P. -¿Qué es la Epopeya o poema épico por excelencia?
R. -La relación poética de una empresa esclarecida, que generalmente tiene un interés peculiar para la nación en que se escribió.
P. -¿Cuál es el fin del poema épico?
R. -Buscar el bello ideal del hombre en sus cualidades físicas y morales, enajenar el ánimo pintándole un universo maravilloso, presentarle acciones elevadas y heroicas, mostrar los felices efectos de la práctica de la virtud y los desastres que los crímenes y vicios ocasionan; como también dar a conocer a un pueblo sus antiguos fastos y aun difundir las ideas particulares del poeta sobre el hombre y la creación.
P. -¿No han considerado algunos la epopeya como una instrucción disfrazada con los hechos de hombres ilustres, de la misma suerte que usa el apólogo de los de irracionales?
R. -Sí señor y es una de las ideas más erróneas que haya podido inventar una crítica falsa y sistemática. Mal alcanzaría el nombre de poeta épico el que la acogiese; el que al contrario no se inflamase con el aspecto de un gran cuadro de acciones y personajes, no se poseyese de él eficazmente, ni lo trasladase a su composición con toda la naturalidad y calor posibles. El sentimiento de grandeza y admiración debe inspirar el poema, el mismo sentimiento ha de presidir a su ejecución y ha de ser el efecto inmediato que cause su lectura. Aunque de los hechos épicos, como de la mayor parte de los acontecimientos reales pueden deducirse máximas y lecciones, en nada piensan menos los épicos que en servirse de sus poemas como de un envoltorio para aquellas, pues lo que les mueve a escribir es la fantasía inflamada por un hecho interesante; el que este enseñe alguna cosa al entendimiento es un resultado imprevisto y secundario.
P. -¿Qué propiedades han reconocido los críticos en la acción de las mejores epopeyas?
R. -La de ser una, grande e interesante.
P. -¿Qué se entiende por unidad de acción?
R. -Que todos los hechos que se refieren en el poema, conspiren a la consecución de un mismo fin. No basta que el poeta se limite a las acciones de un solo hombre, o a las que acaecieron en cierto período de tiempo, sino que la unidad debe estar en el hecho mismo y nacer de la conjuración de todas las partes en formar un todo completo. La unidad de la acción épica es tal vez comparable a la de un árbol, cuyas varias y hojosas ramas nacen de un mismo tronco, viven de una misma vida y contribuyen a formar la única configuración del conjunto.
P. -¿Qué son episodios? ¿los excluye la unidad de la acción épica?
R. -Son ciertos incidentes o acciones secundarias anejos a la acción principal, aunque no tan esenciales, que si se omitiesen quedase esta destruida. Deben introducirse naturalmente, tener suficiente conexión con el interés primario del poema y ser amenos y variados. Tanto en la acción como en los episodios los grandes épicos nos ponen a la vista todos los aspectos del hombre físico y moral, las costumbres e instituciones de los diferentes pueblos, y los conocimientos religiosos, astronómicos y físicos de su siglo.
P. -¿Cuál es la segunda calidad de la acción épica?
R. -Que sea grande, que reúna todo el esplendor e importancia suficientes para llamar la atención de los lectores, al mismo tiempo que para justificar la magnificencia y maravilloso aparato de que la reviste el poeta.
P. -¿Hay alguna circunstancia que contribuya de un modo particular a la grandeza de la acción?
R. -Sí señor, y es la que haya tenido lugar en una época algo lejana a la del poeta, lo que da lugar a alterar circunstancias, llenar los vacíos de la historia, y dar a los héroes la grandiosidad que la tradición les atribuye y que nos hallamos inclinados a conceder a los hombres que vivieron en remotos siglos, y a admitir mayor número de circunstancias maravillosas y sobrenaturales.
P. -¿Qué nombre se da a estas circunstancias?
R. -El de máquina épica. La máquina o maravilloso, casi esencial a la epopeya, debe usarse con sobriedad y ser acomodada a las creencias del siglo en que vivieron los personajes que se celebran, y de una manera u otra comprensible para los lectores a quienes se destina. Si el maravilloso de la epopeya se funda en el cristianismo se evitará el profanarlo, y aún en muchos casos será preferible echar mano de su influencia invisible y eterna que de la visible y especial.
