
Alcances de la descripción estilística (Luis Cernuda: «Nocturno Yanqui»)
Gonzalo Sobejano
University of Pennsylvania
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Llamo descripción estilística a la exposición de aquello que distingue y caracteriza un texto en cualquiera de los elementos que lo constituyen: actitud, tema, estructura y lenguaje. Pero, de acuerdo con la acepción más restringida de estilística, me refiero principalmente al lenguaje, por creer que lo diferencial de la obra literaria es la primacía de la función poética: el hecho de que el mensaje llame la atención primariamente hacia la forma en que aparece expresado en palabra.
Todo método aspira a la integridad, y por tanto, no hay que excluir de antemano ninguno de los que se ofrezcan. Pero a mi juicio la descripción estilística es la operación primera e indispensable, sin la cual toda comprensión valorativa carecería de fundamento propiamente literario. Mostrar hasta dónde alcanza la descripción de los rasgos de lenguaje de un texto, es el propósito, adrede experimental, de este examen, cuya justificación es para mí, como la de cualquier intento de conocimiento, la curiosidad intelectual.
El texto seleccionado es «Nocturno yanqui» de Luis Cernuda. Admiro a este poeta desde que leí su obra en 1948, y admiro este poema desde que lo leí en 1959. De esa admiración arranca la curiosidad.
»Nocturno yanqui», es decir, poema que tiene por ámbito temporal la noche y por ámbito espacial el Norte de Estados Unidos. Esperamos que, como «nocturno», el poema nos haga percibir la noche, y así es. Esperamos que, como «yanqui», nos haga percibir la Norteamérica más nórdica, y no es así, pues apenas un sustantivo, «radiador», demanda una orientación al Norte. «Yanqui» constituiría, pues, dentro del título en relación con lo titulado, una reticencia: se anuncia algo, y no se explícita.
Pasando a lo titulado, surge el primer problema. Quiero describir lo distinto y característico del texto, pero ¿cómo hacerlo en absoluto, sin comparación con otra cosa? ¿Distinto de qué? ¿Característico respecto a qué? No cabe comparar el texto con otro hasta no conocer aquél en sí mismo, único modo de encontrarle después parangones adecuados. Compararlo con un ideal de «Nocturno yanqui» que pudiera yo tener en mi conciencia, es tan desaconsejable como si pretendiese conocer yo a otra persona comparándola conmigo o con una persona ideal producto de mi fantasía: sería la mejor manera de no conocerla. Se impone, pues, primeramente, comparar el texto consigo mismo. Si puedo conocer a una persona estableciendo relaciones entre lo que dice y lo que hace, entre la expresión de sus ojos y el tono de su voz, entre lo que promete y lo que cumple, entre sus ademanes y su modo de vestir, etc., podré también llegar a caracterizar un texto comparando entre sí sus elementos -actitud, tema, estructura, lenguaje- y comparando, para cada uno de éstos, los cambios, los motivos, las partes, los contrastes que a lo largo del texto se revelen. Sólo después de esta inmanente comparación será lícito pasar a otros modos de comparación trascendente.
Para orientarse en la percepción del texto, como para orientarse en la trama de la existencia, parece necesario reconocer con precisión las tres categorías que conforman el mundo: el espacio, el tiempo, y la relación sujeto-objeto; distinguiendo primero la estructura o disposición espacial, temporal y transitiva que adopta el tema desde la actitud, y describiendo en seguida la expresión lingüística en la cual reside la eficacia poética. Acometer la descripción del lenguaje sin haber entendido -aunque sea provisionalmente- la disposición que presenta el tema desde la actitud, va contra la naturaleza racional del hombre.
El poema se presenta repartido exteriormente en veinte estrofas, once de las cuales (1-4, 7, 11-14, 16 y 17) son sextetos octosílabos de pie quebrado, y las restantes sextetos irregulares por defecto o por exceso, salvo la última que es un verso único. Si restituimos a su lugar canónico los defectos y excesos, obtenemos también veinte estrofas, todas ellas sextetos regulares, menos la estrofa 15 que constaría de un sexteto más la mitad de otro, y la 20, constituida por el mencionado verso único. Todos los versos son blancos.
Esta estructura externa, con su tensión entre el canon estrófico y la irregularidad que introducen las pausas interestróficas efectivas ¿responde a una realidad semántica determinadora? Sólo podrá responderse después de reconocer la estructura interna, la articulación del pensamiento según el espacio, el tiempo y la relación.
Indicaciones
espaciales, referidas a un lugar muy concreto, son «lámpara»
, «cortina»
, «pueblo»
, «aquí, de regreso / Del mundo»
,
«madera»
, «radiador»
, «reloj»
, «un
libro»
. Desde la estrofa 6 cesan, y sólo se vuelve
a hallar una, «la cama»
, como
última palabra de la composición entera.
Las indicaciones
temporales no faltan de principio a fin. El tiempo verbal dominante
es el presente: de indicativo en todas las estrofas menos la
última; de imperativo en «Sueña ahora»
(1), «Gana tiempo»
(8) y «Mata la luz»
(20), y de subjuntivo en
las estrofas 15 y 18. No obstante la ubicuidad del presente, hay
numerosas incursiones en el pasado: «has
leído»
(5), «Alguien
dijo»
(9), «Fuiste
joven»
y «ha huido»
(10), «Trabajo fue»
(13),
«Lo mejor que has sido, diste»
(15), «te esforzaste»
(16),
«Al que eras, le has hallado»
(17), «tu vida era»
(18),
«Donde estabas»
(19); pero
sólo hay dos incursiones en el futuro: «No habrá tiempo»
(8), y
«eso ha de aprenderlo el
hombre»
(14). El presente, pues, domina la
composición y, frente a él, sólo el pasado
adquiere relieve desde la estrofa 5, aquella en que terminan las
indicaciones espaciales. Tal comprobación parece cobrar
mayor importancia porque las primeras cinco estrofas, tan llenas de
indicios de espacio, no ponen de manifiesto la temporalidad tanto
como las estrofas 6 a 11, en las que se da una acumulación
de índices temporales: «tiempo
hay»
, «temprano»
,
«invierno»
, «primavera»
, «Tiempo tienes»
, «¿... hasta cuándo / El tiempo al
hombre le dura?»
, «es
tarde»
, «La vida en tiempo se
vive»
, «Tu eternidad es
ahora»
, «Porque luego / No
habrá tiempo»
, «Gana
tiempo»
, «El tiempo y
yo»
, «tu tiempo»
,
«Frente al tiempo»
, «Fuiste joven»
, «nunca lo supiste / Hasta hoy»
,
«mocedad»
, «tardía»
. No desaparecen tales
índices en las estrofas siguientes, pero se enrarecen
bastante.
En cuanto a la
relación. A partir de los versos tres y cuatro de la estrofa
primera el lector percibe que no hay más que dos sujetos: la
voz que habla (jamás designada por «yo» ni por
la desinencia de primera persona verbal) y «tú»,
cuya presencia consta en todas las estrofas, una por una. La
ausencia de cualquier signo de yo emisor, y la omnipresencia del
tú receptor, muestran su igualdad: este tú es yo. Se
trata de un monólogo autorreflexivo, de un
autodiálogo. Si surge otro portador de elocución
independiente, es un sujeto indefinido: «repite alguno»
(7), «Alguien dijo»
(9), y «Según dicen»
(12).
