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Dogma socialista y otras páginas políticas

Esteban Echeverría



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  —VII→  

ArribaAbajoPrólogo


ArribaAbajo- I -

El hombre y su formación intelectual. La formación de Echeverría


Generalmente, el hombre explica sus ideas, en razón del ambiente y de la época en que le tocó vivir. Las fuentes ideológicas en que bebió su inspiración, determinan el tono y el contenido de su doctrina. Echeverría nació en septiembre de 1805, época que señala las vísperas de las inquietudes revolucionarias, en el barrio del Alto de la capital porteña, que habría de ser poco tiempo después el foco del movimiento emancipador de Hispanoamérica. ¿Influyó acaso, de veras, en su destino, la coincidencia de haber sido bautizado en la misma pila en la cual, cerca de medio siglo antes, lo había sido don Feliciano Antonio de Chiclana, que presidió luego la histórica asamblea de Tucumán, como parece sugerirlo la prolija anotación de su biógrafo Gutiérrez?... Lo que parece cierto es que nuestro personaje nace al mundo de las ideas y del pensamiento en medio de una atmósfera espiritual saturada de inquietudes, contemporánea con el nacimiento de la Patria y de los ideales de Mayo, que ha de abrazar más tarde como un devoto abanderado; y también   —VIII→   que la prematura orfandad paterna influyó en el libertinaje o liviandad de su adolescencia, que él recuerda en una de sus cartas, como quien hace un examen de conciencia de pasados desvaríos, para aplicarse luego a ganar el tiempo perdido en preocupaciones más elevadas y en tarea socialmente más útil. Ello no fue obstáculo, sin embargo, para que fuera uno de los alumnos más destacados del Departamento de estudios preparatorios de la Universidad, al que ingresa1 en 1822 y en el que cursa dos años de Latín, y luego, Ideología, Lógica y Metafísica, con maestros de la talla de don Mariano Guerra y del Pbro. Dr. Juan Manuel Fernández Agüero, sucesor de Lafinur, que conservó, junto con el nombre, la orientación originaria de la cátedra de Ideología. Es probable que fuera Echeverría de los cuarenta y dos alumnos con que este ideólogo del Plata, eficaz colaborador de Rivadavia en sus propósitos de convertir a la Universidad argentina en un instrumento de orientación cívica, inició su curso del año 22, pues, según propia confesión, Echeverría se alejó de las aulas a fines del año siguiente, para dedicarse al comercio. Sea en esa cátedra sea en la de Metafísica, que también ocupó Agüero, recibió nuestro hombre las primeras inspiraciones de la doctrina de Condillac y de Destutt de Tracy. Con razón, dice   —IX→   Delfina V. D. de Ghioldi, Echeverría considera a las lecciones de éste como la portada por la que entró en las corrientes del pensamiento francés que engendraron su credo filosófico social (Filosofía Argentina. Los Ideólogos, Buenos Aires, 1938, p. 112).

Sus tareas posteriores, como despachante de aduana de los señores Lezica Hermanos, no le impidieron estudiar Francés e Historia y cultivar la poesía. En octubre de 1825 se embarca para Francia. De este viaje depende su ulterior y definitiva orientación filosófica y política. «Toma el camino del viejo mundo -dice su principal biógrafo-, creyendo hallar allí los elementos del saber de que carece en su patria, y una fuente abundante y pura en que saciar la sed de ciencia que le devora» (ob. y t. cit., p. IX). Allá en Francia, la patria común e inmortal de todos los hombres ansiosos de saber, autodidacto notable, trazose su plan de estudios, que fueron lecturas y no lecciones, y lo siguió metódicamente. De ello dan cuenta los cuadernos de apuntes sobre Química, Geometría e Historia, llenos de fórmulas y cuadros sinópticos, que el autor de las citadas Noticias biográficas describe, por haberlos tenido en sus manos. En particular, el fruto de sus estudios sobre Historia y Política está consignado en «una porción de volúmenes, escritos todos de puño y letra de Echeverría» (id., p. XV). «En el menor de estos volúmenes manuscritos hemos contado trece autores, cuyos nombres son los siguientes, colocados en el orden en que aparecen en las páginas del volumen: Montesquieu,   —X→   Sismondi, Wattel, Lerminier, Lamennais, Guizot (Histoire de la civilisation en Europe), Lando, Vico, Saint-Marc Girardin, Vinet (Liberté des cultes, Chateaubriand (Les Stuarts), Pascal (Pensées(ib., p. XVI). Entre los maestros de la Filosofía, agrega en una nota al pie de esta misma página, le merecieron particular atención los siguientes: Tenneman (Philosophie), Leroux (De l'éclectisme), Cousin (Histoire de la Philosophie), De Gerando (De l'humanité) y Damiron (Cours de Philosophie). Es decir, los representantes más calificados del pensamiento francés contemporáneo. No figuran, en cambio, anotaciones sobre Rousseau ni sobre Mazzini, no obstante la gran influencia que sobre él ejercieran, especialmente el segundo, a juzgar por las numerosas citas que hará luego de la Joven Europa. Creo innecesario destacar la importancia del autor de L'Esprit des lois en este conjunto de nombres tan representativos de la cultura de su época. Es evidente su influencia sobre Echeverría en cuanto concierne al modo de concebir a las leyes sociales: no como una convención arbitraria entre los hombres, sino como normas de conducta que se fundan en las relaciones necesarias de las cosas. Jean Charles-Léonard Simonde de Sismondi, que le sigue en el orden de colocación de los extractos, es el autor de los Études sur les constitutions des peuples libres, impresos años más tarde (1834-37). El Wattel, que cita Gutiérrez, debe ser E. de Vattel, o Vatel, autor de una conocida obra titulada Le droit des   —XI→   gens, ou principes de la loi naturelle appliqués a la conduite des affaires des Nations et des souverains, impresa en Neufchâtel en 1756, y reimpresa en Francia, primero en 1829, y luego, en 1835, precedida ésta por un ensayo del mismo autor sobre el derecho natural. Lerminier, cuya influencia en el Plata, a través de Alberdi es bien conocida (véase Alberdi y el historicismo, del Profesor Raúl A. Orgaz, Córdoba, 1937), publicó en 1829 su Introduction genérale à l'Histoire du droit, y dos años más tarde su Philosophie du droit, que señalan el cambio del clima ideológico operado en Francia por aquel tiempo. Poco después escribió una obra muy significativa por su tema y contenido: De l'influence de la Philosophie du XVIIIème. siècle sur la législation et la sociabilité du XIXème. (Paris, Didier, 1833). Del autor de Paroles d'un croyant, Affaires de Rome, Le livre du peuple, De l'esclavage moderne, etc., Félicité de Lamennais, pueden haber influido sobre nuestro personaje su Essai sur l'indifférence en matière de religion o su Esquisse d'une Philosophie, pues las demás son posteriores al regreso de Echeverría (1834 y siguientes). La influencia del autor de la Histoire des origines du gouvernement réprésentatif et des institutions politiques en Europe sobre nuestro hombre, fue decisiva y benéfica. Aunque no lo dice Gutiérrez, creemos que el pensamiento de Vico debió contribuir a la formación de Echeverría mediante su obra La scienza nuova, en la que expone su sistema de ciclos históricos, y también mediante sus   —XII→   Principios de Filosofía de la Historia, que Jules Michelet tradujo al francés en 1827. En la segunda de sus cartas a De Ángelis cita la ley del progreso de este autor, como aplicada a su doctrina, y la obra citada se menciona entre los libros de su biblioteca que fueran vendidos por Diego Steagmann, en Buenos Aires, entre 1839 y 41 (Solari Juan Antonio: A un siglo del «Dogma Socialista», Buenos Aires, 1937, p. 35). Saint-Marc Girardin, menos conocido que los anteriores, fue el autor de Souvenirs et réflexions politiques d'un journaliste (Paris, C. Lévy, 1859). En cuanto a Pascal, por la obra que de él cita el biógrafo que consigna el dato, debemos hacer notar que ella corresponde al segundo período de su vida filosófica, cuando se había convertido al jansenismo y evolucionado hacia el misticismo. De los filósofos mencionados en último término, el más influyente de todos en la formación de Echeverría fue, sin duda, el futuro autor de De l'humanité, de son principe et de son avenir (1840), el jefe de la escuela ecléctica, a la que perteneció también Damiron, citado en último lugar.

Es muy probable, como lo sostiene el Dr. Abel Cháneton en un jugoso artículo titulado Echeverría en París (publicado en La Nación, del 30-VI-40), que las analectas sobre Leroux correspondan a algunos artículos periodísticos del mismo y sean el fruto de lecturas hechas por Echeverría después de su viaje a Francia, porque su Réfutation de l'éclectisme es también posterior a su estada en dicho   —XIII→   país (1839). Lo mismo sugiere respecto de las correspondientes a Juan Filiberto Damiron, compañero de tareas de Leroux en «El Globo», cuyo Curso citado es también posterior a la Revolución de Julio. Su Essai sur l'Histoire de la philosophie en France au XIXème. siècle es una recopilación de artículos periodísticos, que realizó en 1828.

