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ArribaAbajoI. Trofeos de la reconquista de la ciudad de Buenos Aires en 1806

El libro de que, por mandato de nuestro digno director, voy ahora á dar cuenta, ofrecido á esta Real Academia por el correspondiente en Montevideo D. Matías Alonso Criado, se refiere á uno de los sucesos más gloriosos para las armas españolas en América.

Su titulo es el de Trofeos de la reconquista de la ciudad de Buenos Aires en el año 1806; consta de 78 páginas en 4.º mayor de impresión esmeradísima, y está adornado con el retrato del jefe de escuadra D. Santiago Liniers y siete láminas, también en colores, representando otras tantas banderas de las cogidas al ejército británico en la célebre jornada del 12 de Agosto del año anteriormente citado.

El motivo y el objeto del libro son los que sumariamente voy á exponer.

Un chileno, D. Santiago D. Lorca, dirigiéndose al Sermo. Señor duque de Cambridge, puso en 1882 á su disposición una que suponía ser de las banderas conquistadas al regimiento núm. 71 del ejército inglés en la citada expedición de Buenos Aires. Escribía el mencionado sujeto á S. A. R. que aquel glorioso trofeo había pertenecido á su familia desde su abuelo, el sargento mayor don Santiago Fernández de Lorca, jefe del contingente que fué de   —334→   Chile en auxilio de la hoy capital de la República Argentina. Y el municipio, sorprendido de una, en concepto de sus vocales, tan absurda noticia, dispuso en Agosto de aquel mismo año la visita á los templos en que aún debían conservarse las banderas conquistadas en tan memorable hazaña por las armas españolas, y una información legal y detenida que demostrase la existencia en ellos de todas, absolutamente todas, las de tal y tan gloriosa procedencia.

Se verificó la visita y en ella resultaron fundadas las esperanzas del municipio buenaerense, hallándose todas en los sitios mismos en que habían sido depositadas en 1806; cuatro en el convento de Santo Domingo, una en la iglesia metropolitana y dos que también se hizo constar continuaban expuestas en el convento de Predicadores de la ciudad de Córdova, donde, como en Buenos Aires, las había ofrecido el general Liniers á la imagen de Nuestra Señora del Rosario ó de las Victorias, de que era devotísimo.

La información fué encomendada á los señores brigadier general Mitre, doctores López, Lamas y Carranza y á D. Manuel R. Trelles, á quienes se pidió se sirvieran manifestar si el envío del contingente chileno tuvo lugar, á las órdenes de quién estuvo y cuál fué su rol (esta es la palabra que se usa) en el hecho de que se trata. De esa información resulta perfectamente probado que no hubo, ni pudo haber, tal contingente chileno en las jornadas de 1806, y que el papel que en una de ellas, precisamente la más triste, pudo representar D. Santiago Fernández de Lorca, fué de los menos airosos, no por falta de valor en aquel oficial, sino por las circunstancias en que le cupo exhibirlo.

Y voy á hacer la historia de los sucesos á que se refiere este informe, base que ha de ser para los razonamientos en que he de apoyar sus conclusiones.

La Academia sabe que el atentado de la armada inglesa contra cuatro de nuestras fragatas de guerra en Octubre de 1804, trajo una guerra que sólo tuvo fin al comenzar la de la Independencia, en que el Gobierno de la Gran Bretaña encontró el punto de apoyo, que con tanto afán buscaba, para derrocar al coloso, su mortal enemigo. En esa lucha, esencialmente marítima, de cuatro   —335→   años, hubo reveses y triunfos, todos, sin embargo, gloriosos para las armas españolas; que si en Trafalgar se hundió nuestro poderío naval, fué con honra que nunca podrán mancillar las diatribas injustas y apasionadas de M. Thiers y de algunos de sus compatriotas, interesados en sacar á salvo la de sus marinos en aquel funesto combate.

Nuestros triunfos fueron principalmente en América, contra cuyas provincias se dirigió con preferencia la acción rabiosa y pertinaz de los britanos, ocupando un lugar privilegiado en la historia patria de aquellos tiempos el repetido de Buenos Aires, del que puede decirse con un poeta:


   «Edad y sexo y dignidad y estado
compitiendo en valor, ¡cuánta proeza
y cuánto heróico sacrificio, digno
de noble canto y de memoria eterna
la suerte injusta, en lastimoso olvido,
con la atroz confusión sumido deja!...»



