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Cartas de Felipe II á las infantas sus hijas

Publicadas por Mr. Gachard1



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El Sr. Gachard, que tantos servicios ha prestado á nuestra historia patria, y que es uno de los pocos extranjeros que han tratado de nuestras cosas con verdadero conocimiento y con imparcialidad, como especialmente lo demuestra su libro titulado D. Carlos y Felipe II, que ha destruido la fábula del Abad de Monreal, popularizada por Alfieri y por Schiller -acaba de hacer otro nuevo y no menor servicio á la historia de nuestro gran siglo con la publicación de las cartas dirigidas por Felipe II á sus hijas durante la expedición á Portugal de 1581 á 1583.

No creemos exagerado asegurar que estos documentos presentan bajo un aspecto nuevo al fundador del Escorial, aunque ya hablando de él nuestro director el Sr. Cánovas del Castillo, había dicho que el personaje frio, taciturno y cruel que nos pintaban la mayor parte de los historiadores, y del cual se decía en su tiempo «de la risa al cuchillo del Rey no hay dos dedos», era sin embargo, afectuoso y familiar con los suyos: pruebas existían de estas cualidades en su proceder con su hija predilecta Doña Isabel Clara Eugenia á quien juntamente con su hermana menor, Catalina van dirigidas las cartas ahora publicadas.

El Sr. Gachard en un extenso y erudito prólogo da cuenta de las circunstancias en que estas cartas fueron escritas y de los principales sucesos de la vida de las ilustres princesas á quienes se dirigieron.

Ambas infantas fueron notables más que por su jerarquía por las virtudes y calidades que las adornaron. Doña Isabel Clara Eugenia, estaba además dotada de una hermosura que celebraron   —234→   las plumas de su tiempo y de que el pincel de Coello y de Liaño nos ha conservado el fiel trasunto; su padre la amó tiernamente y tuvo en su capacidad gran confianza, dándole desde muy joven participación en los negocios de Estado y confiando á su prudencia, tanto como á la de su marido el archiduque Alberto, los graves y dificiles de los Países Bajos.

Menos noticias se tenían de las condiciones de Doña Catalina: sabíase que no gozó del privilegio de la belleza, que como luego veremos, debieron destruir las viruelas, pero aunque murió joven tuvo tiempo para dar cumplida muestra de su virtud y de su entendimiento; lo que acerca de ambas cualidades dice en elogio de esta princesa el Sr. Gachard está confirmado por lo que dijo de ella el doctor Aguilar de Terrones en el sermón de sus honras predicado á Felipe II en su capilla el sábado 20 de Diciembre de 15972. Al final de esta curiosa oración exclamaba el Dr. Aguilar: «No tengo para que deciros (pues lo sabeis mejor que yo) las virtudes heroicas de nuestra serenísima difunta, la igualdad de vida y suavidad de condicion en la paz, el valor, ánimo y aun consejo prudentisimo en la guerra y en materias de estado, y si acá no lo sabeis, sabialo muy bien su marido, que él comunicaua con su Alteza todas las materias de sus estados en paz y en guerra, y sacaua tan acertadas respuestas como las pudiera dar un Cornelio Tacito en materias de estado y un Caton en materias de prudencia. Y ya que por la angostura del tiempo os dexemos de decir otras virtudes, predicando sus honras en Sábado no es justo callaros que todos los sabados daua audiencia pública á los pobres y los despachaua y remediaua, que colmado lo aura hallado alla»3.

Sería tarea larga y además inútil recordar los antecedentes del fausto suceso de la unión de Portugal á las demás coronas que constituyeron, aunque por desgracia no de un modo definitivo, la monarquía peninsular, que ejerció, si bien por breve espacio de   —235→   tiempo, la hegemonía de Europa ó como se decía entonces la dirección y gobierno de la cristiandad, aunque no podamos ni debamos prescindir, en nuestra presente y al parecer irremediable decadencia, del recuerdo consolador de nuestras antiguas glorias. Basta á nuestro propósito consignar el incontestable derecho de Felipe II, á ocupar el trono de Portugal, después de la muerte de D. Sebastián en Alcazarquibir y de la del cardenal Enrique, victoriosamente demostrado por el famoso Rodrigo Vazquez de Arce, «á quien Themis dió su silla» como de él dice Rodrigo Caro, y por el doctor Luís de Molina ante el Rey Cardenal y su córte.

Con mucha anticipación preparó el Rey los medios necesarios para hacer efectivo su derecho, pues á 7 de Setiembre de 1579, escribía ya desde San Lorenzo al Licenciado Antolinez, Regente de la Audiencia de Galicia, y ya se refiere en esta á otras anteriores sobre previsiones y aprestos para el ejército y la armada4 que habían de entrar en Portugal, y en 13 de Abril del año siguiente, para seguridad de su conciencia, daban á Felipe II parecer sobre la justicia de la guerra, Fray Diego de Chaves, Arias Montano y Cascales5.

Mayor interés ofrecería la noticia de las vidas de Doña Isabel y Doña Catalina, cuyos retratos debidos al pincel de Pantoja de la Cruz, unidos por una guirnalda de flores, pueden contemplarse en nuestro Museo y preparar el ánimo para la lectura de estas cartas escritas á ambas princesas en la edad que sus retratos indican, probando ambas cosas la unión estrecha y vida común que llevaban por entonces; pero los sucesos que á una y otra se refieren son muy conocidos, especialmente aquellos que formaron un paréntesis, por desgracia harto breve, de paz y de ventura en los Estados de Flandes, bajo el gobierno dulce y prudente de Doña Isabel Clara Eugenia y de su esposo el Archiduque Alberto, los cuales no quiso nuestra desgracia que fueran tronco de una dinastía, que constituyendo en aquellos países una nación independiente y amiga de España, hubieran resuelto en paz lo que despues de tantas luchas, aunque gloriosas, para nosotros   —236→   funestas, vino al cabo á realizarse, si bien no tan cumplidamente como entonces se hubiera logrado.

Quizá no ha existido en el mundo ningún príncipe ni persona esclarecida, de quien se hayan hecho tantos retratos físicos y morales como de Felipe II: el mismo Sr. Gachard publicó en 1856, unos extractos de las relaciones presentadas al Senado de Venecia por sus embajadores en las cuales se contienen seis descripciones más ó menos minuciosas de la persona y condiciones del Rey empezando por la de Federico Badoaro, una de las más extensas, que copia del modelo en la flor de su vida, es decir á los 31 años, según manifiesta el discreto diplomático, que le juzga con imparcialidad y en nuestra opinión con acierto, confirmando sus apreciaciones los datos que cada día se descubren y de un modo muy notable las cartas escritas durante la campaña de Portugal, pues Badoaro dice de él entre otras cosas lo siguiente:

«Así como la naturaleza ha hecho á S. M. débil de cuerpo, así tambien lo ha hecho de ánimo algo tímido, de lo cual se vieron señales, cuando se movió la guerra con el Pontífice y el Rey de Francia; no es templado en la calidad de los alimentos especialmente en los pasteles y es incontinente en los placeres sexuales, divirtiéndose en andar de máscara por las noches aun en medio de graves negocios, y le placen mucho diversos juegos.

»Muestra de ordinario ser más propenso á la mansedumbre que á la ira, y así á los embajadores, como á cualesquiera que con él negocien, da señales de ánimo humanísimo, sufriendo pacientemente las calidades de las personas y las extrañas peticiones que se le hacen, satisfaciendo á todos con las palabras y con los actos. A las veces usa expresiones ingeniosas y agudas y oye con gusto gracias y donaires; pero si al comer le rodean los bufones, reprime su contento, mientras que en su cámara deja que se explaye la risa».

. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .

«Ama S. M. los estudios y lee las historias, entiende bastante de geografía, y algo la estatuaria y la pintura y se deleita ejercitándola algunas veces. Habla poco y de ordinario en su lengua; la latina, como príncipe, la habla muy bien, entiende la italiana   —237→   y un poco la francesa. En suma es un príncipe que tiene muchas partes loables».



Miguel Suriano que sucedió en el cargo de embajador de Venecia á Badoaro y que también en su relación al Senado se ocupa largamente de la persona y calidades de Felipe II, difiere mucho de su predecesor, siendo á nuestro entender lo más curioso de su relato la comparacion que hace entre el Emperador y su hijo, en los siguientes términos:

«Aunque sea semejante á su padre en el rostro, en el habla, en la observancia de la religión, en la bondad y en guardar la fe, es muy diferente en las demás partes que constituyen la grandeza de los príncipes: porque el padre amaba las cosas de la guerra y las entendia muy bien, y este rey ni las entiende ni le gustan; aquel acometia grandes empresas, este las huye; aquel concebía grandes cosas y las encaminaba con el tiempo á su provecho, este no aspira tanto á su grandeza como á evitar la de los otros; aquel no se movia á hacer nada por amenazas ó por temor; este por leves peligros ha abandonado algunos Estados; aquel se guiaba en todo por su opinión propia, este por la de los otros».



Este juicio de Suriano se refiere al año de 1555 y los hechos anteriores y posteriores de D. Felipe demuestran que por exagerado es injusto, pues aunque nunca fué el monarca dado á las cosas militares, esto se explica, porque su complexión delicada no le consentía los ejercicios bélicos; y además porque, hábil político, entendía que la gloria que dan las armas no se logra sin grandes peligros, y que por lo mismo que rodeaban tantos y tan graves sus extensísimos Estados, no bastaba su persona para estar al reparo de todos: por lo demás no se ve el fundamento que tuviera Suriano para decir que por ligeros temores abandonó sus Estados, pues es sabido que sostuvo larguísimas y costosas guerras para conservar los que heredó, ó para posesionarse de aquellos á que se creía con derecho yendo en persona á conquistarlos, si bien dejando la dirección y la gloria de las armas á quien reconocía que era más apto para manejarlas.

Un gentil-hombre de Antonio Tieppolo, que fué también embajador de Venecia en el año de 1572, cuando ya Felipe II tenía   —238→   45 años, le juzga de modo muy diverso y sin duda con mayor imparcialidad y justicia que Suriano pues dice de él «que es de juicio admirable en todas las cosas, de felicísima memoria y conoce á las personas con sólo haberlas visto una vez; con todo esto no se fía de su juicio y no se resuelve á nada sin oir al consejo que tiene cargo de cada materia; pero ninguna resolucion se ejecuta sin que sea primero sabida y aprobada por S. M. aunque sea pequeña y de poco momento».

