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ArribaAbajo Carlos V: ¿un rey ideal para los moriscos?

Luis F. Bernabé Pons



Universidad de Alicante

El título que precede a estas páginas es, naturalmente, una aporía. Los moriscos, desde los testimonios a ellos contemporáneos han sido considerados, por lo general, como una minoría más o menos inasimilable, pertinaz en su mantenimiento de la fe islámica, espías y quinta columna del enemigo turco, sostenedores de ritos y costumbres repugnantes, archienemigos de la fe cristiana y tantas otras imágenes que han pervivido con fuerza y, éstas sí, con pertinacia, tanto en el imaginario231 como en una parte de la bibliografía al uso232.

Aunque esta serie de imágenes, por supuesto, han sido detectadas, analizadas y puestas en cuestión por la historiografía moderna, parece claro que los síntomas de enfrentamiento a varios niveles entre los grupos cristiano y morisco a lo largo de todo el siglo XVI no es algo que pueda ser tenido en poco. Aunque estos síntomas son muy desiguales según la zona geográfica de la Península de la que nos ocupemos y los distintos grupos moriscos hispanos están antropológicamente situados en una amplia franja que va desde la integración y aculturación islámica más evidente hasta la manifestación extremada de la diferencia -pasando por jalones tan conocidos como los del ocultamiento religioso, el disimulo, la indiferencia en la fe o la connivencia con el enemigo exterior-, no creo que pueda negarse que uno de los hechos fundamentales de las relaciones entre cristianos y moriscos es el de estar, en un nivel global, frente a frente.

Teniendo esto en cuenta, ¿es posible sostener que los moriscos pueden encontrar en un rey cristiano que sojuzga su religión un modelo? ¿Cómo puede ser un ejemplo para una comunidad un rey que decreta unas conversiones forzosas al cristianismo y declara válidos unos bautismos -los de las Germanías- a la fuerza sobre esa comunidad?



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Las posibles respuestas a estos interrogantes podrían hallarse a través de diversos parámetros que ayudasen a comprender:

1) Qué visión tenían los moriscos acerca del poder político establecido.

2) Qué expectativas podían tener respecto a ese poder político.

3) Qué relaciones se planteaba la comunidad morisca, o las comunidades moriscas, entre ellas y el poder real.

4) Qué clase de súbditos piensan ellos mismos que son respecto al poder establecido.

5) Qué grado de asimilación en la sociedad cristiana era necesario para borrar cualquier tipo de reivindicación política.

Obsérvese que, de estos interrogantes, los cuatro primeros dependen casi en exclusiva en la práctica de los propios testimonios que podamos obtener directamente de la comunidad morisca. Únicamente su propia voz puede alumbrarnos acerca de unos conceptos -visión, expectativas, etc.- que implican una reflexión y, digámoslo así, una toma de postura íntima por parte tanto de unos individuos como de una comunidad. Se ha repetido ya en bastantes ocasiones que las fuentes cristianas nos ofrecen velis nolis una imagen deformada, de escasos matices o, cuanto menos, parcial por oficial, de los testimonios de estos hombres, no dejándonos penetrar en la mayoría de las ocasiones en los pensamientos reales de una comunidad.

Cuando en 1995 se organizó en la Universidad de Alicante el Congreso «La voz de mudéjares y moriscos», cuyas actas fueron publicadas233, pudo comprobarse que la propia voz de la comunidad minoritaria no había sido demasiado tenida en cuenta -quizá por la dificultad de su hallazgo y análisis- en los balances y análisis historiográficos234. Sin embargo, aun sin ser abundantes los ejemplos, sí podían extraerse de aquí y de allá rasgos, testimonio y pensamientos que mostraban que, si bien era imposible hablar de los moriscos como un todo homogéneo, con un único timbre de voz (las diferencias cronológicas y geográficas entre moriscos actúan aquí como un filtro inexcusable), sí podían hallarse grupos minoritarios y casos individuales de moriscos que eran capaces de articular unos mensajes con una entidad propia.

En este sentido, como avance de análisis ulteriores más amplios y como planteamiento de respuesta parcial a algunos de los interrogantes expuestos anteriormente, podría ser interesante poner en cuestión algunos datos textuales referidos a las visiones y relaciones de los moriscos con el poder del rey que les manda235.



