Escena I
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DON PEDRO y DOÑA MATILDE.
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DOÑA MATILDE.-
Por Dios, papá, déjese usted ablandar.
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DON PEDRO.-
No, no; nunca consentiré en semejante
bodorrio. |
DOÑA MATILDE.-
¿Pues no lo aprobaba usted
antes? |
DON PEDRO.-
No sabía entonces lo que sé
ahora. |
DOÑA MATILDE.-
¿Pero qué sabe usted?
|
DON PEDRO.-
Mil cosas... Sé en primer lugar que tu
don Eduardo no tiene un ochavo. |
DOÑA MATILDE.-
¿Y
ése es acaso un gran defecto? |
DON PEDRO.-
No te lo
parece a ti ahora, que te sientas, por ejemplo, a la mesa,
y si hay tortilla comes tortilla, sin informarte siquiera
de a cómo va la docena de huevos; pero cuando seas
ama de casa y veas volver a Toribio con la esportilla vacía,
porque tu marido no dejó una blanca con qué
llenarla, ya verás entonces si se te cae la baba por
la gracia. |
DOÑA MATILDE.-
(¡Qué preocupación!...)
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DON PEDRO.-
En fin, te repito que no me acomoda el yerno
que me quieres dar... ni yo sé tampoco lo que te prenda
en él porque fisonomía menos expresiva...
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DOÑA MATILDE.-
¡Calle usted, señor, y tiene
dos ojos como dos carbunclos! |
DON PEDRO.-
Lo dicho, dicho,
Matilde; no cuentes jamás con mi licencia... Si te
quieres casar con ese hombre y morirte después de
hambre... cásate enhorabuena y buen provecho te haga,
con tal que yo no te vuelva a ver en mi vida... Esto es lo
único y lo último que te digo... Adiós...
(Bueno será que me vaya antes que empiecen los pucheros.)
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Escena III
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DOÑA
MATILDE, BRUNO y después DON EDUARDO.
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BRUNO.-
¿Está
usted sola? (Entreabriendo la puerta.) |
DOÑA MATILDE.-
Sí, ¿qué hay? |
BRUNO.-
¿Qué hay?...
lo de siempre... que el señor don Eduardo está
ya ahí con ganas de parleta y que yo, como me han
hecho ustedes, velis nolis, su corre ve y dile, me adelanto
a reconocer el campo. |
DOÑA MATILDE.-
¿Dónde
le dejas? |
BRUNO.-
En el descanso de la escalera. |
DOÑA MATILDE.-
Que suba... y tú, oye. |
BRUNO.-
Suba usted
caballerito... y yo, oigo. |
DOÑA MATILDE.-
Es necesario
que te pongas en el cancel de esa puerta (A BRUNO.) , y que
nos avises de cualquier ruido que adviertas en el cuarto
de papá, no sea que salga y nos sorprenda. |
BRUNO.-
¿Qué tenemos, Matilde mía? |
DOÑA MATILDE.-
Nada bueno, Eduardo; papá me acaba de asegurar que
jamás me dará su consentimiento. |
DON EDUARDO.-
¡Será posible! |
DOÑA MATILDE.-
Y tanto como
lo es... Me ha dicho también mil horrores de usted...
|
DON EDUARDO.-
¡De mí! |
DOÑA MATILDE.-
En primer
lugar, y según costumbre, que era usted pobre...
|
DON EDUARDO.-
Pero usted le habrá respondido, según
costumbre... |
DOÑA MATILDE.-
Lo bastante para indicarle
que ésta es la mayor perfección que usted tiene
a mis ojos. |
DON EDUARDO.-
Muchas gracias. |
DOÑA MATILDE.-
En seguida se ha ensangrentado con la familia de usted...