Pero si ese sujeto
único no se relaciona con otros sujetos, se relaciona con
objetos. En las cinco primeras estrofas, aparece referido a los
objetos de significación espacial ya mencionados, más
los «sueños» y las «realidades»,
ciertos «amigos» no presentes, el latido de la propia
«sangre» y unos «libros viejos». Entre la
estrofa 6 y 11 -ya queda dicho- es el tiempo el objeto tenazmente
aludido o nombrado. Desde la primera palabra de la estrofa 12 se
impone como término de referencia el trabajo: «El trabajo alivia a otros»
, «¿Cuántos años.../De
trabajo...?»
, «Trabajo fue que
no compra»
, «A otro
menester»
, «Y profesas
pues»
. Con la estrofa 15 se abandona esa referencia y
empieza a notarse otra que podría llamarse el ideal:
«Lo mejor que has sido»
,
«hacerte digno»
, «excederte»
, «sino y amor»
, «Mito moceril»
, «Ser quien eres»
,«la verdad del hombre»
, «Quien eres»
. Son expresiones que
remiten a aquello que mueve al ser a realizarse
auténticamente.
Consideraríamos, según esto, el poema, articulado en una estructura en que lo decisivo es la relación del sujeto único hacia los términos siguientes: I. Espacio que hace sentir la soledad (estrofas 1-5), II. Tiempo que hace sentir el fracaso (6-11), III. Trabajo que hace sentir el fracaso ( 12-14), IV. Ideal que hace sentir la soledad (15-18), y V. Soledad (19-20).
Este esquema del proceso señala ya los temas: soledad en el espacio, fracaso en el tiempo, fracaso al cabo del trabajo, soledad al cabo del esfuerzo por un ideal, y anegación en la soledad de la sombra. Unitariamente: Recapitulación, desde la soledad nocturna, de una vida estrechada por un espacio sin estímulos, próxima a la consumación de su tiempo histórico, insatisfecha de su trabajo, y convencida de que su esfuerzo hacia un ideal no ha trascendido fuera de sí.
La actitud que parece dar unidad al discurso es una actitud de meditación autospectiva, cuyo acento elegiaco ofrece los siguientes cambios: 1, carencia de realidad; 2, penitente espera; 3, temor; 4, aburrimiento; 5, desatención; 6, falsa confianza en el tiempo; 7, duda acerca de esa confianza; 8, apremio del tiempo; 9, insatisfacción con la propia vida; 10, remordimiento; 11, sensación de mocedad tardía; 12-15, precariedad y fastidio; 15, afán no justificado; 16, esfuerzo por ser auténtico; 17, logro de autenticidad pero sin trascendencia; 18, aceptación de la autenticidad no trascendente; 19, retorno a la soledad inicial, y 20, anegación de la conciencia en la oscuridad.
Vista así la estructura interna, ¿se corresponde con ella la estructura externa caracterizada por el desajuste entre las veinte estrofas canónicas y las veinte efectivas?
El primer
desajuste aparece entre las estrofas 5 y 6, al pasar del tema
espacio al tema tiempo. Mientras dura la comprobación del
contorno vacío de estímulos reales, la rigidez del
canon se mantiene: forma fija para contenido yerto. «¿Qué hacer?»
, es la
primera pregunta de un poema sembrado de preguntas. Y sobreviene
entonces el sentimiento del tiempo personal, con dudas, sospechas y
preocupaciones; la forma fija empieza a ceder a la libertad de una
digresión vuelta hacia lo que el sujeto ve que ha sido, pudo
ser, y es. El segundo desajuste está entre las estrofas 8 y
9, aquélla terminada en una pregunta («¿Y cuándo?»
), y
ésta iniciada con una cita («Alguien dijo»
). Entre la estrofa 9 y
la 10 se produce el tercer desajuste, en un momento psíquico
de extremo pesar: «...vida / Sin
vivir»
-«Remordimiento»
. En la estrofa 11 se
recobra la regularidad, mantenida a lo largo de las tres
siguientes, relativas al trabajo: con la visión de
éste como supuesto alivio y menester fastidioso concuerda la
observancia del molde. Cuando aparece el cuarto desajuste es cuando
ha surgido el cuarto tema, el ideal, que con su dilatación
semántica (el «deseo de
excederte, / Esperando / Siempre mañana otro día /
Que, aunque tarde, justifique / Tu pretexto»
) trae
consigo el alargamiento de la estrofa, la mayor anomalía en
todo el poema, ya que no hay modo de insertar los tres versos
últimos en ningún sexteto canónico. La
presunta satisfacción de haber servido fielmente al ideal
regulariza de nuevo el molde en las estrofas 16 y 17. Pero la 18 se
desequilibra otra vez por alargamiento: al ideal que se cree
cumplido le falta la trascendencia hacia los otros, y el
razonamiento viene a parar en la comprobación brusca de la
soledad, produciéndose así el quinto desajuste: un
desequilibrio que va a acabar y acaba de hecho en el abrupto verso
último, «Mata la luz, y a la
cama»
, cuyo prosaísmo extingue, como un
pistoletazo, la luz de la conciencia que la
«lámpara» del verso primero del poema
había encendido.
Hasta aquí
el análisis se ha apoyado principalmente en la forma del
contenido, sin que haya sido necesario recurrirá una previa
intuición de fenómenos expresivos parciales, como
proponía Leo Spitzer, ni a una previa intuición
totalizadora, como postulaba Dámaso Alonso2.
En palabras de Fernando Lázaro Carreter: «el estudio del lenguaje literario ha
conquistado su derecho a ser objetivo y autónomo, es decir,
a contar con una descripción independiente de intuiciones
críticas previas, y que no tenga como única finalidad
confirmarlas; por el contrario, esa descripción puede
promover observaciones literarias no alcanzables por mera
intuición»
3.
Esto quizá quede más claro al examinar ahora, por el
mismo criterio experimental e inductivo, la forma de la
expresión.
Puede hacerse esta descripción del lenguaje siguiendo de izquierda a derecha las líneas escritas, verso por verso, estrofa por estrofa, parte por parte. Puede hacerse también apreciando los rasgos estilísticos sobre cada uno de los estratos del lenguaje: métrico, fónico, sintáctico, semántico, y figurativo o retórico. Adopto esta segunda vía para dar mayor variedad al análisis.
Lo decisivo en una
descripción estilística inmanente es detectar los
hechos de lenguaje que parecen dotar al texto de una
fisonomía peculiar, y un buen criterio para ello es el
propuesto por Michael Riffaterre: el contexto estilístico,
definido como «un
pattern rompu par un élément
imprevisible»
4.
