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ArribaAbajoUnas notas sobre Darío y Galdós

Ana María López


A pesar de lo mucho que se ha escrito sobre la relación literaria o amistosa entre Pérez Galdós y tantos escritores conocidos, hasta ahora apenas se ha hablado del contacto que el literato español tuvo con Rubén Darío.

Fue con motivo de la publicación de Mundial Magazine, revista que el nicaragüense dirigió en París en los últimos años de su vida, cuando estos personajes hacen pública su amistad.

Rubén Darío, cuya salud estaba quebrantada ya, acepta la dirección de Mundial Magazine con el fin de aliviar la estrechez en que vive. En seguida se da cuenta de que tiene que estimularse y estimular a sus amistades también, para que contribuyan con sus escritos a la vida y brillantez de la revista. Lo piensa y lo realiza, por eso «fue una de las primeras preocupaciones de Darío como director de la nueva revista: redactar una lista de posibles colaboradores, tanto artísticos como literarios, tanto españoles como americanos y franceses».174

Prueba de esto la tenemos en la cantidad de cartas que Darío envió con ocasión de Mundial, y dados los conocimientos que el poeta tenía por todas partes, son muchas también las que recibió de escritores prestigiosos que le ofrecían colaborar en la revista.

Entre las que Darío escribe solicitando colaboraciones figura la dirigida a Benito Pérez Galdós en enero de 1912. En esta carta le anuncia que él mismo va a contribuir con un «retrato literario» suyo.

Querido maestro e ilustre amigo:

Próximamente publicaré en Mundial un retrato literario de usted. Desearía, al mismo tiempo, para que apareciese junto con mi trabajo, alguna página inédita suya, ya fuese capítulo de libro, o lo que usted tenga a bien remitirme.

Mucho le agradecería se sirviese enviármela, lo más pronto que le fuese posible, pues habrá que darla a ilustrar a un buen artista.

La administración enviará a usted, inmediatamente, el valor que usted crea debe pedir por su colaboración.

Con los más afectuosos recuerdos, quedo su viejo amigo y admirador

Rubén Darío

París, enero 26 de 1912175



Teniendo en cuenta la falta de salud de Galdós por aquella época es posible que el novelista canario ni siquiera contestara a Darío.176 Sin embargo, no olvidó el deseo del director de Mundial, puesto que cinco meses más tarde, el número 14 de la revista, correspondiente a junio de 1912, proclama la próxima colaboración de Don Benito en el «magazine».

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Bajo el título «Galdós y Mundial», la página 159 del citado número está dedicada a elogiar la obra del autor de Doña Perfecta. Junto a un gran retrato de Galdós, reclinado en su sillón rojo y prácticamente ciego, se puede leer:177

Mundial tiene una gran noticia para dar a sus lectores. El maestro Galdós, la gloria de las letras hispanas, ha entregado un trabajo para nuestro «magazine», que publicaremos en el número próximo. Mundial, que ha honrado sus columnas con las mejores firmas de España y América, no podía estar huérfano de la rúbrica de ese gran patriarca, cuyas obras figuran al lado de las de Dickens y Victor Hugo.

Y en efecto, todo el mundo conoce el vigor intelectual y la poderosa mentalidad de ese gigante de la moderna literatura castellana; todo el mundo ha leído esas sus maravillosas producciones tituladas Episodios Nacionales, cuya labor ha sido una labor de reconstitución histórica, exacta reconstitución de una época, de una epopeya, donde se retrata con virtuosa imparcialidad el carácter de un pueblo que lucha denodadamente por la sacrosanta independencia de la patria.

Benito Pérez Galdós -el ilustre maestro- se halla enfermo y dolorido, pero de una fortísima voluntad, no obstante los males que le aquejan, sigue irradiando luz con su genio, y su infatigable cerebro continúa fuerte y robusto produciendo joyas literarias, con la misma fecunda intensidad como cuando concibiera hace ya muchos años Doña Perfecta.

Nuestro director Rubén Darío ha conseguido para Mundial un triunfo que nos llena de orgullo, pues pocas revistas logran hoy la colaboración de Galdós. Retirado en su hotelito vive el gran escritor, honra de la España intelectual, y allí le ha visitado Mundial para contar a sus lectores algo de este escritor de las glorias patrias, honra y prez de las letras españolas, y a quien aman con entrañable cariño todos los pueblos de habla castellana de ambos continentes.

