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ArribaAbajoEl biografismo y las biografías: aspectos y perspectivas389

Andrés Soria



Introducción

El caminar del siglo XX, precipitado en su último cuarto, al tiempo que invita a mirar atrás con relativa seguridad, permite ver los meandros de la corriente de los acontecimientos literarios en modo alguno rectilínea. Al contemplar ahora los de décadas pasadas, se observa cómo se han dejado en un recodo cierto tipo de discursos literarios que tuvieron en su día un extraordinario auge, sin ser acompañados de iguales signos de fertilidad y perduración.

Hay que acudir a imágenes biológicas -desde antiguo presentes a la hora de tratar de «géneros literarios»- para obtener un poco de luz en este proceso. Unos géneros irrumpen y decaen. Concretamente: ahí están las «novelas de guerra» o «pacifistas», escritas (salvo algún caso precursor como El Fuego, de Barbusse (1916), después de la contienda de 1914-18 por beligerantes y neutrales y brindadas a grandes masas de lectores, que las devoraban con la fruición de lo nuevo. Cabría haber supuesto, tras de 1945 (repetida la experiencia bélica por los mismos protagonistas y a mayor escala), otra explosión literaria semejante a la primera, abonada, además, por el precedente. Sin embargo, aunque se han escrito novelas de guerra, de esta guerra -algunas, muy buenas- no ha habido recurrencia. La falta de estos textos, su aparición esporádica es motivo suficiente para aislar la producción novelesca de la guerra anterior, dejándola al margen, recluida en un paréntesis temporal, con todas las consecuencias derivadas de su realidad, lo que en cierto modo refuerza la noción de los «géneros literarios».

Algo similar parece haber sucedido con la biografía novecentista. Quizá sea éste el momento de comprobar con más o menos solemnidad y exactitud su adscripción a unos tiempos determinados, es decir, proclamar su camino final hacia la vitrina museal de las creaciones típicas del siglo y, por ello, aprovechar la ocasión y describirla como fenómeno. Detectar su punto de eclosión -precedido de una gestación latente-, su difusión, apogeo y, por último, su ocaso. Lo que no significa que no se sigan componiendo biografías, pero, como se verá, están más allá del área de lo que llamaríamos manifestación general del discurso biográfico.

La consideración de la biografía como «nueva biografía» plantea una compacta problemática. Aunque el hecho más llamativo, por ahora, sea el dejar de   —174→   ser ya ese producto que repetiría las características que habían circuido convencionalmente el «género» -prolongándolo- y haber dado paso a otros especímenes, hay preguntas que importa sean respondidas. Porque se trata de algo que posee una sustentación permanente y se concibe a priori inalterable (e «inagotable»). Y, sin embargo, es posible que el biografismo (necesidad, gusto por conocer acerca de las vidas humanas, de una vida singular) esté en trance de ser apartado a un lado por la presión (creciente, real y absolutamente comprobable) del vivir colectivo, del vivir sumergido en la cada vez más extensa y densa muchedumbre humana. En este caso, el problema inicial sería único y absorbente y, como tantos otros, después de haber sido vislumbrado por el genio de aislados precursores, llegaría ahora a la disección teórica y al laboratorio sistemático. La presencia de la masa, de las masas, borrando éste, al parecer instintivo descollar de la «personalidad», de la «individualidad» que a nuestros ojos todavía puede pintar la imagen de una lucha extrema (el hombre, resistiendo la presión o la vorágine de la masa para no ser tragado, despersonalizado y multiplicado), bien podría surgir dentro de un tiempo como aplastante verdad efectual y universal, como la inquinación total del planeta o la disminución de las aguas dulces.

Pero de tal escena apocalíptica -tan próxima y posible que alivia la sombra de su propio terror- no podemos decir nada. Hemos de limitarnos a registrar los testimonios literarios, en este caso el hecho (en realidad, sin demasiada trascendencia) de la falta de interés por las biografías, en contraste con lo sucedido hace unos años y que tal vez sea sintomático de todo eso que hemos apuntado. El primer punto -capital- es averiguar, hasta donde sea, las causas de este decaimiento del biografismo en la actualidad y cuáles han sido las circunstancias que lo han motivado. Si por la escena histórica continúan desfilando hombres y mujeres sobresalientes, la ausencia o mengua del biografismo obedecerá al gusto y apetencia de los públicos. Habrá que indagar por los motivos temporales que condujeron al biografismo y de qué modo coincidió con las expectativas de los públicos. Preguntas que así formuladas difícilmente obtendrán respuesta, a no ser que nos aproximemos a la convergencia de motivaciones urdidoras de la compleja trama de las nuevas biografías.

Un aliciente para considerar el desarrollo de los hechos es el breve reinado de la biografía novecentista e, igualmente, su encaje en el proceso secular. Su auge vendría a coincidir con el de la «novela de guerra» a que aludíamos, es decir, plenamente en el «periodo de entreguerras». Además, sería partícipe de una modalidad y moda literaria, con su correspondiente duración, lo que justificaría su desfase actual y su reclusión en determinadas fechas, etc.390.

Antes de continuar es preciso puntualizar más algunos puntos de vista. El presente trabajo apunta a eludir toda presentación diacrónica del biografismo, por varias razones. Entre ellas, una de tipo práctico, por tratarse de algo conocido y fácilmente documentable. Sin embargo, no se obtendrá un completo cuadro sincrónico, aunque se pretenda establecer una tipología, cerrando así los contornos de un «género literario». Tomadas en conjunto, estas biografías del siglo XX pueden mostrar las notas distintivas del género, cuya nitidez se pierde y confunde con otros contiguos en un momento específico.



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I. Rasgos teóricos

Es una suerte poseer en español uno de los más sagaces y profundos análisis de la biografía y el moderno biografismo, obra del pensado argentino José Luis Romero. En un ensayo, publicado en 1945391, en el capítulo intitulado «La biografía como tipo historiográfico», formula casi todas las cuestiones en torno al problema.