El procedimiento de estilo es 'contexto/contraste', ya se trate de
contexto mínimo inmediato o de contexto periférico
mediato. Por ejemplo, en la estrofa primera sería rasgo
estilístico la repetición de la prótasis
condicional: «Si puedes, si te contentas», donde
«Si puedes» funcionaría como microcontexto junto
al cual se destaca, y sólo gracias a él, la
repetición «si te contentas», relativamente
imprevisible dentro de ese diseño, pero que obtiene una
especie de previsibilidad característica dentro del
diseño mayor del poema, ya que esa repetición de un
mismo miembro sintáctico se encuentra varias veces: «tu sangre, / Su latido / Incansable,
temeroso»
, «Es la madera, que
cruje; / Es el radiador, que silba»
, «es tarde, / Es tarde»,
«¿Cuáles dos? ¿Dos
lectores...?»
, «¿Cuántos años...? /
¿Veinte y pico...?»
, «Al afán de hacerte digno, / Al deseo de
excederte»
. Podría hablarse entonces de la
propensión general a duplicar una función
sintáctica equivalente; procedimiento de insistencia (doble,
no múltiple, y, por tanto, no oratoria) que concuerda con el
tono comprobatorio-inquisitivo del soliloquio.
Pongamos, pues, de relieve el lenguaje del texto según los estratos indicados.
Del aspecto
métrico se ha dicho ya que los sextetos regulares sufren
cinco desajustes en momentos de tensión muy marcada. Lo
mismo ocurre entre versos: «si te
contentas / Con sueños, cuando te faltan /
Realidades»
, etc. El
encabalgamiento, no sólo entre estrofas sino también
entre versos, es una característica permanente en
«Nocturno yanqui».
No es éste
un poema que ofrezca efectos fónicos abundantes. La ausencia
de rima y el uso de octosílabos y cuatrisílabos
(medidas normales de los grupos fónicos del castellano
hablado) imponen una evidente proximidad al habla ordinaria,
reforzada porque los encabalgamientos, y a menudo también
las pausas fuertes en el interior del verso («Callas y escuchas. No. Nada / Oyes»
,
etc.), tienden a hacer poco
perceptibles las unidades métricas. Lenguaje, pues, de ritmo
casi prosano, en el que apenas puede descubrirse otro simbolismo
fónico que no sea ese regateo parcial del compás
previsible en favor de la expansión o contracción
momentáneas del discurso. Hay, claro, algún caso de
onomatopeya: la madera que «cruje»
, el radiador que «silba»
. La sinéresis «Todavía temprano para»
apoyaría el malestar de la comprobación, y en el
hiato «para / Acostarte»
se
haría audible el «bostezo» nombrado en esa misma
estrofa cuarta.
Respecto al
estrato sintáctico ya se han hecho algunas observaciones. El
poema es un autodiálogo formulado en el presente de
indicativo de la constatación, al que sirven de hitos
orientadores, casi equidistantes, los tres imperativos: «Sueña ahora»
, irónico,
que abre la contemplación de un espacio solitario; «Gana tiempo»
, urgente, que centra el
examen de un pasado insatisfactorio y de un presente sin
proyección hacia fuera; y, en fin, «Mata la luz»
, imperativo cortante que
ahoga el monólogo en la mudez de la inconsciencia. Los
desajustes ya señalados en estrofas y versos testimonian la
preponderancia del ritmo semántico, propio de la prosa,
según Northrop Frye5,
sobre el ritmo lírico de la asociación.
Puede
añadirse ahora que en este poema la frase yuxtapuesta o
coordinada predomina con mucho sobre la subordinación. Es
una sintaxis de segmentos sueltos («Un
bostezo. / Pausa. Y el reloj consultas»
) o levemente
coordinados («Tomas un libro. Mas
piensas...»
); rara es, en cambio, la frase de largo
desenvolvimiento (por ejemplo, la estrofa 15, aquella precisamente
que alarga el sexteto con tres versos no compensables). Tal cosa
está en armonía con el tono meditativo de este
soliloquio, en el que no hay una sola exclamación, pero que
aparece salpicado de preguntas, no retóricas, sino
lógicas, puntualizadoras, decisivas: «¿Qué hacer?»
, «¿Mucho? ¿Cuánto? ¿Y
hasta cuándo...?»
, «¿Y cuándo?»
, «¿Cuáles dos? ¿Dos
lectores...?»
, «¿Cuántos años ahora tienes
/ De trabajo? ¿Veinte y pico...?»
, «Mas es la verdad del hombre...?»
,
«¿Por qué no poner la vida
/ A otra cosa?»
. Son preguntas respondidas por el propio
sujeto de alguna manera, sea con simples constataciones, por medio
de la indefinida voz de alguien, o por adversación
explícita o implícita.
Por su
repetición o por su rareza llaman la atención otros
rasgos sintácticos. Por su repetición se destacan: el
uso del presente comprobativo («estás»
, «callas y escuchas»
, «consultas»
, etc.); las interrogaciones breves,
según se ha indicado; las frases elípticas («Un bostezo. / Pausa»
, «Todavía temprano para /
Acostarte»
, «¿Mucho?
¿Cuánto?»
, «¿Cuáles dos...?»
,
«Remordimiento»
), y los
comienzos copulativos que van agregando espaciadamente unidad tras
unidad a un pensar entrecortado: «Y
atención prestas»
, «Y
el reloj consultas»
, «¿Y hasta cuándo...?»
,
«Y suspiras»
, «¿Y cuándo?»
, «Y profesas pues»
, «Y al que eras le has hallado»
,
«Y piensas / Que así
vuelves»
. Presente comprobativo, interrogaciones breves,
frases elípticas y comienzos copulativos actúan en
común como signos de un ahora sin después: la
acción está produciéndose en este momento, las
preguntas plantean incógnitas no resueltas, las frases
elípticas carecen de marca temporal, agregar un sumando
más a lo que se ha dicho puede hacerse una y otra y otra
vez.
Por su rareza
llaman la atención dos cláusulas absolutas: «Tú su presa vengadora»
(11), o
sea, 'siendo tú su presa vengadora', y «Aun el miraje perdido»
(18), es
decir, 'aun habiendo perdido ya el espejismo que te atraía'.
Tales cláusulas no son sino nuevos modos de elipsis; pero,
como propias de la lengua escrita, discrepan ligeramente del
carácter coloquial que distingue al poema.
Finalmente, el plano semántico y el figurativo.
Describir el
léxico de un texto, desde el punto de vista del estilo, es
exponer lo distintivo de su vocabulario, cosa que sólo puede
hacerse atendiendo de nuevo a la repetición o a la rareza.
En cuanto a lo primero, basta notar la frecuencia con que
términos idénticos, o pertenecientes a un mismo campo
nocional, aparecen. En la estrofa 3 hallamos contiguos los
términos «No. Nada»
; en
la 8, «No habrá tiempo para
nada»
; en la 10, «Pero nunca
lo supiste»
; en la 14, «Nadie
enseña lo que importa»
; en la 19, «contigo / Y sin nadie»
,
términos todos de negatividad, a los que pueden agregarse,
como afines, muchas fórmulas interrogativas, y otras
expresiones de indeterminación: «otra / Cosa inquieta»
(3), «A otra cosa»
(17), «alguno / Dentro de ti»
(7), «Alguien dijo»
(9), «Según dicen»
(12), y «sombra»
(15), «mito»
(16) y «miraje»
(18). Junto a estos
síntomas de la insuficiencia (negatividad,
interrogación, indeterminación) hay que ponderar la
abundancia, y a veces la repetición literal, de los
síntomas de la temporalidad: la palabra «tiempo»
figura, entre las estrofas 6 y 9, ocho veces, y el motivo
'temprano-tarde' se hace dramático en las estrofas 4a 11 e
incluso después: «Esperando /
Siempre mañana otro día / Que, aunque tarde,
justifique / Tu pretexto»
(15). Insuficiencia y
temporalidad serían así los campos semánticos
dominantes.