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En principio, habría que asumir como punto de partida teórico que los mudéjares y moriscos, como creyentes musulmanes, se encuentran en un territorio que no es el apropiado para ellos: una tierra susceptible de guerra con el islam (dār al-harb), por estar poblada y gobernada por infieles y gentes extrañas a la verdadera ley de Dios (ard gurab), como señala la casida morisca al sultán otomano de principios de siglo y que fue analizada por J. T. Monroe y más recientemente por P. S. van Koningsveld y G. Wiegers.

Las autoridades islámicas están casi unánimemente de acuerdo -y así se lo hacen saber a las comunidades de musulmanes españoles- en que la obligación de mudéjares y moriscos es emigrar desde esta tierra hasta otra que esté bajo gobierno islámico. Sólo el muftí al-Magrawi, él mismo de origen hispano, en una famosa fatwa o dictamen jurídico declarará lícito para los moriscos permanecer en tierra de infieles en una situación de peligro mediante la aplicación del mecanismo del ocultamiento de sus verdaderas creencias (taqiyya)236.

Pero esto no nos aclara, claro está, la posición política de los mudéjares primero y moriscas después que son los que en efecto han de vivir en una tierra no islámica. Para los primeros, hemos de acudir a la fuente de su situación jurídica en España, esto es, los pactos que suscribieron en buena parte de la Península y a lo largo de los siglos con los conquistadores cristianos. Estos pactos suscritos, que obligan a ambas partes y que, con algunos inconvenientes de menos rango, fueron respetados a lo largo de toda la Edad Media, obligaban al musulmán a mantener fidelidad a su señor cristiano respectivo: el secular respeto de los musulmanes al pacto (‘ahd)237 establecido como consecuencia de una situación de guerra, hace que la posición de los mudéjares españoles respecto a sus señores sea incólume, como lo señalan las leyes islámicas puestas en castellano por Ice Gidelli, alfaquí de Segovia y muftí de las aljamas de moros de Castilla:

Sey fiel a tu señor, trátale verdad y limpieza, aunque sea infiel, que tu heredero es, en faltra de herederos. Págale los derechos que le debieres, sin fraudarle cosa alguna238.





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La ruptura de esta situación, de este status quo, por parte cristiana, evidentemente, va a provocar una profunda crisis en las relaciones entre moriscos y cristianos. El no respeto a los pactos firmados va a ser la queja fundamental de los nuevamente convertidos de moro hacia sus autoridades cristianas durante todo el siglo XVI y las consecuencias de la ruptura en el sentido de la nueva jurisdicción en la que caen los moriscos el origen de las principales revueltas que se dan a comienzos de siglo.

¿Qué discursos son los que los moriscos oponen a su nueva situación? ¿Qué rastros podemos encontrar de reacciones escritas ante una posición radicalmente distinta a la que les ha preservado sus existencias como musulmanes durante siglos?

Se impone una consideración previa, que no por conocida es menos necesaria de recordar: es imprescindible hacer las distinciones necesarias a lo largo del eje geográfico y del eje temporal dentro de la comunidad morisca española239. No es lo mismo hablar de la comunidad de moriscos castellanos que de los muy islamizados moriscos granadinos de principios del siglo XVI; es completamente diferente contemplar a esos mismos moriscos granadinos a principios de ese siglo que a final de la centuria; el islam de los moriscos aragoneses de la década de los años veinte por fuerza no puede tener la misma vitalidad que alboreando los años de la expulsión240.

Viene esto a propósito de que los discursos que podemos traer a colación a propósito de una particular visión política de los moriscos pertenecen a un ámbito muy concreto: el de los moriscos granadinos de la segunda mitad del siglo XVI. Éste es el único ámbito de los moriscos españoles en el que existen, de forma articulada, unos referentes textuales que, integrados en realidad en el ámbito sociocultural de la sociedad cristiana en la que viven, intentan exponer las visiones de una mentalidad propia.

Una elite entre estos moriscos, aquellos que habían logrado situarse en una posición más o menos estable en la sociedad cristiana241, y que tiene bastante poco que ver con el resto de los moriscos repartidos por la Península, e incluso con sus coterráneos granadinos repartidos a la fuerza por España, pueden mantener en varias ocasiones una visión política frente o dirigida a las autoridades españolas. Nada que ver, pues, en su propósito global y en las matizaciones de su discurso, con las esperanzas mesiánicas de moriscos valencianos en los peores momentos de sus rebeliones e incluso con las

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profecías acerca de un líder futuro, el Encubierto u otro innominado, que aparecen recogidas en un manuscrito aljamiado242.

