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Daniel Moyano: sintaxis fragmentaria de la identidad

Olga Tiberi





«Su recuerdo era imborrable. Imborrable porque no sólo pertenecía a la tierra natal sino a un tiempo natal. Hay un tiempo natal que acaso sea más importante que la tierra. Su naturaleza es abstracta y por más lejos que te vayas te sigue por el mundo. Es la envoltura que tenemos y como una cápsula nos permite el desplazamiento por el espacio, que es vertiginoso, pero no lo sentimos gracias a esa envoltura. Eugenia... estaba dentro de mi tiempo natal, por eso la búsqueda... La nada no era otra cosa que la ausencia de un tiempo natal».


(D. Moyano, 2005, 71)                


La escritura narrativa de Daniel Moyano parece surgir en ese entredós tramado por tierra y tiempo; más precisamente, por la carencia de un suelo natal que se le niega y por un tiempo que, iniciándolo en el trabajo de la búsqueda, lo restituye del riesgo de caer en «la nada». La tensión mantenida en juego por estas dos dimensiones, gesta una relación de impotencia / potencia que, atraviesa toda la textura de la producción literaria de este escritor, mediante las cuatro operaciones modalizantes del discurso propuestas por G. Agamben. Por un lado, la imposibilidad de un suelo natal vuelve necesaria la dimensión del tiempo, oficiando a la manera de un dispositivo desubjetivador puesto que la resultante de esa ecuación es un ser «sin sujeto», «pura sustancialidad»1, en un mundo desprovisto de posibilidades. Por otro, la escritura constituye la posibilidad, el poder-ser que, en la contingencia de la lengua, se dona como estrategia de subjetivación ya que a través de ella adviene la existencia de Daniel Moyano en tanto sujeto histórico-escritor, en el mundo del lenguaje; un mundo que le es propio, o por lo menos, permite la apropiación de su pertinencia.

La temporalidad de la historia, entonces, es quien construye un sujeto que elude su desfondamiento radical, contando historias, en un peregrinar «personal» y escritural que, resulta en la biografía de Moyano2, tan escandaloso como el de la Vía Láctea que «atraviesa el espacio astronómico y como si eso fuera poco todavía se pierde más allá, fuera del espacio y de la vida, en un silencio tan patente que parece ocultar un estallido» (D. Moyano, 2005, 65).

Esa relación entre la posibilidad de decir y el tener lugar de ese decir en la lengua, hacen del narrador un testimonio que construye su verdad mediante verdades, con esa «autoridad del testigo (que) consiste en que puede hablar únicamente en nombre de un no-poder-decir, o sea en su ser sujeto» (G. Agamben, 2005, 165); un testigo que alega en el umbral mismo de ese límite que intenta separar la obra del autor y al autor del escritor, pero sobre todo, los términos grafía y bio; a la escritura de la biografía, a la literatura de la historia, términos no-idénticos pero que, precisamente, por ello, remiten a una mismidad que es constitutiva de la diferencia que los separa uniéndolos.

Por tanto, este borramiento de límites excedidos y confirmados por el paso de la escritura, crea una relación doble y ambigua entre la vida de D. Moyano y lo escrito, como si una y otro se interpenetraran en una suerte de pertenencia necesaria que, a la vez, compromete al lector, en el territorio sinuoso de una textualidad signada por aquella intimidad etimológica que la palabra «leer» dona en su significación; es decir, recoger los frutos de una siembra siempre ajena y que no es tal, sin ese gesto irreverente de apropiación que desafía las fronteras establecidas entre autor y lector, entre escritura y lectura.

La escritura de Moyano es escritura de lo viviente que se instala en el relato impugnando de continuo la injerencia de aquellas alternativas que pretenden sofocar la palabra a través del poder político. Esta zôographia como contradiscurso, esta fuerza subterránea acaba, resiliente y abismal, por fundamentar el sostén de un sujeto que escribe añorando un suelo natal y postula, en consecuencia, un tiempo natal: esto es, una historia que se construye en tanto suceso suspendido entre cielo y tierra, una utopía que busca enraizar su carácter abstracto en el trayecto mismo de la escritura, en la posibilidad de una palabra que teatraliza su imposibilidad en la propia puesta en escena.

