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ArribaAbajoPoesía épica o narrativa


ArribaAbajoArtículo primero


ArribaAbajoEpopeya o poema épico

P. -¿Qué es la Epopeya o poema épico por excelencia?

R. -La relación poética de una empresa esclarecida, que generalmente tiene un interés peculiar para la nación en que se escribió.

P. -¿Cuál es el fin del poema épico?

R. -Buscar el bello ideal del hombre en sus cualidades físicas y morales, enajenar el ánimo pintándole un universo maravilloso, presentarle acciones elevadas y heroicas, mostrar los felices efectos de la práctica de la virtud y los desastres que los crímenes y vicios ocasionan; como también dar a conocer a un pueblo sus antiguos fastos y aun difundir las ideas particulares del poeta sobre el hombre y la creación.

P. -¿No han considerado algunos la epopeya como una instrucción disfrazada con los hechos de hombres ilustres, de la misma suerte que usa el apólogo de los de irracionales?

R. -Sí señor y es una de las ideas más erróneas que haya podido inventar una crítica falsa y sistemática. Mal alcanzaría el nombre de poeta épico el que la acogiese; el que al contrario no se inflamase con el aspecto de un gran cuadro de acciones y personajes, no se poseyese de él eficazmente, ni lo trasladase a su composición con toda la naturalidad y calor posibles. El sentimiento de grandeza y admiración debe inspirar el poema, el mismo sentimiento ha de presidir a su ejecución y ha de ser el efecto inmediato que cause su lectura. Aunque de los hechos épicos, como de la mayor parte de los acontecimientos reales pueden deducirse máximas y lecciones, en nada piensan menos los épicos que en servirse de sus poemas como de un envoltorio para aquellas, pues lo que les mueve a escribir es la fantasía inflamada por un hecho interesante; el que este enseñe alguna cosa al entendimiento es un resultado imprevisto y secundario.

Parece que fue Anaxágoras el primero que supuso que la Ilíada no era más que una grande alegoría; el P. Le-Bossu el que ha explanado esta idea con más detención. «Homero, dice el último, vio a los Griegos divididos en un sin número de estados independientes y precisados a unirse muchas veces en un solo cuerpo contra sus enemigos comunes. La instrucción más útil que podía darles en tal situación, era hacerles ver que la falta de armonía entre los príncipes es la ruina de la causa común. Para corroborar esta instrucción trazó en su mente una historia general de esta naturaleza &c... Sobre este plan importaba muy poco que Homero hubiese empleado nombres de animales o de hombres. De cualquier modo hubiera sido igualmente instructivo.» La penúltima frase acaba de indicar lo poco que afectaban a Le Bossu las bellezas de Homero; el que sepa leer dos páginas de la Ilíada, y compare luego la impresión poética que recibe con la didáctica que exige la suposición de Anaxágoras, conocerá la falsedad y la pedantería de la última. El cantor de Aquiles más aspiraba a ser el cronista que el pedagogo de los Griegos y aún se cuenta que viajando con su amigo Mentes se enteraba de todas las tradiciones locales o particulares a cada país, y guardaría en la memoria circunstancias de poca monta en sí mismas, pero interesantes en cuanto le revelaban el carácter de sus héroes y la historia de su patria.



P. -¿Qué propiedades han reconocido los críticos en la acción de las mejores epopeyas?

R. -La de ser una, grande e interesante.

P. -¿Qué se entiende por unidad de acción?

R. -Que todos los hechos que se refieren en el poema, conspiren a la consecución de un mismo fin. No basta que el poeta se limite a las acciones de un solo hombre, o a las que acaecieron en cierto período de tiempo, sino que la unidad debe estar en el hecho mismo y nacer de la conjuración de todas las partes en formar un todo completo. La unidad de la acción épica es tal vez comparable a la de un árbol, cuyas varias y hojosas ramas nacen de un mismo tronco, viven de una misma vida y contribuyen a formar la única configuración del conjunto.

P. -¿Qué son episodios? ¿los excluye la unidad de la acción épica?

R. -Son ciertos incidentes o acciones secundarias anejos a la acción principal, aunque no tan esenciales, que si se omitiesen quedase esta destruida. Deben introducirse naturalmente, tener suficiente conexión con el interés primario del poema y ser amenos y variados. Tanto en la acción como en los episodios los grandes épicos nos ponen a la vista todos los aspectos del hombre físico y moral, las costumbres e instituciones de los diferentes pueblos, y los conocimientos religiosos, astronómicos y físicos de su siglo.

P. -¿Cuál es la segunda calidad de la acción épica?

R. -Que sea grande, que reúna todo el esplendor e importancia suficientes para llamar la atención de los lectores, al mismo tiempo que para justificar la magnificencia y maravilloso aparato de que la reviste el poeta.

P. -¿Hay alguna circunstancia que contribuya de un modo particular a la grandeza de la acción?

R. -Sí señor, y es la que haya tenido lugar en una época algo lejana a la del poeta, lo que da lugar a alterar circunstancias, llenar los vacíos de la historia, y dar a los héroes la grandiosidad que la tradición les atribuye y que nos hallamos inclinados a conceder a los hombres que vivieron en remotos siglos, y a admitir mayor número de circunstancias maravillosas y sobrenaturales.

P. -¿Qué nombre se da a estas circunstancias?

R. -El de máquina épica. La máquina o maravilloso, casi esencial a la epopeya, debe usarse con sobriedad y ser acomodada a las creencias del siglo en que vivieron los personajes que se celebran, y de una manera u otra comprensible para los lectores a quienes se destina. Si el maravilloso de la epopeya se funda en el cristianismo se evitará el profanarlo, y aún en muchos casos será preferible echar mano de su influencia invisible y eterna que de la visible y especial.

P. -¿Bastará que la acción sea grande para que logre interesar?

R. -Será necesario que nada odioso renueve al pueblo para quien se ha escrito, sino que le recuerde una época gloriosa, un héroe favorito, &c.

P. -¿Cuál es la clase de caracteres que deberá pintar el poeta épico?

R. -Los caracteres imaginarios pueden dividirse en dos clases: caracteres abstractos y caracteres reales. Los primeros son meras personificaciones de vicio, virtud, valor, amor, &c.; contienen los segundos la mezcla de buenas y malas cualidades, de afectos de distinta condición que se advierten en la naturaleza real. A los últimos, únicos verdaderamente humanos y significativos debe atenerse el poeta; observar y pintar los delicados matices que distinguen las personas de un temple semejante; representar al hombre con las aparentes inconsecuencias de su conducta; indicar en su móvil aspecto las huellas de las varias y encontradas pasiones.