Porque, con efecto, «la cerrazón horrorosa que nublaba y estremecía el horizonte,» como ha dicho un historiador moderno; las innumerables desgracias que han pesado sobre nuestra afligida patria, aun compensadas con glorias que la harán para siempre respetable, y la modestia característica de los españoles, rayando en las fronteras de un abandono y humildad, ya punibles, han causado el olvido de victorias que debieran estar grabadas con rasgos indelebles en la memoria de cuantos han visto la luz primera en esta tierra clásica del valor y el desapropio.

Ahora, por fortana, el orgullo nacional de los argentinos trae hasta aquí el recuerdo de una hazaña de nuestros padres, y debemos agradecerlo como expresión de la comunidad de intereses históricos de raza en las regiones de ambos hemisferios á que dió sombra la gloriosa bandera española.

En Junio de 1806 se presentaban los ingleses en el Río de la Plata en número de unos 1600, dispuestos para un desembarco en la orilla derecha, pero esparciendo la voz, de todo punto inverosímil aun para los más miopes en achaques de mar, de conducir en su pequeña escuadra hasta 6.000 combatientes, prontos á   —336→   ocupar de grado ó fuerza la ciudad de Buenos Aires y el vireinato entero. Rechazados en un principio, valiéronse de aquel contratiempo como de un ataque falso; y al amanecer del día siguiente, 26 del mes citado, ocupaban la punta de los Quilmes, avanzando después al Riachuelo, distante de la ciudad cosa de una legua.

En Buenos Aires reinaba, como es de suponer, una confusión inmensa: el entusiasmo en pocos de sus habitantes, la desconfianza en los más, malamente apercibidos todos á un combate que la ausencia de las tropas regulares, enviadas á Montevideo donde se temía el mayor riesgo, y la falta de armas, hacían considerar como, si no de imposible, de muy difícil realización con fortuna. Así es, que los invasores, vadeando el Riachuelo sin oposición casi, y de ello me ocuparé más adelante, llegaron á la capital muy de mañana, en la del 27, y fueron ocupándola mientras se retiraba a Córdova la autoridad española con parte de la Audiencia y las fuerzas de su escolta.

Aunque aturdidos de tamaña afrenta, quedaron en Buenos Aires quienes, sin poder avenirse á sufrirla con resignación, procurarían vengarla: y fuera, sobre todo, militares y patriotas que no descansarían hasta arrancar del enemigo joya tan preciada como la reina de la Plata. Porque si el Ayuntamiento mostró un valor y un patriotismo que han formado su mayor gloria, el capitán de navío D. Santiago Liniers, introduciéndose furtivamente en Buenos Aires para, como suele decirse, tomar el pulso á la opinión, y el de fragata D. Juan Gutierrez de la Concha, ayudándole eficazmente con su escuadrilla á reunir gente en Montevideo, organizarla en La Colonia y tomar tierra en la banda opuesta del rio, lograron elevar el espíritu público á punto de que los vencidos, si es que hubo vencimiento, el 27 de Junio, consiguieran el 12 de Agosto uno de los triunfos más gloriosos alcanzados por la madre España.

Liniers y Concha fueron arrollando de puesto en puesto á las avanzadas inglesas y penetraron en la ciudad, á cuyo fuerte hubo de acogerse el general Beresford para, perdida una gran parte de la fuerza que mandaba, enarbolar en el muro la bandera de Castilla y entregar después su espada al segundo de aquellos valientes caudillos, hermanados en victoria tan esplendorosa como más   —337→   tarde en la catástrofe que puso fin á sus días y á la dominación española en aquellas florecientes regiones.

Beresford entregó, además de la espada, que después había de esgrimir con tanta gloria por la independencia de España que entonces combatía, sus soldados y cañones y las banderas, en fin, que son hoy el objeto de este escrito.