con su persona... Vamos, le aborrece a usted con sus cinco
sentidos... ¡Ya ve usted si es injusticia! |
DON EDUARDO.-
¿Y ya ve usted si me lo parecerá a mí? |
DOÑA MATILDE.-
Así, confieso que ya no me queda esperanza
alguna. |
DON EDUARDO.-
Ni a mí tampoco... verdad es
que nunca la tuve... De ahí que no me haya dormido,
y que si usted quiere... |
DOÑA MATILDE.-
Explíquese
usted. |
DON EDUARDO.-
Sepa usted que si bien es cierto que
he gastado hasta el último real que poseía,
también lo es que ya tengo todo listo para nuestro
casamiento... Dispensa, cura, testigos, cuarto en qué
vivir, un poco alto sin duda... como que está en un
quinto piso... pero en buena calle... en la calle del Desengaño...
en fin, nada falta... sino que usted se decida... y dentro
de media hora... |
DOÑA MATILDE.-
¡De media hora!
|
DON EDUARDO.-
Nos sobra aún tiempo, porque ni usted
necesita más de diez minutos para prepararse, ni yo
más de veinte para dar mis últimas órdenes,
volver a esta calle, aprovechar el primer momento en que
no pase gente, avisar a usted de ello con tres palmadas,
recibirla cuando baje y conducirla en dos brincos a la iglesia,
cuya puerta, por fortuna, tenemos casi enfrente de esa reja.
|
DOÑA MATILDE.-
No decía yo eso, sino que tanta
precipitación... estas cosas, Eduardo, necesitan siempre
pensarse algo. |
DON EDUARDO.-
¡Al revés, Matilde!
Estas cosas, si se piensan algo no se hacen nunca... porque...
ya ve usted... a cada paso ocurren nuevas dificultades. Se
trasluce entretanto el proyecto... se suscitan persecuciones...
hay encierros a pan y agua en calabozos subterráneos,
hay vapuleo no pocas veces... y si desgraciadamente hubiera
esto para nosotros, no sé yo luego cómo nos
habíamos de casar. |
DOÑA MATILDE.-
¡Oh! Eso
es muy cierto... dígalo si no Ofelia... la del castillo
negro. |
DON EDUARDO.-
Y Malvina y Etelvina y Carolina y otras
mil víctimas desventuradas de la injusticia paternal,
a quienes han enterrado con palma por andarse con miramientos.
|
DOÑA MATILDE.-
No, lo que es Etelvina murió
de parto, si es que no he olvidado su historia. |
DON EDUARDO.-
Llámelo usted hache... de parto o emparedada...
allá se va todo... Ello es que Etelvina debió
hacer mala sangre con los disgustos que le dieron para que...
Con que vamos, Matilde mía, ¿qué resuelve usted?
Mire usted que cada instante que se pierde... |
DOÑA MATILDE.-
No sé lo que haga... salirse una así
de su casa sin... |
DON EDUARDO.-
Pues si no ¿qué otro
camino tenemos? A menos que usted, arredrada con los peligros
que pueden amenazarnos, no se arrepienta de sus juramentos
y... |
DOÑA MATILDE.-
¡Yo arredrada! ¡Yo arrepentida!
No creía yo que me calumniara usted de ese modo, Eduardo,
después de tantas pruebas como le tengo a usted dadas
de mi amor... |
DON EDUARDO.-
No es que yo dude... ¿ni cómo
había de dudar... cuando esta misma mañana...
allí... delante de aquel cuadro de Atala moribunda,
me prometió usted casarse conmigo y seguirme, aunque
fuera al fin del mundo? Sino que... haciendo una hipótesis
casi imposible, decía... |
DOÑA MATILDE.-
Dichoso
usted que tiene la cabeza para hipótesis... No me
sucede a mi otro tanto... y si al cabo cedo a las instancias
de usted... |
DON EDUARDO.-
¿Cede usted a mis instancias?
¡Oh, qué ventura! |
DOÑA MATILDE.-
Sí,
hombre injusto, y para ceder mejor a ellas cierro los ojos
sobre todas las consecuencias... Diga usted ahora que soy
tímida o que soy... |
DON EDUARDO.-
Digo, Matilde,
que es usted una hembra extraordinaria... una verdadera heroína
de novela... y arrojándome a sus pies protesto...
|
BRUNO.-
Que el amo bosteza. (Sin dejar su puesto.) |
DON EDUARDO.-
¡Caramba! Si se fastidia de estar solo y sale...