Lo cual confirma lo que se sabe de la prudencia del Rey, á las veces llevada á términos de confundirse esta virtud con la irresolución, que engendra en el gobierno no pocos inconvenientes y peligros. No difiere notablemente del anterior el juicio de Felipe II que se contiene en una relación anónima del año de 1577 y que M. Gachard atribuye al Embajador Priuli, en ella se dice que D. Felipe «era un príncipe muy católico, amigo de la religión, notable por su prudencia y por su amor á la justicia, que no buscaba los placeres del espíritu, pero sí la soledad; que se retiraba durante ocho ó diez meses del año á Aranjuez, al Escorial ó al Pardo para gozar las delicias del campo con la Reina y con sus hijos» aquella era su última mujer, hija del Emperador Maximiliano y el anónimo dice «que el Rey iba á su cuarto tres veces al día, por la mañana antes de la misa, luego antes de empezar el despacho, y por último á la hora de acostarse; tienen, dice, dos lechos bajos que distan un palmo; pero por las cortinas que los cubren parecen uno solo. El Rey manifiesta gran cariño á su mujer, la tiene con más frecuencia encerrada que no de otro modo, y casi no la deja sin su compañía.»

Después del libro de M. Gachard de que hemos tomado las anteriores noticias, se han publicado nuevos volúmenes de las relaciones de los embajadores venecianos, y entre ellas hay dos muy interesantes, las cuales en parte confirman y en parte corrigen las que van expuestas; la primera en orden cronológico, es la de Leonardo Donato, extensísima y de interés para formar idea del estado de la inmensa monarquía española en el año de 1573 en que la relación fué escrita, sirviéndole de remate una enumeración de «algunas particularidades propias del Rey de España»; no es del caso copiarlas todas, pero conviene reproducir las siguientes:

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«El Rey prefiere negociar por medio de billetes, porque no le gusta tratar con muchos, y porque escribe mas de prisa que cualquier secretario.

»Ve todos sus asuntos y lo sabe todo.

»No se encoleriza ó muestra no encolerizarse nunca.

»El Rey casi no habla con los de su cámara.

»En tantas audiencias tenidas con el Rey en tiempos tan azarosos, con avisos de los progresos de la armada turquesca, de pérdidas de ciudades, etc., nunca me ha dirigido S. M. una pregunta, sino que solo oía y contestaba sobriamente á las relaciones.

»Parece que el Rey se ocupa en muchas pequeñeces que quitan el tiempo para cosas mayores.

»Suele decir que está cansadísimo de ser Rey.

»El Rey segun comun sentir es muy suspicaz, y sus propios servidores dicen: De la risa al cuchillo del Rey no hay dos dedos.

»Trabaja con tanta asiduidad sin tomar recreacion, que no hay oficial alguno en el mundo, por asiduo que sea, que esté tanto en su oficio como S. M., así lo dicen sus ministros, y parece que es cierto.

»Dicho del embajador de Francia sobre el disimulo del Rey de España. El Rey es tal, que aunque tuviese un gato dentro de las bragas, no se moveria ni mostraria alteracion alguna.

»Dicen sus ministros que su inteligencia es tanta, que no hay cosa que no sepa y que no vea».



La relación de Juan Francisco Morossini nombrado embajador en 1578, fué escrita en el de 81, es más interesante para el caso presente que todas las anteriores y posteriores, porque como se ve por las citadas fechas, nos presenta al Rey en la época en que escribió las cartas de que nos ocupamos; y el mismo embajador dice, que por ocurrir entonces, trata con más extensión los sucesos de Portugal. Morossini da muchas noticias de las costumbres particulares del Rey, que no difieren de las que generalmente conocían y sabían sus contemporáneos, pero termina su retrato con estos juicios dignos de notarse.

«Es de naturaleza mas bien severa, por no decir cruel, que de otra suerte; si bien cubre este afecto con profesar una justicia inquebrantable, por la cual no tuvo consideracion al propio hijo;   —240→   no se sabe que haya hecho gracia á ningun condenado aunque parezca propio de los grandes reyes usar en alguna ocasion de clemencia. No muestra ninguna ternura á sus hijos, y en la muerte de sus más allegados, no ha dado señales de sentimiento. Tiene dos hijos varones y tres hembras...».



Las cartas escritas á sus hijos refutan victoriosamente estos juicios de Morossini, que además son contrarios en lo que se refiere á las partes afectivas del Rey, á los que formaron otros que le vieron y trataron en la misma época, entre los cuales es digno de citarse el P. Cavarel, que fué á Lisboa acompañando al abad de San Vaast, D. Juan Sarrazin, y que dejó escrita una relación de su viaje, de la que M. Gachard ha publicado entre otras cosas lo siguiente que se refiere á Felipe II:

«Vi en Lisboa, dice Cavarel, dos cosas que deseaba mucho ver y que me dieron gran contento. La primera, S. M. misma (deseo natural nacido en nosotros de conocer y unirnos á lo que amamos), en cuya persona admiraba (porque podíamos verle con frecuencia, ya en palacio, ya en las parroquias, ya en otras iglesias, dándonos libre acceso los archeros y guardias, que por ser de nuestra tierra eran amigos nuestros), admiraba, digo, una clemencia y modestia natural, aquella dulzura que resplandecia en su rostro, sus palabras, su gesto, su porte ajenos de grandeza, de insolencia y de crueldad». Sin duda que estas benévolas y encomiásticas palabras se explican por el carácter y circunstancias del monje que no podía menos de admirar y respetar á quien era en aquellos tiempos de lucha religiosa el brazo y la espada de la fe católica; pero en nuestra opinión se aproximan más á la verdad que las violentas y denigrantes que desde entonces emplean contra Felipe II los enemigos de ella.

Como hemos indicado antes, contradiciendo á uno de los embajadores venecianos, celoso el Rey de sus derechos y dispuesto á defenderlos por las armas, desde antes que muriese el Rey Cardenal, D. Enrique de Portugal, había empezado á hacer preparativos militares para que prevaleciera el que tenía á la corona de este reino, y cuando aquél murió, aceleró aquellos preparativos formando un ejército pronto á entrar en Portugal. No sin repugnancia confió el mando al duque de Alba, entonces en desgracia,   —241→   el cual sin pasar por la corte fué desde Uceda, donde vivía como desterrado, en derechura á Badajoz, cuartel general del ejército.

El Rey salió de Madrid el 4 de Marzo de 1580, dirigiéndose con gran lentitud hacia la frontera portuguesa; la Reina Doña Ana de Austria, que en 14 de Febrero de aquel mismo año había dado á luz á la Infanta Doña María, se unió con el Rey en Fuensalida, iban tambien el Príncipe D. Diego, las Infantas Doña Isabel y Doña Catalina y el Archiduque Alberto, siguiendo todos su camino hasta Guadalupe, donde pasaron la Semana Santa. El Rey, 16 de Junio de aquel año, acompañado de la Reina, revistó las tropas reunidas en el campo de Cantillana cerca de Badajoz.

El Cronista Herrera describe esta solemnidad militar en los siguientes términos:

«Estando ya el exército en campaña, el Duque Dalua le mandó juntar á los 13 de Junio en el campo de Cantillana, á donde en un sitio llano á una legua de Badajoz, se escogió un alojamiento que estaba guardado por la parte de mano yzquierda del río Xeuora; y por las dos partes que mirauan á Portugal se fortificó con trincheas y con un bosque; y por las espaldas hacia Castilla se guardó tambien con trincheas. Hízose el alojamiento para cada nacion de por sí, con sus plaças de armas, de viandas y de mercados; y en el quartel de la infantería Italiana se puso un tablado cubierto de tela y rama para el Rey, que quiso ver entrar el ejército en el alojamiento. Llegado el Rey con la Reyna, el Príncipe, las Infantas y el Cardenal Alberto de Austria, hermano de la Reyna y toda la Corte; y puestos en su lugar, el Duq Dalua en dando la orden al exercito de lo q auia de hazer, fué á donde estaua el Rey acompañado del gran Prior Don Fernando su hijo, de don Pedro de Toledo, Sancho Dauila, Luys Douara, don Hernando de Toledo, y de otros muchos caualleros. Iua el Duque vestido de azul y blanco, sombrero con plumas, espada y daga de plata, que sobre tanta edad parezió muy bien: mādole el Rey subir al tablado, adonde le pusieron una silla en que se sentó no muy apartado de su Magestad. Auia ya gran rato que caminaua el exercito; y entre tāto que se dauā lugar unos á otros, se entendia en dar armas á la gēte visoña, para lo qual se auiā lleuado allí las necesarias.

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Entrarō primero los hōbres de armas, y cauallos ligeros, los quales de tierra de Ciudadrodrigo, adōde auiā estado alojados, baxaron á Extremadura; pasó cada cōpañía de por sí, guiada de su mismo Capitan, todos riquísimamente adereçados cō muy galanes sayetes, faldones casacas, y penachos, en hermosos cauallos. Siguierō á estos las siete vāderas de Infantería Española, que vinierō de Sicilia, y Milā á cargo de don Pedro Sotomayor; y tras ellas doscientos ginetes de los de la costa del reyno de Granada y luego las cien lāças de los continos, cō su Capitā don Aluaro de Luna, cō sayetes de terciopelo morado, y franjas de oro y seda: venía despues el tercio de dō Luys Enriquez de infantería Castellana, y detrás once vāderas de infantería Española del Reyno de Napoles, que traia cargo dō Pedro Gonçalez de Mēdoça, Prior de Ibernia, de la ordē de san Juā: y luego los tercios de Antonio Moreno, y dō Gabriel Niño y Pedro de Ayala, que tāuien se leuantaron en Castilla. Y como yuā llegando, Juā Bautista Autoneli (el qual para lo que tocaua á los alojamientos, andaua siēpre con el Maestre de cāpo general) señalaua las estācias, y quarteles á cada uno. Entrarō los hōbres de armas, los cauallos ligeros: y dō Diego de Sadoual Veedor general de las guardas de Castilla, cō sus tenientes y oficiales: y el auditor y los demás, los quales desde aquí se volvieron sin entrar en Portugal, por que en saliēdo de Castilla cesauan sus oficios, aliende de que ponia mucha confusion ver tāta multitud de ministros estando proueydo el exército de Maestre de cāpo general, Veedor general, Comisario general, auditor general y otros auditores y de todos los demás ministros y oficiales necesarios. Llegó dō Frāces de Alaua, Capitā general del artilleria cō tres teniētes suyos, y el capitā Jacobo Palearo (dicho el Fratin), ingeniero militar, seis gētiles hōbres, un Preuoste y un Aposentador, los ingenieros de fuegos artificiales, artilleros, y todos los otros oficiales necesarios para el servicio del artilleria, cō sus cabos y maestros. Trahia don Frances seys cañones gruesos, cuatro medias culebrinas y cuatro medios cañones todos encaualgados, con otros aparejos y encaualgamientos de respeto, deciseys falconetes todos encaualgados, veintisiete esmeriles tambien encaualgados, y tres mil pelotas para los seis cañones, con la demas peloteria necesaria   —243→   para las otras piezas, con las municiones convenientes é ingenios necesarios, herramienta para los gastadores y prouisiones para toda la artilleria. Eran los gastadores mil y quinientos con sus armas en sus compañias, con sus Capitanes y vanderas. Trahia mas don Frances de Alaua 50 barcas en carros para hacer puentes. Iuan tambien con los mayordomos del artilleria, tenedores de bastimentos, comisarios y otros oficiales, cada uno en su lugar: y los carros y bagajes iuan repartidos en escuadras con banderillas para ser conocidos y sus cabos que los guiauan: la demas artilleria y municiones para ella, que era otra tanta, yua embarcada en la armada. Y en guarda del artilleria venian cuatro vanderas de infantería Alemana. Y toda la gente entró haciendo salues con el arcabuceria. «Alojado el exercito, se bajó el Rey del tablado, y anduvo á cauallo por las calles del alojamiento, y la Reyna é Infantas en coche mirandolo y considerandolo todo, pareciendole muy bien la orden que se auia tenido. Andauan los soldados haciendo sus barracas con rama del bosque. Y la causa por que estando este alojamiento en Castilla se atrincheó, fué, por que no estaua á mas de media legua de Portugal, y por proceder conforme á orden militar; y por que demas de que auia muchos Portugueses que fueron á ver lo que pasaua, era bien que conociesen que aquel exercito era guiado por tal Capitan. Hizose tambien, por que los soldados entendiesen que iuan entrando en tierras agenas. Boluiose el Rey á Badajoz, quedandose el Duque en el exercito. Y otro dia pasaron por aquella ciudad el regimiento de Alemanes, cuyo coronel era el Conde Gerónimo de Lodron, estando el Rey mirandolos desde una ventana de su palacio: y tambien paso don Pedro de Medices capitan General de la infantería Italiana delante della que eran tres coronelias; cuyos coroneles eran Próspero Colona, que leuantó sus gentes en tierras de don Francisco de Medices gran Duque de Toscana: Carlo Espinelo; y don Vicente Garrafa Prior de Ungria, que la hicieron en Napoles, desde donde se fueron al alojamiento de Cantillana6».



