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«Campaña en el Ejército Grande»: la lucha de Domingo F. Sarmiento contra el caudillismo

Virginia Gil Amate





Domingo F. Sarmiento no sólo se comprometió políticamente contra la dictadura de Juan Manuel de Rosas en su función de escritor cívico sino que, cuando el momento histórico favoreció la lucha armada con el levantamiento del gobernador de la provincia de Entre Ríos, Justo José de Urquiza, en 1851, se unió a la filas del ejército que éste había formado con tropas entrerrianas, correntinas, uruguayas y brasileñas, que aglutinaron entonces las simpatías, y también la presencia, de destacados unitarios de antaño. Sarmiento se unió al Ejército Grande y cumplió con las labores que el general Urquiza le asignó como redactor de los Boletines oficiales con grado de Teniente Coronel. Una vez finalizada la misión y derrocado el régimen rosista contempló con inquietud que la hora de la espada no iba a dar paso a la constitución de la ansiada patria moderna y democrática por la que había abogado en sus obras capitales: Facundo, Viajes, Recuerdos de Provincia y Argirópolis, sencillamente porque el general que había encabezado la lucha, y para Sarmiento representaba, de nuevo, la viva imagen del caudillismo, se sentaba en el sillón de mando. Decidió entonces romper con la Confederación y, al ser ya a estas alturas de la historia un relevante personaje público, consideró una obligación publicar, bajo el título de Campaña en el Ejército Grande aliado de Sud-América un conjunto de documentos, cartas y extractos de crónicas y artículos anteriormente editados, que recorrían las aspiraciones por las que se había luchado o la conculcación de las mismas, es decir, una especie de sucinta memoria política, como indica el subtítulo que aglutina los diferentes escritos, «Ad memorandum». Treinta y siete documentos con los que avalar la congruencia de su postura y dejar a salvo de dudas su honradez porque, desde Mi defensa lo había dejado claro, sin pertenecer a las élites argentinas por cuna o por títulos reglados no tenía otro prestigio que el que había podido ganar a través de la defensa de sus ideas, a partir de su coherencia, a falta, en ese año de 1843 en que la emprende a dentelladas con Domingo Godoy, de las obras en las que basaría posteriormente la calidad de su persona:

Yo sé que puedo y que debo decir todo lo que a mi buen nombre interesa, para satisfacer a los que bien me quieren; para disipar las prevenciones de los que alucinados por las calumnias que contra mí se vierten, o la indiscreta franqueza de mi lenguaje escrito, han formado opiniones erradas con respecto a mi carácter; para desarmar y confundir, en fin, a los que cuentan con mi silencio, con la imposibilidad en que, al parecer, me hallo de justificarme y de parar sus tiros. Yo me debo a mí mismo estos cuidados, estoy solo contra muchos; necesito, ya que la generalidad no tiene motivos para distinguirme, que nadie me desprecie, aunque haya muchos que se sientan impulsados a aborrecerme1.



Esta defensa de su dignidad como individuo no ha variado, en contenido y énfasis, al que le endilgará, diez años después, a Juan Bautista Alberdi cuando éste pretenda menoscabar, en Cartas sobre la prensa y la política militante de la República Argentina, conocidas popularmente por el lugar en que fueron redactadas con el título Cartas Quillotanas, el comportamiento de Sarmiento en el Ejército Grande y trate de convertir en espurias las razones de su separación, poniendo en entredicho el valor de las opiniones, la calidad personal y la formación del autor de Campaña...:

Tengo treinta años de estudios pacientes, silenciosos, hechos dónde y como se aprenden las cosas que se desean aprender; y no consiento que truchimanes vayan a presentarme ante los como ellos de escoba de sus pies2.



No parece que sea la vanidad3 lo que mueve a Sarmiento a hacer públicos los documentos de «Ad memorandum», más bien estamos ante la necesidad de explicar su posición política y ante un ejercicio de denuncia del mal pie con el inicia su andadura la República Argentina, tan precipitadamente celebrada, según su parecer, por otros.

A pesar de la apariencia dispersa, los documentos publicados inicialmente recorren los ideales por los que habían luchado los que aspiraban a la constitución de un país moderno, la unión contra la dictadura que se había logrado superando oposiciones partidistas, toda vez que tanto unitarios como federales habían podido contemplar el estado del país bajo el gobierno de Rosas. Al lado de estos, otros textos se antologaban para probar la inviabilidad de un futuro democrático si el poder era detentado por Urquiza. Claro que «Ad memorandum» no se publicó como una denuncia, eso será más bien el «Complemento», sino como una justificación de la postura personal de Sarmiento y ese es, más bien, el elemento coordinador de la primera entrega. A pesar de que Halperín Donghi considere que lo que reconocemos ahora como Campaña en el Ejército Grande aliado de Sud-América, es decir, la parte documental junto a la narrativa o «Complemento», «nació de un proceso más complicado (y más confuso) de lo que es habitual en Sarmiento»4, el autor dejó explicitado, en la carta a Mitre que acompañaba, junto a un prólogo, la segunda entrega de Campaña... que la obra obedecía a un plan medido. «Ad memorandum» contendría «todos los documentos que trazan el camino de mi narración, como antecedente necesario de los conceptos que emitiré»5, sabe que estos pueden mover a confusión al lector al ser «un laberinto de fragmentos»6 pero, experto en la publicación por entregas y por tanto en el arte de crear expectativas, anunciará «yo tengo el hilo de Ariadne, y lo pondré a disposición de todos»7, una vez que publique el «Complemento» narrativo de la obra. Complemento que Sarmiento no tenía prisa en publicar según anota en la «Dedicatoria» a Alberdi que acompañó la edición a fines de 1852, achacando a las críticas recibidas en Chile, a la cabeza de las cuales coloca al autor de las Bases..., «el haber provocado y hecho necesaria esta publicación»8. Pero el orgullo herido nunca es superior en Sarmiento a la causa por la que lucha, y así, en la «Advertencia», redactada con la divertida y coloquial prosa de acero que a Sarmiento le brilla en momentos de enfado, añade que el desarrollo de los hechos históricos con la segregación de Buenos Aires de la Confederación y el repliegue de esta a Entre Ríos hace conveniente, incluso necesario, según su parecer, el relato en el que latía la profunda falla entre las aspiraciones democráticas y la mentalidad del general que había comandado la campaña:

