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ArribaAbajoSegunda relación anónima de la jornada que hizo Nuño de Guzmán a la Nueva Galicia.

Desde Culiacan hasta el río de Petatlan hay cincuenta leguas: dícese este río Petatlan, porque cuando llegamos allí los españoles vimos que eran todos los pueblos de los indios cobiertas las casas de esteras, a las cuales llaman en lengua de México petates, y por esta causa le llamamos Petatlan. En este río hay cantidad de gente, aunque no mucha: no alcanzan ropa de algodón, si no es algunas pampanillas y alguna manta muy gruesa; porque el vestido de ellos es de cuero de venados adobados, y el vestido que dellos hacen es coser un cuero con otro y ponérselos por debajo del brazo atados al hombro, y las mujeres traen sus naguas hechas con sus jirones que les llegan hasta los tobillos como faja, y otras no traen más de una pampanilla de algodón que será de un palmo en ancho y otro en largo, cuanto le tapa su vergüenza: todo lo demás traen de fuera, las tetas y brazos.

Los ritos que tienen son adorar al sol, y no tienen manera de sacrificio ninguno, ni comen carne humana. Son cenceños y dispuestos, muy bien hechos de piernas y de cuerpo, bien agestados, aunque son morenos: las mujeres muy morenas, y más feas que los hombres. Son muy grandes flecheros, porque no pelean con otras armas, si no es algunas porras que tienen hechas de un palo que llaman Guayacan, a la cual porra traen una manija de aquel cuero de venado adobado, que meten en el brazo: ansí la traen colgando desque andan flechando, e desque se les acaba las flechas o armas que traen, echan mano a la porra para pelear.

Desde este río hasta el de Tamachola hay veinte leguas; es todo arcabuco de Brasil, aunque no de lo muy fino, y en todo este arcabuco no hay poblado ninguno hasta el río.

En este río de Tamachola hay buenos pueblos e mucha gente; es de la lengua y calidad del pasado, en el vestir y ritos y en todo lo demás, y las casas de los mismos petates. En este río mataron a un capitán que se decía Hurtado, que el marqués del Valle envió dende México a que descobriese aquella costa para cuando él fuese con el armada que después hizo. Matáronle desta manera, que él llegó a la boca del río e traía necesidad de bastimento, y salió del bergantín con la gente que llevaba en él, que sería hasta quince o veinte hombres, e siguió el río arriba porque halló señales de indios en la costa, e por el rastro de los indios vino a sus pueblos, e como venían ganosos de comer e de reposar en tierra, descuidáronse en estar apercibidos, y en aquella noche que dormieron en tierra, los indios dieron sobre ellos e matáronlos, que no quedó ninguno; y ansí fueron a un español o dos que quedaron en guarda del bergantín, y también los mataron, por manera que no ovo quien llevase la nueva.

Cuando yo y los demás que veníamos descobriendo esta tierra hallamos grandes señales de haber llegado cristianos por allí, porque los indios traían sartas de los clavos de las cintas de los españoles al cuello y en los brazos por joyas, y en esta tierra no hay oro ni cobre, ni saben qué es, y por esto se conoció lo que era, y halláronse una o dos espadas sin guarniciones, y cuchillos y otras cosas, lo cual era de aquel capitán y cristianos que allí murieron; y aunque todo esto vimos, como no estovimos más de dos o tres días en este poblado, no se alcanzó el secreto dello, hasta la vuelta, que de una india que se tomó en un pueblo de la costa que estaba siete o ocho leguas deste río, a la cual interrogué mucho sobre un pedazo de capa de Londres nuevo que se halló en su pueblo con ella, que me dijese cómo lo había habido e dónde se había traído, la cual dijo que era de aquellos cristianos que habían muerto, y después se averiguó con muchos indios la verdad. El principio desta provincia de Tamachola habrá hasta la mar seis leguas: durará lo poblado della cinco.