De Gerando publicó en el año 1839 una obra en cuatro tomos titulada De la bienfaisance publique. La obra mencionada por el biógrafo no figura en la bibliografía de este escritor, más polígrafo que filósofo, que escribió sobre los temas más diversos y cuyo aporte a la filosofía está representado por dos obras: Histoire comparée des systèmes de philosophie relativement aux principes des connaissances humaines (Paris, 1804), en tres tomos, y Histoire de la philosophie, en dos partes: la primera, que, según Cháneton, es la más interesante, está consagrada a una exposición objetiva de los sistemas filosóficos, y la segunda, a la valorización crítica de los mismos. «La obra incorrectamente citada por Gutiérrez debe ser De la génération des connaissances humaines (refundida luego en la Histoire comparée antes citada), donde el autor ensaya una rectificación o al menos, una atenuación del sensualismo de Condillac, cuyo nombre era familiar al estudiante argentino. La página de Echeverría, escrita en francés con el título Argument que j'ai posé a un spiritualiste partisan outrée des doctrines de Laromiguière, está inspirada en el libro de Gerando»   —XIV→   (loc. cit.). El citado Lando sería un polígrafo italiano, llamado Hortensius Landi o Lando, del siglo XVI, pero del que, a estar a la misma fuente de información, se reeditaron en París, precisamente en 1829, Mélanges tirés d'une petite bibliothèque, ou variations littéraires et philosophiques. Y Tenneman, considerado por Cháneton como prototipo del profesor alemán, era el autor de una Historia de la Filosofía, en once volúmenes aparecidos de 1798 a 1819, de la cual hiciera Cousin una refundición con el título de Manuel de l'Histoire de la Philosophie (id. id.).

En cuanto a Cousin, cuya Historia de la Filosofía cita este biógrafo, tiene una Introduction à l'Histoire de la Philosophie, una Histoire générale de la Philosophie -que suponemos sea la extractada por Echeverría-, un Cours d'Histoire de la Philosophie y otras dos más: Cours d'Histoire de la Philosophie moderne y Cours d'Histoire de la Philosophie morale au XVIIIème. siècle, además de otros Fragments philosophiques y estudios. Un ejemplar de esos Fragmentos figura entre los libros de la biblioteca de Echeverría vendidos en Montevideo en el año 1841. Cousin sucedió a Roger Collard en la cátedra de Historia de Filosofía de París, en 1815; fue suspendido por sus ideas liberales en 1820, y repuesto, en 1828. La innovación que introdujo en el método dio origen a la escuela ecléctica, y esa transformación se opera durante la estada de Echeverría en Francia. Las que hemos llamado ideas-creencias de   —XV→   la época y del ambiente en que nuestro hombre se forma en el viejo mundo no pudieron menos de influir poderosamente en sus propias ideas ocurrencias, al punto que, como veremos, muchos le niegan originalidad.

Simultáneamente, a juzgar por los fragmentos de teorías literarias que le han sobrevivido, Echeverría sigue de cerca el movimiento del romanticismo, con el fin de desentrañar la utilidad de la literatura como instrumento para el progreso y la libertad del pueblo. «Como desahogo a estudios más serios, dice el mismo Echeverría, me dediqué a leer algunos libros de literatura. Shakespeare, Schiller, Goethe, y especialmente Byron, me conmovieron profundamente y me revelaron un nuevo mundo». Sintiose atraído entonces por la poesía y, como había olvidado un tanto la lengua materna, leyó los clásicos españoles y aprendió la métrica de aquélla. Frecuentó además los salones literarios de la capital de Francia y trabó en ellos relaciones útiles e interesantes para su formación científica y literaria. Relata Alberdi en la ya citada noticia necrológica que frecuentó los salones de Laffitte, donde trató a los más eminentes publicistas de la época de la Restauración, como Benjamín Constant y Destutt de Tracy. El primero había publicado ya, entre 1818 y 1820, su Collection complète des ouvrages publiés sur le gouvernement réprésentatif et la constitution actuelle de la France, formant une spécie de cours de Politique constitutionelle, en cuatro volúmenes.   —XVI→   Entre los libros puestos en venta por Echeverría, en Montevideo, se incluyen los dos tomos de los discursos pronunciados en la Cámara por Constant. El segundo, señala con Laromiguière la transición entre la escuela de Condillac y la escuela racionalista; cambia las bases de aquélla y titula sus lecciones de Filosofía Éléments d'Idéologie, dando nombre a la tendencia racionalista-espiritualista que sigue su inspiración y a las cátedras que, como la de Lafinur y Agüero, entre nosotros, comparten su ideal político: la República liberal. Por eso Destutt de Tracy es quien dirige la campaña que hizo caer a Napoleón (V. D. de Ghioldi, ob. cit., p. 56). El conde de Tracy, gran amigo de Rivadavia, es también el autor de un Commentaire sur l'Esprit des lois, impreso en París, en 1819, y de un Dialogue entre un clerc et un soldat, que originariamente fue escrito en inglés antiguo y reimpreso en Londres, por J. Savage, en 1808. Sus Obras completas, en seis tomos, formaban parte de la biblioteca de nuestro personaje vendida en 1841 en la otra banda.

Correspondían también a la misma, en su lengua original, la Jurisprudencia Administrativa, de Macarel, el Espíritu del derecho, de Fritot; los 5 tomos del Derecho natural y de gentes, de Burlamaqui, anotado por Dupin; los 2 tomos de las Pruebas judiciales, de Bentham; las Garantías individuales, de Daunou, y sus Discursos en la Cámara de Diputados; las Obras completas de Rousseau (20 tomos), Volney (8 tomos) y Voltaire (25 tomos), así como la   —XVII→   traducción que Amyot hizo al francés de las Obras completas de Plutarco. De las obras en español merecen nuestra particular atención la traducción del Diccionario filosófico de Voltaire, y de la Utopía, de Tomás Moro, y finalmente, las Obras de Saavedra Fajardo, en 4 tomos.

En el verano de 1829, Echeverría visitó Londres, y en mayo de 1830 emprendió el regreso para su patria. La situación imperante en ella le produjo una profunda melancolía. Resultado de su encierro en sí mismo, como él dijera, fueron las producciones en parte publicadas más tarde bajo el título expresivo de Consuelos. Su enfermedad al corazón recrudeció con la pena inmensa de no hallar su patria a su regreso. La mezquina acogida que los periódicos porteños dispensaron a sus nobles e inspirados versos, le impulsaron a alejarse de la ciudad, en noviembre de 1832. Se radicó en Mercedes, a orillas del río Negro, por seis meses, y más adelante, se aísla en un establecimiento industrial que su hermano poseía en las proximidades de Luján. De este nuevo y voluntario retiro procede el poema La Cautiva, que años más tarde integró el volumen titulado Rimas (1837), continuación de Consuelos. De esta misma época data su concepción política de retomar el camino abandonado de la Revolución de Mayo, mediante una incruenta y laboriosa revolución de ideas, que nos recondujera a la fuente misma de la doctrina emancipadora del año X. Para realizar esta magna idea, la juventud era   —XVIII→   su esperanza. El Salón literario de don Marcos Sastre, el escenario adecuado para ponerla en ejecución. En los últimos días de mayo de 1837, la reveló a algunos de sus amigos más cercanos. Fue el preludio del trabajo sigiloso, de las reuniones, públicas, primero, y clandestinas, luego; en síntesis, «el origen de un pensamiento verdaderamente argentino, por su atrevimiento y trascendencia, que pertenece exclusivamente a Echeverría y a la juventud que se asoció para llevarlo a cabo» (Gutiérrez, ob. y t. cit., p. LX): la Asociación de Mayo y el Dogma socialista.