P. -¿Es indispensable que en la epopeya haya un héroe que descuelle sobre todos los demás?

R. -Bien que no se hable continuamente de un mismo personaje, uno debe haber en quien se concentre el mayor interés, por quien sienta y comunique el poeta una singular predilección y cada vez que lo ponga en escena parezca que el estilo y la fantasía adquieran nueva frescura y cobren más poderosos bríos.

P. -¿Será preferible que el poema tenga un término feliz?

R. -A lo menos que la principal empresa se lleve a cabo para que no produzca en el ánimo un penoso desaliento; lo que no se opone a que la suerte de algunos personajes deje una impresión de apacible tristeza, tan acorde con el temple del corazón humano.

P. -¿Cuáles son los poemas épicos o epopeyas a que ha dado la primacía la opinión de la posteridad y la de generalidad de los inteligentes?

R. -La Iliada y la Odisea de Homero, la Eneida de Virgilio, el Orlando furioso del Ariosto, la Jerusalén libertada del Tasso y el Paraíso perdido de Milton.

El asunto de la primera es la contienda entre Aquiles y Agamenón sobrevenida durante la guerra de Troya, cuya caída retardó; la Odisea comprende los viajes y aventuras del capitán griego Ulises después de la destrucción de aquella ciudad, hasta su llegada al reino de Itaca y a la mansión de sus padres. Tales son los asuntos de los dos libros en que se gloría la antigüedad griega y aun el espíritu humano, que jamás escritor mortal ha aventajado y que fueron los maestros, no de los poetas tan solo, sino también de los oradores, historiadores, filósofos y legisladores de los Helenos. Tales son los poemas épicos por excelencia, y los únicos tal vez que llenen cumplidamente las condiciones de este género de poesía, si bien es cierto que al asignarlas, los críticos se han atenido sobrado servilmente a las formas usadas por Homero, sin prestarse a reconocer las demás posibles y hasta cierto punto necesarias para otros pueblos y otros asuntos.

Es Homero un genio libre, vasto y original; sencillo y grande como la naturaleza; como ella variado y fecundo, y dotado en alto grado del don de percibirla inmediatamente con fuerza y claridad. Ni debemos suponerle otros modelos ni precursores que las tradiciones populares y religiosas que de boca de sus compatriotas recogiera, las observaciones que le ofrecieron sus aventuras y viajes propios, y los informes cantos de otros poetas que le precedieron indudablemente. La acción expuesta en sus libros y hasta su misma existencia pertenecen a aquella época que llamarse puede la aurora de las naciones, en la cual ricas estas de fuerza y esperanzas y llevando en su seno gérmenes fecundos, conservan no poco de su primitiva rusticidad y cierto carácter sencillo e infantil; época por lo ingenuo de sus virtudes, por lo desembozado de sus pasiones, por la simplicidad de sus costumbres y por su excesiva credulidad la más adecuada a la poesía épica. Por otra parte los héroes cantados por Homero no son los caudillos de una raza obscura, destinada a no dejar en pos otra nombradía que la adquirida en una feliz y sangrienta jornada, sino los predecesores del pueblo más ricamente dotado por el cielo y que este eligió por depósito de la civilización oriental, y por cuna de la europea.

Su simplicidad, propia de unos tiempos en que no saciado aún el gusto no necesitaba para avivarse de compuestos artificiosos; la serenidad de su concepción y estilo, don común a los mejores escritores griegos; la imparcialidad poética que le obliga a pronunciar con tanto respeto como los de su pueblo los nombres de los héroes enemigos; su método natural, vivo y dramático, tal vez se podrán reconocer en el siguiente fragmento, que a aquellas cualidades generales añade la de contener una de las situaciones interesantes para la fantasía y sublimes para el alma que abundan en Homero.

«Dichas estas palabras, remontose Mercurio al alto Olimpo: bajó Príamo del carro, dejando allí a Idoeo que quedó guardando las mulas y los caballos. El anciano se dirigió por la senda más breve a la mansión de Aquiles, querido de Júpiter, y hallole en el interior; afuera estaban sus compañeros excepto el héroe Automedón y Alcimo, raza de Marte, que le asistían: acababa de comer y de beber y se hallaba aún junto a la mesa. No repararon en el gran Príamo hasta que allegándose, cogió las rodillas de Aquiles y besó aquellas manos terribles, homicidas, que habían dado la muerte a muchos de sus hijos... Quedó absorto Aquiles contemplando a Príamo, semejante a los Dioses; pasmados los demás, mirábanse uno a otro, hasta que Príamo rogó a Aquiles con las siguientes palabras: "Acuérdate de tu padre, ¡oh Aquiles semejante a los Dioses! Como a mí la edad le agobia y como yo toca al último límite de la vejez. Quizá en este momento le oprimen poderosos enemigos y se halla sin quien le defienda. Mas en cuanto sabe que tu existes se regocija en el fondo del corazón; todos los días espera ver a su hijo que regresa de Troya. Yo empero, triste de mí, de tantos hijos como contaba en la poderosa Ilión, pienso que ni uno me queda. Cincuenta tenía, cuando se aproximaron los hijos de Grecia, diez y nueve de un mismo seno y los demás de diferentes cautivas: la mayor parte hoy abatidos por el implacable Marte. Uno había que, solo, defendía a sus hermanos y a Troya, al que acabas de matar cuando combatía por su patria... Héctor. Por él me he llegado a la armada griega; vengo a rescatar su cuerpo y te daré en cambio innumerables dones. Respeta a los Dioses, oh Aquiles; ten lástima de mí y acuérdate de tu padre. ¡Oh! ¡cuán infortunado soy! nadie se ha visto en este exceso de miseria: beso las manos que han muerto a mis hijos." Dijo, y el recuerdo de su padre hizo llorar a Aquiles, y tomándole la mano, apartó suavemente al viejo, &c.»

Imitador de Homero y como tal muy apartado de su originalidad y fuerza, bien que en otras cualidades compita con él, fue el latino Virgilio, que se valió para argumento de su poema de la tradición romana que hacía remontar el origen de su estado al héroe troyano Eneas. Este asunto le dio lugar a poner en escena los héroes celebrados por Homero y enlazó las aventuras del suyo, por medio de un feliz anacronismo, con la suerte de Dido, fundadora de Cartago después rival vencida de Roma. Mas a pesar de tan singulares ventajas, de fundarse el poema en una tradición patriótica y de no perderse en él ocasión de recordar las glorias nacionales, no pudo en manera alguna ser popular como el de Homero, inspirado por la tradición oral, ni transmitir como este a la posteridad los fenómenos de la vida de un antiguo pueblo. Distínguese el genio de Virgilio por un temple tierno, delicado y patético y por cierta tendencia a revestir los objetos de un velo melancólico (circunstancias poco comunes en los poetas del paganismo); y uno de sus mayores méritos, en el cual nadie tal vez le ha aventajado, estriba en la limpieza y tersura de la ejecución, en la bella dignidad y amable nobleza de estilo, en un encadenamiento de altos y agraciados conceptos y de sonidos y números dulcísimos y majestuosos.