Desde esta provincia de Tamachola fuimos por el río arriba treinta leguas hacia la cordillera de las sierras, que es a su nacimiento, porque tovimos noticia que había muy gran poblado, e muy buena tierra; y habiendo andado treinta leguas, dimos en una provincia que se dice Cinaloa, en la cual habrá veinte o veinte e cinco pueblos, de a ciento y de a doscientas e trescientas casas de aquellos petates o esteras. Llegaríamos allí a medio día, e habíamos andado bien seis leguas, porque como era despoblado e tierra llana e ir a la ligera, caminábamos mucho; y como los indios nos habían ya visto, algunos que andaban desmandados a caza fuera de lo poblado habían dado mandado, e hallamos fechos tres escuadrones a la entrada del primer pueblo, fuera de él al un cabo; y estaban tan callados y sin hacer visajes ni dar gritos como suelen hacer otros indios, que nos admirábamos dello, y por llevar los caballos fatigados de gran sol que hacía, porque esta tierra es muy caliente, y ser en la fuerza de la siesta, nos pareció que era bien no acometellos, si ellos no nos acometían, y así pasamos por medio dellos con nuestro fardaje y gente de pie, sin acometerlos ni que ellos nos acometiesen, y nos entramos en el pueblo; y los indios se estovieron un rato como espantados, y después movieron sus escuadrones, y se fueron el río arriba, y aquel día dormimos con buena guarda y recado, e las velas de pie prendieron cinco o seis indios aquella noche, porque ellos mismos se venían a las manos para entender y saber qué gente éramos y lo que queríamos, para llevar razón a sus caciques; entre los cuales se tomó un indio que después pareció ser cacique, o capitán, o persona muy principal dellos. Otro día para ver la tierra e ver lo poblado que había, salí con ocho de a caballo e con ocho o diez peones, el río arriba por un camino por donde los escuadrones habían ido, el cual dejaban tan ancho como un juego de bola, porque la gente según pareció iba en su orden y hecho su escuadrón, e la cantidad de la gente era mucha, porque como los escuadrones pasaban por aquel poblado, salían siempre muchos indios: e a tres leguas que había andado, habiendo pasado ya por tres o cuatro pueblos y todos los hallé despoblados, llegué a otro pueblo, e allí prendióse un indio, y paréme a informarme de él, e por dónde iba aquel golpe de gente, para ir a dar en ella; diciéndome el indio que cerca de allí estaban en un llano todos juntos, eché menos un español que faltaba de los de a pie, e así me ocupé en buscarlo, porque como éramos pocos e los indios no se encarnizasen en nosotros, tenía muy gran pena por el que faltaba y dejé de pasar adelante; e fue que lo quiso Dios encaminar, porque si pasara e diera en la gente, no pudiera dejar de correr muy gran riesgo, yo e los que conmigo iban, por ser la cantidad de la gente que estaba junta más de veinte mil hombres, y tan grandes flecheros como son, que dudo en todas las Indias haber otros tales, e así lo tovimos todo por misterio, según después vimos; y de aquí me volví al real, y hallé al español que se había perdido, que según parece en el primer pueblo que dí se había desmandado y