Desde el punto de
vista de la rareza, la comparación oportuna se entabla con
el inmediato contexto, pero también con el tono general
deducido de la observación del texto entero. «La lámpara y la cortina / Al pueblo en
su sombra excluyen»
forma un enunciado en que llama mi
atención «excluyen»
en
contraste con «sombra»
, que
haría prever más fácilmente 'ocultan' o
'encubren': «excluyen»
trae
una intensa connotación de apartamiento previo y sin
remedio. Parecidamente, en «cuerpo en
pena»
(2) se siente que lo previsible ('alma en pena') ha
sido objeto de una sustitución, produciéndose
así una ruptura de cliché: «cuerpo en pena»
.
Se ha reconocido
ya en el poema una proximidad de tono a la lengua prosaria, incluso
prosaica en giros como «Tomas un
libro»
, «¿Veinte y
pico...?»
, «a la
cama»
. Dentro de ese tono general desentonan por raras,
según mi horizonte de previsión, además de las
cláusulas absolutas (fenómeno sintáctico),
otros fenómenos de orden léxico: «Tomas un libro. Mas piensas»
(5),
«¿Dos lectores / De
mañana? / Mas tus lectores...»
(9). La
conjunción «mas», a diferencia de 'pero', es de
empleo exclusivamente literario, jamás presente en el
castellano hablado. También insólitos en la lengua
hablada son los vocablos «moceril»
(16) y «miraje»
(18), este último un
galicismo que ni aun en la lengua literaria ha encontrado
aceptación. Concluiríamos, ante esto, que el
léxico de «Nocturno yanqui» está muy
cerca de la lengua hablada pero contiene algunas expresiones
extrañas a ella, que producen un cierto
enfriamiento6.
Pasando al plano
figurativo, notamos primero tres casos de ironía: «Sueña ahora, / Si puedes»
(1),
exhortación a lo que se sabe de antemano imposible; «'El tiempo y yo para otros / Dos'.
¿Cuáles dos? ¿Dos lectores / De
mañana?»
(9), donde la cita, cuyo sentido es que
con ayuda del tiempo yo soy capaz de luchar contra dos adversarios
mancomunados y vencerlos, se utiliza con un matiz de sarcasmo
aplicándola a dos destinatarios futuros, irrisorio y
tardío resultado de un trabajo poético que
consumió una vida entera; y, finalmente, «A otro menester el mundo, / Generoso como
siempre, / Te demanda»
(13), es decir, 'mezquino como
siempre'.
Notaremos en
seguida la escasez y palidez de las metáforas: «el ave ha huido / De tu mano»
(10),
por 'la juventud,' es figura modestísima de procedencia
proverbial (más vale pájaro en mano); «Tú su presa vengadora»
(11) es
también metáfora venatoria, pero menos sensorial que
la anterior: del sujeto ha querido apoderarse la juventud a
destiempo, como en venganza de no haber sido él consciente
de esa juventud cuando de hecho la tuvo. Parecido sello de
abstracción, en «una
sombra»
(15), metáfora del afán o deseo; en
«mito moceril»
(16), y en
«el miraje perdido»
(18),
donde el tenor implícito quizá sea 'aquello que se
creyó poder ser'. Levemente metafórica es la
expresión «poner la vida / A otra
cosa»
(17): arriesgarla como se arriesga la fortuna en
una apuesta. Pocas metáforas, por tanto, y tenues: sea por
triviales (el ave en la mano), por lexicalizadas (ser presa de
algo, poner la vida a algo), o por semiabstractas (sombra, mito,
miraje). Parquedad metafórica que no sorprende en un texto
de tono hablado y contenido meditativo.
En cambio, no son
escasas las figuras de contigüidad en «Nocturno
yanqui». Hay expresiones sinecdóquicas de la parte en
vez del todo: «cuerpo en
pena»
, «amigos / Y sus
voces», el «latido / Incansable, temeroso»
de
la sangre, «has leído demasiado /
Con los ojos»
, «no le va esta
cara / Ni el pelo blanco»
, expresiones que destacan
aquellos aspectos en que más condensadamente se
acentúan los valores humanos: voces de los amigos que faltan
pues falta la comunicación; cuerpo en pena porque el sujeto
se siente como materia abandonada; latido de la sangre en juego con
crujido de la madera o silbido del radiador; lectura hecha no con
toda la conciencia sino sólo con unos ojos fatigados; cara y
pelo blanco que desdicen de la juventud interiormente sentida. Por
otro lado, las sinécdoques del todo en vez de la parte (que
también las hay) remiten infaliblemente al espacio ajeno y
al tiempo indefinido: «De regreso / Del
mundo»
, «Todo el invierno te
espera»
, «La mocedad dentro
duele»
, «el mundo... / Te
demanda»
, «Hasta el día
/ Que la historia se termine»
, a las que deben
añadirse sinécdoques de la materia en vez del objeto:
«la madera, que cruje»
, y
«mata la luz»
. Frente a la
evocación por partes de la persona humana, entrevista en
fragmentos de intensificado relieve, está la visión
totalitaria-indistinta del tiempo, el mundo y la materia.
Temporalidad y espacialidad amenazantes frente a amenazada
insuficiencia personal. Aunque el poema contiene expresiones de
posible valor simbólico, ningún símbolo parece
tan seguro como el de esa luz -la luz de la conciencia pensante-
que aparece aludida en la primera palabra del texto («La lámpara...»
) y nombrada en
el último verso («Mata la
luz»
).
Aquí puede darse por terminada una descripción suficiente del poema comparado consigo mismo. «Nocturno yanqui» es un poema en que un sujeto se dirige a sí propio como a un tú, en una noche (reticentemente norteamericana), contemplando un espacio de soledad y un tiempo y un trabajo vanos, para cerciorarse luego del esfuerzo por él dedicado a un ideal, el cual, por no haber trascendido fuera de sí, le refiere de nuevo a la soledad inicial, cortada por la decisión de matar, con la luz, el raciocinio. Tal soliloquio está trazado desde una primordial actitud de fatal inmanencia. Entran en colisión el canon métrico elegido y la irregularidad por defecto o por exceso en momentos de cambio temático o desequilibrio interior. El lenguaje se distingue por su tono hablado y su escaso relieve fónico, por su sintaxis suelta de carácter meditativo-inquisitivo, por su insistencia semántica en la insuficiencia y la temporalidad, por cierto enfriamiento literario del tono coloquial, y por una imaginación más denotativa que transmutadora que pone de manifiesto la amenaza de un todo espacio-temporal respecto a la persona, vislumbrada en aspectos parciales.