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Al fin de aquel verano se extendió á Extremadura la epidemia del Catarro que ya reinaba en Portugal y de ella estuvo gravemente enfermo el Rey, aunque recobró la salud; la Reina que también la padeció, murió de ella el 26 de Octubre; su cuerpo sa trasladó al monasterio del Escorial. El Rey fué á pasar los primeros días de luto á un monasterio á dos leguas de Badajoz, donde estuvo retraído algún tiempo.

Las negociaciones seguidas para lograr que los portugueses se sometiesen de grado al cetro de Felipe II fueron largas é infructuosas, habiendo proclamado Rey á D. Antonio en Lisboa y en otras ciudades. D. Felipe, en vista de esto, dió orden al Duque de Alba de entrar en Portugal á fines de Junio, apoderándose de todo el reino en una rápida y brillantísima campaña, después de la cual el Rey salió de Badajoz para Lisboa el 5 de Diciembre de 1580 enviando á Madrid á su primogénito el príncipe D. Diego y á las Infantas.




ArribaAbajo- II -

El viaje de S. M. fué muy lento, en todas partes le recibieron con honores reales, acudiendo á rendirle pleito homenaje los principales magnates del reino; hasta el 15 de Marzo del año siguiente de 1581 no llegó á Thomar donde está fecha la primera carta que se conserva de las que en aquella expedición dirigió á sus hijas Doña Isabel y Doña Catalina, es muy breve, y sin duda había escrito antes otras en este viaje, pero toda ella respira el más vivo afecto á su familia y aquella modestia natural y aquella dulzura de que hablaba el P. Caverel. Empieza el Rey diciendo á sus hijos sin otro preámbulo: «Siempre deseo responderos y nunca puedo, y menos agora que son las once y aun no he cenado». Y después de encargarles que escriban á la Emperatriz su hermana, que estaba para llegar á España, les avisa que les envía un sello para las cartas, dándoles instrucciones de cómo habían de usarlo, añadiendo, «mas para mi no selleis en lacre que rompe las cartas, sino fuere en pliego que se ha de cortar. Y es el primer sello nuevo en que se han puesto las armas de Portugal».

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La segunda carta escrita también en Thomar el 1.º de Mayo de 1581, es más extensa y afectuosa que la primera, y empieza con estas cariñosas palabras: «Haceislo tan bien en el cuidado que teneis de escribirme, que no puedo dexar de pagaroslo en lo mismo y asi lo he querido hacer agora aunque no me sobra mucho tiempo». Les da luego las gracias por la enhorabuena que le habían escrito por el juramento. Esta solemnidad se hizo con gran aparato como resulta de la siguiente relación.

«Començaronse las Cortes y lo primero en que se entendio fué el juramento del Rey en el mismo monasterio en que estaua aposentado. Para lo cual en el primer patio que es bien capaz, se hizo un tablado de ocho gradas en alto, aderezado de riquisimas alfombras, tapetes, alcatifas y tapicerias, y un dosel de brocado; debaxo del qual en un estrado alto se puso una silla cubierta con un paño de brocado. Y el domingo á 16 de Abril del mismo año de 81; entre las tres y las cuatro horas de la tarde salio el Rey de su aposento vestido con una ropa de tela de oro, larga hasta en pies como sotana, y encima della otra ropa rozagante de brocado con mangas de punta largas, con falda que lleuaua Francisco de Saá Conde de Matusinos, Camarero mayor, y del Consejo de Estado. Lleuaua el Rey el collar grande de la orden del Tusón y gorra de terciopelo negro: el estoque delante hazia la mano derecha del Rey, lleuaua con vaina el Duque de Bragança, como Condestable del Reino: á la izquierda lleuaua el pendon cogido un poco mas delante D. Jorge de Meneses Alferez mayor; y luego los Reyes de armas, Araldos y Pasauantes con sus cotas, y delante dellos los porteros de cañas con las maças de plata: iuan todos los Grandes y Titulados de Portugal que se hallaron presentes descubiertos, y con ellos el conde de Portalegre haciendo el oficio de mayordomo mayor. Llegado el Rey al tablado començo el estruendo de la musica de trompetas menestriles y atabales; y estando en su lugar el Camarero mayor le puso en la mano un cetro de oro, que tuuo hasta que uoluió á su aposento. El Condestable estuuo siempre con el estoque en la mano descubierto en la punta del estrado; y el Alferez mayor con el estandarte Real en la punta del Tablado: en el cual estuvieron los Eclesiasticos, Grandes y Titulados del Reyno, por que mandó el Rey que   —246→   otros no estuuiesen allí. D. Teodosio Duque de Barcelos hijo mayor del Duque de Bragança estuvo á la mano derecha; y debajo de los Arzobispos de Braga, Lisboa y Endra, los Obispos de Comynbra, Portalegre, Leyria; el Capellan mayor Obispo de Tripol y Lismonero mayor, y los Obispos de Eluas, Viseo, Lamego y Mirāda. Y de la otra parte estauo el primero el Marqués de Villa Real y su hijo el Conde de Alcontin, el Conde de Castañera y los Condes de Portalegre, Matusinos, Linares, Vidigueyra. Los Reyes de armas, Araldos, Pasauantes y Maceros estuuieron en el pie del estrado; y en el mismo lugar estuuo Juan de Melo Portero mayor y Martin Xuares, que sirvió de maestresala. Los del Consejo y señores de lugares, y Alcaides mayores estuuieron en lo bajo fuera del estrado adonde cada uno mejor se pudo acomodar. Y aunque en estos autos ninguno se cubre ni tiene esiento, fuera del tablado se pusieron bancos á los Procuradores de los pueblos para que mejor se pudiera guardar la orden de precedencia entre ellos. Los Prelados antes que el Rey llegase le aguardaron en su lugar, porque en el acompañamiento no fueron mas de los Grandes y Titulados por ser el espacio pequeño. Y como el Rey se asentó, el Obispo de Liria D. Antonio Pineyro del Consejo de Estado, insigne personage en letras y virtud muy estimado, desde la punta del tablado dijo con mucha elocuencia en boz alta7».



Después habla el Rey en esta carta de una leve enfermedad de su sobrino sobre lo cual dice: «y con haber sido poco el mal me ha dado harto cuidado». Confesión espontánea que demuestra que no aciertan los que califican á Felipe II de insensible, aunque la idea que tenía de su dignidad dominaba sus afectos no haciendo ostentosa muestra de ellos. En esta misma carta hay un pasaje, que no puede menos de llamar la atención, porque revela cuan diferente de lo que de ordinario se cree era la condición del Rey. «Mucha envidia (escribe) tiene Madalena á las fresas, y yo á los ruiseñores, aunque unos pocos se oyen algunas veces de una ventana mia». Aparece aquí por vez primera el nombre de esta Magdalena que figura en otras cartas posteriores y que   —247→   sin duda era una loca ó bufona de la familia, tan introducida en ella que contra lo que se pudiera imaginar, se tomaba grandes libertades, como veremos luego, con su amo á quien nos habían pintado tan terrible y osco con sus domésticos. ¿Y quién podría sospechar tampoco el amor á la naturaleza, el placer que sentía el Rey con el canto de las aves que le hace envidiar en Thomar los ruiseñores del Pardo ó de Aranjuez, porque sólo algunas veces lograba oirlos en aquel pueblo desde su ventana?

Ya en Santarem, adonde había llegado Felipe II el 2 de Junio, escribe el 5 siguiente un billete de pocas líneas á su hija Catalina, refiriéndose á carta más extensa que en aquellos días había escrito á Doña Isabel, y que no se ha encontrado entre las que se conservan en Turín. Pero estas breves palabras son dignas de notarse porque prueban cuán profundo era el afecto paternal del Rey. «Muy bien hicistes (dice) en escribirme pues los dottores os dieron licencia para ello, porque me quitó mucho cuidado ver carta vuestra y de tan buena letra que no se parecia en ella el mal. Y despues supe que estauades ya sin calentura y asi espero que estareis ya buena del todo, y yo estuviera muy contento, si no supiera el mal de vuestro hermano, que no puede dexar de darme mucho cuidado, aunque espero en Dios que le dará salud y tambien á la chiquita». Continuaba el Rey su lento viaje yendo de Thomar á Villafranca de donde escribió á sus hijas el 13 de Junio, pero esta carta se ha perdido, no existiendo de ella más que la mención que hace en la del 26 del mismo mes, escrita ya desde Almada; infiérese de ella que se despachaba correo los lunes, pues empieza el Rey diciendo: «No pude escribiros el lunes pasado y porque no sea oy lo mismo lo comienzo antes que las otras cosas, que quizá me costará acabarlas muy tarde y deseaba escribiros el lunes pasado por deciros lo que avia pasado desde el otro que os escrivi en Villafranca, que fué que luego el otro dia martes dia de San Antonio á 13 de este mes...». Sigue la carta donde el Rey da extensa noticia á sus hijas de las expediciones que había hecho por el Tajo, de la visita á las galeras, de su ida secreta á Lisboa para examinar las obras que se ejecutaban en Palacio para su residencia, haciendo en ella repetida mención de la Magdalena de que habló ya en la carta anterior y diciendo de ella:   —248→   «Madalena anda oy con gran soledad de su yerno que partió oy para ay, aunque yo creo que lo haze por cumplimiento y estuvo muy enojada conmigo porque le reñi algunas cosas que avia hecho en Belem y en las galeras y con Luis estuvo muy brava por lo mismo». De estas palabras se infiere que al menos con sus familiares no era tanto el ceño del Rey, y tal su condición, que bastase una palabra suya para causarles tal impresión que ocasionase la muerte8. En cuanto al cuidado exquisito de lo que á sus hijos se refería esta misma carta contiene nuevas y abundantes pruebas; y por lo que toca á su salud y desarrollo son de notar estos conceptos: «Muy bien es que no traigais las tocas; y el saliros sangre de narices á vos la mayor, creo que dure hasta lo que parece que ya tarda y asi es bien que dure hasta entonces». Tal vez habrá quien en la tardanza á que el Rey se refiere, encuentre el fundamento de la infecundidad de Doña Isabel Clara Eugenia, que según opinión de algunos, se tuvo muy en cuenta para cederle en dote los Estados-Bajos, sabiendo que habían de volver á la corona de España; y más adelante veremos con circunstancias especiales que esa tardanza continuó produciendo nuevas señales de la impaciencia de D. Felipe.