En época no muy posterior, pero bien distinta de la de Virgilio floreció Lucano, poeta original, contaminado ya del mal gusto y afectación que se habían apoderado de la romana literatura. Cantó en su Farsalia los últimos días y la caída de la libertad republicana, y por este asunto inmediato a su época y acaecido en una muy conocida y sobremanera culta, al mismo tiempo que por el temple de su alma escéptica y estoica, y por las propias prendas de su estilo, más enérgico y austero que risueño y ameno, consiguió versificar una historia poética y animada, que no un verdadero poema épico.

Las razas que destruyendo el imperio romano renovaron la faz de Europa tuvieron una epopeya propia en su Niebelungen; pero los pueblos nacidos del caos de la época bárbara no poseyeron un Homero que reuniese y fecundase los abundantes elementos épicos que sus novelas, baladas y crónicas ofrecían; hasta que mitigado el primitivo entusiasmo, debilitadas las creencias, desvirtuadas las antiguas instituciones nació el que hubiera podido serlo en época algo más remota, en corte no tan liviana como la de Ferrara, y tal vez con ánimo un tanto más sesudo: Ariosto. Celebró los héroes del ciclo de Carlomagno, valiéndose un tanto de las narraciones versificadas por los franceses en los dos siglos anteriores y siguiendo el metro y mejorando el estilo de otros poetas ferrareses que le precedieron, pero que por lo mediano de su talento parecen no haber nacido sino para preparar y abrir al paso al Ariosto: coincidencia singular, aunque no la única en los anales de la poesía.

Despreció el Ariosto el precepto fundamental de la unidad de acción, y si alguna regularidad de plan se propuso de antemano, su fértil fantasía rompe acá y allá los términos señalados y se abre paso a nuevos e inesperados incidentes. En su manera alterna lo cómico con lo tierno y sentimental, lo vulgar con lo maravilloso y con lo moral lo demasiadamente libre. Mas sea cual fuere el estilo que adopte, jamás suelta la varilla mágica que a nuestros ojos pone las campiñas y los castillos, los campamentos y las regiones encantadas, el sonriso de las doncellas y el ceño de los guerreros; y en la franqueza, facilidad y gracia de estilo es único e inimitable.

El asunto de la justamente célebre Jerusalén libertada de Torcuato Tasso se cifra en la conquista de la santa ciudad por las huestes cruzadas, y es el que mayor interés puede ofrecer a las naciones modernas, como que abraza la más esclarecida acción llevada a cabo en nuestros siglos heroicos. Aunque el poeta de Sorrento no pudo como Homero recoger los pormenores del asunto de la tradición oral, se esmeró en conocer por medio de crónicas e historias las particularidades del país, las costumbres y hechos de los héroes y los incidentes de la famosa expedición. Comprendió lo grande del carácter de esta, enlazola con lo maravilloso y con lo celestial como la naturaleza de su religioso objeto y la de los tiempos en que se emprendió, requerían; y puso de su parte un tono sentimental y elegíaco no desacorde con el carácter de los antiguos caballeros. Cítase el poema del Tasso como modelo de composición, de unidad al mismo tiempo que de variedad, de orden y de riqueza épica, y por lo que toca a caracteres créese que el del prudente Godofredo, el del apasionado Reinaldo, el del generoso Tancredo y los de la dulce Herminia, de la encantadora Armida y de la sensible Clorinda ofrecen reunidos y contrastados una animación que no se queda atrás de la producida por los héroes de Homero; y que a los de este exceden aquellos por una idealidad, ternura y pureza debidas a la influencia de la verdadera religión. Tamañas prendas, tanta grandeza en la concepción están en parte ofuscadas por las cualidades de la exposición o estilo que cuando debiera ser patético pasa a artificioso y alambicado, y aunque elegante y expresivo, es algún tanto trillado y común, y se halla muy distante de la originalidad, de la fuerza, del amor a lo grande y de aquella percepción inmediata a la naturaleza que distinguen al padre de la Epopeya.

Contemporáneo de Tasso fue el portugués Camoens, y aún le precedió en la publicación de su poema o de sus Lusiadas, cuyo principal objeto es celebrar el descubrimiento de las Islas orientales, bien que ya en aquel título descubre su intento de publicar todas las demás glorias de su patria. Un profundo afecto a esta, un incesante y poético entusiasmo de gloria y de amor distinguen al cantor de Vasco de Gama, y cítanse algunos trozos de su poema dignos de Homero por lo sublime. Critícasele con harta razón la absurda mezclanza de las fábulas paganas y de los dogmas del cristianismo.

Cuando desaparecían de Europa los últimos vestigios de las costumbres heroicas, cuando la poesía degenerada iba convirtiéndose en órgano de la adulación y de la cortesanía, en el seno de una revolución desoladora y de una secta enemiga de las bellas artes, nació Milton, quien desdeñándose de celebrar las expediciones guerreras y la caída de los imperios, remontándose en alas del genio, e inspirado por la poesía sacra, osó cantar la creación, los primeros días y la caída del padre del linaje hermano. En este asunto es todo maravilloso, la menor acción importante, fértil en enseñanzas y llena de resultados para el porvenir de la humanidad; ni a este asunto quedó inferior el poeta inglés, ni lo quedó en lo posible a las sublimes y concisas líneas del texto sagrado que sirvieron de fundamento y de plan para el Paraíso perdido. Parece poseer Milton una verdadera intuición de los primeros días del mundo; en invención, grandeza y sublimidad es el único épico comparable al cantor de Aquiles y de Ulises, y a pesar de sus grandes irregularidades en pocas partes le cede y en algunas le aventaja. Bellísimas especialmente son sus descripciones de Satanás, de las primeras pláticas y de los amores de Adán y Eva, de su caída, de su posterior asombro, de su conciliación y arrepentimiento &c.

En la época en que la literatura inglesa servía de modelo a la alemana, se prescribió Klopstock el más elevado de los asuntos: la vida y pasión del divino Redentor, siguiendo en parte el ejemplo y las huellas de Milton. Aunque desprovisto de su genio creador, logró aquel formar una obra grandiosa, en que domina un sincero espíritu de piedad, un recogimiento poético y un sentido noble y sublime.