No, no... (Levantándose.) Aprovechemos los momentos...
Ahora son las ocho de la noche... conque así, Matilde,
a las ocho y media me tiene usted al pie de aquella reja.
|
DOÑA MATILDE.-
Bueno, entonces ya me tendrá
usted también pronta. |
DON EDUARDO.-
No olvide usted
la seña, tres palmadas mías. |
DOÑA MATILDE.-
Me parece mejor que intercale usted entre la segunda y
la tercera un gran suspiro para que no sea tan fácil
el que yo pueda equivocarme, si acaso hubiera otra intriga
amorosa en la calle. |
DON EDUARDO.-
Observación muy
prudente... suspiraré entre la segunda y la tercera.
|
DOÑA MATILDE.-
Pues lo demás déjelo
a mi cargo, que Bruno y yo dispondremos el cómo burlar
la vigilancia de mi padre. |
DON EDUARDO.-
No hay más
que hablar. Adiós, bien mío. |
DOÑA MATILDE.-
Adiós... |
DON EDUARDO.-
¡Ah!, se me pasaba el recomendar
a usted que no traiga consigo alhaja alguna, ni dinero ni
cosa que lo valga, porque dirían que yo... |
DOÑA MATILDE.-
Pierda usted cuidado... Una muda o dos cuando más,
con las cartas que usted me ha escrito, el retrato de Atala,
la sortija de alianza, y la rosa que usted me dio en el primer
rigodón que bailamos juntos, y que conservo en polvo,
envuelta en un papel de seda. Esto es todo lo que pienso
llevar. |
DON EDUARDO.-
Ni necesita usted más. Adiós
otra vez. |
Escena IV
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DOÑA MATILDE y BRUNO.
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DOÑA MATILDE.-
Adiós... ¿Bruno?... |
BRUNO.-
¿Señorita? |
DOÑA MATILDE.-
¿Te enteraste
de lo que hemos tratado? |
BRUNO.-
Ni jota... como tenía
que atender a lo que pasaba por allá adentro... |
DOÑA MATILDE.-
Pues has de saber... pero antes jura que no lo
has de decir a nadie. |
BRUNO.-
Digo que no se lo diré
a nadie. |
DOÑA MATILDE.-
Júralo. |
BRUNO.-
¡Cuando
prometo yo una cosa!... |
DOÑA MATILDE.-
Bueno... escucha
ahora. |
BRUNO.-
¿Qué es ello? (Con curiosidad.) |
DOÑA MATILDE.-
¿Me quieres, Bruno? |
BRUNO.-
Toma ¿y para eso tantos
aspavientos? |
DOÑA MATILDE.-
Es que si tú no
me quieres... (y mira, Bruno, que me has de querer mucho)
de lo contrario es inútil que te refiera nada, porque
ni me ayudarías ni... conque así, responde:
¿me quieres mucho, Bruno? |
BRUNO.-
¿Que si la quiero a usted?
Buena pregunta, cuando la he visto a usted nacer, como quien
dice, y la he arrullado y la he dado papilla y la he...
|
DOÑA MATILDE.-
Tienes razón... y por lo mismo
me decido ahora a confiarte que me caso esta noche con don
Eduardo. |
BRUNO.-
¡Oiga! Su padre de usted consintió
al cabo... |
DOÑA MATILDE.-
No tal; antes al contrario,
se opone a ello. |
BRUNO.-
¿Y dice usted que se casa? |
DOÑA MATILDE.-
Dentro de media hora... ahí está
el misterio. |
BRUNO.-
No puede ser eso entonces, niña.