Alberdi dijo en la citada Noticia necrológica sobre Echeverría, que éste fue el portador a esta parte de América del excelente espíritu y de las ideas liberales desarrolladas en todo orden por la revolución francesa de 1830. «Echeverría fue el órgano inmediato de esa irrupción de las ideas reformadoras», en nuestro país. Pero no fue un mero importador o introductor. En ello se revela su genio y su inspiración eminentemente nacional: fue quien adaptó o ajustó las doctrinas europeas, más adelantadas y progresistas de su época, a las necesidades del país y a los ideales de Mayo. Esta preocupación fue su constante «leit motiv» y constituye la mejor prueba de la originalidad de su doctrina política, a pesar de las naturales y forzosas analogías que pueden descubrirse entre su pensamiento y sobre todo, entre su lenguaje, o expresiones usadas para formularlo, y el de otros pensadores   —XIX→   o escritores políticos contemporáneos. En su Discurso de introducción a una serie de lecturas, pronunciado en el Salón literario, en septiembre de 1837, hallamos las siguientes manifestaciones relativas a la necesidad de una ciencia política y de un ideario político argentinos: «¿A qué objeto deberán encaminarse nuestras investigaciones?... En una palabra: ¿qué cuestiones deben ventilarse en este lugar?», se pregunta al iniciarlo, ante el numeroso concurso que se había reunido «sin saber aún por qué ni para qué». Señala la diferencia que nota entre la época de su infancia, la de la espada, coetánea del estallido revolucionario, «la edad verdaderamente heroica de nuestra vida social», y la que atravesamos, «la otra pacífica (por oposición a la precedente, que fue guerrera), laboriosa, reflexiva, que debe darnos por fruto la libertad». La llama organizadora, «porque está destinada a reparar los estragos, a curar las heridas y echar el fundamento de nuestra regeneración social». En la primera época habían obrado prodigios el entusiasmo y la fuerza; en la segunda, debían obrar el derecho y la razón. La misión de la juventud que le escuchaba quedaba implícita pero claramente señalada: «En una palabra, hemos querido saber cuál es la condición natural de nuestra sociedad, cuáles son sus necesidades, y cuál, por consiguiente, la misión que nos ha cabido en suerte». En su sentir, no faltaban en el país, ideas ni ilustración. Éste había logrado su independencia, pero «el gran pensamiento de la Revolución,   —XX→   y el único que puede justificarlas y legitimarlas en el tribunal de la razón, es la emancipación política y social. Sin ella sería la mayor calamidad con que la Providencia puede afligir a los pueblos». «¿Qué nos ha faltado -pregunta- para concluir la obra de nuestra completa emancipación?» «Grandes hombres» contesta, cuyos caracteres habría de señalar más tarde en la explicación de la sexta palabra simbólica. Condena la imitación, tanto la literaria como la científica y la política. A su juicio, habían faltado capacidad e ideas orgánicas para que la Revolución no perdiera su rumbo. «Y el hecho elocuente está ahí, señores; visible, palpable, yo no hago más que notarlo. Toda la labor inteligente de la Revolución se ha venido abajo en un día y sólo se ven los rastros sangrientos de la fuerza bruta sirviendo de instrumento al despotismo y la iniquidad». ¿Cuál era la causa?... «Es un hecho, señores, que entre nosotros se ha escrito y hablado mucho sobre política». Y a continuación viene la tesis que deseamos destacar: «Léanse nuestros estatutos y constituciones orgánicas, documentos en que debe necesariamente haberse refundido toda la ciencia política de nuestros legisladores; y se verá, aunque duro es decirlo, cuán a tientas hemos andado y cuán poco podemos envanecernos de nuestra ilustración». «Nuestros sabios, señores, han estudiado mucho, pero yo busco en vano un sistema filosófico, parto de la razón argentina, y no lo encuentro; busco una doctrina política conforme con nuestras costumbres y condiciones que   —XXI→   sirva de fundamento al Estado (el subrayado es del comentador), y no la encuentro. Todo el saber e ilustración que poseemos no nos pertenece; es un fondo, si se quiere, pero no constituye una riqueza real, adquirida con el sudor de nuestro rostro, sino debida a la generosidad extranjera. Es una vestidura hecha a pedazos diferentes y de distinto color, con la cual apenas podemos cubrir nuestra miserable desnudez». Y, después de aclarar que había bosquejado «el carácter de nuestra época y el estado de nuestra cultura intelectual», se pregunta: «¿Qué debemos hacer, cuál será nuestra marcha?»... Se necesitaba mucho estudio y mucha reflexión, mucho trabajo y constancia. Pareciera que Echeverría describe en esta simple afirmación su propio método de trabajo (estudio y reflexión) y las características más salientes de su labor intelectual (trabajo y constancia). «Hagamos de cuenta -dice- que de nada nos sirve la instrucción pasada sino para precavernos; procuremos como Descartes, olvidar todo lo aprendido, para entrar con toda la energía de nuestras fuerzas en la investigación de la verdad. Pero no de la verdad abstracta sino de la verdad que resulte de los hechos de nuestra historia, y del conocimiento pleno de las costumbres y espíritu de la Nación». «Al conocimiento exacto de la ciencia del decimonono siglo deben ligarse nuestros trabajos sucesivos. Ellos deben ser la preparación, la base, el instrumento, en suma, de una cultura nacional verdaderamente   —XXII→   grande, fecunda, original, digna del pueblo argentino, la cual iniciará con el tiempo la completa palingenesia y civilización de las naciones americanas». (Obras completas, t. 5, p. 335-6.)

En la segunda de sus cartas al editor del Archivo Americano, Echeverría dice a este mismo propósito: «Esta tentativa (refiere a su doctrina como teoría social, científica y argentina) tenía doble objeto: 1º) levantar la política entre nosotros a la altura de una verdadera ciencia, tanto en la teoría como en la práctica; 2º) concluir de una vez con las divagaciones estériles de la vieja política de imitación y de plagios que tanto ha contribuido a anarquizar y extraviar a los espíritus entre nosotros» (Obras t. 4, p. 319). Y en el mismo Discurso de introducción había fustigado a la prensa, a veces «convertida en órgano imprudente de teorías exóticas», cuya bondad no era ni podía ser absoluta y cuya aplicación a nuestro estado social era extemporánea. Especialmente en este documento es donde Echeverría señala el error de dirección en que los argentinos incurrieron desde la Revolución, y el prurito de aferrarse a doctrinas extrañas, sin pensar en la posibilidad de su adopción y en la necesidad de su adaptación a nuestras necesidades políticas. ¿Acaso no han incurrido en él muchos partidos, facciones y sectas argentinas, hasta en nuestros propios días?... Con razón, pudo escribir Juan María Gutiérrez al pie de este Discurso, en   —XXIII→   la Revista del Río de la Plata, con motivo de las lecciones que Estrada dio sobre el plan de organización política de Echeverría: «Su figura se levanta sin rival entre los iniciadores en nuestro país de la verdadera ciencia que se ocupa de resolver por medios experimentales el gran problema de la organización de la libertad de los pueblos que, más que capacidad, tienen el instinto que despierta en ellos la aspiración a gobernarse a sí mismos». Cualquiera que sea la importancia que se atribuya a su mérito a este respecto, es cierto e indiscutible que Echeverría, joven animoso, sin poder y sin fortuna, resortes de éxitos fáciles pero efímeros, despertó a la acción cívica y contagió su entusiasmo y su doctrina a seis hombres eminentes de la talla de Alberdi, Gutiérrez, Mitre, Avellaneda, López y Sarmiento... ¿Qué más puede decirse en su alabanza y para consagrar definitivamente su memoria?...



  —XXIV→  

ArribaAbajo- II -

Las ideas políticas de Echeverría. Asociación de la Joven Generación Argentina o Asociación de Mayo y Dogma socialista


Sin discusión alguna, la gran obra práctica, en el orden cívico, de nuestro personaje, fue la Asociación de la Joven Generación Argentina, que después se llamó la Asociación de Mayo, y la gran obra teórica, que resume su pensamiento o doctrina política, fue el Dogma socialista, doctrina verdaderamente nacional, o argentina, y original. Lo demás, en este orden de cosas, es preparación, si anterior, o corolario de ellas, si posterior. Hallamos que su vida y su obra, su formación intelectual y su doctrina, que es fruto de aquélla, son muy coherentes y se explican recíprocamente. Como ya lo hemos dicho, Echeverría no actuó, como Moreno o el deán Funes, en la función pública; es un pensador o un escritor político, más que un político propiamente dicho o un estadista. No es un jacobino, como el Secretario de la Primera Junta o como Monteagudo, ni tiene, como éste o como el deán, opiniones o actitudes contradictorias con las ideas que sustentó, a través de su actuación. Es un sembrador doctrinario, un inspirador de acción cívica, un promotor u organizador, cuya conducta guarda estrecha relación   —XXV→   con sus ideas. Educado en Europa, como el deán Funes, su formación es más liberal que la de éste, porque la escuela o corriente doctrinaria que más influyó sobre él, como sobre Belgrano, fue la francesa en lugar de la española. Demócrata ferviente, no incurrió sin embargo en la acción demagógica del director de Mártir o Libre, al cual se asemeja como escritor brillante. Echeverría no es, no obstante el terreno a que le condujeran los ataques de De Ángelis, un libelista, como el autor de las Memorias sobre mi administración en el Perú. Difiere también de éste, que soñaba en la causa americana y en la organización continental, antes que en la de su Patria, por su profundo sentido de la nacionalidad, y además, por su originalidad, rasgo que ha sido muy discutido, como veremos. Se aproxima al fundador de la sociedad patriótica Lautaro por la acción secreta que la Asociación de Mayo hubo de desarrollar, en razón de las circunstancias sobrevinientes a su fundación. Finalmente, Echeverría no es un legislador, como Del Carril o como Rivadavia, pero como éste, más que un caudillo político o el jefe de un partido, puede y debe ser considerado como el jefe o el fundador de una escuela política, de grande influencia en la intelectualidad de la Argentina. Alguien ha dicho que Echeverría no tuvo, como su compañero y en cierto modo, discípulo, Alberdi, lo que caracterizó a éste: sentido político; pero nosotros creemos que, si por tal debe entenderse visión del futuro y comprensión o penetración   —XXVI→   del presente, nuestro personaje lo tuvo altamente desarrollado. Su realismo en política, al menos, parécenos innegable.