Semejante tipo de descripción de un texto comparado consigo mismo puede cumplir la tarea primaria de distinguir, caracterizar, aclarar. Tratando de inducir los rasgos de su fisonomía, la conciencia descriptiva pone en movimiento al poema.
Pero no carecen de
cierta razón quienes piensan que una descripción
así constituye una especie de tautología que nos deja
prisioneros del lenguaje y cerrados al mundo del autor y a nuestro
mundo. Es entonces cuando se debe pasar a la comparación del
texto en dos instancias: el circumtexto personal y el cultural.
Ambas nos llevan del texto hacia fuera: hacia la persona del autor,
su obra toda, la obra literaria de sus predecesores y
contemporáneos, el sistema de modos y géneros
literarios vigentes cuando se compuso el texto, el complejo de las
artes en tiempo del autor y en el nuestro; el mundo
económico, social y político suyo y de nosotros, y el
movimiento general de la historia. De todas estas zonas
concéntricas dos admiten todavía la
descripción estilística del lenguaje: la obra total
del autor, y las obras ajenas con las que el texto pueda
fundadamente ponerse en relación directa. A este respecto,
recordaré que el teórico ruso V. V. Vinogradov
proponía, primeramente, el estudio «funcional e inmanente»
del texto y de
la obra entera de un autor como sistema individual y único
de correlaciones estilísticas, y, en segundo lugar, el
estudio «retrospectivo y
proyectivo»
de ese microcosmos «como uno de los eslabones en la cadena general
de los estilos artísticos sucesivos»
7.
Más recientemente, el italiano Cesare Segre, después
de reconocer que la descripción estilística «reactiva las diferencias y las oposiciones, las
evocaciones y las conexiones entre las distintas partes de la obra:
descubre de nuevo, en definitiva, el funcionamiento del
sistema»
, añade que «el
sistema estilístico de una obra puede ampliarse sin sufrir
alteraciones en dos direcciones: la de los sistemas
estilísticos de las demás obras del autor estudiado,
y la de las anteriores fases de redacción de la obra
misma»
(si se cuenta, claro está, con tales
fases)8.
Por vía de ejemplo apunto algunas conexiones entre «Nocturno yanqui» y La realidad y el deseo, colección completa de la obra en verso de Luis Cernuda9.
En esta
colección sólo hay dos poemas que se titulen
«nocturnos»: el «Nocturno
entre las musarañas»
(de Un río, un
amor, 1929), donde un «cuerpo de
piedra, cuerpo triste»
, sin saber donde ir ni donde
volver, anhela en vano la flor de los deseos cortados a
raíz, y este «Nocturno yanqui», que expresa
idéntica inmanencia sin efugio, pero no en el umbral de la
vida, sino en su declinar. Ahora bien, poemas brotados de la
soledad de la noche, aunque no se titulen «nocturnos»,
los hay en tanta profusión que puede considerarse una
situación constante, en la poesía de Cernuda, esa
soledad del hombre encerrado dentro de una habitación
contemplando unos muros, una lámpara, un lecho, una ventana:
ámbito que nunca es hogar, y casi siempre celda. Esta
prisión de la noche está presente con mayor evidencia
en los tres primeros libros, pero nunca desaparece del todo. En
cuanto a «yanqui», no encuentro esta palabra ni en el
verso ni en la prosa de Cernuda, y tal vez esta ausencia inyecte al
reticente adjetivo un matiz de desprecio, ya sospechado pero que
puede confirmarse con unos versos concretamente referidos a un
enclave norteamericano: «El norte nos
devora, presos en esta tierra, / La fortaleza del fastidio
atareado»
(Con las horas contadas, 1950-56:
«Retrato de poeta», p. 299).
«Nocturno yanqui» es el único poema de Cernuda escrito en sextetos octosílabos de pie quebrado. El punto de comparación en este aspecto habrá que buscarlo, pues, fuera de La realidad y el deseo.
Otro rasgo del poema, el uso del «tú» autorreflexivo, aparece en la poesía de Cernuda a partir de 1931 (Los placeres prohibidos, poemas IX y X), aunque muy débilmente; toma incremento en el libro Las nubes (1937-1940), e invade Como quien espera el alba (1941-44), Vivir sin estar viviendo (1940-49) y Con las horas contadas (1950-56), libro este último al que pertenece «Nocturno yanqui», si bien dentro de él ocupen amplio espacio los «Poemas para un cuerpo», obra de amor trascendente... hasta cierto punto. Podríamos estimar el «Nocturno», en este aspecto, como la quintaesencia del autodiálogo cernudiano exacerbado en la soledad del destierro.
El tono coloquial del poema ofrece casi la misma trayectoria que el «tú» reflexivo en la obra toda del poeta: apunta tenuemente en alguna composición anterior a la guerra (por ejemplo, «La gloria del poeta», de Invocaciones, 1934-35), pero sólo adquiere predominio desde Las nubes («Impresión de destierro»), por efecto de cierta poesía inglesa según declararía el propio Cernuda, y por un principio de austeridad connatural al poeta y un deseo de directa verdad sin énfasis, acentuado a causa de las circunstancias: exilio, guerra, sufrimiento personal y postración colectiva.
Otro rasgo
expresivo del «Nocturno yanqui», la tensión
entre metro y sintaxis, nos lo aclaran mejor que cualquier poema
ciertas palabras del «Historial de un libro» que
parecen describir con la más aguda inteligencia
crítica este caso: «A partir de
la lectura de Hölderlin -explica Cernuda- había
comenzado a usar en mis composiciones, de manera cada vez
más evidente, el enjambement [...]. Eso me condujo poco a poco a un
ritmo doble, a manera de contrapunto: el del verso y el de la
frase. A veces ambos pueden coincidir, pero otras diferir, siendo
en ocasiones más evidente el ritmo del verso y otras el de
la frase. Este último, el ritmo de la frase, se iba
imponiendo en algunas composiciones, de manera que, para
oídos inexpertos podía prestar a aquéllas aire
anómalo. En ciertos poemas míos, que constituyen un
monólogo dramático, entre los cuales se encuentran
algunas de mis composiciones preferidas, el verso queda como
ensordecido bajo el dominio del ritmo de la
frase»
10.
Así ocurre muy a menudo en «Nocturno yanqui»,
testimonio de una voluntad de dicción común, prosaria
y transparente.
Pero no se trata
de probar aquí cómo se realiza en este texto la
poética de Luis Cernuda, cosa fácil consultando el
«Historial de un libro» y otros ensayos críticos
del poeta; ni tampoco es hacedero en esta ocasión trazar un
cuadro completo de concordancias entre el «Nocturno» y
toda La realidad y el deseo. Me ceñiré a
unas cuantas observaciones sobre los aspectos más sujetos a
duda, pues creo en lo que dice Michel Le Guern: «L'explication d'un vers
peut laisser au commentateur un choix très étendu,
qui sera vraisemblablement réduit si l'on cherche à
interpréter le vers dans la totalité du poème,
et plus encoré si l'on tient compte de l'ensemble du
recueil. Ce qui était connotation libre pour le vers
separé de son contexte deviendra souvent connotation
obligée dans un ensemble plus
large»
11.