M.178



Aunque el trabajo se anuncia para el numero siguiente, no se publica hasta el 17, que corresponde a septiembre de 1912.179 Entonces aparecen las escenas I, II y VII del primer acto de Alceste, «drama helénico en tres actos, original180 de Don Benito Pérez Galdós», con el que la firma del autor de los Episodios aparece por primera vez en el «magazine». Darío concedió la máxima importancia a este trabajo al reservarle el primer lugar en la publicación. Teniendo en cuenta además que Alceste no se representó hasta la noche del 21 de abril de 1914, en el Teatro de la Princesa de Madrid, no dejaba de ser un honor para la revista publicar estas escenas inéditas.181 Sin embargo, el «retrato literario» que el nicaragüense le había ofrecido en enero no llegó a salir nunca en Mundial.

Con relación a la amistad entre ambos personajes literarios sabemos que siguió adelante. El 16 de noviembre se hizo un homenaje a Darío en la capital de Francia al cual fueron invitados más de doscientos literatos y amigos del poeta. Ignoramos si Galdós recibiría invitación para el acto, lo que nos consta es que felicitó al autor de Azul con la carta siguiente llena de simpatía y cordialidad:

Señor don Rubén Darío: Mi muy querido amigo: Por mi mal estado de salud me entero tarde de que en París se celebra un banquete en honor de usted. Acepte usted mi adhesión entusiasta, pues todos los homenajes que se le tributen me parecen justos. Un cordial saludo al gran poeta y un abrazo al buen amigo, Madrid, diciembre de 1912.

Benito Pérez Galdós.182



Galdós volvió a colaborar en Mundial en el número 38, que corresponde a junio de 1914. La revista dedicó una página entera para presentar la pieza teatral que había enviado el gran escritor:

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CELIA
en los
INFIERNOS

Comedia en cuatro actos
Original de Don Benito Pérez Galdós
Estrenada en el Teatro Español de Madrid183



En el centro de la página, en un medallón, está la efigie del autor sentado en su despacho.

Abajo, en la página siguiente, después del reparto de personajes, hay una nota que dice así:

Compromisos editoriales anteriormente contraídos por el insigne Galdós, le impiden concedernos la autorización que nuestro corresponsal en Madrid solicitó del gran dramaturgo español, para la publicación integral, en Mundial Magazine, de la comedia Celia en los infiernos, original del ilustre autor de los Episodios Nacionales.

Pero atento a los deseos de Mundial, de cuyas páginas es asiduo lector, Don Benito Pérez Galdós ha autorizado la reproducción en ellas de las escenas más interesantes de su última obra. Para la fácil comprensión de estas escenas, salvamos las soluciones de continuidad ocasionadas por el fraccionamiento de la comedia mediante oportunas exposiciones del desarrollo de la acción.184



Efectivamente faltan algunas escenas. El Ier acto y el IVº, que tienen trece y siete escenas respectivamente, se publicaron completos en la revista. Del IIº, que comprende diez escenas, aparecen las tres últimas y del IIIº, que tiene once, salen igualmente las cuatro finales.

