Selecciona una palabra y presiona la tecla d para obtener su definición.
Indice
Abajo

«Adiós muchachos». Nota sobre la literatura como lugar de memoria

María del Carmen Pérez Cuadra





El talento narrativo del autor domina este libro.

Rescata del olvido una revolución que despertó enormes esperanzas y conmovidas adhesiones.

Javier Pradera                





Para/texto

Adiós muchachos. Una memoria de la revolución sandinista (1999), está constituida por la relación de hechos personales/institucionales de Sergio Ramírez Mercado, uno de los protagonistas del proceso de lucha, triunfo y gobierno de la revolución sandinista en un contexto que va entre 1976 y 1998, aproximadamente. El libro fue editado en Costa Rica, lugar que en su momento le sirvió al autor/protagonista de plataforma política para situarse como líder de una clase política de élite1 vinculada con la lucha sandinista.

El libro está publicado por Aguilar, Altea, Taurus, Alfaguara S. A., un grupo editorial asociado con los mismos que alentaron al autor a escribir la memoria. Es la primera edición, julio 1999, con 316 páginas, está organizado en 13 capítulos, y consta de un epílogo, una cronología básica y un glosario con nombres y siglas usados en el texto. Desde sus primeras páginas la escritura se arma de un posicionamiento simbólico que resulta efectivo a nivel discursivo porque la voz narradora se enuncia con un halo de autenticidad y legitimidad. De manera que entre la falsa portada, el índice y los agradecimientos la figura del autor protagonista ha autogestionado su existencia y posición.

Adiós muchachos... está dedicado a la legendaria ex comandante guerrillera Dora María Téllez. Entre los agradecimientos sobresalen Juan Cruz2 y Sealtiel Alatriste3, quienes según Ramírez se «confabularon para inducirlo a escribir», Saúl Sosnowski (director del Departamento de Español y Portugués de la Universidad de Maryland) por el respaldo, y Edmundo Jarquín, yerno de Violeta Barrios de Chamorro (presidenta de Nicaragua entre abril de 1990 y enero de 1997). En resumen, los paratextos revelan tanto el vínculo del autor-protagonista con la revolución sandinista como el prestigio que deviene de ella en forma de agenciamiento de redes de poder cultural-letrado lo que garantiza al autor un espacio de enunciación que ha de observarse al momento de entrar en contacto con su memoria.




La memoria institucional

El narrador se ubica desde un principio como protagonista central de los años del triunfo, gobierno y derrota de la revolución sandinista. Como una operación para sumar autoridad y veracidad a la historia, testifica que narrará, el momento histórico del pasado en «su majestad», «su gloria y su miseria» (13), tal y como lo vivió, y no como le contaron que fue. Desde un principio, Ramírez se compara con Bernal Díaz del Castillo quien escribió motivado porque «alguien más quería contarle su propia vida» (13):

No empuñé armas en la revolución, no llevé nunca un uniforme militar, ni me encuentro al borde del olvido por demasiado viejo, ni nadie me está disputando en otro libro los hechos vividos. Es más, la revolución se ha quedado sin cronistas en este fin de siglo de sueños rotos, después de que tuvo tantos en los años en que estremecía al mundo. Sólo yo conservo en mi biblioteca más de quinientos libros escritos en aquellos años, en todos los idiomas. Y al contrario de Bernal, es precisamente por el exceso de olvido que escribo este libro.


(14)                


Sin embargo hay al menos dos cosas que quedan pendientes. Primero, a pesar de que el autor aclara sus diferencias con Díaz del Castillo, hay una incompatibilidad fundamental que no considera: Díaz del Castillo opera como un sujeto marginado en el reparto del poder (sea económico o «institucional») y, el lugar desde el que enuncia es uno también marginal a la ciudad letrada. Ángel Rama (ver 52-53) aborda este espacio de enunciación desde el que Díaz del Castillo habla, al referirse a los graffiti que aparecieron como mecanismo de protesta ante la figura de Hernán Cortés por razones del reparto del botín de Tenochtitlán (que curiosamente recuerda la «piñata»4 sandinista) después de la derrota azteca de 1521. El escándalo se debía a los reclamos de los capitanes españoles que se consideraron burlados, y Díaz del Casillo era uno de ellos:

Y como Cortés estaba en Coyoacán y posaba en unos palacios que tenían blanqueadas y encaladas las paredes, donde buenamente se podía escribir en ellas con carbones y otras tintas, amanecían cada mañana escritos muchos motes, algunos en prosa y otros en metro, algo maliciosos [...] y aún decían palabras que no son para poner en esta relación.