Hizo el Rey, como es sabido, su entrada solemne en Lisboa el 29 de Junio, y el 10 de Julio escribió ya desde aquella ciudad á sus hijas; nada les dice en esta carta de aquella ceremonia que fué muy solemne y en esta forma: «Atravesando á Tajo en la Galera Real y sus Cortesanos en las demas y en otros muchos baxeles, fué á desembarcar en una puente de madera que estaua hecha de lindo artificio; y al punto del salir le hicieron una gran salve los navios del Puerto que eran muchos y tambien el castillo y torre de Belem. Llegaron los de la Cámara de Lisboa y el Doctor Hetor de Piña le hizo un parlamento significando el contentamiento que se auia recebido de su llegada y desculpandose de no auerle antes obedecido por el impedimento de D. Antonio y otras muchas razones en que mostrauan la aficion y voluntad que tenian á su servicio. Y partiendo de alli á caballo debaxo de   —249→   un palio de brocado auiendo dado una graciosa respuesta á la ciudad aunque breue, fué caminando acompañado de toda la grandeza que yua á pié hasta la Iglesia mayor á donde le recibió el Arçobispo con las Dignidades y lleuandole en procesion se hizo la oracion: y acabada fué á la casa del bienaventurado San Antonio de Padua á donde otra vez hizo oracion: y bolviendo á caualgar fué á Palacio auiendo pasado por debaxo de muchos muy ricos y artificiosos arcos triunfales con muchas figuras de bulto y de pintura con muy graciosas y doctas inscripciones9». Como siempre, se ocupa el Rey en esta carta con especial esmero de lo tocante á la salud de sus hijos que la gozaban muy escasa; el primogénito D. Diego había tenido tercianas que atribuye al calor, por lo cual esperaba que á todos sentase bien la mudanza del alcázar, que por estar cerca del río Manzanares se tenía en aquella estación por mal sano, al Monasterio de las Descalzas Reales, «y con las casas (añade el Rey) que se han de tomar creo que no estareis tan apretados y que os podreis aprovechar de las pieças que caen á la huerta grande, que son muy buenas de verano que lo sé yo muy bien de algunos que estuve en ellas». El príncipe D. Diego que murió á poco, fué siempre enfermizo, y hablando de él dijo en aquellos días el embajador de Francia Saint-Gouard, «el Principe padece unas tercianas dobles que le tienen muy flaco y decaido, y no sé si tendrá complexion para resistir largo tiempo á tantas dolencias como ha sufrido hasta ahora». El mismo embajador las atribuye, así como las que solían aquejar á las infantas, á la manera de vivir que llevaban entonces las personas reales, sin duda por el temor que el Conde de Barajas, á cuyo cargo estaban, tenía de que les ocurriese algún accidente, exceso de cuidado que suele ser funesto para el desarrollo físico de los niños, por esto tenía sin duda razón Saint-Gonard para decir refiriéndose á los infantes. «Desde que están de vuelta en Madrid nunca han salido para tomar el aire atribuyendose esto al Conde de Barajas que ha quedado en su guarda y creo, en verdad que el Rey católico no le ha encargado que los trate con este rigor, que pueda producir enfermedades tanto á mis dichas   —250→   señoras como á mi señor el principe de España que es tratado de la misma manera. Y en el palacio en que estan no hay jardin, de modo que es menester que esten siempre en las cámaras. En tiempo de la difunta reina iban á paseo con ella y tambien á Aranjuez, al Escorial y al Pardo, cuando el Rey iba á estos sitios». Conforme con esta era la opinión del Cardenal de Granvella que decía á la Duquesa de Parma: «El principe mi Señor y los demas de la familia real están muy buenos aunque la comida que usan teniendolos tan encerrados no me parece muy á proposito para la salud ni para la vida que los principes cuando lleguen á edad deben tener para andar entre las gentes, lo cual me da pena y no dejo de decir con frecuencia mi opinion». El Rey tenía, sin embargo, gran confianza, así en el Conde de Barajas como en la Condesa de Paredes, camarera mayor de las Infantas, y ambos debían estar muy preocupados con su cargo según se infiere de esta carta del 10 de Julio, pues en ella, tratando como en todas antes que de ningún otro asunto de la salud de sus hijos, dice el Rey: «Tambien holgué mucho de saber que uos la menor estubiesedes ya buena, y no de que estandolo subiesedes á la tribuna que os pudiera hazer mas mal, y bien será que entrambas tengais mucho cuidado de hacer lo que en esto y en todo os dixere la Condesa, pues ella le tiene tan grande de vuestro servicio y de lo que es bien que hagais y asi os lo encomiendo mucho: que con esto no podreis errar en nada. Y del mal del Conde estoy con cuidado por la voluntad con que veo que os sirve á todos y espero que tendrá salud como es menester».

Siguiendo su costumbre, el Rey da en esta carta noticia á sus hijas de todo lo ocurrido desde la anterior, hablándolas de que el día antes, esto es, el 9 de Julio, le habían estado á visitar dos infantes moros, tio y sobrino, con gran acompañamiento de los suyos á pie y á caballo. Estos príncipes eran hermano y sobrino del Rey negro que murió en la rota de Alcazarquivir, los cuales se habían acogido á Portugal bajo la protección del Rey Enrique; Dice luego el Rey que aquella misma mañana había salido del puerto de Lisboa una armada de 14 á 15 galeones para las islas Azores que estaban por D. Antonio, cuya armada visitó por   —251→   la tarde Felipe II, yendo en la capitana, donde la chusma, según costumbre usada todos los sábados, cantó la salve acompañando las voces: «unos ministriles que son esclavos de la galera que son muy buenos y tañen muy bien muchos instrumentos». Termina la carta hablando de Magdalena de quien dice: «fué oy á la galera despues que yo, y creo que anduvo un rato mareada, y hasta agora no se usa desmandar mucho por este lugar, creo que es por que no le den grita como les dan á otros diciendoles daca la cuerda».

La carta que sigue á la anterior es de 14 de Agosto, siendo indudable que faltan algunas intermedias, más interesantes que esta que es de las más breves, aunque no menos curiosa; siempre es el asunto principal la salud de sus hijos que estaban por entonces restablecidos de varias dolencias, menos el infante Don Felipe acerca del cual dice su padre: «Bien creo que los médicos hauran tenido el cuidado que decis y que el mismo tendran hasta que esté bueno el chico»; quéjase luego del calor que aquellos días había reinado añadiendo: «mas no tanto como en Badajoz con mucho y no me querria acordar de tan mal lugar». Ya van dichos los motivos que tenía el Rey para hablar así de Badajoz donde murió su mujer y él estuvo á las puertas de la muerte. Por último, en esta carta y después de escrita la fecha dice: «allá creo que tendreis cuatro embajadores de Venecia que se han despedido ya de mi», uno de ellos era Juan Francisco Morossini de cuya relación hablamos antes, el cual acompañó á Lisboa á Vicente Tron y á Gerónimo Lippomano, enviados por el Senado de la república para felicitar á Felipe II, por su exaltación al trono de Portugal; con ellos fué Mateo Zane, nombrado para sustituir á Morossini en su cargo cerca del Monarca.

Ofrece particularidades muy curiosas, la carta que sigue á la anterior que es del 11 del mismo mes de Agosto; muéstrase el Rey en ella muy satisfecho de las buenas nuevas que las infantas le habían dado de la salud de todos sus hijos y habla de la suya propia diciendo: «Estos días he andado un poco desconcertado no se si tiene la culpa de ello haber comido más melon algunos dias antes, que los había muy buenos, mas yo creo que no y aunque he quedado un poco cansado, creo que me ha hecho   —252→   provecho». Más adelante contradiciendo á los que le tachan de indiferente é insensible con los suyos: «Con mucha verdad podreis creer (dice el Rey) que os deseo ver y á vuestros hermanos: placerá á Dios de ordenarlo de modo que pueda ser presto como lo espero». Habla luego D. Felipe de la carta que le había escrito la abadesa de las Descalzas Reales de Madrid que lo era entonces Sor Juana de la Cruz, de la que da larga noticia en su libro Relación histórica de la Real fundación del Monasterio de las Descalzas Reales el Padre Fray Juan Carrillo10, mostrándose muy contento de que las infantas asistieran á las fiestas religiosas que se celebraban en el Monasterio; y aprobando que se abriese una puerta de comunicación entre las casas que la Real familia ocupaba y el convento; con este motivo dice: «Y parece que nos avemos encontrado en ir en un mismo dia á las Descalzas, vosotras á las de ay y yo á las de aqui que se llaman la Madre de Dios, y por estas creo que hizo mi hermana ese monasterio». En efecto, así fué, según consta en el libro antes citado. El Rey describe luego menudamente su visita al monasterio portugués haciendo notar que no había entrado en ningún convento de monjas hasta entonces que le rogaron lo hiciese, pues tenían tal privilegio los Reyes. Concluye la carta en estos curiosos términos: «Y sea norabuena aver cumplido vos la mayor XV años que es gran vejez vos tener ya tantos años aunque con todo esto creo que aun no sois mujer del todo». Preocupación é insistencia respecto á lo que ya dice en otras cartas que demuestran la atención y el cuidado que daba al Rey á cuanto se relacionaba con sus hijos.