|
DOÑA MATILDE.-
Te digo que sí... Don Eduardo
lo ha arreglado ya todo, y me vendrá a buscar dentro
de media hora para llevarme a la iglesia. |
BRUNO.-
No será
el hijo de mi madre el que le abrirá la puerta. |
DOÑA MATILDE.-
No importa, porque precisamente tengo decidido
el salir por la ventana. |
BRUNO.-
¿Por la ventana? |
DOÑA MATILDE.-
Por esa reja, quise decir, cuya llave tienes tú,
y que está tan baja que con la ayuda de una silla
cualquiera puede... |
BRUNO.-
Según eso, ¿usted cree
que yo le voy a dar la llave? |
DOÑA MATILDE.-
¿Por
qué no? |
BRUNO.-
¿Y también quizá que
yo mismo le pondré la silla para encaramarse? |
DOÑA MATILDE.-
¿Quién había de ser? |
BRUNO.-
¿Y
quién la sostendrá de los brazos hasta que
el señor don Eduardo la recoja en los suyos? |
DOÑA MATILDE.-
Sí. |
BRUNO.-
Pues se engañó
usted de medio a medio. |
DOÑA MATILDE.-
¡Cómo!
|
BRUNO.-
Y ahora mismo voy a noticiar al amo todo este fregado.
(Hace que se va.) |
DOÑA MATILDE.-
¡Detente! |
BRUNO.-
No faltaba más... ¡Una niña bien nacida pensar
en semejante gitanada! |
DOÑA MATILDE.-
¡Bruno! |
BRUNO.-
¡Y proponérmela a mí, que he comido treinta
y cinco años el pan de su padre! |
DOÑA MATILDE.-
Pero escucha, por Dios... |
BRUNO.-
Ni por la Virgen...
Todo lo sabrá el señor don Pedro. |
DOÑA MATILDE.-
Recuerda que prometiste... |
BRUNO.-
Si prometí
fue en la suposición de que sería cosa inocente...
|
DOÑA MATILDE.-
¿Qué hará luego mi padre?
|
BRUNO.-
¿Qué? Encerrar a usted bajo llave si no desiste...
|
DOÑA MATILDE.-
¡Encerrarme... a mí!...Bruno,
está visto... me quieres precipitar... Pues bien...
lo lograrás... ¿Ves este papel? |
BRUNO.-
¿Y qué
hay en ese cucurucho? |
DOÑA MATILDE.-
Píldoras.
|
BRUNO.-
¿De Jalapa? |
DOÑA MATILDE.-
De rejalgar.
|
BRUNO.-
¡Jesús mil veces! |
DOÑA MATILDE.-
Que don Eduardo me trajo esta mañana. |
BRUNO.-
¡Habrá
bribón! |
DOÑA MATILDE.-
A petición mía...
porque una mujer desgraciada no puede estar sin un poco de
veneno en su ridículo. |
BRUNO.-
Maldita la necesidad
que veo yo de eso... |
DOÑA MATILDE.-
A grandes males,
grandes remedios... Así... tenlo por cierto... si
das otro paso hacia la puerta con tan vil propósito,
ni una píldora dejo de todo el cuarterón que
no me trague. |
BRUNO.-
¡Condenadas boticas! |
DOÑA MATILDE.-
Y me verás caer aquí redonda, lo
mismo que si me hubieras dado un trabucazo. |
BRUNO.-
No haga
usted tal... Tenga usted compasión de su pobre padre
y de mí... |
DOÑA MATILDE.-
Tenla tú
de la desventurada Matilde. |
BRUNO.-
Yo... sí... pero...
|
DOÑA MATILDE.-
¿En fin, qué determinas? |
BRUNO.-
Vaya... no diré nada, con tal que me dé usted
esas píldoras para... |
DOÑA MATILDE.-
¿Y me
ayudarás también? |
BRUNO.-
Eso no, porque...
|
DOÑA MATILDE.-
Que me las trago. |
BRUNO.-
Sí,
sí, ayudaré... haré todo lo que usted
quiera... pero vengan esas píldoras, repito. |
DOÑA MATILDE.-
¡Qué desatino!... ¿No ves que me desarmaría
si te las diera?... Lo que haré será guardarlas
en donde las guardaba antes, para el caso en que intentes
todavía venderme. |
BRUNO.-
¡Paciencia! |
DOÑA MATILDE.-
Ahora paso a decirte lo que exijo de ti, y es que
si papá viene a esta sala, en tanto que yo entro en
mi cuarto a recoger algunas frioleras, trates de alejarle
de aquí con cualquier pretexto. |
BRUNO.-
(Ojalá
viniera.) |
DOÑA MATILDE.-
Que cuides de que no haya
luz... |
BRUNO.-
En soplando las que están encendidas...