Largo espacio y hasta un tratado aparte menester serían para dar una idea de la singular y extraordinaria creación que brilló como un sol en el cielo de la edad media; de una de las pocas obras que no reconocen modelo y de la única que no consiente imitadores; de la augusta composición teológica inspirada por el amor a Beatriz; del sacro poema en que pusieron mano cielo y tierra; de la Divina Comedia del Dante. Tan extraño título puso a su obra el poeta florentino, y cierto que si por su extensión material, por la idea primaria, por lo grandioso de la concepción y por su disposición y diseño inmenso y simbólico se parece a la poesía épica, compónese también de mil y mil sublimes aunque reducidos dramas de ira, de terror, de ternura y de beatitud. Y en esto se asemeja a las fachadas de las antiguas catedrales que en sus innumerables espacios y comparticiones ofrecían emblemas de devoción, coros angélicos, imágenes santas, pasos ejemplares, castigos eternos, monstruos horribles; pero en que tantas y tan diversas representaciones conspiraban a un solo fin y se reunían y confundían en el grandioso delineamiento del conjunto.

Entre las obras de mayor nombradía que pertenecen al género épico o que holgadamente a él pueden reducirse, falta solo mencionar el Telémaco de Fénelon, genio puro y apacible la Henriada de Voltaire, cuya máquina fundada en personificaciones de ideas abstractas indica por sí sola su tendencia filosofadora y anti-poética, y el Poema de los Mártires hermoso producto del profundo estudio que en las antigüedades gentil y cristiana ha hecho el ilustre contemporáneo Chateaubriand.



P. -¿Qué poema épico podemos oponer a los de los antiguos, ingleses e italianos?

R. -Ninguno, en vano nuestros críticos y poetas han demandado a Apolo que tuviese a bien inspirar una epopeya española; el Dios se ha negado y tal vez no le era dable acceder. Desde el antiguo Lucano, español también, la manía de poetizar la realidad histórica e inmediata no ha dejado a nuestros épicos. Cítanse sin embargo y contienen muchos elementos poéticos, la Araucana de Ercilla, el Bernardo de Balbuena, el Monserrate de Virues, la Jerusalén de Lope de Vega y la Cristíada de Ojeda no indigno precursor de Klopstock.






ArribaAbajoArtículo segundo

P. -¿Qué se entiende por Novela?

R. -Una relación de acontecimientos imaginarios hecha en prosa o en verso, y que interesa por medio de aventuras imprevistas y fabulosas.

Este género de literatura ha sido conocido en todas las épocas y países, aun en aquellos que poseyeron el más noble y sostenido de la epopeya. Como medró mucho en los siglos heroicos de la Europa moderna y se apoderó desde luego de la pintura de las costumbres en que se fundan las actuales, sin que desde entonces se haya interrumpido la sucesión de novelas de uno u otro estilo, de este o aquel gusto, y como por otra parte su forma es más libre y varia, admite más pormenores y se presta de mejor grado a las consideraciones morales y metafísicas que la de la rigurosa epopeya, es la clase de Poesía épica o narrativa que más nos conviene y la que han adoptado los más altos ingenios de nuestra edad.



P. -¿Cuáles son los requisitos de la novela?

R. -Con tal que logre interesar o que no sea pesada ni trivial, que presente un cuadro vivo y animado de la naturaleza (la que se aviene a ser mirada con los ojos particulares de cada buen escritor), con tal que respete las reglas universales de la moral y del buen gusto, puede el novelista escribir en prosa o en verso (bien que en este último caso requiere la composición mayor elevación de estilo y tomaría en castellano el nombre de Canto épico, Poema Caballeresco &c.), puede extenderse poco o mucho, poner en escena un gran número de caracteres o tres o cuatro personas solas, presentar una acción sumamente sencilla o bastante complicada, hacer pasar al héroe de una situación a otra, sin que entre estas medie la menor conexión, o estrechar y trabar el nudo de los diferentes sucesos, lo que es más común y más ingenioso; puede en fin elegir acciones enlazadas con la suerte de los imperios o los que solo interesen al reducido círculo de una familia.

P. -¿No huele el nombre de novela a cosa fútil y de poco valer?

R. -Aunque sobran las novelas triviales y despreciables, el género en sí es uno de los medios más aptos para comunicar la instrucción, dar a conocer las costumbres de los diferentes países, comunicar cierto conocimiento de las inclinaciones y flaquezas humanas sin las costosas lecciones de la experiencia, mostrar los males que llevan consigo nuestras pasiones, hacer amable la virtud y odioso el vicio.

El célebre Lord Bacon se vale como de una prueba de la grandeza y dignidad del entendimiento humano de su inclinación a las historias ficticias, y de su empeño en buscar en un mundo imaginario mayores virtudes, acciones más brillantes, mejor distribución de penas y recompensas que las que se nos ofrecen en el que tenemos a la vista.



P. -¿Qué nombres dará V. a las diferentes especies de Novelas que han ido sucediéndose?

R. -Los siguientes: I Novelas antiguas, II Novelas orientales, III Novelas de los pueblos del Norte; las de las lenguas meridionales en la edad media que comprenden: IV las de la Tabla Redonda, V las de Carlomagno y sus pares, VI las de la familia de Amadís, VII Novelas heroicas, VIII Novelas cómicas, IX Novelas morales, sentimentales y sicológicas, X Novelas históricas.

I. Los Griegos y Romanos conocieron la novela, sin embargo de no haberla cultivado sus mejores escritores y de ser el ramo de su literatura que menos atención ha merecido de la posteridad; los cuentos jónicos y milesios de que los sibaritas eran acérrimos partidarios, es de suponer que ofrecerían por lo menos tanta inmortalidad como ingenio. Nos quedan algunas novelas latinas compuestas en la decadencia del imperio por Apuleyo, Aquiles Tacio y el obispo Heliodoro.

II. El carácter de las naciones orientales se inclinó desde muy antiguo a lo fingido y maravilloso, y a disfrazar sus ideas filosóficas con fábulas y parábolas. Los Cuentos árabes compuestos en diferentes épocas, y muchos de los cuales se suponen acontecidos en el reinado del célebre Haroun Al Raschid contemporáneo de Carlomagno, son aún en el día el encanto de las horas de ocio de los orientales y uno de los pocos ejercicios de su aletargada imaginación, y no agradan menos a los europeos que los han vertido a la mayor parte de sus idiomas. Sospechan algunos que toda la semilla de la novela europea se debe a los árabes, y es verdad que en la edad media se hallan algunas suyas traducidas, entre otras enteramente nuevas, otras derivadas de las fábulas mitológicas o de las del Norte. Mas lo que aquellas pudieron hacer fue alimentar y avivar una inclinación ya natural y eficaz y dar un colorido más maravilloso a nuestras leyendas, especialmente a las de los últimos siglos de la media edad.