Hacer de una connotación libre una obligada no es, contra lo
que pudiera parecer, reducir el radio de eficacia de las palabras
de un texto, sino restituirles el verdadero sentido en que las
pensó el poeta y, por tanto, acercarse más a su
verdad, conocerlo mejor.
Por ejemplo:
«La lámpara y la cortina / Al
pueblo en su sombra excluyen»
. Este
«excluyen» toma un significado más claro de
eliminación previa del horizonte comunicativo si le
comparamos unos versos del primer libro de Cernuda: «Surge viva la lámpara / En la noche
desierta / Defendiendo el recinto / Con sus fuerzas
ligeras»
(Primeras poesías, 1924-27, xxi,
p. 22). Aquí una
lámpara protectora que defiende el recinto de la
ensoñación, y allí una lámpara aislante
que sumerge en la sombra el espacio de relación humana.
Así también, «cuerpo en
pena»
, percibido como ruptura del cliché 'alma en
pena', se nos aparece, tras consultar la obra poética total,
como una especie de cliché personal de Cernuda:
«Cuerpo en pena» se titula un poema de Un
río, un amor (p.
42), libro en el que hallamos también, dentro de otro poema,
como metáfora del viento, la expresión «Amor en pena o cuerpo solitario»
(«Como el viento», p. 45). Y más tarde, en Las
nubes: «Tal jugador febril ante una
carta, / Un alma solitaria fue la apuesta / Arriesgada y perdida en
nuestro encuentro; / El cuerpo entre los hombres quedó en
pena»
(«Tristeza del recuerdo», p. 162). Y sólo se comprende bien la
razón de esta imagen si se recuerda la exaltación que
constantemente hace nuestro poeta del cuerpo joven y hermoso:
«cuerpo en pena»
no
sólo traduce el desamparo de la materia, sino la decadencia
de lo más preciado -el cuerpo- por obra del tiempo.
Una frase
elíptica como «Todavía
temprano para / Acostarte»
se revela como rasgo
característico de la sintaxis poética de Cernuda
cuando la cotejamos con otras en distintas composiciones: «Ahora inútil pasar la mano sobre
otoño»
(Las nubes: «Carne de
mar», p. 59), «Pero el mérito igual en ambos
casos»
(«Dostoiewsky y la hermosura
física», p.
330).
Ese «alguno / Dentro de ti, que no eres»
,
que susurra al oído del sujeto su perentorio «es tarde, / Es tarde»
, puede
parecemos identificable si releemos «Noche del hombre y su
demonio», donde un secreto interlocutor del hombre -su
«demonio»
- dice a éste:
«Amigo ya no tienes si no es éste
/ Que te incita y despierta, padeciendo contigo»
(Como quien espera el alba, p. 230). Y podremos explicarnos mejor la
mención «El tiempo y yo para
otros dos»
, frase atribuida a Felipe II, si conocemos el
interés manifestado por Cernuda hacia ese monarca,
protagonista de las composiciones «Silla del rey»
(Como quien espera el alba, p. 270) y «Águila y rosa»
(Con las horas contadas, p. 289).
La «vida sin
vivir» es concepto que, extendido al período de
hastío, invierno y desamor, padecido por el poeta durante su
permanencia en Estados Unidos, sirve de título al libro IX
de la colección: Vivir sin estar viviendo. La
palabra «remordimiento»
, que
generalmente significa pesadumbre por un error cometido, queda
aclarada en relación con la «vida
sin vivir»
cuando comprobamos que algunas veces esa
palabra, u otra equivalente, figuran en poemas de Cernuda con la
significación de pesadumbre por lo no realizado: un «hombre gris»
, un «cuerpo vacío»
alegoriza el
pasado en «Remordimiento en traje de
noche»
(Un río, un amor, p. 41), y en otra parte: «me pesan los pecados / Que la ocasión o
fuerza de cometer no tuve»
(Como quien espera el
alba: «Apología pro vita
sua», p.
213).
El «mito
moceril» de nuestro poema tiene en la obra en verso de
Cernuda muchos nombres: es el «muchacho
andaluz»
, y el «etéreo
visitante»
, y el «joven
marino»
adorado «como cifra de
todo cuerpo bello»
en las invocaciones
(pp. 108, 113-114, 124), y es
el «Arcángel»
de
Como quien espera el alba (p. 210): la figura, en fin, en que el deseo
se consuma en privilegiados momentos de la vida, el milagroso
término del amor. De los «Poemas para un cuerpo»
son estos versos: «Mas mi amor nada
puede / Sin que tu cuerpo acceda: / Él sólo informa
un mito / En tu hermosa materia»
(p. 324). Confieso que este
«mito» sólo se me ha aclarado totalmente al leer
las líneas de una carta en que Cernuda explica a Philip
Silver que el «mito de su
existir»
tiene como fin «indicar la trayectoria finalmente mítica
que traza una existencia, en la cual no entra, claro, un solo amor,
sino varios, juntamente con otras múltiples experiencias de
toda clase, que componen el 'mito' de la misma»
. Y Silver
observa que «el mito va a ser a Cernuda
el equivalente al 'hombre interior' de Aldana y a la Máscara
u otro yo de Yeats»
12.
El extraño
«moceril» no es tan extraño: en la
composición titulada «El poeta» ya hablaba
Cernuda de un «anhelo moceril que se
despierta»
(Vivir sin estar viviendo,
p. 257). Y el
«miraje» que también nos extrañaba, lo
hallamos (después, no antes del «Nocturno») en
el poema «Desolación de la Quimera»: «Cuando el hombre y el poeta preferían /
Un miraje cruel a certeza burguesa»
(p. 57 del volumen del mismo título,
J. Mortiz, México, 1962).
El verso medular
de «Nocturno yanqui» es para mí: «Quien eres, tu vida era»
. En
él el afán de autenticidad («Ser quien
eres», según el lema de Pindaro y de Nietzsche) se
reconoce cumplido, no en otro que en el mismo sujeto de la
meditación: ser quienes somos no lo alcanzamos en otro ni
para otros, según Cernuda, sino en la vida misma que fuimos
si la vivimos con pasión. Así lo presentía el
poeta en plena juventud: «La verdad de
sí mismo, / Que no se llama gloria, fortuna o
ambición / Sino amor o deseo»
(Los placeres
prohibidos: «Si el hombre pudiera decir»,
p. 73). Y así lo
corrobora este «Nocturno» de la declinación de
la edad, contadas ya las horas. El Hombre ya había replicado
a su Demonio: «es más digno /
Sentirse vivo en medio de la angustia / Que ignorar con los grandes
de este mundo»
(«Noche del hombre y su
demonio», p. 230). Tal
sería el mensaje último de «Nocturno
yanqui»: sentirse vivo en medio de la angustia. Ante la
soledad del espacio, ante la fuga de las horas, ante la servidumbre
del trabajo, ante la imposibilidad de que el ideal trascienda:
conciencia que conoce, y que se reconoce idéntica a su amor,
a su haber vivido «por sino y amor» de un
«mito».
