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ArribaAbajo- VII -

Entre burlas y veras, Alberdi evoca a Don Quijote


Hoy nos resulta un tanto extraño el nombre de Peregrinación de Luz del Día o Viaje de la Verdad en el Nuevo Mundo, tan extraño como para los porteños que en 1871 se acercaban a la librería de Carlos Casavalle, de la calle Perú, y se encontraban con el libro cuyo autor se ocultaba tras la letra A.

La curiosidad por saber de qué trataba tal libro hallaba pronta respuesta en la cláusula primera de la Parte Primera, donde se afirma que

Es casi una historia por lo verosímil, es casi un libro de filosofía moral por lo conceptuoso, es casi un libro de política y de mundo por sus máximas observaciones. Pero seguramente no es más que un cuento   —136→   fantástico, aunque menos fantástico que los de Hoffmann.



En cuanto al nombre del autor, Casavalle advertía que se trataba de Juan Bautista Alberdi, que, aunque residía en París, hacía que el pie de imprenta indicara Londres como lugar de la edición. La curiosidad que originaban estos hechos hizo que el libro se vendiera rápidamente, y a pesar de la advertencia del autor de que se trataba de un cuento, por la extensión del libro quedaba desmentida tal categoría genérica.

Se entiende que la fama del autor en 1871, año de la edición, se había ya extendido y los lectores competían por saber de qué tipo de libro se trataba.

Pronto la crítica se empezó a preocupar por el libro y así en la Revista del Río de la Plata, José Manuel Estrada afirma:

Todos hemos leído la novela y todos hemos admirado su colorido, su movimiento, su agudeza, la profundidad de ciertas sentencias cuya paternidad no desdeñaría Séneca, el aticismo y la mordacidad de sus epigramas, su sátira tremenda, los mil reflejos de alto ingenio... hay detrás no sólo un artista: hay un pensador. Así a la vez este libro es bello, profundo y animoso67.



Más de un escritor hubiese querido para sí semejante elogio, o mejor, serie de elogios; más cuando se   —137→   cita la autoridad de un Séneca o el estilo ático de los mejores retóricos, la mordacidad de la sátira de epigramas y obras antiguas. Elogio que culmina con la unidad del arte y del pensamiento en un libro donde compiten la belleza y el concepto.

Sin embargo, Estrada advierte que si bien Luz del Día dice verdades, no son la verdad. Quizá Alberdi, curándose en salud, a través de Tartufo le hace parecido cuestionamiento a Luz del Día, cuando ella dice: «La Verdad a fuerza de ser dura, intolerante, precipitada, orgullosa, provocativa, se hace odiosa y odiada de los hombres, que nacen vanos, por decirlo así, y son toda imperfección, aquí como en todas partes».

Martín García Merou en su libro Alberdi. Ensayo crítico llega a decir:

Así, con ligereza de espíritu y mano delicada, Alberdi va mostrando una por una, todas las llagas que afligen a la organización política de los pueblos sudamericanos. En esta tarea demoledora, exhibe tales cualidades de ingenio y de fuerza, de humour y penetración punzante, que la obra de que nos ocupamos bastaría para colocarlo en el rango de los más grandes escritores que se han ensayado en el mismo género, al lado de Montesquieu y Sterne, de Voltaire y Heine, de La Bruyére y Pascal... Luz del Día merece ser el libro de cabecera de la juventud argentina que asiste a los múltiples ensayos de instituciones mal comprendidas o falseadas generalmente en la práctica de la vida republicana68.



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Como se nota, García Merou a igual que Estrada hallan en el libro de Alberdi virtudes que hoy a simple vista o quizá por nuestro propio escepticismo nos cuesta encontrar, pero mucho más nos cuesta compararlo, por señalar tres nombres, con Montesquieu, Voltaire y Pascal. Por otra parte no es menos cierto que Alberdi vierte en la letra conceptos agudos y hasta ácidos sobre una democracia que en la práctica hace aguas desde todo punto de vista. Con esta aclaración quizá podamos aceptar la observación de García Merou cuando se plantea el problema de qué es Peregrinación de Luz del Día:

Es la obra de un filósofo humanista, repleta de observaciones profundas, de golpes de vista originales, de detalles admirables, resaltantes sobre todo por el amor a la paradoja. Ese es, además, un libro sarcástico, un libro de premisas, una serie de dudas y teoremas cuya resolución queda planteada de tal manera que no es difícil hallar el Edipo que los descifre. Su escepticismo podía adoptar por el lema el ¿que sais je? de Montaigne. Los que busquen en él una obra «con clave», perderán su tiempo y su trabajo69.



Salvo la última observación, García Merou cae también en el encomio excesivo o, si se quiere, en el ditirambo en loor de Alberdi. Por lo visto tal ditirambo nace con los primeros críticos del libro. Así, cuando   —139→   aparecen las Obras completas de Alberdi debidas a la ley nacional N.º 1789, del 24 de agosto de 1886, los encargados de la tarea, Manuel Bilbao y Arturo Reynal O'Connor, tampoco escatiman elogios, y ahora, refiriéndose no solo a Luz del Día sino a su opera omnia, lo adjetivan de «historiador filosófico, del literato más acabado que hayamos tenido, del polemista más rígido y temible, del jurisconsulto más adelantado y del crítico que no tuvo rival en nuestros antepasados y contemporáneos»70. Como vemos, si bien su vida fue la de un luchador constante, no es menos cierto que fue afortunado en la crítica de su obra a partir de las tres últimas décadas del siglo pasado.

Debemos esperar a Ricardo Rojas para leer una crítica autorizada y que a la vez sabe matizar los juicios que le sugiere Luz del Día. Precisamente en 1916, en la Colección Biblioteca Argentina que dirigía Ricardo Rojas y editado por la librería «La Facultad», de Juan Roldán, aparece Luz del Día en América.

Creemos que la «Noticia preliminar» debida a la pluma de Ricardo Rojas es imprescindible para conocer bien el libro de Alberdi, en particular porque no se suma a la admiración por la admiración sino que nos resulta a todas luces un crítico independiente, mucho más independiente que los que hasta ahora hemos visto. Llega a decir

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...que es uno de los libros más originales de nuestra literatura, sin que esto implique afirmar que sea uno de nuestros libros más bellos, pues trátase en realidad de una obra cuya flaqueza reside no tanto en muchas de las doctrinas que atribuye a sus interlocutores, cuanto en los defectos de forma que afean no pocas de sus páginas.

