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ArribaAbajoTercera Parte del Ingenioso Hidalgo don Quixote de la Mancha


ArribaAbajoCapitulo XV

Donde se cuenta la desgraciada auentura que se topó don Quixote en topar con vnos desalmados iangueses514


Cuenta el sabio Cide Hamete Venengeli que, assi como don Quixote se despidio de sus huespedes y de todos los que se hallaron al entierro del pastor Grisostomo, el y su escudero se entraron por el mesmo bosque donde vieron que se auia entrado la pastora Marcela; y, auiendo andado mas de dos horas por el, buscandola por todas partes sin poder hallarla, vinieron a parar a vn prado lleno de fresca yerua, junto del qual corria vn arroyo apazible y fresco, tanto, que combidó, y forço, a passar alli las horas de la siesta, que rigurosamente començaua ya a entrar.

Apearonse don Quixote y Sancho, y, dexando al jumento y a Rozinante a sus anchuras   —194→   pacer de la mucha yerua que alli auia, dieron saco a las alforjas, y, sin cerimonia515 alguna, en buena paz y compañia, amo y moço comieron lo que en ellas hallaron. No se auia curado Sancho de   -fol. 59r-   echar sueltas a Rozinante, seguro de que le conocia por tan manso y tan poco rijoso, que todas las yeguas de la dehesa de Cordoua no le hizieran tomar mal siniestro. Ordenó, pues, la suerte, y el diablo, que no todas vezes duerme, que andauan por aquel valle paciendo vna manada de hacas galicianas de vnos harrieros gallegos516, de los quales es costumbre sestear con su requa en lugares y sitios de yerua y agua. Y aquel, donde acerto a hallarse don Quixote, era muy a proposito de los gallegos517. Sucedio, pues, que a Rozinante le vino en desseo de refocilarse con las señoras facas, y saliendo, assi como las olio, de su natural passo y costumbre, sin pedir licencia518 [a] su dueño, tomó vn trotico519 algo picadillo y se fue a comunicar su necessidad con ellas. Mas ellas, que, a lo que parecio, deuian de tener mas gana de pacer que de al, recibieronle con las herraduras y con los dientes, de tal manera, que a poco espacio se le rompieron las cinchas y quedó sin silla, en pelota. Pero lo que el deuio mas de sentir fue que, viendo los harrieros la fuerça que a sus yeguas se les hazia, acudieron con estacas, y tantos palos le dieron, que le derribaron mal parado en el suelo.

Ya, en esto, don Quixote y Sancho, que la   —195→   paliza de Rozinante auian visto, llegauan hijadeando. Y dixo don Quixote a Sancho:

«A lo que yo veo, amigo Sancho, estos no son caualleros, sino gente soez y de baxa ralea. Digolo porque bien me puedes ayudar a tomar la deuida vengança del agrauio que delante de nuestros ojos se le a hecho a Rozinante.»

«¿Qué diablos de vengança hemos de tomar», respondio Sancho, «si estos son mas de veinte, y nosotros no mas de dos, y aun quiça   -fol. 59v-   nosotros520 sino vno y medio?»

«Yo valgo por ciento», replicó don Quixote.

Y, sin hazer mas discursos, echó mano a su espada y arremetio a los gallegos521, y lo mesmo hizo Sancho Pança, incitado y mouido del exemplo de su amo. Y, a las primeras dio don Quixote vna cuchillada a vno que le abrio vn sayo de cuero de que venia vestido, con gran parte de la espalda. Los gallegos522, que se vieron maltratar de aquellos dos hombres solos, siendo ellos tantos, acudieron a sus estacas, y, cogiendo a los dos en medio, començaron a menudear sobre ellos con grande hahinco y vehemencia. Verdad es que al segundo toque dieron con Sancho en el suelo, y lo mesmo523 le auino a don Quixote, sin que le valiesse su destreza y buen animo. Y quiso su ventura que viniesse a caer a los pies de Rozinante, que aun no se auia leuantado; donde se echa de ver la furia con que machacan estacas puestas en manos rusticas y enojadas.

  —196→  

Viendo, pues, los gallegos524 el mal recado que auian hecho, con la mayor presteza que pudieron cargaron su requa y siguieron su camino, dexando a los dos auentureros de mala traça y de peor talante. El primero que se resintio fue Sancho Pança, y hallandose junto a su señor, con voz enferma y lastimada, dixo:

«¡Señor don Quixote! ¡A, señor don Quixote!»

«¡Qué quieres, Sancho hermano!», respondio don Quixote, con el mesmo525 tono afeminado y doliente que Sancho.

«Querria, si fuesse possible», respondio Sancho Pança, «que vuestra merced me diesse dos tragos de aquella beuida del feo Blas, si es que la tiene vuestra merced ay a mano: quiça sera de prouecho para los quebrantamientos de   -fol. 60r-   huesos como lo es para las feridas.»

«Pues a tenerla526 yo aqui, ¡desgraciado yo!, ¿qué nos faltaua?», respondio don Quixote. «Mas yo te juro, Sancho Pança, a fe de cauallero andante, que antes que passen dos dias, si la fortuna no ordena otra cosa, la tengo de tener en mi poder, o mal me han de andar las manos.»

«Pues ¿en quántos le parece a vuestra merced que podremos mouer los pies?», replicó Sancho Pança.

«De mi se dezir», dixo el molido cauallero don Quixote, «que no sabre poner termino a essos dias. Mas yo me tengo la culpa de todo, que no auia de poner mano a la espada contra   —197→   hombres que no fuessen armados caualleros como yo. Y, assi, creo que en pena de auer passado las leyes de la caualleria, ha permitido el Dios de las batallas que se me diesse este castigo. Por lo qual, Sancho Pança527, conuiene que estes aduertido en esto que aora te dire, porque importa mucho a la salud de entrambos, y es que quando veas que semejante canalla nos haze algun agrauio, no aguardes a que yo ponga mano al espada para ellos, porque no lo hare en ninguna manera, sino pon tu mano a tu espada y castigalos muy a tu sabor; que, si en su ayuda y defensa acudieren caualleros, yo te sabre defender y ofendellos con todo mi poder, que ya auras visto por mil señales y experiencias hasta adonde se estiende el valor de este mi fuerte braço.»

Tal quedó de arrogante el pobre señor con el vencimiento del valiente vizcayno.

Mas no le parecio tambien528 a Sancho Pança el auiso de su amo, que dexasse de responder, diziendo:

«Señor, yo soy hombre pacifico, manso, sossegado, y se dissimular   -fol. 60v-   qualquiera injuria, porque tengo muger y hijos que sustentar y criar. Assi, que seale a vuestra merced tambien auiso, pues no puede ser mandato, que en ninguna manera pondre mano a la espada ni contra villano ni contra cauallero. Y que, desde aquipara delante de Dios, perdono quantos agrauios me han hecho y han de hazer, ora me los aya hecho o haga o aya de hazer persona alta   —198→   o baxa, rico o pobre, hidalgo o pechero, sin eceptar estado ni condicion alguna.»

Lo qual oydo por su amo, le respondio:

«Quisiera tener aliento para poder hablar vn poco descansado, y que el dolor que tengo en esta costilla se aplacara tanto quanto, para darte a entender, Pança, en el error en que estás. Ven aca, pecador: si el viento de la fortuna, hasta aora tan contrario, en nuestro fauor se buelue, llenandonos529 las velas del desseo, para que seguramente y sin contraste alguno tomemos puerto en alguna de las insulas que te tengo prometida, ¿qué seria de ti, si, ganandola yo, te hiziesse señor della, pues lo vendras a impossibilitar por no ser cauallero, ni quererlo ser, ni tener valor ni intencion de vengar tus injurias y defender tu señorio? Porque has de saber que en los reynos y prouincias nueuamente conquistados nunca estan tan quietos los animos de sus naturales, ni tan de parte del nueuo señor, que no se tengan530 temor de que han de hazer alguna nouedad para alterar de nueuo las cosas, y boluer, como dizen, a prouar ventura. Y, assi, es menester que el nueuo possessor tenga entendimiento para saberse gouernar, y valor para ofender y defenderse en qualquiera531 acontecimiento.»

«En este que aora nos ha acontecido», respondio Sancho,   -fol. 61r-   «quisiera yo tener esse entendimiento y esse valor que vuestra merzed dize. Mas yo le juro, a fe de pobre hombre, que mas estoy para bizmas que para platicas. Mire vuestra   —199→   merced si se puede leuantar, y ayudaremos a Rozinante, aunque no lo merece, porque el fue la causa principal de todo este molimiento. Iamas tal crei de Rozinante, que le tenia por persona casta y tan pacifica como yo. En fin, bien dizen que es menester mucho tiempo para venir a conocer las personas, y que no ay cosa segura en esta vida. ¿Quién dixera que tras de aquellas tan grandes cuchilladas como vuestra merced dio a aquel desdichado cauallero andante, auia de venir por la posta y en seguimiento suyo esta tan grande tempestad de palos que ha descargado sobre nuestras espaldas?»

«Aun las tuyas, Sancho», replicó don Quixote, «deuen de estar hechas a semejantes nublados; pero las mias, criadas entre sinabafas532 y olandas, claro está que sentiran mas el dolor desta desgracia. Y si no fuesse porque imagino, ¿qué digo imagino? se muy cierto, que todas estas incomodidades son muy anejas al exercicio de las armas, aqui me dexaria morir de puro enojo.»

A esto replicó el escudero:

«Señor, ya que estas desgracias son de la cosecha de la caualleria, digame vuestra merced si suceden muy a menudo, o si tienen sus tiempos limitados en que acaecen; porque me parece a mi que a dos cosechas quedaremos inutiles para la tercera, si Dios, por su infinita misericordia, no nos socorre.»

«Sabete, amigo Sancho», respondio don Quixote, «que la vida de los caualleros andantes   —200→   está sujeta a mil peligros y desuenturas, y ni mas ni menos está en potencia propinqua de ser los caualleros   -fol. 61v-   andantes533 reyes y emperadores, como lo ha mostrado la experiencia en muchos y diuersos caualleros, de cuyas historias yo tengo entera noticia. Y pudierate contar agora534, si el dolor me diera lugar, de algunos que solo por el valor de su braço han subido a los altos grados que he contado. Y estos mesmos se vieron antes y despues en diuersas calamidades y miserias; porque el valeroso Amadis de Gaula se vio en poder de su mortal enemigo Arcalaus el encantador, de quien se tiene por aueriguado que le dio, teniendole preso, mas de dozientos açotes con las riendas de su cauallo, atado a vna coluna de vn patio. Y aun ay vn autor secreto, y de no poco credito, que dize que, auiendo cogido al Cauallero del Febo con vna cierta trampa que se le hundio debaxo de los pies, en vn cierto castillo, (y) al caer, se halló en vna honda sima debaxo de tierra, atado de pies y manos, y alli le echaron vna destas que llaman melezinas de agua de nieue y arena, de lo que llegó muy al cabo, y si no fuera socorrido en aquella gran cuyta de vn sabio grande amigo suyo, lo passara muy mal el pobre cauallero. Ansi535, que bien puedo yo passar entre tanta buena gente; que mayores afrentas son las que estos passaron que no las que aora nosotros passamos. Porque quiero hazerte sabidor, Sancho, que no afrentan las heridas que se dan con los   —201→   inst[r]umentos536 que acaso se hallan en las manos537. Y esto está, en la ley del duelo, escrito por palabras expressas: que si el çapatero da a otro con la horma que tiene en la mano, puesto que verdaderamente es de palo, no por esso se dira que queda apaleado aquel a quien dio con ella. Digo esto porque no pienses que, puesto que quedamos   -fol. 62r-   desta pendencia molidos, quedamos afrentados, porque las armas que aquellos hombres traian, con que nos machacaron, no eran otras que sus estacas, y ninguno dellos, a lo que se me acuerda, tenia estoque, espada ni puñal.»