III. Las sagas o narraciones primitivas de los Escandinavos se acercan sobremanera a la verdad histórica y tal vez con este solo fin se compusieron, solo que el amor a lo maravilloso hizo dar muy luego cabida a los grandiosos portentos que caracterizan los anales de los pueblos nacientes. Su estilo brusco y conciso, lleno de expresiones gigantescas y atrevidas comparaciones parece buscado a propósito para indicar la suma diferencia que mediaba entre el temple de los Escaldas y el de sus cofrades los Menestrales que usaban un lenguaje asaz arrastrado, lánguido y dulzazo. Los pueblos germanos participaron de las leyendas Escandinavas y tuvieron propio y abundante caudal en el gran libro de Niebelungen, o la destrucción de los Burguiñones, donde aparecen Atila y Teodorico; y en varios de Helden Buch, (libro de los héroes), que se distinguen de las novelas meridionales por una mayor ferocidad de maneras y por la creencia en un pueblo subterráneo de feos y poderosos enanos.

IV. Muy singular es que las primeras narraciones caballerescas, producto de una raza altiva e independiente, fuesen escritas en el idioma de uno de los países avasallados y se fundasen en tradiciones que no eran las de los conquistadores. En la provincia francesa de que los normandos se apoderaron en el siglo X y en la corte normanda de Inglaterra, fueron escritas en idioma walón o francés antiguo las leyendas derivadas de las historias célticas que los compatriotas de Guillermo el Conquistador conocieron por medio de la tradición oral o al auxilio de traducciones latinas de los poemas bretones. Artús, último rey celta que resistió a la irrupción de los anglosajones, (vencidos a su vez por los Normandos,) y sus intrépidos compañeros los de la Tabla redonda constituyen la primera familia de héroes caballerescos; fácilmente se le agregó Tristán principal personaje de las llamadas trinidades célticas, y se la relacionó por medio de la fabulosa demanda del santo Graal con la historia sagrada. Artús, Tristán, Lancelote y Percival pasaron a ser los personajes ideales condecorados con todos los dotes de fuerza, destreza y lealtad que la caballería exigía de sus adeptos y cada novelista se abrogó el derecho de atribuirles nuevos peligros y hazañas, sin obligarse a más que a conservar fielmente el carácter distintivo que al héroe atribuía la tradición.

V. En la misma batalla de Hastings que dio a los Normandos el cetro de Inglaterra, cierto Taillefer juglar y guerrero entonó una canción de Carlomagno y de sus pares, que murieron en Roncesvalles: he aquí uno de los orígenes de la segunda clase de libros de caballería. Mas aunque no sea el único de tan remota época, y entre otros pueda contarse la famosa crónica de Turpín que algunos creen del mismo siglo XI, la verdadera aparición de los libros relativos a Carlomagno y a los doce pares, no es anterior a la conclusión de las cruzadas, a los fines del siglo XIII y al reinado de Felipe el atrevido. Publicada la novela de Berta la de los luengos pies, por Adénez rey de armas de este monarca, no tardaron en presentarse poetas que cantasen a Reinaldos de Montalbán, Huon de Burdeos, los cuatro hijos de Aimón, Maujis y Morgante. Un soberano como Carlomagno, un héroe que había imperado en la mitad de Europa e influido poderosamente en la suerte de las generaciones futuras daba ya de sí abundante pábulo a la fantasía, mas de esto no contenta la de los pueblos y novelistas le rodeó de una corte de héroes semi-fabulosos que no vagaban ya como los compañeros de Artús por los helados yermos del Norte, sino que daban cima a sus aventuras en las regiones del Oriente y del Mediodía ricas en las maravillas del Arte y de la Naturaleza y pobladas de potentes Magas reinas de un universo encantado31.

VI. Las mismas novelas versificadas que durante tantas generaciones fueron recitadas y cantadas en los regios alcázares y en las plazas populares, cayeron después en el desprecio bien por simple efecto de la moda, bien por el desmedido número y degradación de los menestrales o porque una más general instrucción y un lenguaje más perfeccionado lo exigiesen. No contentaron ya los hechos sencillamente expuestos de aquellos héroes de nombre venerado, cuya sola mención producía ogaño universal estremecimiento de admiración y entusiasmo, sino que se pidieron más esfuerzos de imaginación, más artificio en el plan y más minuciosa descripción de costumbres. En la época de la invención de la imprenta metían mucha jerga los libros de caballería en prosa, para cuya propagación sirvió por un momento aquel invento portentoso, padre de la moderna cultura.

A la época de las novelas en prosa pertenece la tercera clase de libros de caballerías. Las leyendas de la corte de Carlomagno y las de Artús se refieren a dos épocas, histórica la una y la otra considerada al menos como tal; no sucede lo propio con Amadís y su progenie que no tienen otra existencia histórica o tradicional que la que a la imaginación de sus novelistas les plugó atribuirles. Sobre si fuese español o francés el autor de Amadís de Gaula, padre y dogmatizador de la tercera clase de libros caballerescos se litigó desde muy antiguo sin que ni de una ni de otra parte se alegasen razones concluyentes; bien que la mayoría de autores se decide en favor nuestro y lo suele atribuir a un tal Vasco Lobeira portugués del siglo XIV. La versión actualmente conocida es la castellana publicada en Zaragoza y en 1521 por Garci-Ordóñez de Montalvo, regidor de Medina del Campo. A esta obra y al espíritu español que se cree en ella perceptible se atribuye un excesivo calor en los afectos, un antes desconocido misticismo en la pasión amorosa y mayor caballerosidad y cortesía que la que campea en las francesas. El autor de Jerusalén no vacila en afirmar que si el Dante hubiese podido conocerla hubiérala preferido a la que llama soberbia prosa de romances de Arnaldo Daniel; Cervantes la apellida libro único en su género. Menos conocido es el de Palmerín de Inglaterra que el mismo enemigo vencedor de la novela caballeresca «quería guardar en una caja de oro como la que diputó Alejandro para los poemas de Homero» y que, dice, «tiene grande autoridad por dos cosas, la primera porque él en sí es muy bueno y la segunda porque es fama que lo compuso un discreto rey de Portugal.» Cuestiónase si fue este D. Juan II o el príncipe Luis o si la excelente versión portuguesa publicada por Francisco Moraes en el siglo XVI es copia o no de la edición castellana contemporánea. Generalmente conocido el Amadís a últimos del XV empezaron a llover continuaciones e imitaciones; subiendo las que tratan de la descendencia del héroe de Gaula a más de 20 volúmenes y pasando de 60 las restantes, inclusas las traducciones de los que también se componían o de los que se renovaban en el vecino reino.