De todos los escritores políticos argentinos, Echeverría presenta características y ventajas insuperadas. Es el único de ellos que reúne en un solo documento toda su doctrina: el Dogma es la síntesis completa de su pensamiento político, metódicamente expuesto. Los demás escritos políticos suyos, los principales de los cuales están reunidos en este volumen, son explicación o desarrollo del anterior: la Ojeada retrospectiva nos explica el origen, el carácter, etc., de la Asociación de Mayo; las circunstancias en que nace; las dificultades que se oponen a su desarrollo y afianzamiento; la personalidad de sus miembros, y sobre todo, la situación política del país y sus necesidades políticas. La carta al vicepresidente de la Asociación y las cartas a De Ángelis completan la descripción y análisis anteriores; demuestran la originalidad de su doctrina, anticipándose a rebatir las objeciones que se harían contra ella, y luego, las bondades del método elegido. Tiene Echeverría además otros méritos y ventajas: 1º) es el argentino que ha cavado más hondo en las entrañas ideológicas de la Revolución de Mayo; 2º) es tradicionalista, sin ser reaccionario o retrógrado; por el contrario, la 9ª y la 10ª palabras simbólicas nos lo presentan como un espíritu progresista auténtico; 3º) es el más original de los escritores vernáculos; formado «a la europea», supo   —XXVII→   independizarse de las fuentes extrañas, por su sentido de adaptación y su verdadero nacionalismo; 4º) es el más metódico de todos ellos, tanto por el procedimiento usado para concretar su pensamiento cuanto por la forma de expresarlo; y 5º) es el más realista y el menos contradictorio de nuestros políticos. «Porque entendemos -dice en su Manual de enseñanza moral para las escuelas primarias del Estado Oriental (Montevideo, Imp. de la Caridad, Año de 1846)- que la ciencia puramente especulativa y abstracta, poca o ninguna utilidad puede infundir a nuestro organismo social; y para nosotros es especulativa toda idea exótica e inaplicable, toda doctrina que no pueda reducirse a la práctica y que no nazca del conocimiento vivo de nuestras necesidades sociales» (p. VIII). Puede afirmarse, en síntesis, que Echeverría es el fundador de una religión política, que tiene su Biblia en los ideales de Mayo; Moisés argentino, que tiene su credo: el Dogma; su evangelio: la Ojeada, y hasta sus epístolas: las cartas mencionadas. Tuvo además como él lo dijo luego, sus mártires y sus apóstoles políticos. «Puede decirse -define al Código- que éste es el principio vital del cuerpo de doctrina socialista que constituye nuestra creencia, y las cuestiones del programa (que debía desarrollarlo y completarlo, con miras a su realización) formarán los brazos, los miembros, todo lo que podrá darle vida y permanente realidad» (loc. cit.).

  —XXVIII→  

Como si quisiera defenderse anticipadamente de probables objeciones, dijo en el Salón literario: «Se me dirá que el Código contiene doctrinas atrasadas: yo contestaré que nuestro progreso no es idéntico al progreso europeo, y que el verdadero progreso consiste, no en lo inadecuado e irrealizable. Se me objetará que no están en él todas las ideas progresivas; yo contestaré que están todas las realizables. Se me observará que es incompleto; yo responderé que tenemos tiempo de perfeccionarlo, puesto que la redacción no es definitiva sino provisoria. Se me hará en fin notar en él errores, incorrecciones; yo diré que no será difícil corregirlo». Admite de plano su mejoramiento y reformabilidad, «porque cuando se trata de la Patria (para quien había redactado ese Código) debe sacrificarse hasta el amor propio»...

¿Qué fue la Asociación de Mayo? ¿Un partido o una facción?; ¿una logia o una secta?...

Al describir los orígenes de ésta, dice Gutiérrez que Echeverría quiso hacer de ella un partido: «Fue su propósito crear un partido, una fuerza de opinión colectiva y directriz, que comprendiendo con claridad el pensamiento de Mayo, se fortaleciese con él, le desentrañase, le redujera a fórmulas científicas, y se consagrase en seguida, por todos los medios de la acción, a convertirle en organismo social de gobierno a fin de lograr la libertad y el progreso que promete el principio republicano» (Obras completas, t. 5, p. LV). No obstante la calificación que este biógrafo hace, el verdadero carácter   —XXIX→   de la Asociación está reseñado en la segunda proposición: es una fuerza de opinión colectiva y directriz. Coincide más con la naturaleza de ésta que con la de aquél, por la misión que el mismo Gutiérrez le asigna a continuación: la de desentrañar el pensamiento de Mayo y reducirlo a fórmulas científicas, labor que nunca ha sido tarea de partido, aunque la acción o actividad ulterior que atribuye a la misma le acercara a la función específica de este género de asociaciones cívicas. El mismo Echeverría dice en una carta dirigida en octubre de 1846 a dos de sus amigos, a la sazón en Chile: «Es necesario formar un partido nuevo, un partido único2 y nacional, que lleve por bandera, la bandera democrática de Mayo, que nosotros hemos levantado»; pero sería error imperdonable confundir la bandera con los abanderados, o el credo con los creyentes.

Por su origen, por su organización, por su programa, por su inspiración, por su acción y por su influencia en la organización del país, la Asociación de Mayo fue mucho más que un partido. «Asociación de jóvenes», llamola Echeverría en la Ojeada. Esto era primordialmente, porque ella congregó a la nueva generación de la Patria, la única capaz de lograr la regeneración de la misma, que era la meta de sus afanes. Ella formuló y sirvió fielmente una doctrina política, que es mucho más que un programa   —XXX→   de acción partidaria, por mucho que pudiera inspirar uno o más programas de esta clase; una doctrina que es un modelo de ciencia política aplicada a las necesidades, modalidades e ideales políticos de la Nación, que en definitiva se sancionó en Santa Fe, donde estuvo representada por su compañero de fundación, su «hermano» de creencia y su biógrafo más fiel y completo, discípulo a la vez que admirador de Echeverría: Juan María Gutiérrez. Fue, en suma, eso que él consignó en la Ojeada: una asociación de jóvenes consagrada a trabajar por la Patria. Sería desmerecerla llamarla «partido», o siguiera «un partido nuevo». Como el mismo Echeverría aclaraba, «políticamente hablando, un partido es el que representa alguna idea o interés social; una facción, personas, nada más» (nota 1 al capítulo I de Ojeada retrospectiva sobre el movimiento intelectual en el Plata desde el año 37, p. 5 del t. 4 de Obras completas).

Echeverría dice en el cap. IX de la obra precedentemente citada.: «La lógica de nuestra historia, pues, está pidiendo la existencia de un partido nuevo, cuya misión es adoptar lo que haya de legítimo en uno y otro partido (refería a los partidos tradicionales: el partido federal, que representaba el espíritu de localidad, y el partido unitario, que representaba el centralismo, la unidad nacional), y consagrarse a encontrar la solución pacífica de todos nuestros problemas sociales con la clave de una síntesis alta, más nacional y más completa que la   —XXXI→   suya, que satisfaciendo todas las necesidades legítimas, las abrace y las funda en su unidad». Y al finalizar la Ojeada, agrega: «Vosotros -dice aludiendo a los que, en el pasado, le atribuyeron miras siniestras- creísteis que al emanciparnos de los partidos de nuestro país, queríamos ponernos en lucha con ellos, y disputarles la supremacía social: os engañasteis. Queríamos solamente -termina-, haciendo abstracción de las personas, traer las cuestiones políticas al terreno de la discusión, levantando una bandera democrática». El conato de formar un partido, para sustentar esa bandera, es de 1846, no de 1837 o 38. La Asociación no era ni estaba originariamente destinada a ser un partido. Por haber tenido y servido con ahínco y fidelidad una idea o interés social, para usar los términos de su fundador, le conviene más el nombre de partido, que el de facción. Pero, no habiendo actuado jamás a la luz del día en su patria, por fuerza de las circunstancias en que se meció su cuna, aunque a ella estuvieran dedicados todos sus afanes y todas sus jornadas, parécese más a una logia secreta que a una asociación o partido militante. Ella llenó la aspiración de esa generación joven, nueva, que, según él mismo, «por su edad, por su educación, su posición, debía aspirar y aspiraba a ocuparse de la cosa pública», y que no tenía cabida, por las razones que explica, en ninguna de las dos facciones en pugna, la unitaria o la federal. «Heredera legítima de la religión de la Patria (esa generación viril,   —XXXII→   joven, inteligente, incontaminada, ávida de saber), buscaba en vano en esas banderas enemigas el símbolo elocuente de esa religión». No fue tampoco, por eso, secta, aunque tuviera su credo y sus dogmas, y el documento que los resumía no fue un libelo político, como los que, a falta de otros instrumentos más felices, florecen en épocas aciagas, de tiranía o de despotismo, como la de Rosas, por su elevación de miras, su factura científica y su contenido programático. El mismo Echeverría, respondiendo a De Ángelis, dice: «...luego el Dogma no es ni puede ser un libelo» (Obras completas, t. 4, p. 265). La tolerancia fue su norma y la fusión, su lema: «por medio de un dogma que conciliase todas las opiniones, todos los intereses, y los abrazase en una vasta y fraternal unidad» (Ojeada, Cap. I. p. 10 del t. 4 de las Obras completas cit.). Por todo ello, quizás le conviniera mejor, para emplear frases de su fundador, el calificativo de fraternidad juvenil, asociada para reconocerse y ser fuerte, en pensamiento y acción. Se requería para llevarla a feliz término que la juventud ocupara su puesto de lucha en la acción cívica que la época y las circunstancias imponían; «elementos nuevos», como la llama Gutiérrez, que forman esas «generaciones de transición», sobre las que recae inevitablemente el peso y la responsabilidad de que se operen las grandes transformaciones sociales y políticas.

