mala estrella, | | | | dote de toda hermosura.
|
60 | |
|
|
IV |
| Dígote, pues, adiós,
tú, cuanto amada, | | | | indiferente y esquiva; | | | | ¿qué
eres al fin, ¡oh, hermosa!, comparada | | | | al que es llama
ardiente y viva? | | |
|
| Adiós...
adiós, y quiera la fortuna, |
65 | | | descolorida doncella,
| | | | que tierra tan feliz no halles ninguna | | | | como mi Galicia
bella. | | |
|
| Y que al tornar viajera
sin reposo | | | | de nuevo a nuestras regiones, |
70 | | | en donde
un tiempo el celta vigoroso | | | | te envió sus oraciones,
| | |
|
| en vez de lutos como un tiempo,
veas | | | | la abundancia en sus hogares, | | | | y que en ciudades,
villas y en aldeas |
75 | | | han vuelto los ausentes a sus lares.
| | |
|
|
[ LXXII ]
|
| Con ese orgullo de la honrada y triste | | | | miseria resignada a sus tormentos, | | | | la virgen pobre su
canción entona | | | | en el mísero y lóbrego
aposento, | | | | y allí otra voz murmura al mismo tiempo:
|
5 | |
|
| «Entre plumas y rosas descansemos,
| | | | que hallo mejor anticipar los goces | | | | de la gloria en la
tierra, y que impaciente | | | |
por mí aguarde el infierno; | | | | el infierno a quien
vence el que ha pecado |
10 | | | con su arrepentimiento. | | | | ¡Bien
hayas tú, la que el placer apuras; | | | | y tú,
pobre y ascética, mal hayas! | | | | La vida es breve, el
porvenir oscuro, | | | | cierta la muerte, y venturosa aquella
|
15 | | | que en vez de sueños realidades ama.» | | |
|
| Ella, triste, de súbito suspira
| | | | interrumpiendo su cantar, y bañan, | | | | frías
y silenciosas, | | | | su semblante las lágrimas. |
20 | |
|
| ¿Quién levantó tal tempestad
de llanto | | | | en aquella alma blanca y sin rencores | | | | que aceptaba
serena su desdicha, | | | | con fe esperando en los celestes dones?
| | | | ¡Quién! El perenne instigador oculto |
25 | | | de la
insidiosa duda; el monstruo informe | | | | que ya es la fiebre
del carnal deseo, | | | | ya el montón de oro que al brillar
corrompe, | | | | ya de amor puro la fingida imagen: | | | | otra vez
el de siempre... ¡Mefistófeles! |
30 | | | Que
aunque hoy así no se le llame, acaso | | | | proseguirá
sin nombre la batalla, | | | | porque mudan los nombres, mas las
cosas | | | | eternas, ni se mudan ni se cambian. | | |
|
[ LXXVI ]
|
|
La palabra y la idea... Hay un abismo | | |
| entre ambas cosas, orador sublime. | | |
| Si es que supiste amar,
di: cuando amaste, | | |
| ¿no es verdad, no es verdad que enmudeciste?