«No me dieron a mi lugar», respondio Sancho, «a que mirasse en tanto, porque apenas puse mano a mi tizona, quando me santiguaron los ombros con sus pinos, de manera que me quitaron la vista de los ojos y la fuerça de los pies, dando conmigo a donde aora yago, y adonde no me da pena alguna el pensar si fue afrenta, o no, lo de los estacazos, como me la da el dolor de los golpes, que me han de quedar tan impressos en la memoria como en las espaldas.»

«Con todo esso te hago saber, hermano Pança», replicó don Quixote, «que no ay memoria a quien el tiempo no acabe, ni dolor que muerte no le consuma.»

«Pues ¿qué mayor desdicha puede ser», replicó Pança, «de aquella que aguarda al tiempo que la consuma y a la muerte que la acabe? Si esta nuestra desgracia fuera de aquellas   —202→   que con vn par de bizmas se curan, aun no tan malo; pero voy viendo que no han de bastar todos los emplastos de vn hospital para ponerlas en buen termino siquiera.»

«Dexate desso y saca fuerças de flaqueza, Sancho», respondio don Quixote, «que assi hare yo, y veamos cómo está Rozinante, que, a lo que me parece, no le ha cabido al pobre la menor parte desta desgracia.»

«No ay de que marauillarse desso», respondio Sancho, «siendo el tan buen538 cauallero andante; de lo que yo me marauillo es de que mi jumento aya quedado libre y sin costas, donde nosotros salimos sin costillas.»

«Siempre dexa la ventura vna puerta abierta en las desdichas para dar remedio a   -fol. 62v-   ellas», dixo don Quixote. «Digolo porque essa bestezuela podra suplir aora la falta de Rozinante, lleuandome a mi desde aqui a algun castillo donde sea curado de mis feridas. Y mas, que no tendre a deshonra la tal caualleria, porque me acuerdo auer leydo que aquel buen viejo Sileno, ayo y pedagogo del alegre Dios de la risa, quando entró en la ciudad de las cien puertas, yua muy a su plazer cauallero sobre vn muy hermoso asno539

«Verdad sera que el deuia de yr cauallero como vuestra merced dize», respondio Sancho; «pero ay grande diferencia del yr cauallero al yr atrauessado como costal de vasura.»

A lo qual respondio don Quixote:

«Las feridas que se reciben en las batallas   —203→   antes dan honra que la quitan. Assi que, Pança amigo, no me repliques mas, sino, como ya dicho, leuantate lo mejor que pudieres y ponme de la manera que mas te agradare encima de tu jumento, y vamos de aqui antes que la noche venga y nos saltee en este despoblado.»

«Pues yo he oydo dezir a vuestra merced», dixo Pança, «que es muy de caualleros andantes el dormir en los paramos y desiertos lo mas del año, y que lo tienen a mucha ventura.»

«Esso es», dixo don Quixote, «quando no pueden mas, o quando estan enamorados; y es tan verdad esto, que ha auido cauallero que se ha estado sobre vna peña, al sol y a la sombra y a las inclemencias del cielo, dos años, sin que lo supiesse su señora. Y vno destos fue Amadis quando, llamandose Beltenebros, se aloxó en la Peña Pobre540, ni se si ocho años o ocho meses, que no estoy muy bien en la cuenta. Basta que el estuuo alli haziendo penitencia por no se qué sinsabor que le hizo la señora Oriana. Pero   -fol. 63r-   dexemos ya esto, Sancho, y acaba, antes que suceda otra desgracia al jumento como a Rozinante.»

«Aun ahi seria el diablo», dixo Sancho.

Y despidiendo treinta ayes y sesenta sospiros y ciento y veynte pesetes y reniegos de quien alli le auia traido, se leuantó, quedandose agouiado en la mitad del camino, como arco turquesco, sin poder acabar de endereçarse; y con todo este trabajo aparejó su asno, que   —204→   tambien auia andado algo destraydo541 con la demasiada libertad de aquel dia. Leuantó luego a Rozinante, el qual, si tuuiera lengua con que quexarse, a buen seguro que Sancho ni su amo no le fueran en çaga.

En resolucion, Sancho acomodó a don Quixote sobre el asno y puso de reata a Rozinante, y, lleuando al asno de cabestro se encaminó poco mas a542 menos hazia donde le parecio que podia estar el camino real. Y la suerte, que sus cosas de bien en mejor yua guiando, aun no huuo andado vna pequeña legua, quando le deparó el camino, en el qual descubrio vna venta que, a pesar suyo y gusto de don Quixote, auia de ser castillo. Porfiaua Sancho que era venta, y su amo que no, sino castillo; y tanto duró la porfia, que tuuieron lugar, sin acabarla, de llegar a ella, en la qual Sancho se entró, sin mas aueriguacion, con toda su requa.



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ArribaAbajoCapitulo XVI

De lo que le sucedio al ingenioso hidalgo en la venta que el imaginaua ser castillo


El ventero, que vio a don Quixote atrauesado en el asno, preguntó a Sancho qué mal traia. Sancho le respondio que no era nada, sino que auia dado vna cayda   -fol. 63v-   de vna peña abaxo, y que venia algo brumadas las costillas.

Tenia el ventero por muger a vna, no de la condicion que suelen tener las de semejante trato, porque naturalmente era caritatiua y se dolía de las calamidades de sus proximos, y, assi, acudio luego a curar a don Quixote, y hizo que vna hija suya donzella, muchacha y de muy buen parecer, la ayudasse a curar a su huesped. Seruia en la venta, assi mesmo, vna moça asturiana, ancha de cara, llana de cogote, de nariz roma, del vn ojo tuerta y del otro no muy sana. Verdad es que la gallardia del cuerpo suplia las demas faltas: no tenia siete palmos de los pies a la cabeça, y las espaldas, que algun tanto le cargauan, la hazian mirar al suelo mas de lo que ella quisiera. Esta gentil moça, pues, ayudó a la donzella; y las dos hizieron vna muy mala cama a don Quixote en vn camaranchon que, en otros tiempos, daua manifiestos indicios que auia seruido de pajar muchos años. En la qual543 tambien aloxaua vn harriero que tenia su cama hecha vn poco mas alla de la de nuestro don Quixote,   —206→   y, aunque era de las enxalmas y mantas de sus machos, hazia mucha ventaja a la de don Quixote, que solo contenia quatro mal lisas tablas sobre dos no muy yguales bancos, y vn colchon que, en lo sutil, parecia colcha, lleno de bodoques, que, a no mostrar que eran de lana por algunas roturas, al tiento, en la dureza, semejauan544 de guijarro, y dos sauanas hechas de cuero de adarga, y vna fraçada, cuyos hilos, si se quisieran contar, no se perdiera vno solo de la cuenta.

En esta maldita cama se acosto don Quixote. Y luego la ventera y su hija le emplastaron   -fol. 64r-   de arriba abajo545, alumbrandoles Maritornes, que assi se llamaua la asturiana; y como al bizmalle viesse la ventera tan acardenalado a partes a don Quixote, dixo que aquello mas parecian golpes546 que cayda.

«No fueron golpes», dixo Sancho, «sino que la peña tenia muchos picos y tropeçones, y que cada vno auia hecho su cardenal.» Y tambien le dixo: «Haga vuestra merced, señora, de manera que queden algunas estopas, que no faltará quien las aya menester; que tambien me duelen a mi vn poco los lomos.»

«Dessa manera», respondio la ventera, «¿tambien deuistes vos de caer?»

«No cay», dixo Sancho Pança, «sino que del sobresalto que tomé de ver caer a mi amo, de tal manera me duele a mi el cuerpo, que me parece que me han dado mil palos.»

«Bien podra547 ser esso», dixo la donzella;   —207→   «que a mi me ha acontecido muchas vezes soñar que caya de vna torre abaxo, y que nunca acabaua de llegar al suelo, y quando despertaua del sueño, hallarme tan molida y quebrantada como si verdaderamente huuiera caydo.»

«Ay está el toque, señora», respondio Sancho Pança: «que yo sin soñar nada, sino estando mas despierto que aora estoy, me hallo con pocos menos cardenales que mi señor don Quixote.»

«¿Cómo se llama este cauallero?» preguntó la asturiana Maritornes.

«Don Quixote de la Mancha», respondio Sancho Pança, «y es cauallero auenturero, y de los mejores y mas fuertes que de luengos tiempos aca se han visto en el mundo.»

«¿Qué es cauallero auenturero?», replicó la moça.

«¿Tan nueua sois en el mundo, que no lo sabeis vos?», respondio Sancho Pança. «Pues sabed, hermana mia,   -fol. 64v-   que cauallero auenturero es vna cosa que en dos palabras se ve apaleado y emperador. Oy está la mas desdichada criatura del mundo y la mas menesterosa, y mañana tendria548 dos o tres coronas de reynos que dar a su escudero.»

«Pues ¿cómo vos, siendolo deste tan buen señor», dixo la ventera, «no teneis, a lo que parece, siquiera algun condado?»

«Aun es temprano», respondio Sancho, «porque no ha sino vn mes que andamos buscando   —208→   las auenturas, y hasta aora no hemos topado con ninguna que lo sea. Y tal vez ay que se busca vna cosa y se halla otra. Verdad es que si mi señor don Quixote sana desta herida, o cayda, y yo no quedo contrecho della, no trocaria mis esperanças con el mejor titulo de España.»

Todas estas platicas estaua escuchando muy atento don Quixote, y sentandose en el lecho como pudo, tomando de la mano a la ventera, le dixo:

«Creedme, fermosa señora, que os podeis llamar venturosa por auer alojado en este vuestro castillo a mi persona, que es tal, que si yo no la alabo, es por lo que suele dezirse que la alabança propria549 enuilece, pero mi escudero os dira quién soy. Solo os digo que tendre eternamente escrito en mi memoria el seruicio que me auedes fecho, para agradeceroslo mientras la vida me durare. Y pluguiera a los altos cielos que el amor no me tuuiera tan rendido y tan sujeto a sus leyes, y los ojos de aquella hermosa ingrata que digo entre mis dientes; que los desta fermosa donzella fueran señores de mi libertad.»

Confusas estauan la ventera y su hija y la buena de Maritornes oyendo las razones del andante cauallero, que assi las entendian como si hablara en griego, aunque bien alcançaron   -fol. 65r-   que todas se encaminauan a ofrecimiento y requiebros; y, como no vsadas a semejante lenguaje, mirauanle y admirauanse, y pareciales   —209→   otro hombre de los que se vsauan; y, agradeciendole con venteriles razones sus ofrecimientos, le dexaron, y la asturiana Maritornes curó a Sancho, que no menos lo auia menester que su amo.

Auia el harriero concertado con ella que aquella noche se refocilarian juntos, y ella le auia dado su palabra de que, en estando sossegados los huespedes y durmiendo sus amos, le yria a buscar y satisfazerle el gusto en quanto le mandasse. Y cuentase desta buena moça que jamas dio semejantes palabras que no las cumpliesse, aunque las diesse en vn monte y sin testigo alguno, porque presumia muy de hidalga, y no tenia por afrenta estar en aquel exercicio de seguir en la venta; porque dezia ella que desgracias y malos sucessos la auian traydo a aquel estado.