Es curioso que ya en el número 33, correspondiente a enero de 1914, se publicase la reseña sobre la obra recién estrenada. El crítico teatral madrileño Ricardo J. Catarineu, que habitualmente se ocupaba de reseñar las obras importantes aparecidas en la capital de España, dijo que había retrasado el envío de esa «crónica de arte dramático a Mundial para alcanzar algunos estrenos de importancia. Tales el de Celia en los infiernos de Don Benito Pérez Galdós...» (251). En seguida comienza diciendo que «la comedia de Pérez Galdós, Celia en los infiernos, responde plenamente al inmenso prestigio de su autor. Es una admirable mezcla de ensueño y realidad, de ternura y gracia» (251), y después de aludir a la crítica que Manuel Bueno hace de la misma obra, continúa: «Las producciones dramáticas de Galdós sobresalieron siempre por la abundancia de ideas y verdad de los caracteres. Pero su mérito no se reduce a estas dos condiciones ya de tanto fuste. Tiene además Galdós un españolismo irreductible y una originalidad prodigiosa» (252). En seguida de presentar el argumento de la obra sigue diciendo que «los hechos dramáticos son lo de menos en Celia en los infiernos, como en todas las creaciones galdosianas. Lo importante está en el noble anhelo reformador, en la pintoresca y diversa exhibición de ambientes, en el hondo estudio de las almas, en la trascendencia del pensamiento culminante, en las ideas que sugiere la obra. Lo íntimo vale más que lo externo. La verdad del cuadro se sobrepone al interés de la acción» (252). Y sigue la interpretación de la comedia considerando   —84→   que «si Celia baja a los infiernos no es únicamente por un fútil capricho, sino para demostrarnos cómo, aunque los ricos supieran de veras y trataran de mitigar con su dinero el padecer de los pobres, nunca bastaría la caridad para remediar el presente desequilibrio social. Más que la caridad, los postergados demandan y necesitan la justicia. El ejemplo de Celia, por otra parte, es el caso aislado: en el sacrificio siempre está la excepción» (253).

Catarineu hace un estudio de los personajes. Apunta que el memorialista nigromántico Don Pedro Infinito es una mezcla de soñador y pícaro como tantos otros héroes galdosianos. En él «ha recogido Don Benito los dos más gloriosos antecedentes de la literatura española: el culto de lo sobrenatural y la simpatía por lo picaresco» (253). Y prosigue significando los valores de la obra que estimula al trabajo y al esfuerzo de la voluntad.

En el número 34, febrero de 1914, Catarineu vuelve a recordar la obra del autor de Misericordia por sus «fragmentos admirables», y enfatiza cómo Don Benito sorprendió a todos «por la maravillosa fragancia de su ingenio a los 70 años» (371).

Es lógico que Darío estuviera agradecido por estas colaboraciones, teniendo en cuenta el prestigio que la firma de Galdós podía dar a Mundial.

Por consiguiente, no es de extrañar que en el número 36, abril de 1914, al pie de la página del sumario, anunciara para el número próximo «Una información de Enrique Amado sobre el gran novelista español Pérez Galdós». Y en efecto, al mes siguiente el citado autor lanza desde las páginas de la revista un llamamiento al Estado español bajo el título «España y Galdós», solicitando ayuda para sufragar la adquisición de la propiedad literaria de los Episodios Nacionales.185

Incluye, al mismo tiempo, cuatro fotografías de Galdós. Empieza con un retrato, dentro de un medallón, de la época en que escribió la primera serie de sus Episodios Nacionales. Después presenta al escritor sentado junto a su mesa de trabajo en los tiempos del triunfo escénico de Electra. La tercera, ya en su vejez, muestra al ilustre literato, al subir en su coche, a la puerta del Teatro Español. Finalmente Don Benito Pérez Galdós y la actriz Nieves Suárez, en el Teatro Español, la noche del estreno de Celia en los infiernos.

Mississippi State University

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Apéndice

ALCESTE, adaptado a la escena española por Don Benito Pérez Galdós.

Atendiendo más a la categoría del mérito que al orden cronológico de estrenos en Madrid, principiaré este artículo hablando de Alceste, la bellísima tragicomedia de Eurípides, estrenada recientemente en el Teatro de la Princesa, y reformada por Don Benito Pérez Galdós.

Claro es que las reformas hechas en el texto griego por el ilustre autor de Doña Perfecta, no alcanzan sino a sus perfiles accidentales. En lo substancial, en la entraña, marchan perfectamente de acuerdo la labor de Galdós y la primitiva tragedia de Eurípides. Tanto en el original como en la refundición, lo de importancia culminante es el divino y abnegadísimo sacrificio de Alceste, ofreciéndose a dar su vida en plena juventud, para salvar la de su enamorado esposo Admeto, Rey de la Tesalia, condenado por Júpiter a morir.