Es el presente uno de los libros donde Alberdi incurre en el mayor número de giros vulgares o de barbarismos inelegantes... Todo ello para no citar sino ejemplos típicos en cada una de las partes de la obra pues de solecismos y vulgaridades literarias está plagada por lo menos la mitad del texto.

Quiero decir que no recomiendo esta obra -ni la reedito- como modelo de belleza artística, o siquiera de corrección gramatical. Sabido es que Alberdi no fue un artista de la palabra, sino un pensador pragmático que usaba de la palabra como medio de acción71.

Curándose en salud, afirma que sus juicios, irreverentes para algunos ciegos y mediocres admiradores de Alberdi, tienen fundamento en la misma autocrítica   —141→   del autor de las Bases, por momentos muy severa. Inteligentemente recurre al catálogo de lecturas preferidas del autor donde, como es de suponer, aparecen cantidad de autores franceses y de algunas de otras nacionalidades y la excepción son españoles. Tarde ya Alberdi se dio cuenta «de la suma elegancia y cultísimo lenguaje de Cervantes», como lo confiesa por ejemplo en Escritos póstumos72.



Cuando por el decreto reglamentario de la ley 1789, ya citada, el Presidente Roca y Eduardo Wilde designaron a Manuel Bilbao y a Arturo Reynal O'Connor para que se encargasen de publicar las Obras completas, empezamos a enteramos en detalle del contenido de la biblioteca del publicista: autores anglosajones, por ejemplo Spencer, Adam Smith, Malthus, Darwin, Franklin; autores germanos; autores franceses, de entre los que sobresalen Montesquieu, Taine, Proudhon, Guizot, Littré; como era de esperar algunos chilenos y algunos argentinos. Desde nuestro punto de vista lo que más llama la atención, si de literatura se trata, es la presencia del Quijote, Rabelais, Montaigne, Shakespeare, Pascal, Lamartine, Víctor Hugo, etc. Si además consideramos que setenta y cuatro años antes, cuando se hizo el inventario de los bienes del padre de Alberdi se incluían ya los siguientes autores y libros: Gil Blas, el Quijote, Telémaco, la Biblia, el Emilio, los Salmos y las Epístolas de San Pablo, podemos tener   —142→   una idea bastante clara del acervo cultural en el que se nutrió Alberdi. Hay algo que deducir y es importante: el Quijote estaba presente en la biblioteca de Alberdi y en la de su padre; esa presencia habla por sí sola. Y a pesar de su rezongo:

La juventud industrial se aburre de leer el Quijote y la España no puede darle unos diarios de Santa Helena, una Nueva Eloísa, un curso de política constitucional, una teoría de la democracia americana73,



tiene que admitir que Cervantes con Homero y Molière son los tres poetas que admira como verdaderos genios74.

No exageraba José A. Oría al afirmar que Alberdi se pasó renegando de España y de los españoles para, al final, tener que declarar la conveniencia para los sudamericanos de interesarse por la península; entre otras razones porque allí están las raíces de la lengua, de la administración, de las leyes americanas. Que la independencia americana no era otra cosa que la división de una familia en dos75.

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A pesar de su declarada admiración por el Quijote no es menos cierto que cuando hace hablar en su Luz del Día a don Quijote y Sancho, el estilo nada tiene de cervantino, de castizo y sí mucho de documento no literario y en una prosa bastante insípida. Esto ya lo advirtió Rojas en la «Noticia preliminar» ya citada, con ejemplos concluyentes.

Alberdi tituló a su libro como cuento, aunque lo hizo indudablemente -y el buen lector lo entiende así- con una sonrisa; pero a nosotros como a Ricardo Rojas nos puede parecer novela, fábula, diálogos filosóficos, libro de viajes, obra didáctica, sátira, etc. Es una obra original, que se explica mucho mejor si se conoce de cerca la obra total de Alberdi, tan polifacética, sin desglosarla del corpus. Las alegorías critican las sociedades argentina e hispanoamericana. Las alegorías no son otra cosa que hombres de la vida política o del gobierno parlamentario. La crítica es severa y de ella se desprende una doctrina que el lector puede leer en la conferencia final, en la tercera parte. La pluma no es artística, la invocación de don Quijote y Sancho no nos puede engañar sobre el objetivo didáctico sui generis del libro y casi totalmente alejado de la literatura.

Ahondando en el pensamiento alberdiano quizá convenga recordar qué entendía por ciencia y por literatura el eminente pensador tucumano:

La misión de las universidades en Sudamérica es difundir la ciencia, con preferencia a la literatura. La ciencia apacigua, la literatura exalta. La ciencia es la luz, la razón, el pensamiento frío y la conducta reflexiva. La literatura es la ilusión, el misterio, la ficción,   —144→   la pasión, la elocuencia, la armonía, la ebriedad del alma: el entusiasmo76.



Es indudable que la literatura originaba en el escritor, aunque parezca paradójico, cierta desconfianza, mientras que la ciencia se le aparece como el desiderátum del hombre racional, que se inclina por la luz de su razón o de su propia reflexión. La ciencia, virtud del hombre reflexivo, del pensador, le parece cosa más seria que las letras, aunque reconoce en ellas la elocuencia, la armonía, la exaltación anímica, que no son precisamente tachas sino verdaderas virtudes.

Llama más aún la atención su preferencia cuando la sitúa como objetivo y misión de las universidades sudamericanas, porque, admirador de la ciencia, no es menos cierto que fue un artista y, como solemos decir, su vena artística lo identificó desde su juventud como músico y también como romántico. Aunque parezca solo un pensador que desdeña las letras y el arte, la verdad es que no fue así. Sus conocimientos de piano, y lo podemos ver en sus Obras completas, cuajaron en muchas páginas que lo presentan como artista y como maestro en el arte. Su cercanía al Romanticismo, que en estas latitudes nace con Echeverría, del cual era un ferviente admirador, y su afectuosa y permanente relación con Juan María Gutiérrez lo presentan como un hombre admirador de las letras y hasta continuador de Larra con el inequívoco seudónimo de   —145→   «Figarillo». Hombre de su tiempo, aunque ignorara autores y obras del Siglo de Oro español, era amigo y admirador de la Joven España, donde Larra tenía un verdadero sitial. Creemos que así se entiende mejor su preferencia por la ciencia y su admiración por la literatura que podía embargar el alma.