El duro, estrecho, apocado y fementido lecho de don Quixote estaua primero en mitad de aquel estrellado establo, y luego, junto a el, hizo el suyo Sancho, que solo contenia vna estera de enea y vna manta, que antes mostraua ser de angeo tundido que de lana. Sucedia a estos dos lechos el del harriero, fabricado, como se ha dicho, de las enxalmas y de todo el adorno de los dos mejores mulos que trahia, aunque eran doze, luzios, gordos y famosos, porque era vno de los ricos harrieros de Areualo, segun lo dize el autor desta historia, que deste harriero haze particular mencion, porque le conocia muy bien, y aun quieren dezir que era algo pariente   —210→   suyo. Fuera de que Cide Mahamate550 Benengeli fue historiador muy curioso y muy puntual en todas las cosas; y echase bien de ver, pues las que quedan   -fol. 65v-   referidas, con ser tan minimas y tan rateras, no las quiso passar en silencio. De donde podran tomar exemplo los historiadores graues, que nos cuentan las acciones tan corta y sucintamente, que apenas nos llegan a los labios, dexandose en el tintero, ya por descuydo, por malicia o ygnorancia, lo mas substancial551 de la obra. ¡Bien aya mil vezes el autor de Tablante de Ricamonte552, y aquel del otro libro donde se cuenta553 los hechos del conde Tomillas554, y con qué puntualidad lo descriuen todo!

Digo, pues, que despues de auer visitado el harriero a su requa y dadole el segundo pienso, se tendio en sus enxalmas y se dio a esperar a su puntualissima Maritornes. Ya estaua Sancho bizmado y acostado, y, aunque procuraua dormir, no lo consentia el dolor de sus costillas; y don Quixote, con el dolor de las suyas, tenia los ojos abiertos como liebre. Toda la venta estaua en silencio, y en toda ella no auia otra luz que la que daua vna lampara que colgada en medio del portal ardia. Esta marauillosa quietud, y los pensamientos que siempre nuestro cauallero trahia de los sucessos que a cada passo se cuentan en los libros autores de su desgracia, le truxo a la ymaginacion vna de las estrañas locuras que buenamente ymaginarse pueden. Y fue, que el se   —211→   ymaginó auer llegado a vn famoso castillo, que, como se ha dicho, castillos eran a su parecer todas las ventas donde aloxaua, y que la hija del ventero lo era del señor del castillo, la qual, vencida de su gentileza, se auia enamorado del y prometido que aquella noche, a furto de sus padres, vendria a yazer con el vna buena pieça; y, teniendo toda esta quimera, que el se auia fabricado, por firme y valedera, se començo a acuytar y a pensar en   -fol. 66r-   el peligroso trance en que su honestidad se auia de ver, y propuso en su coraçon de no cometer aleuosia a su señora Dulzinea del Toboso, aunque la mesma555 reyna Ginebra con su dama Quintañona se le pusiessen delante.

Pensando, pues, en estos disparates, se llegó el tiempo y la hora, que para el fue menguada, de la venida de la asturiana, la qual, en camisa y descalça, cogidos los cabellos en vna aluanega de fustan, con tacitos y atentados passos, entró en el aposento donde los tres aloxauan, en busca del harriero. Pero apenas llegó a la puerta, quando don Quixote la sintio, y sentandose en la cama, a pesar de sus bizmas y con dolor de sus costillas, tendio los braços para recebir556 a su fermosa donzella. La asturiana, que, toda recogida y callando, yua con las manos delante buscando a su querido, topó con los braços de don Quixote, el qual la asio fuertemente de vna muñeca, y, tirandola hazia si, sin que ella osasse hablar palabra, la hizo sentar sobre la cama. Tentole   —212→   luego la camisa, y, aunque ella era de harpillera, a el le parecio ser de finissimo y delgado cendal. Trahia en las muñecas vnas cuentas de vidro, pero a el le dieron vislumbres de preciosas perlas orientales. Los cabellos, que en alguna manera tirauan a crines, el los marcó por hebras de luzidissimo oro de Arabia, cuyo resplandor al del mesmo557 sol escurecia. Y el aliento, que, sin duda alguna, olia a ensalada fiambre y trasnochada, a el le parecio que arrojaua de su boca vn olor suaue y aromatico; y, finalmente, el la pintó en su ymaginacion de la misma traça y modo que lo558 auia leydo en sus libros, de la otra princesa que   -fol. 66v-   vino a ver el mal ferido cauallero, vencida559 de sus amores, con todos los adornos que aqui van puestos560. Y era tanta la ceguedad del pobre hidalgo, que el tacto, ni el aliento, ni otras cosas que trahia en si la buena donzella, no le desengañauan, las quales pudieran hazer vomitar a otro que no fuera harriero; antes le parecia que tenia entre sus braços a la diosa de la hermosura. Y, teniendola bien asida, con voz amorosa y baxa, le començo a dezir:

«Quisiera hallarme en terminos, fermosa y alta señora, de poder pagar tamaña merced como la que con la vista de vuestra gran fermosura me auedes fecho; pero ha querido la fortuna, que no se cansa de perseguir a los buenos, ponerme en este lecho, donde yago tan molido y quebrantado, que, aunque de mi voluntad quisiera satisfazer a la vuestra, fuera   —213→   impossible. Y mas, que se añade a esta impossibilidad otra mayor, que es la prometida fe que tengo dada a la simpar561 Dulzinea del Toboso, vnica señora de mis mas escondidos pensamientos. Que si esto no vuiera de por medio, no fuera yo tan sandio cauallero, que dexara passar en blanco la venturosa ocasion en que vuestra gran bondad me ha puesto.»

Maritornes estaua congoxadissima y trasudando de verse tan asida de don Quixote, y, sin entender ni estar atenta a las razones que le dezia, procuraua, sin hablar palabra, desasirse. El bueno del harriero, a quien tenian despierto sus malos desseos, desde el punto que entró su coyma por la puerta, la sintio; estuuo atentamente escuchando todo lo que don Quixote dezia, y, zeloso de que la asturiana le vuiesse faltado [a] la562 palabra por otro, se fue llegando mas al lecho de don Quixote, y estuuose   -fol. 67r-   quedo563 hasta ver en qué parauan aquellas razones que el no podia entender. Pero como vio que la moça forcejaua por desasirse, y don Quixote trabaxaua por tenella564, pareciendole mal la burla, enarboló el braço en alto y descargó tan terrible puñada sobre las estrechas quixadas del enamorado cauallero, que le bañó toda la boca en sangre; y, no contento con esto, se le subio encima de las costillas, y con los pies, mas que de trote, se las passeó todas de cabo a cabo. El lecho, que era vn poco endeble y de no firmes fundamentos, no pudiendo sufrir la añadidura del harriero,   —214→   dio consigo en el suelo, a cuyo gran ruydo desperto el ventero, y luego ymaginó que deuian de ser pendencias de Maritornes, porque, auiendola llamado a bozes, no respondia. Con esta sospecha se leuantó y, encendiendo vn candil, se fue hazia donde auia sentido la pelaza. La moça, viendo que su amo venia y que era de condicion terrible, toda medrosica y alborotada, se acogio a la cama de Sancho Pança, que aun dormia, y alli se acorrucó y se hizo vn ouillo.

El ventero entró diziendo:

«¿Adónde estás, puta? A buen seguro que son tus565 cosas estas.»

En esto desperto Sancho, y, sintiendo aquel bulto casi encima de si, penso que tenia la pesadilla y començo a dar puñadas a vna y otra parte, y, entre otras, alcançó con no se quántas a Maritornes, la qual, sentida del dolor, echando a rodar la honestidad, dio el retorno a Sancho con tantas, que, a su despecho, le quitó el sueño; el qual, viendose tratar de aquella manera y sin saber de quien, alçandose como pudo, se abraçó con Maritornes, y començaron entre los dos la mas reñida y graciosa escaramuça del mundo.

Viendo, pues,   -fol. 67v-   el harriero, a la lumbre del candil del ventero, quál andaua su dama, dexando a don Quixote, acudio a dalle el socorro necessario; lo mismo hizo el ventero, pero con intencion diferente, porque fue a castigar a la moça, creyendo, sin duda, que ella sola era la   —215→   ocasion de toda aquella armonia. Y, assi, como suele dezirse: el gato al rato, el rato a la cuerda, la cuerda al palo566, daua el harriero a Sancho, Sancho a la moça, la moça a el, el ventero a la moça, y todos menudeauan con tanta priessa que no se dauan567 punto de reposo; y fue lo bueno que al ventero se le apagó el candil, y, como quedaron ascuras, dauanse tan sin compasion todos a bulto, que a doquiera que ponian la mano no dexauan cosa sana.

Aloxaua acaso aquella noche en la venta vn quadrillero de los que llaman de la Santa Hermandad Vieja de Toledo568, el qual, oyendo ansi mesmo569 el estraño estruendo de la pelea, asio de su media vara y de la caxa de lata de sus titulos, y entró ascuras en el aposento, diziendo:

«¡Tenganse a la justicia! ¡Tenganse a la Santa Hermandad!»

Y el primero con quien topó fue con el apuñeado de don Quixote, que estaua en su derribado lecho, tendido boca arriba, sin sentido alguno; y, echandole a tiento mano a las barbas, no cessaua de dezir: «¡Fauor a la justicia!» Pero viendo que el que tenia asido no se bullia ni meneaua, se dio a entender que estaua muerto, y que los que alli dentro estauan eran sus matadores, y, con esta sospecha, reforço la voz, diziendo:

«¡Cierrese la puerta de la venta! ¡Miren no se vaya nadie, que han muerto aqui a vn hombre!»

  —216→  

Esta voz sobresaltó a todos, y cada qual dexó la pendencia en el grado que le tomó la voz. Retirose el ventero a su aposento, el harriero a sus enxalmas,   -fol. 68r-   la moça a su rancho; solos los desuenturados don Quixote y Sancho no se pudieron mouer de donde estauan. Solto en esto el quadrillero la barba de don Quixote, y salio a buscar luz, para buscar y prender los delinquentes; mas no la halló, porque el ventero, de industria, auia muerto la lampara quando se retiró a su estancia, y fuele forçoso acudir a la chimenea, donde, con mucho trabajo y tiempo, encendio el quadrillero otro candil.



  —217→  

ArribaAbajoCapitulo XVII

Donde se prosiguen los innumerables trabajos que el brauo don Quixote y su buen escudero Sancho Pança passaron en la venta que, por su mal, penso que era castillo


Avia ya buelto en este tiempo de su parasismo don Quixote, y con el mesmo570 tono de voz con que el dia antes auia llamado a su escudero, quando estaua tendido en el val de las estacas571, le començo a llamar, diziendo:

«Sancho amigo, ¿duermes? ¿Duermes, amigo Sancho?»

«¡Qué tengo de dormir, pesia a mi!», respondio Sancho, lleno de pesadumbre y de despecho; «que no parece sino que todos los diablos han andado comigo572 esta noche.»

«Puedeslo creer ansi573, sin duda», respondio don Quixote; «porque, o yo se poco, o este castillo es encantado. Porque has de saber...; mas esto que aora quiero dezirte, hasme de jurar que lo tendras secreto hasta despues de mi muerte.»

«Si, juro», respondio Sancho.

«Digolo», replicó don Quixote, «porque soy enemigo de que se quite la honra a nadie.»

«Digo que si juro», tornó a dezir Sancho; «que lo callaré hasta despues de los dias de vuestra merced, y plega a Dios que lo pueda descubrir mañana.»

«¿Tan   -fol. 68v-   malas obras te hago, Sancho», respondio   —218→   don Quixote, «que me querrias ver muerto con tanta breuedad?»