En este escenario, sujeto y objeto se funden en una sintaxis3 que, sin reducciones, dispone, a ambos juntamente -sin cálculo de estrategias4- en aquello que narra un silenciamiento que socava el aspecto ficcional de la materia creada para instalarse en una dimensión ineludible de la realidad. Un yo (auto)biográfico subyace en lo narrado y se emplaza, aunque engañoso, en el desconcierto de las voces narrativas, para orientar la escritura de sí mismo hacia la comprensión de un mundo incomprensible, autoritario y dictatorial en el que el terrorismo de Estado -1976-, en una primera instancia, implicó la desarticulación social para ejecutar, a la vez, su propia ilegitimidad sobre sí mismo, promoviendo la caída de la centralidad del Estado y la disolución y retiro de su presencia del diálogo con sus interlocutores genuinos: la inmensa mayoría de los habitantes del país.

Sobre la hostilidad de este suelo, el relato instituye una identidad fragmentaria y contrahecha, cuya unidad estallada se disemina en ese proceso mismo de constitución narrativa por el cual adquiere sentido. Las cosas, ellas mismas, abren el lugar original a partir del cual puede hacerse únicamente posible la vivencia del espacio exterior, en la que están comprendidas y donde se sitúa la experiencia de ser en el mundo de un sujeto que escribe.

De modo que los mundos posibles de la literatura de D. Moyano, constituyen, tal vez, de manera perentoria y única, la condición de posibilidad del universo del escritor y del hombre que sólo escribiendo llega a ser construido en esa inmanencia «errante»y «terrenal»5 que, en apertura a lo otro, establece con la vida «una suerte de tránsito sin distancia ni identificación» (G. Agamben, 2007, 64) y en la que interior y exterior del mundo se neutralizan en una constante potencialidad que indistingue al sujeto del objeto de la acción narrativa.

Moyano al describir lo individual en la errancia de sus personajes, no busca establecer las leyes universales de un saber ni de un hacer, sino la intersección entre esa instancia y el diseño de una vida particular que solamente de esta manera, puede dar cuenta de los monstruos que asedian sus días. La escritura de Moyano se constituye en «hacer la verdad» en la experiencia misma de un lenguaje desplegado en la alteridad de los protagonistas de sus relatos pero también en la de sus lectores y en el por-venir mismo de la escritura. Un lenguaje que excede la palabra desbordada en los sonidos de una música que «no desaparece nunca (ni) en el espacio» (D. Moyano, 2005, 37) geográfico ni en el territorio narrativo. Ambas graphé y phoné se recortan y se afirman sobre un abismo de silencio que no es solamente aquel del que emanan, sino también y además, ese otro silencio: el exiliar; el silenciamiento impuesto por el poder.

«Salí de mi país en busca de Eugenia... (quien) además de ser mujer, era un signo de muchas cosas, era la libertad, era el tiempo natal, era la patria verdadera» (D. Moyano, 2005, 26/242), anuncia Juan, el músico, al justificar su tránsito desde el lugar negado hacia la posibilidad de un encuentro con la instancia natal, original de su destino. Eugenia, en tanto nombre se aproxima al término «eugenesia»6 y designa un alguien «bien nacido», «bello y bueno». La tradición metafísica entrelaza los conceptos de «universal» y «eugenesia» para significar la legitimidad y la potencia de una dimensión originaria, de un arché que inscribe a la vez, en la esencia de lo universal, el origen y el orden jerárquico del ser; por tanto, el principio y sólo él, detenta el arcano de autoridad para develar la verdad. «Del otro lado, está el monstruo...» afirma Antonio Negri.

Ciertamente, el monstruo está fuera de esta economía del ser; en realidad, el querer-decir del logos, ha tratado de conjurarlo en todos sus aspectos y por todos los medios. Sin embargo, el monstruo es «una pesadilla de lo bello y lo bueno» y así como Apolo no puede presentarse jamás sin que Dionisio desborde su ubicuidad, el monstruo se pasea por los mundos imaginarios, en los sueños y en las fantasías poéticas. Pero, por sobre todo, irrumpe en el monólogo del poder a través de una voz quebrada que murmura historias fragmentarias y rumorea sinsentidos.

Lo monstruoso, en la narrativa de D. Moyano, deviene, desde los márgenes en que actúa, «metáfora» intempestiva que desquicia el discurso político y contamina la pulcritud del orden homogéneo de las jerarquías, haciéndoles perder la razón, haciéndolas delirar al son de aquella música que acuna tanto al pensamiento como al lenguaje.