Me he estado mordiendo la lengua ocho meses por no ir a interrumpir la marcha del carro triunfante con revelaciones indiscretas. Yo sabía que al carro le faltaban las tuercas de todos los tornillos, y cuanto más deprisa venía, yo me decía para mi coleto: ¡Qué bárbaro! ¡Qué costalada va a darse!

La catástrofe del nuevo Hipólito ha sobrevenido, y a los curiosos reunidos en torno de los caballos derrengados, el triunfador enclenque y el carro roto, me presento yo a explicarles la causa del desastre, y el espantajo que hizo desbocarse los caballos9.



El recorrido textual de «Ad memorandum» se inicia en 1848 con una carta de Sarmiento al General José Santos Ramírez, destacado federal que había luchado a las órdenes de Facundo Quiroga, en la que le comunica su disposición para la lucha -«Yo me apresto, General, para entrar en campaña»10-, siendo su terreno el de la difusión de ideas y su meta crear una opinión pública contraria a Rosas. Entusiasmado con la fuerza del pensamiento, idealista romántico por entonces, Sarmiento desecha y rebaja el alcance de la acción concreta. Esos fueron los inicios:

No crea U. que es mi objeto, no lo crea U., ir a esas pobres provincias; luchar personalmente con las pasiones y con el poder estúpido de la fuerza material: sería vencido, me deshonraría. Mis miras son más elevadas, mis medios más nobles y pacíficos. Si los argentinos no han caído en el último grado de abyección y de embrutecimiento, la razón tendrá influencia sobre ellos, la verdad se hará escuchar...11



De la carta privada pasa al documento público que sirve de prueba de la campaña intelectual emprendida contra Rosas. Así, en misiva abierta al dictador, publicada a La Crónica de Santiago de Chile en 1849, reafirma que sus armas son la palabra y la razón, sus medios el ejemplo y la persuasión, y sus fines difundir el pensamiento en pos de la civilización. Fuera de esto, el texto se basa en una argumentación concreta: el penoso desarrollo de la economía y el comercio en la República Argentina, sostenido por un «sistema de tropelías y de rapiña»12 que ahogan el progreso y los intereses de todas las provincias.

El tercer documento, un extracto de la carta a Henry Southern, delegado del gobierno británico en Buenos Aires, publicada en La Crónica en 1850, sitúa la posición de Sarmiento con respecto a la política desarrollada por los europeos en Argentina, en concreto la relación privilegiada que Inglaterra mantiene con Rosas. Sarmiento deslinda así sus reflexiones sobre el modelo civilizado que Europa ofrece de la visión sesgada, interesada, paternalista e hipócrita de los gobiernos europeos en la América hispánica. Si pensaba que con esto quedaba al margen de ser acusado de bailar al son de intereses no argentinos, erraba el cálculo puesto que ese fue el flanco de uno de los dardos de Alberdi13.

Tienen cabida en el dossier una breve selección de la proclama inaugural de la Confederación Argentina, justo los párrafos en los que Urquiza incardinaba su proceder a la exigencia de depender de una constitución y no de la voluntad del gobernador de otra provincia, a la necesidad de establecer una justa convivencia interprovincial, una política exterior conveniente a la República y unas medidas concretas que, obviamente, Sarmiento consideraba propias no en vano fragmentos de Argirópolis forman parte de «Ad memorandum», para hacer eficaz la navegabilidad de los ríos argentinos y ajustadas las medidas arancelarias. La celebración jubilosa que Sarmiento hizo de las reclamaciones del gobernador de Entre Ríos tiene su presencia mediante la inserción de resúmenes de artículos publicados en Sud-América durante el año 1851. «La República Argentina ha hallado al fin su hombre, su brazo armado, que en su desamparo le preste ayuda, que la levante de su caída»14 podía leerse en la nota del 17 de abril. En la de 24 de marzo, la línea editorial de Sud-América sigue confiando, o por lo menos celebrando, que el movimiento de Urzquiza sea una «revolución pacífica»15, lejos del «grito revolucionario», amparado en «la legítima demanda de los pueblos»16 y dentro de la más estricta legalidad al estar encabezado por un gobernador provincial que exige el cumplimiento del Pacto Federal. La actuación del periódico irá encaminada a sumar las voluntades provinciales en torno al gobernador entrerriano y breves resúmenes de ello intercala Sarmiento entre los documentos, probando así que, aún antes de enrolarse en la campaña armada, había favorecido la causa sin fisuras. Eso sí, el saludo al líder de la causa no se confundía en Sud-América con una conculcación, ni siquiera momentánea, de los principios democráticos. La línea editorial es clara: el movimiento de las provincias agraviadas contra el mando despótico de Buenos Aires no sigue, o no debería seguir, o no debe entenderse como «la voluntad de un solo hombre» sino encarnar el empeño conjunto y cabal de todos los territorios «para constituirnos de manera definitiva»17.