Lo que llama la atención de los dos textos que nos disponemos a traer a colación es precisamente, aunque no sólo, las referencias -directas e indirectas- que podemos hallar o interpretar en ellos acerca del reinado y la persona de Carlos V.

No es éste el lugar de hacer un balance general de la política carolina con respecto a los moriscos; estudiada con cierto detalle para el caso de los moriscos granadinos243, conocido por él de primera mano y a través de versiones diferentes durante su estancia en Granada, y algo menos para el caso de los moriscos aragoneses y valencianos, pese a que estas comunidades tendrán un notable protagonismo bajo el rey Carlos. La crítica está de acuerdo en señalar que la aceptación de un modus vivendi por ambas partes es la característica más llamativa de las relaciones entre el César y los moriscos: «si bien existen una serie de disposiciones represivas, éstas no se aplican con firmeza, y en la práctica las tradiciones culturales moriscas se mantienen». Hay que tener en cuenta que la especial atención que se va a prestar a la población musulmana durante el reinado de Carlos V proviene de la política creada a partir de las tensiones de las Comunidades y las Germanías y no de alguna predisposición especial del rey hacia la comunidad morisca. La política de condescendencia, jalonada de momentos de tensión, va a ser la pauta marcada en las relaciones entre Carlos V y los moriscos.

Las medidas de la Congregación de la Capilla Real en 1526 no van a ser puestas en práctica después de acordadas, señala Benítez, en primer lugar por la negociación de los moriscos con el emperador, a quien le ofrecen 90.000 ducados por limitar la ejecución de lo dispuesto, y en segundo lugar, porque muy posiblemente faltó voluntad política y sobraron dificultades estructurales para llevarla a cabo con firmeza (p. 483). La predisposición negociadora del rey Carlos, a la vez que el recuerdo de la fidelidad al poder legalmente establecido por parte de los moriscos, incluso en momentos difíciles como en la sublevación de las Comunidades, parecen ser los rasgos que se destacan en el primero de los textos allegados. El Memorial de Francisco Núñez Muley244, alegato a las autoridades granadinas en primera instancia y al rey Felipe II en última acerca de los derechos de idiosincrasia de los moriscos granadinos, los «naturales» de esa tierra, a la vez que continuamente ataca la ruptura que se hizo de los pactos de los Reyes Católicos con el último rey nazarí, recuerda con fervor

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los servicios de la comunidad morisca granadina sirviendo al rey Carlos en los conflictos con los comuneros castellanos, a la vez que también recuerda, ahora en 1576 cuando se han reactivado las mismas medidas, cómo el César había consentido en suspender las medidas245:

Y en esta cibdad de Granada quando estubo su magestad, aviamosle servido en nobenta mill ducados: los ochenta mill para su magestad y los diez mill con que su magestad hizo merced a munchos caualleros y oficiales y personas que entendieron en ello [...] Y todo esto se obligo y obligaron [los moriscos de Granada] por quedar en sus abitos y costunbres y calzado, no perjudicando en cosa alguna a la santa fee catolica...

Y por esto no se puede dezir que se levantaron contra su Rey, sino en fauor de su firma y capitulación, para que les fuese guardada y executada; y desto rresulto la levantada del albayzin [...] Esta fue la causa vista que le quebrantauan lo asentado y capitulado, y no hera enjuta la tinta; pues probados a los naturales deste rreyno y su leartad a la corona Real en el tienpo de las comunidades, vuestra señoria hallara que en todos los Reinos y prouincias de castilla y andaluzia levantaron contra su Rey; y en este reyno no uvo en el ninguna alteración contra el servicio de su alteza; mas antes quando uvo necesidad que el marques de mondexar y sus hermanos... de yr a conbatir a baza, porque se avía levantado, ..., entre sus capitanes que llevo tres capitanes de nuestra nación que hera don hernando de cordova el uno, y diego lopez auen axara y diego lopez hacera, y no se más, con soldados y onbres de guerra de los naturales en fauor de su rrey y del marques como su capitan general246.