El autor de biografías, tiene un trazo más ágil y vivaz que el mero historiador y, sobre todo, está menos deformado por las abstracciones conceptuales de toda gran historia.

Pero la biografía no es una forma historiográfica popular y subsidiaria. Hay un matiz de diferencia, pero no de superior a inferior. (Plutarco ya pensaba que la biografía era «más literaria y moral» que la historia.) J. L. Romero distingue tres tipos historiográficos. La historia de los que historian una comunidad cualquiera (Heródoto, G. Villani, J. Michelet), la de aquéllos que historian la totalidad (Polibio, Voltaire) y, por último, los que acotan históricamente al individuo (los biógrafos). Romero apunta, a continuación, a uno de los más importantes aspectos del problema: la biografía está más próxima al gran público, a los lectores no especializados. Y ello porque sólo una minoría se interesa por el proceso erudito de la búsqueda. El lector medio -puntualizará en el otro ensayo- manteniendo su antigua predilección por la historia, ha abandonado a los «historiadores profesionales», refugiándose en la biografía o en la densa bibliografía política que incluye abundante información sobre el pasado inmediato. Los más notorios creadores de biografías son actualmente leídos, en vez de leer a los historiadores clásicos (Gibbon, Michelet, Mommsen)392.

El pensador, desde su postura de historiógrafo, se da perfecta cuenta del valor de la biografía contemporánea, ante la que sería ingenuo afectar una actitud displicente.

Para él, el «género» biográfico de los modernos, es el mismo que el de Plutarco, Suetonio, los hagiógrafos medievales, Pulgar o Quintana. La diferencia está en las «tendencias internas de la biografía», que son distintas entre los clásicos y los modernos. Los dos primeros tipos de historia tienden a referir el desarrollo histórico a ciertos valores que tienen vigencia en el seno del grupo -comunidad o humanidad- y que son «sobreindividuales». Esta tendencia arrastró a la biografía tradicional y le impuso la necesidad de no romper el entronque «entre el devenir del individuo -su tema propio- y el de la colectividad»393 y estableciéndose, de ese modo, uno de los polos del biografismo. Pero el biógrafo «puede hundirse en el microcosmos del individuo... y atenerse al esquema proporcionado por los valores individuales que rigen cada singular existencia», posición llevada a sus últimas consecuencias por la biografía contemporánea (el otro polo del tipo biográfico). La oscilación entre ambos tipos, dada en el tiempo, es doble. Está regida por la preferencia particular del biógrafo y también -muy importante- «por ciertas apetencias de la sensibilidad colectiva».

J. L. Romero abarca todo el proceso desde la constitución de la historia griega en adelante. La comunidad tiende a personalizar los procesos históricos. La   —176→   Antigüedad impuso el hombre público -político y guerrero- porque en ella y su historiografía predominaba el plano político394. La época moderna impone las concepciones arquetípicas. Pero el tiempo actual trae consigo a la nueva biografía:

Ya bien entrado este siglo -después de la primera guerra mundial- se produce la aparición y el apogeo de la nueva biografía novelada... Muy pronto se advirtió que su meta era alcanzar los abismos secretos del alma individual y detenerse solazadamente en las formas intrascendentes de la existencia del personaje... La biografía quería desprenderse de toda coacción arquetípica...395



Mucho de lo que podemos nosotros decir acerca de estos problemas de la biografía se condensa en estas palabras del ensayo de Romero, sobre las que volveremos al tocar los contactos de la biografía y la historia en el apartado de los orígenes.

Todavía antes de concretar las indagaciones sobre esta biografía hay que señalar un aspecto importante.

En la línea de la tradición biográfica hay que destacar dos campos, que se perfilan muy pronto: la biografía señera, dedicada a una única persona, y las biografías colectivas.

El biografismo individual es siempre explicable y puede considerarse como necesario. Todo cuerpo proyecta su sombra: grande o chica, intensa o casi invisible. Y también cada uno tiene su biografía, desde el modesto curriculum a las grandes hazañas. Las vidas más humildes como las más desbordantes, tienen su parcela «propia». El biografismo individual lleva consigo toda una literatura de muy diversa traza (panegírica, denigratoria, oficial, problemática...).

El biografismo colectivo tiene otra clase de interés. Al soldar determinadas «vidas» y «tipos de vida», al enseriarlas, implanta criaturas nuevas.

Esta clase de biografismo es muy antiguo: acompaña paso a paso nuestra tradición occidental. Se halla en la etapa clásica, medieval, renacentista, barroca... En la Antigüedad, Diógenes Laercio reúne las vidas de los filósofos, y de Suetonio se conservan unos fragmentos de vidas de poetas. La Edad Media, junto a las vidas de santos, ofrece, por primera vez, las vidas de los poetas en lengua vulgar -los trovadores provenzales- en número bastante elevado: ciento dos. Su valor para la literatura provenzal es fluctuante y discutido. Para una historia del biografismo es enorme. Los poetas alcanzan en esta hora, como grupo, los honores de ser perpetuados, celebrados y sus vidas «narradas», como las de los santos o los pobladores de las crónicas de los reyes. El atractivo del biografismo colectivo volverá a tentar a los biógrafos (Giorgio Vasari, Palomino).

El carácter colectivo de este biografismo descubre una nueva perspectiva cuando se inserta en el comercio literario. Prueba constante de ello nos la dan las «vidas de santos (desde el rigor de la hagiografía bolandista a los «Años Cristianos» más corrientes). Testimonian de la inmensa serie -constantemente aumentada- de los bienaventurados y su vicisitud terrena particular, que se muestra recurrente (Santos modernos que imitan a los antiguos en todo, por ejemplo, tipología de conversiones, etc.) y repiten, acumulan, al tiempo que innovan, señalando el doble plano de lo común y lo extraordinario, por lo que se las busca y lee. Suman personalidades y producen los dos registros, el personal y el   —177→   colectivo, como un conjunto matemático. El ejemplo de las «vidas de santos» cubre más espacio de tiempo que otras vidas colectivas que cada época destaca. Este colectivismo, entre otras cosas, es índice de una especialización de tipo cualquiera, diferenciadora de intereses -respecto a los destinatarios-, aunque los hagiógrafos, desde su comienzo querían llevar a todos su mensaje.