Incluida al completo está en el dossier justificativo, la carta, de 23 de junio de 1851, con la que Urquiza, sin que falte el sonoro lema que encabezaba las misivas de los caudillos federales sustituyendo, ahora, a los unitarios por otros sujetos dignos de la peor suerte: «¡Mueran los enemigos de la organización nacional!», saluda y celebra el activo apoyo de Sarmiento. Como ya se ha dado el paso de la proclama al pronunciamiento, Urquiza divide el espacio del combate, encomendándole a Sarmiento el de la propaganda, «trabaje y escriba», le dice, para ganar el apoyo del resto de las provincias, mientras él neutralizaría cualquier actuación represiva de Rosas contra ellas: «procure el voto de los pueblos y la acción déjemela a mí en esta parte»18. Alberdi sostendrá como alegato central en las Cartas Quillotanas que Sarmiento soñaba con un protagonismo que nunca tuvo, sin embargo, el gobernador de Entre Ríos, quizá ese es el papel de esta carta en el dossier, va a basar sus primeros movimientos en las apreciaciones de Sarmiento:

Si los anuncios que usted me hace de la sublevación contra Rosas de todas las provincias tan luego como yo me pronunciase son bien calculados o exactos, ha llegado el tiempo de realizarlos19.



Y la breve carta fechada en el Cuartel General de Gualeguaychú el 16 de noviembre de 1851 vendría a disipar cualquier duda a cerca de las altas expectativas de Sarmiento en la Confederación:

Yo estoy contento [le apunta Urquiza] con que lo esté U. por su parte con la idea que le manifesté de acompañarme en la próxima campaña, en la que sus servicios e inteligencia serán de mucha utilidad. Si U. quiere realmente pasar a Montevideo, yo tendré mucho gusto en recomendarlo para que se transporte en uno de los vapores que de mañana a pasado deben venir con tropas, sin que por esto deje usted de estar en campaña, cuando mucho tiempo hace que lo está, combatiendo con sus escritos al tirano de nuestra patria20.



La carta de José María Paz abunda en la misión política que deben cumplir los escritores y avala el rol que Sarmiento pretendió legítimo. Frente a las proclamas generales, sencillas y dicotómicas, que se manejan en el terreno de la acción, en este caso «tiranía o libertad», el complejo tamiz de ideas y medias prácticas con las que los intelectuales deben «ilustrar, dirigir, y hasta crear la opinión pública»21.

La constatación de que la labor de Sarmiento a la hora de sumar voluntades a la causa ha sido cumplida con creces estaría avalada con la inserción de un conjunto de cartas personales, las firmadas por Antonio Aberastain, Crisóstomo Álvarez, Mariano de Sarraeta, Guillermo Rawson, la jocosa de Carlos Tejedor dispuesto a comenzar, siguiendo las indicaciones de Sarmiento «por lo fijo y seguro» antes de entusiasmarse en el terreno «de los sueños, que lo han de dejar despachurrado»22, la del gobernador de Santa Fe, Domingo Crespo, la de Rafael Lavalle brindándole, el 20 de noviembre de 1851, las espuelas de su hermano, el general Lavalle, o, finalmente, la del Ministro de Guerra del Uruguay ofreciéndole su espada a Sarmiento el 30 de noviembre de ese mismo año.

Haber cumplido con la misión que se le encomendaba no le sirvió de mucho a Sarmiento, apenas mes y medio después de la invitación cursada en Gualeguaychú para incorporarse a la campaña militar, aceptada sin titubeos por Sarmiento, las apreciaciones de Urquiza sobre los alcances de la prensa habían variado sustancialmente. Una breve nota, incluida en el apartado documental, es indicio de la difícil convivencia a la que habían llegado las armas y las letras antes de la batalla de Caseros. Consciente de su poco discutible posición en la cadena de mando, el General entrerriano ni siquiera se molesta en comunicarse directamente con su jefe de prensa, será Ángel Elías, su secretario personal, el encargado de transmitirle sus fulminantes comentarios:

Su Exc. el Sr. General ha leído la carta que ayer le ha escrito usted, y me encarga le diga respecto de los prodigios que dice U. que hace la imprenta asustando al enemigo, que hace muchos años que las prensas chillan en Chile y en otras partes, y que hasta ahora D. Juan Manuel de Rosas no se ha asustado; que antes al contrario, cada día estaba más fuerte23.



No llegó la sangre al río en este momento, Sarmiento continuó cumpliendo con la misión de emitir los boletines épicos y no abandonó las filas del Ejército Grande hasta la definitiva caída de Rosas, claro que fiel a su carácter y, sobre todo, a la causa de dotar de un futuro digno a la República Argentina, contestó, con el debido respeto y meridiana claridad, a Urquiza por la misma vía que éste había utilizado, encomendando a Elías que le transmitiese al General de la exitosa campaña militar que, en la lucha contra Rosas, llevaban algunos más de una década:

Las armas que combaten a Rosas son invencibles; pero también es cierto que la opinión lo ha abandonado, y alguna parte, por pequeña que sea, debe concedérsele a los que han tenido el coraje de combatir su poder diez años y demostrar su inmoralidad y su impotencia, y yo no acepto la negación de la parte que me toca en ella, porque aceptarla sería desesperar del porvenir de mi patria y anularme24.



