Selecciona una palabra y presiona la tecla d para obtener su definición.
Anterior Indice Siguiente




ArribaAbajoActo II

 

Pequeño «living», muy burgués y muy amable, en el joven hogar de CATALINA y ANDRÉS. Gran mirador apaisado, al fondo, sobre una calle silenciosa de un barrio elegante. Una madrugada de invierno. Hay un clima tibio en la estancia, que contrasta golosamente con el frío que se presiente tras los cristales del mirador. Pocos muebles, muy delicados, y un bonito sofá. Un reloj de pie o sobre un mueble, da sonoramente las horas cuando se indique.

 
 

(CATALINA, sentada junto a un secreter, bajo la luz de un portátil con pantalla, escribe lentamente en un pequeño libro de hojas blancas... Fuera, en la habitación inmediata, gira un disco con la romanza de «Madame Butterfly»9. Se levanta el telón, y durante unos segundos CATALINA escribe pensativa. El reloj da una campanada. Al cabo finaliza el disco y asoma entre unas cortinas el rostro de una doncella: CECILIA.)

 

CECILIA.-  Señora... Se ha terminado «Madame Butterfly». ¿Quiere la señora que ponga otro disco?

CATALINA.-  No... El mismo otra vez. ¡Es precioso!

CECILIA.-  Como guste la señora. Pero yo creo que la señora debe acostarse. Es tardísimo. Y a esta hora es inútil que espere la señora. Por lo visto, el señor tampoco duerme esta noche en casa... Es la tercera noche en esta semana, y todavía estamos en jueves.

CATALINA.-   (Suspira.) Sí, Cecilia. Ya lo sé.

CECILIA.-  Vamos, señora, que no hay derecho a hacer lo que hace el señor con la señora. ¡Ea! ¡Una señora como la señora! ¡Si la señora fuera yo!

 

(Entra JUANA, otra doncella. Trae algo en la mano.)

 

JUANA.-  Señora.  (Conmovidísima.)  No vaya a creer la señora... Yo no quiero dar un disgusto a la señora.  (A punto de llorar.) 

CATALINA.-  Vamos... Di. ¿Es algo relacionado con mi marido?

JUANA.-  Sí, sí, señora. Vea la señora lo que he encontrado en el despacho del señor...  (Y le da una fotografía.) 

CATALINA.-  ¡Ah! ¡Un retrato de mujer!... ¡Otra mujer!...

CECILIA.-  ¡Otra!

JUANA.-  Otra, sí, señora.

CATALINA.-   (Sonríe y suspira.) También van tres retratos perdidos esta semana.

CECILIA.-  Sí, señora. Uno por noche. El señor es así.

JUANA.-  ¿Se ha fijado la señora en la dedicatoria? Yo la he leído enseguida.

CATALINA.-   (Leyendo, orgullosísima.) «Al hombre más interesante del mundo, su Guadalupe». ¡Oh! Es muy delicada.

JUANA.-  ¡Su Guadalupe!

CECILIA.-  ¡Menuda...!

CATALINA.-  ¡Basta, Cecilia!

CECILIA.-  ¡Señora!

CATALINA.-  Vosotras no podéis comprender, criaturas. Mi marido no es un hombre vulgar, no es un hombre como los demás... Tiene que vivir de otro modo. Eso es todo. ¿Comprendéis? En realidad, Guadalupe no es más que una pobre mujer que no ha podido resistir al señor...  (Mira el retrato y suspira.)  ¡Pobre Guadalupe!

CECILIA.-  ¡Pobrecilla!

JUANA.-  ¡Pobre señora! Tiene cara de buena... La verdad es que el señor debe ser de cuidado. Yo, a veces, le miro...

CATALINA.-  ¡Ah! ¿Sí?

JUANA.-  Pero comprenda la señora:  (Toda sofocada.)  de la mejor manera. Con permiso de la señora. Creo que han llamado...  (Sale.) 

CATALINA.-  Supongo que tú también verás a mi marido de la mejor manera que puedas...

CECILIA.-  ¡Señora! Yo, si la señora me lo permite, me voy al gramófono.

CATALINA.-  Sí. Anda... Repite la romanza de «Madame Butterfly». A una esposa abandonada es la música que mejor le va.

CECILIA.-  ¡Digo! Sí, señora. A mí me hace llorar.  (Para sí misma, al salir.)  ¡Y pensar que hace tres meses que se han casado!

 

(Sale. CATALINA, sola, continúa escribiendo en su libro. Se oye de nuevo la romanza de «Madame Butterfly». Una pausa. Vuelve JUANA.)

 

JUANA.-  Señora... Es la señora del cuarto de al lado. La amiga de la señora. Preguntó si la señora se había acostado. Yo no sabía qué decirle. Está en el recibimiento...

CATALINA.-  Dila que entre. Me distraerá...

JUANA.-  Sí, señora.

 

(Sale la doncella. Aún se oye durante algún tiempo el disco de «Madame Butterfly». Entra GABY. Es una muchacha frágil, delicada. Se ruboriza fácilmente. Es muy bonita. Viste una «toilette» íntima y vaporosa, muy parecida a la de CATALINA.)