| | |
| Cuando has aborrecido, ¿no has guardado
|
5 | |
| silencioso la hiel de tus rencores | | |
| en lo más
hondo y escondido y negro | | |
| que hallar puede en sí
un hombre? | | |
| Un
beso, una mirada, | | |
| suavísimo lenguaje de los cielos;
|
10 | |
| un puñal afilado, un golpe aleve, | | |
| expresivo
lenguaje del infierno. | | |
| Mas la palabra en vano | | |
| cuando
el odio o el amor llenan la vida, | | |
| al convulsivo labio balbuciente
|
15 | |
| se agolpa y precipita. | | |
| ¡Qué
ha de decir! Desventurada y muda, | | |
| de tan hondos, tan íntimos
secretos, | | |
| la lengua humana, torpe, no traduce | | |
| el velado
misterio. |
20 | |
| Palpita el corazón
enfermo y triste, | | |
| languidece el espíritu, he aquí
todo; | | |
| después se rompe el frágil | | |
| vaso,
y la esencia elévase a lo ignoto. | | |
[ LXXVIII ]
|
| A sus plantas se agitan los hombres, | | | | como el salvaje hormiguero
| | | | en cualquier rincón oculto | | | | de un camino olvidado
y desierto. | | | | ¡Cuál le irritan sus gritos de júbilo,
|
5 | | | sus risas y sus acentos, | | | | gratos como la esperanza,
| | | | como la dicha soberbios! | | |
|
| Todos
alegres se miran, | | | | se tropiezan, y en revuelto |
10 | | | torbellino
van y vienen | | | | a la luz de un sol espléndido, | | | |
del cual tiene que ocultarse, | | | | roto, miserable, hambriento.
| | |
|
| ¡Ah!, si él fuera la nube
plomiza |
15 | | | que lleva el rayo en su seno, | | | | apagara la
antorcha celeste | | | | con sus enlutados velos, | | | | y llenara
de sombras el mundo | | | | cual lo están sus pensamientos.
|
20 | |
|
[ LXXIX ]
|
| Era en abril, y de la nieve al peso | | |
| aún se doblaron los morados lirios; | | |
| era en diciembre,
y se agostó la hierba | | |
| al sol, como se agosta en
el estío. | | |
| En verano o en invierno,
no lo dudes, |
5 | |
| adulto,
anciano o niño, | | |
| y hierba y flor, son víctimas
eternas | | |
| de las amargas burlas del destino. | | |
| Sucumbe
el joven, y encorvado, enfermo, | | |
| sobrevive el anciano; muere
el rico |
10 | |
| que ama la vida, y el mendigo hambriento | | |
| que
ama la muerte es como eterno vivo. | | |
[ LXXX ]
|
| Prodigando
sonrisas | | |
| que
aplausos demandaban, | | |
| apareció en la escena, alta
la frente, | | |
| soberbia
la mirada, | | |
| y sin ver ni pensar más que en sí
misma, |
5 | |
| entre la turba aduladora y mansa | | |
| que la aclamaba
sol del universo, | | |
| como noche de horror pudo aclamarla,
| | |
| pasó a mi lado y arrollarme quiso | | |
| con su triunfal
carroza de oro y nácar. |
10 | |
| Yo me aparté,
y fijando mis pupilas | | |
| en
las suyas airadas: | | |
| -¡Es la inmodestia! -al conocerla dije,
| | |
| y sin enojo la volví la espalda. | | |
| Mas
tú cree y espera, ¡alma dichosa!, |
15 | |
| que
al cabo ese es el sino | | |
| feliz de los que elige el desengaño
| | |
| para llevar la palma del martirio. | | |
[ LXXXI ]
|
Las campanas
|
| Yo las amo, yo las oigo | | | | cual oigo el rumor del viento, | | | | el murmurar de la fuente
| | | | o el balido del cordero. | | |
|
| Como
los pájaros, ellas, |
5 | | | tan pronto asoma en los cielos
| | | | el primer rayo del alba, | | | | le saludan con sus ecos. | | |
|
| Y en sus notas, que van repitiéndose
| | | | por los llanos y los cerros, |
10 | | | hay algo de candoroso,
| | | | de apacible y de halagüeño. | | |
|
| Si
por siempre enmudecieran, | | | | ¡qué tristeza en el aire
y el cielo!, | | | | ¡qué silencio en las iglesias!,
|
15 | | | ¡qué extrañeza entre los muertos! | | |
|
[ XC ]
|
| Sintiéndose acabar con el estío
| | |
| la
desahuciada enferma, | | |
| -¡Moriré
en el otoño! | | |
| -pensó entre melancólica
y contenta-, | | |
| y sentiré rodar sobre mi tumba |
5 | |
| las
hojas también muertas. | | |
| Mas...