Un año después, y dueño de La Colonia y Montevideo, pasaba á la banda de Buenos Aires otro ejército inglés, compuesto, no ya de tan exigua fuerza como la de la primera expedición, sino de hasta 14.000 hombres puestos á las órdenes del general Sir John Whitelock. También llegaron á la derecha del Riachuelo en aquella ocasión los ingleses; y al observar ocupados el puente y las posiciones inmediatas, maniobraron para envolver la línea española, á cuyo frente estaba Liniers, elevado al cargo de virey por aclamación del pueblo entero á raíz de su anterior victoria. Y tan hábil y enérgicamente ejecutaron el paso del Riachuelo, que costó mucho á Liniers resistirlos la tarde de 3 de Julio en los Mataderos; logrando á duras penas ganar en las tinieblas de la noche la ciudad para disponerse á defenderla con mejor fortuna.

Aún tardaron los ingleses dos días en acometer la entrada de Buenos Aires, verificándolo por fin el 5 en varias columnas, todas acompañadas de abundante artillería con que barrer las calles, interceptadas por los españoles, y abrirse paso á los edificios más notables y robustos. La columna del brigadier Auchmuty atacó el Retiro que defendió Concha hasta perder más de la mitad de sus soldados, habérsele concluido las municiones y él mismo caer herido en lo más recio del combate, pero no sin causar al enemigo enormes bajas, dejar clavada la artillería que cubría tan importante posición y obligarle á gastar más de tres horas en su conquista. La columna Lumley penetró en el convento de Santa Catalina, pero sin lograr por eso desembarazar de enemigos las calles y casas inmediatas, donde quedó prisionero alguno de sus regimientos. El coronel Pack, jefe del 71.º y que, faltando á su palabra, se había fugado desde Lujan con el general Beresford y reunídose de nuevo al ejército, después de intentar la ocupación del Colegio de Jesuitas, se unió á Crawfurd en el convento de Santo Domingo, en cuya torre izó las banderas,   —338→   allí depositadas, de su regimiento, haciendo alarde de haberlas reconquistado; pero tanto él como su general hubieron de abandonar las alturas del templo y muy poco después entregarse á los españoles con toda la columna. Quedaba, pues, por segunda vez, prisionero de guerra. El general en jefe, por fin, se encontraba, es verdad, más desembarazado de enemigos, como la reserva en que iba; pero, según decía después en su parte, «metralla en las esquinas de todas las calles, fusilería, granadas de mano, ladrillos, losas y cantos de piedra tirados desde los tejados, y cuanto el furor y la defensa halló bueno para ofenderlos, otro tanto habían tenido que sufrir sus soldados allí donde se presentaban. Cada propietario con sus negros defendía su morada; las casas eran otras tantas fortalezas, y no hay exageración en afirmar que en Buenos Aires no había un solo hombre que no estuviese empleado en la defensa.»

Resultado: que en la mañana del día siguiente se encontraba el ejército inglés disminuído en más de 4.000 de sus soldados, muertos, heridos ó prisioneros, y se veía obligado á capitular abandonando las dos orillas del Plata y confesando, por el órgano de su general en jefe, que «Nunca la Gran Bretaña llegaría á ser dueña, de la América del Sur, cuyos habitantes la odiaban mortalmente.»

No; los de Buenos Aires demostraron en aquella ocasión, como en la de Maracaibo los de Venezuela, más que odio á Inglaterra, una gran lealtad á la metrópoli que les había dado nuevos y espléndidos hogares, religión, leyes y amparo, de que aquella, nuestra rival entónces, con sus artes como con sus armas, quería despojarlos, enfríando en los hijos el amor y la gratitud que debían á, la madre por tan preciosos beneficios.

Pasada la ligera revista en que acabo de presentar á la Academia los sucesos gloriosísimos á que dieron lugar las dos expediciones inglesas á Buenos Aires en 1806 y 1807, voy á concretarme á los particulares de la primera, y exponer mis ideas respecto á la legitimidad é importancia de la bandera que el Sr. Lorca ha ofrecido á S. A. R. el Duque de Cambridge y es objeto del libro á cuyo examen se dirige el presente informe.