(Bernal Díaz del Castillo, citado por Rama 53)                


Sigue refiriendo Rama:

Sobre la misma pared de su casa, Cortés los iba contestando cada mañana en verso, hasta que, encolerizado por las insistentes réplicas, cerró el debate con estas palabras: «Pared blanca, papel de necios».


(Rama 53)                


De modo que el lugar que ocupa Díaz se acerca más al del sujeto popular poco instruido cuya escritura suena más que todo a ilegalidad o clandestinidad, frente a la superioridad legal (institucional) que irradia Cortés. En este sentido Ramírez Mercado es una figura más cercana a la del funcionario oficial, es quien sabe manipular los hilos del representado, es más, cuando maniobra desde la jerarquía de la escritura autobiográfica convierte su narrativa en un material documental y por ende legal/oficial, frente a otro tipo de manifestación marginal popular como la escritura de la memoria que puede leerse en el ciberespacio como los blogs personales, canales de video o en las redes sociales. Segundo, resulta improbable que en ese instante el tema revolucionario padeciera un «exceso de olvido» porque es obvio que la memoria tiene múltiples formas de manifestarse e inscribirse socialmente; existen espacios y modalidades en los que quizá la mirada del intelectual no puede alcanzarla como si se tratara de un todo. Es verdad que no cualquiera puede fijar su memoria en el papel y difundirla o venderla, pero «la memoria» revolucionaria es una cosa viviente y compleja, en permanente transformación y crisis. Desde esta óptica, podría tener más sentido considerar la necesidad del texto dentro de una perspectiva de la dinámica académica y de mercado, pues este intento de rememoriar coincide con lo que a nivel mundial se llama o llamó el boom de la memoria5. Hay un mercado editorial en el cual Ramírez Mercado como autor tiene intereses, y existe una memoria anónima sin límites claros que no tiene mercado, simplemente existe. Todo esto es obvio, sin embargo podría ser considerado como elemento de interés a la hora de valorar la recepción de la obra.

Hablar de «exceso de olvido» puede llevar hacia la curiosidad o el interés, pero también hacia la especulación y la sospecha: ¿es ésta memoria fidedigna? De ahí que se pueda percibir dos espacios en tensión en el texto que son: el archivo historiográfico con amparo documental del intelectual ex gobernante, sumado a una verdad testimonial autobiográfica; en contraposición al relato de la verdad del Otro/Otra (anónimo/a), es decir «lo popular abyecto o la ciudadanía otra»6 que también tuvo participación en la lucha revolucionaria pero que no tiene ninguna oportunidad de maniobrar o vislumbrar ni su memoria ni su olvido.

Y siendo así se podría hasta rastrear imaginariamente ciertos espacios para ver o figurarse cómo es que se manifiesta ese halo de «la memoria» en colectividad pero fuera del texto. Podría buscarse en las paredes de los barrios de cada rincón de Nicaragua, en los inodoros públicos, en las paredes de los buses de transporte colectivo, en las conversaciones de gente humilde que nadie va a grabar ni a levantar en un archivo, o podría dejarse a un lado lo imaginado e ir directamente a buscar algo de esta memoria en la red cibernética que de pronto se ha vuelto un lugar tan «abierto», en fin se puede sospechar y curiosear en los espacios no oficiales. Al buscar por ejemplo, las palabras «revolución» y «Nicaragua» en cualquier buscador de Internet, o «Revolución Sandinista» o «Misa Campesina», y sin centrarse en mirar los videos o escuchar la música, se procede a revisar los comentarios, va a ser posible encontrarse entre estos con una memoria no oficial que a pesar de su falta de estilo, mala ortografía y su respectivo anonimato se pronuncia y revive de forma sustancial y permanente.7