ArribaAbajo- III -

Desde el 21 de Agosto hasta 2 de Octubre hay en la colección de estas cartas, una laguna que á nuestro parecer no se puede atribuir, sino al extravío de varias de ellas; la de esta última fecha está escrita en Cintra y describe la expedición que Felipe II   —253→   había hecho á este pueblo y á Cascaes desde Lisboa, de donde fué embarcado, dando noticia á sus hijas del accidente que le produjo haber metido una pierna en el agujero del mastil de una nave desarbolada que, por estar la mar baja, tuvo que pasar para embarcarse; añade que porque el barco entró mar adentro él y su sobrino se marearon algo; y luego da noticia de los jardines de Cascaes de los que dice: «y son buenos y muchos y muy buenas fuentes que las tomaria yo para allá», habla después de los monasterios que allí habia, especialmente del que llamaban: «Nuestra Señora da Penna que tiene este nombre, porque está todo él sobre una peña muy alta de donde se descubre gran vista de mar y tierra, sino que hay tanta niebla que lo más del tiempo no se ve». Resulta de esta carta que se abrió la puerta que había de poner en comunicación el Monasterio de las Descalzas Reales de Madrid con las casas que habitaban las infantas, pues el Rey escribe: «Y he holgado de que fuerades á misa el dia de San Mateo por la puerta nueva», y al hacer notar á sus hijas que otro día que fueron al Monasterio no lo era de San Victor, sino de San Mauricio, recuerda que están allí las reliquias de aquel Santo que fueron traídas de Viena, y regaladas á aquel Monasterio por Ana de Austria cuando vino á casarse con Felipe II11.

El 23 de este mismo mes de Octubre dice el Rey á sus hijas: «El lunes os escriví tan largo que tendré agora poco que decir» la carta á que esta se refiere no puede ser la del 2 de que hemos dada cuenta, sino otra probablemente del 16 cuya pérdida es tanto más sensible cuanto que siendo larga no podía dejar de contener noticias curiosas: en esta del 23, las da de la salud del Archiduque que padecía entonces una enfermedad que llegó á tener alguna importancia, sobre lo cual escribe el Rey «aunque es poco el mal, me da á mi harto cuidado y mas siendo en los días que es» y mostrando el que suele por sus hijos dice de D. Diego: «Pues decis que vuestro hermano leería mejor si tubiese mas cuidado, acordalde que le tenga, para que quando yo baya, placiendo á Dios, sepa ya leer bien y escribir algo y decilde que para quando escriviere yo le enviaré una escrivania de la India.   —254→   Y muy de tarde en tarde me parece que os veis pues decis que no es sino las fiestas». Curiosísima es esta última noticia que da idea de las costumbres de la familia real, pero debe notarse que al padre le parecía mal que no se viesen y tratasen con frecuencia los hermanos. La ya conocida Magdalena ocupa importante lugar en esta carta, avivando el deseo de saber quién fuese y qué papel hacía en la familia, que desde luego se ve que era importante, pues no de otra manera se explica que dijese el Rey. «Madalena está muy enojada con migo, despues que os escrivió, por que no reñí a Luis Tristan por una quistion que tuvieron delante de mi sobrino, que yo no la vi, y creo que la començó ella, que ha dado en desonrarle. Se ha ido muy enojada conmigo diciendo que se quiere ir y que le ha de matar: mas creo que mañana se la havrá ya olvidado». Este cuadro de la vida íntima del gran monarca no tiene nada de común con los que nos han pintado la mayor parte de los que de él hablan.

Aún más breve que la anterior es la carta de 30 de Octubre; casi no es más que el acuse de recibo, como ahora se dice, de dos que le habían escrito cada una de sus hijas, incluyéndole otra de la Emperatriz su hermana, por la que muestra el Rey no menos afecto que por sus hijas; en ella da además noticia de que la enfermedad de su sobrino el Archiduque creció después de su anterior, pero que ya iba mejorando. Una ó dos cartas deben faltar entre esta y la del 20 de Noviembre en la que dice que «ya avia savido como á vos la menor os avia faltado la quartana de que me holgué mucho y creo que no lo debió ser». Habla luego de estar ya bueno su sobrino; y de su hermana que suponía ya pronta á desembarcar en Barcelona y añade: «tengo os mucha envidia á que lo sabreis primero que yo» y por último les avisa el envío de cuentas de perdones y agnus-dei que le había dado el legado del Papa, Cardenal Alejandro Riario, cuando estuvo á verle en Badajoz al despedirse de él en Elvas.

Más de un mes media entre esta y la carta fecha en Lisboa el 25 de Diciembre, la cual aunque corta es curiosísima: «No pude escriviros el lunes pasado (dice el Bey) ni agora podré responderos, por que es tarde y no se çufre trasnochar esta noche, por que la pasada me acosté á las tres, por que se acabó poco antes   —255→   la misa del gallo que oi y los maytines...» ya se da por enterado de la llegada de su hermana á España, aunque no había recibido hasta aquella misma noche carta suya escrita en Octubre al día siguiente de su desembarco.

La carta que sigue á la anterior es del 15 de Enero del 82 y casi empieza por esta agudeza tan contraria á lo que se cree generalmente del espíritu tétrico y sombrío del Rey. «Y paréceme que se da mucha priesa vuestra hermanica en salirle los colmillos: deben ser en lugar de dos que se me andan por caer y bien creo que los llevaré menos quando baya ay, y con que no sea mas que esto se podrá pasar». Despues de dar noticia de las horas canónicas que rezaban en su capilla y que no oía «por tener mucho que hacer» se muestra el Rey inquieto por no haber tenido noticias de su hermana desde las que ella le dió al día siguiente de desembarcar, atribuyéndolo á que tal vez se hubiese ahogado algún correo, por las muchas y grandes tempestades de agua y truenos que habia por entonces; volviendo á ocuparse largamente de Magdalena hace de ella este retrato poco halagüeño: «Ya creo que Madalena no está tan enojada con migo, pero ha dias que está mala y ase purgado y quedado de muy mal humor y ayer vino acá y está muy mal parada y flaca y vieja y sorda y medio caduca y creo que es todo del bever, que por esto creo que huelga de estar sin el yerno». Luego avisa á sus hijas el envío de un obsequio que demuestra su ternura. «Dieronme (dice) el otro dia lo que va en esa caja y dixéronme que era lima dulce, y aunque no creo que es sino limon os lo he querido enviar, por que si fuere lima dulce no he visto ninguna tan grande... Tambien van allí unas rosas y azahar por que veais que lo ay acá; y así es que todos estos dias me trae el Calabrés12 ramilletes de lo uno y de lo otro y muchos dias ha que los ay de violetas». ¿No es verdad que sorprende saber que Felipe II se complacía como el hombre más sensible en rodearse de flores y enviarlas de regalo á sus hijas, ocupándose en estas cosas hasta el punto de decirles que allí no había junquillos aunque había   —256→   otras cosas y que según lo que llovía los habría presto en Madrid «para quando mi hermana venga o poco despues» segun las palabras del monarca?

La carta de 29 de Enero que sigue á la anterior entre las publicadas, es de las más largas de la colección, aunque empieza diciendo, que por ser en respuesta de otra suya tendría poco que contestar á las que le escribían sus hijas á quienes dice que su hermana la Emperatriz habría salido de Barcelona el 22, si bien él creía que no había de llegar á la corte hasta fines de Febrero ó principio de Marzo que lo era también de la cuaresma. Curiosas son estas palabras que se leen en la carta de que nos vamos ocupando hablando de su hermana. «Lo que me decis, y que nos soliamos parecer algo y mas que todo en el befo no sé agora lo que será». Pues es sabido que todas las personas de la casa de Austria tenían el labio inferior saliente y algo caido, porque la mandíbula superior entraba en la inferior contra lo que suele suceder de ordinario. Partiendo del supuesto de que la Emperatriz quería ir á San Lorenzo, dice el Rey: «Yo andaba por escribir á Herrera á dar una buelta á las obras para que no hubiera falta en ellas»: excusado es decir que aquí se trata del insigne arquitecto que como se ve no dirigía de continuo las obras del Escorial, trazadas primero por Juan de Toledo, las cuales corrían especialmente á cargo del P. Villacastín, de quién tan completa noticia nos da el P. Sigüenza en su historia del monasterio, y á este propósito conviene advertir que, al decir Felipe II que su hermana la Emperatriz querría posar donde él solía cerca de la iglesia, no podía referirse á las piezas que ahora dan al presbiterio del actual templo donde murió el gran monarca, pues la magnifica fábrica no se acabó hasta el año de 1586, sino á la iglesia que sirvió mientras la otra se construía, y á las habitaciones que junto á ella ocupaba el Rey, hasta que se terminaron las obras de aquel grandioso edificio. Describe el Rey en esta carta la maniobra de botar al agua un galeón que con otros se labró bajo las ventanas de su palacio de la Ribera, desde donde solía contemplar, según escribía por aquel tiempo el embajador de Francia, las faenas de las naves. La residencia real era el castillo de San Jian, esto es, San Julian, siendo esta también la advocación   —257→   de la parroquia de la casa donde el Rey oyó misa el día antes, que fué domingo, según escribe á sus hijas.

Es de creer que no hubo ninguna intermedia entre esta carta y la del 19 de Febrero, pues el Rey empieza diciendo: «No creo que os escrivi oy ha ocho dias y asi tengo las cartas de dos correos:» y la respuesta que á ellas da es de una efusión de afecto á los suyos que no puede menos de sorprender á los que tienen de Felipe II el concepto generalmente admitido; sería menester copiarla toda para apreciar debidamente su espíritu; pero bastará con estos períodos: «Y por ser tarde no os diré sino que os tengo gran envidia de que creo que, quando llegue esta, haureis ya visto á mi hermana o estareis muy cerca de verla. Y sino se ha detenido en el camino ya la haureis visto. Y escribme muchas buenas nuevas della que asi espero que seran, y si viene gorda, o flaca, y si nos parecemos agora algo, como creo que soliamos; y bien creo que no estará tan vieja como yo». Dice luego el Rey á sus hijas que también les tiene un poco de envidia de ir al Pardo, porque le habían escrito que estaba muy bueno, y después de mostrarse contento de que le saliesen bien los segundos dientes al Príncipe D. Diego, de hablar de las obras del Escorial y de las flores de Aranjuez, refiriéndose á uno de los obsequios que de continuo enviaba á las infantas desde Lisboa, dice: «Si los guantes son tan grandes como decis mejor seran para vos la mayor para quien no lo eran, que bien creo que para vuestra prima lo serían, y escrividme quien es mayor ella o vos la menor y dadle entrambas un recado de mi parte el que á vosotras os pareciere, que bien creo puedo fiar de entrambas que se le sabreis bien dar». Confianza bien fundada del Rey en el ingenio y discrecion de sus hijas que tan relevantes pruebas dieron con el tiempo de poseer estas calidades.