Las tropas inglesas, puestas bajo la dirección del General Carr-Beresford para la conquista de Buenos Aires, pertenecían á   —339→   los dos batallones del regimiento núm. 71, al de Santa Elena y á tres compañías de infantería de Marina. Las demás constituían solo fracciones muy poco numerosas de artillería, así de tierra como de la Armada, y de ingenieros y 13 caballos, con más los de los jefes y Estado Mayor del ejército. El total de las fuerzas, según ya he indicado antes, ascendía á 1.641 hombres, los caballos ya designados, y ocho piezas de artillería. Las banderas eran: dos del 71.º, una del de Santa Elena y otra de los Royal Blues de la infantería de Marina. Pero como, en la confianza de la conquista, sería necesario enarbolar otras en el Cuartel General ó en edificios que se eligiesen para residencia de las nuevas autoridades, los ingleses llevaron dos banderas más de las llamadas de mar, esto es, de las que se ven izadas en los mástiles de los buques de guerra. Falta todavía una para completar el número de las existentes en Buenos Aires y Córdova como trofeos de la jornada gloriosa del 12 de Agosto de 1806; y esa resulta ser un guion, lo que nosotros llamamos un banderín, de los correspondientes á los batallones del 71.º, no teniéndose noticia de los tres restantes que aún llevaría aquel regimiento al combate. ¿Y los pertenecientes al regimiento de Santa Elena? ¿Y los de las compañías de infantería de Marina, si es que los usaban también por reglamento?

Porque en el de táctica de la infantería inglesa de aquel tiempo, los batallones ingleses, además de la bandera (colors), aparece que usaban dos guiones ó banderines (flags) para el servicio de guías generales con que señalar la posición de las distintas secciones en las maniobras del batallón. En los regimientos ingleses de línea deberían ser rojos los banderines, alguno de ellos por lo menos, puesto que en el reglamento citado se ordena, para la formación de revista, por ejemplo, la colocación de un banderín rojo (a red flag) delante del centro del batallón. En la infantería especial de una provincia ó reino, de los que forman la Unión, tendrían los banderines el color propio, y buena prueba de ello es que el del 71.º que se conserva en la catedral de Buenos Aires es del mismo color de ante de la bandera del segundo batallón y de los cabos del uniforme del regimiento, y lleva, como ellas, bordados el número y el cardo simbólico de Escocia.

Pero aún hay más: al decretarse en 1828 los trofeos que habrían   —340→   de servir de soportes al escudo de armas de los descendientes de Liniers, se dispuso lo fueran las cuatro banderas cogidas á los ingleses, «que son, dice aquella soberana disposición, dos del regimiento núm. 71, la del Tercio de Marina, que es un Jach (Flag querrá decir) en fondo rojo, y la de los Riffles (esto es, la del batallón de Santa Elena), colorada, con una calavera negra.» ¿Se quiere prueba más elocuente de que las banderas del 71.º cayeron en poder de las tropas reales, no en el de particular alguno? Y por cierto que, al hacerse distinción tan honorífica á la familia del egregio marino, se echaron al olvido las dos banderas de mar, enarboladas en los fuertes por el General Beresford y ofrecidas, como las otras cuatro, por Liniers en el altar de Nuestra Señora de las Victorias.

La diferencia que se hace notar en el libro de la Municipalidad de Buenos Aires de tener la bandera del primer batallón las iniciales del Soberano, no es privilegio del regimiento núm. 71.º á que me voy refiriendo, porque por eso las de los primeros batallones se llaman king's colors, y las de los segundos regimental colors, como en la misma epoca y mucho después teníamos los españoles en los primeros batallones la bandera llamada coronela, distinta de las de los otros, que se llamaban sencillas.

Han desaparecido, por lo tanto, tres banderines ó guiones de los del regimiento núm. 71.º, prisionero en Buenos Aires; y, como dice el doctor Carranza en la Información, podría ser uno de ellos el ofrecido por el Sr. Lorca al Príncipe Duque de Cambridge. Cómo pudo llegar á manos de su abuelo, parece inaveriguable si él no lo explica; y todo hace creer que se niega á ello, pues que deja sin contestación cuantas preguntas se le han dirigido sobre el particular.