Como don Quijote emigró también con nosotros y anda por estos países, abunda en ellos una casta de locos, que sueñan con su Dulcinea, y que para unos es la celebridad, para otros la gloria, para otros la libertad; y corriendo toda clase de aventuras por alcanzar sus imaginarias deidades se hacen dar de palos, se hacen maldecir y desterrar, se dejan matar por fin, no solamente sin hacer un mal gesto, sino con el gozo estúpido de los mártires. Por la gloria póstuma, la horca los hace sonreír, y con tal de hacerse célebres, poco les falta andar desnudos y morirse de hambre77.



Ironía mordaz y cruel si las hay, sarcasmo que nos dice de un hombre, como Alberdi, atormentado por la constante lucha de sus ideas frente a la realidad prosaica del vivir de cada día. Don Quijote en el libro inmortal era un mentecato, pero también hombre sabio. Dulcinea, la singular amada, se fundaba en una aldeana más sujeta a sus quehaceres rústicos que a un posible amor idealizado. Pero en estos países se observan hombres enloquecidos por falsas deidades, que son capaces de llegar a la confusión de su fe interesada   —145→   y mezquina o en un gran gesto dramático llegar al martirio gozoso pero estéril. La vanidad, la sinrazón, las «imaginarias deidades» no son suficiente apoyo para elevarse en defensa de la libertad y de los gobiernos representativos. Don Quijote sabía lo que quería y su imaginada Dulcinea se endiosaba según corrían las páginas del libro, mientras que los locos de América terminaban ahítos de imaginarias deidades y vanas glorias.

Don Quijote ha hecho de la libertad su Dulcinea. Digo mal en llamarlo «don» porque como se ha hecho republicano, ahora se firma «Quijote», liso y llano... Sin dejar de ser siempre el mismo loco, en América se ha vuelto un loco pillo, un loco especulador; le ha tomado a Sancho un poco de su locura astuta de escudero, así como Sancho le ha tomado a él un poco de su locura de caballero. Es la influencia de la democracia que los ha igualado y acercado más y más de condición social... Quijote así ha perdido todo su lustre; se ha hecho prosaico, calculador, común, egoísta, sin dejar de ser el mismo loco; si ve apalear a una mujer, él mismo ayuda a apalearla, lejos de defenderla, siempre que la cosa le ofrece algún provecho. Ha tomado a Sancho mucho de su villanía, de resultas de la república, que ha igualado a los amos con los criados78.

La ironía es un arma valiosa en manos de Alberdi.   —147→   Quien echó las «bases» de la república constitucional se burla del objetivo por el cual luchó tanto tiempo. Se sirve de la obra inmortal de Cervantes para ridiculizar a los ciudadanos de la nueva democracia que pretenden ignorar a los «caballeros» a las damas virtuosas para favorecer una igualdad democrática que a veces descalifica la condición social de los ciudadanos. En esta ironía, el caballero por antonomasia que es don Quijote también pierde su calidad aristocratizante -valga la etimología para saber qué quiero decir- y se hace plebeyo, uno en el montón, para colmo loco, y que se confunde con un villano como Sancho -hoy no lo afirmaríamos tan categóricamente- por obra y gracia del sistema republicano que puede ser degradante.

A pesar de la ironía alberdiana, bien sabe el lector que don Quijote, una de las grandes figuras clásicas, trasciende el propio libro y se convierte en un mito universalmente reconocido. Para nadie es un secreto que su muy particular locura implica una real y noble elevación espiritual.

Todo lo ve más honesto, más puro, más bello de lo que en verdad es. Así la venta deja de ser un albergue de parajes despoblados para convertirse en castillo señalado y el ventero en su castellano, y el mezquino mercader habrá de trocarse en distinguido caballero79.



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Volviendo a Alberdi, veremos cómo trastrueca, irónicamente se entiende, al famoso caballero, y puede expresarse así:

Se diría que cansado de enderezar entuertos, el inflexible caballero de la Mancha se ha vuelto en América un secuaz servil de los hechos, como para quitarles y apropiarse de su poder, Sancho, por el contrario, (suponiendo que el gallego sea su metempsicosis) se ha hecho fantástico y visionario, tal vez por emular a su ex-patrón del viejo mundo, en la cualidad que ha formado su celebridad80.



Es difícil para quien alguna vez leyó el Quijote imaginarse al héroe como un hombre interesado en cosas y hechos con el solo objeto de llegar al poder. También le será difícil pensar en un Sancho, en tanto que personaje antagónico de don Quijote, convertido en un Quijote americano. Aunque la ironía lo permite, el supuesto lector del libro de Cervantes y nosotros no admitimos la metempsicosis. Las almas no transmigraron, ni para mejorarse, en el caso de Sancho, ni para envilecerse en el caso de don Quijote. Aceptamos la burla pero nos cuidamos de la confusión que pueda originar.

Ni pacatos ni mojigatos, solo queremos distinguir, para quien no lo vio con detenimiento, un cervantino don Quijote de La Mancha de un nuevo y burlesco   —149→   don Quijote de la Patagonia o de la Quijotanía. No obstante, Alberdi, con su burla ingeniosa e insistente, en esta parte segunda de Luz del Día, juega con los personajes.

Hemos seleccionado estos tres momentos de la burla alberdiana porque nos parecen aleccionadores y ágiles. En efecto, en esta misma segunda parte del libro, por momentos la prosa decae, y la burla y el sarcasmo se debilitan y hasta pierden interés.

Quizá convenga reiterar aquí que este Viaje y aventuras de la Verdad en el Nuevo Mundo no es una novela ni un cuento, o recordar las mismísimas palabras de Alberdi, quien en el prólogo prometía «casi una historia por lo verosímil, casi un libro de filosofía moral por lo conceptuoso, casi un libro de política y de mundo por sus máximas y observaciones». Más, el lector de aquellos y de nuestros tiempos queda sorprendido por estas declaraciones previas del autor, y mucho más después de leer el libro.

Bernardo Canal Feijóo, después de informarnos de los fundamentos de la casi escandalosa ocurrencia monárquica expuesta por Alberdi en el volumen IV de los Escritos póstumos (1896), afirma que las ideas esbozadas en las notas para el libro citado son proyectadas por el autor «a un plano de alegoría sarcástica» en Peregrinación de Luz del Día.

Cuando Luz del Día reconoce en América a ciertos personajes acuñados en Europa como Tartufo, Basilio, Gil Blas, Don Quijote, el Cid, Pelayo, Tenorio y Fígaro, afirma Canal Feijóo que, decepcionada al ver este elenco de la grandiosa farsa europea, decide despedirse   —150→   de América. En efecto, Alberdi en este discurso de despedida cuyo tema es la teoría y los principios del gobierno libre, continúa escéptico y desilusionado de los americanos pues el grandioso discurso fue seguido de un silencio profundo, de un profundo bostezo, de un coro de ruidosos ronquidos ya que todos dormían ante la elocuencia de Luz del Día.