se había vuelto. Con este indio que yo en esta jornada prendí se enviaron a llamar de paz los caciques, e vino uno e trujo consigo setecientos y tantos indios todos en hilera, sin traer ninguna cosa en las manos, más de una caña verde cada uno con sus hojas delgada, y en llegando a donde estábamos las ponían una sobre otra en el suelo, y esto era en señal de humildad, porque entre ellos acostumbran venir desta manera. Después de haber llegado todos y héchose una rueda dellos, soltáronse los que estaban presos, entre los cuales estaba uno que pareció ser persona principal, y se puso en pie en medio de la rueda de los indios, que todos estaban en cluquillas, y empezó a hablarles una habla que duró más de una hora, en que preguntando yo a la lengua, qué era lo que aquel decía, respondió que decía a los indios la grandeza de los españoles, e que se juntasen todos e se volviesen a sus casas, e otras muchas cosas. Después de haber estado en esta plática, los principales dijeron que para poder mejor servir, querían estar cerca de los cristianos, que dónde tenían su asiento; y el capitán les mandó donde ellos quisiesen a una parte del pueblo, y así se pusieron en otro cuartel junto a nosotros, y fueron e trujieron sus mujeres e hijos e otra más cantidad de gente. Estos indios, por lo que después se pasó, se pusieron aquí con traición, porque entre ellos ovo acuerdo que se pusiesen tan cerca aquella cantidad de indios, e los que entraron secretos, estando allí e viéndonos descuidados podían dar en nosotros so color de amistad, y así estovieron allí más de treinta días, porque como entraron las aguas de golpe, estovimos en este asiento más de cuarenta días, que no hizo tiempo de poder salir de allí. La orden que estos indios tenían en hacer su guarda era esta: cada cuarto velaban cincuenta indios dellos con sus arcos y flechas en las manos, y estos estaban uno delante del otro, la rodilla hincada en el suelo, y una flecha puesta en el arco, y el arco armado a los pechos, para estar presto a tirarle, y rendían cuando los españoles. Vista esta orden, y celosos de lo que había sucedido, y la mucha gente que allí estaba y orden que tenían, y los pocos que nosotros éramos, nos mirábamos mucho, y que cada cuarto rondaban dos de a caballo, por manera que nunca los indios vieron lugar para que oviese efecto su mala intención, y ansí acordaron un día de irse, visto cuán poco les aprovechaba su diligencia, y la noche antes enviaron sus mujeres y mucha parte de los indios, y otro día en amaneciendo, los indios que quedaban arremetieron a huir para un monte que cerca de allí estaba; e visto que huían sin saber por qué, cabalgamos algunos de a caballo, e se tomaron algunos, de que se supo el secreto que tengo dicho. Estos indios sirvieron tan bien de caza, e palomas, e tórtolas, e liebres, e otras cosas que mataban con los arcos, que mantenían toda la gente del real; y estos se quisieron seguir que los de abajo se habían seguido cuando mataron a Hurtado, pensando que ansí nos descuidáramos como hicieron aquellos; lo cual hicieran si no fuera por las buenas rondas y velas que siempre tovimos sobre ellos.