En todo caso esta memoria, la de Ramírez, se distingue precisamente por no ser la memoria de un ciudadano común, sino la memoria oficial (y «honesta», se recalca en los comentarios de la página oficial de Alfaguara, una insistencia que llama la atención) de lo que fue el gobierno sandinista desde su gestión como vocero y representante de un grupo de ilustrados (intelectuales y empresarios, simpatizantes del proyecto revolucionario) constituidos como «el grupo de los 12», hasta su posterior inclusión en el gobierno oficial entre 1979 y 1989. Esta es sobre todo la memoria de una institución.




La generación que habla tan poco

En la narración, Sergio, María y Dorel, los hijos del protagonista, sirven de hilo conductor sobre el cual se va hilvanando la memoria, pero Ramírez Mercado no parece rememorar con una fidelidad emocional o sentimental (subjetiva), en su caso se puede hablar de una fidelidad documental (objetiva) que se sostiene científica y bibliográficamente en sus archivos de fotos, cartas, libros, manuscritos o borradores de poemas, cuadernos y recortes, a veces proporcionados por sus propios hijos, familiares o amigos. Este material referencial de primera mano le va trayendo, poco a poco, retazos del pasado y en este se revela una relación distanciada entre el protagonista y sus hijos. La familia va a aparecer luego en momentos claves para configurar al personaje/protagonista como un patriarca.

De los tres hijos del protagonista, María se integra a la política desde su adolescencia hasta que llega a ocupar el cargo de diputada del FSLN (ver 31). Sergio cumple con sus obligaciones como hijo de dirigente sandinista, pero este último y Dorel logran separarse del acontecimiento político y se entregan a sus estudios. En cierto momento, el protagonista se lamenta por no haber tenido tiempo para sus hijos a causa de haber estado «entregado a los horarios sin fin de la revolución» (21).

Aunque al principio de la memoria se relata de forma dramática la partida del hijo al cumplimiento del SMP, poco a poco la figura del hijo se desvanece y a nivel textual no va quedando una relación viva entre padre e hijo, pues la relación (narrada) se reduce a encuentros en los que el hijo aparece marcado por la timidez8 frente a la autoridad paterna, o simplemente el muchacho «que habla tan poco» (26) se somete a las órdenes del padre. Después vemos cómo Dorel, su hija menor, se enfrenta al padre y logra expresar directamente todo su malestar ante la entrega permanente del padre en un proyecto que para la familia, en resumidas cuentas, resulta bastante inútil (ver 32-34):

Dorel me pidió hablar a solas conmigo [...] Escuché por largo rato su apasionada lista de agravios, [...] Era como si nunca hubiera podido recuperarme. Y como se acercaba el acto de proclamación de mi candidatura, con el que se abría la campaña9, me advirtió que no iba a presentarse conmigo a la tarima. Estaba hastiada, quería que tuviéramos otra vida, la de la gente común que se ve los domingos y el padre no los gasta en caseríos lejanos, llevando -como yo entonces- un menssaje [sic, M.C.P.C.] que nadie, o casi nadie, iba a escuchar.


(32)                


Ocurre entonces que, a pesar de que María sigue los pasos del padre protagonista al volverse dirigenta de la Juventud Sandinista 19 de julio y luego obtener el nombramiento de diputada del FSLN en la Asamblea Nacional nicaragüense en los años 90, con la posición de Dorel y del propio Sergio junior de todas formas este hilo conductor constituido por el devenir de los hijos se vuelve progresivamente en algo más parecido a un hilo rasgado. Lo cual comprueba el sacrificio que significó la revolución sandinista para uno de sus más emblemáticos dirigentes. Pero también, por medio de esta fisura se puede encontrar indicios de una fractura mayor entre esta «generación perdida»10 y el protagonista. Otro tema aparte podría ser la autoridad que se otorga la voz narradora para saber y enunciar que estos jóvenes se ven a sí mismos como «generación perdida». Quizá uno de los temas más interesantes del libro sea precisamente la falta de conexión vívida entre el protagonista y la generación que corresponde a la de las edades de sus propios hijos.