En la tragedia toda ella vibrante y hermosa, toda constelada de altos pensamientos, henchida de pasión exaltada y noble, hay a mi entender, dos momentos de una emoción máxima: la escena de Admeto con sus ancianos padres, cuando ellos, avarientos de sus horas postreras de vida, niéganse a morir para salvar con su voluntaria muerte la juvenil existencia del hijo; y la escena donde Alceste enterada por Minerva de que Admeto puede salvarse si alguna persona de la familia prestase a morir en su lugar, se ofrece al sacrificio inaudito y cruel. Es en este gran momento cuando la imponderable Alceste despídese de su esposo y de sus hijos. Y hay tanta intensidad de ternura, tanto latido de amor, tanta abnegación heroica en la despedida, que nosotros presenciándola, sentimos en lo más íntimo del alma como un misterioso alentar de lo sublime, como un soplo de lo divino.

Alceste, además, como todas las obras del mismo autor -el más humano de los tres colosos de la tragedia griega: Esquilo, Sófocles, Eurípides- está pletórica de vida, verdadera y robusta. El glorioso cantor de Hécuba, sí no tan recio y tan grande como los otros dos patriarcas de la tragedia helénica, se caracteriza por un claro sentido crítico, por un sereno espíritu de libre examen, por su inclinación a lo real y a lo verosímil. Apartándose de Esquilo y Sófocles, atiende más a los hombres que a las divinidades olímpicas, no cree a ciegas en lo inexorable y fatal del destino, no siente hacia los dioses un respeto incondicional y profundo. Está más cerca de nosotros, en fin. Rima mejor con nuestras pasiones y con nuestros sentimientos.

Su gallarda ausencia de inconsciente y servil acatamiento a los dioses, nos le presenta como más comprensivo y humano. En esta misma Alceste, Júpiter, condenando a morir a Admeto tan sabio, tan joven, tan enamorado, se nos aparece arbitrario e injusto, y las Parcas, aceptando el tiernísimo sacrificio de la dulce reina tesaliana, muéstransenos avarientas y crueles. Hércules, no.   —87→   Este Hércules de Eurípides, resucitando a la sentimental Alceste, se nos presenta indulgente y simpático.

Don Benito Pérez Galdós, como creo que he dicho ya, respeta en lo fundamental la tragedia del autor de Las fenicias, y no ha hecho sino sustituir a Apolo por Mercurio, atendiendo a que este dios tiene más frecuente contacto con los hombres, crear escénicamente el tipo de la madre de Alceste, y revestir a Hércules con los atributos de un fuerte y noble símbolo, arrogandole la alta misión de premiar el amor y el sacrificio, atribuyéndole el deber sagrado y loable de limpiar de monstruos y de injusticia la tierra.

La obra, en la noche del estreno, obtuvo un éxito franco y clamoroso, El público aclamó largamente a Pérez Galdós, por su admirable reforma de Alceste, y por su viaje literario hacia la Grecia clásica, la más alta cumbre del arte universal. El glorioso autor de El abuelo tuvo que salir muchas veces al proscenio, para recoger, visiblemente emocionado, las entusiastas aclamaciones del público.

Díaz de Mendoza y Emilio Thuiller, Mercurio y Hércules respectivamente, se mostraron los admirables artistas de siempre. Dieron gran realce a sus personajes olímpicos, y sus talentos, una vez más, salieron victoriosos de su difícil prueba.

Todos los demás actores y actrices del teatro de la Princesa, excelentemente dirigidos, trabajaron con bonísima fe y con grande entusiasmo.

Refiriéndose a María Guerrero, ha dicho en El Liberal el propio Pérez Galdós, que nuestra eminente trágica es «maestra insuperable en todas las artes de la escena» (191).

Su labor en Alceste fue admirable y exquisita. Admirable, por la ternura y la emoción: exquisita por el completo conocimiento que acusaba del ambiente y de la época.

Muchos de los efusivos aplausos del público debiéronse, exclusivamente, a la ilustre María Guerrero.

«España y Galdós», por Enrique Amado

En el dilatado camino que conduce hasta la realización del homenaje a Galdós, hay por guerra una nueva esfinge que se traga todos los deseos, proyectos e iniciativas, hasta el punto de que se va sintiendo aquí también la necesidad de buscar un Edipo, que desenmarañe el intrincado enigma y haga morir al monstruo.

Todos estamos de acuerdo, en que el genio de Galdós representa la síntesis gloriosa de las letras castellanas, y que su figura de ciudadano parece entallada en los moldes soberbios de los más austeros de la antigüedad clásica, en que es el más ilustre nombre hoy en la literatura, el más alto poeta, nuestra grande gloria consumada, indisputable y reconocida por todo el mundo. Tal hombre es, en fin, que por él sólo quedará viviendo España eternamente en la historia.