Desde que las aguas ovieron aplacado algo, pasamos este río de Tamachola e andovimos treinta leguas por tierra despoblada e sin camino, la vía del Sur, en que no fallamos fuentes ni arroyos ningunos, porque esta tierra como es llana es muy seca, si no es algunas lagunas que habían quedado del tiempo cuando llovía replena el agua, y de aquella bebíamos; e así allegamos a otro río que se dice Mayo, el cual estaba menos poblado que este de Cinaloa, aunque había un buen pedazo de poblazón. Estos indios hicieron alguna muestra de aguardar de guerra, e salieron algunos a flechar los cristianos; mas luego huyeron, e ansí entramos la tierra e nos entramos en un pueblo. La gente deste río es del mesmo arte de la de Cinaloa, y de la misma lengua, e ansí tienen las comidas e todo lo demás. Aquí acordamos los puercos que llevábamos vivos por ir más a la ligera hacerlos tocinos; y como hacía calor por habernos abajado a la mar, y ellos ir gordos, se ahogaban. Los hicimos tocinos, los cuales no poco provecho nos hicieron, que si no fuera por ellos, dudo yo poder vivir los cristianos, porque no había otra comida sino maíz e frisoles: aunque había alguna caza en los campos, no había con que matalla, y no había espacio.

En este río tovimos noticia de otro que estaba de allí siete o ocho jornadas, que era muy poblado, según los indios decían, e que nos habían de matar a todos, si allá íbamos, y así pasamos este río con balsas, y llevando un brezo indio por guía, porque no había camino, nos partimos e caminamos siete días sin hallar poblado, y había día que andábamos cinco o seis, y el postrero día que allegamos al río de Yaquimi andovimos siete. Este día se nos ahogó alguna gente de la de servicio de sed, y se ahogara más si no fuera por unos cardones a manera de tunas que hay en aquella tierra, e cortábamos con las espadas unas rebanadas, y con el zumo se sustentaba algún tanto la gente, porque en todas siete leguas no se halló agua. Este día que llegamos a Yaquimi era día de Nuestra Señora, e por ser tarde nos quedamos desviados desta banda del río buen pedazo, y otro de mañana entramos en el arboleda que va por él, que tendrá tres cuartos de legua, todo de álamos blancos; y como estábamos cerca de poblado habíamos hallado camino, y pasamos el río por un vado, sin resistencia de indios; y en pasando el río hallamos un pueblo pequeño, sin gente ninguna, y de él salía un camino muy ancho el río abajo, y seguimos por él, y dende a un poco que habíamos andado, los que iban delante del real descobriendo, volvieron a decir como había gente de guerra que nos estaba aguardando; y ansí juntamos toda la gente del fardaje, y tomándola en medio de la avanguardia y retaguardia caminamos hacia los indios de guerra, los cuales estaban en un gran llano que duraría legua y media, y como nos vieron comenzáronse a venir para nosotros muy denodados, y echando puños de tierra para el cielo, y temblando los arcos y haciendo muchos visajes. Entre ellos venía un indio más señalado que los otros porque traía un sambenito negro como escapulario, el cual traía sembrado por él de conchas de perlas muy labradas, e que traía muchos perrillos, pájaros e ciervos e otras muchas cosas, e como era por la mañana e el sol daba en él, relumbraba a manera de plata, y este traía su arco y carcax de flechas, y una porra muy bien labrada en la mano, y venía regiendo la gente. Llegámonos los unos de los otros tanto como dos tiros de piedra; y como estovimos tan cerca, este indio que a los otros gobernaba se adelantó de todos e con el arco hizo una muy larga raya en el suelo, e se hincó de rodillas en ella e besó la tierra, y después de hecho esto se levantó, y parado él e su gente comenzó a hablar diciendo que nos detoviésemos, y que no pasásemos aquella raya que él había hecho, porque si la pasábamos nos matarían a todos, y entendido el capitán les dijo con la lengua, que no íbamos a hacerles daño ni mal, que antes los queríamos por amigos e queríamos paz, que se volviesen a sus casas, que nos trujesen bastimento e de lo que tenían, que no les haríamos daño ninguno, que no íbamos sino a ver aquella tierra; y a esto respondieron que ellos eran contentos de traernos de comer, que nos asentásemos, e que atarían con unas cuerdas que ellos traían los animales, que eran los caballos que nosotros teníamos, y a nosotros también, e que después de atados nos traerían de comer; y luego se empezaron a desatar unas cuerdas que traían ceñidas para este efeto, y a tener entre ellos muy grande orgullo; y visto esto nos pareció que debíamos de dar en ellos antes que ellos nos flechasen, e asestóseles un tirillo que llevábamos de campo al mayor golpe dellos, e en soltando el tiro dimos el Santiago sobre ellos. Estos indios pelearon tan bien e tan animosamente como he visto a indios después que en Indias estoy, e a ningunos he visto pelear tan bien como ellos, e si no los tomáramos en tierra tan llana y apacible, nos hicieran muy mayor daño del que nos hicieron, aunque fue harto, que hirieron doce caballos e mataron uno, e no llevábamos sino diez y siete por todos, y con el ayuda de Dios los desbaratamos, e nos volvimos a aposentar al pueblo que primero habíamos hallado, donde se curó de los cristianos, que había cinco o seis heridos, e de los caballos. Este río es muy poblado y de mucha gente, y los pueblos del arte de los de Cinaloa y de Mayon, aunque son mayores y de más arte. Por orilla deste río viene una cordillera de sierra que nace de la principal y entra en la mar, a mi parecer más de veinte o treinta leguas; y según después ha parecido desde esta sierra se hace el ancón que viene a parar la punta a Xalisco, que son doscientas leguas o más, que es donde Ortun Jiménez, el capitán que se le alzó al marqués, murió; a la cual tierra llamaban isla, porque como iba por aquel ancón adelante y entraba en la mar, parescióles que no podía ser tierra firme, hasta que después se fue a ella.