«No es por esso», respondio Sancho, «sino porque soy enemigo de guardar mucho las cosas, y no querria que se me pudriessen de guardadas.»

«Sea por lo que fuere», dixo don Quixote, «que mas fio de tu amor y de tu cortesia; y, assi, has de saber que esta noche me ha sucedido vna de las mas estrañas auenturas que yo sabre encarecer; y, por contartela en breue, sabras que poco ha que a mi vino la hija del señor deste castillo, que es la mas apuesta y fermosa donzella que en gran parte de la tierra se puede hallar. ¿Qué te podria dezir del adorno de su persona? ¿Qué de su gallardo entendimiento? ¿Qué de otras cosas ocultas, que, por guardar la fe que deuo a mi señora Dulzinea del Toboso, dexaré passar intactas y en silencio? Solo te quiero dezir que, embidioso el cielo de tanto bien como la ventura me auia puesto en las manos, o quiça -y esto es lo mas cierto-, que, como tengo dicho, es encantado este castillo, al tiempo que yo estaua con ella en dulcissimos y amorosissimos coloquios, sin que yo la viesse ni supiesse por donde venia, vino vna mano pegada a algun braço de algun descomunal gigante y assentome vna puñada en las quixadas, tal, que las tengo todas bañadas en sangre, y despues me molio de tal suerte que estoy peor que ayer quando los gallegos574, que, por demasias de Rozinante, nos hizieron el   —219→   agrauio que sabes. Por donde conjeturo que el tesoro de la fermosura desta donzella le deue de guardar algun encantado moro, y no deue de ser para mi.»

«Ni para mi tampoco», respondio Sancho, «porque mas de quatrocientos moros   -fol. 69r-   me han aporreado a mi575 de manera, que el molimiento de las estacas fue tortas y pan pintado. Pero digame, señor, ¿cómo llama a esta buena y rara auentura, auiendo quedado della qual quedamos? Aun vuestra merced, menos mal, pues tuuo en sus manos aquella incomparable fermosura que ha dicho. Pero yo ¿qué tuue, sino los mayores porrazos que pienso recebir en toda mi vida? ¡Desdichado de mi y de la madre que me pario, que ni soy cauallero andante, ni lo pienso ser jamas, y de todas las malandanças me cabe la mayor parte!»

«Luego ¿tambien estás tu aporreado?», respondio don Quixote.

«¿No le he dicho que si, pesia576 a mi linage?», dixo Sancho.

«No tengas pena, amigo», dixo don Quixote; «que yo hare agora577 el balsamo precioso con que sanaremos en vn abrir y cerrar de ojos.»

Acabó en esto de encender el candil el quadrillero, y entró a ver el que pensaua que era muerto, y assi como le vio entrar Sancho, viendole venir en camisa y con su paño de cabeça y candil en la mano, y con vna muy mala cara, preguntó a su amo:

  —220→  

«Señor, ¿si sera este a dicha el moro encantado que nos buelue a castigar, si se dexó algo en el tintero?»

«No puede ser el moro», respondio don Quixote, «porque los encantados no se dexan ver de nadie.»

«Si no se dexan ver, dexanse sentir», dixo Sancho; «si no, diganlo mis espaldas.»

«Tambien lo podrian dezir las mias», respondio don Quixote; «pero no es bastante indicio esse para creer que este que se vee sea el encantado moro.»

Llegó el quadrillero, y como los halló hablando en tan sossegada conuersacion, quedó suspenso. Bien es verdad que aun don Quixote se estaua boca arriba, sin poderse menear de puro molido y emplastado. Llegose   -fol. 69v-   a el el quadrillero y dixole:

«Pues ¿cómo va, buen hombre?»

«Hablara yo mas bien criado», respondio don Quixote, «si fuera que vos. ¿Vsase en esta tierra hablar dessa suerte a los caualleros andantes, majadero?»

El quadrillero, que se vio tratar tan mal de vn hombre de tan mal parecer, no lo pudo sufrir, y, alçando el candil con todo su azeyte, dio a don Quixote con el en la cabeça, de suerte que le dexó muy bien descalabrado; y como todo quedó ascuras578, saliose luego, y Sancho Pança dixo:

«Sin duda, señor, que este es el moro encantado, y deue de guardar el tesoro para otros,   —221→   y para nosotros solo guarda las puñadas y los candilazos.»

«Assi es», respondio don Quixote, «y no ay que hazer caso destas cosas de encantamentos, ni ay para qué tomar colera ni enojo con ellas; que, como son inuisibles y fantasticas, no hallaremos de quien vengarnos, aunque mas lo procuremos. Leuantate, Sancho, si puedes, y llama al alcayde desta fortaleza, y procura que se me de vn poco de azeyte, vino, sal y romero para hazer el salutifero balsamo; que en verdad que creo que lo he bien menester aora, porque se me va mucha sangre de la herida que esta fantasma me ha dado.»

Leuantose Sancho con harto dolor de sus huessos, y fue ascuras donde estaua el ventero, y, encontrandose con el quadrillero, que estaua escuchando en que paraua su enemigo, le dixo:

«Señor, quien quiera que seays, hazednos merced y beneficio de darnos vn poco de romero, azeyte, sal y vino, que es menester para curar vno de los mejores caualleros andantes que ay en la tierra, el qual yaze en aquella cama mal ferido por las manos del encantado moro que está en esta venta.»

Quando el quadrillero tal oyo, tuuole por hombre falto de seso.   -fol. 70r-   Y porque ya començaua a amanecer, abrio la puerta de la venta, y, llamando al ventero, le dixo lo que aquel buen hombre queria. El ventero le proueyo de quanto quiso, y Sancho se lo lleuó a don Quixote, que estaua con las manos en la cabeça,   —222→   quexandose del dolor del candilazo, que no le auia hecho mas mal que leuantarle dos chichones algo crecidos, y lo que el pensaua que era sangre no era sino sudor que sudaua con la congoxa de la passada tormenta.

En resolucion, el tomó sus simples, de los quales hizo vn compuesto, mezclandolos todos y coziendolos vn buen espacio, hasta que le parecio que estauan579 en su punto. Pidio luego alguna redoma para echallo, y como no la vuo en la venta, se resoluio de ponello en vna alcuza o azeytera de hoja de lata, de quien el ventero le hizo grata donación. Y luego dixo sobre la alcuza mas de ochenta paternostres y otras tantas auemarias, salues y credos, y a cada palabra acompañaua vna cruz a modo de bendicion; a todo lo qual se hallaron presentes Sancho, el ventero y quadrillero, que ya el harriero sossegadamente andaua entendiendo en el beneficio de sus machos.

Hecho esto, quiso el mesmo580 hazer luego la esperiencia de la virtud de aquel precioso balsamo que el se ymaginaua, y, assi, se beuio de lo que no pudo caber en la alcuza y quedaua en la olla donde se auia cozido, casi media azumbre; y apenas lo acabó de beuer, quando començo a vomitar de manera, que no le quedó cosa en el estomago, y con las ansias y agitacion del vomito le dio vn sudor copiosissimo, por lo qual mandó que le arropassen y le dexassen solo. Hizieronlo ansi581, y quedose dormido mas de tres horas, al cabo de las   —223→   quales desperto y se sintio aliuiadissimo del cuerpo, y en tal manera mejor de su quebrantamiento, que se tuuo   -fol. 70v-   por sano. Y verdaderamente creyo que auia acertado con el balsamo de Fierabras, y que con aquel remedio podia acometer desde alli adelante, sin temor alguno, qualesquiera ruynas, batallas y pendencias, por peligrosas que fuessen.

Sancho Pança, que tambien tuuo a milagro la mejoria de su amo, le rogo que le diesse a el lo que quedaua en la olla, que no era poca cantidad. Concedioselo don Quixote, y el, tomandola a dos manos, con buena fe y mejor talante, se la echó a pechos y enuasó bien poco menos que su amo. Es, pues, el caso que el estomago del pobre Sancho no deuia de ser tan delicado como el de su amo, y, assi, primero que vomitasse le dieron tantas ansias y vascas, con tantos trasudores y desmayos, que el penso bien y verdaderamente que era llegada su vltima hora; y viendose tan afligido y congoxado, maldezia el balsamo y al ladron que se lo auia dado.

Viendole assi don Quixote, le dixo:

«Yo creo, Sancho, que todo este mal te viene de no ser armado cauallero; porque tengo para mi que este licor no deue de aprouechar a los que no lo son.»

«Si esso sabia vuestra merced», replicó Sancho, «¡mal aya yo y toda mi parentela!, ¿para qué consintio que lo gustasse?»

En esto hizo su operacion el breuage, y començo   —224→   el pobre escudero a dessaguarse por entrambas canales, con tanta priessa, que la estera de enea sobre quien se auia buelto a echar, ni la manta de angeo con que se cubria, fueron mas de prouecho. Sudaua y trasudaua con tales parasismos y accidentes, que no solamente el, sino todos pensaron que se le acabaua la vida. Durole esta borrasca y mala andança casi dos horas, al cabo de las quales no quedó como su amo, sino   -fol. 71r-   tan molido y quebrantado, que no se podia tener.

Pero don Quixote, que, como se ha dicho, se sintio aliuiado y sano, quiso partirse luego a buscar auenturas, pareciendole que todo el tiempo que alli se tardaua era quitarsele al mundo y a los en el menesterosos de su fauor y amparo, y mas con la seguridad y confiança que lleuaua en su balsamo; y assi, forçado deste desseo, el mismo ensilló a Rozinante y enalbardó al jumento de su escudero, a quien tambien ayudó a vestir y a subir en el asno. Pusose luego a cauallo, y, llegandose a vn rincon de la venta, asio de vn lançon que alli estaua, para que le siruiesse de lança.

Estauanle mirando todos quantos auia en la venta, que passauan de mas de veynte personas; mirauale tambien la hija del ventero, y el tambien no quitaua los ojos della, y de quando en quando arrojaua vn sospiro582 que parecia que le583 arrancaua de lo profundo de sus entrañas, y todos pensauan que deuia de ser del dolor que sentia en las costillas; a lo menos   —225→   pensauanlo aquellos que la noche antes le auian visto bizmar.

Ya que estuuieron los dos a cauallo, puesto a la puerta de la venta, llamó al ventero, y con voz muy reposada y graue le dixo:

«Muchas y muy grandes son las mercedes, señor alcayde, que en este vuestro castillo he recebido, y quedo obligadissimo a agradeceroslas todos los dias de mi vida. Si os las puedo pagar en hazeros vengado de algun soberuio que os aya fecho algun agrauio, sabed que mi oficio no es otro sino valer a los que poco pueden, y vengar a los que reciben tuertos, y castigar aleuosias. Recorred vuestra memoria, y, si hallays alguna cosa deste jaez que encomendarme, no ay sino dezilla, que yo os   -fol. 71v-   prometo, por la orden de cauallero que recebi, de fazeros satisfecho y pagado a toda vuestra voluntad.»

El ventero le respondio con el mesmo584 sossiego:

«Señor cauallero, yo no tengo necessidad de que vuestra merced me vengue ningun agrauio, porque yo se tomar la vengança que me parece, quando se me hazen. Solo he menester que vuestra merced me pague el gasto que esta noche ha hecho en la venta, assi de la paja y ceuada de sus dos bestias, como de la cena y camas.»

«Luego ¿venta es esta?», replicó don Quixote.

«Y muy honrada», respondio el ventero.