El relato de la disensión entre Urquiza y Sarmiento vendrá dado en el «Complemento». El autor explicará a sus seguros lectores en la «Advertencia» que no asistirán a una narración planificada a la manera de un ensayo o un tratado, lo que leerán son «apuntes»25, provienen de lo vivido en el ejército por un testigo privilegiado, el mismo que escribía los partes oficiales, y tienen por ello un punto de vista marcado, una aguda subjetividad:

Como todos los escritos que emanan de reminiscencias individuales, se resentirán de su origen. Yo vi, yo oí, yo hice26.



Sabe que el texto estará sujeto a polémica, no tanto por la forma narrativa empleada, cosa que más bien le reprocharán los estudiosos de nuestros días, sino por el momento histórico en el que se publican. Se dispone a admitir las críticas sujetas al criterio del lector de su época, habituado a las memorias militares, no así los juicios sumarísimos de los que, no habiéndose implicado personalmente creen tener una visión más ajustada y una perspectiva política más adecuada, aquellos que formaron la Generación del 37 y asistieron desde lejos a la caída de Rosas quedan retratados en la afilada prosa sarmientina. Si subjetivo es su recorrido por los hechos, no son ni mucho menos inventos, este cargo no lo admite. El «Complemento» son sus vivencias y su forma narrativa pasa a ser parte de su aval de verdad: fragmentos de vida que se corresponden con episodios significativos de la experiencia individual y colectiva -«...lo que yo refiero lo vimos treinta mil hombres, de los cuales aún no han muerto cuatrocientos que yo sepa»27- por tanto un testimonio para el que no admite refutación desde la elaboración ideológica:

...de manera que en cuanto a la verdad de los hechos no admito testimonio en contra sino de los que tuvieron ojos y piernas y brazos en la realización de los actos28.



Alberdi, el principal polemista que le salió al paso, no discute el tipo narrativo utilizado por Sarmiento sino la calidad del mismo, rebajada, según su parecer, por las ambiciones personalistas y la vanidad, tan elevada como herida, de su autor, por tanto su antiguo correligionario juzga opacada la verdad de Campaña... por la pasión espuria de Sarmiento, claro que este juicio de Alberdi no se basa en criterios históricos o literarios sino que sigue la práctica jurídica en la que la versión de un implicado siempre será parcial y por tanto escasamente fiable:

Sea esto lo que fuere, esté la justicia por él [por Urquiza] ó por Vd., esos choques tuvieron lugar; ellos dejaron heridas profundas en V. -Vd. Mismo consigna los hechos y confiesa las heridas. Pues bien, eso basta para que la narración que Vd. hace de la campaña no sea un testimonio veraz sino un acto vindicativo contra su general en jefe, objeto de su encono acreditado y confesado29.



Para finiquitar el valor de la obra, y de paso de toda la literatura testimonial, no sólo del género codificado en el siglo XX, arrojándole encima todo el peso de la ley al considerar que sin pruebas documentales nada de lo narrado puede ser tenido en cuenta:

¿Le queda al menos la autoridad de parte acusadora? Tampoco, porque la autoridad de toda la acusación reside en los documentos justificativos de los hechos imputados.

La Campaña de V. es una historia sin documentos; es la aseveración desnuda de la parte agraviada, que jamás merece fé30.



Quizá aquí convenga anotar, ante tantos estudios analíticos del llamado género testimonial tan detallados que hasta pueden llegar a datar su nacimiento, aunque pospongan vagamente sus orígenes, en Cuba en 1966 o en Cuba en 1970, que, o bien el testimonio no nació en el Caribe en el siglo XX, o bien el testimonio nació ya viejo. Si nos centráramos por un instante en las características que John Beverley le asignó al género en 1987, el texto de Sarmiento cumpliría todas las características por peregrinas que estas sean: es una narración en primera persona hecha por un testigo de los sucesos narrados; la extensión de su relato, aunque no sea del todo obligatorio para Beverley tiene el «tamaño de una novela o novela corta»31; el tamaño de la vivencia también lo cumple, puesto que esta podía ir de la extensión de una vida a un episodio más o menos largo; que al narrador le urja comunicar su verdad, tal cual explicitó René Jara32, es un hecho palmario en Campaña...; las cosas, sin embargo, empiezan a complicarse cuando el crítico decide que sólo los marginados necesitan comunicar su verdad al estar excluidos del sistema dominante, sea este político, social o cultural; y se ponen realmente feas cuando sólo una ideología tiene derecho a ser considerada emisora de testimonio. Salvo el detalle, seguramente no pequeño para los codificadores del género, de que Sarmiento no se expresa desde la marginalidad lo que le acarrea, contrariamente a lo esperado, una mayor dificultad para ser creído por sus pares, su texto tiene las características del testimonio, la riqueza de la crónica y el interés de la autobiografía, tipo de narración habitual, por lo demás, en el siglo XIX, cuando para nada se sospechaba que pudieran estar fuera del acervo literario, y mucho menos los elaborados por Sarmiento, maestro en conseguir que el relato de sus experiencias fueran a la par símbolo paradigmático del panorama político de su país, a partir de una excelente selección de cuadros vivenciales, de los notables retratos de los protagonistas de la campaña, y de la presencia de la anécdota con capacidad metafórica que si bien molestaba a Halperín Donghi al considerar que ahí la palabra de Sarmiento se volvía «frívola y algo mezquina»33, incapaz de elevarse por encima de lo contingente hacia una mirada capaz de haber vislumbrado el proceso histórico que se vivía, y quizá sea así como documento histórico en el sentido de proporcionar una síntesis histórica, ordenada y jerarquizada a los historiadores posteriores, bien al contrario, desde el punto de vista literario nos hallamos ante un texto capaz de transmitir la fuerza de lo vivido, de animar el pasado e iluminarlo, ante una crónica militar extraordinaria por la variada presencia de temas de interés que van de la descripción paisajista a la humana, de los juicios literarios a los políticos, que muestra además los anhelos de su autor, en animado y muchas veces divertido cuadro. Sarmiento consigue esos resultados a base de dotar de potencia expresiva todo cuanto narra, en un relato en la que la palabra es un arma no un fin, utilizada por alguien que cree, cómo podía ser de otro modo en un autor del siglo XIX, en las posibilidades que emana de ella: informar, convencer, dejar constancias y representar la experiencia en una especie de simbiosis entre la escritura y la vida.