 

GABY.-  Catalina querida... ¿Me perdonas?

CATALINA.-  Pero, Gaby. ¿Qué he de perdonarte?

GABY.-  ¡Llamar a tu puerta de madrugada! Soy más atrevida... Pero no tenía otro remedio; y como sé que te acuestas muy tarde... Estoy apuradísima.

CATALINA.-  ¡Gaby! ¿Qué ocurre?

GABY.-   (Absolutamente consternada.)  ¡Se ha estropeado mi teléfono!

CATALINA.-  ¡Oh! ¿Y eso es tan grave?

GABY.-   (Muy seria.)  Gravísimo, Catalina. Desde hace una hora estoy intentando hablar con Jorge, pero es inútil. ¡Pobrecito mío!

CATALINA.-  ¿Tu marido?

GABY.-  ¡Claro! Como Jorge trabaja de noche en el periódico... ¡Mi pobre Jorge! Se encierra todas las noches en la Redacción hasta unas horas tremendas. Y mientras, yo, sola, no puedo dormir hasta que llega. Las cuatro, las cinco. Por eso, ¿sabes?, de madrugada le llamo por teléfono. ¡No he faltado ni una noche desde que nos casamos!

CATALINA.-   (Ríe.)  ¡Oh!

GABY.-  Hablamos unos minutos... Jorge dice que mi voz le llena de optimismo. Ya ves: anoche Jorge escribía un artículo importantísimo sobre política internacional. La situación era muy grave y parecía que iba a estallar la guerra. Pero le llamé yo cuando iba por la mitad del artículo y lo acabó diciendo que el mundo puede vivir tranquilo, que jamás, jamás, jamás habrá una nueva guerra...  (Muy ufana.)  Comprenderás que no tengo más remedio que llamarle...

CATALINA.-  Sí, hija. Como que de ti depende la paz universal.

GABY.-   (Ríe y se acerca al teléfono.) Me permites, ¿verdad?  (Mientras marca un número.) ¡Maldito teléfono! Y precisamente esta noche. ¡Con lo que esta noche significa para los dos! Hoy hace un mes y diez días que nos casamos.

CATALINA.-  Bueno. Entonces mañana será tan importante como hoy...

GABY.-  ¿Por qué?

CATALINA.-  Porque mañana se cumplirá un mes y once días.

GABY.-  Tienes razón. No había pensado... ¡Ay! Ya oigo la señal. Estoy más nerviosa... Ahora, la telefonista. Es una chica antipatiquísima. Yo creo que me aborrece. A veces tiene la frescura de preguntarme: «¿De parte de quién?». Figúrate, como si a Jorge le pudiera llamar otra mujer que no fuera yo... Ya. ¿Oiga? Señorita, quiero hablar con el Redactor Jefe, don Jorge Castellanos.  (Indignadísima.)  ¡De parte de su mujer!  

(Ríe CATALINA.)

  ¿Has oído?  (Una transición. Otra voz. Unos ojos de inmensa felicidad.)  ¡Jorge! Mi vida... ¡Chiquitín!

CATALINA.-  Pero, ¿le llamas chiquitín? Si mide cerca de uno noventa...

GABY.-  No importa. A él le gusta. Dice que no se lo ha llamado nadie.

CATALINA.-  Lo creo.

GABY.-   (Al auricular.)  ¡Tenemos el teléfono estropeado, Jorge! Hasta he llorado, no te digo más. Estoy en casa de Catalina y Andrés. No, no... No sé nada. Pero, ¿es posible? A la puerta del Banco de España... ¡Qué horror! Ese hombre está loco... ¿Está herido? ¿No? ¡Gracias a Dios!

CATALINA.-  ¿Qué sucede, Gaby?

GABY.-  No, no... Nada...  (Azoradísima.)  Un amigo de Jorge, que ha tenido un accidente. Nada. Cosas de mujeres. Tranquilízate; ha resultado ileso... (Transición.)  Jorge. Mi vida. ¿Estás escribiendo? ¡Siempre escribiendo! ¿Qué escribes? ¡Ay, Catalina! Jorge dice que la situación en Palestina es muy tirante...

CATALINA.-  No te preocupes. Cuando salga a la calle el periódico de tu marido, todo estará resuelto...

GABY.-  ¡Oh! Sí, chiquitín. Sí, es verdad: la vida es muy bonita, la vida es muy hermosa.

CATALINA.-  Lo dicho. ¡Inglaterra puede dormir en paz!

GABY.-  Sí, sí, sí... Un mes y diez días. Más... Más que entonces, Jorge.  (Emocionadísima.) Sí. Adiós. Cuídate. Pide un taxi para venir a casa. Ven pronto, Jorge. Te quiero mucho. Adiós, chiquitín.  (Abandona el teléfono y, llena de un gozo que es casi angustia, cae en el sofá y esconde la cara entre las manos.) ¡Oh!

CATALINA.-   (Acude junto a ella.) Pero, Gaby, ¿lloras?

GABY.-  No lo puedo remediar, ¿sabes? Cuando pienso en Jorge y en cómo me quiere, siento dentro de mí algo maravilloso que me sube a la garganta y me ahoga. Soy una niña. ¿No es eso, Catalina?