Es, pues, necesario entregarse á conjeturas más ó menos fundadas, verosímiles siquiera, por los detalles que se encuentran en la memoria de los sucesos del día de la reconquista de Buenos Aires.

D. Santiago Fernández de Lorca se hallaba, con efecto, en la izquierda del Riachuelo y cubriendo con dos piezas de artillería el puente de Galvez. Esas dos piezas no serían de las enviadas por el virey á las órdenes del coronel de ingenieros Gianini;   —341→   pues que, lo mismo que fueron trasportadas desde Buenos Aires, podrían haber sido recogidas al ordenarse la retirada. Y como en la Información aparece que las dos piezas de Lorca fueron de él abandonadas por falta de atalaje, y su salvación se debió á haber sido arrastradas á brazo por los voluntarios refugiados en las zanjas próximas á la línea de combate, debe lógicamente deducirse que, ó no hay exactitud en el relato del teniente Lista, único que cita á Lorca, ó que éste mandaba otras piezas que las establecidas en el Puente de Galvez por disposición del virey, cuatro violentos, un obús y tres cañones de muy pequeño calibre.

Y pudo suceder así; porque ha de saber la Academia que, fuera de Buenos Aires y en poder de un particular, D. Ventura Marcó del Pont, se hallaban cuatro piezas de artillería del antiguo calibre de á ocho, que procedían de una embarcación propiedad de dicho señor, y que, por lo inacabable, sin duda, de la guerra marítima que España andaba sosteniendo con los ingleses, las habría desembarcado y puesto á buen recaudo en una quinta suya próxima al Riachuelo. Pero contra la suposición de que Lorca mandara dos de aquellas cuatro piezas está la circunstancia de no tener municiones para ellas ni artilleros con que manejarlas, por más que alguno haya declarado de oficio que se hallaban prontas de todo, mientras en la Información se dice que á las dos piezas de Lorca, que se añade eran de á cuatro, iba unido un carro de municiones. ¡Una de tantas dudas y contradicciones como se ofrecen al historiador en sus trabajos!

El Sr. Fernández Lorca no pudo tomar en el puente de Galvez ni en la defensa del paso del Riachuelo, la que su nieto dice ser una de las banderas del regimiento inglés núm. 71.º; porque en aquella línea, por más que en los primeros momentos estuvo guarnecida de las tropas y voluntarios que salieron de Buenos Aires al encuentro de los invasores, no hubo combate ni cosa que se le pareciese, si ha de darse fe á un sinnúmero de datos proporcionados y expuestos al público por algunos de los patriotas allí presentes. Cuando el 71.º perdió sus banderas, fué el día de la reconquista de Buenos Aires por los españoles, al entregar Beresford su espada en la fortaleza á que se habían acogido las   —342→   tropas británicas y tener lugar la capitulación. Bien pudo Lorca recoger algún banderín, también oculto por los escoceses del regimiento ó hallado entre los muertos en las calles, como lo hizo D. Juan Martín de Payredon, que luego presentó al cabildo de la ciudad el que se conserva en la catedral; pero, si ha de creerse así, es menester, de toda necesidad, una prueba terminante y la inspección personal del guión, bandera, ó lo que sea, entregado al Sermo. Sr. Duque de Cambridge. Esto en el caso de que el Sr. Fernández Lorca tomara parte en la acción gloriosa del 12 de Agosto, en cuyas relaciones no se le ve nunca citado.

Lo que es de todo punto inexacto, así por las demostraciones clarísimas perfectamente probadas en el libro objeto de este examen, como por presentarse á todas luces inverosímil, es que el Sr. Fernández Lorca se hallara en Buenos Aires el año de 1806 a la cabeza de un contingerite chileno, enviado en auxilio de aquel vireinato.