P. -¿Bastará que la acción sea grande para que logre interesar?
R. -Será necesario que nada odioso renueve al pueblo para quien se ha escrito, sino que le recuerde una época gloriosa, un héroe favorito, &c.
P. -¿Cuál es la clase de caracteres que deberá pintar el poeta épico?
R. -Los caracteres imaginarios pueden dividirse en dos clases: caracteres abstractos y caracteres reales. Los primeros son meras personificaciones de vicio, virtud, valor, amor, &c.; contienen los segundos la mezcla de buenas y malas cualidades, de afectos de distinta condición que se advierten en la naturaleza real. A los últimos, únicos verdaderamente humanos y significativos debe atenerse el poeta; observar y pintar los delicados matices que distinguen las personas de un temple semejante; representar al hombre con las aparentes inconsecuencias de su conducta; indicar en su móvil aspecto las huellas de las varias y encontradas pasiones.
P. -¿Es indispensable que en la epopeya haya un héroe que descuelle sobre todos los demás?
R. -Bien que no se hable continuamente de un mismo personaje, uno debe haber en quien se concentre el mayor interés, por quien sienta y comunique el poeta una singular predilección y cada vez que lo ponga en escena parezca que el estilo y la fantasía adquieran nueva frescura y cobren más poderosos bríos.
P. -¿Será preferible que el poema tenga un término feliz?
R. -A lo menos que la principal empresa se lleve a cabo para que no produzca en el ánimo un penoso desaliento; lo que no se opone a que la suerte de algunos personajes deje una impresión de apacible tristeza, tan acorde con el temple del corazón humano.
P. -¿Cuáles son los poemas épicos o epopeyas a que ha dado la primacía la opinión de la posteridad y la de generalidad de los inteligentes?
R. -La Iliada y la Odisea de Homero, la Eneida de Virgilio, el Orlando furioso del Ariosto, la Jerusalén libertada del Tasso y el Paraíso perdido de Milton.
P. -¿Qué poema épico podemos oponer a los de los antiguos, ingleses e italianos?
R. -Ninguno, en vano nuestros críticos y poetas han demandado a Apolo que tuviese a bien inspirar una epopeya española; el Dios se ha negado y tal vez no le era dable acceder. Desde el antiguo Lucano, español también, la manía de poetizar la realidad histórica e inmediata no ha dejado a nuestros épicos. Cítanse sin embargo y contienen muchos elementos poéticos, la Araucana de Ercilla, el Bernardo de Balbuena, el Monserrate de Virues, la Jerusalén de Lope de Vega y la Cristíada de Ojeda no indigno precursor de Klopstock.
P. -¿Qué se entiende por Novela?
R. -Una relación de acontecimientos imaginarios hecha en prosa o en verso, y que interesa por medio de aventuras imprevistas y fabulosas.
P. -¿Cuáles son los requisitos de la novela?
R. -Con tal que logre interesar o que no sea pesada ni trivial, que presente un cuadro vivo y animado de la naturaleza (la que se aviene a ser mirada con los ojos particulares de cada buen escritor), con tal que respete las reglas universales de la moral y del buen gusto, puede el novelista escribir en prosa o en verso (bien que en este último caso requiere la composición mayor elevación de estilo y tomaría en castellano el nombre de Canto épico, Poema Caballeresco &c.), puede extenderse poco o mucho, poner en escena un gran número de caracteres o tres o cuatro personas solas, presentar una acción sumamente sencilla o bastante complicada, hacer pasar al héroe de una situación a otra, sin que entre estas medie la menor conexión, o estrechar y trabar el nudo de los diferentes sucesos, lo que es más común y más ingenioso; puede en fin elegir acciones enlazadas con la suerte de los imperios o los que solo interesen al reducido círculo de una familia.
P. -¿No huele el nombre de novela a cosa fútil y de poco valer?
R. -Aunque sobran las novelas triviales y despreciables, el género en sí es uno de los medios más aptos para comunicar la instrucción, dar a conocer las costumbres de los diferentes países, comunicar cierto conocimiento de las inclinaciones y flaquezas humanas sin las costosas lecciones de la experiencia, mostrar los males que llevan consigo nuestras pasiones, hacer amable la virtud y odioso el vicio.