  —226→  

«Engañado he viuido hasta aqui», respondio don Quixote; «que en verdad que pense que era castillo, y no malo; pero, pues es ansi585 que no es castillo, sino venta, lo que se podra hazer por agora586 es que perdoneys por la paga; que yo no puedo contrauenir a la orden de los caualleros andantes, de los quales se cierto, sin que hasta aora aya leydo cosa en contrario, que jamas pagaron posada ni otra cosa en venta donde estuuiessen, porque se les deue de fuero y de derecho qualquier buen acogimiento que se les hiziere, en pago del insufrible trabajo que padecen buscando las auenturas de noche y de dia, en inuierno y en verano, a pie y a cauallo, con sed y con hambre, con calor y con frio, sugetos a todas las inclemencias del cielo y a todos los incomodos de la tierra.»

«Poco tengo yo que ver en esso», respondio el ventero; «pagueseme lo que se me deue, y dexemonos de cuentos ni de cauallerias; que yo no tengo cuenta con otra cosa que con cobrar mi hazienda.»

«Vos soys vn sandio y mal hostalero», respondio don Quixote.

Y, poniendo piernas al587 Rozinante y terciando su lançon, se salio de la venta sin que nadie le detuuiesse,   -fol. 72r-   y el, sin mirar si le seguia su escudero, se alongo vn buen trecho. El ventero que le vio yr y que no le pagaua, acudio a cobrar de Sancho Pança, el qual dixo que pues su señor no auia querido pagar, que tampoco   —227→   el pagaria; porque siendo el escudero de cauallero andante, como era, la mesma588 regla y razon corria por el como por su amo en no pagar cosa alguna en los mesones y ventas. Amohinose mucho desto el ventero, y amenazole que si no le pagaua, que lo cobraria de modo que le pesasse. A lo qual Sancho respondio que, por la ley de caualleria que su amo auia recebido, no pagaria vn solo cornado, aunque le costasse la vida, porque no auia de perder por el la buena y antigua vsança de los caualleros andantes, ni se auian de quexar del los escuderos de los tales que estauan por venir al mundo, reprochandole el quebrantamiento de tan justo fuero.

Quiso la mala suerte del desdichado Sancho que, entre la gente que estaua en la venta, se hallassen quatro perayles de Segouia, tres agujeros589 del Potro de Cordoua y dos vezinos de la Heria de Seuilla590, gente alegre, bien intencionada, maleante y juguetona; los quales, casi como instigados y mouidos de vn mesmo591 espiritu, se llegaron a Sancho, y, apeandole del asno, vno dellos entró por la manta de la cama del huesped, y, echandole en ella, alçaron los ojos y vieron que el techo era algo mas baxo de lo que auian menester para su obra, y determinaron salirse al corral, que tenia por limite el cielo. Y alli, puesto Sancho en mitad de la manta, començaron a leuantarle en alto y a holgarse con el, como con   -fol. 72v-   perro por carnestolendas.

  —228→  

Las vozes que el misero manteado daua fueron tantas, que llegaron a los oydos de su amo, el qual [deteniendose]592 a escuchar atentamente, creyo que alguna nueua auentura le venia, hasta que claramente conocio que el que gritaua era su escudero; y, boluiendo las riendas, con vn penado galope llegó a la venta, y, hallandola cerrada, la rodeó por ver si hallaua por donde entrar. Pero no vuo llegado a las paredes del corral, que no eran muy altas, quando vio el mal juego que se le hazia a su escudero. Viole baxar y subir por el ayre, con tanta gracia y presteza, que, si la colera le dexara, tengo para mi que se riera. Prouo a subir desde el cauallo a las bardas, pero estaua tan molido y quebrantado, que aun apearse no pudo, y, assi, desde encima del cauallo, començo a dezir tantos denuestos y baldones a los que a Sancho manteauan, que no es possible acertar a escriuillos593; mas no por esto cessauan ellos de su risa y de su obra, ni el bolador Sancho dexaua sus quexas, mezcladas ya con amenazas, ya con ruegos; mas todo aprouechaua poco, ni aprouechó, hasta que de puro cansados le dexaron. Truxeronle alli su asno, y, subiendole encima, le arroparon con su gauan. Y la compassiua de Maritornes, viendole tan fatigado, le parecio ser bien socorrelle con vn jarro de agua, y, assi, se le truxo del pozo, por ser mas frio594; tomole Sancho, y lleuandole a la boca, se paró a las vozes que su amo le daua, diziendo:

  —229→  

«¡Hijo Sancho, no beuas agua! ¡Hijo, no la beuas, que te matará! Ves aqui tengo el santissimo balsamo» -y enseñauale la alcuza del breuage-, «que con dos gotas que del beuas sanarás sin duda.»

A estas vozes boluio Sancho los   -fol. 73r-   ojos como de traues, y dixo con otras mayores:

«Por dicha ¿hasele olvidado a vuestra merced como yo no soy cauallero, o quiere que acabe de vomitar las entrañas que me quedaron de anoche? ¡Guardese su licor con todos los diablos, y dexeme a mi!»

Y el acabar de dezir esto y el començar a beuer, todo fue vno; mas como al primer trago vio que era agua, no quiso passar adelante, y rogo a Maritornes que se le truxesse de vino, y assi lo hizo ella de muy buena voluntad, y lo pagó de su mesmo595 dinero, porque, en efecto, se dize della que, aunque estaua en aquel trato, tenia vnas sombras y lexos de christiana.

Assi como beuio Sancho dio de los carcaños596 a su asno, y, abriendole la puerta de la venta de par en par, se salio della, muy contento de no auer pagado nada y de auer salido con su intencion, aunque auia sido a costa de sus acostumbrados fiadores, que eran sus espaldas. Verdad es que el ventero se quedó con sus alforjas en pago de lo que se le deuia; mas Sancho no las echó menos, segun salio turbado. Quiso el ventero atrancar bien la puerta assi como le vio fuera; mas no lo consintieron   —230→   los manteadores, que era gente que, aunque don Quixote fuera verdaderamente de los caualleros andantes de la Tabla Redonda, no le estimaran en dos ardites.



  —231→  

ArribaAbajoCapitulo XVIII

Donde se cuentan las razones que passo Sancho Pança con su señor don Quixote, con otras auenturas dignas de ser contadas


  -fol. 73v-  

Llegó Sancho a su amo marchito y desmayado, tanto, que no podia harrear a su jumento. Quando assi le vio don Quixote, le dixo:

«Aora acabo de creer, Sancho bueno597, que aquel castillo o venta, de que598 es encantado sin duda, porque aquellos que tan atrozmente tomaron passatiempo contigo, ¿qué podian ser sino fantasmas y gente del otro mundo? Y confirmo esto por auer visto que quando estaua por las bardas del corral mirando los actos de tu triste tragedia, no me fue possible subir por ellas, ni menos pude apearme de Rozinante, porque me deuian de tener encantado; que te juro por la fe de quien soy que, si pudiera subir o apearme, que yo te hiziera vengado de manera que aquellos follones599 y malandrines se acordaran de la burla para siempre, aunque en ello supiera contrauenir a las leyes de la600 caualleria, que, como ya muchas vezes te he dicho, no consienten que cauallero ponga mano contra quien no lo sea, si no fuere en defensa de su propria601 vida y persona, en caso de vrgente y gran necessidad.»

«Tambien me vengara yo si pudiera, fuera o no fuera armado cauallero, pero no pude; aunque   —232→   tengo para mi que aquellos que se holgaron conmigo no eran fantasmas ni hombres encantados, como vuestra merced dize, sino hombres de carne y de huesso como nosotros; y todos, segun los oy nombrar quando me bolteauan, tenian sus nombres: que el vno se llamaua Pedro Martinez, y el otro Tenorio Hernandez, y el ventero oy que se llamaua Iuan Palomeque el Zurdo. Assi que, señor, el no poder saltar las bardas del corral ni apearse del cauallo, en al estuuo que en encantamentos. Y lo   -fol. 74r-   que yo saco en limpio de todo esto es, que estas auenturas que andamos buscando, al cabo al cabo602, nos han de traer a tantas desuenturas, que no sepamos quál es nuestro pie derecho. Y lo que seria mejor y mas acertado, segun mi poco entendimiento, fuera el boluernos a nuestro lugar, aora que es tiempo de la siega y de entender en la hazienda, dexandonos de andar de Ceca en Meca y de zoca en colodra, como dizen.»

«¡Qué poco sabes, Sancho», respondio don Quixote, «de achaque de caualleria! Calla y ten paciencia; que [dia]603 vendra donde veas, por vista de ojos, quán honrosa cosa es andar en este exercicio. Si no, dime, ¿qué mayor contento puede auer en el mundo, o qué gusto puede ygualarse al de vencer vna batalla y al de triunfar de su enemigo? Ninguno, sin duda alguna.»

«Assi deue de ser», respondio Sancho, «puesto que yo no lo se. Solo se que despues   —233→   que somos caualleros andantes, o vuestra merced lo es -que yo no ay para qué me cuente en tan honroso numero-, jamas hemos vencido batalla alguna, si no fue la del vizcayno, y aun de aquella salio vuestra merced con media oreja y media zelada menos; que despues aca todo ha sido palos y mas palos, puñadas y mas puñadas, lleuando yo de ventaja el manteamiento, y auerme sucedido por personas encantadas, de quien no puedo vengarme, para saberlo hasta donde llega el gusto del vencimiento del enemigo, como vuestra merced dize.»

«Essa es la pena que yo tengo y la que tu deues tener, Sancho», respondio don Quixote; «pero de aqui adelante yo procuraré auer a las manos alguna espada hecha por tal maestria, que al que la truxere consigo no le puedan hazer ningun genero de encantamentos. Y aun podria ser que me deparasse la   -fol. 74v-   ventura aquella de Amadis, quando se llamaua el Cauallero de la Ardiente Espada, que fue vna de las mejores espadas que tuuo cauallero en el mundo, porque, fuera que tenia la virtud dicha, cortaua como vna nauaja, y no auia armadura, por fuerte y encantada que fuesse, que se le parasse delante.»

«Yo soy tan venturoso», dixo Sancho, «que quando esso fuesse y vuestra merced viniesse a hallar espada semejante, solo vendria a seguir y aprouechar a los armados caualleros, como el balsamo; y a los escuderos... que se los papen duelos604

  —234→  

«No temas esso, Sancho», dixo don Quixote, «que mejor lo hara el cielo contigo.»

En estos coloquios yuan don Quixote y su escudero, quando vio don Quixote que por el camino que yuan venia hazia ellos vna grande y espessa poluareda, y, en viendola, se boluio a Sancho y le dixo:

«Este es el dia, ¡o, Sancho!, en el qual se ha de ver el bien que me tiene guardado mi suerte. Este es el dia, digo, en que se ha de mostrar, tanto como en otro alguno, el valor de mi braço, y en el que tengo de hazer obras que queden escritas en el libro de la fama por todos los venideros siglos. ¿Ves aquella poluareda que alli se leuanta, Sancho? Pues toda es quaxada de vn copiosissimo exercito que de diuersas e innumerables gentes por alli viene marchando.»

«A essa cuenta, dos deuen de ser», dixo Sancho, «porque desta parte contraria se leuanta assi mesmo605 otra semejante poluareda.»

Boluio a mirarlo don Quixote, y vio que assi era la verdad, y, alegrandose sobremanera, penso sin duda alguna que eran dos exercitos que venian a enuestirse y a encontrarse en mitad de aquella espaciosa llanura; porque tenia a todas horas y momentos llena la fantasia de aquellas batallas, encantamentos, sucessos,   -fol. 75r-   desatinos, amores, desafios, que en los libros de cauallerias se cuentan, y todo cuanto hablaua, pensaua o hazia, era encaminado a cosas semejantes; y la poluareda que auia visto   —235→   la leuantauan dos grandes manadas de ouejas y carneros que, por aquel mesmo camino, de dos diferentes partes venian, las quales, con el poluo, no se echaron de ver hasta que llegaron cerca. Y con tanto ahinco afirmaua don Quixote que eran exercitos, que Sancho lo vino a creer y a dezirle:

«Señor, pues ¿qué hemos de hazer nosotros?»