|
DOÑA MATILDE.-
¡Y que la reja esté abierta
para cuando yo vuelva! |
BRUNO.-
Sí sé dónde
puse la llave, que me... |
DOÑA MATILDE.-
Ya la encontrarás...
No se te olvide nada... ¿Lo entiendes? Y yo me voy a lo que
dije... ¡Cuidado que es menester que una mujer tenga cabeza
para atar tantos cabos! |
Escena VI
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DON PEDRO y DICHO.
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DON PEDRO.-
(Necesito no descuidarme
si he de llegar a tiempo de ponerme junto a un confesionario
sin que me vean...) |
BRUNO.-
¡Ah! ¡Señor don Pedro
de mi vida!... ¡Algún ángel le ha traído
a usted tan a punto! |
DON PEDRO.-
No me entretengas, Bruno,
que estoy muy de prisa. |
BRUNO.-
Dos palabras tan sólo.
|
DON PEDRO.-
Ni media. |
BRUNO.-
Sepa usted... |
DON PEDRO.-
No quiero saber nada, déjame. |
BRUNO.-
Que la señorita...
|
DON PEDRO.-
Ya me lo dirás cuando vuelva... ¡suelta!
|
BRUNO.-
Es que cuando usted vuelva ya no quedará
mucho que decir, porque doña Matilde... |
DON PEDRO.-
¡Suelta, suelta, o vive Dios...! |
BRUNO.-
Ya suelto, pero
luego no se queje usted... |
DON PEDRO.-
Luego me las pagará
todas juntas el que haya contribuido a ofenderme. |
BRUNO.-
¡Oídos que tal oyen! |
DON PEDRO.-
Y para eso hice
afilar el otro día mi espadín de acero. |
BRUNO.-
Y por eso cabalmente quiero yo hablar ahora, y contar a
usted... |
DON PEDRO.-
Calla. |
BRUNO.-
Pero si no me deja
usted hablar, ¿cómo quiere usted...? |
DON PEDRO.-
Calla, y hasta después que ajustaremos cuentas. (Pobre
Bruno, no le queda mal susto en el cuerpo.) |
Escena VII
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BRUNO, y después DOÑA MATILDE.
|
BRUNO.-
¡No sabía yo lo de la afiladura del espadín!
Con esto, y con que después se le antoje el que yo
tuve arte o parte en el negocio... y me atraviese como un
palomino... Dígole a usted que... vamos, por más
que lo miro y lo remiro... no hay escapatoria... tiene que
acabar en tragedia... porque a la altura en que estamos...
es claro que o se matan ellos o los mata don Pedro, o me
mata éste a mí... o se mata él... o
nos morimos todos de pesadumbre... lo dicho... tiene que
haber muertes... tiene que haberlas necesariamente... a menos
que un milagro. |
DOÑA MATILDE.-
¿Salió mi padre?
|
BRUNO.-
(Adiós con mi dinero... ya está aquí
doña Matilde.) |
DOÑA MATILDE.-
¿No me respondes
si salió mi padre? |
BRUNO.-
Salió, y como un
rehilete... No sé yo lo que podía urgirle tanto...