P. -¿Qué nombres dará V. a las diferentes especies de Novelas que han ido sucediéndose?
R. -Los siguientes: I Novelas antiguas, II Novelas orientales, III Novelas de los pueblos del Norte; las de las lenguas meridionales en la edad media que comprenden: IV las de la Tabla Redonda, V las de Carlomagno y sus pares, VI las de la familia de Amadís, VII Novelas heroicas, VIII Novelas cómicas, IX Novelas morales, sentimentales y sicológicas, X Novelas históricas.
I. Los Griegos y Romanos conocieron la novela, sin embargo de no haberla cultivado sus mejores escritores y de ser el ramo de su literatura que menos atención ha merecido de la posteridad; los cuentos jónicos y milesios de que los sibaritas eran acérrimos partidarios, es de suponer que ofrecerían por lo menos tanta inmortalidad como ingenio. Nos quedan algunas novelas latinas compuestas en la decadencia del imperio por Apuleyo, Aquiles Tacio y el obispo Heliodoro. II. El carácter de las naciones orientales se inclinó desde muy antiguo a lo fingido y maravilloso, y a disfrazar sus ideas filosóficas con fábulas y parábolas. Los Cuentos árabes compuestos en diferentes épocas, y muchos de los cuales se suponen acontecidos en el reinado del célebre Haroun Al Raschid contemporáneo de Carlomagno, son aún en el día el encanto de las horas de ocio de los orientales y uno de los pocos ejercicios de su aletargada imaginación, y no agradan menos a los europeos que los han vertido a la mayor parte de sus idiomas. Sospechan algunos que toda la semilla de la novela europea se debe a los árabes, y es verdad que en la edad media se hallan algunas suyas traducidas, entre otras enteramente nuevas, otras derivadas de las fábulas mitológicas o de las del Norte. Mas lo que aquellas pudieron hacer fue alimentar y avivar una inclinación ya natural y eficaz y dar un colorido más maravilloso a nuestras leyendas, especialmente a las de los últimos siglos de la media edad. III. Las sagas o narraciones primitivas de los Escandinavos se acercan sobremanera a la verdad histórica y tal vez con este solo fin se compusieron, solo que el amor a lo maravilloso hizo dar muy luego cabida a los grandiosos portentos que caracterizan los anales de los pueblos nacientes. Su estilo brusco y conciso, lleno de expresiones gigantescas y atrevidas comparaciones parece buscado a propósito para indicar la suma diferencia que mediaba entre el temple de los Escaldas y el de sus cofrades los Menestrales que usaban un lenguaje asaz arrastrado, lánguido y dulzazo. Los pueblos germanos participaron de las leyendas Escandinavas y tuvieron propio y abundante caudal en el gran libro de Niebelungen, o la destrucción de los Burguiñones, donde aparecen Atila y Teodorico; y en varios de Helden Buch, (libro de los héroes), que se distinguen de las novelas meridionales por una mayor ferocidad de maneras y por la creencia en un pueblo subterráneo de feos y poderosos enanos. IV. Muy singular es que las primeras narraciones caballerescas, producto de una raza altiva e independiente, fuesen escritas en el idioma de uno de los países avasallados y se fundasen en tradiciones que no eran las de los conquistadores. En la provincia francesa de que los normandos se apoderaron en el siglo X y en la corte normanda de Inglaterra, fueron escritas en idioma walón o francés antiguo las leyendas derivadas de las historias célticas que los compatriotas de Guillermo el Conquistador conocieron por medio de la tradición oral o al auxilio de traducciones latinas de los poemas bretones. Artús, último rey celta que resistió a la irrupción de los anglosajones, (vencidos a su vez por los Normandos,) y sus intrépidos compañeros los de la Tabla redonda constituyen la primera familia de héroes caballerescos; fácilmente se le agregó Tristán principal personaje de las llamadas trinidades célticas, y se la relacionó por medio de la fabulosa demanda del santo Graal con la historia sagrada. Artús, Tristán, Lancelote y Percival pasaron a ser los personajes ideales condecorados con todos los dotes de fuerza, destreza y lealtad que la caballería exigía de sus adeptos y cada novelista se abrogó el derecho de atribuirles nuevos peligros y hazañas, sin obligarse a más que a conservar fielmente el carácter distintivo que al héroe atribuía la