El biografismo individual de las biografías modernas (nombre que le damos, con el voto de que mantenga una univocidad señaladora del «género») surgido en las fechas que Romero destacó, tiene rasgos característicos, muchos de ellos externos, pero significativos.

I. En primer lugar, están sus autores unidos en un grupo (no en «escuela» ni «alrededor de»); sino hermanados por su tarea, por su obra. Es más, algunos de ellos pertenecen a grupos muy cerrados, de actitudes e ilusiones comunes (Strachey y Bloomsbury). La nota común más destacable es ser europeo. (Otro parecido con los autores de novelas de guerra.) Su solidaridad continental (relevante o no) está por encima de otras diversidades. Por ejemplo, sus nacionalidades (franceses, ingleses, centroeuropeos, sobre todo) o su religión o raza. Son judíos, cristianos, católicos, protestantes o agnósticos. Pueden ser llamados cosmopolitas y, como tales, oponerse a las estancas y compartimentadas «biografías nacionales» que forman tradición de países o regiones, grandes y pequeños.

II. En cuanto a las motivaciones de su biografismo, podrían hacerse combinaciones que no llevarían a ninguna parte. Los personajes -sueltos o agrupados por afinidades- que son objeto de las biografías, se han ido a buscar a la historia. Casi todos los autores se han vuelto a encarar con personajes que habían posado ya para otros retratistas, y muchos fueron extraídos de la Revolución Francesa, acaso porque la gran revolución confundía el fondo -acontecimientos decisivos- y los personajes nacidos de lo desconocido, llamados a un inmenso protagonismo. (Desde el lado meramente histórico, también la Revolución era un periodo pingüe de documentación archival y de textos e historias múltiples.)

G. Lytton Strachey, al que quizá se deba la primacía, condensa su experiencia de biógrafo en personajes insulares de la época victoriana, pero de una riqueza de varia humanidad, extraordinaria.

III. También podría buscarse un modo de agrupación mirando a las figuras sobre las que habría de ejercerse la intencionalidad de los biógrafos. Acabamos de decir que muchos habían sido «materia de biografía» (por ejemplo, Napoleón). Pero se perfilaban otros nuevos que abrían horizontes en el campo de la profesionalidad. No eran sólo -consagrados por las estructuras sociales tradicionales y también por los inveterados módulos historiográficos- hombres de acción, inventores, estadistas. Eran médicos, exploradores de nuevas tierras, que agrandaban el impulso social.

Sin embargo, sumándose a esta «modernidad» en cuanto a los biografiados, concurren a la evocación de la moderna biografía, de nuevo, los poetas.

Los poetas tienen un puesto fijo en las más distintas tradiciones biográficas y lo conservan, acrecentado y con nuevos honores, en la moderna biografía. En primer lugar, por la afinidad, que se diría natural, entre biógrafo y biografiado. El hombre de letras y el historiador se diferencian aquí sin duda. Puestos ambos a ejercer un biografismo «puro», el primero se dirigirá a otros escritores, en tanto que el segundo buscará, con preferencia, los hombres públicos.

Además, en todos los biógrafos hay una adecuación de niveles. Si los «grandes hombres» tradicionales marcan el nivel más elevado, por consenso tácito en todos los países, hasta ese alto nivel empujan los nuevos biógrafos al poeta, más   —178→   todavía que a otros artistas -que tampoco faltarán en la selección de biografiados de los nuevos autores.

Por último, algunos de estos nuevos biógrafos -los que iban a prolongar su oficio por diversas circunstancias- tuvieron que alimentarse de actualidad. Personajes vivos, actuales, contemporáneos de los biógrafos o desaparecidos muy recientemente, ejercieron su poderoso atractivo, acaso en contradicción con el biografismo estricto en que parecieron profesar los biógrafos europeos en los días de su vigencia.




II. Testimonios varios

En las consideraciones teóricas sobre la biografía y especialmente sobre las biografías modernas, hemos podido apreciar un énfasis, casi unánime, sobre su carácter híbrido, mixto de literatura e historia. Esta consideración, demasiado tradicional, parece renacer ante cualquier fenómeno antes no visto. La biografía moderna suele ser llamada por la mayoría de los críticos «biografía novelesca», con lo que la complicación explicativa se hace todavía más patente.

Habiendo conocido ya el juicio y testimonio de un historiógrafo tan importante como José Luis Romero, he aquí ahora el de otro, crítico literario y filósofo de la historia, Croce.

Como pensador, Benedetto Croce se ha encontrado con la biografía, en el campo histórico y, sobre todo, literario. Pero su interés, al menos por la biografía moderna, procede de la llamada imperiosa de la actualidad, claro estimulante de su crítica siempre alerta. Hay, por tanto, que distinguir entre sus respuestas a invitaciones, las más librescas, de la actualidad en curso y las concretas afirmaciones referidas a la biografía.

Es difícil encajar la biografía en el seno de la historia, entre otras cosas porque son la misma cosa. La historia (general, universal) no deja un residuo que se encomiende a la biografía, de tal manera que los hechos (privados, comunes y vulgares) adquieren acento y significado por su relación con el papel histórico desempeñado por el individuo (diversos modos de amar de Dante, Ariosto e incluso Napoleón). Lo único que se puede hacer, no es ya arrancar de la historia una parte como género histórico biográfico, sino arrancársela y hacerla objeto de arte merced a un motivo lírico o poético (lamento, admiración, etc.) que al invadir esa materia histórica la configura en un cuerpo expresivo. Pero esto ya no es historia, como no es historia la llamada novela histórica396.