CATALINA.-  Creo que sí.  (La acaricia con superior ternura.)  Me asusta pensar lo que será de ti cuando Jorge te engañe por primera vez.

GABY.-  ¡Oh!  (Ufana.) Jorge no me engañará nunca. ¡Está enamoradísimo de mí!

CATALINA.-  ¡Naturalmente! Pero los hombres no nos engañan porque se enamoren de otras mujeres, sino porque otra pobre mujer se enamora de ellos. En el adulterio, la única víctima es la amante...

GABY.-   (Sonríe.)  No... No puede ser. Nos queremos con locura, no podemos vivir el uno sin el otro.  (Transición.)  ¡Oh, Catalina! Me olvido de que tú no eres tan feliz como yo...

CATALINA.-  Al contrario. Soy la mujer más feliz del mundo...

GABY.-  ¿Eh? Pero, ¿es que no sabes?

CATALINA.-  ¡Todo!

GABY.-  ¿Todo?

CATALINA.-  ¡Todo!  (Con aire de victoria.) Bueno, casi todo. Pero, en fin, sé que mi marido me engaña...

GABY.-   (Absorta.)  ¡Catalina!

CATALINA.-  Sé que sus aventuras son el escándalo de todo Madrid, sé que mis mejores amigas flirtean con él, sé que es el Don Juan de moda...

GABY.-  Pero, Catalina.

CATALINA.-  Todo, todo. Desde hace tres meses que nos casamos, ni un solo día he dejado de averiguar los pasos de mi marido. Me cuesta muchísimo trabajo. Porque la verdad es que Andrés es infatigable. Tú veras: esta es la tercera noche en esta semana que Andrés no viene a casa. Las criadas llevan la cuenta. No te digo más...

GABY.-  ¡La tercera noche!

CATALINA.-  Mira. Si quieres convencerte por ti misma, puedes leer mi diario. Te autorizo. Ahí está todo.  (Y le entrega el libro en que escribía.)  ¡Toma!

GABY.-  ¡Ay, sí! Yo soy muy curiosa.  (La mira asombradísima y luego lee.)  «Lunes 15. Almuerzo sola. Mi marido tiene una cita con "la Madelón" en un restaurante de la calle de Alfonso XII...» ¡Catalina! ¿Quién es «la Madelón»?

CATALINA.-  Es una chica francesa que se hizo célebre en Barcelona cantando canciones muy atrevidas en un café del Paralelo10. Andrés la ha retirado. Creo que es interesantísima...

GABY.-  ¡Ah!  (Atónita.)  «Martes, 16. Esta noche Andrés come en la Ciudad Lineal con Paquita Cantares...» ¿Quién es esa mujer?

CATALINA.-  ¡Gaby! ¿No la conoces? Es una artista del folclore...

GABY.-   (Tímida.)  ¿También es interesante?

CATALINA.-  Muchísimo. Es licenciada en filosofía. Si no fuera así, no tendría atractivo para Andrés...11

GABY.-  ¡Ah, ya!  (Vuelve a leer.) «Jueves... Estoy sola una vez más. Andrés tiene una nueva aventura. Ha pasado el día en El Plantío con xx...»12. Oye: ¿quién es xx?

CATALINA.-   (Baja los ojos, discreta.) Está casada y no he querido poner su nombre... Por delicadeza ¿sabes? Como estos diarios íntimos los lee todo el mundo...

GABY.-  Ya. Eres admirable, Catalina. Estás en todo.  (De pronto.)  Pero de lo que ha ocurrido esta mañana aún no estás enterada...

CATALINA.-   (Frunce el ceño.)  ¿Qué ha ocurrido esta mañana?

GABY.-  Me lo acaba de contar Jorge por teléfono, pidiéndome que te lo ocultara. Pero como lo sabes todo... Verás. Esta mañana, a mediodía, Andrés iba por la calle de Alcalá; de pronto, a la puerta del Banco de España se ha cruzado con el marido de una de estas mujeres... A lo mejor era el marido de xx.

CATALINA.-  ¡Quién sabe!

GABY.-  El pobre señor ha empezado a dar gritos. Y entonces, Andrés...

CATALINA.-  ¿Qué?

GABY.-  Andrés se ha puesto furioso y le ha pegado un puñetazo terrible en la cara.

CATALINA.-   (Halagada.)  Me lo figuro. Andrés es tremendo...

GABY.-  El escándalo ha sido enorme. La gente se ha puesto de parte de Andrés. El pobre marido ha tenido que huir...

CATALINA.-  Es natural. No sé por qué los maridos se meten en estas cosas de Andrés... No escarmientan.

GABY.-   (Espantada.)  ¡Dios mío! ¡Andrés es un monstruo!

CATALINA.-   (Felicísima.)  Mujer... ¡Tanto como un monstruo! Es irresistible. ¿Qué culpa tiene él? Pero, ¿comprendes ahora por qué me siento absolutamente feliz a su lado? Una mujer como yo solo concibe el matrimonio de una manera: casándose con un héroe de nuestros sueños de muchachas... Eso es Andrés. Antes bastaba que un hombre fuera bonísimo para que resultara un gran partido. Pero, querida, los hombres buenos, a secas, son muy aburridos. Hay por ahí cada imbécil que es todo corazón...