tradición. V. En la misma batalla de Hastings que dio a los Normandos el cetro de Inglaterra, cierto Taillefer juglar y guerrero entonó una canción de Carlomagno y de sus pares, que murieron en Roncesvalles: he aquí uno de los orígenes de la segunda clase de libros de caballería. Mas aunque no sea el único de tan remota época, y entre otros pueda contarse la famosa crónica de Turpín que algunos creen del mismo siglo XI, la verdadera aparición de los libros relativos a Carlomagno y a los doce pares, no es anterior a la conclusión de las cruzadas, a los fines del siglo XIII y al reinado de Felipe el atrevido. Publicada la novela de Berta la de los luengos pies, por Adénez rey de armas de este monarca, no tardaron en presentarse poetas que cantasen a Reinaldos de Montalbán, Huon de Burdeos, los cuatro hijos de Aimón, Maujis y Morgante. Un soberano como Carlomagno, un héroe que había imperado en la mitad de Europa e influido poderosamente en la suerte de las generaciones futuras daba ya de sí abundante pábulo a la fantasía, mas de esto no contenta la de los pueblos y novelistas le rodeó de una corte de héroes semi-fabulosos que no vagaban ya como los compañeros de Artús por los helados yermos del Norte, sino que daban cima a sus aventuras en las regiones del Oriente y del Mediodía ricas en las maravillas del Arte y de la Naturaleza y pobladas de potentes Magas reinas de un universo encantado31. VI. Las mismas novelas versificadas que durante tantas generaciones fueron recitadas y cantadas en los regios alcázares y en las plazas populares, cayeron después en el desprecio bien por simple efecto de la moda, bien por el desmedido número y degradación de los menestrales o porque una más general instrucción y un lenguaje más perfeccionado lo exigiesen. No contentaron ya los hechos sencillamente expuestos de aquellos héroes de nombre venerado, cuya sola mención producía ogaño universal estremecimiento de admiración y entusiasmo, sino que se pidieron más esfuerzos de imaginación, más artificio en el plan y más minuciosa descripción de costumbres. En la época de la invención de la imprenta metían mucha jerga los libros de caballería en prosa, para cuya propagación sirvió por un momento aquel invento portentoso, padre de la moderna cultura. A la época de las novelas en prosa pertenece la tercera clase de libros de caballerías. Las leyendas de la corte de Carlomagno y las de Artús se refieren a dos épocas, histórica la una y la otra considerada al menos como tal; no sucede lo propio con Amadís y su progenie que no tienen otra existencia histórica o tradicional que la que a la imaginación de sus novelistas les plugó atribuirles. Sobre si fuese español o francés el autor de Amadís de Gaula, padre y dogmatizador de la tercera clase de libros caballerescos se litigó desde muy antiguo sin que ni de una ni de otra parte se alegasen razones concluyentes; bien que la mayoría de autores se decide en favor nuestro y lo suele atribuir a un tal Vasco Lobeira portugués del siglo XIV. La versión actualmente conocida es la castellana publicada en Zaragoza y en 1521 por Garci-Ordóñez de Montalvo, regidor de Medina del Campo. A esta obra y al espíritu español que se cree en ella perceptible se atribuye un excesivo calor en los afectos, un antes desconocido misticismo en la pasión amorosa y mayor caballerosidad y cortesía que la que campea en las francesas. El autor de Jerusalén no vacila en afirmar que si el Dante hubiese podido conocerla hubiérala preferido a la que llama soberbia prosa de romances de Arnaldo Daniel; Cervantes la apellida libro único en su género. Menos conocido es el de Palmerín de Inglaterra que el mismo enemigo vencedor de la novela caballeresca «quería guardar en una caja de oro como la que diputó Alejandro para los poemas de Homero» y que, dice, «tiene grande autoridad por dos cosas, la primera porque él en sí es muy bueno y la segunda porque es fama que lo compuso un discreto rey de Portugal.» Cuestiónase si fue este D. Juan II o el príncipe Luis o si la excelente versión portuguesa publicada por Francisco Moraes en el siglo XVI es copia o no de la edición castellana contemporánea. Generalmente conocido el Amadís a últimos del XV empezaron a llover continuaciones e imitaciones; subiendo las que tratan de la descendencia