pero... ¿qué hace usted?... |
DOÑA MATILDE.-
Lo que tú has olvidado... apagar las velas... |
BRUNO.-
¿Qué, es de rigor en tales aventuras el andar a
tientas? |
DOÑA MATILDE.-
Es prudencia por lo menos
para evitar el que la vecina de enfrente fisgonee lo que
va a pasar en este cuarto. |
BRUNO.-
¡Ay! |
DOÑA MATILDE.-
¿Qué es eso? |
BRUNO.-
No es cosa, un chichón
que debo a la vecina de enfrente. |
DOÑA MATILDE.-
¡Y todavía no has abierto la reja! |
BRUNO.-
¿Para
qué? Si se ha de ir usted al cabo, ¿no vale más
el que se salga usted por la puerta? |
DOÑA MATILDE.-
No lo creas... eso cualquiera lo haría... y es también
menos dramático. |
BRUNO.-
¿Menos qué? |
DOÑA MATILDE.-
Vaya, despáchate en abrir la reja... mira
que creo que ya ha dado la media. |
BRUNO.-
Qué había
de dar, no, señora... ni por pienso... Dios nos libre
de que hubiera dado. |
DOÑA MATILDE.-
¿No abres? |
BRUNO.-
Aquí tengo la llave; pero antes reflexione usted,
hija mía, la pesadumbre que va usted a dar a su padre
con este escándalo... y lo que... |
DOÑA MATILDE.-
¿Oyes ahora la media? |
BRUNO.-
¡Virgen del Tremedal!...
(Corriendo a la ventana.) ¡Allá va, allá va!...
(Gritando a DON EDUARDO.) |
DOÑA MATILDE.-
¡Cómo!
¿A quién gritas? |
BRUNO.-
Nada, nada. |
DOÑA MATILDE.-
¡Ah traidor, ya te entiendo!... pero antes que
vengan a sorprendernos apelaré a mi último
recurso. (Hace como que saca las píldoras.) |
BRUNO.-
Tenga usted el brazo. (Corriendo a DOÑA MATILDE.)
Tire usted esas píldoras, que es a don Eduardo a quien
yo avisaba... (Vuelve a la ventana.) ¡Allá va, allá
va!... Repito que es don Eduardo a quien yo... (Vuelve a
DOÑA MATILDE.) ¡Ay qué sudor frío me
ha entrado! |
DOÑA MATILDE.-
¿Pues por qué no
me decías que don Eduardo estaba ya esperándome?
|
BRUNO.-
Porque... porque... bueno estoy yo ahora para decir
el porqué de nada, y si me sangraran... |
DOÑA MATILDE.-
En suma, ¿quieres o no quieres abrir la reja?
|
BRUNO.-
En este instante... (Empecemos al menos por salvar
dos vidas...) ¡Qué premiosa está! |
DOÑA MATILDE.-
Pon luego una silla. |
BRUNO.-
Pongo una silla.
|
DOÑA MATILDE.-
¿Y está ya don Eduardo? |
BRUNO.-
Le estoy tocando con la mano la copa del sombrero. |
DOÑA MATILDE.-
Entonces... ¿dónde dejaré la carta
para papá?... y muy contenta que estoy con ella...
¡Oh!, me ha salido muy tierna y muy respetuosa... mucho más
tierna que la de Clari en la ópera... Aquí
la pondré sobre la mesa... ahora, vamos... No, me
falta todavía que implorar al cielo, y rogar también
por mi padre. |
BRUNO.-
¡Si la tocara Dios en el corazón!
|
DOÑA MATILDE.-
Ahora quiero besar la poltrona (Se
levanta.) en que duerme papá la siesta... la mesa...
la jaula de la cotorra... adiós, muebles queridos...
adiós, paredes que me guarecisteis durante mis primeros...
mis más dichosos años... y que quizá
no volveré a ver más... Dame la mano, Bruno...
adiós, Bruno... que seas feliz... que me vengas a
ver... ¡ay, que me caigo...! |
BRUNO.-
No tenga usted cuidado...
y déjese usted ir... ¡Maldito alfiler! |
DOÑA MATILDE.-
Que consueles a mi padre. |
BRUNO.-
¡A buena hora
mangas verdes! Téngala usted, don Eduardo... así...
ya llegó al suelo... Y corren como gamos... y ya llegan
a la iglesia... y ya entran... y... Dios los haga buenos
casados... Quitémonos ahora de la reja... cerrémosla...
y cuidemos antes de todo esconder el espadín de acero. |