GABY.-  ¡Catalina!

CATALINA.-   (Soñadora.)  ¡Oh! Cuando Andrés come en un restaurante con «la Madelón», y ella le mira a los ojos, una sombra se interpone de pronto entre los dos: soy yo, Catalina... Cuando Paquita Cantares le coge las manos, Andrés piensa en mí, en su Catalina, en su María Luisa, como él me llamaba antes de conocerme, cuando soñaba con la mujer ideal. Y si una amiga mía flirtea con Andrés, la pobre está sufriendo horrores, porque Andrés es mío... Este es mi triunfo. Lo importante para una mujer como yo es ser la María Luisa de un hombre encantador. Por eso me casé con él... Claro que las mujeres no le dejan ser fiel. Pero créeme. La otra clase de hombres no tiene ningún interés. El secreto de la fidelidad de muchos maridos está en que son feos o aburridos...

GABY.-   (Picadísima.) ¡No querrás decir que Jorge es feo!

CATALINA.-  ¡Oh, no!  (Condescendiente.)  Jorge es un muchacho que no está mal.

GABY.-  Al contrario; ¡está muy bien!

CATALINA.-  Sí... Tiene una cara agradable.

GABY.-  Es guapísimo.

CATALINA.-  Demasiado alto. Un poco grandullón.

GABY.-  ¡No te has fijado bien! Es que tiene buena figura ¡Si le vieras de frac! Ya te enseñaré una postal. Y de interesante, no digamos. Dice unas cosas... Yo quisiera que le oyeras contar sus aventuras en París en aquellos ocho días que pasó allí el invierno pasado13. Me las cuenta todas las noches...

CATALINA.-  Interesantísimo... Entonces no hay ningún inconveniente para que tu marido les guste a otras mujeres.

GABY.-  ¡Claro! Jorge siempre ha tenido mucho partido con las muchachas. (Transición.)  ¡Ay, Dios mío!

CATALINA.-  ¿Qué te ocurre?

GABY.-  Ahora caigo... ¡La telefonista del periódico está enamorada de Jorge! Por eso me odia.

CATALINA.-  ¡Seguro!  (Muy contenta.)  Y ¿no es cierto, Gaby, que tú llamas a tu marido todas las noches, más que para hablar con él, para que la telefonista te oiga decir: «¡De parte de su mujer!», para que esa pobre chica, que le adora en silencio, sepa, a diario, que eres la única dueña de Jorge?

GABY.-   (Asustadísima.)  ¡Ay!... Sí, sí... Es verdad. No... Yo creo que sí. ¡No lo sé!  (No sabe si reír o llorar.) Esto es horrible... Entonces, ¿tú crees que mi Jorge me engañará?

CATALINA.-   (Alentadora.) Tranquilízate... ¡Te engañará!

GABY.-  ¡Oh!

 

(En la puerta del fondo asoma la cabeza de ANDRÉS. Trae el cuello del gabán subido; el sombrero, ladeado. Las manos, embutidas en los bolsillos del abrigo, y un aspecto de desolador y terrible aburrimiento. Se detiene prudentemente en el umbral... Las dos mujeres, al oír su voz, se vuelven hacia él.)

 

ANDRÉS.-  ¡Je! Buenas noches, Gaby. ¡Hola, Catalina!

CATALINA.-  Andrés...

GABY.-   (Sin voz casi.) ¡El monstruo!

ANDRÉS.-  Creo que vengo algo retrasado...

CATALINA.-   (Yendo hacia él, amabilísima.) Por Dios... No tiene importancia. ¡Es la una y media!

ANDRÉS.-   (Se horroriza.) ¡La una y media! ¡Qué barbaridad! Ya me figuraba yo que venía tarde para la cena...

CATALINA.-   (Sonriente.) No, no, querido. Llegas tarde para el almuerzo... Tampoco has venido a mediodía.

ANDRÉS.-  ¡Qué vergüenza! ¡Qué pensará de mí Gaby! ¡Un hombre que viene a almorzar de madrugada!  (Desolado.)  Bueno; no tengo remedio. ¡Soy un perdido!

 

(Y se sienta rendido en el sofá. GABY y CATALINA, al otro lado. GABY le contempla con los ojos muy abiertos.)

 

CATALINA.-   (Bajo, a GABY, y encantadísima.) ¡Qué sinvergüenza es!

GABY.-  ¡Dios mío! Y parece un infeliz...

ANDRÉS.-   (Aflojándose desconsideradamente el cuello y la corbata.)  ¡Huy! Estoy fatigado, rendido.  (Un bostezo.)  Hoy ha sido un día terrible.

CATALINA.-   (Indulgente.)  Andrés; lo sé todo. Sé que esta mañana en el Banco de España...

ANDRÉS.-  ¡Quia! Eso no ha tenido importancia.

CATALINA.-  ¿Eh?

GABY.-  ¿Eh?