Mientras que Canal Feijóo se detiene en investigar las fuentes francesas del episodio del discurso, a nosotros nos interesa, ahora, ir directamente a algunas conclusiones:

Con su contenido de figuración de una vana vuelta a la patria, y una decepcionada reexpatriación final, la obra acaso sirvió a un desahogo semiconsciente de secretas ansias de retorno -que las circunstancias materiales imposibilitan- y tuviera de fantasía premonitoria del frustrado regreso intentado años después81.



Aunque Alberdi pensó que estas notas sobre la monarquía en América debían permanecer inéditas, Canal Feijóo nos recuerda que ellas inspiran o simplemente se trasladan a otras obras: El crimen de la guerra, Peregrinación de Luz del día, etc.

Para concluir, queremos recordar a Jorge Mayer, quien, inspirado en el personaje Luz del Día, resume así una idea latente y clara en esta obra:

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La Verdad pronunció la conferencia ante una concurrencia numerosa y desconfiada. Explicó a sus gentes que la libertad no era una simple idea, una hermosa abstracción sino un hecho práctico, prosaico y necesario como el pan y el agua, el único camino para llegar a la vida civilizada que era su fin82.



Por nuestra parte, podemos afirmar que Alberdi se sirvió de Cervantes y de su ilustre personaje don Quijote para hacerlo intervenir con su espléndida fama en una obra satírica, escéptica, pesimista respecto del hombre americano cuando pretendía organizarse en nación democráticamente.



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ArribaAbajo- VIII-

La vis cómica del Quijote en Juan Gualberto Godoy



Historia del más gustoso y menos perjudicial entretenimiento

La relación de las aventuras de Don Quijote de la Mancha, escrita por Miguel de Cervantes Saavedra, en la que no ven los lectores vulgares más que un asunto de entretenimientos y de risa, es un libro moral de los más notables que ha producido el ingenio humano. En él, bajo el velo de una ficción alegre y festiva, se propuso su autor ridiculizar y corregir, entre otros defectos comunes, la desmedida y perjudicial afición a la lectura de libros caballerescos, que en su tiempo era general en España83.



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Con estas palabras se inicia el Prólogo del Comentario que firma Diego Clemencín a su edición del Quijote. Observamos que el comentarista se ha sentido estimulado para trabajar en tan extenso Comentario porque halla en esta obra de Cervantes todo un mundo de profundidad espiritual que los lectores comunes suelen pasar por alto, ya que se detienen en la superficie, «entretenimiento y risa». Clemencín supo recoger «el velo de una ficción alegre y festiva» para calar hondo. Reitera lo que es evidente para todo lector: por más filosofía profunda que encierre, por más maestría o modelo de la lengua castellana que signifique, el Quijote es risa y sonrisa, travesura, comicidad. El hecho de que el libro sea base de una reflexión amplia y secular y que siga siendo objeto de pensamientos y elucubraciones, de investigaciones metódicas y de observaciones repentinas y luminosas, no niega esa primera faz, tan suya, divertida y cómica.

Es importante situar en el tiempo este extenso y erudito Comentario, que ve la luz a lo largo de seis volúmenes, entre 1833 y 1839, en Madrid, y que componen esta edición del Quijote. Una obra extensa y profunda, novedosa para la época y todavía hoy muy útil para los cervantistas. Diego Clemencín murió el 30 de julio de 1834, habiendo dedicado más de diez años a la elaboración de su trabajo sobre el Quijote   —155→   pero no pudo ver la edición concluida. La concluyeron o, mejor, la terminaron de pulir y publicar sus hijos Cipriano y Andrés, asesorados por Martín Fernández de Navarrete.

Vale decir que en las tercera y cuarta décadas del siglo pasado todavía era corriente el juicio sobre el Quijote que el mismísimo Sansón Carrasco se atreviera a enunciar o, si se quiere, que la perspicacia cervantina puso en labios del personaje Bachiller84.

Vemos que en el Quijote de 1615, después de haber circulado durante diez años la Primera Parte, el autor y los personajes se hacen eco, y lo proclaman, del éxito de la historia, de la ya adquirida popularidad del libro. Y se afirma algo más: tal historia es tan transparente, tan fácil que no necesita explicaciones. No olvidemos que las palabras del Bachiller que acabamos de indicar son la respuesta a don Quijote, que ha llegado a decir que su historia «tendrá necesidad de comento para entenderla». Vemos que a partir del mismo libro se suscita el problemático asunto de si es una obra que necesita explicaciones para ser entendida o de si es un libro para todos, de fácil inteligencia. Desde nuestra perspectiva, ya en los últimos años del siglo XX, mirando retrospectivamente, podemos sorprendemos de que al cabo de más de trescientos cincuenta años se nos siga presentando el mismo dilema sugerido por Cervantes.

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Detengámonos en la respuesta del agudo y socarrón Bachiller. Lo primero que nos hace notar es la inmensa popularidad del libro que abarca una historia que singular y originalmente ahora se continúa en la Segunda Parte. Si los viejos la celebran, la entienden los hombres, la leen los mozos y hasta la manosean los niños, su difusión solo es comparable a la de un best seller de nuestros días y para ser tal no le han hecho falta notas ni comentarios adicionales, con lo que queda resuelta la inquietud del protagonista. Pero hay más, se trata de un entretenimiento gustoso, placentero. Esta calidad de entretenimiento le abrió las puertas de la fama durante todo el siglo XVII y la mayor parte del XVIII. La vis cómica, que emerge de este entretenimiento, le ha seguido abriendo puertas hasta el presente y, seguramente, lo hará en el futuro.

La corriente erudita, por su parte, desde la segunda mitad del siglo XVIII, sigue abriendo los ojos al lector sobre el inmenso tesoro espiritual que encierra el Quijote. Que la anotación del libro debiera esperar poco más de un siglo y medio a partir de su aparición no es mero azar. Durante el siglo XVII y parte del XVIII, el libro era claro y accesible para todos; era, si se quiere, parte del patrimonio común de los españoles de aquel entonces. Pero el paso del tiempo no es solo pátina y lo que era conocido de todos se fue olvidando, las costumbres y tradiciones variaron, lo que era fresco y actual pasaba a ser rancio y lejano. Pero eso sí, «el Quijote no había pedido aún su tradicional carácter de obra de puro pasatiempo y diversión, fin estético único y exclusivo, por otra parte, que su mismo   —157→   autor le había asignado al escribirlo»85. Quizá por esta razón las plumas neoclásicas y afrancesadas no emprendieron la tarea de comentar este libro popular. Un sentimiento de duda y humillación las confundía.