La fantasía española había dado con un dilatado campo en que esparcirse: ninguna gala de dicción ni juego de ingenio se consideró como fuera de propósito puesto en boca de unos héroes tenidos por portentos de discreción y agudeza. Uno de los últimos y más desatinados narradores de sus hazañas parece haber sido Feliciano de Silva, cuyo lenguaje fue particular objeto de la crítica de Cervantes y que ya antes Hurtado de Mendoza había caracterizado con el apodo de estilo de alforjas. La inmortal novela de Cervantes dio el último golpe a las caballerescas que ya no acogía con el antiguo ahínco lo común de los lectores cansado de su multitud y monotonía y un tanto ajenos a las costumbres que en ellas se describían, y que por otra parte habían empezado a llamar la atención y la censura de los más severos moralistas.

VII. Al tiempo de la decadencia de los libros de caballería aparecieron dos géneros de novela los más empalagosos y antinaturales que hayan existido: las pastorales y las llamadas heroicas. De las primeras se ha hablado ya al tratar de la poesía bucólica. Las heroicas reconocieron por primer modelo la antigua de Teágenes y Clariclea: Honorato de Urfué abrió la senda y le siguieron Umberville, La Calprènede y Madama Scuderi. Los héroes de estas novelas in folio aunque puestos en las más importantes situaciones de la vida no piensan más que en amar o por mejor decir que en expresar conceptos de amor en un lenguaje alambicado y enigmático, sin la menor distinción que dimane de la época o del país en que vivieron, o de las creencias religiosas que abrigaban; por manera que la falta de la sencillez e ingenuidad y de los rasgos sublimes y tiernos de los libros de caballería no están en los heroicos compensados ni por la instrucción histórica ni por el conocimiento del corazón humano. Muchos defectos comunes a la novela y al teatro trágico del siglo de Luis XIV se hallarían tal vez con la no pequeña diferencia de que a La Calprenède y Scuderi faltaba tanto ingenio y gusto como sobraban a Corneille y Racine.

VIII. Al tratar de las historias ficticias creadas o renovadas en la edad media, solo hemos tenido en cuenta las clases que se pueden llamar principales, mas de ninguna manera única. A la misma edad pertenece el Poema castellano del Cid, el solo ejemplar en su género, venerable monumento del primitivo lenguaje español, lleno de sencilla y tierna poesía, de severidad histórica y de verdadero espíritu castellano. En la misma se escribieron leyendas espirituales o de asuntos religiosos muy válidas entre los pacíficos Sajones; ni tampoco se trascordaron los cuentos cómicos o bufones, género que se puede derivar de los latinos o de los árabes, al que pertenecen los obscenos Fabliaux franceses y que llegó a su apogeo en algunos pueblos mercantes que abusaban ya de los frutos de la riqueza y de la holganza, en especial en las obras del ingenioso e ingenuo Bocaccio. También los poetas que precedieron a Ariosto en tratar asuntos tomados de las novelas francesas y Ariosto mismo, aun cuando se valieron de las tradiciones caballerescas y del elemento poético de las aventuras, estuvieron más animados del genio cómico y satírico que del sentimental y verdaderamente épico. En nuestra España se hizo muy célebre la novela cómica con el título de picaresca, y su origen puede atribuirse a la novela dialogada o Tragicomedia de Calixto y Melibea donde se gastó un gran talento en describir escenas de la más abyecta vulgaridad. La novela picaresca tomó su verdadera forma en el Lazarillo del Tormes de Hurtado de Mendoza y continuó con esplendor en el Guzmán de Alfarache de Mateo Alemán, en La pícara Justina, El escudero Marcos Obregón &c. hasta el Gran Tacaño de Quevedo. El gran Cervantes, aun dejando aparte sus preciosísimas novelitas que solo una necia preocupación pudo desacreditar y su Persiles y Segismunda, especie de libro de caballería de nuevo cuño, aun en su mismo Quijote cuya idea matriz es irónica y satírica, deja entrever a trechos por medio de rasgos sentimentales y caballerescos su ánimo grande y apasionado, y con él convirtió a la novela no solo de España sino de la Europa entera en fiel intérprete de la naturaleza, en brillante cuadro de cuantas costumbres y caracteres ofrece la humanidad, y en rico depósito de las ideas del observador y del filósofo. Su imitador Lesage empapado en la lectura de los autores españoles dio a luz su justamente célebre Gil Blas, y al autor francés se asemejan Swift en su capitán Gulliver por la intención satírica y el inglés Fielding y el escocés Smollet por la pintura de costumbres y de lo ridículo.

IX. En cuanto entraron en el dominio de la novela las maneras y usanzas modernas y contemporáneas, aun las de la clase media, se vio que no dejaban de ofrecer un aspecto serio e interesante. Bocaccio y Cervantes no son siempre cómicos. De tal observación ha nacido la novela de costumbres que formalizó Richardson, de quien se dijo «que había enseñado al corazón humano a moverse en el círculo trazado por la virtud»: ingeniosa expresión, que indica la tendencia moral y casi didáctica del padre de la novela inglesa. No tardó en dominar el elemento sentimental, que ora tomó un camino inocente como en muchas novelas del alemán Lafontaine, ora se descarrió por las sendas de una criminal pasión, como en el Werther de su compatriota el gran poeta Goethe. Este ha sido el más hábil en poesía sicológica, que es la que se ocupa en deslindar las secretas operaciones y las angustiosas luchas de un alma agitada por las pasiones, pero que atiende más generalmente a conocer la enfermedad que a señalar el remedio. Nuestros vecinos de allende el Pirineo en el género sicológico que han cultivado demasiadamente, han excedido a Goethe en los errores sin alcanzar su originalidad ni su talento.