Por derecho propio y por decisión unánime de los jóvenes asistentes a la reunión del 23 de junio, presidiola   —XXXIII→   el fundador. En esta misma reunión aprobáronse por aclamación las palabras simbólicas leídas por éste, «que parecía que ellas eran la revelación elocuente de un pensamiento común, y resumían en un símbolo los deseos y esperanzas de aquella juventud varonil». Porque esto fue, en efecto, el Dogma socialista de la Asociación de Mayo: su religión, su credo, su programa político, su bandera, su inspiración, todo lo que ella podía concebir y desear como medio de organizar el país y de salvar a la Patria, retomando el perdido camino de Mayo, del que la Revolución se había desviado. Obra de regeneración, como reiteradamente lo expresa Echeverría, no de restauración; revolución ideológica o moral, no material, «una revolución radical y regeneradora, tal cual la necesitaba el país».

Echeverría relata en la Ojeada, con mucha modestia y honestidad, cómo fueron compuestas, explicadas y redactadas las palabras simbólicas. La iniciativa correspondió al mismo Echeverría. La comisión redactora de la explicación estaba compuesta por éste, Gutiérrez y Alberdi, pero ella decidió que, para que la exposición tuviera la uniformidad de estilo, de forma y de método requerida, fuese el primero quien redactara este trabajo. Sábese, sin embargo, que el desarrollo de la que fue décima y resultó última en la ordenación de 1846, pertenece a la pluma de Alberdi y fue escrita en Montevideo, por la razón que se explica en la nota que va al pie de la página 78 de la edición   —XXXIV→   original (v. en p. 196, del t. 4 de las Obras completas cit.).

Con motivo de un viaje que ínterin se ve obligado a hacer al interior de la Provincia, Echeverría envía al Vicepresidente de la Asociación una carta y un «programa de acción», o de «cuestiones a resolver», que en las circunstancias asumen el carácter de una absolución de posiciones sobre puntos fundamentales de la acción futura que el fundador hace a sus hermanos en creencias. En ella insiste sobre el realismo de la política. Antes de darse el Código o declaración de principios, que era, a su juicio, «lo que más urge», propone, sin embargo, que los miembros de la Asociación estudien esas cuestiones positivas y sugieran soluciones o temperamentos a seguir. Conciliar lo teórico con lo práctico, la doctrina con la realidad, demostrando y explicando que la Asociación y su credo no deben ser puramente especulativos o contemplativos sino activos y radicales. «No bastaba -dice en el cap. II de la Ojeada- reconocer y proclamar ciertos principios; era preciso aplicarlos o buscar con la luz de su criterio la solución de las principales cuestiones prácticas que envolvía la organización futura del país; sin esto nuestra labor era aérea, porque la piedra de toque de las doctrinas sociales es la aplicación práctica». «Los principios -dice en la carta de referencia- son estériles si no se plantan en el terreno de la realidad, si no se arraigan en ella, si no se infunden, por decirlo así, en las venas del cuerpo social. Nuestra   —XXXV→   misión es ésa. Hemos reconocido ciertos principios; hemos formulado en pocas palabras nuestras creencias; falta arbitrar los medios para hacerlos reconocer por todos, y colocarlos triunfantes en la silla del poder y en la cabeza del pueblo». (Obras completas, t. 4, nota a p. 12.)

En esta misma carta, notable por muchos conceptos, entre otros porque demuestra que nada quedaba librado a la improvisación, que había sido la regla de acción en materia política hasta entonces, en nuestro país, Echeverría señala el procedimiento a seguir para el estudio de estos problemas de ciencia política aplicada: «El punto de partida para el deslinde de cualquiera cuestión política debe ser nuestras leyes y estatutos vigentes, nuestras costumbres, nuestro estado social. Determinar primero lo que somos y aplicando después los principios, buscar lo que debemos ser, hacia qué punto debemos encaminarnos. Mostrar en seguida la práctica de las naciones cultas, cuyo estado social tenga más analogía con el nuestro, y confrontar siempre los hechos con la teoría, o las doctrinas de los publicistas más adelantados. No salir del terreno práctico -insiste todavía-, no perderse en abstracciones, clavar el ojo de la inteligencia en las entrañas mismas de nuestra sociedad es el único modo de hacer algo útil a la Patria y de atraer prosélitos a nuestra causa» (id., id., p. 15).

Él mismo había esbozado o diseñado a grandes rasgos, como lo recuerda en la Ojeada, las cuestiones   —XXXVI→   capitales de este magnífico programa de acción, a saber: la libertad de prensa, que era la primera, «porque ella es el gran móvil de toda reforma»; la segunda, la soberanía del pueblo, y los límites que deben circunscribirla; la tercera, cuáles son la esencia y las formas de la democracia representativa; después, podían ventilarse algunas cuestiones económico-financieras (tales como las fuentes impositivas, el fomento de la industria agrícola, el papel moneda, etc.); luego, algunas cuestiones de organización administrativa (como las autoridades de campaña, las comunas, etc.); por último, añadía algunas cuestiones propias de la investigación histórico-política, que sería largo enumerar, pero cuya importancia no va a la zaga de las anteriores. Cuando leemos el siguiente párrafo de esta carta, íntimamente nos preguntamos si escapaba a su penetración, alguna de las cuestiones capitales de nuestra política: «También importaría averiguar, cuál sería la mejor planta para organizar la milicia nacional, y si organizada ésta, debe existir tropa veterana en un Estado democrático»... (ib., p. 14).

La Asociación debía contraerse a esta tarea: adoptado el proyecto, debía repartirse entre varias comisiones o miembros, a cuyo cargo estaría el desarrollo completo de cada tema. Concluida la preparación parcial, se examinaría y discutiría en el seno de la Asociación, y sus resultados se archivarían para hacer uso de los mismos en su oportunidad.   —XXXVII→   Nadie tendría derecho a publicar ningún trabajo de ella, hasta que ésta lo resolviera por mayoría. Más adelante, servirían de fondo para el periódico propio. Este programa, «el primero y el único entre nosotros», como creía para su época Echeverría, y sigue siendo verdad en la nuestra, basta para consagrar su figura como escritor político, o como autor de una doctrina política, porque a él se debe, no obstante sus esfuerzos para que se considerara como patrimonio de todos, no solamente la iniciativa, vale decir, la fuente de inspiración del mismo, sino la fórmula misma, que es el Dogma, que Echeverría presentó veinte días después, a su regreso del campo, y que fue aprobado en todas sus partes. Pese a sus deseos de que fuera discutido y aprobado por todos los miembros de la Asociación, «para que él no fuese sino la expresión formulada del pensamiento de todos», el Dogma le pertenece como documento político o enunciación de su doctrina. Él es algo más que «el intérprete y el origen de ese pensamiento» de la joven generación de 1838. Es su inspirador y redactor; es su animador y su mejor expositor, y también, su realizador, a través de Alberdi y de Gutiérrez, fuera y dentro respectivamente del Congreso general constituyente reunido en Santa Fe, en 1852-53.

De las dificultades que tuvo que vencer para ello, nos dice Echeverría en el capítulo III de la Ojeada retrospectiva. En el capítulo IV refiere cómo fue   —XXXVIII→   discutido y cuáles fueron los puntos controvertidos en la discusión, tema que completa en el V. En el VI relata las dificultades con que tropezó la joven Asociación y la dispersión sobreviniente por esta causa. Alberdi fundó en Montevideo una sociedad análoga a la de Buenos Aires, de la que formaron parte Cané, Mitre, Somellera y Bermúdez. Allí se publicó por primera vez, de acuerdo con lo convenido en esta banda, el Dogma socialista de la joven generación en el último número de El Iniciador, correspondiente al 1º de enero de 18393, que luego reprodujo El Nacional (febrero-marzo 1839). El exclusivismo sectario, según lo recuerda nuestro personaje con pena, recibió mal esta publicación. Sus jóvenes autores eran románticos y locos; «estaban desheredados del sentido común»... Luego, al tomar partido contra Rosas, que estaba en lucha con Francia, fueron llamados traidores... «La fuerza de las cosas -dice en el capítulo VII- invirtió el primitivo plan de la Asociación» (ob. cit., t. 4, p. 48).



  —XXXIX→  

ArribaAbajo- III -

Originalidad del pensamiento político de Echeverría


El mismo Echeverría, se pregunta: «¿Qué había, entre tanto, de nuevo en este pensamiento?» «Había (responde) la revelación formulada de lo que deseaban y esperaban para el país los patriotas sinceros; había los fundamentos de una doctrina social diferente (el subrayado es nuestro) de las anteriores, que tomando por regla de criterio única y legítima la tradición de Mayo, buscaba con ella la explicación de nuestros fenómenos sociales y la forma de organización adecuada para la República; había, en suma, explicadas y definidas, todas esas cosas, nuevas entonces y hoy vulgares, porque andan en boca de todos, como tradición de Mayo, progreso, asociación, fraternidad, igualdad, libertad, democracia, humanidad, sistema colonial y retrógrado, contrarrevolución, etc., sin que se tenga por los unos la generosidad de reconocer su origen primitivo, ni se guarde por la mayor parte memoria más que de las palabras» (ob. y t. cit., p. 51).