Acordamos todos también, que era de todo punto necesario celebrar un homenaje que atendiese tanto a la gloria como al provecho material de Galdós,   —88→   que no desmentía tampoco en esto que es un genio, para que no tuviese la penuria por contrapeso a los tesoros de su gloria.

Y todo se quedó en los preparativos, y en unos cuantos ofrecimientos.

Y Galdós, nuevamente con la gloria y el favor de toda España aprestados, halla el medio de seguir viviendo pobremente, que no parece sino que Dios, que le ama, quiere conservarle para siempre en ese estado sin el cual debe de ser difícil a un artista permanecer cándido y bueno.

¡Y hasta es posible que, de seguir así por más tiempo, se acostumbre y se convierta en un mártir de esta religión profana de las letras, y llegue a sentir cómo el espíritu se le desprende de la carne, y el éxtasis le arrebata y le eleva al alma, y quizás a encontrar delicias en los desiertos, y a hacer voluntarios los ayunos, y festivos y dorados los más tristes de sus días!

Pues aunque esto fuese, así como la religión de la fe celebra sus aniversarios y sus pascuas, la religión del arte debe celebrar también sus gratulaciones y sus jubileos, con sus beneméritos y sus breves. Comencemos, pues, dando lugar en la liturgia de esta religión a la primera solemnidad. Pagar la gran deuda nacional que se tiene con Galdós, es un parabién de justicia y gratitud.

De justicia, en primer lugar, pues, al fin, como la vida de los hombres puede equipararse a la de los pueblos, y ambas están estrechamente enlazadas por la serie indefinida de causas y efectos fortuitos, es indudable que el estado en que se halla Galdós, es una característica importante de la fase evolutiva de España, en una época durante la cual no se le puede recompensar con la debida generosidad, como se acostumbra a hacer siempre con los artistas que viven en pueblos ricos y prósperos. Y de gratitud, también, se la debemos infinita. Hay épocas especialmente favorables al desenvolvimiento de naturalezas privilegiadas; hay otras, por el contrario, cuya situación y tendencias les sirven de rémora. Complejas son, por cierto, las causas, pero entre ellas descuella indudablemente una, a la que se pudiera llamar influencia excitadora del medio. La Iliada y la Eneida, son como espejos de las fases heroicas de Grecia y de Roma.

Pero en la época en que escribió Galdós, poco pudo excitarle la acción externa; así que es más de agradecerle la serenidad maravillosa de su espíritu, que, venciendo con una inquebrantable tenacidad las dificultades que se oponían a su empeño, supo dar a su obra esa unidad de acción, esa comunidad de sentimiento y pensamiento, que hoy por tal manera nos asombran. ¿No sería, pues, justo, que España restituyese lo que debe a la actividad galdosiana, desenvuelta en 40 años?

Y lejos de eso, Galdós prosigue viviendo un prolongado cautiverio de mal pasar, con todos los rigores inherentes a tan modesta situación, aun por encima de los achaques y enfermedades que de ordinario acompañan a la vejez, y llegarse al fin de todo la ceguera, que le arrebata de la luz para las tinieblas. ¡He ahí la triste consagración de su gloria!

¡Ciego y enfermo, cuando se aproxima a los 70 años, todos empleados en servir bien a su patria, hasta es muy natural que en su corazón anide la consoladora esperanza de obtener de ella una justa recompensa a su labor!

¿Cómo?

Pues hay que realizársela.

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Desengañados por una cruel experiencia, de que la ingratitud es el más frecuente pago de las grandes virtudes cívicas, y de los servicios verdaderamente beneméritos, no se debe por esta vez probar fortuna en suscripciones nacionales.

En un país de pocos recursos como el nuestro, es por extremo difícil reunir una gran cantidad de dinero para un objeto como éste, a no ser que, por una rara y feliz coincidencia, se encontrasen muchos prójimos, en los cuales se junten a su amor por el arte, los recursos necesarios para acudir a los sacrificios de su culto.