ANDRÉS.-  Pchs... Total, un puñetazo. ¡Nada! Además, ha resultado bien. Hasta me ha aplaudido la gente...

GABY.-  ¡Qué horror! ¡Dice que le han aplaudido!

CATALINA.-  Ya te dije que estas cosas para él son pequeñeces...

ANDRÉS.-  Lo de esta tarde ha sido peor.

CATALINA.-  ¿Qué ha pasado esta tarde?

ANDRÉS.-  Figúrate que estaba yo en el Círculo tomando un café14, tan tranquilo, cuando me han anunciado la visita del novio de Paquita Cantares, que venía con dos flamencos de la compañía...

GABY.-  ¡Ay!

CATALINA.-  ¡Andrés!

ANDRÉS.-  Al pobre muchacho le habían contado... Cosas de la gente. Como estoy de moda. Y, claro, como estos flamencos no tienen más remedio que ser celosos... Para qué contar lo que hubo. ¡Un escándalo morrocotudo!

CATALINA.-  ¡Andrés! ¿Le... has... pegado?

ANDRÉS.-   (Baja la cabeza modestamente.) Sí, Catalina.

CATALINA.-  ¿A los tres?

ANDRÉS.-  A los tres. Comprenderás que no tenía otro remedio...

CATALINA.-   (Se vuelve hacia Gaby.) Se comprende. ¡La culpa es de los flamencos!

ANDRÉS.-   (Sonríe.) Claro que al final...

CATALINA.-  ¿Qué?

GABY.-  ¿Qué?

ANDRÉS.-  Al final, los tres flamencos se han hecho socios del Círculo para venir a tomar café conmigo, todas las tardes...

GABY.-  ¡Oh! ¿Es posible?

CATALINA.-  ¡Los domestica! Es formidable...

GABY.-   (Deslumbrada.) ¡Es extraordinario! ¡Qué hombre!

ANDRÉS.-  Pero comprenderás, Catalina, que con todas estas cosas estoy muy cansado...

CATALINA.-  ¿Quieres que te prepare una taza de té muy caliente?

ANDRÉS.-  ¿Té? No, mujer. Ya sabes que a mí esos mejunjes no se me dan. Dame algo muy fuerte: «whisky» o coñac.

GABY.-  ¿Es que también bebe?

CATALINA.-  A veces...  (Alto.)  Te prepararé un «whisky» yo misma. Mientras, Gaby te hará compañía y puedes descansar un poco.  (Al salir, mirándole fascinada.)  ¡Ay! Es un golfo.

 

(Y sale. Quedan solos GABY y ANDRÉS. Él bosteza lo más correctamente que puede. GABY le mira fijamente y se va acercando a él de puntillas por detrás del sofá.)

 

GABY.-  ¡Andrés! ¿No se cansa usted de esta vida?

ANDRÉS.-  ¡Uf! No sabe usted cuánto...  (Dramáticamente.)  Pero no puedo cambiar. ¡Es mi destino!  (Mirando en torno, encandilado.)  ¡Ah, el hogar! ¡Qué maravilloso es esto! ¡Qué bonita es esta habitación! ¡Qué bien se debe de estar aquí por las noches, encerradito, sin salir de casa! (Estremeciéndose.)  En la calle hace un frío atroz... A mí me gustaría vivir de otro modo. Cenar temprano. No salir de noche. Pasar la velada con mi mujer oyendo discos de canciones alegres. Nada de música importante, nada de óperas. Y cuando, de pronto, a los dos nos viniera el sueño, dormir, dormir en paz hasta la mañana siguiente... ¡Sería tan feliz!

GABY.-  Pero se aburriría usted mucho. Usted no es un hombre vulgar...

ANDRÉS.-   (Melancólico.) Tiene usted razón. No soy un hombre vulgar. Debe de ser dificilísimo... (Transición. Casi lúgubre.)  Cada uno tiene que vivir su vida. La mía es esta que llevo. Yo soy un perdido... Gaby, está usted hablando con un sinvergüenza.

GABY.-  Ya, ya lo sé.

ANDRÉS.-  Gaby... ¿Qué hacen ustedes cuando Jorge no va al periódico?

GABY.-  ¡Oh! ¡Pobres de nosotros! Nos quedamos en casa. Oímos la radio.

ANDRÉS.-   (Nostálgico.) Claro... Se quedan en casa. Oyen la radio. ¡Qué delicia!

GABY.-  Jorge se pone una bata...

ANDRÉS.-  ¡Se pone una bata!  (Encantado.) ¡Qué idea! ¡Con lo cómodo que se debe de estar en bata!...

GABY.-  Pero, ¿es que usted no tiene bata?

ANDRÉS.-  Creo que sí, pero no me la he puesto desde que me casé. Como tengo que salir todas las noches...

GABY.-  ¡Una lástima! Jorge dice que el modelo de la verdadera felicidad es un hombre en bata...

ANDRÉS.-  ¡Oh! ¿De verdad? (Corre a la puerta del fondo y llama.)  Verá usted... ¡Cecilia! ¡Juana!

 

(Aparecen las doncellas, cada una por una puerta.)