«¿Qué?», dixo don Quijote; «fauorecer y ayudar a los menesterosos y desualidos. Y has de saber, Sancho, que este que viene por nuestra frente le conduze y guia el grande emperador Alifanfaron, señor de la grande ysla Trapobana; este otro que a mis espaldas marcha es el de su enemigo el rey de los garamantas, Pentapolen606 del Arremangado Braço, porque siempre entra en las batallas con el braço derecho desnudo.»

«Pues ¿por qué se quieren tan mal estos dos señores?», preguntó Sancho.

«Quierense mal», respondio don Quixote, «porque este Alefanfaron607 es vn foribundo608 pagano, y está enamorado de la hija de Pentapolin, que es vna muy fermosa y ademas agraciada señora, y es christiana, y su padre no se la quiere entregar al rey pagano, si no dexa primero la ley de su falso profeta Mahoma y se buelue a la suya.»

«¡Para mis barbas», dixo Sancho, «si no haze muy bien Pentapolin, y que le tengo de ayudar en quanto pudiere!»

  —236→  

«En esso haras lo que deues, Sancho», dixo don Quixote, «porque para entrar en batallas semejantes no se requiere ser armado cauallero.»

«Bien se me alcança esso», respondio Sancho.   -fol. 75v-   «Pero, ¿dónde pondremos a este asno, que estemos ciertos de hallarle despues de passada la refriega?; porque el609 entrar en ella en semejante caualleria no creo que está en vso hasta agora610

«Assi es verdad», dixo don Quixote; «lo que puedes hazer del es dexarle a sus auenturas, ora611 se pierda o no, porque seran tantos los cauallos que tendremos despues que salgamos vencedores, que aun corre peligro Rozinante no le trueque por otro. Pero estame atento y mira, que te quiero dar cuenta de los caualleros mas principales que en estos dos exercitos vienen. Y para que mejor los veas y notes, retiremonos a aquel altillo que alli se haze, de donde se deuen de descubrir los dos exercitos.»

Hizieronlo ansi612, y pusieronse sobre vna loma, desde la qual se vieran613 bien las dos manadas que a don Quixote se le hizieron exercito[s]614, si las nuues del poluo que leuantauan no les turbara y cegara la vista; pero, con todo esto, viendo en su ymaginacion lo que no veya ni auia, con voz leuantada començo a dezir:

«Aquel cauallero que alli ves de las armas jaldes, que trae en el escudo vn leon coronado, rendido a los pies de vna donzella, es el valeroso Laurcalco, señor de la Puente de Plata;   —237→   el otro de las armas de las flores de oro, que trae en el escudo tres coronas de plata en campo azul, es el temido Micocolembo, gran duque de Quirocia; el otro de los miembros giganteos, que está a su derecha mano, es el nunca medroso Brandabarbaran de Boliche, señor de las tres Arabias, que viene armado de aquel cuero de serpiente, y tiene por escudo vna puerta, que, segun es fama, es vna de las del templo que derribó Sansón, quando con su muerte se vengó de sus enemigos.

  -fol. 76r-  

»Pero buelue los ojos a estotra parte, y veras delante y en la frente destotro exercito al siempre vencedor y jamas vencido Timonel de Carcajona, principe de la Nueua Vizcaya, que viene armado con las armas partidas a quarteles, azules, verdes, blancas y amarillas, y trae en el escudo vn gato de oro en campo leonado, con vna letra que dize: “Miau”615, que es el principio del nombre de su dama, que, segun se dize, es la simpar616 Miulina, hija del duque Alfeñiquen del Algarue; el otro, que carga y oprime los lomos de aquella poderosa alfana, que trae las armas como nieue blancas, y el escudo blanco y sin empresa alguna, es vn cauallero nouel, de nacion frances, llamado Pierres Papin617, señor de las baronias de Vtrique; el otro, que bate las hijadas con los herrados carcaños618 a aquella pintada y ligera cebra, y trae las armas de los veros azules, es el poderoso duque de Nerbia, Espartafilardo del Bosque, que trae por empresa en el escudo vna esparraguera,   —238→   con vna letra en castellano que dize assi: “Rastrea mi suerte”.»

Y desta manera fue nombrando muchos caualleros del vno y del otro esquadron, que el se ymaginaua, y a todos les dio sus armas, colores, empresas y motes de improuiso, lleuado de la ymaginacion de su nunca vista locura, y, sin parar, prosiguio diziendo:

«A este esquadron frontero forman y hazen gentes de diuersas naciones: aqui estan los que beuian619 las dulces aguas del famoso Xanto; los montuosos620 que pisan los masilicos campos; los que [des]cubren621 el finissimo y menudo oro en la felize Arabia; los que gozan las famosas y frescas riberas del claro Termodonte622; los que sangran por muchas y diuersas vias al dorado Pactolo;   -fol. 76v-   los numidas, dudosos en sus promessas; los persas [en]623 arcos y flechas famosos; [los]624 partos, los medos, que pelean huyendo; los arabes, de mudables casas; los citas625, tan crueles como blancos; los etiopes, de horadados labios, y otras infinitas naciones, cuyos rostros conozco y veo, aunque de los nombres no me acuerdo. En estotro esquadron vienen los que beuen las corrientes cristalinas del oliuifero Betis; los que tersan y pulen sus rostros con el licor del siempre rico y dorado Tajo; los que gozan las prouechosas aguas del diuino Genil; los que pisan los tartesios campos, de pastos abundantes; los que se alegran en los eliseos xerezanos prados; los manchegos, ricos y coronados de rubias espigas; los de   —239→   hierro vestidos, reliquias antiguas de la sangre goda; los que en Pisuerga se bañan, famoso por la mansedumbre de su corriente; los que su ganado apacientan en las estendidas dehesas del tortuoso Guadiana, celebrado por su escondido curso; los que tiemblan con el frio del siluoso Pirineo y con los blancos copos del leuantado Apenino. Finalmente, quantos toda la Europa en si contiene y encierra.»

¡Valame Dios, y quántas prouincias dixo, quantas naciones nombró, dandole a cada vna con marauillosa presteza los atributos que le pertenecian, todo absorto y empapado en lo que auia leydo en sus libros mentirosos!

Estaua Sancho Pança colgado de sus palabras, sin hablar ninguna, y de quando en quando boluia la cabeça a ver si veya los caualleros y gigantes que su amo nombraua; y como no descubria a ninguno, le dixo:

«Señor, encomiendo al diablo hombre, ni gigante, ni cauallero de quantos   -fol. 77r-   vuestra merced dize626 parece por todo esto, a lo menos, yo no los veo; quiça todo deue ser encantamento, como las fantasmas de anoche.»

«¿Cómo dizes esso?», respondio don Quixote. «¿No oyes el relinchar de los cauallos, el tocar de los clarines, el ruydo de los atambores?»

«No oygo otra cosa», respondio Sancho, «sino muchos balidos de ouejas y carneros».

Y assi era la verdad, porque ya llegauan cerca los dos rebaños.

«El miedo que tienes», dixo don Quixote, «te   —240→   haze, Sancho, que ni veas ni oyas a derechas. Porque vno de los efectos627 del miedo es turbar los sentidos y hazer que las cosas no parezcan lo que son; y, si es que tanto temes, retirate a vna parte y dexame solo; que solo basto a dar la victoria628 a la parte a quien yo diere mi ayuda.»

Y, diziendo esto, puso las espuelas a Rozinante, y puesta la lança en el ristre, baxó de la costezuela como vn rayo.

Diole vozes Sancho, diziendole:

«¡Bueluase vuestra merced, señor don Quixote, que boto a Dios que son carneros y ouejas las que va a enuestir! ¡Bueluase, desdichado del padre que me engendró! ¿Qué locura es esta? ¡Mire que no ay gigante ni cauallero alguno, ni gatos, ni armas, ni escudos partidos ni enteros, ni veros azules ni endiablados! ¿Qué es lo que haze?, ¡pecador soy yo a Dios!»

Ni por essas boluio don Quixote; antes, en altas vozes, yua diziendo:

«¡Ea, caualleros, los que seguis y militays debaxo de las vanderas del valeroso Emperador Pentapolin del Arremangado Braço, seguidme todos; vereys quán facilmente le doy vengança de su enemigo Alefanfaron629 de la Trapobana!»

Esto diziendo, se entró por medio del esquadron de las ouejas, y començo de alanceallas con tanto corage y denuedo,   -fol. 77v-   como si de veras alanceara a sus mortales enemigos. Los pastores y ganaderos que con la manada venian   —241→   dauanle vozes que no hiziesse aquello; pero, viendo que no aprouechauan, desciñeronse las hondas y començaron a saludalle los oydos con piedras como el puño. Don Quixote no se curaua de las piedras; antes, discurriendo a todas partes, [dezia]630:

«¿Adonde estás, soberuio Alifanfaron631? Vente a mi, ¡que vn cauallero solo soy que dessea de solo a solo prouar tus fuerças y quitarte la vida, en pena de la que das al valeroso Pentapolin Garamanta!»

Llegó en esto vna peladilla de arroyo, y, dandole en vn lado, le sepultó dos costillas en el cuerpo. Viendose tan maltrecho, creyo, sin duda, que estaua muerto o mal ferido, y, acordandose de su licor, sacó su alcuza y pusosela a la boca, y començo a echar licor en el estomago; mas antes que acabasse de enuasar lo que a el le parecia que era bastante, llegó otra almendra y diole en la mano y en el alcuza, tan de lleno, que se la hizo pedaços, lleuandole de camino tres o quatro dientes y muelas de la boca, y machucandole malamente dos dedos de la mano.

Tal fue el golpe primero, y tal el segundo, que le fue forçoso al pobre cauallero dar consigo del cauallo abaxo. Llegaronse a el los pastores y creyeron que le auian muerto. Y, assi, con mucha priessa, recogieron su ganado, y cargaron de las reses muertas, que passauan de siete, y sin aueriguar otra cosa, se fueron.

Estauase todo este tiempo Sancho sobre la   —242→   cuesta, mirando las locuras que su amo hazia, y arrancauase las barbas, maldiziendo la hora y el punto en que la fortuna se le auia dado a conocer. Viendole, pues, caydo en el suelo, y que ya los pastores se auian   -fol. 78r-   ydo, baxó de la cuesta y llegose a el, y hallole de muy mal arte, aunque no auia perdido el sentido, y dixole:

«¿No le dezia yo, señor don Quixote, que se boluiesse, que los que yua a acometer no eran exercitos, sino manadas de carneros?»

«Como esso632 puede desparecer633 y contrahacer aquel ladron del sabio mi enemigo. Sabete, Sancho, que es muy facil cosa a los tales hazernos parecer lo que quieren, y este maligno634 que me persigue, embidioso de la gloria que vio que yo auia de alcançar desta batalla, ha buelto los esquadrones de enemigos en manadas de ouejas. Si no, haz vna cosa, Sancho, por mi vida, porque te desengañes y veas ser verdad lo que te digo: sube en tu asno y sigue los bonitamente, y veras como, en alexandose de aqui algun poco, se bueluen en su ser primero, y, dexando de ser carneros, son hombres hechos y derechos como yo te los pinté primero... Pero no vayas agora635, que he menester tu fabor y ayuda; llegate a mi y mira quántas muelas y dientes me faltan, que me parece que no me ha quedado ninguno en la boca.»