Estas apreciaciones fueron despertadas a principios de siglo en pleno positivismo y también cuando irrumpió la más original creación croceana.

Pero lo más interesante, y ahora para nosotros, muy de destacar, es que Croce, enemigo teórico del biografismo no histórico, se deja ganar por los tiempos. El tremendo tirón de la moda actúa sobre él y lo transforma en biógrafo en la época más brillante de la biografía moderna397. Así, pues, titula Vite di avventure di fede e di passione, una serie de vidas extraordinarias de diversas épocas, que reúne y lanza ahora en un solo volumen398.

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Los personajes, vinculados a Nápoles son todos ellos vistos con un denso cortejo de textos y documentos, típicos de la erudición croceana.

En la «Advertencia» establece su justificación como biógrafo.

Se ha sentido atraído por las figuras de aquellos hombres y mujeres que a través de vidas agitadas y en países diversos, encarnaban las condiciones y las luchas políticas de su tiempo, pareciéndole que al narrarlas, podía bien servir a la imaginación que se deleita en lo extraordinario e inesperado, sin por ello desilusionar la búsqueda de la seria inteligencia histórica.

El incentivo para poner en acción el proyecto procedía de las llamadas «biografías noveladas» deplorevolissime, que por el gran favor que han tenido, atestiguan la decadencia de actitud crítica y buen gusto de nuestros días. Croce piensa, entonces, que puede hacer lo opuesto, justamente, de lo que hacen esos textos: atenerse a la más escrupulosa documentación (frente a los documentos maltratados o alterados) y restablecer el equilibrio «arquetípico» de que hemos visto hablaba Romero, porque desea

riattacare i casi degli individui ai problemi delle loro età



ya que las otras biografías separan y aíslan a los individuos de tal problemática, para contemplarlos «como ciegos conjuntos de nervios, excitables y variadamente excitados», sin olvidar contentar a la fantasía por la particularidad de los hechos y viveza del relato.

Incluso le hubiera dado el título de «vidas novelescas», pero por su materia y no por el modo de tratarlas. La edición del libro, sustituye a las precedentes y es elocuente por la fecha de la Avvertenza: 1935. Todavía en uno de sus últimos escritos, insistirá Croce sobre los conceptos de biografía, a propósito de Suetonio399. No gusta de este tipo de historiografías, que más bien es literatura. Sobre todo, vuelve a insistir sobre la biografía que tanto ha gustado en nuestro tiempo, la biografía psicológica, objetiva, no moralizadora. Este tipo le parece una imposibilidad. Para reconstruir la personalidad psicológica ajena, tendríamos que reconstruir la nuestra, concretando todavía más. La certeza de esa imposibilidad es el fruto científico, aunque negativo, que se haya podido extraer de la moda que tuvieron, después de la Primera Guerra Mundial, esas biografías que, incluso en su título vies romancées, confesaron trabajar


non con l'individuante caratteristica storica
ma con l'immaginazione che si vale di tipi e
di combinazioni, spesso ispirati alla fiorente
letteratura sensuale e decadente, e taluni dei
suoi cultori dichiaravano, in sede teorica, chiaro e tondo
a medesimezza di esse coi romanzi400.



Los testimonios de los propios autores de la biografía moderna son interesantes para delimitar el género y completan los juicios que proceden del campo más teórico.

Emil Ludwig (1881-1948), si no el más importante del grupo de biógrafos modernos, uno de los primeros y de más éxito popular, por sus condiciones de   —180→   polemista nos permite cierto número de notas personales para perfilar el estado del género.

Se dirige, sobre todo, contra los historiadores, los grandes maestros de la historia alemana del siglo XIX en defensa de los «artistas» (Taine, Maucaulay, Carlyle, Burckhardt) que obran contra toda especialización. Él, por su parte, se incluye «entre los bastardos, engendros de la Historia y la ficción». La historia es la de los seminarios y las bibliotecas, que no conocen el corazón humano. Considera la biografía como la tercera forma (después del drama histórico y la novela histórica) entre historia y ficción. La biografía no inventa nada, porque el verdadero biógrafo «siente», esto es, intuye. «El retratista, esto es, el artista biógrafo, parte del retrato del hombre. Leerá al biografiado, no sobre él. Los retratos son la primera fuente y luego los diálogos y las cartas. Un borrador, una simple nota, pueden ser mucho más que los documentos». Por último, están los diarios, «siempre emocionantes y peligrosos». El rechazo de las notas (que habría de ser practicado, al menos parcialmente, por otros biógrafos como Maurois) es explícito: son «abrojos del jardín de la historia». Los objetivos generales de la biografía han de ser cubiertos con un estilo peculiar que cambia por cada nuevo tema.

Presentar al mismo tiempo la vida pública y la privada, la vida activa y la inactiva de un hombre importante en su invariable coincidencia, sin tomar una de ellas por más importante en su invariable coincidencia, sin tomar una de ellas por más importante que la otra, es el secreto de la moderna biografía401.



La vida íntima (sólo registrada antes en Francia), lo mismo que las que llama sarcásticamente «biografías de la ciencia legítima», que únicamente describen la vida pública, y que agregan, casi en apéndice, un capítulo sobre «el genio como hombre», no son nada, pues el libro entero debe estar dedicado a presentar al hombre.

No llegan al hombre los libros de los «filósofos» (donde Ludwig envuelve a todos los eruditos), por estar construidos con «soberbia técnica» y el que no es técnico, no los puede leer.

Ludwig se da cuenta del alcance de estas obras y mira al público. El biógrafo, o sea el verdadero historiador, ha de contar con un amplio círculo de lectores y ha de emplear un lenguaje llano, no técnico. Si se dirige a los consagrados «es que quiere retroceder hasta el estilo y costumbres medievales de las secretas clerecías». El mundo cultural -anuncia- se ha vuelto hacia la psicología y un poeta, un dilettante, H. G. Wells ha de ser el que dibuje las líneas fundamentales de una nueva historia del mundo.