 

JUANA.-  ¡Señor!

CECILIA.-  ¿Ha llamado el señor?

ANDRÉS.-  Sí. Traiga usted mi bata.

CECILIA.-  ¿Eh?

JUANA.-  ¿Cómo? ¿El señor ha pedido su bata?

ANDRÉS.-  ¡Sí!  (Enfurecido.) He pedido mi bata. ¿Lo oye usted? ¡Y mis zapatillas! ¡Yo quiero mis zapatillas!

CECILIA.-   (Mirándole, asombradísima.) Sí, sí, señor.

JUANA.-  ¿Es que se siente enfermo el señor?

ANDRÉS.-   (Un energúmeno.)  ¡No!

CECILIA y JUANA.-  ¡Ay!

 

(Y desaparecen, muy asustadas, las dos.)

 

GABY.-  ¡Andrés!

ANDRÉS.-  Pero ¿es que todos se figuran que yo no tengo derecho a ser feliz?

 

(Vuelve CECILIA con una magnífica bata.)

 

CECILIA.-  ¡Aquí tiene el señor su bata!

ANDRÉS.-   (Contentísimo.)  ¡Oh, mi bata!

 

(Entra JUANA muy apurada.)

 

JUANA.-  No encuentro las zapatillas, señor. Como el señor no las ha estrenado, quién sabe dónde estarán...

ANDRÉS.-   (Furioso.) ¡Búsquenlas ustedes! ¡Aprisa!

JUANA.-  ¡Ay, sí, señor!

CECILIA.-  ¡Enseguida!

 

(Y desaparecen las dos.)

 

ANDRÉS.-   (Con la prenda entre sus manos.) ¡Mi bata! ¿Le gusta a usted mi bata, Gaby?

GABY.-  ¡Oh! Es preciosa.

ANDRÉS.-  ¡Y pensar que no me la pongo desde hace tres meses!  (Se despoja vertiginosamente de la americana y se zambulle en la bata.)  ¡Pero se acabó! ¿Eh? ¿Qué tal? Ya está... Y ahora, Gaby, ¿qué hace Jorge después de ponerse la bata?

GABY.-  ¡Se sienta en el sofá!

ANDRÉS.-   (Se sienta.) ¡Estupendo! ¿Así?

GABY.-   (Ríe, divertida.)  No, no... Así, no. Jorge se sienta de una manera muy particular. En cuclillas, como los árabes. Me lo pone todo perdido, pero no importa...

ANDRÉS.-  ¡Ah!  (Pega un brinco y queda sentado en el sofá del modo que le ha indicado GABY.)  ¿Así?

GABY.-  Así...  (Ríe.)  Eso es, eso es.

ANDRÉS.-  Tiene razón Jorge. ¡Esto es la felicidad! Y luego, ¿qué hacen ustedes?

GABY.-  Luego, Jorge me cuenta otra vez sus aventuras de París. ¡Las mismas!

ANDRÉS.-  ¡Oh!

GABY.-  Yo, de vez en cuando, le llamo chiquitín.

ANDRÉS.-  ¡Chiquitín! ¡Le llama chiquitín!

GABY.-  Bueno. También le doy algún beso.

ANDRÉS.-   (Entusiasmándose.)  ¡Le besa! Déme usted un beso, Gaby.

GABY.-  ¡No!  (Retrocede.)  ¡Usted no es mi marido!

ANDRÉS.-  Es verdad. No sé lo que digo. Usted le besa. ¿Y Jorge?

GABY.-  Jorge se duerme...

ANDRÉS.-  ¡Se duerme! Lo creo...  (Cierra los ojos y se acomoda, sin variar de postura.)  Así, yo también me dormiría. Es tan cómodo, tan sencillo dormir ahora.  (Bosteza dulcemente.) Gaby: Jorge está en lo cierto. La felicidad no es más que esto: un sofá, una bata y un beso de una mujercita como usted...  (Y calla.) 

GABY.-  Después, yo me pongo a leer. Y al fin, cuando Jorge ha echado un sueñecito, le despierto... Pero, ¡Andrés! ¡Si se ha dormido de verdad!...

 

(Tímidamente asoman la cabeza JUANA y CECILIA.)

 

JUANA.-  ¡Señor! Las zapatillas...

GABY.-  ¡Chiss!... Silencio...

CECILIA.-   (Bajísimo.)  No encontramos las zapatillas.

GABY.-   (Con un dedo en los labios.) ¡Cállense! El señor se ha dormido...

JUANA.-  ¿Que se ha dormido?

CECILIA.-  ¿Es posible?

 

(Las tres, muy juntas, miran a ANDRÉS, dormido, inclinadas muy cerca de él.)

 

GABY.-  ¿Quién diría que este hombre ha pegado esta tarde a tres flamencos?

JUANA.-   (Admiradísima.) ¿A tres?...

CECILIA.-   (Fascinada.)  ¿Oyes? ¡Es el colmo!

GABY.-  Ya no me extraña que las mujeres se vuelvan locas por él. Es tan audaz... Acaba de pedirme que le diera un beso.

JUANA.-  ¿A la señora? ¡Qué espanto!