Sin embargo, la experiencia vivida por Sarmiento en la filas urquizistas no esta regida por el orden del mundo abstracto de las ideas y por tanto no puede convertirse en un discurso estructurado y sistematizado como el que ofrecía en sus tratados políticos. No puede ni quiere convertirlo en eso: para que su alegato tenga fuerza debe tener también la espontaneidad de los apuntes tomados del natural, de ahí su forma fragmentaria; debe también, para probar ante el lector que está ante la verdad del sujeto que narra, mostrar las consecuencias del choque entre una conciencia, en este caso la del narrador, y los hechos en los que se ve envueltos. De esa interacción entre los hechos vividos y el individuo que los vive surge Campaña en el Ejército Grande... En el prólogo a la edición de la parte narrativa explica Sarmiento el estado de desorientación que le produjo su estancia en el ejército para luchar por una causa en la que creía al lado de los que consideraba, al menos en la dirección de la empresa, afines, como el estado de semiconsciencia entre la vigilia y el sueño o la conmoción que experimenta un soldado herido en el campo de batalla. Va a narrar después de salir del desconcierto que puede experimentarse «en la vida política americana», toda vez que ha recobrado la conciencia y ordenado y seleccionado los recuerdos:

...vale la pena de contarlo, la fascinación, que, después de disipada, me ha inducido a poner orden por escrito a mis últimas reminiscencias34.



Para eso tiene, además de la memoria, el Diario que fue escribiendo durante la campaña35 y al que alude en el prólogo editado en la segunda entrega como un cuaderno de notas que llevó para «dar cuenta a mis amigos de los hechos a que se refiere como de las causas que los produjeron, y los resultados que debiera dar y dará el triunfo de Monte Caseros»36, que cayó, junto al resto de pertenencias de Sarmiento, antes de Caseros en poder de Rosas y que posteriormente le fue devuelto envuelto con una cinta colorada. Motivos tenía Sarmiento para pensar que la vida era en sí misma novelesca pudiendo ser en el discurso más sensato.

Con minuciosidad recorre el estado de ánimo en que cayó después de la ruptura con Urquiza a partir de la oposición de planos entre el pasado (los exultantes días de navegación en la Medicis, junto a Aquino, Paunero, Mitre, Elgueta, Novoa y Garrido, para sumarse al ejército que combatiría Rosas) y el instante presente, apenas seis meses después (el paisaje marino que contempla en solitario desde la ventana del hotel donde se aloja en Río de Janeiro), entre lo que ve, confundido, y la nitidez de los recuerdos (la muerte de los amigos, el valor empleado, el honor que rigió sus acciones), entre la idea constante (el empeño en buscar «una patria libre y culta, por quince años de destierro suspirada»37) y la realidad vivida a las órdenes de Urquiza, en fin, entre Argentina y su nuevo destierro, evocado con énfasis romántico:

¡Ando peregrinando por la tierra en busca de instrucción para el pueblo! ¡Demonio escapado del infierno del destierro sempiterno, vuelvo, después de haber bajado al mundo de la vida, a recoger de nuevo la cadena que me tiene atado, lejos del pedazo de tierra que me fue por la naturaleza asignado por la patria! ¡Emigrado otra vez! ¡Prófugo!... ¡Proscrito!38



A partir de ahí el prólogo toma momentáneamente la forma de un relato onírico en el que la evocación evanescente de la patria aquejada de males junto a la nitidez que proporciona la ironía coincide con el retrato que Echeverría trazó en El matadero. Sarmiento enumera las enfermedades endémicas americanas, «el vómito negro de La Habana», «las tercianas de Lima», la fiebre amarilla que se ceba con Río de Janeiro en ese mismo momento y a ellas une la plaga reinante en la Confederación «más rápida en sus efectos, más devoradora en sus estragos que el cólera-morbus asiático»39: el degüello. Los avisos funestos, el destino marcado en la mirada, en el consejo no atendido, en el caballo desbocado, se mezclan con el recuerdo de Aquino, el amigo defenestrado a cuchillo, estallando el dolor por un curso de la historia que no acaba: «¿Pero qué países son estos donde cuantos se nombran han muerto o en los combates o degollados?»40. Entre los caminos que el espíritu romántico le ofrecía, Sarmiento desecha la resignación fatalista y opta por seguir adelante en su empeño aunque ya no ve el panorama tan relativamente sencillo como en Facundo:

En busca ando, hace veinte años, del medio de corregir la atmósfera argentina de esta disposición mórbida. Rosas me llamó diez años salvaje unitario; hasta que al fin halló, en mengua de su tenacidad tan decantada, que era más prudente llamarme simplemente emigrado. Rosas ha caído, y el epíteto subsiste...41



Seguir, entonces, el combate es su único empeño, tal cual lo había hecho hasta entonces, utilizando la escritura, redactando la parte narrativa de Campaña..., que será, no un texto programático sino una simple, y para él necesaria, denuncia:

Soldado, con la pluma o la espada, combato para poder escribir, que escribir es pensar; escribo como medio y arma de combate, que combatir es realizar el pensamiento.