Con brochazos cada vez más enérgicos (y groseros), Ludwig avanza sin miedo por esta senda de la divulgación, la popularización de la historia y pinta una rudimentaria ideología -atribuida a todos los biógrafos-: La descripción del carácter debe fundamentarse en tres condiciones: la «providencia» del plan de Hegel, no sentirse cohibido por ningún prejuicio moral y afirmarlo así, con este sorprendente antimarxismo:

Y dejar pasar la teoría de Karl Marx y de sus sucesores sólo muy limitadamente, pues debe creer más en el influjo del hombre genial aislado, sobre las cosas del mundo402.



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Su actitud iconoclasta va contra la antigua escuela de biógrafos que tiene figuras heroizadas (mitificadas, diríamos hoy), sobre todo si son glorias nacionales y no se atreve a tratarlas sin prejuicios morales.

Lo más importante es que hay una «conciencia de grupo». En todos los países se proclama esta nueva forma de la descripción en la que Maurois y Lytton Strachey son maestros, que ha llevado, por primera vez al corazón del lector ingenuo, una figura (antes sólo la hacían llegar al cerebro). La primera biografía moderna debe ser el Winckelmann, de Goethe. Y contra el nacionalismo, que endiosa, proclama:

Sólo en su figura humana deben presentarse los propios genios a los pueblos extranjeros.



Goethe, Disraeli, Bismarck, encuentran en los extranjeros una «nueva popularidad» debido a las biografías, que presentan a estos luchadores en victorias y derrotas.

Sus hechos están en las enciclopedias, los modos y las razones de su obra, deben encontrarse en su biografía403.



Un brillante toque a la forma. Para escribir la «historia de un alma» (el gran objetivo de todos los biógrafos modernos -pensemos en Zweig-), el biógrafo de la antigua escuela vivía con su biografiado «un largo matrimonio», el de la nueva «un corto periodo de pasión». Y el único procedimiento de describirlo en su singularidad es el procedimiento puramente artístico. En la conclusión se invoca un nuevo plutarquismo, que podía renovar el antiguo con los recursos de la modernidad, la moderna investigación de las fuentes y la psicología, afirmándose; por último, que el nuevo biógrafo no debe aspirar a ser juez de muertos, ni el creyente, sino el artista, con esta profesión de fe humanista «quien siempre se mire en el espejo de la humanidad puede hacer surgir retratos humanos».

El último superviviente del grupo, André Maurois no ha sido demasiado locuaz sobre la técnica de las biografías, a pesar de haber dado, en la Universidad de Cambridge, en 1928 (Clark Lectures) una serie de conferencias intituladas «Aspectos de la técnica biográfica». No obstante, en sus Memorias (edición española, Barcelona, 1971). Maurois se proclama biógrafo por casualidad y, como Ludwig, toma conciencia de lo que se trae entre manos.

El género «representaba un papel ínfimo en la literatura francesa» y por este camino nada le atraía en Francia. Su primera biografía, como su primera obra literaria y de éxito, tendría ambiente inglés (Ariel o la vida de Shelley), compuesta en 1923 y aparecida en 1924. La biografía, que iba a ser calificada inseparablemente ya, de «novelada» -definición falsa y, según Maurois, perjudicial-, estaba en marcha.

Pero al propio Maurois se debe la definición más acertada para justificar el elemento novelesco en la biografía:

El biógrafo, puede y debe manejar los materiales auténticos, como si de una novela se tratase y dar al lector la impresión del descubrimiento del mundo por un héroe, que es lo verdaderamente novelesco404.



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Más adelante, en un capítulo titulado «Las Grandes Biografías», vuelve a tocar el mismo tema:

Yo traté de salvar lo novelesco de las grandes existencias. ¿Qué quiere decir esto? Lo novelesco es la separación entre la imagen provisional del mundo y de los seres que se forja todo adolescente y la imagen más adecuada que la vida le revela poco a poco405.



añadiendo algunos detalles, mera técnica, como la necesidad de que el biógrafo recorra los lugares vividos por su biografiado, como sucedió con una de sus más comprometidas biografías, su Byron, de 1929.

Disraeli, según confiesa, nace debido a una frase de Barrés que, con Byron y Rossetti, lo proclamaba el hombre más interesante del XIX. En esta obra se ha visto la compenetración-admiración por el escritor, el estadista y el judío.

Las devociones de Maurois en lo biográfico iban por otros derroteros, por ejemplo, en pos de Proust. La biografía de Victor Hugo (Olympio ou la vie de Victor Hugo) (1954), según dice la nota preliminar se debe, no a la sugerencia de otros, como lo ha sido la de George Sand, sino al propio entusiasmo, cultivado desde niño y a otra razón: por ser el mayor poeta francés y porque el conocimiento de su vida «es necesario para comprender a este genio atormentado» resolviendo así sus paradojas familiares, sociales, sentimentales y, por supuesto, políticas. El Victor Hugo, hélas!, de André Gide, lo consideraba como reacción del preciosismo y la inteligencia contra el genio.

No hay que decir que en estas Memorias la evocación de las circunstancias en que surge cada biografía es una verdadera novela. Las últimas producciones de Maurois, siempre en el campo de la biografía, siguen siendo de escritores406.




III. Biografía moderna: Algunos precursores

Es más fácil y menos comprometedor que el planteamiento de unos orígenes, la artesana secuencia de variaciones, jerarquizaciones y matices dentro de un género, que, como se ha visto, cobra en sus autores y allegados conciencia propia.

Pero hay que esforzarse al menos en bosquejar, muy brevemente, las motivaciones que se unen para dar lugar a esta nueva criatura que es la biografía moderna.