La carta siguiente de 5 de Marzo es toda alborozo por las buenas nuevas que le habían dado sus hijas de la familia y especialmente de su hermana y de la hija de esta Doña Margarita, á quienes se obsequió con cacerías y fiestas de campo en el Pardo; y hablando luego de lo que á su persona se refería, no puede menos de notarse con especial interés lo siguiente: «Por ser tarde no tengo tiempo de deciros mas sino que ayer predicó aqui en   —258→   la capilla Fray Luis de Granada y muy bien aunque es muy viejo y sin dientes». En efecto, habiendo nacido Fray Luis en el año 1504, tenía en aquel de 1582 setenta y ocho años, y aunque no murió sino seis después estaba ya muy enfermo; su fama era grandísima y merecida como escritor y como orador sagrado, y place verla confirmada por el Rey en términos tan significativos, sin que le hiciera desmerecer en su concepto el engaño de que el candoroso sacerdote fué víctima dando por verdadero cierto breve de S. S. fingido que unos frailes sus hermanos le presentaron y que era muy desfavorable á la política de Felipe II y á sus derechos al trono de Portugal13.

En la carta del 19 de Marzo contesta D. Felipe á las que había recibido de sus hijas, dándole noticias de los obsequios que se seguían haciendo á su hermana la Emperatriz, y especialmente del viaje al Escorial; sábese que en aquella ocasión llegaron las personas reales al monasterio, aún no concluido, el 27 de Febrero, siendo recibidas por los frailes gerónimos con las ceremonias debidas á su elevada jerarquía, esparciéndose aquellos días en la Fregeneda que el Rey había comprado á diferentes vecinos de Segovia para que sirviera de lugar de recreo, juntamente pon la Herrería, que como dice el P. Sigüenza: «mirada desde el mismo convento parece una mata de albaca en verano que es gran alivio de la soledad y de la vista». El texto de esta carta como el de las otras, tiene varias erratas en la edición del Sr. Gachard, y aquí recaen en los nombres de estas dehesas, siendo de notar que hablando de la última expresa el Rey conceptos análogos á los que hemos recordado del P. Sigüenza, pues dice á sus hijas: «y esto no me lo habeis escrito ni como estaba la Hesteria (debe ser Herrería) aunque bien sé que pasaste muy poco por ella y por esto nada debió de echar de ver mi hermana, que quando está toda verde ya sabeis que no hay mejor cosa en todo aquello». Hablando luego de sus hijos el Rey, escribe en estos términos:   —259→   «De vosotros me dan todos muy buenas nuevas y de que estais muy grandes. Segun esto deveis de aver crecido mucho, á lo menos la menor. Si teneis medidas avisadme quanto habreis crecido despues que no os vi y enviadme vuestras medidas muy bien tomadas en cintas y tambien la de vuestro hermano que holgaré de verlas aunque mas holgaria de veros á todos».

El 2 de Abril dice el Rey á sus hijos que holgó mucho con sus cartas y «con vuestras medidas», añadiendo que les tenía envidia por andar con su hermana «y despues por la ida de Aranjuez y de Aceca». Les da noticias de haber asistido el día antes á un auto de fe, enviándoles el papel de su descripción. Llevóse á cabo la excursión á Aranjuez, según resulta de la carta de 16 de Abril en que el Rey contesta á las de sus hijas, á las cuales dice: «Mucho holgué con vuestras cartas y con las nuevas que me dais de Aranjuez. Y de lo que mas soledad he tenido es del cantar de los ruyseñores que ogaño no los he oido como esta casa es lejos del campo». La Emperatriz había partido ya para Portugal y D. Felipe se disponía á ir á su encuentro el 18 de Abril para reunirse con ella en Almeyrin, pero despues de dar á sus hijas estas noticias vuelve á hablarles de Aranjuez y de las cacerías que allí hubo en obsequio de su hermana, sobre lo cual les dice: «muy grandes vallesteras creo que deveis estar entrambas pues tambien matastes los gamos y tantos conejos. Y decisme vos la mayor que vuestro hermano cobró mucha fama (y creo lo decis por vuestra hermana y es asi segun lo que decis adelante sino que por la a pusiste la o y otra palabra se os olvidó), creo que devistes escribir la carta á priesa». Véase como el Rey en medio de las graves atenciones de su cargo, que nunca abandonaba, tratándose de sus hijos llevaba su cuidado hasta estas particularidades; habla después de las tormentas que, como en Aranjuez, había habido aquellos días en Lisboa con tan grandes truenos, «como el del rayo de San Lorenzo». El Rey alude aquí á la tempestad que se desencadenó en el Escorial en la noche del 21 al 22 de Julio de 1577, víspera de la Magdalena, y al incendio de la torre del Reloj, que produjo el rayo hallándose en el monasterio Felipe II con la Reina acompañado del gran Duque de Alba; primer siniestro de esta especie entre los varios que ha sufrido aquel grandioso edificio,   —260→   habiendo tenido lugar por idéntica causa el último en el año de 1871, después del cual se han colocado en él varios pararayos para evitar que se repitan. Vuelve el Rey á hablar en sa carta de las obras de Aranjuez y respecto á aquel real sitio, dice á sus hijos: «Y he miedo que deven de aver dado mano al pescado del estanque de Hontigola pues no se pescó ninguno».

Estaba la familia real de luto por la muerte de la Reina, y contestando sin duda á una pregunta de sus hijas les dice: «Bien podreis poner oro con lo negro cuando se case Doña Nude (?) Dietristan». Supone Gachard, en nuestra opinión con fundamento, que esta señora debe ser la tercera hija del baron Adam de Dietrichstein, que vino á España acompañando al Archiduque Maximiliano en 1548, y cuando este fué Emperador le hizo su embajador en Madrid, donde casó con Doña Margarita de Cardona, apellido que usó Doña Ana, la cual formaba parte de la servidumbre de las Infantas hijas de Felipe II. Según López de Haro en su nobiliario, casó Doña Ana con D. Antonio de Fonseca, primer Conde de Villanueva de Cañedo por merced del católico Rey D. Felipe II, y sin duda á este casamiento se refiere en esta carta que termina dando á sus hijas noticias de las procesiones, monumentos y otras fiestas de la semana santa, que había presenciado desde las ventanas de palacio que daban á la capilla, salvo «al encerrar y desencerrar el Santisimo Sacramento que bajó á ella por una escalera que alli habia».

Sigue en la colección la carta de 7 de Mayo fecha en Almeyrin, en la que el Rey da cuenta á sus hijos de haber recibido tres de cada una de ellas, y aunque dice estar de prisa, es una de las más largas de esta serie, y está casi toda consagrada á dar noticia del viaje hecho para recibir á su hermana la Emperatriz, refiriendo con emoción vivísima su primera entrevista con ella, que tuvo lugar en el camino adonde se adelantó á recibirla, lo cual refiere en estos términos: «Y el viernes que mi hermana avia de venir á Maja, fuí yo alli, adonde se quedó Magdalena á esperarla, y llegué antes que mi hermana, y por que llovia mucho pasé adelante en el carro hasta topar con mi hermana mas de media legua de alli, y sali del carro á prisa y la fuí á besar las manos antes que pudiese salir del suyo en que venian ella y mi   —261→   sobrina de una parte, y á la otra la duquesa y otra que no conozco muy bien... y lo que ella y yo holgariamos de vernos lo podeis pensar muy bien, haciendo 26 años que no nos habiamos visto, y aun en 34 años solas dos veces nos avemos visto y bien pocos dias en ellos». Hablando luego del mismo asunto y con idéntico afecto, dice: «Mi hermana viene muy buena, y me dice que mejor desde Guadalupe aca que antes de alli, aunque oy la oí toser un poco». Como en todas se revela en esta carta su amor paternal, reprendiendo dulcemente á sus hijas en estos términos: «Y bien os aveis callado la cayda que vos la menor, distes en Aranjuez y aun creo que otras cosas, y no penseis que lo de la a cayda me lo ha dicho Tofiño, que como digo casi no le he hablado, mas el lacayo que se halló alli creo que puede dar mas nuevas de la cayda y assi se las pienso preguntar». Como asunto que siempre interesa á las mujeres, el Rey habla á sus hijas del vestido que traian las que acompañaban á su hermana, diciendoles: «No me parece que traen tan grandes lechuguillas las damas, deven las de averlas achicado despues que vieron las de ay». Ocúpase, por último, de las obras que se hacían en Aranjuez, que ya comprendía por las nuevas explicaciones que de ellas le habían dado sus hijos.

Hasta el 4 de Junio siguiente no hay en la colección carta del Rey, y la de esta fecha está escrita en Lisboa adonde había vuelto con su hermana; toda ella está llena de noticias referentes á su familia, siendo de notar este curioso párrafo: «Agora he visto la carta en que me dices que os avia ya escrito otra vez de las ventanas que my hermana tiene á la capilla y tambien lo avia dicho en esta carta, de manera que con esta os le he escrito tres veces, por aqui vereis qual deve andar la cabeza con tantas cosas como la cargan». El Sr. Gachard, dice que no ha entendido bien el siguiente párrafo, que para nosotros los españoles es tan claro en sus alusiones que no necesita comentarios que lo expliquen. «No se si á vuestra hermana la habrá vuelto la enfermedad, que ya deve ser tiempo y devese correr con ella, pues no ha dicho nada, y no se si vos tambien de que la aya tenido primero que vos, y si fuera entonces la cayda, quizá tuviera mas que contar el lacayo del conde». Las quejas de la vida sedentaria que   —262→   llevaban las Infantas debieron producir su efecto, y sin duda por eso dice el Rey: «Y muy bien hareis en ir á la huerta del Campo y es asi que no está como solia, mas creo lo estará, por que envié de aqui uno por teniente del Calabres que creo que tendrá mas cuenta con ella». Háblase aquí de la actual Casa de Campo, sitio entonces como ahora de recreo y solaz de la Real familia, y de muchos que con facilidad alcanzan permiso para entrar en ella.

En 29 del mismo mes de Junio y también desde Lisboa, escribe el Rey á sus hijos dándoles noticias de haber estado enfermas su hermana y su sobrina, y es de notar que hablando de esta, dice D. Felipe: «Y esta tarde me dixo Vallés que estaua sin calentura, y quando el lo dice bien se puede creer». Señal de la confianza que le inspiraba su médico, cuya fama, como es sabido, fué tal, que le valió el renombre de divino, y aunque ocupa tan alto lugar en la historia de la medicina española, sin duda el Sr. Gachard no tenía de él noticia, pues refiriéndose á su persona, solo dice que en las nóminas que se conservan en Palacio figura un Antonio Valles, cirujano del comun de los borgoñones. Después de hablar de la costumbre alemana de regalar á los que por primera vez se sangran, por lo que uno le había regalado á su sobrina dos pollos vivos, y de dar noticia de la procesión del Corpus en Lisboa, ocupan el final de esta carta Magdalena y Morata, que en aquellos días andaba enfermo, y que no cabe ya duda, por lo que de él dice, que era un bufón muy apreciado de la Real familia14.