X. Llegamos a la novela histórica, timbre el más glorioso de la literatura contemporánea. El castillo de Otranto de Horacio Walpole dio el primer paso en esta carrera; el fin que el autor inglés se propuso y alcanzó fue el causar una impresión semejante a la de una noche pasada en un solitario aposento de un castillo feudal, el evocar el pavoroso Genio de los siglos góticos. El mismo género histórico cultivaron las señoras Raccliffe en Inglaterra y Cottin en Francia bien que la primera se prendó más de lo fantástico, y de lo sentimental la segunda. El inmortal Goetz de Berlinchinga de Goethe, sin duda la más sana sino la más portentosa de las obras de este autor, presentó un cuadro histórico y característico, revestido de formas las más sencillas pero llenas de encanto y de poesía. Apareció finalmente el sin par Walter Scott, cuyas novelas ha calificado un crítico de más verdaderas que la misma historia. Descripción de costumbres y de objetos inanimados, rasgos cómicos, conocimiento del corazón humano, invención de aventuras e incidentes, afectos, elocuencia, poesía, cuantos dotes poseyeron o presintieron sus antecesores, hállanse en alto grado en sus innumerables creaciones, y con ser el género que nos ocupa acaso el que más obras ha producido en todos tiempos y países, parece sir Walter Scott y hasta cierto punto puede llamársele el inventor de la novela.






ArribaAbajoArtículo tercero


ArribaAbajoDe los romances

P. -¿Qué entendemos los españoles por romances?

R. -Unos cortos poemas narrativos escritos las más veces en octosílabos asonantados.

P. -¿Tienen las demás naciones poemas semejantes a nuestros romances?

R. -Sí señor, aunque no en tanto número, tan buenos por lo general, ni de una versificación tan bella ni conveniente. Los pueblos del Norte, especialmente los Escoceses, poseen un género del todo equivalente a nuestros romances en sus baladas, algunas de las cuales llegan a exceder a aquellos en ternura y en el sentimiento de lo maravilloso, bien que en las restantes prendas estén muy lejos de igualarlos. La poesía popular de Portugueses y Catalanes forma solo dos ramificaciones particulares de la española32 .

Hubo en todos los pueblos una época, en que ciertos sentimientos, escasos en el número y por lo mismo más eficaces y exaltados, embargaban los ánimos no comprimidos ni por un extremado espíritu de sociedad, ni por el benigno influjo de las leyes. Privados entonces los hombres de exquisitos placeres y blandas comodidades, contaban mayormente con los esfuerzos propios y reducían buena parte de los deseos al círculo de sus familias. La vida activa, la curiosidad mal satisfecha y más viva por lo mismo, una franqueza desmedida en actos y en palabras daban la mayor impetuosidad a sus afectos y acciones, tanto a los que tenían lugar bajo los centenarios robles de la montaña, como a los que nacían y espiraban cabe el rústico hogar. No es esto decir que los desórdenes entonces frecuentes fuesen compensados por la entrañable energía de las virtudes que poseían, ni por la milagrosa constancia con que sufrían los padeceres a que se sujetaban por amor de una sola idea.

El idioma, las pláticas y la poesía de los pueblos jóvenes debió de circunscribirse a un círculo estrecho adaptado al de sus ideas y sentimientos, y ofrecer una animación, fuerza y ternura desusadas entre los hombres más cultos, de atención dividida y de ánimos cansados por el exceso de los goces o por lo ilimitado de los deseos. Si estos sin embargo no se hallan enteramente ajenos a aquellas costumbres, si en los hechos de sus próximos antepasados y en la voz de sus nodrizas han oído los últimos acentos de la época pasada, pesia al orgullo de sus adelantos, acogerán gustosos los cantos de sus abuelos y aún percibirán en ellos la magia de un sueño feliz y el sabor de un recuerdo grato al alma. Al pronunciar sus frases sencillas les parecerá que despierta una fibra dormida en lo interior de su corazón y que su alma se descarga del fardo de la experiencia y de los negocios positivos, para enteramente entregarse a aquellos con un infantil interés. Olvidarán el saber de que tanto se envanecen para participar de la santa ignorancia de las añejas narraciones, y aún podrán admirar en ellas una ingenua explicación del hombre y de la vida superior a los axiomas y a las definiciones de los filósofos.



P. -¿En qué época se compusieron los primeros romances?

R. -Puede creerse por razones de prudente conjetura que fue en los más remotos siglos de la restauración de la monarquía, y tal vez empezaron a escribirse en dialecto bable o asturiano; pero faltan documentos para dar una decisión satisfactoria en el particular.

Es muy creíble que la pequeña parte de la nación que después de la invasión sarracena, conservó la libertad al abrigo de ásperas montañas, perdiese y olvidase las comodidades urbanas, el lujo en trajes y edificios, los suntuosos espectáculos del circo y de la escena y los estudios y el saber que ilustraron la monarquía visogoda y que exigen una paz y seguridad de que no gozaban los que se propusieron restablecerla; mas que careciesen de cantares de toda especie, ni la naturaleza humana, ni su género de vida trabajosa y activa, ni el calor de sus afectos, ni la costumbre nunca desmentida de los pueblos bélicos lo consienten.

Tendrían pues unos cantares breves y animados, solaz de sus fatigas y estímulo de su alma a un tiempo devota y guerrera y serían probablemente del género narrativo como más natural, más fácil y más propio para recordar los héroes fenecidos y mover a los existentes a que los imitasen; llamaríanse al trasladarse al pergamino, romances, nombre entonces común a toda clase de escritos en lengua vulgar especialmente a las leyendas espirituales o guerreras.

Al infundado y pedantesco desprecio con que desde muy antiguo miraron nuestros poetas letrados las sencillas narraciones populares, acháquese la falta de documentos y datos necesarios para seguir los pasos e historia de las últimas. Consta tan solo por la Crónica del Cid, las poesías de Berceo y las leyes de Partida que los juglares cantaban para entretenimiento del pueblo y de los grandes, poesías que en extensión y carácter hemos de suponer bien distintas de las que nos ha transmitido la escritura. Sábese además que Fernando el Santo dio repartimientos en Sevilla a dos trovadores llamado el uno Nicolás de los Romances y el otro Domingo Abad de los Romances, y que los copleros del siglo XIV y XV trovaban o glosaban trozos de romances más antiguos. La crónica versificada de Alfonso XI que empieza:


    El rey moro de Granada
Más quisiera la su fin,
La su seña muy preciada
Entregola a D. Osmín &c.

sino puede en rigor llamarse romance se asemeja a esta especie de poesía por el estilo y aun por la versificación

El ejemplo dado por los colectores de coplas y de canciones de las épocas de Mena y Encina, movió a formar el cancionero de Amberes impreso en 1511, donde se hallan los romances antiguos de la tradición oral trasmitió al colector. En varios capítulos del Ingenioso Hidalgo se citan algunos «como muy viejos y conocidos por el vulgo.» Lo que basta para trazar una línea de división entre los Romances primitivos y los que a su imitación, sin renunciar al espíritu antiguo pero con más lujo de ingenio y locución compusieron Lope de Vega, Liaño, Góngora, Quevedo y otros de su tiempo.