En correspondencia a esta relación es posible observar que el protagonista ve de manera distanciada a los guerrilleros que generalmente son descritos como gente silenciosa o sin refinamiento: «pobretón» cuando se refiere a Leonel Rugama (39); «venía de abajo» (48), cuando se refiere al comandante guerrillero «El zorro»; de Tito Castillo y su mujer dice: «Los dos se copiaban en discreción y en los silencios, pero más distraído Tito, casi hasta la mudez absoluta que ha heredado por igual a todos sus hijos» (36). Surgen acá unas interrogantes: ¿Cómo se comunican estos personajes sandinistas si padecen de mudez? ¿Cómo se establece la comunicación entre los guerrilleros analfabetas o los que vienen desde abajo con un vocero de un grupo de intelectuales y notables? En todo caso, tenemos aquí una construcción figurativa que se contrapone a la imagen del protagonista cosmopolita, de gustos refinados y gran habilidad para socializar y negociar con personalidades de alta jerarquía. De modo que los guerrilleros, aunque vengan de una clase social media, como el hijo de Tito Castillo, quedan opacados por la figura estelar de Ramírez Mercado. Se puede observar algo de esto en el caso de Oscar, un joven guerrillero que llama la atención del protagonista por sus gustos de «sibarita» (82).

Oscar se ocultaba tras el enorme menú escrito con caligrafía florida mientras leía cuidadosamente la lista, y temeroso quizá de pronunciar mal los nombres de las viandas, o por consecuencia de su timidez, dictó su orden al maître en un susurro.


(82; la cursiva es mía, M.C.P.C.)                


O bien, en el caso del guerrillero campesino, cuyo comentario, le deja esta anécdota:

Y siempre nos reíamos entre nosotros de la repuesta [sic, M.C.P.C.] que diera después un combatiente campesino del Frente Sur, soldado del padre Gaspar García Laviana, cuando le preguntaron qué le parecíamos como grupo: -muy bien -había dicho-. Solo que mucho cura y mucho rico.


(98)                


O la ocasión en que estando en plena campaña electoral, en un acto público, le pasan una nota informando sobre un joven de la localidad caído en cumplimiento del Servicio Militar Patriótico (SMP). El protagonista pide a la multitud un minuto de silencio por el muerto, pero luego decide, contrario a lo que le aconsejan, visitar a la madre del mismo.

La idea ingenua de que todas las madres veían la muerte de sus hijos en la guerra como un sacrificio necesario había ido desapareciendo, y los activistas lo sabían bien. [...]

La casa humilde, a la que se entraba por el patio alambrado, estaba llena de vecinos que se quedaron silenciosos al verme aparecer11. Encontré a la madre en la cocina. No era una mujer vieja, pero acabada por las privaciones, ya encorvada y enjuta, lo parecía. Su reacción fue hostil, de una hostilidad dura, dolida. Su otro hijo estudiaba para técnico agropecuario en Cuba, y sin dejar sus quehaceres, atizando el fogón, cambiando de lugar un trasto, me dijo que necesitaba que se lo trajeran para el entierro. Quise explicarle que no era tan fácil en tan poco tiempo, pero ella se mantuvo inflexible:

-Ustedes pueden todo -me dijo.


(270; la cursiva es mía, M.C.P.C.)                


Y vemos cómo en las líneas siguientes el reclamo legítimo de la madre obtiene respuesta.

Ramírez, en su ejercicio memorístico practica un juego narrativo estructurado de tal forma que en su escrito el otro de manera sistemática contribuye a evidenciar la singularidad del memorista. Lo que recuerda la idea de «configuración simbólica» a la que recurre Sylvia Molloy cuando se refiere al papel asignado a la memoria en la escritura autobiográfica hispanoamericana con relación al papel del autobiógrafo cuando emprende su relato de vida:

Sin embargo, si se las ve como parte de un sistema figurativo, acaso solo se entienda mejor cómo funciona la memoria selectiva de Sarmiento para lograr sus representaciones oportunas, incluso oportunistas. Así como Sarmiento, a fuerza de citas y de préstamos, incorpora textos para moldear su persona autobiográfica, incorpora tropos (más que individuos) para aumentar la imagen que tiene de sí cuando escribe. Esa imagen ya es, en sí, una amalgama de representaciones simbólicas: el hijo, el amigo, el militar, el hombre de partido, etc. Para acrecentarla, las figuras de paternidad -los mentores prestigiosos- le son útiles: magnifican su persona.