Llegose Sancho tan cerca, que casi le metia los ojos en la boca, y fue a tiempo que ya auia obrado el balsamo en el estomago de don Quixote, y al tiempo que Sancho llegó a mirarle   —243→   la boca, arrojó de si, mas rezio que vna escopeta, quanto dentro tenia, y dio con todo ello en las barbas del compassiuo escudero.

«¡Santa Maria!», dixo Sancho, «y ¿qué es esto que me ha sucedido? Sin duda este pecador está herido de muerte, pues vomita sangre por la boca.»

Pero reparando vn poco mas en ello, echó de ver en la color, sabor y olor, que no era sangre, sino el balsamo de la alcuza, que el le auia visto beuer; y fue tanto   -fol. 78v-   el asco que tomó, que, reboluiendosele el estomago, vomitó las tripas sobre su mismo señor, y quedaron entrambos como de perlas. Acudio Sancho a su asno para sacar de las alforjas con que limpiarse y con que curar a su amo, y como no las halló, estuuo a punto de perder el juyzio. Maldixose de nueuo y propuso en su coraçon de dexar a su amo y boluerse a su tierra, aunque perdiesse el salario de lo seruido y las esperanças del gouierno de la prometida insula.

Leuantose en esto don Quixote, y, puesta la mano yzquierda en la boca, porque no se le acabassen de salir los dientes, asio con la otra las riendas de Rozinante, que nunca se auia mouido de junto a su amo, tal era de leal y bien acondicionado, y fue(s)se a donde su escudero estaua, de pechos sobre su asno, con la mano en la mexilla, en guisa de hombre pensatiuo ademas. Y, viendole don Quixote de aquella manera, con muestras de tanta tristeza, le dixo:

  —244→  

«Sabete, Sancho, que no es vn hombre mas que otro, si no haze mas que otro. Todas estas borrascas que nos suceden son señales de que presto ha de serenar el tiempo y han de sucedernos bien las cosas, porque no es possible que el mal ni el bien sean durables, y de aqui se sigue que, auiendo durado mucho el mal, el bien está ya cerca. Assi que no deues congojarte por las desgracias que a mi me suceden, pues a ti no te cabe parte dellas.»

«¿Cómo no?», respondio Sancho. «Por ventura el que ayer mantearon, ¿era otro que el hijo de mi padre? Y las alforjas que oy me faltan, con todas mis alhajas, ¿son de otro que del mismo?»

«¿Que te faltan las alforjas, Sancho?», dixo don Quixote.

«Si que me faltan», respondio Sancho.

«Desse   -fol. 79r-   modo, no tenemos qué comer oy», replicó don Quixote.

«Esso fuera», respondio Sancho, «quando faltaran por estos prados las yeruas que vuestra merced dize que conoce, con que suelen suplir semejantes faltas los tan mal auenturados andantes636 caualleros como vuestra merced es.»

«Con todo esso», respondio don Quixote, «tomara yo aora mas ayna vn quartal de pan, o vna hogaza, y dos cabeças de sardinas arenques, que quantas yeruas descriue Dioscorides, aunque fuera el ilustrado por el doctor Laguna637. Mas, con todo esto, sube en tu jumento,   —245→   Sancho el bueno, y vente tras mi; que Dios, que es proueedor de todas las cosas, no nos ha de faltar, y mas, andando tan en su seruicio como andamos, pues no falta a los mosquitos del ayre, ni a los gusanillos de la tierra, ni a los renaquajos del agua. Y es tan piadoso, que haze salir su sol sobre los buenos y los malos, y llueue sobre los injustos y justos.»

«Mas bueno era vuestra merced», dixo Sancho, «para predicador que para cauallero andante.»

«De todo sabian y han de saber los caualleros andantes, Sancho», dixo don Quixote, «porque cauallero andante vuo en los passados siglos, que assi se paraua a hazer vn sermon o platica en mitad de vn campo real, como si fuera graduado por la vniuersidad de Paris; de donde se infiere que nunca la lança embotó638 la pluma, ni la pluma la lança.»

«Aora bien, sea assi como vuestra merced dize», respondio Sancho. «Vamos aora de aqui, y procuremos dónde aloxar esta noche, y quiera Dios que sea en parte donde no aya mantas, ni manteadores, ni fantasmas, ni moros encantados; que, si los ay, dare al diablo el hato y el garauato639

«Pideselo tu a Dios, hijo», dixo don Quixote, «y guia tu por   -fol. 79v-   donde quisieres; que esta vez quiero dexar a tu elecion el alojarnos. Pero dame aca la mano, y atientame con el dedo, y mira bien quántos dientes y muelas me faltan   —246→   deste lado derecho, de la quixada alta, que alli siento el dolor.»

Metio Sancho los dedos, y, estandole tentando640, le dixo:

«¿Quántas muelas solia vuestra merced tener en esta parte?»

«Quatro», respondio don Quixote, «fuera de la cordal, todas enteras y muy sanas.»

«Mire vuestra merced bien lo que dize, señor», respondio Sancho.

«Digo quatro, si no eran cinco», respondio don Quixote, «porque en toda mi vida me han sacado diente ni muela de la boca, ni se me ha caydo, ni comido de neguijon ni de reuma alguna.»

«Pues en esta parte de abaxo», dixo Sancho, «no tiene vuestra merced mas de dos muelas y media, y en la de arriba, ni media ni ninguna, que toda está rasa como la palma de la mano.»

«¡Sin ventura yo!», dixo don Quixote, oyendo las tristes nueuas que su escudero le daua, «que mas quisiera que me vuieran derribado vn braço, como no fuera el de la espada; porque te hago saber, Sancho, que la boca sin muelas es como molino sin piedra, y en mucho mas se ha de estimar vn diente que vn diamante. Mas a todo esto estamos sugetos los que professamos la estrecha orden de la caualleria. Sube, amigo, y guia, que yo te seguire al passo que quisieres.»

Hizolo assi Sancho y encaminose hazia donde   —247→   le parecio que podia hallar acogimiento, sin salir del camino real que por alli yua muy seguido. Yendose, pues, poco a poco, porque el dolor de las quixadas de don Quixote no le dexaua sossegar ni atender a darse priessa, quiso Sancho entretenelle y diuertille641 diziendole alguna cosa, y   -fol. 80r-   entre otras que le dixo, fue lo que se dira en el siguiente capitulo.



  —248→  

ArribaAbajoCapitulo XIX

De las discretas razones que Sancho passaua con su amo, y de la auentura que le sucedio con vn cuerpo muerto, con otros acontecimientos famosos642


«Pareceme, señor mio, que todas estas desuenturas que estos dias nos han sucedido, sin duda alguna, han sido pena del pecado cometido por vuestra merced contra la orden de su caualleria, no auiendo cumplido el juramento que hizo de no comer pan a mantelles ni con la reyna folgar, con todo aquello que a esto se sigue y vuestra merced juró de cumplir, hasta quitar aquel almete de Malandrino, o como se llama el moro, que no me acuerdo bien.»

«Tienes mucha razon, Sancho», dixo don Quixote. «Mas, para dezirte verdad, ello se me auia passado de la memoria; y tambien puedes tener por cierto que por la culpa de no auermelo tu acordado en tiempo, te sucedio aquello de la manta; pero yo hare la enmienda, que modos ay de composicion en la orden de la caualleria para todo.»

«Pues ¿juré yo algo, por dicha?», respondio Sancho.

«No importa que no ayas jurado», dixo don Quixote; «basta que yo entiendo que de participantes no estás muy seguro, y, por si o por no, no sera malo proueernos de remedio.»

«Pues si ello es assi», dixo Sancho, «mire   —249→   vuestra merced no se le torne a oluidar esto, como lo del juramento; quiça les   -fol. 80v-   boluera la gana a las fantasmas de solazarse otra vez conmigo, y aun con vuestra merced, si le ven tan pertinaz.»

En estas y otras platicas les tomó la noche en mitad del camino, sin tener ni descubrir donde aquella noche se recogiessen; y lo que no auia de bueno en ello era que perecian de hambre, que con la falta de las alforjas les faltó toda la despensa y matalotaje. Y para acabar de confirmar esta desgracia les sucedio vna auentura, que, sin artificio alguno, verdaderamente lo parecia. Y fue que la noche cerro con alguna escuridad, pero con todo esto caminauan, creyendo Sancho que, pues aquel camino era real, a vna o dos leguas, de buena razon hallaria en el alguna venta.

Yendo, pues, desta manera, la noche escura, el escudero hambriento y el amo con gana de comer, vieron que por el mesmo camino que yuan, venian hazia ellos gran multitud de lumbres, que no parecian sino estrellas que se mouian. Pasmose Sancho en viendolas, y don Quixote no las tuuo todas consigo; tiró el vno del cabestro a su asno, y el otro de las riendas a su rozino, y estuuieron quedos mirando atentamente lo que podia ser aquello, y vieron que las lumbres se yuan acercando a ellos, y mientras mas se llegauan mayores parecian. A cuya vista Sancho començo a temblar como vn azogado, y los cabellos de la cabeça se le erizaron   —250→   a don Quixote, el qual, animandose vn poco, dixo:

«Esta, sin duda, Sancho, deue de ser grandissima y peligrosissima auentura, donde sera necessario que yo muestre todo mi valor y esfuerço.»

«¡Desdichado de mi!», respondio Sancho. «Si acaso esta auentura fuesse de fantasmas, como   -fol. 81r-   me lo va pareciendo, ¿adónde aura costillas que la sufran?»

«Por mas fantasmas que sean», dixo don Quixote, «no consentire yo que te toque643 en el pelo de la ropa; que si la otra vez se burlaron contigo, fue porque no pude yo saltar las paredes del corral; pero aora estamos en campo raso, donde podre yo como quisiere esgremir644 mi espada.»

«Y si le encantan y entomecen, como la otra vez lo hizieron», dixo Sancho, «¿qué aprouechará estar en campo abierto o no?»

«Con todo esso», replicó don Quixote, «te ruego, Sancho, que tengas buen animo; que la experiencia te dara a entender el que yo tengo.»

«Si tendre, si a Dios plaze», respondio Sancho.

Y, apartandose los dos a vn lado del camino, tornaron a mirar atentamente lo que aquello de aquellas lumbres que caminauan podia ser; y de alli a muy poco descubrieron muchos encamisados, cuya temerosa vision de todo punto remató el animo de Sancho Pança, el qual començo a dar diente con diente, como   —251→   quien tiene frio de quartana; y crecio mas el batir y dentellear quando distintamente vieron lo que era, porque descubrieron hasta veynte encamisados, todos a cauallo, con sus hachas encendidas en las manos, detras de los quales venia vna litera cubierta de luto, a la qual seguian otros seys de a cauallo, enlutados hasta los pies de las mulas; que bien vieron que no eran cauallos en el sossiego con que caminauan. Yuan los encamisados murmurando entre si, con vna voz baxa y compassiua. Esta estraña645 vision a tales horas y en tal despoblado, bien bastaua para poner miedo en el coraçon de Sancho, y aun en el de su amo; y assi fuera en quanto a don   -fol. 81v-   Quixote, que ya Sancho auia dado al traues con todo su esfuerço. Lo contrario le auino a su amo, al qual en aquel punto se le representó en su imaginacion, al viuo, que aquella era vna de las auenturas de sus libros. Figurosele que la litera eran andas donde deuia de yr algun mal ferido o muerto cauallero, cuya vengança a el solo estaua reseruada, y, sin hazer otro discurso, enristró su lançon, pusose bien en la silla, y, con gentil brio y continente se puso en la mitad del camino por donde los encamisados forçosamente auian de passar, y quando los vio cerca, alçó la voz y dixo:

«Deteneos, caualleros, o646 quien quiera que seays, y dadme cuenta de quién soys, de dónde venis, adónde vays, qué es lo que en aquellas andas lleuays; que, segun las muestras, o   —252→   vosotros aueys fecho, o vos han fecho, algun desaguisado, y conuiene y es menester que yo lo sepa, o bien para castigaros del mal que fezistes, o bien para vengaros del tuerto que vos fizieron.»