del héroe de Gaula a más de 20 volúmenes y pasando de 60 las restantes, inclusas las traducciones de los que también se componían o de los que se renovaban en el vecino reino. La fantasía española había dado con un dilatado campo en que esparcirse: ninguna gala de dicción ni juego de ingenio se consideró como fuera de propósito puesto en boca de unos héroes tenidos por portentos de discreción y agudeza. Uno de los últimos y más desatinados narradores de sus hazañas parece haber sido Feliciano de Silva, cuyo lenguaje fue particular objeto de la crítica de Cervantes y que ya antes Hurtado de Mendoza había caracterizado con el apodo de estilo de alforjas. La inmortal novela de Cervantes dio el último golpe a las caballerescas que ya no acogía con el antiguo ahínco lo común de los lectores cansado de su multitud y monotonía y un tanto ajenos a las costumbres que en ellas se describían, y que por otra parte habían empezado a llamar la atención y la censura de los más severos moralistas. VII. Al tiempo de la decadencia de los libros de caballería aparecieron dos géneros de novela los más empalagosos y antinaturales que hayan existido: las pastorales y las llamadas heroicas. De las primeras se ha hablado ya al tratar de la poesía bucólica. Las heroicas reconocieron por primer modelo la antigua de Teágenes y Clariclea: Honorato de Urfué abrió la senda y le siguieron Umberville, La Calprènede y Madama Scuderi. Los héroes de estas novelas in folio aunque puestos en las más importantes situaciones de la vida no piensan más que en amar o por mejor decir que en expresar conceptos de amor en un lenguaje alambicado y enigmático, sin la menor distinción que dimane de la época o del país en que vivieron, o de las creencias religiosas que abrigaban; por manera que la falta de la sencillez e ingenuidad y de los rasgos sublimes y tiernos de los libros de caballería no están en los heroicos compensados ni por la instrucción histórica ni por el conocimiento del corazón humano. Muchos defectos comunes a la novela y al teatro trágico del siglo de Luis XIV se hallarían tal vez con la no pequeña diferencia de que a La Calprenède y Scuderi faltaba tanto ingenio y gusto como sobraban a Corneille y Racine. VIII. Al tratar de las historias ficticias creadas o renovadas en la edad media, solo hemos tenido en cuenta las clases que se pueden llamar principales, mas de ninguna manera única. A la misma edad pertenece el Poema castellano del Cid, el solo ejemplar en su género, venerable monumento del primitivo lenguaje español, lleno de sencilla y tierna poesía, de severidad histórica y de verdadero espíritu castellano. En la misma se escribieron leyendas espirituales o de asuntos religiosos muy válidas entre los pacíficos Sajones; ni tampoco se trascordaron los cuentos cómicos o bufones, género que se puede derivar de los latinos o de los árabes, al que pertenecen los obscenos Fabliaux franceses y que llegó a su apogeo en algunos pueblos mercantes que abusaban ya de los frutos de la riqueza y de la holganza, en especial en las obras del ingenioso e ingenuo Bocaccio. También los poetas que precedieron a Ariosto en tratar asuntos tomados de las novelas francesas y Ariosto mismo, aun cuando se valieron de las tradiciones caballerescas y del elemento poético de las aventuras, estuvieron más animados del genio cómico y satírico que del sentimental y verdaderamente épico. En nuestra España se hizo muy célebre la novela cómica con el título de picaresca, y su origen puede atribuirse a la novela dialogada o Tragicomedia de Calixto y Melibea donde se gastó un gran talento en describir escenas de la más abyecta vulgaridad. La novela picaresca tomó su verdadera forma en el Lazarillo del Tormes de Hurtado de Mendoza y continuó con esplendor en el Guzmán de Alfarache de Mateo Alemán, en La pícara Justina, El escudero Marcos Obregón &c. hasta el Gran Tacaño de Quevedo. El gran Cervantes, aun dejando aparte sus preciosísimas novelitas que solo una necia preocupación pudo desacreditar y su Persiles y Segismunda, especie de libro de caballería de nuevo cuño, aun en su mismo Quijote cuya idea matriz es irónica y satírica, deja entrever a trechos por medio de rasgos sentimentales y caballerescos su ánimo grande y apasionado, y con él convirtió a la