Tenemos que llegar hasta el benedictino padre Sarmiento para escuchar sobre el tema unas palabras sensatas y valientes:

Importa mucho que los que hablan sepan lo que hablan; los que leen sepan lo que leen, y los que escriben sepan lo que escriben... Infinitas voces, poco o nada entendidas, se hallan en la historia de Don Quijote; es error creer que porque el Quijote anda en manos de todos, es para todos de lectura. Son poquísimos los que tienen los requisitos para entender a Cervantes.



Y tras sostener la necesidad de una edición comentada del libro, agrega:

Dirá alguno que será cosa ridícula un Quijote con comento. Digo que más ridícula cosa será leerle sin entenderle86.



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Juan Antonio Pellicer, siguiendo el ejemplo de Bowle -es posible que incentivado porque fuera un británico y no un español el que primero diera a luz una edición monumental comentada del Quijote- hizo la primera edición anotada que aparece en España (Madrid, 1797-1798). Después de estos trabajos de Bowle y Pellicer, el Quijote rompía definitivamente el cerco de las obras de puro regocijo o simplemente cómicas. Más tarde -y sin desmerecer el trabajo de Vicente Joaquín Bastús, quien publica, en Barcelona, sus Nuevas anotaciones para su edición del Quijote (1832)- nos encontramos con el valioso Comentario de Diego Clemencín, al que ya aludimos. No nos vamos a detener aquí en un comentario del Comentario. Sobre el tema tenemos suficiente bibliografía. Simplemente nos interesa hacer notar que desde los últimos años del siglo XVIII y durante las primeras décadas del siglo XIX, el Quijote dio lugar a una creciente serie de notas y comentarios que, continuada hasta hoy, forman una monumental bibliografía, que por su vastedad y complejidad es difícil de abarcar. Esta bibliografía erudita no oscurece ni mengua el primer atractivo del libro, que se transparenta en su popularidad sostenida, en sus constantes reimpresiones, en el desglose de sus personajes protagónicos, en la constante mención de su texto a través de citas y comentarios, etc. Dicho de otro modo y aunque parezca obvio: quien se acerca al Quijote, lee su texto, el cervantino; las anotaciones ocupan un lugar importante y valen en tanto que lo iluminan; pero son, eso, una ayuda, no un sustituto.

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Don Quijote, libro faceto en España y América

A esta ora asomó por la plaza el Cavallero de la Triste Figura don Quixote de la Mancha, tan al natural y propio de como le pintan en su libro, que dio grandissimo gusto berle. Benía cavallero en un cavallo flaco muy parecido a su Rozinante, con unas calcitas del año de uno, y una cota muy mohoza, morrión con mucha plumería de gallos, cuello del dozabo, y la máscara muy al propósito de lo que representaba. Acompañabanle el cura y el barbero con los trajes propios de escudero e ynfanta Micomicona que su corónica quenta, y su leal escudero Sancho Panza graciosamente bestido, caballero en su asno albardado...87

Esto, entre otras cosas, nos cuenta la relación del juego de sortija realizado en el pueblito de Pausa, en la sierra peruana, hacia finales de 1607. Fue así como don Quijote, Sancho y otros personajes del libro genial, a menos de dos años de su primera edición, emergen de sus páginas para, teatralmente, reaparecer en América, en un pueblito minero perdido en una desolada meseta peruana. En la fiesta intervinieron nueve participantes que competían por los premios y que se identificaban con nombres pintorescos. Pero no cabe duda de que la novedad y a la vez punto culminante de los juegos fue la aparición del personaje principal   —160→   del Quijote, identificado por su mote de «Caballero de la Triste Figura». La crónica o relación nos hace ver que se trata de una representación cómica, donde el fino humor cervantino asomaba a través de estas figuras de comparsa que vivían desde hacía poco en las páginas de la primera y gran novela moderna. Su novedad, su poder cómico, su excentricidad, su atractiva representación, la risa y contento que originó entre los espectadores hizo que el jurado se inclinara por el Caballero de la Triste Figura y lo distinguiera como la mejor invención.

Lejos de Lima y del Cuzco, en un pueblo minero casi ignorado, aparece don Quijote y este elenco de personajes cómicos. Es que España en su hora hegemónica se hacía presente en lejanas y extrañas tierras no solo con las armas del conquistador o la cruz del misionero. Su presencia era total e incluía sus letras, hasta su literatura de ficción; y esto con una velocidad en el tiempo que causa pasmo. El libro reciente había recorrido un largo camino desde la Península, vía Panamá, hasta las entrañas del Perú. Hoy podemos reconstruir casi paso a paso el itinerario de los primeros volúmenes del Quijote que llegan a Sudamérica por intermedio de aventurados libreros, que desafiaban el mar, la montaña, el río, la distancia, muchas veces con peligro de sus vidas, para cumplir con su tarea de naturales difusores de la cultura88.

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El éxito que acompaña al Quijote tras su publicación de 1605 es admirable. Sorprende el gran número de ediciones y su inmediata popularidad. Vale la pena hacer constar que en el mismo año de 1605 y, naturalmente, impresos por Juan de la Cuesta en Madrid, se embarcaban en Sevilla varios centenares de ejemplares con destino a América. Cabe recordar también que ya en julio de 1605, en unas mascaradas que tuvieron lugar en Valladolid para celebrar un nacimiento principesco y real, aparecieron varios disfrazados de don Quijote y Sancho, hecho que se repite en otras fechas y lugares. Limitándonos a la mascarada de Pausa observemos que se presta atención a la vis cómica de la obra. En aquel tiempo, en vez de preocuparse por la profunda significación de los personajes protagónicos, comúnmente se veía en el Quijote una obra de entretenimiento y regocijo. Y esto ocurría tanto en América como en España. Cualquier lector del Quijote sabe por propia experiencia de la riqueza de esa veta cómica. No es, pues, exagerado hablar de su vis cómica porque le es inmanente. La sonrisa y la risa que origina su lectura son el mejor testimonio.