«Vamos de priessa», respondio vno de los encamisados, «y está la venta lexos, y no nos podemos detener a dar tanta cuenta como pedis.»

Y, picando la mula, passó adelante. Sintiose desta respuesta grandemente don Quixote, y trauando del freno dixo:

«Deteneos y sed mas bien criado, y dadme cuenta de lo que os he preguntado; si no, conmigo soys todos en batalla.»

Era la mula assombradiza, y al tomarla del freno se espantó de manera, que, alçandose en los pies, dio con su dueño por las hancas en el suelo. Vn moço que yua a pie, viendo caer al647 encamisado, començo a denostar a don Quixote, el qual, ya encolerizado,   -fol. 82r-   sin esperar mas, enristrando su lançon, arremetio a vno de los enlutados y, mal ferido dio con el en tierra; y reboluiendose por los demas, era cosa de ver con la presteza que los acometia y desbarataua, que no parecia sino que en aquel instante le auian nacido alas a Rozinante, segun andaua de ligero y orgulloso. Todos los encamisados era gente medrosa y sin armas, y, assi, con facilidad en vn momento dexaron la refriega y començaron a correr por aquel campo con las hachas encendidas, que no parecian sino a los   —253→   de las mascaras que en noche de regozijo y fiesta corren. Los enlutados, assi mesmo648 rebueltos y embueltos en sus faldamentos y lobas, no se podian mouer; assi que, muy a su saluo, don Quixote los apaleó a todos, y les hizo dexar el sitio mal de su grado, porque todos pensaron que aquel no era hombre, sino diablo del infierno que les salia a quitar el cuerpo muerto que en la litera lleuauan.

Todo lo miraua Sancho, admirado del ardimiento de su señor, y dezia entre si:

«Sin duda este mi amo es tan valiente y esforçado como el dize.»

Estaua vna hacha ardiendo en el suelo junto al primero que derribó la mula, a cuya luz le pudo ver don Quixote, y, llegandose a el, le puso la punta del lançon en el rostro, diziendole que se rindiesse; si no, que le mataria. A lo qual respondio el caydo:

«Harto rendido estoy, pues no me puedo mouer, que tengo vna pierna quebrada; suplico a vuestra merced, si es cauallero christiano, que no me mate, que cometera vn gran sacrilegio; que soy licenciado y tengo las primeras ordenes.»

«Pues ¿quién diablos os ha traydo aqui», dixo don Quixote, «siendo hombre de iglesia?»

  -fol. 82v-  

«¿Quién, señor?», replicó el caydo: «mi desuentura.»

«Pues otra mayor os amenaza», dixo don Quixote, «si no me satisfazeys a todo quanto primero os pregunté.»

  —254→  

«Con facilidad sera vuestra merced satisfecho», respondio el licenciado; «y assi, sabra vuestra merced que, aunque denantes dixe que yo era licenciado, no soy sino bachiller, y llamome Alonso Lopez; soy natural de Alcouendas, vengo de la ciudad de Baeça con otros onze sacerdotes, que son los que huyeron con las hachas; vamos a la ciudad de Segouia acompañando vn cuerpo muerto, que va en aquella litera, que es de vn cauallero que murio en Baeça, donde fue depositado, y aora, como digo, lleuauamos sus huessos a su sepultura, que está en Segouia, de donde es natural.»

«Y ¿quién le mató?», preguntó don Quixote.

«Dios, por medio de vnas calenturas pestilentes que le dieron», respondio el bachiller.

«Dessa suerte», dixo don Quixote, «quitado me ha nuestro Señor del trabaxo que auia de tomar en vengar su muerte, si otro alguno le huuiera muerto; pero auiendole muerto quien le mató, no ay sino callar y encoger los ombros, porque lo mesmo649 hiziera si a mi mismo650 me matara; y quiero que sepa vuestra reuerencia que yo soy vn cauallero de la Mancha, llamado don Quixote, y es mi oficio y exercicio andar por el mundo endereçando tuertos y desfaziendo agrauios.»

«No se como pueda ser esso de endereçar tuertos», dixo el bachiller, «pues a mi de derecho me aueys buelto tuerto, dexandome vna pierna quebrada, la qual no se vera derecha   —255→   en todos los dias de su vida; y el agrauio que en mi aueys deshecho ha sido dexarme   -fol. 83r-   agrauiado de manera, que me quedaré agrauiado para siempre; y harta desuentura ha sido topar con vos, que vays buscando auenturas.»

«No todas las cosas», respondio don Quixote, «suceden de vn mismo modo; el daño estuuo, señor bachiller Alonso Lopez, en venir651, como veniades, de noche, vestidos con aquellas sobrepellizes652, con las hachas encendidas, rezando, cubiertos de luto, que propiamente semejauades cosa mala y del otro mundo, y assi, yo no pude dexar de cumplir con mi obligacion acometiendoos, y os acometiera aunque verdaderamente supiera que erades los mesmos653 Satanases del infierno, que por tales os juzgué y tuue siempre.»

«Ya que assi lo ha querido mi suerte», dixo el bachiller, «suplico a vuestra merced, señor cauallero andante -que tan mala andança me ha dado-, me ayude a salir de debaxo desta mula, que me tiene tomada vna pierna entre el estribo y la silla.»

«¡Hablara yo para mañana!»,654 dixo don Quixote; «y ¿hasta quándo aguardauades a dezirme vuestro afan?»

Dio luego vozes a Sancho Pança que viniesse; pero el no se curó de venir, porque andaua ocupado desbalijando vna azemila de repuesto que trahian aquellos buenos señores, bien bastezida de cosas de comer. Hizo Sancho costal de su gauan, y, recogiendo todo lo que   —256→   pudo y cupo en el talego, cargó su jumento, y luego acudio a las vozes de su amo, y ayudó a sacar al señor bachiller de la opresion de la mula; y, poniendole encima della, le dio la hacha, y don Quixote le dixo que siguiesse la derrota de sus compañeros, a quien de su parte pidiesse perdon del   -fol. 83v-   agrauio; que no auia sido en su mano dexar de auerle655 hecho.

Dixole tambien Sancho:

«Si acaso quisieren saber essos señores quién ha sido el valeroso que tales los puso, dirales vuestra merced que es el famoso don Quixote de la Mancha, que por otro nombre se llama el Cauallero de la Triste Figura656

Con esto se fue el bachiller, y don Quixote preguntó a Sancho que qué le auia mouido a llamarle el Cauallero de la Triste Figura, mas entonces que nunca.

«Yo se lo dire», respondio Sancho: «porque le he estado mirando vn rato a la luz de aquella hacha que lleua aquel mal andante, y verdaderamente tiene vuestra merced la mas mala figura de poco aca que jamas he visto; y deuelo de auer causado, o ya el cansancio deste combate, o ya la falta de las muelas y dientes.»

«No es esso», respondio don Quixote, «sino que el sabio657 a cuyo cargo deue de estar el escriuir658 la historia de mis hazañas, le aura parecido que sera bien que yo tome algun nombre apelatiuo, como lo tomauan todos los caualleros passados: qual se llamaua el de la Ardiente Espada; qual, el del Vnicornio; aquel, [el]659   —257→   de las Donzellas; aqueste, el del aue Fenix; el otro, el Cauallero del Grifo; estotro, el de la Muerte: y por estos nombres e insignias eran conocidos por toda la redondez de la tierra. Y assi, digo que el sabio ya dicho te aura puesto en la lengua y en el pensamiento aora que me llamasses el Cauallero de la Triste Figura, como pienso llamarme desde oy en adelante; y para que mejor me quadre tal nombre, determino de hazer pintar, quando aya lugar, en mi escudo vna muy triste figura.»

«No ay para qué660 gastar tiempo y dineros en hazer   -fol. 84r-   essa figura», dixo Sancho, «sino lo que se ha de hazer es que vuestra merced descubra la suya y de rostro a los que le miraren, que, sin mas ni mas, y sin otra imagen ni escudo, le llamarán el de la Triste Figura; y creame que le digo verdad, porque le prometo a vuestra merced, señor, y esto sea dicho en burlas, que le haze tan mala cara la hambre y la falta de las muelas, que, como ya661 tengo dicho, se podra muy bien escusar la triste pintura.»

Riose don Quixote del donayre de Sancho; pero, con todo, propuso de llamarse de aquel nombre en pudiendo pintar su escudo, o rodela, como auia imaginado.

[En esto boluio el bachiller, y le dixo a don Quixote]662:

«Oluidauaseme de dezir que aduierta vuestra merced que queda descomulgado, por auer puesto las manos violentamente en cosa sagrada: Iuxta illud, si quis suadente diabolo, &663

  —258→  

«No entiendo esse latin», respondio don Quixote; «mas yo se bien que no puse las manos, sino este lançon; quanto mas que yo no pense que ofendia a sacerdotes664, ni a cosas de la Yglesia, a quien respeto y adoro como catolico y fiel christiano que soy, sino a fantasmas y a vestiglos del otro mundo; y quando esso assi fuesse, en la memoria tengo lo que le passó al Cid Ruy Diaz, quando quebró la silla del embaxador de aquel rey delante de su Santidad del Papa, por lo qual lo descomulgó, y anduuo aquel dia el buen Rodrigo de Viuar como muy honrado y valiente cauallero665

En oyendo esto el bachiller, se fue, como queda dicho, sin replicarle palabra.

Quisiera don Quixote mirar si el cuerpo que venia en la litera eran huessos o no; pero no lo consintio Sancho, diziendole:

«Señor, vuestra merced ha acabado esta peligrosa auentura lo mas   -fol. 84v-   a su saluo de todas las que yo he visto; esta gente, aunque vencida y desbaratada, podria ser que cayesse en la cuenta de que los vencio sola vna persona, y, corridos y auergonçados desto, boluiessen a rehazerse y a buscarnos, y nos diessen666 en qué entender. El jumento está como conuiene, la montaña cerca667, la hambre carga, no ay que hazer668 sino retirarnos con gentil compas de pies, y, como dizen, vaya(s)se el muerto a la sepultura y el viuo a la hogaza.»

Y, antecogiendo su asno, rogo a su señor que le siguiesse, el qual, pareciendole que Sancho   —259→   tenia razon, sin boluerle a replicar le siguio. Y a poco trecho que caminauan por entre dos montañuelas, se hallaron en vn espacioso y escondido valle, donde se apearon, y Sancho aliuió el jumento, y tendidos sobre la verde yerua, con la salsa de su hambre, almorçaron, comieron, merendaron y cenaron a vn mesmo punto, satisfaziendo sus estomagos con mas de vna fiambrera que los señores clerigos del difunto, que pocas vezes se dexan mal passar, en la azemila de su repuesto trahian.

Mas sucedioles otra desgracia, que Sancho la tuuo por la peor de todas, y fue que no tenian vino que beuer, ni aun agua que llegar a la boca; y, acossados de la sed, dixo Sancho, viendo que el prado donde estauan estaua colmado de verde y menuda yerua, lo que se dira en el siguiente capitulo.