No hubo duda, para Juan Bautista Alberdi, que Campaña en el Ejército Grande suponía un texto político de envergadura, un documento de hondo calado desestabilizador en el proceso de constitución de la República Argentina tras la caída de la dictadura rosista. Por eso, no sólo por los comentarios con los que Sarmiento le dedicaba el libro, se aprestó a escribir y publicar con celeridad, entre enero y febrero de 1953, las Cartas quillotanas. Sarmiento y Alberdi, ambos figuras destacadas del movimiento antirrosista y de una insigne promoción de pensadores y activistas políticos que habían unido, y eso no fue tan común en el resto de la América hispánica, la senda del progreso a la de la democratización, mantenían visiones políticas encontradas, desde la victoria de Urquiza en Caseros. Alberdi, a la distancia, desde Chile, consideraba que había comenzado, a pesar de cualquier dificultad, la andadura como nación de la República Argentina. Era la hora de la paz y la política, la hora administrativa:

En la paz, en la era de organización en la que entra el país, se trata ya no de personas sino de instituciones; se trata de Constitución, de leyes orgánicas, de reglamentos de administración política y económica; de código civil, de código de comercio, de código penal, de derecho marítimo, de derecho administrativo42.



Sarmiento, desde el epicentro de los acontecimientos, no consideraba tan baladí el liderazgo, al contrario, juzgaba del todo necesario que la persona encargada de encauzar el proceso constitucional creyera firmemente en los principios democráticos y los practicara. Y esto, que el gobernador de Entre Ríos, por condiciones políticas y humanas, haría inviable el progreso de la nación no es sólo argumento central de Campaña... sino asunto fundamental del ideario sarmientino desde sus primeros escritos. ¿Qué otra cosa había sido Rosas, tal cual lo describió en Facundo, sino un caudillo disfrazado de líder político que fue anulando las aspiraciones de libertad de la República y conculcando, a su servicio e intereses, su mismo código federal, aprovechándose, con cálculo, de las pulsiones de la barbarie, aquellas que emanaban de la falta de formación y de la miseria?, Sarmiento a esas alturas de 1852 había analizado la mentalidad y los usos de los cuadillos, a los que había dedicado varias biografías, en las obras a las que debía su fama, fundamentalmente en Facundo, había combatido con tanto ardor el espíritu bárbaro como su forma de expresión política, el caudillismo. Así que difícilmente podía imaginar un futuro halagüeño, y menos apostar por él, si éste estaba guiado por un, ese es el lamentable descubrimiento que narra en las páginas de Campaña..., caudillo, para mayor peligro, un militar avalado por el carisma que le aportaba la victoria frente a Rosas. Contemplar que la barbarie y la civilización no forman estamentos estancos en oposición permanente, sino que había un tipo de barbarie capaz de aprovechar los usos civilizados fue, según Halperín Donghi43, un amargo e inquietante descubrimiento que Sarmiento hizo en el Entre Ríos gobernado por Urquiza, sin embargo, no parece que nuestro autor desconociera estas ventajistas estrategias de las fuerzas retrógradas cuando redactó Facundo. Allí, sin pasmo alguno, describió con somera claridad y con sabia ironía el uso espurio de la legalidad en manos de los que conciben el poder como medio y fin de satisfacer sus concretos intereses personales. Rosas era el protagonista entonces, al centrarse el relato en las facultades extraordinarias que se le otorgan en 1835. Sarmiento no retrata la conculcación sino la manipulación inicial de las instituciones en manos de quien no las respeta ni cree en ellas:

Pero no le satisface la elección hecha por la Junta de Representantes; lo que medita es tan grande, tan nuevo, tan nunca visto, que es preciso tomarse antes todas las seguridades imaginables; no sea que más tarde se diga que el pueblo de Buenos Aires no le ha delegado la Suma del Poder Público. Rosas, gobernador, propone a las mesas electorales esta cuestión: ¿conviene en que don Juan Manuel de Rosas sea gobernador por cinco años con la Suma del Poder Público?44



No hurtará al lector que las urnas le otorgaron a Rosas las facultades extraordinarias, «nunca hubo gobierno más popular, más deseado ni más bien sostenido por la opinión pública»45. Así que, en 1845 ya sabía Sarmiento que la indiferencia, el desdén o la falta de responsabilidad de unitarios y federales se unía al justo anhelo de orden de parte de la ciudadanía y a los bajos instintos del resto y ese era el feliz caldo de cultivo de la tiranía o del simulacro democrático. Si aquella jugada con las instituciones fue obrada entonces sin que hubiera una adecuada reacción política, al menos en el relato que de los hechos hace en Civilización y barbarie -y es el que nos interesa para seguirle la pista al comportamiento de Sarmiento en las filas del Ejército Grande, a su pública separación de la Confederación, a sus presupuestos ideológicos y a su línea política-, es significativo observar, entonces, que su actuación tras la batalla de Caseros, esto es, desligarse del proceso político, salir hacia el exilio, publicar los documentos «Ad memorandum» y dar a conocer lo vivido en el ejército de Urquiza, responde a una fuerte convicción política, la de mantener alerta el espíritu crítico, apuntada en su día en Facundo, so pena de sucumbir a la voluntad de un cacique:

Hay un momento fatal en la historia de todos los pueblos, y es aquel en que, cansados los partidos de luchar, piden antes de todo el reposo de que por largos años han carecido, aun a expensas de la libertad o de los fines a que ambicionaban; éste es el momento en que se alzan los tiranos...46



Idea repetida en la dedicatoria de Campaña... a Alberdi:

Como se lo dije a usted en una carta, así comprendo la democracia; ilustrar la opinión y no dejarla extraviarse por ignorar la verdad y no saber medir las consecuencias de sus desaciertos47.