Fue esta vis cómica la poderosa arma con que Cervantes terminó de derribar la ya decadente moda del libro de caballerías. Los anatemas contra este tipo de libro se suceden sin solución de continuidad a través del siglo XVI. En su contra se alzarán las voces de un Melchor Cano, un fray Antonio de Guevara, un Luis   —162→   Vives, de los procuradores de las ciudades, de las cortes y de muchos teólogos. Si hasta el Sínodo de Santiago del Estero de 1597 ordena «a todas las personas, hombres y mujeres de todo nuestro obispado, de cualquier estado y condición que sean que, so pena de excomunión mayor, nos traigan o envíen los libros de caballerías para que dichos libros sean quemados». Pero tal obra la llevó a cabo mejor y efectivamente Cervantes con su Don Quijote.

La posición de Cervantes frente a los libros de caballerías es la misma que desde hacía tres cuartos de siglo sustentaban los moralistas y autores graves. Mediante la parodia y la burla y esgrimiendo explícitamente los mismos argumentos que aquellos, Cervantes liquida este tipo de narración. Fue más efectivo porque en vez de lanzar anatemas o proferir diatribas supo mezclar

... las veras a las burlas, lo dulce a lo provechoso y lo moral a lo faceto, disimulando en el cebo del donaire el anzuelo de la reprehensión, y cumpliendo con el acertado asunto en que pretende la expulsión de los libros de caballerías, pues con su buena diligencia mañosamente ha limpiado de su contagiosa dolencia a estos reinos.



Estas acertadas palabras pertenecen al maestro Josef de Valdivieso, autor de la segunda aprobación de la segunda parte del Quijote, firmada en marzo de 1615. Observemos: 1) faceto, es decir, agudo, chistoso, gracioso; 2) burlas, donaires; 3) reprehensión. En otras palabras, Cervantes terminó con los libros de   —163→   caballerías porque, en vez de limitarse a censurarlos, a igual que los moralistas y autores graves, usó un arma más eficaz: la ironía.




Don Quijote en Cuyo, elemento de comparación burlesca



V. Pero, señor, quisiera preguntarle,
¿cómo se manejaba en esta danza,
cuando algún ciudadano iba a tratarle,
de aquellos que habían visto su mudanza?

¿Qué tal modo solía usted mostrarle?
Haría usted papel de Sancho Panza;
y aunque era un coronel tan arrogante,
cuentan que le llamaban Rocinante.

C. En tanto lujo y bonanza,
tuve también mi cerote,
creyéndome un Don Quijote,
o al menos su Sancho Panza;
esta triste semejanza,
me robó todo el sosiego;
pero recobrada luego
mi gravedad natural,
me ostentaba tan formal,
como un gato junto al fuego89.


  —164→  

Pertenecen estos versos al poema Corro, felizmente rescatado por Félix Weinberg, no hace mucho, en 1963, de entre las obras que pertenecieron a Pedro de Angelis, existentes en la Biblioteca Nacional de Río de Janeiro. Data de 1820 y fue publicado por las prensas de la Imprenta de Mendoza, una vez terminada la campaña contra Corro y sus huestes, con el título de Confesión histórica en diálogo que hace el Quixote de Cuyo Francisco Corro a un anciano, que tenía noticia de sus aventuras, sentados a la orilla del fuego la noche que corrió hasta el pajonal: la que escribió a un amigo suyo. Sorprendemos el diálogo entre el Viejo y Corro después de que éste hubo contado cómo se había apoderado del gobierno de San Juan, ciudad y provincia a la que sometía a su antojo. Precisamente acaba de narrar cómo arbitrariamente llegaba al grado de coronel y daba rienda suelta a sus deseos de poder, ocio y riqueza. En la acre burla -todo el poema lo es, bien lo sabemos- el Viejo indaga sobre su comportamiento en sociedad y es entonces cuando lo compara a Sancho Panza y lo llama Rocinante.

En la respuesta de Corro, él mismo reconoce haberse creído don Quijote o al menos Sancho Panza. Esto en sus momentos de temor porque, cuando recobraba el sosiego, volvía a su gravedad natural, aunque, para rematar la burla con el final de la estrofa, tal gravedad se compara con la de un gato remolón. Es aquí, en estas dos estrofas, donde el autor se detiene más extensamente en recordar el Quijote a propósito de Corro y sus andanzas. Y lo hace mentando al personaje protagónico, a su escudero y a su caballo. Sugiere así un   —165→   ambiente estrafalario donde el «señor de vidas y haciendas» de San Juan se comporta como un loco (don Quijote), como un rústico (Sancho), como un bruto (Rocinante). Pero hay más: el mismo Corro, cuando tiene miedo, se siente comparable a los dos personajes protagónicos del libro de Cervantes, claro que en sentido peyorativo.

En el transcurso del poema solo una vez más se hace referencia al Quijote y es en ocasión de la salida o huida de San Juan. Intimado por el Gral. Francisco Fernández de la Cruz, jefe de la división mendocina, Corro cuenta que la gente, al verlo vencido, le gritaba:


Corro, tu alma temeraria,
tu cabeza estrafalaria,
y tu valor denodado
merecen el principado
de la ínsula Barataria.


(vv. 490-494)                


La ironía permite tildarlo de cobarde y mentecato y, al aludir a la ínsula Barataria, recordamos el sueño de un rústico o de un tonto que creía en tal recompensa. Aquí también la comparación es peyorativa y burlesca.

No hallamos más referencias al Quijote en este libelo; sin embargo, no hay que olvidar que el título, su extenso título, acuña o repite el apodo con que las gentes recordarán a Corro a partir de su insólita aventura en el gobierno de San Juan y de sus ambiciones respecto de Mendoza. Desde la perspectiva histórica, la aventura hoy nos parece efímera pero los hechos calaron hondo en Cuyo ante este individuo ambicioso, torpe y factor de anarquía.

  —166→  

Sus versos populares se transmitieron durante muchas generaciones. Desde el punto de vista de esta popularidad, pueden parecer insólitas las referencias al Quijote, pero más insólitas son las referencias a la antigüedad clásica, como cuando sorprendemos una cita de Ovidio90 y una referencia a Marte91.

Corro, al empezar a hablar, se presenta así:


Hijo de un zambo platero
llamado Teodoro Corro
nací en Salta como un zorro
en un miserable agujero;
vil, ignorante, y grosero,
cobarde pero atrevido
pedí el militar vestido
para cacarear honor,
siendo todo mi valor
el valor de mi apellido.


(vv. 25-34)                


Vale decir que, desde el inicio de la composición, la inquina y más que inquina la burla respecto del improvisado y subversivo coronel, es patente y de subido tono. Ya en los primeros versos con los que el Viejo abre el poema, se hace referencia al temor y cobardía   —167→   del personaje, anticipando así la presentación transcripta, décima donde se condensa toda una desacreditante etopeya.