CECILIA.-   (Con franca resignación.) Cualquier día querrá que le besemos nosotras...

JUANA.-  Eso estaba pensando yo...

 

(Aparece CATALINA. Lleva una pequeña bandejita con servicio de «whisky».)

 

CATALINA.-  Aquí está el «whisky».

 

(Las otras tres se vuelven hacia ella reclamando silencio imperiosamente con un dedo en los labios.)

 

GABY.-  ¡Chiss!

JUANA.-  ¡Chiss!

CECILIA.-  ¡Chiss!

CATALINA.-  ¿Eh?

CECILIA.-  Por favor, señora, que el señor se ha dormido.

CATALINA.-  ¡Que se ha dormido!

 

(Se acerca al grupo, y las cuatro rodean a ANDRÉS, que duerme beatíficamente.)

 

GABY.-  Catalina, tenías razón. Un hombre como tu marido es un encanto.

CATALINA.-   (Halagadísima.) ¿Verdad que sí?

JUANA.-  ¡Ay, sí! Es tan golfo...

CECILIA.-  Es un canalla...

GABY.-  Es un monstruo...

 

(Muy bajito y muy risueñas las tres.)

 

CATALINA.-  Muchas gracias... ¿Qué voy a decir yo?

GABY.-  ¡Chiss! Tengo que irme. (Un suspiro.)  Ya no tardará en llegar el pobre Jorge...

CATALINA.-  Te acompaño. (Bajísimo.)  ¡Hasta mañana!

GABY.-   (Igual.) Hasta mañana.

 

(CATALINA, GABY y las dos muchachas salen por el fondo, sin dejar de mirar a ANDRÉS, y de puntillas. El reloj da las cuatro campanadas de los cuartos y dos lentas y sonoras campanadas más. ANDRÉS se sobresalta y despierta con los ecos del reloj. Se levanta y se sienta al lado de la mesa camilla. Sus manos tropiezan con el diario de CATALINA. Lo abre con mucha curiosidad y se embebe en su lectura. Mientras, entra CATALINA y se detiene un segundo en la puerta. La expresión de su rostro ha cambiado totalmente. Contempla a ANDRÉS con una infinita displicencia. En silencio, se sienta en el sofá, enciende un cigarrillo y ojea una revista. ANDRÉS, modosamente, la mira con mucho respeto.)

 

ANDRÉS.-  Catalina, ¿no te parece que estamos mintiendo demasiado?

CATALINA.-  Pchs... Lo justo.

ANDRÉS.-  La pobre Gaby se lo ha creído todo...

CATALINA.-  Mejor. Desde ahora creerá, como todos, que eres un hombre irresistible. Luego se lo contará todo a Jorge y él lo divulgará por todo Madrid... La gente dirá de ti horrores. ¡Magnífico!

ANDRÉS.-   (Se estremece.)  ¡Qué espanto!

CATALINA.-  ¡Te felicito!

ANDRÉS.-  ¡Gracias!

CATALINA.-  Tú has estado muy bien. Todo lo que has dicho parecía verdad.

ANDRÉS.-  ¡Estoy tan acostumbrado! Pero yo creo, Catalina, que estás abusando un poco. Hay que ver qué cosas escribes en tu diario. ¡Y todo es mentira!

CATALINA.-  ¡Claro! Lo hago para que lo lean las criadas. Es muy conveniente.

ANDRÉS.-  Pero, ¿se lo creen?

CATALINA.-   (Satisfechísima.)  ¡Todo! Como que se están enamorando de ti las dos... ¡Figúrate!

ANDRÉS.-  ¡Caramba! ¿Estás segura?

CATALINA.-  ¡Segurísima! Un día reñirán y nos darán un disgusto, ya verás. Cecilia es muy celosa.

ANDRÉS.-  ¡Qué barbaridad!  

(Una pausa cortísima. CATALINA, sin mirarle, fuma y ojea sus revistas. Él, muy apurado.)

  ¡Catalina! Me das miedo. No sé dónde vamos a parar... Yo te engañé para conquistarte: te hice creer que era otro hombre. Pero tú me superas. Tú mientes muchísimo más que yo...

CATALINA.-  Ya sabes que todo es necesario. Yo no podía quedar en ridículo después de casarme contigo. Es imprescindible que ante los demás sigas pareciendo el hombre fabuloso que a mí me hiciste creer que eras... ¿Es que has olvidado nuestro compromiso?

ANDRÉS.-   (Melancólico.)  No, no lo he olvidado. Fue en el hotelito de El Escorial. Allí, cuando yo esperaba que caerías en mis brazos, loca de amor, porque comprenderías cuánto hay que querer a una mujer para engañarla tanto como yo te engañé a ti... Allí mismo, a la hora del desayuno, establecimos nuestro compromiso. Para que nadie sospeche que te has casado con un infeliz -vamos, como quien dice, para salvar tu reputación- es necesario que todo el mundo esté convencido de que yo soy un auténtico hombre irresistible. Solo así cabe la esperanza de que un día llegues a enamorarte de mí otra vez y nuestro matrimonio tenga al fin su noche de bodas. (Suspira.)  Y aquí me tienes, camino de ser un infame...