A los dos días de escrita esta carta, el Rey tuvo un ataque de gota en la mano derecha que le produjo fiebre y le obligó a guardar cama, pero sin duda se mejoró algún tanto, pues en la de 30 de Julio habla de otra, que no se conserva, posterior á la del 25 de Junio; sin embargo, la indisposición hubo de reproducirse y agravarse, aunque el 24 de Julio avisaban que ya estaba fuera de peligro, si bien todavía en cama. El Rey confirma estas noticias, que por su parte trasmitía á la Reina de Francia Catalina de Médicis el embajador Saint Gouard que de Madrid había ido á Lisboa á dar explicaciones que nunca fueron satisfactorias de la armada que se aprestó en los puertos de Francia para favorecer la   —263→   causa de D. Antonio, el despacho de Saint Gouard es de 23 de Julio y se conserva en la Biblioteca Nacional de Paris, y ya el 30 dice Felipe II á sus hijas: «Despues que os escribí el otro dia he ido siempre mejorando aunque algo despacio. De dos á tres dias á esta parte me parece que es mas á apriesa, aunque todavia tomo xaraves á las mañanas y bien vellacos, por que tienen ruybarbo y bevo una vez de dos que bevo agua de agrimonia». Durante la enfermedad y por causa de ella, el Rey había dejado de contestar á varias cartas de sus hijas, y dice: «Por ser ya viejas acuerdo de no responder sino quemarlas por no cargar mas de papeles». Muchos, en efecto, escribió Felipe II y se escribieron en su tiempo, pues á pesar del transcurrido desde entonces, se conservan infinitos en los archivos públicos y en poder de particulares, siendo doloroso que gran parte de ellos hayan ido á parar en nuestros dias al extranjero, y es muy de temer que lleven otros el mismo camino, privándonos de los documentos fehacientes de la época más gloriosa de nuestra historia nacional. El Rey avisa en esta carta á sus hijas de una nao de la flota de las Indias en la cual venía un elefante que el Virey enviaba para el Príncipe D. Diego, por lo cual escribe: «Decid á vuestro hermano esto del elefante y que le tengo un libro que enviar en Portugues, para que por él aprenda que muy bueno seria que lo supiese ya hablar; que muy contento vino don Antonio de Castro de las palabras que le dixo en portugues que fué muy bien si asi fué». Los motivos políticos que para expresarse de este modo tenía el Rey fáciles son de adivinar, aunque la muerte impidió que D. Diego, jurado Príncipe sucesor en las Cortes de Thomar, llegara á reinar sobre los portugueses.




Arriba- IV -

Otra laguna considerable hay en esta correspondencia, pues la carta que en ella sigue á la anterior es del 3 de Setiembre y casi toda ella está consagrada á las noticias que el Rey da á sus hijas de la procesión que el día antes había visto con su hermana y sus sobrinos desde las ventanas, que, pasado el aposento de aquella,   —264→   daban de palacio á la rua Nova. Esta procesión, que era solo de la parroquia de San Julián, fué de las que aquí llamamos de minerva y debió ser magnífica, porque según noticias del tiempo se gastaron en ella más de doce mil ducados. Se hacía con este esplendor cada siete años, pero entonces se anticipó dos en obsequio del Rey. En ellas figuraron como era costumbre tarascas y gigantones, sobre lo cual dice el Rey: «y cierto me ha pesado mucho de que no la viesedes ni vuestro hermano, aunque hubo unos diablos que parecían á las pinturas de Hieronimo Bosc15, de que creo que tuviera miedo». El Rey concluye esta carta hablando de las flotas que se esperaban de las Indias, asunto de que da mayores noticias en la de 17 de Setiembre que sigue á esta y que es de gran interés por referirse, aunque muy indirectamente á las campañas navales del gran marqués de Santa Cruz. Fueron estas entonces de la mayor importancia aunque no terminaron con la gloriosa victoria alcanzada por el Marqués el 26 de Julio de aquel año, en las costas de la isla de San Miguel sobre la escuadra al mando de Strozzi en que iba el prior de Ocrato D. Antonio, pretendiente de la corona de Portugal, quien huyó de la pelea aun antes de la derrota, por lo que dijo de él Cabrera en su historia de Felipe II: «Los tímidos no son capaces de generosas resoluciones y en compañia de valientes hombres aun no ven el daño cuando debiles procuran apartarse del, impidiendo el salir con la empresa16». Para celebrar esta gran victoria hubo fiestas en Portugal, entre otras se corrieron toros, y sobre esto dice el Rey: «Si los toros que ay mañana aqui delante son tan buenos como la procesión no habrá mas que pedir» habla luego de los preparativos que hacía Magdalena engalonando un terradillo que tenía sobre la plaza, en lo que andaba tan ocupada, que aunque el Rey la exhortaba para que escribiese á las Infantas, contestaba que no podía acabar consigo de escribir en vísperas de toros. Contestando luego á su hija mayor le   —265→   dice que las naos de la India no habían llegado sino el día antes, esto es, el 16 de Setiembre «y junto con ellas llegó el Marques de Santa Cruz con la mayor parte de la armada» siendo de notar que nada dice de la gran victoria que acababa de obtener, con lo que se adelantó mucho para la quieta y pacífica posesión del reino de Portugal y de sus importantes colonias que el mismo Marqués logró al año siguiente con la conquista de la Isla Tercera. La descripción de la batalla naval de 26 de Julio con todos sus preliminares y consecuencias sirve de materia al capítulo VIII del libro XIII de la historia de Felipe II, de Luis Cabrera que lleva por epígrafe: Lo que hicieron las armadas de España y Francia, porque como se sabe, esta última nación sin estar entonces en guerra declarada y abierta con España, favorecía por todos los medios á nuestros enemigos, pudiéndose llamar con propiedad «armada de Francia», la que al mando del italiano Strozzi fué vencida por el marqués de Santa Cruz, pues la mayor parte de sus fuerzas eran nobles aventureros franceses reunidos bajo las banderas del prior de Crato, según se vió luego, con autorización del Rey de Francia. El Sr. Gachard ilustra este pasaje de la carta de Felipe II á sus hijas de 17 de Setiembre, con curiosas noticias, una de ellas tomada de papeles de la Biblioteca de Paris, dice: «La entrada del Marqués de Santa Cruz en el puerto de Lisboa fué muy solemne. El Rey, la Emperatriz, el Archiduque Alberto y la Archiduquesa Margarita la vieron desde las ventanas de palacio. El mismo día D. Felipe, su hermana y sus sobrinos recibieron al Marqués que besó sus manos; pero el Rey no le mandó cubrir como él y sus amigos esperaban». Las dos cartas del cardenal Granvella que además de la anterior noticia publica el Sr. Gachard, son también interesantes, confirman lo que en la carta del Rey se indica, y cuenta con extensión Cabrera, y aún con más pormenores Antonio de Herrera en los lugares citados. Después de esta batalla sobrevino una gran tempestad que esparció las naves de vencedores y vencidos, y aludiendo á este suceso, dice el Rey: «Y de aquella tormenta que fué el mismo dia que aquí uvo una poca y se quemó ay la puerta de Guadalajara, digo la misma noche se desparcieron cinco ó seis naos que no han llegado aun ni se sabe dellas, aunque se cree   —266→   que habrán ido á algun otro puerto. No ha sido malo quemarse la puerta de Guadalajara por que antes embaraçaua allí aquella torre y estará la calle muy buena sin ella mucho mejor que estaba antes». La historia de este incendio es muy sabida, pero no puede menos de llamar la atención que á Felipe II le pareciera bien, porque en efecto destruida la torre quedaba franca y expedita la calle que ahora llamamos Mayor y que ha sido hasta época reciente y desde entonces la principal y más hermosa de la corte17.

En el párrafo final de esta carta se leen estas palabras: «Muy bien es que vuestro hermano no tenga miedo, como decis vos la menor y no creo que lo tuviera de los diablos de la procesión por que venian buenos y vianse de lexos y mas parecian cosas de hieromovoces que no diablos». El Sr. Gachard dice que no ha podido entender la palabra subrayada, sin duda porque no acertó á leerla en el original, pues teniendo en cuenta lo que dice el Rey en su carta anterior, es claro que aquí hablando de los figurones de la procesión de Lisboa repite su idea diciendo que parecían cosas de Hieronimo Vos, el pintor fantástico de que ya nos hemos ocupado.

Sigue á esta la carta de 1.º de Octubre, pero como se verá luego se ha extraviado una intermedia. Empieza el Rey según costumbre ocupándose de su familia y mostrándose muy complacido de las buenas nuevas que le dan sus hijas de la salud de sus hermanos, cosa que no era frecuente y que duró muy poco, pues Dios no favoreció á estos príncipes con el inestimable bien de la salud. Después de esto es curioso lo que dice de las letras coloradas que enviaba por segunda vez al Príncipe D. Diego para que henchiéndolas aprendiera á escribir, método que hoy no se usa y que consistía en pasar la pluma mojada en tinta negra sobre las letras coloradas para acostumbrar la mano á formarlas sin esa pauta; después dice el Rey: «De los toros ya os escribí el otro dia quan   —267→   ruines fueron y asi no hay mas que decir dellos». La carta en que daba esta noticia que probablemente sería del 24 de Setiembre, es la que indicamos que como otras, falta en esta colección. Sigue el Rey sin intervalo escribiendo en estos términos: «sino de Madalena que despues acá ha estado con calentura y sangrada dos veces y purgada una, mas ya está buena y oy ha venido acá, aunque muy flaca y de mala color y dixome que no le sabia bien el vino que es mala señal para ella. Y oy no teneis de que quexaros della, pues sin decirnos nada ha escrito y quando vino me traxo el pliego para el Conde en que deben ir sus cartas. Y en verdad que me ha parecido oy tan flaca que cualquier cosa la llevaria: pero suele volver bien en si y para esto sera mucha parte una cadenilla de oro que le envió mi hermana y unos braçaletes mi sobrina por la sangria, como se usa en Alemania». Aunque no todo lo que sería menester, al llegar á este punto puedo dar algunas noticias de esta Magdalena de que tanto se ocupa Felipe II en sus cartas, pues según el Catálogo del Museo de pinturas obra del Sr. Madrazo, en el cuadro que lleva el número 769, que atribuye á Teodoro Felipe Liaño, pintor de la escuela de Madrid y que hemos visto con este motivo en la escalera que conduce á los salones de Escuelas modernas del Museo del Prado, está al lado de Doña Isabel Clara Eugenia que tiene en la mano un medallón con el retrato de su padre, el de Magdalena Ruiz, loca de la Infanta Doña Juana de Portugal con un mico en una mano y una mona en la otra, además, y del mismo Liaño hay otro cuadro que juzga el Sr. Madrazo que es un estudio para el anterior y representa el busto de la misma Magdalena Ruiz. Ampliando estas noticias y dando otras curiosísimas sobre Morata, y los bufones y truanes de aquellos tiempos, el Sr. Madrazo dice lo que podrá leerse al pié de esta página18.