Después, de haber curado los cristianos y caballos heridos, con deseo de pasar adelante, tovimos lengua de otra provincia que el nombre no se me acuerda, que está hacia la sierra principal el río arriba, e idos allá hallamos que estaba destruida de los indios de Yaquimi, que le habían dado muy gran guerra, e no hallamos bastimento para podernos sustentar, e ansí nos volvimos adonde primero habíamos tenido real, y desde allí fuí yo con ocho de a caballo hasta la mar, creyendo que pudiéramos ir de luengo de la costa e que pudiéramos bojar aquella sierra, por donde vi claramente la vuelta que hacía por la mar adentro, e visto que no había camino e que era todo manglares e tierra muy áspera, me volví, e visto que no podíamos pasar esta cordillera sin mucho riesgo, por ser, como éramos, pocos, acordamos de volvernos a Culiacan donde llegamos víspera de Pascua de Navidad.

La demanda que llevábamos cuando salimos a descobrir este río era las Siete Cibdades, porque el gobernador Nuño de Guzmán tenía noticia dellas, e de un río que salía a la Mar del Sur, e que tenía cuatro o cinco leguas en ancho, e los indios tenían una cadena de hierro que atravesaba el río para detener las canoas e balsas que por él viniesen, e era gente muy belicosa, e hallamos lo que tengo dicho.

Llegados a Culiacan hallamos alzada la tierra, e que los indios habían muerto muchos cristianos, y sin ningún bastimento de pan, porque como los cristianos en esta villa no tovieron donde sembrar al principio, halláronse en blanco, y repartíase por puños el maíz que habían de comer, y algunos dellos lo dejaban de comer y lo sembraban con sus manos, porque hay muy buenas tierras, por no verse en la necesidad que adelante se les aparejaba, la cual fue muy grande, e si no fuera por el socorro que de Xalisco se les hizo, se despoblara el pueblo; por donde parece claro que es menester que todas las tierras que se pueblan, al principio hacerse muchas sementeras, porque desto redunda muchas cosas que aquí podría decir.

Desde el río de Petatlan hasta el de Yaquimi es todo de una gente, como tengo dicho: no hay frutas, ni batatas ni otras cosas que les parezca, como es yuca y otras cosas que los indios de por acá suelen tener, sino es solamente aquellos melones, maíz a frisoles a otras semillas menudas de que hacen pan: no beben chichas ni tienen magueyes. Ya he dicho que no sacrifican, ni tienen ídolos, sino que adoran al sol a manera de gentiles. Son muy grandes flecheros, muy astutos en la guerra: no dan grita cuando dan batalla como otros, sino callando ponen sus espías y centenelas como nosotros. La habla de ellos es a manera de tudescos: es gente para mucho trabajo, porque todo su ejercicio es caza, con aquellos arcos irse siete u ocho leguas a ellos, y allá hacen su lumbre, y comen de aquella carne que cazan. Hay en lo de Yaquimi algunas vacas que hay en lo que el virey descobrió, e muy grandes ciervos como los de España. El brebaje que tienen es de unos árboles que tienen que se dice mezquites, que dan unas algarrobillas delgadas, y májanlas en unos almireces de palo que tienen grandes, y aquello mezclan con agua, y otras cosas de que hacen su brebaje para beber.

Andan algunas mujeres desta tierra herradas en la barba como moriscas, y los labríos bajos. Los hombres traen algunas labores hechas de lo mismo, con navaja e tinta negra algunos. Es tierra toda esta muy sana e muy llana. Hay desde la mar hasta la sierra de la cordillera principal treinta o cuarenta leguas, todo tierra llana. Hay en los ríos muchos pescados, e principalmente bagres, que hay en mucha cantidad. Es tierra muy seca como tengo dicho.