Por tanto, siete años después de la redacción del último capítulo de Facundo, no era tanta la necesidad de Sarmiento de asentar las bases políticas que debería tener el gobierno de la República Argentina como la de señalar aquello con lo que no se podía transigir porque de partida atentaba contra las aspiraciones de un futuro democráticamente organizado. Alberdi, sorprendentemente, si tenemos en cuenta que los caudillos tal cual fueron descritos por Sarmiento han seguido siendo dibujados con iguales atributos hasta nuestros días puesto que hasta la fecha sigue apareciendo tal espécimen político, va a considerar difusa tal categoría, va a argumentar que esta es una creación del periodista combativo para no perder a su más rentable enemigo:

Al primer pretesto de lucha ¿qué hace el soldado retirado de la antigua prensa? Grita á las armas; se pone de pie. ¿No hay un verdadero Rosas? Finje un Rosas aparente [...] El obstáculo son los caudillos, es decir, una cosa tan indeterminada y vaga como los unitarios, que se puede perseguir cien años sin que se acabe la causa de la guerra que es útil al engrandecimiento del guerrero48.



Y como para el letrado ha llegado el momento de la paz y la hora segura de la constitución de la República esta habrá de organizarse «con caudillos, con unitarios, con federales, y con cuanto contiene»49, claro que esta composición heterogénea de la población no era un obstáculo insalvable en el código sarmientino de principios de los años cincuenta, ahí entraba la educación popular para no abandonarla a su condición de masa sino trasponerla a la de ciudadano. Alberdi, centrado en las instituciones, se desentiende con mayor facilidad del componente humano, aboga por no «escluir ni aún a los malos, porque también forman parte de la familia»50, sin querer entender que el «malo» que señalaba Sarmiento dirigía ya el destino de la Confederación. La divisa punzó que Urquiza impondrá en la milicia y obligará a mantener después de Caseros no es un cargo menor ni una excusa sobrevenida para abandonar la tarea de la organización nacional, es el ejemplo de los usos arbitrarios, de la intimidación de la colectividad, de la despersonalización del individuo a manos del poder y de la inquietante continuación del pasado rosista. Sarmiento había tolerado llevar la cinta como parte del uniforme militar, después de la campaña no la aceptará, «yo no me pondría jamás ese trapo como ciudadano»51 anotará en la carta a Mitre incluida en la obra. Alberdi discutirá la congruencia de este planteamiento, de esta separación entre los códigos que imperan en el cuartel y los usos civiles, amplificando las palabras de Sarmiento puesto que éste declara haber llevado la cinta con tanta aversión como obediencia tras haber comunicado al mando su parecer:

Ponerme a cubierto de la cinta, quería decir llevarla como soldado, y no como paisano: como militar me la pondré, como ciudadano nunca, dijo V. Esta idea de dos cucardas, una para el ciudadano soldado y otra para el ciudadano civil; esta idea de que una misma divisa, un mismo color es de gloria en el ciudadano militar y de vilipendio en el ciudadano paisano, es tan poco seria como toda la cuestión del cintillo...52



No tiene en cuenta Alberdi el hecho de que la condición militar merma los derechos civiles, algo que Sarmiento conocía bien no sólo porque en sus lecturas estuvieran presentes los tratados militares sino porque había formado parte del ejército (aunque hasta esta condición le regatearán Alberdi y sus contradictores posteriores, amparados en la idea de que sólo es parte del ejército aquel que pega tiros) y sabía que la disciplina, aunque pudiera llegar a ser un valor, era, más bien, una obligación consustancial a la milicia. Que la imposición no se colara en la estructura civil, sobre todo si esta respondía a la libérrima voluntad del cacique de turno y se implantaba por medio de la coacción, era aspiración personal y política muchas veces expresada por Sarmiento. De ahí la fuerza que adquiere la narración centrada en la anécdota cotidiana, del fiero perro de Urquiza, rebajando la entidad de todos aquellos que se acercan a visitar al jefe, a base de colocarlos bajo la «luz desfavorable, y a veces ridícula»53 del temor, a la cinta colorada impuesta sin miramiento a los débiles, impuesta con estrategias arteras a los fuertes:

...lo que me alarmaba no era tanto la exigencia como la manera de imponerla. Con Alsina, López y otros hombres de consejo, disimulaba; con los que nada habrían osado decirle se exhalaba en improperios contra los que resistían54.



De la incapacidad irritada de Urquiza para escuchar, a su refracción ante cualquier consejo, suspicaz ante la idea de que pueda verse mermado su poder, convencido de que detentar el poder es un ejercicio de personalismo, y de ahí a sus consecuencias prácticas, nada de Estado Mayor en su ejército:

Esta cuestión del Estado Mayor a que todos daban tanta importancia, hería, sin embargo, las susceptibilidades del General en lo más vivo. Entendía que no se le creía capaz de manejar aquella enorme masa de hombres, y se propuso no tener Estado Mayor, y no lo tuvo en efecto. La opinión, indiscreta siempre, señalaba al general Paz para destino tan importante, y esto empeoró la cuestión55.