Los Romances que empezarían por ser puramente históricos y caballerescos se acomodaron fácilmente a la narración de las maravillas caballerescas de la corte de Carlomagno, relacionadas con nuestra historia por medio de las aventuras de Roncesvalles; engalanáronse posteriormente con los arreos de la vencida Granada y adoptaron tonos más muelles para cantar asuntos pastoriles: en estos perdieron ya su antiguo vigor y su candor y sencillez con la admisión de la sátira y del culteranismo.

Su inmensa colección será siempre el verdadero tesoro de la Poesía española, el depósito de las costumbres y hechos históricos, el sagrario donde se conserva el alto y fuerte espíritu a que debemos no ser hoy día viles siervos de los Árabes degenerados, la más ingenua y eficaz expresión de las virtudes y vicios de nuestros antepasados: y cuando hayan caído en olvido las innumerables composiciones en que la Musa española se emplea en remedar a la italiana, remedadora a su vez de la latina, el poeta, el historiador y el filósofo recorrerán las páginas de nuestro Romancero con el mismo respeto con que actualmente se abren las de los inmortales poemas de Homero.



P. -¿Dejando aparte el Romance pastoril y el burlesco de que se ha hecho mención en el lugar correspondiente, en qué clases suele dividirse el Romance español?

R. -En Romance caballeresco, Romance histórico y Romance morisco.

Ejemplos:




Romance caballeresco


   En París está doña Alda
La esposa de don Roldán.
Trescientas damas con ella
Para la acompañar:
Todas visten un vestido,
Todas calzan un calzar,
Todas comen a una mesa,
Todas comían de un pan,
Sino era sola doña Alda,
Que era la mayoral:
Las ciento hilaban oro,
Las ciento tejen cendal,
Las ciento instrumentos tañen,
Para doña Alda holgar.
Al son de los instrumentos
Doña Alda dormido se ha,
Ensoñado había un sueño,
Un sueño de gran pesar;
Recordó despavorida
Y con un pavor muy grande
Los gritos daba tan grandes,
Que se oían en la ciudad.
Así hablaron las doncellas
Bien oiréis lo que dirán.
-¿Qué es aquesto, mi señora?
¿Quién es el que os hizo mal?
-Un sueño soñé doncella,
Que me ha dado gran pesar,
Que me veía en un monte
En un desierto lugar:
Bajo los montes muy altos
Un azor vide volar,
Tras dél viene una aguililla
Que lo afincaba muy mal.
El azor con grande cuita
Metiose so mi brial,
El aguililla con grande ira
De allí lo iba a sacar,
Con las uñas lo despluma
Con el pico lo deshace.-
Así habló su camarera,
Bien oiréis lo que dirá:
-Aqueste sueño, señora
Bien os lo entiendo soltar:
El azor es vuestro esposo
Que viene de allende el mar;
El águila sede a vos
Con el cual ha de casar,
Y aqueste monte es la iglesia
Donde os han de velar.
-Si así es, mi camarera
Bien te lo entiendo pagar.
Otro día de mañana
Cartas de fuera le traen,
Tintas venían de dentro,
De fuera escritas con sangre,
Que su Roldán era muerto
En la caza de Roncesvalles.



A pesar de sus incorrecciones (es de notar que nuestros antiguos acostumbraban añadir una é al final agudo de los versos y decían Roldane, dirae), no hemos vacilado en presentar como modelo, no de versificación, sino de espíritu poético este bellísimo Romance, uno de los varios que tienen referencia a la batalla de Roncesvalles. Los dos siguientes son más correctos y aun el morisco muestra hasta que punto puede llegar la elegancia y la gala de nuestro idioma; el histórico no es seguramente el mejor entre los innumerables del Cid, pero sí de los menos citados.




Romance histórico


   Victorioso vuelve el Cid
A San Pedro de Cardeña
De las guerras que ha tenido
Con los moros de Valencia.
Las trompetas van sonando
Por dar aviso que llega
Y entre todos se señalan
Los relinchos de Babieca.
El abad y monjes salen
A recibirle a la puerta,
Dando alabanzas a Dios,
Y al Cid mil enhorabuenas.
Apeose del caballo
Y antes de entrar en la iglesia
Tomó el pendón de sus manos
Y dice de esta manera:
-Salí de ti, templo santo,
Desterrado de mi tierra,
Mas ya vuelvo a visitarte
Acogido en las ajenas.
Desterrome el rey Alfonso
Porque allá en Santa Gadea
Le tomé el su juramento
Con más vigor que él quisiera
Las leyes eran del pueblo
Que no excedí un punto dellas,
Pues como a leal vasallo
Saqué a mi rey de sospecha,
¡Oh envidiosos castellanos,
Cuán mal pagáis la defensa
Que tuvisteis en mi espada
Ensanchando vuestra cerca!
Veis aquí os traigo ganado,
Otro reino y mil fronteras
Que os quiero dar tierras mías,
Aunque me echéis de las vuestras.
Pudiera dárselo a extraños
Mas para cosas tan feas,
Soy Rodrigo de Vivar,
Castellano a las derechas.




Romance morisco


   Si tienes el corazón,
Zaide, como la arrogancia,
Y a medida de las manos
Dejas volar las palabras;
Si en la vega escaramuzas
Como entre las damas hablas,
Y en el caballo revuelves
El cuerpo como en las zambras;
Si el aire de los bohordos
Tienes en jugar la lanza
Y como danzas la toca
Con la cimitarra danzas;
Si eres tan diestro en la guerra,
Como en pasear la plaza,
Y como a fiestas te aplicas,
Te aplicas a la batalla;
Si como el galán ornato
Usas la lúcida malla,
Y oyes el son de la trompa
Como el son de la dulzaina
Si como en el regocijo
Tiras gallardo las cañas,
En el campo al enemigo
Le atropellas y maltratas;
Si respondes en presencia,
Como en ausencia te alabas,
Sal a ver si te defiendes
Como en el Alhambra agravias.
Y si no osas salir solo,
Como está el que te aguarda
Algunos de tus amigos
Para que te ayuden saca;
Que los buenos caballeros
No en palacio ni entre damas
Se aprovechan de la lengua
Que es donde las manos callan.
Pero aquí que hablan las manos
Ven y verás como habla
El que delante del rey
Por su respeto callaba.
Esto el moro Tarfe escribe
Con tanta cólera y rabia,
Que donde pone la pluma
El delgado papel rasga;
Y llamando a un paje suyo
Le dijo: -vete al Alhambra,
Y en secreto al moro Zaide
Da de mi parte carta:
Y dirasle que le espero
Donde las corrientes aguas
Del cristiano Genil
Al Generalife bañan.