Hay quienes, ya por entonces, y aun en nuestra época, han negado toda originalidad a la doctrina política contenida en el Dogma. En la suya, De Ángelis le acusó de perturbador, fundándose en el   —XL→   título de esta misma declaración. Alberdi le defendió de esta superficial acusación en su mencionada Noticia necrológica, diciendo simplemente: «El socialismo originado por ese movimiento, ha hecho incurrir en el error de suponer idéntico a ese loco sistema, el formulado en Buenos Aires por el escritor americano de que nos ocupamos. Hay un abismo de diferencia entre ambos, y sólo tienen de común el nombre, nombre que no han inventado los socialistas o demagogos franceses, pues, la sociedad y el socialismo tales cuales existen de largo tiempo, expresan hechos inevitables reconocidos y sancionados universalmente, como buenos. Todos los hombres de bien han sido y son socialistas al modo que lo eran Echeverría y la juventud de su tiempo. Su sistema no es el de la exageración; jamás ambicionó mudar desde la base la sociedad existente. Su sociedad es la misma que hoy conocemos, despojada de los abusos y defectos que ningún hombre de bien autoriza». Y el mismo Echeverría, como lo recuerda Alberdi, contestó en el lenguaje merecido al editor del Archivo Americano en la primera de las cartas que se reproducen en este volumen: «¿Dónde, en qué página de mi libro (le pregunta), ha podido hallar Ud. rastro de las doctrinas de Fourier, Saint-Simon, Considerant y Enfantin? ¿Por qué no me la cita?» (Idem, pág. 204.)

Según otros, Echeverría no sería más que uno de aquellos hombres nacidos en nuestro país alrededor del año X que estuvieron subyugados por Pedro   —XLI→   Leroux y por Lerminier, amén de admirar a Tocqueville, Guizot y Lamennais (Raúl A. Orgaz, Echeverría y el sansimonismo, Córdoba, Imprenta Argentina, 1934, p. 8). Sobre nuestro personaje, Leroux -que echó a rodar la palabra «socialismo»- ejerció «el magisterio de las inteligencias distinguidas del Río de la Plata». A través de él y de la Révue Encyclopédique, llegó a Echeverría la influencia del sansimonismo, después de haber regresado a América. «Agitador de ideas útiles..., en algún modo», le llama Orgaz, que cita a continuación los juicios lapidarios de Groussac y de Ingenieros, para concluir con este concepto severo: «Sí, glosa y versión de escritos extranjeros es el Dogma socialista en su parte más significativa y comenzando por el título» (p. 33). «¿Cómo no había de abandonarse a las seducciones del sansimonismo un espíritu tan escaso de verdadera originalidad como Echeverría?», exclama más adelante (p. 45). «Se apodera de las ideas y, a veces, de las expresiones» (id.). Llega a afirmar que «algunos conceptos del Dogma son verdaderas traducciones» (p. 50).

En la segunda de sus cartas a De Ángelis, Echeverría explica satisfactoriamente, a nuestro juicio, el porqué de los puntos de contacto entre sus ideas y las ideas europeas. Es la inevitable coincidencia de las ideas que hemos llamado creencias, que pertenecen al acervo intelectual de la época, en el que se comprenden los modos de expresión y las expresiones mismas, o terminología de una ciencia dada.   —XLII→   «Viendo la anarquía moral -dice el redactor del Dogma, explicando sus orígenes en esta carta-, la divagación de los espíritus en cuanto a doctrinas políticas, la falta de unidad de creencias, o más bien la carencia absoluta de ellas, echamos mano de los principios generales que tienen la sanción de los pueblos libres, de las tradiciones de la revolución y de la enseñanza que ella misma nos había legado; y procuramos formular un Dogma socialista, que, radicándose en nuestra historia y en la ciencia, nos iluminase en la nueva carrera que emprendíamos. Para esto, buscamos en la vida de nuestro país, la manifestación histórica de la ley del progreso humanitario columbrada por Leibniz y formulada por Vico en el siglo XVII, demostrada históricamente por Herder, Turgot y Condorcet en el XVIII, y desentrañada y descubierta no ha mucho por Leroux, en el desarrollo y manifestación de la vida continua de todos los seres de la creación visible y de las sociedades humanas; de esa ley, por la cual todas las sociedades están destinadas a desarrollarse y perfeccionarse en el tiempo, según ciertas y determinadas condiciones; y en esa investigación debimos encontrar y encontramos la revolución de Mayo, primera página de la historia de nuestro país» (Obras completas, t. 4, p. 306 y 7).

Esto, en cuanto a sustancia se refiere, tomó prestado Echeverría a las ideas-creencias de su tiempo. Su mérito radica en la adaptación que de ellas hizo a las necesidades e ideales políticos de la Nación,   —XLIII→   según la tradición de nuestra Revolución. «No era ésta una invención -dijo allí mismo, aludiendo al fundamento de su doctrina- (nada se inventa en política)», aclara entre paréntesis Echeverría, y agrega, a manera de explicación justificativa: «Era una deducción lógica del estudio de lo pasado y una aplicación oportuna» (ob. y t. cit., p. 20). En el meduloso trabajo que sirve de prólogo a la edición crítica y documentada del Dogma, publicada bajo la dirección de Palcos en la Universidad de La Plata, aquél demuestra fehacientemente las influencias europeas sobre este documento y las diferencias que existen entre la doctrina de Echeverría y la de sus cuatro inspiradores principales: Lamennais, Mazzini, Saint-Simon y Leroux. (Ver también Echeverría y la democracia argentina, del mismo autor, cuyas páginas reproducen, ligeramente modificado, el citado prólogo.)

Gutiérrez afirma, en cambio, como ya hemos visto, que el Dogma es la expresión de un pensamiento verdaderamente argentino, es decir, nacional, que pertenece exclusivamente a Echeverría y a la juventud que se le asoció para llevarlo a cabo. Y Alberto Palcos agrega un argumento que me parece concluyente: «Lamennais, Mazzini, Saint-Simon, Leroux y los otros pregoneros intelectuales de esa generación ya han pasado. Mientras tanto, para nosotros el Código es algo más que una expresión histórica. Conserva mucho de la, frescura inicial, como si sobre sus espaldas no pesasen los años. Esto se debe a   —XLIV→   que es un documento genuinamente argentino» (ob. cit., p. 77). No obstante la autoridad que nos merecen quienes piensan lo contrario, participamos de la opinión de Gutiérrez y de Palcos, porque la originalidad de una doctrina política no puede consistir en su absoluta novedad, dada la identidad de la naturaleza del problema político, las semejanzas de las necesidades públicas que originan al Estado y las analogías consiguientes de organización del mismo, distribución de poderes, fines, etc. A menos que la doctrina en cuestión constituya una verdadera revolución, su originalidad consiste en su adaptación o conformidad al país y a la época a que se destina. Y en esto, la originalidad de Echeverría es incuestionable. Lo demás es coincidencia natural, la del encuentro de los que andan por igual camino, como figuradamente escribió nuestro personaje con motivo de la identidad conceptual entre el Dogma y el manifiesto de Considerant, posterior a aquél. El citado Orgaz dice en el Apéndice de la obra señalada: «Nunca podría negarse al grupo de Echeverría y sus amigos el mérito de haber imitado lo forastero con un sentido profundo de la realidad a que pertenecían» (V. p. 67). Y, al referir a las cartas a De Ángelis, añade que «el hombre de pensamiento» está vivo en ellas (p. 51). Contra su concepto, acerca de que no fue un pensador auténtico, Alberto Palcos ha dicho: «Atisbó hondo y lejos. Fue un pensador original, un precursor y nuestro primer sociólogo» (Los ideales de Mayo y la tiranía,   —XLV→   Buenos Aires, El Ateneo, 1928, p. II). Con justicia ha podido decir el prologuista de Esteban Echeverría y su tiempo: «Corresponde a Echeverría la primera tentativa seria de constituir un programa de principios, tendiente a señalar una dirección definida a la acción ciudadana. La Asociación de Mayo por él fundada hizo un ponderable intento constructivo que, no obstante la evidente influencia mazziniana, tuvo el mérito de consultar la realidad argentina y buscar una salida al círculo vicioso en que se debatían federales y unitarios».

A lo que hemos dicho sobre las bondades de su método y de su plan de trabajo, agregaremos estas significativas palabras del propio Echeverría: «¿Qué nos importan las soluciones de la Filosofía y de la Política europea que no tiendan al fin que nosotros buscamos? ¿Acaso vivimos en aquel mundo? ¿Sería un buen ministro Guizot sentado en el fuerte de Buenos Aires, ni podría Leroux con toda su facultad metafísica explicar nuestros fenómenos sociales?...

»...En cuanto a ciencias especulativas y exactas, es indudable que debemos atenernos al trabajo europeo, porque no tenemos tiempo de especular, ni medios materiales de experiencia y observación de la naturaleza; pero en política, no; nuestro mundo de observación y aplicación está aquí, lo palpamos, lo sentimos palpitar, podemos observarlo, estudiar su organismo y sus condiciones de vida; y la Europa poco puede ayudarnos en eso» (Ojeada retrospectiva, cap. IV, en Obras completas, t. 4, p. 73 y sgte.).