No es decir tampoco con esto, que en España no hay hombres de fortunas considerables que pudiesen llevar a cabo esta obra nacional; los hay, y todos les conocemos; lo difícil sería contar con el esfuerzo y abnegación que habían de ser necesarios para congregarlos especialmente; y reconociendo, de otra parte, la dificultad de encontrar editores de conciencia, a falta de una asociación que tomase a su cargo la publicación de sus obras, al Estado es al que compete el encargo de atender estos nobles movimientos de la opinión.

Generalmente, la protección al arte y a los artistas es liberalizada por personajes que disponen a su capricho de los fondos del Erario, y en muy contados casos deja de disimular un propósito interesado, o un cálculo político; como también, algunas veces, en estos homenajes al talento, van mezcladas la astucia y la vanidad personal.

Al homenaje que se haga a Galdós, tiene que darle realce un desprendimiento completo de cualesquiera preocupación de popularidad. El único móvil que nos empuja en esta efusión generosa, es la admiración desinteresada de su obra. Todo lo que se haga, ha de ser por ella y con ella. Las cortes ya no tienen Mecenas; los Médicis, León X, Luis XIV, ya no nos los podemos imaginar; no tendrían favores que hacer ni grandezas que otorgar a Galdós y a Benavente.

¡La propiedad de las obras de Galdós!

¿Ha pensado alguien en el valor que tiene esa palabra: propiedad?

La propiedad no fue garantizada hasta el descubrimiento de la imprenta, que vino, como se dice en alguna parte, a marcar la hégira de la razón humana.

Así se explica que los escritores antiguos acudiesen a la influente protección de los príncipes, a buscar, si no el precio de sus trabajos, por lo menos ventajas de un interés moral que les compensase, y que miraran antes a la consideración de los ciudadanos, y se llegaran a considerar felices, cuando por acaso hallaban un librero que quisiera hacer copias de sus escritos. Tácito dice que los versos no dan fortuna; su fruto limítase a un corto placer, a loores frívolos y estériles; y Marcial escribía, con amargura: «¿Qué me importa saber que nuestros soldados leen mis versos en el interior de Dacia, y que mis epigramas son cantados en el fondo de la Bretaña, si esto no aprovecha a mi bolsa?»

Lo cual les daba una dependencia que, a las veces, fue de naturaleza tan miserable, que la protección de los grandes se compraba a costa de bajezas de esos hombres que la necesidad obligaba a arrojarse a los pies de los príncipes -¡sacrificios que no pudieron evitar ni aun los mayores genios!- y   —90→   que si no les envilece a nuestros ojos, les resta esa generosa altivez, ese noble orgullo que a nuestro Galdós le permiten ostentar la propiedad de sus obras.

Y bosquejados los accesorios que tienen que formar el fondo a nuestro cuadro, es ocasión de hablar del medio que tiene el Estado para realizar el deseo bien ostensible de España, de honrar espléndidamente a don Benito Pérez Galdós.

Por fortuna, ha procurado siempre el Gobierno atender, en este punto, a todos los nobles movimientos de la opinión, y faltaría a uno de sus más elementales deberes, si al agitarse en España una cuestión íntimamente vinculada con el honor nacional, no buscara el medio de atender por su parte un extremo de tan alta significación y trascendencia, como es el de apreciar los servicios que Galdós, en la intensidad de su merecimiento, prestó a España.

Y el medio es muy simple. Por esos rincones de Dios se están descubriendo preciosidades arqueológicas todos los días. Si cualquiera se presenta queriendo emprender investigaciones de tal naturaleza, halla de seguida quien le ayude; y los propios presupuestos generales del Estado, participando largamente de la indiferencia común, dedican grandes subvenciones para la protección y conservación de monumentos nacionales.

Hay también un capítulo intitulado: «Adquisición de obras de arte. Para adquisición de obras de arte de autores de reconocido mérito...» Pues ¿se quieren acaso obras de más arte español que los «Episodios Nacionales»?

Redáctese, en los futuros presupuestos, el capítulo 16, del artículo 2.º del de instrucción pública: Subvención para la adquisición de la propiedad literaria de los «Episodios Nacionales», de Don Benito Pérez Galdós... 500.000 pesetas, y quedaremos todos contentos, y se hablará de España en todas partes, aunque sea por una sola vez.





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