Cuando en el transcurso del poema arrecian las burlas contra Corro -pasado ya el parangón con don Quijote, Sancho y Rocinante-, cuando se ve vencido, y, en la ficción poética, se le hace prometer a Santa Ana, si le salva la cabeza, dedicarse a servirle en un convento, de monja o abadesa, el Viejo lo amonesta diciéndole que ha equivocado su carrera, ya que mejor hubiese sido hacerse «monigote» (vv. 409-412). Convengamos en que el uso frecuente de este vocablo en el sentido de persona insignificante o despreciable o de persona de poco carácter, que se deja manejar por otros, o de muñeco o figura grotesca hecho de material de poca calidad, etc., nos ha hecho olvidar su primera acepción, que es un despectivo de monje. De donde la singular promesa de Corro a Santa Ana de servirle de monja o abadesa se cierra con la reflexión tan o más burlesca aún de que no debió ser militar sino monigote, porque «mejor le está el cerquillo, que el bigote».

Muy cerca del fin de la composición encontramos palabras o expresiones vulgares que siguen pintando despectivamente a Corro, como, cuando, forzado por la presencia de la división de Mendoza y la dispersión de sus propias tropas, debe abandonar la posta de Camargo -unas cuatro leguas al norte de San Juan- para, huyendo, internarse con muy pocos adictos en la travesía entre San Juan y La Rioja; entonces dice: «estos me juegan un gancho, / me degüellan como a chancho, /   —168→   y me comen el tocino» (vv. 556-558).

Desde el principio -título incluido- hasta el fin el poema es un libelo, si pudiéramos considerarlo como políticamente serio. Pero no es menos cierto que, a medida que se avanza en su lectura, uno toma conciencia de que el autor mira al falso coronel Corro despectivamente; y, más que de odio, se respira un ambiente de sátira pues lo ridiculiza constantemente. Por momentos es un vejamen, es sátira de tono festivo; pero, en otros momentos, es agresiva y despiadada pues el autor no olvida los hechos recientes que hicieron famoso a Corro y perturbaron gravemente la paz de Cuyo y la empresa libertadora sanmartiniana.

No busquemos en el Corro arte poético refinado. Debemos conformarnos con una poesía popular -escrita para el pueblo- que reúne ingenio y espíritu satírico. La faz popular del poema arraigó de inmediato. Lo dice el hecho de que muchos octosílabos de la sátira perduraron por un siglo y más, transmitidos oralmente de generación en generación. Hasta en este detalle se nota lo popular en vías de folclorización. Se habrán de transmitir por tradición oral algunos octosílabos, mientras que los endecasílabos que completan el diálogo serán transmitidos por el documento escrito.




Para niños y adultos, para el pueblo

Llama la atención que el joven autor del Corro, de veintisiete años, en la mediterránea y aldeana Mendoza   —169→   de 1820, en su afán de satirizar al cabecilla levantisco, recurra al Quijote. Más aún si se trata, como acabamos de reiterar, de una poesía de tono popular. Hoy, generalmente, cuando nos referimos a la magna obra de Cervantes -mucho más si somos universitarios- lo hacemos con cierto respeto y, a veces, no falta un cierto temor reverencial, olvidando claro está lo que explícitamente afirmó el autor por boca de Sansón Carrasco: «los niños la manosean, los mozos la leen...». No es aventurado afirmar que, desde su aparición, el Quijote fue un libro «apto para todo público» y, mejor, para entretenimiento y provecho de todos.

Con Don Quijote ocurre como con otros grandes libros de la literatura universal, tal el caso de Los viajes de Gulliver, Robinson Crusoe, Moby Dick, Gil Blas. Libros que contienen ciertos elementos comunes a niños y adultos. Elementos que apelan, según Leo Spitzer, a la sabiduría humana durante la infancia y que sintetiza así:

1) la demostración de un orden mundial justo en donde encontrará su lugar la existencia futura del niño; 2) en contraste con esto, el elemento del mundo mágico que tiende a edificar un segundo mundo sobre el real en que se mueve el niño; 3) la muestra del poder que tiene el hombre para dominar las situaciones adversas, ya sea mediante la habilidad o las facultades críticas, y que hace que el niño contemple esperanzado la lucha que en el futuro librará con la vida; 4) el elemento del humor que tiende a amortiguar, o a relativizar, los sufrimientos de la vida   —170→   y dar al niño la satisfacción de poseer al menos cierta superioridad mental92.



En el caso particular de don Quijote, el niño simpatiza con el héroe y, si bien ríe ante una situación cómica, no deja de sentir pena cuando la realidad sanciona el mundo imaginario del protagonista, aunque, al mismo tiempo, un sentimiento de superioridad intelectual lo eleve respecto de don Quijote. El libro encierra un mundo maravilloso que acerca al niño, un mundo de sueños que crea una relación entre la figura de la ficción y la imaginación infantil. La admiración de Godoy por Don Quijote es popular pero también tiene algo de está admiración infantil a que se refiere Spitzer.




Y á los pueblos la maldad / la presenté siempre en cueros

He repasado atentamente el grueso tomo de poesías que contiene la recopilación realizada por el propio Godoy y mandada editar por su sobrino, Roberto Berghmans93. No he hallado una sola referencia al Quijote   —171→   o a sus personajes. Entre las de carácter popular y de contenido político recogidas por Félix Weinberg, en el trabajo citado, además del Corro hallamos una titulada «Al Gaucho», aparecida en El Corazero (N.º 9, Mendoza, 31 de diciembre de 1839), donde cita el nombre de Sancho Panza como elemento de comparación en una verdadera sátira contra el gaucho, pero esto ocurre al pasar y su mención es casi irrelevante; y, por fin, hallamos también unos versos de interés, con los que cerramos este trabajo.

El conocimiento que Godoy tenía de los clásicos españoles es limitado si nos atenemos a su propio testimonio: «Nada he estudiado elementalmente: aficionado a la poesía sólo pude leer en mis primeros años a Quevedo y Ercilla. Después he huido de leer los poetas por evitar plagios en mis composiciones, que quería fuesen mías exclusivamente»94. Para Weinberg, es indudable que Godoy «prefirió el tono de la burla al de la epopeya, como lo habría de demostrar con el Corro»95. Este crítico no tiene dudas sobre la gran influencia de Quevedo en el poeta cuyano, se entiende que del Quevedo de poesía popular y hasta «fregona». Admite también «la buena compañía cervantina que deja traslucir el título Quijote de Cuyo y varias menciones expuestas en el texto del Corro y otras composiciones».