El último círculo comparativo al que la descripción estilística alcanza está constituido por aquellas obras literarias ajenas con las que el texto pueda directamente relacionarse de un modo razonable.
Nuestra memoria cultural y la consulta de la obra total del poeta nos proporcionarán los puntos de referencia adecuados.
Como todos los poemas de Cernuda, «Nocturno yanqui» está en la línea de la poesía metafísica por él mismo definida en su memorable escrito acerca de Manrique, Aldana y el autor de la «Epístola moral a Fabio». Admiraba Cernuda la poesía de Jorge Manrique por esta calidad metafísica y también por otras razones: el uso de la palabra como revelación directa de un pensamiento sin particular complacencia en asociaciones imaginativas, el equilibrio entre lenguaje escrito y hablado, y la manera como la estrofa manriqueña venía a ser proyección material del pensamiento, indisoluble de éste y por éste determinada13.
Que el
«Nocturno» está escrito en sextetos
octosílabos quebrados por inducción de la estrofa
manriqueña (aunque ésta consiste en un doble sexteto)
es cosa que no tarda en percibir el lector culto. (José
Olivio Jiménez fue el primero en comentar la semejanza de
tema y ritmo del «Nocturno» respecto a las
«Coplas»)14.
A mi parecer, hay ecos indudables, y otros probables, de la
elegía manriqueña: «No se
engañe nadie, no, / pensando que ha de durar / lo que
espera...»
resuena en «¿Y hasta cuándo / El tiempo al
hombre le dura?»; «Si fuese en nuestro poder / tornar
la cara hermosa / corporal...»
y «la gentil frescura y tez / de la cara»
pueden estar en relación con «pues no le va esta
cara»
, y «pues se va la vida
apriesa / como sueño»
en relación con
«La vida en tiempo se vive, / Tu
eternidad es ahora»
; «Después de puesta la vida / tantas veces
por su ley / al tablero...»
parece haber inspirado
«¿Porqué no poner la vida
/ A otra cosa?»
. Pero lo importante es que Cernuda elige
esta estrofa para, como Manrique, hablar del tiempo, de la
temporalidad, del pasar de la vida, y, no obstante el tono casi
prosaico, tan distinto del tono del poeta castellano, llega en el
«arrabal de senectud»
a un
cierto aprecio de la vida; aprecio no heroico ni proyectado al
más allá de la fe, pero digno con dignidad
ética inmanente, a pesar de su limitación al
aquí terrenal o por eso mismo: «Quien eres, tu vida era»
.
Otro poeta siempre
admirado por Cernuda fue Baudelaire. Para mí es indudable
que el «Nocturno yanqui» recoge algunos motivos de
«L'examen de minuit» de
Les fleurs du
mal. Así lo dejan entender algunas semejanzas:
el péndulo que suena en ese poema, y la madera y el radiador
en el nuestro; la referencia de Baudelaire al uso que hicimos del
día de hoy, y el carácter de recapitulación,
si no del día, de la vida pasada, en esta reflexión
del poeta andaluz; en Baudelaire se habla de haber bebido sin sed y
comido sin hambre («Bu
sans soif et mangé sans faim»
) y en
Cernuda de «bostezo»
y de
haber «leído demasiado»
(aunque aquí Mallarmé está más cerca:
«... et j'ai lu tous les
livres»
). Pero donde se impone el recuerdo
de Baudelaire es al final: «-Vite soufflons la lampe à fin / De nous
cacher dans les tenèbres!»
, versos
que Cernuda parece haber traducido despojándolos de su
acento satánico: «Mata la luz, y
a la cama»
. Huelga decir que para Luis Cernuda era
Baudelaire otro de los grandes poetas que sabían relacionar
lo sensible a lo suprasensible, y en quien admiraba, entre otras
cosas, la capacidad de «contarse en un
tono moderado de confesonario»
15.
Posible creo también la reminiscencia del siguiente breve poema de Jorge Guillén, «Noche encendida»:
|
Más
allá del «radiador»
y
de la «lámpara»
, lo
notable en este caso, como en cualquier posible cotejo entre
Guillén y Cernuda, es la oposición de actitudes:
afirmativa en aquél («noche
encendida»
, «ruiseñor»
, «colmo»
, «el mundo me ciñe»
), negativa
en éste («al pueblo en su sombra
excluyen»
, «de regreso / del
mundo»
). Como bien dice Casalduero, Guillén
«cierra la puerta a los ruidos para
oír en toda su claridad la melodía del
mundo»
17;
Cernuda, en cambio, está trágicamente solo y desatado
del mundo.
Hay, en fin, otro
poema, que me parece muy próximo al «Nocturno
yanqui», a pesar de una notable divergencia: el «Poema
de un día. Meditaciones rurales», de Antonio Machado
(Poesías completas, CXXVIII). Sobre esta
composición escribió Cernuda que «en su fluir espontáneo de conciencia e
inconsciencia es un anticipo de lo que años más tarde
se llamaría 'monólogo interior;' su tono coloquial,
su prosaísmo deliberado, que se levanta así
más efectivamente en ciertos momentos, la ironía que
corre bajo los versos, el ritmo tomado de las Coplas de
Manrique y que con destreza se adapta a tema bien distinto, hacen
de ella una de las más significativas de su
obra»
18.
Tal juicio me parece acertado en lo que atañe al tono
coloquial, prosaísmo e ironía; no tanto en el resto,
pues más que de un monólogo interior en su habitual
forma semiconsciente, se trata del discurso errático, pero
lúcido, de un sujeto que está solo y por ello mismo
deseoso de hablar con otros, y que, dada la dificultad
circunstancial de hacerlo, habla para sí en un estado tal de
animación hacia fuera que ni aun esa soledad material puede
frenarle el placer de pensar en voz alta. Tampoco me parece seguro
que el poema de Machado esté compuesto en un ritmo tomado de
las coplas manriqueñas: está escrito, sí, en
octosílabos y quebrados de rima consonante, pero sin orden
estrófico, en un fluir espontáneo que a veces
prolonga la serie de octosílabos, y otras veces aproxima, e
incluso pone contiguos, los quebrados, distribuyendo las rimas a
voleo, con tendencia a las alternas y a las pareadas. De la
composición de Machado se obtiene la impresión de una
alegría borboteante: lo contrario del ritmo grave de
Manrique y del ritmo, entre gravemente pausado y angustiosamente
entrerroto y espasmódico, del soliloquio de Luis
Cernuda.
Y, sin embargo,
con el poema de Machado (datado en Baeza, 1913) tiene nuestro
«Nocturno» concordancias de situación y de tema.
Machado se refiere al día de hoy, no en la noche sino en la
tarde, y sufre de incomunicación, pero de una
incomunicación que el ambiente le impone; él, por
sí mismo, se comunicaría, y se comunica en cuanto
puede. Ahora bien: Machado es ahí, como lo era Cernuda al
escribir su soliloquio, un «profesor /
de lenguas vivas»
, ocasional habitante de «un pueblo húmedo y
frío»
. En sintaxis elíptica, muy semejante
a la de Cernuda, leemos: «Invierno.