Ya se ha contado la necesidad que la villa de Coliacan tenía cuando a ella volvimos, que con que se sustentó la gente fue con el mucho pescado que tenían, e ciruelas e maguey, de que se hace una conserva que es muy buena para comer. Esta villa de Coliacan se dice San Miguel: está poblada en un valle que se dice Horabá dos leguas de la mar: sube la creciente hasta la misma villa, por un río que por ella pasa: atájase allí el río con un zarzo de cañas, y hacen un ingenio para tomar pescado, que aunque fuese allí otra Sevilla, bastaría a bastecerse de lo que allí se toma de lizas y otros géneros de pescados muy buenos. Este valle es muy abundante de frutas, especialmente cirolares, que hay en tanta cantidad como en la Andalucía olivares, y aprovéchanse los indios de hacer vino de aquellas ciruelas. Solía estar esta villa cinco leguas más arriba, y pasóse allí por haber mejores tierras para las sementeras: es tierra de muchos mosquitos. Entre estos indios hay muchos bujarrones: no tienen manera ninguna de sacrificar, aunque hablan con el demonio. Es gente bien tratada; cárganse con aquellas balanzas que arriba tengo dicho.

Vista la necesidad en que esta tierra estaba, yo fuí a dar cuenta al gobernador Nuño de Guzmán de lo que en la jornada se había hallado, e de la necesidad en que aquella villa de San Miguel estaba, e salí con ocho de a caballo a la villa del Espíritu Santo, que había poblado Barrios en el río de Quezala, que es en la provincia de Chametla, la cual hallé en tanto trabajo como la otra estaba; porque como la tierra estaba alzada, y habían muerto al capitán, que se decía Diego de la Cueva, que era de Úbeda, e a otros muchos cristianos; e así pasé de allí e llegué a Xalisco, e hallé que Nuño de Guzmán era ido a visitar la villa de San Luis, que estaba en Huxitipa, e ansí me partí para allá. Llegué a la villa de Guadalajara, que es en la provincia de Tonalá, día de Carnestolendas; y de allí me partí e llegué a la villa de San Luis, Semana Santa, y hallé al gobernador que estaba ya de camino para volverse, e por ir yo tan fatigado del camino me quedé allí a descansar, que no pude volver con él, que se partió segundo día de Pascua, donde subcedió como los de Pánuco vieron vuelto al gobernador Nuño de Guzmán, que hasta allí había sido gobernador de Pánuco tan bien como de aquello, e ya no lo era, porque el rey había mandado que Pánuco estoviese debajo de la gobernación de los oidores de México, como a la sazón estaba, parecióles que era bien salir a visitar la tierra e por fuerza hacer que ciertos repartimientos de indios que el gobernador Nuño de Guzmán siendo gobernador de Pánuco había quitado a los vecinos de allí e los había dado a los vecinos de Huxitipa, porque estaban más cerca que no de Pánuco, tornarlos a tomar e hacerles que volviesen a servir a Pánuco, creyendo que el capitán que en Huxitipa estaba e los vecinos della, no serían parte para defenderlo, salió uno de los alcaldes que a la sazón era, que se decía Ortega, por capitán, e con doce o quince de a caballo e otros quince o diez y seis peones; e siendo avisado Pedro de Guzmán, que era el teniente de la villa de Huxitipa, de la salida desta gente e de su intención, salió a resistillo con seis de a caballo e cuatro peones, el cual tuvo tanta ventura, que habiendo reencuentro con ellos en medio de una plaza del primer pueblo que ellos venían a tomar, los desbaratamos e prendimos al Ortega y tomamos las armas a todos los demás: sobre lo cual vino un pesquisidor del audiencia, y dieron por bueno lo que Pedro de Guzmán había hecho e condenaron a los de Pánuco, porque después de haber pasado esto y de volver desbaratados, se juntó toda la otra gente que en Pánuco quedaba e con los que fueron después e vinieron a la villa de Huxitipa a soltar al alcalde e a todos los demás que con él se habían prendido.

(Original).