  —XLVI→  

En síntesis: consideradas en su conjunto y sin mayor análisis y penetración, ambas doctrinas -la que se señala como modelo y la que se sindica como copia, más o menos servil-, prima facie parecen tener parentesco cercano; bien examinadas, solamente se parecen en el aspecto externo, por la fraseología y no por su contenido, es decir, por el pensamiento propiamente dicho. Las ideas del Dogma sobre diversos problemas políticos (la libertad de cultos, etc.), y su orientación individualista y nacional, son tan opuestas a las del sansimonismo que Cháneton ha dicho con razón que «el ideario del Dogma Socialista es precisamente la antítesis del ideario sansimoniano» (Intermedio polémico. Echeverría y el sansimonismo, en La Nación del 24-XI-1940). Y Coriolano Alberini, citado por aquél en otro artículo sobre el mismo tema, aparecido en el mismo diario el 17-XI-1940, dice: «Se ha hablado de la influencia sansimoniana (en el Dogma Socialista); nada más ilusorio. Convierten lo esporádico y extrínseco en intrínseco». Sobre todo, el concepto de Patria, que inspira, como una nota característica y dominante, el pensamiento político de Echeverría, inflamado por un hondo fervor patriótico, como anota Cháneton, no aparece por ninguna parte en «los libros sagrados» del sansimonismo.



  —XLVII→  

ArribaAbajo- IV -

La suerte de la Asociación y la influencia del Dogma


Fundada la organización en la forma antes expuesta, concretado su credo, proclamado el Dogma y contagiados sus miembros del entusiasmo cívico de su promotor, estos se ven obligados a salir de Buenos Aires, por diversos caminos, a fines de 1838 (más probablemente, en agosto de este año), por haber sido descubiertos en sus verdaderas intenciones por la policía del Restaurador, y mientras unos buscan asilo en el extranjero, los más llevan a provincias el fecundo germen de esta semilla de regeneración cívica: Quiroga Rosas la llevó a San Juan, donde germinará en el alma de Sarmiento, Rodríguez, Aberastain, Cortínez, Villafañe y otros espíritus selectos; Vicente Fidel López, a Córdoba, donde halló terreno propicio en el Dr. Francisco Álvarez, a la sazón Juez de Comercio de esa ciudad, y en los jóvenes Paulino Paz, Enrique Rodríguez y Avelino y Ramón Ferreyra; Benjamín Villafañe, que originariamente formó parte del núcleo sanjuanino, como buen tucumano la transportó a Tucumán, donde la acogieron Marco Avellaneda, Brígido Silva y otros. No necesitó, después que casi la totalidad de estos nombres han pasado a ocupar puestos de primera fila en la historia de nuestra patria, encarecer los   —XLVIII→   méritos ni destacar la personalidad de estos miembros conspicuos de la Asociación, como lo hace prolijamente su fundador en el cap. VIII de la Ojeada retrospectiva.

Entre los que trabajaron por los mismos ideales en el exterior, enumera a Frías, a Sarmiento, a López, a Tejedor, a Demetrio Peña, a Alberdi, a Gutiérrez, a Mitre etc., etc. «Era preciso -dice- modificar el propósito y marchar a la par de los sucesos supervinientes». Los principales fueron la alianza contra Rosas y la expedición del general Lavalle.4 Los sucesos sobrevinientes (Angaco, Tucumán, Cayastá, Famaillá, Rodeo del Medio, etc.) no fueron propicios para la suerte de la Asociación y sus hombres prominentes buscan la salvación en el exilio. Echeverría se refugia en la estancia de Los Talas, situada entre los pagos de Luján y de Giles, adonde, casi en vísperas de su desgraciado y glorioso fin, le visitara Marco Avellaneda, el «primogénito de la gloria», para confiarle su plan de acción en el Norte. Allí escribió también su magnífico poema sobre la insurrección del Sur, publicado más tarde (1849) en la Banda Oriental con el título de Insurrección del Sud de la Provincia de Buenos Aires, en Octubre de 1839. Recuerda Echeverría complacido que «todos los jóvenes que se han distinguido   —XLIX→   en la prensa chilena y boliviana, excepto el señor Sarmiento que se incorporó después, son miembros de la Asociación fundada en Buenos Aires». Pero, a pesar de la alta estima que él siente por sus compañeros de causa, no puede reprimir una queja, que sale de lo más profundo de su intelecto y que demuestra la hondura de sus miras: «Sentimos, sin embargo -dice en la Ojeada-, y debemos decirlo, que algunos de nuestros amigos no se hayan penetrado de la necesidad de salir de la senda trillada por sus antecesores, de abandonar de una vez esa incesante repetición de palabras que dicen mucho y nada, y no son el símbolo de una doctrina social, como principios, garantías, libertad, civilización, etc.; de considerar y resolver todas nuestras cuestiones sociales de un punto de vista único, a la luz del criterio de un solo dogma, y de concentrar su labor al fin del progreso normal de nuestra sociedad, según las condiciones peculiares de su existencia» (ob. cit., t. 4 p. 71).

Habrían de pasar todavía muchos años para ver, en parte, realizados sus anhelos, gracias, en mucho, a la acción y la influencia de las ideas que Echeverría suscitó, especialmente en la mente de Gutiérrez, futuro constituyente en Santa Fe, y de Alberdi, que cumplió su legado ideológico escribiendo las Bases y puntos de partida para la organización política de la República Argentina, que son las más ceñidas que pudieran haberse concretado alrededor de aquéllas. Echeverría murió antes de verlas realizadas   —L→   el 19 de enero de aquel promisor año 1851, que anunció en esta banda el estro inspirado de Juan Francisco Seguí. Pero la influencia de su pensamiento, que es la del Dogma, sobrevive y sobrevivirá por mucho tiempo, como la expresión de las esperanzas y de los ideales políticos de muchas generaciones de argentinos. Todo él está inflamado e inspirado por la democracia. La democracia de que se habla aquí -explica en la segunda carta a De Ángelis- no es el sentimiento de la igualdad y la libertad, profundamente arraigado en nuestra sociedad, «y que sólo necesita buena dirección para que no se extravíe». Se refería a la democracia como tradición, como principio y como institución. «La democracia como tradición, es Mayo, progreso continuo; es decir, la soberanía del pueblo, desarrollando en el tiempo su actividad de un modo normal. La democracia como principio, es la fraternidad, la igualdad y la libertad, es decir, el sentimiento de que hablé anteriormente, conociéndose a sí mismo, sometiéndose a leyes, tomando el carácter y la evidencia de un dogma racional y regulando todos los actos del ciudadano. La democracia como institución conservatriz del principio, es el sufragio y la representación en el distrito municipal, en el departamento, en la Provincia, en la República». Como principio, el problema futuro se resolvería por medio de la enseñanza y la propaganda; como institución, por medio de la organización municipal y representativa.

  —LI→  

La democracia es la «hija primogénita de Mayo», la idea que da unidad generatriz y conservatriz, según sus propios términos, a todas las doctrinas progresivas, es el «principio y fin de todo»: «Política -repite en 1846-, filosofía, religión, arte, ciencia, industria; toda la labor inteligente y material, deberá encaminarse a fundar el imperio de la democracia.

»Política que tenga otra mira, no la queremos.

»Filosofía que no coopere a su desarrollo, la desechamos.

»Religión que no la sancione y la predique, no es la nuestra.

»Arte que no se anime en su espíritu y no sea la expresión de la vida individual y social, será infecundo.

»Ciencia que no la ilumine, inoportuna.

»Industria que no tienda a emancipar las masas y elevarlas a la igualdad, sino a concentrar la riqueza en pocas manos, la abominamos.

»Para nosotros (terminaba citando sus propias, palabras del Discurso a Mayo) no puede haber, no debe haber, sino un móvil y un regulador, un principio y un fin, en todo y para todo; la democracia; fuera de ese símbolo santo, no hay salud. Ahí está la luz del criterio, el principio de certidumbre social para nosotros» (ob. y t. cit., p. 72 y 73).

La fórmula Mayo, Progreso, Democracia, sintetiza el programa ideal, la condición para resolverlo y el criterio de solución de nuestros problemas políticos.   —LII→   Sólo así, afirma con invencible convicción, la democracia argentina se constituiría con el tiempo, en su carácter peculiar.

Por estas ideas, bajo esta bandera de la democracia de Mayo, pensaban, soñaban, sufrían y peleaban, dentro o fuera del país, los que habían formulado este credo insuperado de acción ciudadana. «¡Esa generación que sufre como vosotros, que ha peleado y pelea a vuestro lado, dice Echeverría, tiene derecho a ser oída!»... exclamación que se repite, como un eco, y un llamado perentorio, a través de los tiempos, hasta nuestros días. La Asociación de Mayo fue, en verdad, la personificación de un gran movimiento intelectual, doctrinario, cívico, patriótico, de perfiles propios e inconfundibles, «que ha tenido sus apóstoles y sus mártires», como dijo Echeverría en la parte final de la Ojeada, y que tendrá por esto mismo sus adeptos interminables, mientras haya fibras patrióticas en el corazón de los argentinos de bien.

Su influencia es notable y perdurará, por los inspirados principios que difunde y que introduce o concreta en nuestro ideario político y por lo que de ellos trasciende a nuestro derecho público positivo, por medio de la Constitución de 1853.