1. El hogar temporal es el de los Años Veinte, que se prolongan, todavía con plenitud, en el decenio siguiente. Para los biógrafos continentales estos últimos años fueron de zozobra. Ludwig y Zweig fueron acosados por la persecución nazi, con desigual suceso. Maurois fue muy afectado por la derrota de 1940, aunque, como hemos visto, su «oficio» -y su maestría- le hicieron prolongar su carrera de biógrafo hasta finales de su vida.

Indudablemente -y eso puede observarse muy de cerca al estudiar la recepción de la biografía moderna en España- todo el conjunto enlazando a obras y autores, ha sido marcado por los dos pivotes temporales de las guerras. El sentimiento   —183→   colectivo, unánime, de recomenzar, común a toda Europa después de 1918, impulsa las primeras actuaciones de los biógrafos. La brusca aparición de la otra guerra, corta, con su dispersión, la producción más vigorosa. Y volvemos a las novelas de guerra, pero ahora, en vez de resaltar lo semejante, para señalar disparidades. La novela de guerra tuvo un interés que fue disminuyendo paulatinamente, hasta que el olvido de la contienda se hizo general. La biografía, en cambio, puede decirse que murió por muerte insultante. La prueba está en dos hechos, comprobables: la falta de seguidores o imitadores de los autores consagrados, hija de una acordada «variación de escenarios» y, asimismo, la crisis de los «elementos de modernidad» que, como hemos visto desde varios ángulos, fueron ingrediente fundamental en la producción de la nueva biografía.

El biografismo actual se puede observar disolviéndose. Hay sustitutivos más «modernos» que la biografía (acomodada, forzosamente, al ritmo vital), que se hacen portadores de su espíritu y de sus objetivos principales. La autobiografía es uno de ellos. Otro, la «biografía montada» (tipo Anthony Burgess o Carlos Rojas), que puede volver a llamarse «biografía novelada o novelesca», pero teniendo muy en cuenta que lo que sus autores entienden por novelesco, se rige por los cánones rotos (y ya envejecidos) del nouveau roman. Actualmente, a decir verdad, hay panfletos, ensayos, testimonios, pero no hay biografía. Es más, se , no sólo mostrar otros productos, sino disociar el biografismo de la obra literaria. La literatura, que como tal producto está bajo graves sospechas, no tiene que ver con el biografismo. Y esto, que parece imponerse como una novedad, que rabiosamente trata de desplazar y hacer mesa limpia, no es nuevo. Como problema auténtico y como aporía literaria se discutió ya.

Todo esto empuja a la biografía moderna a encerrarse en su cápsula temporal y a tratar de buscar allí, para ella y para el tiempo que fue su matriz, los orígenes.

2. José Luis Romero consideraba prematuro indagar estos orígenes, pero señalaba ciertas circunstancias propicias: disgregación de la comunidad e influencias filosóficas favorables al interés por la persona, añadiendo algo más: «crisis radical de los arquetipos» sustituida por un retorno a la pura individualidad. Tal conjunción había provocado las desviaciones del tipo biográfico convencional dando paso a la nueva biografía.

La riqueza de movimientos de fin de siglo, especie de círculos concéntricos e irradiadores, condujo a una creciente preocupación por la personalidad. El gran autor y motor de ese impulso, completamente vitalista, fue Nietzsche, para quien los problemas culturales fueron siempre realidades y apoyaturas de los más hondos problemas filosóficos.

En un momento dado el solitario se abría a la historia, cansado, como notan los que llamaríamos historiadores de profesión, del peso de una tradición historicista alemana, presuntamente científica que se cerraba cada vez más en un rigor pretendidamente técnico.

Contra ese historicismo excesivo da la voz de alarma (Consideraciones Intempestivas, II (1874), en la patria de las escuelas y de los seminarios de los historiadores. De él nacerán las herejías: desarrollo de la personalidad y del individuo. A él se acogerán todos los propugnadores del biografismo. Unos años más tarde surgirán, a su conjuro, disidentes en la periferia europea como George Brandés, exaltador de personalidades que por algún motivo podrían aunarse bajo el epígrafe del inconformismo: H. Taine para la Francia universitaria, E. Heine para la Alemania prusianizada, H. Ibsen para la estabilidad burguesa y la sociedad sólidamente establecida.

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En esa frontera de la historia, desde un principio se buscó una vía media, que todavía a los flancos de lo histórico, se dirigiese hacia otra meta brillante y autónoma: el arte. Las individualidades estaban ahí, pero era preciso asediarlas y rendirlas.

Carlyle había hecho una primera elección, arrojando los dados de su biografismo, que nada tenía que ver con lo ortodoxo ni lo clásico (Carlyle aparece encasillado entre los historiadores victorianos). Después de un ensayo (Life of Schiller, 1815), había concentrado su propia personalidad mezclando lo religioso, lo nativo y lo particular en tres famosos libros que pueden llamarse biografías perfectamente irregulares (cuyos temas -sujetos biografiados- son Cromwell, Federico II de Prusia y John Sterling)407.

Pero sobre ellas sobresalía una obra anterior y en este terreno de mayor fama Los héroes (1841), que son otras tantas «conferencias biográficas», acaso de las primeras dadas en Inglaterra.

Los grandes hombres son necesarios para el hombre: «les amamos y nos prosternamos humildemente ante ellos, porque es lo que más dignamente nos humilla». El gran escocés de los enfáticos nombres comunes escritos con mayúscula, a la alemana, de las paradojas y la adusta pirueta, propone su galería heroica en vestiduras humanas, de cara a la sociedad (a la Humanidad) en una jerarquía casi de triunfo petrarquista: la divinidad mortal (Odin), el profeta (Mahoma), el poeta (Dante, Shakespeare), el sacerdote (Lutero, John Knox) y más cerca del común trato moderno, el literato (el Dr. Johnson, Rousseau, Robert Burns) y «el rey» (Cromwell, Napoleón).