ni aun la muerte complacerla quiso, | | |
| cruel
también con ella; | | |
| perdonóle la vida en el
invierno | | |
| y cuando todo renacía en la tierra |
10 | |
| la mató lentamente, entre los himnos | | |
| alegres de
la hermosa primavera. | | |
[ XCIII ]
|
| Al caer despeñado en la hondura | | | | desde
la alta cima, | | | | duras rocas quebraron sus huesos, | | | | hirieron
sus carnes agudas espinas, | | | | y el torrente de lecho sombrío,
|
5 | | | rasgando
sus linfas | | | | y entreabriendo los húmedos labios, | | | | vino a darle su beso de muerte | | | | cerrando en los suyos el
paso a la vida. | | |
|
| Despertáronle
luego, y temblando |
10 | | | de
angustia y de miedo, | | | | -¡Ah!, ¿por qué despertar?
-preguntóse | | | | después
de haber muerto. | | |
|
| Al
pie de su tumba | | | | con violados y ardientes reflejos, |
15 | | | flotando
en la niebla | | | | vio dos ojos brillantes de fuego | | | | que al
mirarle ahuyentaban el frío | | | | de la muerte templando
su seno. | | |
|
| Y del yermo sin fin de
su espíritu |
20 | | | ya vuelto a la vida, rompiéndose
el hielo, | | | | sintió al cabo brotar en el alma | | | | la
flor de la dicha, que engendra el deseo. | | | | Dios
no quiso que entrase infecunda | | | | en la fértil región
de los cielos; |
25 | | | piedad tuvo del ánimo triste | | | | que el germen guardaba de goces eternos. | | |
|
[ XCIV ]
|
| Desde los cuatro puntos cardinales | | | | de nuestro buen planeta
| | | | -joven, pese a sus múltiples arrugas-, | | | | miles
de inteligencias | | | | poderosas y activas |
5 | | | para ensanchar
los campos de la ciencia, | | | | tan vastos ya que la razón
se pierde | | | | en sus frondas inmensas, | | | | acuden a la cita
que el progreso | | | | les da desde su templo de cien puertas.
|
10 | |
|
| Obreros incansables, yo os
saludo, | | | | llena de asombro y de respeto llena, | | | | viendo cómo
la Fe que guió un día | | | | hacia el desierto al
santo anacoreta, | | | | hoy con la misma venda transparente
|
15 | | | hasta el umbral de lo imposible os lleva. | | | | ¡Esperad
y creed!, crea el que cree, | | | | y ama con doble ardor aquel
que espera. | | |
|
| Pero yo en el rincón
más escondido | | | | y también más hermoso
de la tierra, |
20 | | | sin esperar a Ulises, | | | | que el nuestro
ha naufragado en la tormenta, | | | | semejante a Penélope
| | | | tejo y destejo sin cesar mi tela, | | | | pensando que ésta
es del destino humano |
25 | | | la incansable tarea, | | | | y que
ahora subiendo, ahora bajando, | | | | unas veces con luz y otras
a ciegas, | | | | cumplimos nuestros días y llegamos | | | | más
tarde o más temprano a la ribera. |
30 | |
|
[ XCVI ]
|
| En incesante encarnizada lucha, | | |
| en pugilato eterno,
| | |
| unos tras otros al palenque vienen | | |
| para luchar, seguidos
del estruendo | | |
| de los aplausos prodigados siempre |
5 | |
| de
un modo igual a todos. | | |
| Todos
genios | | |
| sublimes e inmortales se proclaman | | |
| sin rubor;
mas bien pronto | | |
| al ruido de la efímera victoria
| | |
| se sucede el silencio |
10 | |
| sepulcral del olvido, y juntos
todos, | | |
| los grandes, los medianos, los pequeños,
| | |
| cual en tumba común, perdidos quedan | | |
| sin que nadie
se acuerde que existieron. | | |