novela no solo de España sino de la Europa entera en fiel intérprete de la naturaleza, en brillante cuadro de cuantas costumbres y caracteres ofrece la humanidad, y en rico depósito de las ideas del observador y del filósofo. Su imitador Lesage empapado en la lectura de los autores españoles dio a luz su justamente célebre Gil Blas, y al autor francés se asemejan Swift en su capitán Gulliver por la intención satírica y el inglés Fielding y el escocés Smollet por la pintura de costumbres y de lo ridículo. IX. En cuanto entraron en el dominio de la novela las maneras y usanzas modernas y contemporáneas, aun las de la clase media, se vio que no dejaban de ofrecer un aspecto serio e interesante. Bocaccio y Cervantes no son siempre cómicos. De tal observación ha nacido la novela de costumbres que formalizó Richardson, de quien se dijo «que había enseñado al corazón humano a moverse en el círculo trazado por la virtud»: ingeniosa expresión, que indica la tendencia moral y casi didáctica del padre de la novela inglesa. No tardó en dominar el elemento sentimental, que ora tomó un camino inocente como en muchas novelas del alemán Lafontaine, ora se descarrió por las sendas de una criminal pasión, como en el Werther de su compatriota el gran poeta Goethe. Este ha sido el más hábil en poesía sicológica, que es la que se ocupa en deslindar las secretas operaciones y las angustiosas luchas de un alma agitada por las pasiones, pero que atiende más generalmente a conocer la enfermedad que a señalar el remedio. Nuestros vecinos de allende el Pirineo en el género sicológico que han cultivado demasiadamente, han excedido a Goethe en los errores sin alcanzar su originalidad ni su talento. X. Llegamos a la novela histórica, timbre el más glorioso de la literatura contemporánea. El castillo de Otranto de Horacio Walpole dio el primer paso en esta carrera; el fin que el autor inglés se propuso y alcanzó fue el causar una impresión semejante a la de una noche pasada en un solitario aposento de un castillo feudal, el evocar el pavoroso Genio de los siglos góticos. El mismo género histórico cultivaron las señoras Raccliffe en Inglaterra y Cottin en Francia bien que la primera se prendó más de lo fantástico, y de lo sentimental la segunda. El inmortal Goetz de Berlinchinga de Goethe, sin duda la más sana sino la más portentosa de las obras de este autor, presentó un cuadro histórico y característico, revestido de formas las más sencillas pero llenas de encanto y de poesía. Apareció finalmente el sin par Walter Scott, cuyas novelas ha calificado un crítico de más verdaderas que la misma historia. Descripción de costumbres y de objetos inanimados, rasgos cómicos, conocimiento del corazón humano, invención de aventuras e incidentes, afectos, elocuencia, poesía, cuantos dotes poseyeron o presintieron sus antecesores, hállanse en alto grado en sus innumerables creaciones, y con ser el género que nos ocupa acaso el que más obras ha producido en todos tiempos y países, parece sir Walter Scott y hasta cierto punto puede llamársele el inventor de la novela. |
P. -¿Qué entendemos los españoles por romances?
R. -Unos cortos poemas narrativos escritos las más veces en octosílabos asonantados.
P. -¿Tienen las demás naciones poemas semejantes a nuestros romances?
R. -Sí señor, aunque no en tanto número, tan buenos por lo general, ni de una versificación tan bella ni conveniente. Los pueblos del Norte, especialmente los Escoceses, poseen un género del todo equivalente a nuestros romances en sus baladas, algunas de las cuales llegan a exceder a aquellos en ternura y en el sentimiento de lo maravilloso, bien que en las restantes prendas estén muy lejos de igualarlos. La poesía popular de Portugueses y Catalanes forma solo dos ramificaciones particulares de la española32 .
P. -¿En qué época se compusieron los primeros romances?
R. -Puede creerse por razones de prudente conjetura que fue en los más remotos siglos de la restauración de la monarquía, y tal vez empezaron a escribirse en dialecto bable o asturiano; pero faltan documentos para dar una decisión satisfactoria en el particular.
P. -¿Dejando aparte el Romance pastoril y el burlesco de que se ha hecho mención en el lugar correspondiente, en qué clases suele dividirse el Romance español?