En los procedimientos seguidos en España para examinar la conducta del brigadier marqués de Sobremonte, virey de Buenos Aires en 1806, se encuentra la relación de varias comunicaciones, por él dirigidas, manifestando sus recelos de alguna expedición inglesa contra aquella colonia y pidiendo, esto reiteradamente y con urgencia, cuantos socorros y refuerzos de tropas se le pudieran enviar. Hay también noticia de órdenes dictadas á las distintas ciudades del vireinato para que se alistaran fuerzas de milicias y se fuesen acercando á la margen del Plata, cuyo seno era de suponer sería el objetivo de los ingleses; y principalmente desde que se divulgó por el mundo que salía de Inglaterra una escuadra con tropas de desembarco para la ocupación del cabo de Buena Esperanza, Sobremonte no descalisó en la tarea de dirigir reclamaciones al Gobierno de la metrópoli para que se diese verdadera importancia á sus anteriores despachos. Pero en la interminable lista de esos documentos no se halla recuerdo de uno solo que se refiera á Chile ni á la autoridad de región verdaderamente tan apartada, aun hallándose en el mismo continente y el paralelo mismo.

El argumento del Sr. Lamas en su informe, no tiene, además, contestación. Dice así: «Impreso está también el ofrecimiento de   —343→   los caciques araucanos Epuguer, Errepuento y Turuñanqun, capitanes principales de Pitulquen, Valdivia y Chile, en la costa del cabo de Hornos, á fines de Diciembre de 1806. Epuguer ofrecía, contra los colorados invasores de nuestras tierras, 2.862 de sus soldados, gente dura y bien armada de chuzo, espada, bolas y honda (solo faltaba la maza de Caupolican) con sus coletas de toro. Errepuento y Turuñanqun tenían los dos hasta 7.000 soldados, igualmente armados, y hacían igual ofrecimiento.» «¿Por qué, añade, se haría público este ofrecimiento y se ocultaría el contingente de la tropa hermana, cristiana y civilizada de Chile? ¿Cómo hacer esta ocultación, y una ocultación tan densa, que todavía existe para la posteridad?»

El socorro de Chile á que se refiere el Sr. Lorca no puede ser, de consiguiente, anterior á la primera invasión inglesa; que, de otro modo, constaría además en la relación de las fuerzas establecidas en Buenos Aires para la defensa. Tampoco fué posible en los cuarenta y cinco días que mediaron entre la pérdida de aquella ciudad y su reconquista; pues que no era dado en ese espacio recibir en Chile la triste noticia del triunfo de los ingleses y salvar después el destacamento ó socorro en cuestión las 300 leguas que hay de mar á mar en aquella latitud, por montes asperísimos, pampas inhabitadas, y en Julio y Agosto, es decir, en lo más crudo del invierno, por lo austral de aquel hemisferio. Si fué más tarde el socorro chileno y si consistió en personal ó material de guerra, no importa absolutamente nada para la cuestión que se debate en el libro de la municipalidad de Buenos Aires ni en el presente informe.

Resulta de todo lo expuesto, ya que trato de no distraer más la atención de esta Real Academia, que el paño entregado por el chileno D. Santiago de Lorca á S. A. R. el Duque de Cambridge no puedo ser ninguna de las banderas del regimiento inglés número 71.º, rendido el 12 de Agosto de 1806 en Buenos Aires, y que, contando con la buena fe, que á nadie puede negarse sin pruebas, lo más que cabe concederle es que corresponda á uno de los tres guiones del citado cuerpo, de que no hay noticia; que en la pérdida de aquella ciudad ni en su reconquista no existía para la defensa el socorro que se llama chileno á las órdenes de don   —344→   Santiago Fernández de Lorca, ni figuran tal destacamento ni su jefe en las relaciones del combate que produjo la capitulación del ejército británico; y por último, que los trofeos, gloriosísimos para España y el pueblo buenaerense, conquistados en tan buena y patriótica lid, se conservan al pie de los mismos altares en que fueron depositados como en reconocimiento por el favor del cielo en ocasión tan solemne.

Tiene, pues, el municipio de Buenos Aires razón más que sobrada para haber intentado la Información que entraña el libro de «Trofeos de la Reconquista» como la tienen generalmente los que la firman en sus asertos históricos y en sus consideraciones para, como buenos argentinos, impedir se propale por el mundo la voz de haber perdido ó no sabido conservar aquellos despojos del enemigo, conquistados tan bizarramente por sus padres ó abuelos.