  —268→  

La apostilla de esta carta dice así: «Y la fecha de vuestras cartas del sabado creo que traerá ya la fecha por la quenta nueba que ha de ser extraña cosa. Y no sé si en todas partes se ha de acabar de entender y que ha de haber yerros en ello. Presto lo veremos». Alúdese aquí á la corrección del calendario llamada Gregoriana por haber sido decretada por el Papa Gregorio XIII, en este año de 1582; mediante ella se suprimieron en dicho año 10 días del mes de Octubre, pasando del 5 al 15 y por eso Felipe II, que escribía á sus hijas el lunes 1.º de Octubre, les decía que las cartas que habían de escribir el sábado próximo tendrían la fecha de la cuenta nueva, es decir, que en vez del 6 aparecerían fechadas el 16 de Octubre, por esta misma causa aunque la carta que en la colección sigue tiene la fecha de 25 de Octubre, no deja sitio 15 días de intervalo entre ella y la de 1.º de Octubre,   —269→   en la primera anuncia su vuelta á Madrid; que sin embargo, no fué tan inmediata como suponía y torna á ocuparse de las travacuentas á que daría lugar al principio la corrección gregoriana que, confirmando lo que dice Cabrera en su historia de Felipe II, cree el Rey que se conoció en Lisboa antes que en Madrid. Como en otras cartas, anuncia á sus hijas el envío de regalos, después de decirles que el Calabres había ido á Estremoz á hacer búcaros como los que tenía para las flores en el alcázar de Madrid; y serán curiosas para los aficionados á la cerámica estas noticias: habla el Rey de unas cajas y dice. «Por que no vayan vacias embio en la una porcelanas para vuestro servicio y de vuestros hermanos y una hay dentro della con otras porcelanas de nueva manera, á lo menos yo no las he visto sino agora, con otras cosas que ha juntado Santoyo». Este Santoyo figura como gentil-hombre de servicio en las nóminas que se conservan en palacio del tiempo de Felipe II, el cual, pone después de la fecha de 25 de Octubre de 1582, estas palabras: «y bien me acordaré yo de esta noche aunque vibiese mil años». No hemos podido averiguar la causa de este recuerdo indeleble.

El 8 de Noviembre siguiente, escribe el Rey á sus hijas reiterando la noticia de su viaje aunque cree que no será hasta cerca de Navidad. Es sabido, que el Archiduque Alberto quedó de gobernador de Portugal, y como ya tenía esta resolución D. Felipe escribe en esta carta: «y yo espero que mi sobrino lo hará muy bien como vos la mayor lo decis». Después de otras particularidades curiosas, pero menos interesantes, el Rey dice á sus hijas:» Bolviendo ayer á comer dada la una, de Nuestra Señora de Gracia, q'es el monasterio de los Agustinos, qu'es muy bueno, por que voy estos domingos á los monasterios por despedida, hallé vuestras cartas, en que m'escrives el mal de vuestro hermano y espero en Dios que no será mucho y con que asi fuese no me pesaria que fuesen viruelas pues seria mejor que las tuviese agora que no mas adelante siendo mayor. Todavia no podré dexar de estar con cuidado hasta saver en que havia parado el mal, que creo se sabrá el miercoles y con el cuidado que vosotras teneis d'el espero estara bueno. Esta esperanza de Felipe II, tan desgraciado con sus hijos, no se cumplió, pues el mal   —270→   de D. Diego paró en su muerte, aunque al principio lo creyeron leve los médicos, y consistió en viruelas, que como se verá luego, se comunicaron á todos sus hermanos.

Segun Cabrera19: «El Principe D. Diego fallecio a 21 de Noviembre de aquel año de 1582, domingo fiesta de la Presentacion de Ntra. Sra. en el templo y de la suya podemos decir en el cielo en compaña de los angeles en edad tan tierna. Llevó su cuerpo á San Lorenzo D. Juan Manuel Obispo de Sigüenza y el almirante de Castilla, y con la solemnidad que en los demas entierros reales se habia hecho, le pusieron en compañia de dos jurados principes de España, para que se vea el engaño de la vida y las grandes fuerzas de la muerte». El Rey aplazó con este motivo su vuelta á Castilla para que su otro hijo D. Felipe fuese jurado como Príncipe heredero de Portugal.

Existe una interrupcion considerable en esta correspondencia, pues desde la carta de 8 de Noviembre de que damos la anterior noticia, se pasa á la del 3 de Enero del siguiente año, y es de sentir esta laguna, pues en las cartas que sin dada faltan debía referirse el Rey á la noticia de la muerte del Príncipe D. Diego y á la enfermedad de sus hermanos que debió producirle por aquella circunstancia profunda pena y grandísimo temor; así se deduce del principio de la carta de esta última fecha dirigida solo á la Infanta Doña Catalina, á quien dice: «Bien podeis creer que he holgado mucho con vuestra carta por ver por ella que estais ya con la salud que yo deseara que tubiesedes; y asi he dado muchas gracias á Nuestro Señor por averosla dado y á vuestro hermano y hermanica y por todo lo que ha sido servido». El Rey se muestra luego enterado de que no quedaron hoyos de las viruelas á su hija, cosa importante para una mujer, y sin duda por ello habla especialmente el Rey del particular á su hija.

En la carta siguiente, que es del 17 de Enero, vuelve el Rey á ocuparse de los hoyos de viruela de su hija Catalina, que aunque pocos, le quedaron algunos con detrimento de su hermosura que nunca fué luego tan señalada como la de su hermana doña Isabel Clara Eugenia, según aparece de sus retratos y de las noticias   —271→   que de ambas dan los papeles del tiempo, en ellos, singularmente en cartas del Cardenal de Granville que se conservan en diferentes archivos, se dice, que las viruelas robustecieron á D. Felipe, de cuyo juramento como heredero de Portugal se ocupa el Rey en esta carta anunciando que creía que sería presto, y que se celebraría en una sala grande del palacio. En la carta siguiente, que es de último de Enero, dice: «El juramento de vuestro hermano fué ayer, y asi le podreis dar la norabuena del y otros escriviran mas del y yo no puedo ni quiero agora perder tiempo en escrivir ni en otra cosa sino darme mucha prisa á la partida». Ni Cabrera, ni Herrera, describen esta ceremonia como la de Thomar; pero dicen que se celebró en la indicada fecha en el palacio de la Ribera, donde se juntaron para ello los Estados de Portugal y el primero da cuenta de lo que dijo el orador en aquella solemnidad, elogiando al Rey y consolándole por la muerte de D. Diego. Segun un papel de la Biblioteca Nacional de Paris, de que da noticia el Sr. Gachard, Felipe II hizo en esta ocasión una cosa que halagó mucho á los portugueses, y fué, que estuviera sentado el Duque de Braganza llevando en su lugar la espada como condestable su hijo el Duque Barcelos.

Ya en camino para Castilla, escribió D. Felipe á sus hijas desde Aldea Gallega el 14 de Febrero, diciéndoles que había partido de Lisboa con su hermana el viernes, que fué dia once de aquel mismo mes, despues de comer, yendo por agua en dos galeras hasta atravesar el río Tajo. El Rey se había sentido indispuesto el día después de su llegada á Aldea Gallega, según carta del Cardenal de Granvella dirigida á la Duquesa de Parma, por haberse mareado como otros que iban en las galeras, aunque lo disimuló, y esta indisposición le obligó á detenerse en la Aldea. El Rey da noticia á sus hijas del plan de su viaje, y de que se separaría desde allí de su hermana que iba directamente á Guadalupe, mientras él iría á Setuval y á Ebora. En esta excursión que el Rey pensaba que solo duraría quince días, empleó un mes, pues el 15 de Marzo escribe á sus hijas desde Guadalupe, donde había llegado el mismo día á comer; esta carta es breve y el Rey da la razón de que lo sea diciendo: «y pues os veré presto que creo que será de oy en XV dias un dia mas o menos placiendo a Dios no   —272→   quiero responderos agora ni deciros mas sino que vengo bueno y con mucho deseo de veros aunque primero pasaré por San Lorenzo»; de donde en efecto, escribió á sus hijas la brevísima carta que es la última de la colección, y aunque la fecha dice martes por la noche, con razón presume el Sr. Gachard que el Rey cometió un error al escribir este día de la semana, porque efecto llegó al Escorial el jueves 24 de Marzo y salió para Madrid el domingo siguiente 27, por lo tanto, no pasó en aquel Real sitio en aquella ocasion ningún martes. La fecha debe ser, pues, del viernes por la noche, día en que hubo las grandes fiestas religiosas de que habla en ella con motivo de ser la Anunciación de Nuestra Señora.

El Padre Sigüenza da noticia de esta última parte del viaje de Felipe II en estos términos:

«El Rey nuestro fundador despues de haber tomado posesion del nuevo Reino de Portugal tornó por Badajoz y de alli vino á Nuestra Sra. de Guadalupe, de alli partió á San Jeronimo de Guisando, llegó á la dehesa de Quejigar y primero visitó una hermita devota que está escondida en aquellas sierras de Avila, llamada nuestra Sra. de la Nieve, tambien se holgó de ver la viña que por su mandado y orden se habia plantado en aquellos pinares, entró en la casa que se iba edificando, vió las bodegas y lagares que se hacian para recoger la cosecha tan grande y tan hermosa20: llegó aquí á los 24 de Marzo, vispera de la Anunciacion de ntra. Señora el año 1583; le salió á recibir un hermoso escuadron, de maestros, oficiales y peones de esta fabrica, puestos en orden con los instrumentos que usaban en ella, que no era mal espectaculo ver tantas diferencias. Llegaron al portico principal, salió el Convento en procesion á recibirle y los niños del Seminario danzando para alegrar la entrada. El dia siguiente entró á dar una vuelta por la casa, mostrandosela el Obispo de Viseo Capellan mayor de S. M. y aun subio á ver lo alto del cimborrio que estaba ya desembarazado de los andamios y gruas. Partió luego el domingo á 27 de Marzo para Madrid y pasó el   —273→   puente que mando hacer en el rio Guadarrama en nombre de S. Lorenzo, poniéndole sus parrillas que se acababan entonces. Entró en Madrid el 29 donde se le hicieron fiestas y gran recibimiento, entrando en publico, á que acudio infinidad de gentes»21.



Esta solemnidad que recuerda los triunfos de los capitanes y emperadores romanos, cuando volvían victoriosos á la Ciudad eterna, fué el punto culminante de la grandeza y de la gloria de aquel reinado y también de la monarquía española, que desde entonces sufre una lenta y continua decadencia, cuyo término quisiéramos ver inmediato cuantos amamos nuestra patria, y buscamos consuelo á las desdichas que la trabajan en el recuerdo de las inolvidables hazañas de nuestros mayores, que establecieron el poder de España en todo el mundo.





Madrid, Marzo 1884.



 
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