R. -En Romance caballeresco, Romance histórico y Romance morisco.
Ejemplos:
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A pesar de sus incorrecciones (es de notar que nuestros antiguos acostumbraban añadir una é al final agudo de los versos y decían Roldane, dirae), no hemos vacilado en presentar como modelo, no de versificación, sino de espíritu poético este bellísimo Romance, uno de los varios que tienen referencia a la batalla de Roncesvalles. Los dos siguientes son más correctos y aun el morisco muestra hasta que punto puede llegar la elegancia y la gala de nuestro idioma; el histórico no es seguramente el mejor entre los innumerables del Cid, pero sí de los menos citados.
Romance histórico | ||||
Victorioso vuelve el Cid | ||||
A San Pedro de Cardeña | ||||
De las guerras que ha tenido | ||||
Con los moros de Valencia. | ||||
Las trompetas van sonando | ||||
Por dar aviso que llega | ||||
Y entre todos se señalan | ||||
Los relinchos de Babieca. | ||||
El abad y monjes salen | ||||
A recibirle a la puerta, | ||||
Dando alabanzas a Dios, | ||||
Y al Cid mil enhorabuenas. | ||||
Apeose del caballo | ||||
Y antes de entrar en la iglesia | ||||
Tomó el pendón de sus manos | ||||
Y dice de esta manera: | ||||
-Salí de ti, templo santo, | ||||
Desterrado de mi tierra, | ||||
Mas ya vuelvo a visitarte | ||||
Acogido en las ajenas. | ||||
Desterrome el rey Alfonso | ||||
Porque allá en Santa Gadea | ||||
Le tomé el su juramento | ||||
Con más vigor que él quisiera | ||||
Las leyes eran del pueblo | ||||
Que no excedí un punto dellas, | ||||
Pues como a leal vasallo | ||||
Saqué a mi rey de sospecha, | ||||
¡Oh envidiosos castellanos, | ||||
Cuán mal pagáis la defensa | ||||
Que tuvisteis en mi espada | ||||
Ensanchando vuestra cerca! | ||||
Veis aquí os traigo ganado, | ||||
Otro reino y mil fronteras | ||||
Que os quiero dar tierras mías, | ||||
Aunque me echéis de las vuestras. | ||||
Pudiera dárselo a extraños | ||||
Mas para cosas tan feas, | ||||
Soy Rodrigo de Vivar, | ||||
Castellano a las derechas. |
Romance morisco | ||||
Si tienes el corazón, | ||||
Zaide, como la arrogancia, | ||||
Y a medida de las manos | ||||
Dejas volar las palabras; | ||||
Si en la vega escaramuzas | ||||
Como entre las damas hablas, | ||||
Y en el caballo revuelves | ||||
El cuerpo como en las zambras; | ||||
Si el aire de los bohordos | ||||
Tienes en jugar la lanza | ||||
Y como danzas la toca | ||||
Con la cimitarra danzas; | ||||
Si eres tan diestro en la guerra, | ||||
Como en pasear la plaza, | ||||
Y como a fiestas te aplicas, | ||||
Te aplicas a la batalla; | ||||
Si como el galán ornato | ||||
Usas la lúcida malla, | ||||
Y oyes el son de la trompa | ||||
Como el son de la dulzaina | ||||
Si como en el regocijo | ||||
Tiras gallardo las cañas, | ||||
En el campo al enemigo | ||||
Le atropellas y maltratas; | ||||
Si respondes en presencia, | ||||
Como en ausencia te alabas, | ||||
Sal a ver si te defiendes | ||||
Como en el Alhambra agravias. | ||||
Y si no osas salir solo, | ||||
Como está el que te aguarda | ||||
Algunos de tus amigos | ||||
Para que te ayuden saca; | ||||
Que los buenos caballeros | ||||
No en palacio ni entre damas | ||||
Se aprovechan de la lengua | ||||
Que es donde las manos callan. | ||||
Pero aquí que hablan las manos | ||||
Ven y verás como habla | ||||
El que delante del rey | ||||
Por su respeto callaba. | ||||
Esto el moro Tarfe escribe | ||||
Con tanta cólera y rabia, | ||||
Que donde pone la pluma | ||||
El delgado papel rasga; | ||||
Y llamando a un paje suyo | ||||
Le dijo: -vete al Alhambra, | ||||
Y en secreto al moro Zaide | ||||
Da de mi parte carta: | ||||
Y dirasle que le espero | ||||
Donde las corrientes aguas | ||||
Del cristiano Genil | ||||
Al Generalife bañan. |