El texto de Núñez Muley, no por conocido muy estudiado, incide de lleno en lo que puede considerarse en esencia una visión política de las relaciones de la comunidad morisca granadina superviviente de la diáspora de la guerra con la figura del rey: su apelación a la continua fidelidad de los moriscos hacia la figura del Emperador y su esperanza de que las negociaciones llevadas a cabo durante su reinado, proyectadas en el tiempo del rey Felipe puedan servir para continuar manteniendo su modus vivendi247. Un rey que atiende a los razonamientos y a las peticiones de sus súbditos, aunque éstos pertenezcan a una minoría en trance de persecución y opresión y aunque tales negociaciones supongan fuertes desembolsos económicos, no puede

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por menos que ser recordado con una cierta dosis de añoranza, como la que destila el texto, en una situación, la de los años setenta, en la que ya no cabía la posibilidad de discusión sobre la suerte de los rasgos culturales de la comunidad de moriscos granadinos248.

Y precisamente esa imposibilidad de discusión es, de alguna manera, la que va a permitir el nacimiento del segundo de los testimonios de esta elite de la comunidad morisca granadina. Una vez abortado cualquier intento de discusión en el orden político, cultural o de las ideas en general, lo único factualmente posible para un grupo o un autor que pretende lanzar un mensaje es escapar del discurso oficial para penetrar en el de la creación. Es este discurso el que la comunidad morisca granadina va a tomar en la última veintena de años del siglo XVI con todo el asunto de los plomos del Sacromonte249 y con la publicación de La Verdadera Historia del Rey Rodrigo de Miguel de Luna250. Mediante la acción convergente de estos dos polos, mensajes secretos para los españoles de la época (en tanto escondidos y en tanto escritos en árabe) y puestos a la luz pública por los moriscos Alonso del Castillo y Miguel de Luna, traductores de arábigo de su majestad, de Granada surge un intento global de rectificación de las coordenadas vitales de la ciudad del Darro en primer lugar y de toda España en última instancia. A través de una visión adecuada251 del primer cristianismo, el de ir y predicar a todos los lugares del orbe, y de la historia de España a partir de don Rodrigo, los moriscos granadinos proponen una nueva visión del pasado en el que sus más directos antepasados árabes (no sólo los conquistadores de la Hispania goda, sino incluso los primeros cristianos que llegaron a España) ocupan un lugar bastante más que honorable.

En este intento de resistencia intelectual, en el que incluso se llegaba a proponer la existencia de un nuevo evangelio que compartirían moriscos y cristianos252, Luna se levantaba como el hombre que, a partir de una fuente árabe manuscrita y por él hallada en El Escorial, era capaz de proponer una «verdadera» visión de los hechos acaecidos en la conquista árabe de España, hechos que, por supuesto, se apartaban mucho de lo que era la historia al uso aceptada253. A partir de un perfecto conocimiento

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de la sociedad cristiana que le rodeaba, e imbuido de bastantes de sus resortes, a Luna le es relativamente sencillo componer una «Historia» semejante a las que corrían entre el público lector con gran éxito, sólo que ahora con los árabes en el papel de valerosos guerreros, buenos gobernantes y hombres justos que llevan a España a un período de paz y prosperidad tras el caos visigodo.

Lo que nos interesa ahora para nuestros propósitos es que, tras contar las vicisitudes guerreras de los ejércitos árabes en África y en España, y antes de darnos una morosa descripción de España, a todas luces traducida desde un original árabe, Miguel de Luna se detiene en ofrecernos un retrato pausado del gran protagonista en la distancia de las acciones guerreras narradas: el rey Miramamolín Iacob Almançor (Segunda Parte, fols. 3 a 44).

El retrato del rey Almançor es trazado por el alcaide Alij Abençufian a requerimiento del bisnieto de aquél, el rey Abencirix, con toda una declaración de intenciones:

[...] os encargamos, y mandamos que guardando breuedad, y huyendo prolixidad, y escriuiendo verdad, con la obligación que se debe a la fidelidad de la historia... escriuireys un libro de su vida y costumbres, juntamente con la manera y orden con la qual regía y gouernaua sus Reynos este buen Rey, hasta su fin y muerte: el qual intitulareys, Espejo resplandeciente de Principes, que en ello nos seruireys; y juntamente en este libro añadireys las condiciones que deue tener y guardar el buen Rey para ser amado y querido de los suyos, y temido de sus enemigos: todo lo qual nos podra seruir de huia y luz, con el fauor y ayuda de nuestro soberano Dios para regir y gobernar nuestros Reynos y republicas, para que ellas tengan paz y tranquilidad, y nos quietud en el alma, y descargo en la conciencia...254



Nos las habemos con un auténtico «Espejo de príncipes» de finales del siglo XVI, sólo que en su versión árabe, algo que nos pone alerta acerca de cuál es ese retrato del gran rey que Luna, a través de su trasunto árabe, nos va a ofrecer que y debe ser analizado en esos términos.