Cerca del fuego»
. Hay fuego en ese aposento: casi parece
un hogar, la casa que Cernuda anheló siempre tener y nunca
pudo19.
Y en el poema de Machado, afuera, está lloviendo, y el
sujeto invoca, aunque sea por costumbre, al «Señor»
. Hay allí un
reloj arrinconado que golpea con su tic-tac: «el latido / de un corazón de
metal»
; rumor tan insidioso como el crujir de la madera o
el silbar del radiador. No embellece Machado la situación:
claramente se refiere a «esa
monotonía / que mide el tiempo vacío»
, pero
la contrasta con la hora interior de su corazón, que le
lleva a recordar la muerte de un ser querido. Clamorean las
campanas y repiquetea la lluvia en los cristales: tanto movimiento,
en medio de esa monotonía, frente al pueblo de Cernuda
excluido en la sombra. Y el profesor solitario, en el poema de
Machado, habla también de la primavera, pero invitando a la
lluvia a apiadarse de todo cuanto aspira a florecer. La
lámpara cernudiana es aquí «el hilo de la bombilla»
, que «se enrojece, / luego brilla, / resplandece /
poco más que una cerilla»
. Y el profesor busca sus
gafas, que deben andar entre «librotes,
/ revistas y papelotes»
, las encuentra, y mira con
curiosidad: «Libros nuevos. Abro uno /
de Unamuno»
, y esto le lleva a pensar en España,
en Salamanca, en la filosofía funambulesca, en la
poesía («cosa
cordial»
), y abre otro libro, esta vez un libro de
Bergson, y reflexiona, y aunque consciente de que en semejantes
pueblos los pensares se hacen pronto «bostezos de Salomón»
, escapa a
la tertulia ya en la noche, y el inicial monólogo se
convierte en plática a varias voces. Y, al retornar, y ver
de nuevo encima de la mesa el libro de Bergson, comprende bien el
solitario el deseo de todo yo creativo: «saltar impaciente / las bardas de su
corral»
, es decir, trascender, salir fuera de sí.
Lo contrario de la enclaustrada inmanencia de Cernuda. Numerosas,
pues, las semejanzas, pero profunda la diferencia de actitudes.
Antonio Machado es ahí diálogo querido, y desde sus
más tempranas Soledades venía siendo al
menos diálogo buscado. Cernuda, de un extremo a otro de su
obra, es imposible diálogo: monólogo consigo o con la
duplicada imagen de sí mismo. «Carácter es destino»
, dice la
última línea del «Historial de un libro»,
repitiendo la sentencia de Heráclito.
Claro que Machado, cuando escribe «Meditaciones rurales», está, aunque en un destartalado poblachón, dentro de su patria, y que lo escribe, ese poema, en fecha anterior al primer estallido bélico de Europa. Cernuda, en cambio, cuando escribe «Nocturno yanqui», se encuentra en tierra ajena, muy lejos de su patria, y lo escribe en fecha todavía próxima a la guerra civil (causa de su exilio) y a la segunda devastadora guerra mundial. Por aquí empezarían a tener entrada los criterios histórico-políticos y sociológicos y hallarían paso los biográficos, psicológicos, psicoanalíticos. Desde un punto de vista arquetípico se impondría reparar en la condición de examen de conciencia de los poemas que hemos relacionado y discurrir sobre la antinomia acción-contemplación o sobre el aislamiento -narcisista o acaso minotáurico- del poeta, monstruo de su laberinto, lo que remitiría de nuevo a condicionamientos históricos y sociales, etc. Abiertas están todas esas rutas, pero después del entendimiento textual y contextual logrado por la descripción estilística, no antes.
De los varios métodos el que ha dado más fruto, en el caso de Cernuda, ha sido el temático-arquetípico: los mitos del perdido edén, Narciso, o el Ángel caído, son tan esenciales en la creación y meditación de este poeta, que sus críticos mejores (Octavio Paz, Philip Silver, John Coleman, Jacques Ancet, Derek Harris) han tenido que plantearse el sentido y desarrollo de esas y otras figuraciones míticas20. Quien más a fondo ha explorado ese aspecto ha sido Philip Silver; por eso, nada tiene de extraño que, en su excelente monografía, nada diga acerca del «Nocturno yanqui», poema al que hacen, en cambio, referencias sustanciosas José Olivio Jiménez, en lo relativo a la temporalidad, y Derek Harris en lo concerniente a la identificación de la búsqueda del amor con la afirmación de la propia persona, y al sentido de autorrealización, o fidelidad al propio ser, expresado en este poema21.
Toda descripción estilística es una comparación de dentro afuera; un ejercicio de lectura sin más motivo ni finalidad que la comprensión por amor. Puede servir, esa descripción estilística, a algunos objetivos ya apuntados: reducir el papel, siempre aleatorio, de la intuición; observar y entresacar repeticiones y anomalías que imprimen carácter; aproximarse con más probabilidad de acierto a los designios connotativos del poeta en el acto de escribir su poema. Pero, además, obliga al receptor (sea lector ingenuo, crítico propenso a las sinopsis, o estilista acaso demasiado seguro de los poderes del análisis) a un importante aprendizaje preliminar: le obliga a definir el texto en sí mismo y por sí solo, a familiarizarse luego con la obra toda del poeta desde el punto de arranque del texto que ya se le ha hecho familiar, y en fin le obliga a poner el texto y a su autor en una constelación de posibles y oportunos términos de contraste.
Del análisis del texto en los tres círculos indicados (contexto, circumtexto personal, circumtexto cultural) puede deducir el intérprete cuál sea el pertinente método de exégesis. Cada poeta, cada poema, requieren seguramente un método, el cual, por eso mismo, no debería depender del gusto del lector ni de las modas críticas del día. Todo tiene su sazón, y no es cuerdo cerrarse a los climas culturales por los que atraviesa la vida de un hombre, por corta que ésta sea. Pero el texto y su autor piden tratamiento idóneo desde sí mismos, por su peculiaridad, sólo reconocible a través de estos ejercicios de distinción, correlación y contraste que la descripción estilística propone.
Para mí la motivación esencial de la poesía de Luis Cernuda, tal como la abarco desde el punto de contacto elegido, sería una tensión dolorosa entre inmanencia y trascendencia, entre el deseo de ser en sí y el deseo de proyectarse; tensión enfrentada siempre al convencimiento de la imposibilidad de proyectarse. Una fatídica inmanencia, con su miseria y su gloria, impregna esta poesía, desde la concepción del amor y la vida hasta los más particulares rasgos del lenguaje: estrofa o metro fijos frente a libertad de la frase, presente cerrado al futuro, búsqueda de un tono coloquial enfriado por artificios de lengua escrita, sintaxis segmentada y elíptica, lexemas de negación e indeterminación, predominio de las relaciones de contigüidad sobre las trasmutaciones metafóricas, soliloquio (o, en otros casos, monólogo dramático y emisión del yo tras máscaras diáfanas), índices de acoso temporal, ámbitos de noche y de encierro, exclusión del horizonte comunicativo, exilio consustancial. Y Narciso, sí, pero también Heautontimorúmenos: a la vez sujeto y objeto del amor y del tormento.