La búsqueda de Juan resulta infructuosa; sin embargo esa errancia-sin-fin implica un pensamiento del «quizá», que marca una suspensión radical por la cual se fundan los relatos que se cuentan y, las historias adventicias se construyen en la medida en que el sujeto tiene lugar en el único lugar posible, es decir, en el discurso: «Y estos hechos aunque parezcan imaginativos o "poéticos" a los ojos de gente no avisada, forman la trama de la realidad y es necesario tenerlos muy en cuenta para las búsquedas concretas...» (D. Moyano, 2005, 37). Allí, en la permanencia de ese carácter transitivo entre autor y escritura, acontece la obra literaria sin que este comienzo garantice el develamiento de una verdad; por el contrario, la narrativa de D. Moyano estructura una lógica que no puede mantenerse sin convocar el gesto de ruptura por el cual Dionisio emerge como el dios que escande el lenguaje en sonidos y, rechazando toda mediación, vuelve la palabra al ámbito primigenio de la música y de la danza.

Esta iterancia mantiene abiertas, en la superficie del espacio escritural, las dicotomías bíos-zoé y logos-phoné. En esa sintaxis que dispone en forma conjunta lo uno y lo otro, los dos pares de términos cobran una existencia de igual magnitud en la realidad de un lenguaje que, también él, acaece en tanto apertura de un posible absolutamente indeterminado, aún por-venir.

En ese intersticio entre el adentro y el afuera de una lengua, entre lo decible y lo indecible, el escritor instala su testimonio y este acto de testimoniar implica, desde la impronta de su enunciación, la búsqueda de una identidad que ya no podrá mostrarse más que en las fisuras mal disimuladas de su recomposición. Tal vez, el testimonio de Daniel Moyano, conforme una elipsis de esa identidad que solo puede darse como inscripción en el mismo acontecimiento textual que, simultáneamente, lo subjetiviza.

Ahora bien, esa memoria testimonial ¿qué lugar ocupa en la construcción de un pensamiento de la identidad? ¿Cuál es la operación por la cual se inscribe, literalmente, la cesura y la mutilación, incluso material, de esa memoria en la tradición identitaria de una comunidad? Más bien, parece que la memoria testimonial se deconstruye al inscribirse, fragmentando la monumentalidad del concepto «identidad» en una sucesión quebrada, rota y disuelta como las notas musicales que se abisman en las palabras de Moyano, como el sonido que desfundamenta el silencio y su armonía para mostrar la discordancia: «el ruido (que) es mi padre... con sus cuchillos y esas panteras asquerosas que nacían y crecían...» (D. Moyano, 2005, 26) y que, por simple transposición, semantiza las violencias de una patria imposible a la que hay que «salir a buscar abandonándola» (D. Moyano, 2005, 242).

La sintaxis narrativa de D. Moyano se construye, entonces, en esos registros que obturan el sentido metafísico del concepto de identidad para hacer de ésta una práctica inaugural en la singularidad de esa diferencia que, serpenteando entre olvidos y represiones, siempre anuncia el más de uno, en la experiencia misma del quizá, de lo posible porque im-posible, que «mantiene en vida la pregunta» (J. Derrida, 2003, 251) por la identidad y le asegura supervivencia a una memoria que no logra cerrarse en la soberanía de la última palabra.






Bibliografía

  • Agamben, G., Lo que queda de Auschwitz, Editorial Pre-Textos, Valencia, 2005, 2.ª Edición corregida.
  • ——, «La inmanencia absoluta», en Ensayos sobre biopolítica. Excesos de vida, Buenos Aires, Editorial Paidós, 2007.
  • Derrida, J., Papel Máquina, Madrid, Editorial Trotta, 2003.
  • Ferraris, M., Introducción a Derrida, Buenos Aires, Amorrortu Editores, 2006.
  • Moyano, D., Dónde estás con tus ojos celestes, Buenos Aires, Editorial Gárgola, 2005.
  • Negri, A., «El monstruo político. Vida desnuda y potencia», en Ensayos sobre biopolítica. Excesos de vida, Buenos Aires, Editorial Paidós, 2007.
  • Quignard, P., El sexo y el espanto, Buenos Aires, Editorial El cuenco de plata, 2005.


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