(208-209)                


De manera que en el caso de Ramírez se recurre a la referencia documental y a la propia autoreferencia para «robar» algo a la figura que evoca. Por ejemplo, si menciona a su hijo aprovecha la inocencia de él para lucir como prenda esa «configuración» que en verdad pertenece a una figura ajena; si está frente a guerrilleros que van a entregar sus vidas por causa de la revolución, son ellos mismos los que desde su perspectiva narrada hacen acto de silenciamiento para marcar el impacto o relumbro desde la cual la figura protagónica de Ramírez los opaca; si aparece Gabriel García Márquez o Fidel Castro (¿figura de paternidad?) se emparenta a la fama o al nivel intelectual de sus evocados. Así, Ramírez elabora su escritura como una red que lo revitaliza como personaje, lo perdona o lo destaca según la circunstancia, enfatizando al fin, su papel en la conspiración que posibilita el éxito del movimiento revolucionario.

Sin embargo, y a pesar de este uso narrativo del combatiente popular como agente figurativo que potencia su propia imagen, y de la reflexión que hace el protagonista en el capítulo dos «Vivir como los santos», con respecto al sentimiento de culpa por constituirse él mismo en el intelectual que sobrevive gracias al sacrificio de mucha gente, el narrador/autor/protagonista no aborda este tema desde una perspectiva fundamental como sí ocurre en otras escrituras autobiografías entre las que podría citarse a manera de ejemplo: Rumbo al Sur, deseando el Norte12 de Ariel Dorfman. Lo que se aprecia en Adiós muchachos es que existe el tema pero no se problematiza. Y no tiene por qué hacerlo simplemente es algo que se observa: la culpa no es un trauma dominante. La culpa del costo en vidas humanas que significó para un individuo (intelectual) como él la llegada al poder es algo que tampoco se aborda en profundidad en otros textos nacionales homólogos13 al de Ramírez.

Por otra parte, el hecho de que el narrador/autor/protagonista tenga la habilidad de establecer lazos con personalidades de poder cultural o simbólico (lo que sí se maneja casi como marca traumática) es un dato relevante porque la escritura de su memoria nace como un ejercicio del poder, económico, político y simbólico. Ya él antes se ocupó de levantar corregir y publicar la memoria del legendario comandante guerrillero Francisco Rivera, «el Zorro», que es un militante sandinista campesino, marginal y empobrecido como muchos otros. Ramírez también «pasó en limpio»: Hombre del Caribe: Memoria, de Abelardo Cuadra, y de este último Elzbieta Sklodowska14 comenta:

El discurso de Hombre del Caribe es también más complejo de lo que aparenta ser. La introducción de Ramírez ofrece mucho más que un detallado trasfondo histórico para las memorias de Abelardo Cuadra. El compilador inserta aquí un escolio importante sobre la personalidad y las aventuras del casi mítico narrador/autor/protagonista y se explaya sobre las circunstancias en que iba gestándose el texto.

[...] Este último aserto evidentemente determina el código de lectura: estamos frente a un texto fáctico, o por lo menos así se nos hace creer. Otra vez la función del prólogo es poner en evidencia que la estructuración del libro alrededor de esquemas narrativos propios de la ficción -el código proairético de acción aventura y el código hermenéutico de misterio (Barthes)- no es una selección estética del compilador sino que está predeterminada por la realidad.


(44)                


De forma que, en este caso, el autor/narrador/protagonista figura como un escritor de oficio experto, porque la memoria que ahora escribe tiene como antecedente la experiencia previa de intervenir en la recopilación, edición y publicación de la memoria y testimonio de otros.