La generación ilustre y prócer que nos legó su Dogma, entronca con la generación de Mayo, es decir, con los orígenes mismos de nuestra emancipación política, y la une a la de la organización. A ella corresponde el mérito indiscutible e indiscutido   —LIII→   de haber hallado la fórmula adecuada para la organización política de la Nación Argentina. Y, lejos de ser responsable de los desvíos ulteriores de la forma de gobierno consagrada por la ley fundamental del país o de la conculcación de los principios que integran su inspirada doctrina social y política, nos ofrece con ésta una fuente inagotable de inspiración, para orientar la acción cívica de las nuevas generaciones argentinas, lo mismo que los ideales de la Revolución, que ella esclareció y difundió, con su Dogma, le ofrecían motivos de reflexión y de dirección política a ella misma. Tarea ésta que la Providencia nos depara, a nosotros, generación de transición, entre dos mundos de ideas que en la reciente guerra mundial lucharon a muerte por sobrevivir: el de la libertad y el de la opresión, el de la dignidad y el de la sumisión. Felizmente, el desenlace de la segunda gran guerra mundial abre nuevas esperanzas a los que, como Echeverría y sus compañeros, creyeron y creen en el triunfo final de la libertad y de la democracia. Cuánto conviene a la juventud de nuestra época aquel comentario que el biógrafo de Echeverría dedicó a la suya: «Lo que se llama juventud, en los pueblos en revolución, es una entidad desgraciada, especie de umbral profanado sobre el cual ponen el pie los que se van y los que le reemplazan en la alternativa de la lucha civil. Inocente de los delitos que repugna, arrastra, sin embargo, sus consecuencias como una enfermedad heredada, y se ofrece   —LIV→   en sacrificio con la esperanza de ahorrar a sus hijos los dolores que la legaron sus mayores».

Aquí están, alentándola a la lucha, para que pueda cumplir heroicamente su glorioso destino, que es el «de vanguardias valientes que facilitan, sacrificándose, el resultado feliz de grandes batallas», los cálidos, vívidos, eternos ideales políticos, todavía insuperados, siempre actuales, de la generación que los soñó y los concretó en la magnífica doctrina que encierra el Dogma y los demás documentos políticos que contiene este volumen.

La alta política de principios; la necesidad y la utilidad públicas de la continuidad histórica, por el cumplimiento fiel de las tradiciones de Mayo; la conveniencia de independizarnos de teorías y modelos foráneos, y la necesidad de una introspección nacional, para conocer exactamente y resolver adecuadamente nuestros problemas políticos; la orientación social, como correctivo de nuestro inveterado y perjudicial individualismo hispánico; la fe -su fe...- en la eficacia social de las ideas, y su inquebrantable vocación democrática, pura, incontaminada, antidemagógica,5 son las características más salientes de este sistema de ideas políticas, que constituye una verdadera doctrina o pensamiento político original y argentino. Su autor fue, en efecto,   —LV→   un argentino de pura cepa: «Pocas veces -se ha dicho- puede darse una armonía más íntima entre el hombre y el suelo, entre el alma y la naturaleza; entre la luz, el ambiente, y la inteligencia y la imaginación, como la que existía entre don Esteban Echeverría y el país en donde había brotado a la vida como una planta indígena» (Gutiérrez ob. y t. cit., p. XXVIII y XXIX). La obra debía ser argentina hasta la médula: vuelto de espaldas al río de la Plata, puerta de entrada de todo lo extranjero, bueno y malo, que Europa nos envía, como mercancía, fijos sus ojos en las entrañas mismas de la Patria, vio más y mejor que todos los observadores precedentes, en la realidad social y política de nuestro pueblo.

El Dogma y sus corolarios constituyen, por eso, la doctrina argentina de la democracia. Es, en efecto, en el hecho, la democracia en el Plata, que el fundador se propuso arraigar en su peculiar carácter, y cuya realización confió en su legado a Alberdi: la que éste enunció en las Bases y la que inscribieron en la Constitución de Santa Fe los hombres de 1853.

Para todos los tiempos y para todas las edades, esta doctrina tiene ideas, ideales e inspiración o sugestiones sin fin. A los jóvenes sin partido, porque, como aquellos de 1837, no hallan en la actualidad el símbolo de la religión de la Patria entre los estandartes partidarios existentes, y a los mismos partidos, sin ideales, sin programas y hasta   —LVI→   sin hombres -sin esos «grandes hombres» que, hoy como entonces, se requieren para regenerar nuestra política partidaria-, este ideario político ofrece respectivamente un partido y un programa insuperables. Con sus principios e ideales podría superarse con exceso la crisis de partidos y la crisis de ideales políticos, que son los signos más claros de la gran crisis institucional argentina. De donde vendrían a cumplirse, a casi un siglo de haber sido formuladas, las previsiones geniales del autor del mismo: «Para que las ideas tengan séquito y triunfen, es preciso que se encarnen en un hombre o en muchos, o mejor, en un partido, y nosotros debemos obrar en ese sentido». Fracasó por entonces el conato idealista, pero sobrevive la doctrina, y los tiempos, que son de militancia, requieren un programa de su magnitud e inspiración. Estrada pensó admirablemente cuando dijo: «...en el fondo, el Dogma era un credo político; luego, tendía a reclutar un partido». No creemos, en cambio, que estuviera acertado cuando agregó: «Sus autores se veían, pues, obligados a emplear los medios que teóricamente repudiaban, porque la política no tiene otros».

Porque él no repudió los partidos sino las facciones, y preconizó el partido nuevo, y «cuya misión es adoptar lo que hay de legítimo en uno y otro partido», y el «partido único», en el sentido de único que merece tal nombre y cumple su misión: ostentar y defender una doctrina social o política. Como ya dijera el albacea de su gloria, en su Catecismo   —LVII→   de la Constitución, este partido único no puede ser otro que el gran partido nacional, el partido o los partidos que se propongan cumplir o hacer cumplir en el gobierno los ideales políticos escritos en la Constitución Nacional. No hay otra religión política que la que desarrollan los preceptos de nuestra ley fundamental. En los últimos tiempos, debido a la reacción provocada por acontecimientos desgraciados, los argentinos han estrechado filas alrededor de este instrumento de defensa contra la opresión y la tiranía, como una garantía de sus más caros e inalienables derechos. Fue el ideario que se leerá a continuación el que inspiró la política que consagró la Constitución Nacional. ¡Agrupémonos decididamente, como conviene a las circunstancias y como prenda de acierto, para interpretarla y cumplirla fielmente, bajo esta bandera inmaculada a inmarcesible de ideas, de principios y de ideales políticos, bautizada con la sangre de sus mártires y esclarecida por la doctrina de sus apóstoles políticos!

Se cumplirá de ese modo, aquella afirmación de Alberdi, mezcla de profecía y de consejo, que en mayo de 1851 pudo parecer aventurada o presuntuosa, pero que encierra una gran verdad y ojalá fuera compartida: «Mañana -decía el legatario del pensamiento político de nuestro personaje-, cuando la juventud se apronte de nuevo, debe acudir a esa fuente porque no hay otra. Es el honor, es la lealtad, es la religión, es el desprendimiento aplicados   —LVIII→   a la política». (Noticia necrológica cit., en Obras completas, de Echeverría, t. 5 p. XCIII.)

No es solamente la obra política de Echeverría la que ofrece tema y ejemplo de imitación. Con toda justiciase ha dicho que él «no sólo fue poeta, sí que también fue pensador, filólogo y sociólogo, y si se han de medir sus obras en prosa por el resultado que produjeron, tal vez es superior el escritor y el político al poeta» (Urien, ob. cit., cap. IV, p. 45). Es además su vida misma, el perdurable y digno ejemplo de su entusiasta e incansable acción cívica. A este respecto, ha podido decir Jorge M. Furt que «la mejor obra de Echeverría es su vida misma» y que «su memoria ejemplar puede ser útil para mantener en devoción de libertad a más de un argentino» (ob. cit., p. II), porque, en efecto, la suya fue, como dice el mismo, «la más inspirada y alta pasión de libertad» (ib., p. 15). Abel Cháneton en un artículo titulado Introducción a la vida contradictoria de Esteban Echeverría, publicado en La Nación, del 5-V-40, añade a este respecto: «Porque lo que más interesa en el autor de «La Guitarra», por lo menos lo que en primer término interesa, es su vida; los detalles menudos de su vida. Su obra no se puede conocer, ni comprender, ni valorar, prescindiendo de las circunstancias que la rodearon». Por eso, su más íntimo biógrafo dijo que el nombre de Echeverría «resonará entre nosotros mientras haya en el suelo argentino respeto por la virtud   —LIX→   y amor por las obras del ingenio y del talento» (Obras completas, t. 5, p. LII).

Sus obras, en prosa y en verso, literarias y políticas, «piedras preciosas», como las llamara Mitre, forman su mejor monumento. Quien ha tenido el honor y el placer de prologar las de esta última clase, ha querido rendirle el tributo de su generación a este «jornalero impago de nuestra gloria intelectual», con el vehemente deseo que muchos argentinos se inspiren en su ejemplo superior, para bien y provecho de la Patria. Pero no saldaremos la deuda de gratitud que el pueblo argentino tiene con el autor de nuestra Biblia constitucional hasta que no nos hagamos matar por que gobiernen las leyes, en lugar de los hombres. Sólo así «seremos dignos de la majestad de pueblo libre y soberano», como él afirmó. La República no hallará el camino definitivo y seguro de sus grandes destinos hasta que el pueblo argentino no se ilumine con la luz que irradia esta doctrina, que nos remonta hasta las fuentes mismas de nuestros orígenes, hasta el auténtico y fecundo pensamiento emancipador de la Revolución de 1810.

Salvador M. Dana Montaño

Santa Fe, agosto de 1945.





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