  —172→  

En la obra de Godoy es fácilmente diferenciable su poesía culta de la de raigambre popular. El autor creyó en la valía de su poesía culta, primero neoclásica, luego romántica; y por eso su colección y legado, que termina en la edición de 1889 con el título de Poesías. De este volumen de 442 páginas creo que se pueden rescatar algunos poemas como el titulado «Delicias de la vida campestre» (Lima, 17 de enero de 1843), en donde se canta al alba, al despertar, y donde tiene cabida el tópico del menosprecio de corte y alabanza de aldea y se invita al amor; «A una desdeñosa (Imitación de Fray Luis de León)» (Santiago de Chile, 19 de mayo de 1839), donde el tópico de la fugacidad de la belleza se desarrolla en estrofas de nueve versos octosílabos, excepto el sexto que es tetrasílabo; «La beata» (Santiago de Chile, 11 de septiembre de 1852), poema o más bien jácara donde se advierte que al autor mejor le están la mordacidad y el humor que el canto melopeo o de tono culto que se nota artificioso: por el contrario, los octosílabos chisporrotean ingeniosos y cáusticos. En «Mi programa» (Mendoza, El Constitucional, N.º 330, 30 de enero de 1853), una estrofa resume su intención política e ideológica:


¿Qué ha sido antes, en sustancia,
La República Argentina?
Lo diré sin repugnancia:
Cada provincia una estancia,
Y cada estancia una mina.



El político militante aflora en «A los tres imparciales»   —173→   (Santiago de Chile, 1853), en que se define como escritor satírico que desea el bien de la sociedad:


He aquí, pues, la tarea
A que nací destinado:
Aunque dura, la he llamado
En la paz y en la pelea
Mi fanal,
Mi numen es Juvenal,
No Tácito y Tito Livio;
Por eso no doy alivio
A vicios en general.



La crítica contemporánea, fundada en abundantes ejemplos que ofrece la sátira desde la antigüedad clásica, llega a advertir que

... el satírico tiene que suprimir y ocultar su emoción; le está vedado el arrebato del pasquinero o del predicador fulminante, porque, insisto, a lo que se dirige es a la parte racional del hombre, se halla empeñado en una demostración, y su finalidad es disponer los hechos de tal manera, que sus oyentes, a pesar de sí mismos, se vean obligados a referirlos a su propio ideal96.



Debemos decir que Godoy escapa a esta aguda y abarcadora definición de la sátira, porque se deja llevar por el arrebato, no oculta su emoción, descubre su   —174→   indignación y hasta fiereza, como él mismo afirma en este poema: «Y á los pueblos la maldad / La presenté siempre en cueros».

Sí, indudablemente, nuestro poeta se transforma, se vivifica y hasta se agiganta cuando cultiva la sátira. Tiene razón cuando afirma que más que Tácito o Tito Livio, grandes de la historia, la antorcha que lo guía es Juvenal. Más allá del ridentem dicere verum de la sátira horaciana, que se conforma con una sonrisa ante las flaquezas humanas, se acerca a la sátira de Juvenal, que, con indignación y desprecio, denuncia, hiere y destruye.

El Godoy de las poesías eróticas, de las anacreónticas, de los cantos de amor, de los sonetos, de la poesía de salón y de álbum, etc., es más bien ocre, desmayado. En sus «poesías patrióticas y guerreras», en las «religiosas», o en el «Canto a la Cordillera de los Andes» o en «Las llanuras de la República Argentina», alcanza momentos de sentida belleza. De todos modos, reiteramos, su arrebato fogoso y su sensibilidad se ven mejor cuando cultiva la sátira. Podemos clasificar los versos de su tomo de Poesías en neoclásicos y románticos y observar así su evolución; pero más llama la atención su permanente intento de no someterse a los modelos reiterados. En este sentido, prefería seguir más a los grandes autores del Siglo de Oro que a los contemporáneos en boga97. Influidos por   —175→   Godoy hemos citado a Juvenal, Tácito, Tito Livio y también a Horacio; pero quede en claro que cuando hablamos de la sátira en Godoy, tangencialmente nos referimos a su poesía culta y de lleno, a su poesía popular, ya de carácter político, ya de crítica de costumbres.




Si a usanza de don Quijote / ando enderezando entuertos

Creemos que la influencia de Cervantes en Godoy se muestra fundamentalmente a través de dos vertientes, una cómica y otra irónico-satírica. Godoy, hombre de su tiempo, seguramente debió leer el Quijote, que, tan tempranamente respecto de su fecha de emisión, ya circulaba por América. Cuando menciona sus personajes -lo hemos visto- lo hace con la seguridad de encontrar eco en los lectores. En sus poemas populares, menciona personajes o evoca situaciones quijotescas también populares. En cuanto a la popularidad de este libro clásico en el mundo de habla castellana y en otras naciones de habla extranjera, no quedan dudas. En Cuyo, como en tantos otros lugares de América y España, el Quijote durante siglos era -es- modelo de la lengua. En nuestro caso, conviene recordar el hecho de que Juan Cruz Varela, tan neoclásico en literatura y tan patriota en su pensamiento, situaba el Quijote en lugar prominente entre los modelos de la lengua98. A esto se agrega el carácter cómico de la obra   —176→   que siempre fue captado, hasta por los lectores culturalmente menos preparados.

El Quijote es la historia de un loco sublime. Es la exaltación del idealismo pero también es la risa escéptica y despiadada de los ideales. Con el Quijote se venera a España y, sin embargo, es también una crítica animada por la decadencia y el desengaño. Cervantes encarece su juventud heroica y, a la vez, se ríe de tales ilusiones. Parodia los libros de caballerías y simultáneamente ensalza la virtud del caballero. La ironía es patente, frecuente la sátira. El doble sentido y lo ridículo abundan pero no forman una retahíla; se dan en una obra de arte excepcional. Creemos que Godoy, desde su juventud, sin formación académica sistemática, autodidacto, supo captar y admirar esta eterna atracción del Quijote cervantino, fundada en su comicidad, su ironía, su sátira, su lengua, su enjundia.

Godoy, urgido por los problemas de la patria, necesitado de un discurso humilde y directo, es maestro consciente de su sencilla inspiración al servicio de una intención política:


Si a usanza de don Quijote
ando enderezando entuertos,
y para los desaciertos
es mi pluma un chafarote;
—177→
no creáis que por rencor
emprendo yo esta tarea,
es porque quiero que sea
mi pueblo un poco mejor;
aunque el ir contra el torrente
sea un trabajo imprudente99.



La obra de Godoy es por sobre todo testimonio y mensaje.