Pero al dirigir este elogio á tan benemérito cuerpo y á sus colaboradores en la tarea de no dejarse arrebatar gloria alguna de las conquistadas en hazaña tan memorable como la de 1806, el que suscribe, como español, ante todo, y como historiador, aunque oscuro, de nuestras glorias modernas, tiene que, al reivindicar para la patria una parte, y muy principal, de aquellas jornadas memorables, protestar también de algún error histórico estampado en el libro á que se va refiriendo, y de apreciaciones que son a todas luces injustas.

Uno de los firmantes, por ejemplo, el Sr. Carranza, añade al dictado de invicta, que da á la ciudad de Tucuman, el que subraya además de Sepulcro de la tiranía. Y como ese título ofende naturalmente á toda conciencia española, pues que representa un revés de nuestras armas y la proclamación más tarde de la independencia de aquel país, necesitaría yo una longanimidad excesiva para no rechazarlo por arbitrario é injustificado.

Los que en 1810 levantaron el estandarte de la rebelión acusaban de revolucionarios, así los llamaban, á Liniers, al mismo que en el colmo de su entusiasmo habían aclamado virey, á pesar de las disposiciones con que el Gobierno de la metrópoli tenía regulada la sucesión del mando en las colonias: á Concha, á Rodríguez y los que con ellos fueron con la más inicua traición presos y   —345→   luego fusilados en la Cabeza de Tigre, de nombre tan horriblemente simbólico. Y no sólo de revolucionario, lo cual era honroso para él en boca de los insurgentes, sino que acusaron también á Liniers de arbitrario en el mando y de flojo en la defensa de los intereses hispano-americanos, ellos que, para resistir las órdenes del Gobierno español, obtuvieron la intervención, no hay que decir si interesada, de aquellos mismos ingleses, de cuyas garras los había tan gallardamente sacado el heróico marino.

Y ¡circunstancia que pone de manifiesto la benignidad con que trataba España á sus hijos de America! deferente el Gobierno á las reclamaciones, más que apasionados, de los de Buenos Aires, hacía proceder contra el marqués de Sobrenombre, á quien tuvo el tribunal competente que absolver, no una, sino dos veces, tal era la insistencia con que se le perseguía; y, lo que parece de todo punto inverosímil, llamaba á Cádiz al mismo Liniers en 1811 para que respondiese sin duda al cargo de haber perecido meses antes por la integridad y el honor de la patria.

Las recriminaciones entonces y los dicterios podían ser disculpables; pero en 1882, en asunto que tanto honor aporta á España como á Buenos Aires, y por los que se llaman Carranza, y Alvarez y Pérez, no deben pasar sin protesta en la cuna de sus gloriosos antepasados, conquistadores quizás de aquellas tierras, por cuya emancipación conspiraron después sus descendientes con fortuna tan negra para la patria, en cuyo nombre y para cuyo engrandecimiento habían ido aquellos á civilizarlas.

Por lo demás, el municipio de Buenos Aires ha dado a la publicidad información tan honrosa para sus administrados con todo el lujo que cabe allí donde el arte de imprimir se halla tan adelantado; y sólo son de lamentar en tan hermoso libro algunos errores en la nomenclatura de pueblos españoles y portugueses que en él se citan.

Al recordar, por ejemplo, la historia de los highlanders del 71.º, se dice asistieron á los encuentros sangrientos de Roleia y Vimiera en Portugal, y Fuentes de Honor en España, debiendo decir Rolica, Vimeiro y Fuentes de Oñoro. Se conoce que el autor de esa parte de la Información no tuvo a la vista para redactarla más que libros ingleses, lo cual no es extraño tratándose de los   —346→   hechos de un regimiento escocés, libros, sin embargo, que le hicieron cometer falta tan de lamentar en una obra escrita en castellano.

De todas maneras, el que suscribe no puede menos de felicitar al municipio de Buenos Aires por la tarea patriótica que se ha impuesto y la felicidad con que la ha ejecutado, y tiene el honor de proponer á esta Real Academia se sirva dar las gracias á su distinguido correspondiente D. Matías Alonso Criado por su atención al ofrecerle tan importante donativo como el del bellísimo libro de los «Trofeos de la reconquista de la ciudad de Buenos Aires en el año de 1806.»

JOSÉ GÓMEZ DE ARTECHE.

Madrid 31 de Octubre de 1884.