Pero, volviendo al libro-memoria, al final, el autor pone en perspectiva sus reflexiones críticas tras su expulsión de la Dirección Nacional en 1994, provocada por la insistencia de Daniel Ortega de que la Dirección Nacional debía estar compuesta exclusivamente por sobrevivientes de las catacumbas entre los que él no se encontraba (ver 288). Pierde el cargo de jefe de la bancada sandinista en la Asamblea Nacional (Congreso), hasta que llega el punto en que se ve agredido, él y su familia, a través de los medios radiales, por sus propios ex compañeros de lucha. Ante tales circunstancias decide separarse definitivamente de las filas del Frente Sandinista. En este punto, el fracaso de la revolución, según Ramírez, se concentra en que la revolución no trajo la justicia anhelada por los oprimidos ni creó riquezas ni desarrollo (ver 17), pero dejó como mejor fruto su democracia sellada en 1990 con el reconocimiento de la derrota electoral.

En resumen, esta memoria no es la de una víctima ni de un vencido, pero tampoco es de un vencedor, es de un testigo/escritor profesional que aprovecha la pujanza del mercado literario para publicar su libro. Por consiguiente, algo fructífero que conlleva este tipo de escritura es que contribuye a la profesionalización de los autores, a la apertura de nuevos mercados y a la generación de inquietudes con respecto a las políticas y espacios de la memoria. En otras palabras, parece que la dinámica del mercado incide poderosamente en los proyectos de la escritura de la memoria.

En conclusión, en el ejercicio de escritura de la memoria que hace Ramírez Mercado es posible detectar un distanciamiento simbólico y discursivo entre el narrador/autor/protagonista y el sujeto popular abyecto y, lo que él mismo llama, «la generación perdida». Pero sobre todo esta primera lectura del texto devela cómo hay una tradición latinoamericana, iniciada por Sarmiento en el siglo XIX, que ve su continuidad en la propuesta de Ramírez en cuanto al manejo o manipulación de la realidad o de personajes reales para conformar una imagen que va más allá de una ciudadanía modélica, y que por razones de poder cultural y político, se acerca más bien a la conformación figurativa de un sujeto paradigmático.






Bibliografía

  • Belli, Gioconda. El país bajo mi piel. Memorias de amor y guerra. Barcelona: Plaza & Janés Editores S. A., 2001.
  • Cruz, Juan. «El hombre que viaja con su país». Cuadernos Hispanoamericanos (enero de 2010).
  • Dorfman, Ariel. Rumbo al sur, deseando el norte. Un romance en dos lenguas. Buenos Aires: Grupo Editorial Planeta, 1998.
  • Molloy, Sylvia. Acto de presencia. La escritura autobiográfica en Hispanoamérica. México: Fondo de Cultura Económica, 1996.
  • Rama, Ángel. La ciudad letrada. Hannover: Ediciones del Norte, 2002 (segunda edición).
  • Ramírez Mercado, Sergio. Hombre del Caribe: Memoria. San José: EDUCA, 1981.
  • Ramírez Mercado, Sergio. La marca del Zorro. Managua, Nicaragua: Editorial Nueva, 1989.
  • Ramírez Mercado, Sergio. Adiós muchachos. Una memoria de la revolución sandinista. San José: Aguilar, 1999.
  • Randall, Margaret. Somos millones... La vida de Doris María, combatiente nicaragüense. México: Extemporáneos, 1977.
  • Randall, Margaret. Todas estamos despiertas. Testimonios de la mujer nicaragüense de hoy ... México: Siglo XXI, 1980.
  • Randall, Margaret. Las hijas de Sandino. Una historia abierta. Managua: Anamá Ediciones Centroamericanas, 1999.
  • Rodríguez, Ileana. «Ciudadanías abyectas: Intervención de la memoria cultural y testimonial en la res pública». Memoria y ciudadanía. Eds. Ileana Rodríguez y Mónica Szurmuk. Santiago: Editorial Cuarto Propio, 2008. 15-37.
  • Schindel, Estela. «¿Hay una "moda" académica de la memoria? Problemas y desafíos en torno del campo». Aletheia 2.3 (noviembre de 2011).
  • Sklodowska, Elzbieta. Testimonio hispanoamericano: historia, teoría, poética. Frankfurt am Main: Peter Lang, 1992.


 
Indice