Nada de aprovechar las cualidades de un individuo en pro de la mejora del conjunto, así la valía de Wenceslao Paunero puede merecer para Urquiza el extraño reconocimiento de ofrecerle ser Jefe del Detall de la división de caballería del General La Madrid, lo que desata la mordaz ironía de Sarmiento:

En aquellos ejércitos el jefe del detall, donde no hay otro detalle que repartir tabaco, es un comandante que sabe poner un parte56.



Es esta deliberada rebaja de la condición, las expectativas, y, de paso, de la moral de los individuos que se expresa a través de las anécdotas recreadas, de las vivencias experimentadas, son cargos que Sarmiento va haciendo relevantes, son signos de la mentalidad de Urquiza de cómo ejercerá el poder si llega a tenerlo, de cómo organizará el país si llega a gozar de tal potestad. Son las conclusiones generales que pueden extraerse de esta mirada de cerca que es un diario de campaña. Por lo demás, los usos marciales de Urquiza no contradicen los usos políticos con los que ha regido su provincia, convertida en una especie, según la descripción de Sarmiento, de hacienda personal, donde el gobernador es juez y parte de la economía por lo que esta se estructura en función de sus intereses y los de su clientela, la política cultural sigue los gustos del caudillo y la educativa está sujeta a lo que dejen libre los presupuesto militares, siempre ingentes, al tener en armas permanentemente a la población. El poder se funda en el temor y de ahí nace una especie de justicia coercitiva y desproporcionada. Si la narración pasa de Entre Ríos al ejército entrerriano el tono humorístico como claro indicio del hartazgo del narrador ante la perpetuación de los usos inciviles: «en el Entre Ríos sale a campaña todo varón viviente»57, más que nada porque el llamamiento es obligatorio e incumplirlo acarrea el exilio o la muerte. La movilización forzosa deja el campo desatendido, el comercio paralizado y la provincia estancada y a cambio nada se gana en fuerza militar porque es éste un ejército desmoralizado, sin disciplina aunque sobre el terror, sin formación, sin táctica o estrategia alguna que no sea la fuerza del número, sin tratado que respetar ni mera compasión al final de la batalla. Cambiar esos usos, expresado en la idea, no sólo metafórica, de trocar el poncho por el uniforme, es labor perentoria para Sarmiento. Para eso, primero hay que derrocar a Rosas, para eso hay que contribuir al triunfo del Ejército Grande, y él lo hará con eficacia mediante los Boletines, cumpliendo su misión como el soldado de un destacamento cumpliría la suya, no hay mayor doblez en ello aunque se la quiera buscar, después, visto lo visto y viendo que no tiene visos de mejora, denunciar, salir de nuevo hacia el exilio y publicar Campaña... porque para este indiscutible patriota era clara la línea que no debía cruzarse en ninguna lucha, aquella que atentara contra la dignidad personal:

Yo no practico ni acepto el axioma de Rosas, de sacrificar a la Patria, fortuna, vida y fama, las dos primeras las he prodigado a condición de guardar la última intacta58.



Otra historia se podría escribir, en Argentina y en otros sitios, si el sentido de la obediencia hubiera sido ése.






Bibliografía citada

  • Alberdi, Juan Bautista. Cartas sobre la prensa y la política militante de la República Argentina. Buenos Aires, Imprenta La Tribuna Nacional, 1886. pp. 5-141. (Obras Completas, t. IV).
  • Amante, Adriana. «Sarmiento el boletinero», en Jitrik, Noé, comp., Revelaciones imperfectas. Estudios de literatura latinoamericana. Buenos Aires, NJ Editor, 2009. pp. 113-119.
  • Beverley, John. «Anatomía del testimonio» en Del Lazarillo al sandinismo: estudios sobre la función ideológica de la literatura española e Hispanoamericana. Minneapolis, The Prima Institute, 1987. pp. 153-168.
  • Halperín Donghi, Tulio, prólogo a Sarmiento, D. F., Campaña en el Ejército Grande aliado de Sud-América. 1ª reimpr., México, Fondo de Cultura Económica, pp. VII-LVI.
  • Jara, René y Hernán Vidal, (eds.). Testimonio y literatura. Minneapolis, Institute for the Study of Ideologies and Literature, 1986.
  • Prieto, Adolfo. «Las ciento y una: el escritor como mito político». Revista Iberoamericana. Abril-junio 1988, vol. XIV, núm. 143. pp. 477-489.
  • Sarmiento, Domingo Faustino. Mi Defensa. Santiago de Chile, Imprenta del Progreso, 1843.
  • Sarmiento, Domingo Faustino. Facundo. Civilización y barbarie, Roberto Yahni, (ed.), Madrid, Alianza Editorial, 1970.
  • Sarmiento, Domingo Faustino. Campaña en el Ejército Grande aliado de Sud-América. Río de Janeiro, Imprenta J. de Villeneuve, 1852.
  • Sarmiento, Domingo Faustino. Las ciento y una. El Nacional, Santiago de Chile, mayo 1853.
  • Volek, Emil. «From Argirópolis to Macondo: Latin American Intellectuals and the tasks of modernization» en Nacimiento, Lara y Gustavo Sousa, eds., Latin American Issues and challenges. New York, Nova Science Publishers, Inc., 2009, pp. 49-79.


 
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