Lógico es señalar, como ya hizo en el trabajo citado Márquez Villanueva, cuánto debe Miguel de Luna en esta composición al gran fray Antonio de Guevara en su estilo de pseudo-historia y de moralejas historiadas. Ahora bien, también el antiguo obispo de Mondoñedo tenía entre sus afanes, como Pedro Mexía, el de intentar influir en la medida de lo posible en el pensamiento y acciones de Carlos V, de quien era un rendido admirador. ¿Es posible que de la lectura de Guevara o de Mexía, sobre todo en los pasajes sobre el buen gobernante, se haya dejado llevar Luna para su retrato del rey Iacob Almançor? ¿O bien Luna, como hizo anteriormente Núñez Muley, quizá a estas alturas de 1600, con Felipe III ya en el trono, acude a aquello de cualquier tiempo pasado fue mejor y vuelve a pensar en el César

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como un modelo ideal para los moriscos y también para el propio rey en sus relaciones con éstos?255

Porque de lo que no cabe mucha duda es de que, en todo o en parte, la figura de Carlos V está muy presente para «rememorar» al rey árabe conquistador: no en vano éste cuando alcanza la vejez

renuncio en el [su hijo] el mando y cetro real de su corona y reynos con acuerdo y parecer de hombres sabios, y Alcaydes gobernadores. Y auiendo hecho esto se retiró a hazer vida solitaria, y a descansar en aquella casa de campo que auemos tratado en este breue comnpendio en los montes de Albacatin y Alhillan, junto a la qual en una alta sierra mandó fabricar una sumptuosa Mezquita y casa, que tenía capacidad donde pudiessen uiuir un Morabito con quarenta discipulos, o monjes256



remedando con bastante convicción el retiro del Emperador Carlos a Yuste tras dejar el poder a su hijo Felipe, en la Sierra de Tosmanto y con su casa adosada a la iglesia del convento de la orden Jerónima.

Este rey Almançor era muy amante de los libros, cuidando y estimando muy personalmente su propia librería, teniendo en muy alta estima a los hombres cultivados, entre los que elegía a sus mejores consejeros. Tenía afición, como el rey Carlos, en realizar trabajos manuales en sus momentos de ocio. Gustaba mucho de hallarse personalmente en sus ejércitos en las campañas que éstos sostenían para ensanchar sus posesiones, mostrándose generoso y magnánimo con sus soldados y súbditos y, de hecho, su propio hijo no llegará a conseguir un renombre como el suyo por hazañas y magnanimidad, sino que tendrá que contentarse con trabajar denodadamente para sustentar el reino heredado, no pudiendo él mismo realizar conquista alguna. De cualquier forma, se regirá siempre de la manera en que su padre le amonesta a través de una carta, en la que le da las pautas principales por las que se debe regir un buen rey con sus súbditos: magnanimidad y dar a cada cual según su valor y no su linaje.

A través de los consejos del rey a su hijo, éste puede conseguir mandar un reino y unos súbditos como los que tenía Iacob Almançor: leales, sinceros y justos, de tal manera que no había un reino más seguro ni unos hombres más honrados. Luna se detiene algo en declarar una característica peculiar de estos súbditos ennoblecidos

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por la personalidad de su rey: ningún hombre reclamaba al rey algo que no fuera suyo. El morisco no puede menos que hacer un alto en la narración y anotar al margen, suponemos que con cierta emoción:

Esta costumbre usaron hasta nuestros tiempos los Moriscos del Reyno de Granada y entre ellos casi la tenian conuertida en naturaleza257.



De esta manera, en una suerte de ejercicio a la vez de nostalgia y de miedo al futuro, el rey Carlos V y de alguna manera también su abuelo Fernando, quedaban incorporados a la personalidad de un rey ideal para el autor morisco. Un rey que siempre había atendido las peticiones y los derechos de los vencidos y que no miraba linajes para ver el valor de los hombres. Sobre todo, un rey que hacía de la justicia su principal bandera.



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