En un estilo tanto oral como escrito, personal, rudo, hirsuto, se ofrece una constelación, venida de la historia, de creencias e ideas, repleta de sabor anglosajón y decimonónico, pero que se encaja en esta primera exploración del biografismo. Los héroes no serán -todavía- enmarcados por la modernidad, pero ya parecen abarcar y sintetizar todo el paso de la historia.

Carlyle no es, ni mucho menos, el iniciador de la biografía inglesa, pero sí va a ser precursor indudable del biografismo que veremos tomará cuerpo en tierra germánica devolviéndole de este modo lo que había tomado de ella.

3. En Alemania, ahora, entre otras corrientes, se destaca el círculo de Stefen George y, dentro de él, una figura de gran relieve, Friederich Gundolf.

Como se ha visto en Carlyle, la elección histórica es también aquí de alta tensión heroica, fundiéndose muy pronto el poeta con el héroe guerrero y político (Poetas y héroes, de 1912, agrupa a Alejandro, César, Napoleón, Dante, Shakespeare y Goethe).

Gundolf, independizándose de George, se integra en la gran corriente vitalista, que emana de Nietzsche y Burckhardt y confluye con las ideas bergsonianas. Su mayor interés es que, en su selección de valores heroicos personificados, prevalece el poeta. El poeta, aparte de reunir sabidurías afines (las peculiares del sabio, del crítico, del psicólogo) puede representar las normas humanas y eternas junto con los misterios cósmicos, tanto creadores como destructores. Estas ideas, recogidas en H. von Kleist (1922), son todas de George, poeta animador de este grupo inmediato   —185→   y de gran descendencia en países de lengua alemana, pese a que los lazos de amistad entre él y Gundolf se rompieron.

En Gundolf lo importante, lo presente y primario es el espíritu, tanto individual como colectivo. También se adelanta a primer término el genio y se realizan las «confrontaciones de genios», con que nos familiarizarán biógrafos posteriores (Shakespeare con Goethe y Platón, Rembrandt y Beethoven).

La concepción biográfica de Gundolf es complicada. Primeramente, el acotar grandes hombres -genios- presume un terreno previo y abonado por la continua elaboración histórica. Sólo trabaja en la grandeza. Los detalles biológicos, la «rutina vital» que diría W. Kayser (practicada, por otra parte, por los biógrafos al uso), no le interesa apenas. Lo importante de estos grandes hombres son sus vivencias, cuya manifestación más pura se encuentra únicamente en la obra realizada, que es la continua revelación del espíritu del autor y la época que él encarna.

Gundolf ha sido varias veces subyugado por la figura de Shakespeare -continuando así la larga serie de especialistas alemanes del poeta inglés- y a partir de su Goethe (1916), quizá su obra más famosa, en la que habla de la esfera radiante de la personalidad goethiana, George (1920), Kleist (1922), se afirma cada vez más en el campo de la literatura y, al mismo tiempo, se encierra en su propio método. Sus aportaciones a la biografía moderna, ya tan próxima, cabrían señalarse: Construcción del friso de genios propuestos al interés del público, destacando en todo momento la primacía del espíritu, encarnándose doblemente en la obra y en la personalidad sustentadora. Gundolf, muy discutido desde los grupos idealistas -sospechoso para ellos de misticismo- y por otros, sería como un colosal cantero que dejase a otros labrar en estatua los bloques de bellas vetas extraídos por su afán y dejados exentos, listos para ser esculpidos408.

4. Desde el campo francés hay que señalar ahora a otro de estos precursores: Romain Rolland, cuando publica (1903) en los Cahiers de la Quinzaine, la revista de Charles Péguy, la Vida de Beethoven. En esta publicación, tan modesta y tan grande, Péguy ha reunido a lo más vivo del pensamiento francés con impronta secular, lo que llamaríamos intelectuales de izquierda, laicos, socialistas, israelitas, protestatarios, pero, sobre todo, humanistas libres (humanistas, más que nada, por amor a los hombres). Rolland, en aquel momento, significa, profesionalmente una situación difícil encuadre, pero de gran apertura hacia horizontes nuevos: se dedica a la historia de la música.

No es éste lugar para hablar de la pluralidad en la obra de Rolland, sino para insistir en su especial biografismo409. También selecciona sus héroes y también siente la necesidad de ampararse en ellos. Ahonda en la necesidad de estas vidas ejemplares, los «Amigos Heroicos», cuya grandeza o pedestal es ya distinto al de las consabidas galerías de retratos laureados:

No llamo héroe a los que triunfaron por el pensamiento o por la fuerza, sino a los que fueron grandes de corazón.



Para Beethoven, el signo de excelsitud humana es la bondad. Y parece levantarse, paralela a la grandeza ilustre (arquetípica) del egregio, otorgada y remachada por   —186→   la historia, otra puramente humana y, sobre todo, compatible y buena. En Romain Rolland se manifiestan, para el futuro biografismo, evidentemente, los primeros compases de una «ideología» o, al menos, de un contenido coherente. Estas vidas son operativas, vivificadoras, «Que el pueblo de los héroes resucite».

Las palabras con que termina el prólogo: «la fe del hombre en la vida y en el hombre», son ya las mismas -como hemos visto- de los autores de biografías modernas.

Rolland fue pacifista hasta sus últimas consecuencias. Se mantuvo -como reza su obra circunstancial «por encima de la lucha», atrayéndose no pocas acerbas censuras. En 1918 lanzó un llamamiento de reconstrucción y de amistad, que pronto halló ecos europeos.

Es muy importante el prólogo de la 1.ª edición española de las Vidas de Hombres Ilustres, que es un verdadero manifiesto en pro de una humanidad más libre, generosa, justa y feliz, cuyos profetas son precisamente los tres biografiados y que está fechado en mayo de 1914410. Por eso es más desgarrador su mensaje.

5. Si Jean-Cristophe, el personaje de Rolland, cruza el Rin y viene a Francia, nosotros volvemos otra vez a tierra germánica, para rastrear la última contribución, a nuestro aviso, al nacimiento de las biografías modernas, que sopla del lado de los historiadores, pero que representa un movimiento científico más profundo.

Wilhelm Wundt, en Leipzig, da curso a una gran obra sobre la psicología de los pueblos y las razas. Los pueblos obedecen a leyes evolutivas histórico-psicológicas. Movimiento vasto, que impulsará a Lamprecht, historiador de la cultura, considerada por él obra colectiva. La cultura es producida por las colectividades, merecedoras, por tanto, de un trato científico. Los individuos -las personas- apenas son científicamente captables. Más bien deben ser objeto de labor artística. Disociación muy importante y fecunda.

Situados ya en la más reciente postguerra (1918-1919) otra obra alemana de gran impacto, nacional y luego europeo: La Decadencia de Occidente, de Spengler, que insiste en la morfología de las culturas y abre peligrosos espacios políticos. Allí se encuentra una definición que presta calor al biografismo: «Las culturas son organismos. La historia del mundo es su biografía general»411.

La psicología salta a primer plano. Una famosa biografía escrita en francés sobre Newman, la de Henry Brémond, se subtitula «Ensayo de biografía psicológica» y aparece en 1906. En su prólogo dirá: «No se trata de construir una teoría, sino de sondear un alma»412. (La palabra alma aparecerá cada vez con más frecuencia en la futura nueva biografía.)

El psicologismo del siglo XX -no hay que decirlo- está indisolublemente ligado a Freud y al psicoanálisis del maestro vienés y sus principales discípulos. Pero hoy, junto al «pan-psicologismo» y la vulgarización e hipertrofia psicoanalíticas, han surgido revisiones, escuelas, tendencias y toda clase de grupos que han recorrido en todas direcciones, no sólo el pensamiento freudiano, sino las relaciones de éste con todas las manifestaciones del arte y de la literatura.

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La biografía moderna, especialmente la de los judíos alemanes y más en concreto la de S. Zweig, se ha vinculado al psicoanálisis. Esto es un lugar común. Lo que no es ya tan conocido es la obra biográfica del propio Sigmund Freud, que en alguna ocasión se pronunció contra la biografía y que ¡ironías del destino!, ahora, casi a los cuarenta años de su muerte, es objeto de biografías idílicas, acarameladas y sentimentales (y nada psicológicas)413. La biografía a que me refiero es la Wilson, escrita en colaboración con el diplomático y escritor norteamericano -que desempeñó un importante papel en la II Guerra Mundial- William C. Bullitt414.

Esta obra es, no sólo importante por la calidad intrínseca de sus autores, sino porque compendia lo que podríamos llamar «ciclo de la biografía moderna». Han saltado al tablado de la actualidad y celebridad los hombres que arreglan el mundo, las grandes figuras del Tratado de Versalles y Lenin. (Clemenceau, Orlando, Lloyd George y W. Wilson.) Bullitt proyecta escribir un libro sobre estos personajes. Freud le dice que quiere colaborar con él en el capítulo dedicado al presidente americano. Freud estaba insatisfecho de su estudio sobre Leonardo y sobre el Moisés, porque se había visto obligado a sacar amplias conclusiones de pocos hechos. Al trabajar, en cambio, sobre un contemporáneo, miles de hechos podrían escudriñarse para un estudio.

Bullitt, entonces, decide hacer un libro sobre W. Wilson, lo que se realiza en perfecta colaboración en un plan de diez años. Pero, ante la ingente bibliografía, hubo de reducirse el trabajo a un estudio sobre el carácter de Wilson. Las creencias de ambos autores eran contrapuestas: uno cristiano y creyente, el otro judío y agnóstico. Pero la pasión biográfica elimina asperezas, aunque hay una ruptura que difirió el final de la obra de 1932 a 1938, coincidiendo esta última fecha con la salida de Freud de Viena. Por fin, el texto fue fijado, pero Freud murió en 1939 sin que Bullitt lo volviese a ver.

Una de las partes más interesantes es la introducción de Freud, el cual confiesa, ante todo, su total antipatía, casi visceral, por el biografiado. Wilson era (o se creía) una especie de enviado de Dios y adoptaba un lenguaje similar al del Kaiser -tenido en Alemania por principal culpable de la guerra y la derrota. Ignoraba altivamente los hechos del mundo exterior, así que parecía ser, al cruzar el mar para dar la paz al mundo -puntualiza Freud con imagen médica- como «un benefactor que desea restaurar la vista a un paciente, pero sin saber, ni anatomía del ojo ni haber aprendido el método de operar». Wilson era un desagradable idealista, y parecía, además, ser un fanático para la comunidad haciendo brotar la desconfianza. Al estudiar más profundamente al presidente -continúa Freud- sentí hacia él alguna simpatía, pero de una clase especial, «tal como se siente al leer a Cervantes por su héroe, el ingenuo caballero de la Mancha», piedad que aumentaba al pensar en la tarea sobrehumana que el presidente se había echado encima.

Freud, después de estas salvedades, justifica el título de «estudio psicológico, aunque la obra esté, sin restricciones, llena de psicoanálisis, ya que el psicoanálisis no es otra cosa que psicología...»415. Aunque la vida íntima de cualquiera en   —188→   sus análisis terapéuticos pertenece al secreto profesional, cuando se trata de la de una personalidad excepcional por sus acciones y además fallecida, «llega a ser sujeto para una biografía sin limitaciones». Por último, la vida del presidente se ha escrito, no para demostrar, como algunos tratan de decir, su anormalidad -término inadmisible y vulgar en el campo psicológico-, porque, a fin de cuentas, gran parte de la historia está hecha por lunáticos, visionarios y neuróticos.

Esta biografía puede decirse que es -por autoridad e incluso contumacia- una de las pocas verdaderas «biografías psicoanalíticas», referida, además, a una personalidad de primera fila durante los años de desarrollo y vigencia de la biografía moderna.