CATALINA.-  Reconocerás que yo te ayudo todo lo que puedo...

ANDRÉS.-  Muchísimo... ¿Qué sería de mí sin ti? No te basta con que yo pase las noches fuera de mi casa para aparentar que voy de juerga en juerga. Me dedicas las fotos de tus amigas que guardas en el álbum y las dejas en mi despacho para que las encuentren las muchachas. De la noche a la mañana te inventas que yo tengo amores con tu amiga Sofía Montero, lo escribes en tu diario y se lo cuentas a todo el mundo. Y, naturalmente, se entera el marido y esta mañana me quería matar a la puerta del Banco...

CATALINA.-  ¡Qué exagerados son algunos maridos! Vamos, hombre. Como si no fuera muy natural que Sofía fuese tu amante...

ANDRÉS.-  ¡Pero si no lo es más que en tu imaginación!

CATALINA.-  No importa. Podría serlo. A Sofía le da igual un amante que otro. La conozco muy bien...

ANDRÉS.-   (Mohíno.) ¡Si supieras cuántas amarguras me cuesta todo esto! Esta mañana, cuando tuve que darle una bofetada a ese pobre señor, se me saltaron las lágrimas...

CATALINA.-  Es increíble que un hombre de tus antecedentes sea tan sentimental.

ANDRÉS.-   (Con un escalofrío.)  Pero si yo no tengo antecedentes...  (Transición.)  ¡Catalina, todo esto es peligrosísimo!

CATALINA.-  No, hijo, no. Los hombres de tu fama tienen que superarse todos los días...

ANDRÉS.-  ¡Y dale! Mis antecedentes. ¡Mi fama! Nada, que tienes más fantasía que yo.

CATALINA.-  Conviene que siempre te acusen con pruebas.

ANDRÉS.-  ¡¡Es fabuloso!! ¡Quiere pruebas! Se lo inventa todo y quiere hasta pruebas... (Se derrumba en el sofá.)  ¡Catalina! Esto es horrible... Acabará conmigo. Todo Madrid cree que yo soy un mujeriego, un juerguista, un desalmado. Me voy a morir de vergüenza, porque te aseguro que la gente se lo ha creído de verdad.

CATALINA.-  ¡Magnífico! ¿Y no estás contento?

ANDRÉS.-   (Dolorosamente.) Tú no sabes lo popular que me estoy haciendo. Figúrate: ayer entré en un salón de té y hasta me pidieron autógrafos...

CATALINA.-   (Palmotea muy contenta.) ¡Ay! ¿De veras?

ANDRÉS.-  Sí, Catalina... Resulta que les gusto. Paquita Cantares duerme con mi retrato en la cabecera de la cama...

CATALINA.-   (Contentísima.)  ¿De veras? ¡Ay, dime, dime!

ANDRÉS.-   (Secándose el sudor, consternado.) ¡Que le gusto! ¡Que sueña conmigo en voz alta! ¡Que quiere dejar a su novio y el folclore! Me lo han dicho los flamencos.

CATALINA.-  ¡Andrés! ¡Qué éxito! ¡Una mujer como la Cantares! ¿No estás contento?

ANDRÉS.-   (Casi macabro.) ¡Contentísimo!

CATALINA.-   (Feliz.)  ¡Dios mío! Todo esto parece tan de verdad, que a veces yo también me lo creo.

ANDRÉS.-   (Atónito.) ¿Es posible?

CATALINA.-  Sí... Cuando me quedo aquí sola, en estas veladas, y abro mi diario y empiezo a escribir tus aventuras, esas aventuras tuyas que yo me invento, lo hago con tanta fe, con tantísima ilusión, que yo misma me lo llego a creer. Y paso unos ratos muy buenos. Cierro los ojos, y con la imaginación veo cómo se te disputan todas tus amantes.

ANDRÉS.-  ¡Mis amantes!

CATALINA.-  Algunas me son simpatiquísimas... Paquita Cantares debe ser encantadora.

ANDRÉS.-  ¿Tú crees?

CATALINA.-  Lo que no me gusta nada es lo de «la Madelón»... Estas francesas son de cuidado. Estoy decidida a que esto se termine. Esa mujer no te conviene...

ANDRÉS.-   (Con las manos en la cabeza.) ¡Catalina! ¡Que me lo voy a creer yo también!

CATALINA.-   (Enérgica.)  ¡He dicho que no te conviene!  (Sonríe encantada de sus propios pensamientos.)  Claro que ahora, para que tu carrera resulte perfecta, nos convendría un golpe sensacional.

ANDRÉS.-   (Estremeciéndose.) ¡Catalina! ¿Qué pretendes?

CATALINA.-  Sí, sí... Por ejemplo: un duelo.

ANDRÉS.-   (Un salto.)  ¡¡Demonio!! ¡¡Eso no!!

CATALINA.-  Sí, sí... ¿Por qué no desafías a un marido?

ANDRÉS.-  ¡De ninguna manera! ¡Un duelo, no! ¡¡Jamás!!

CATALINA.-   (Indignada.) O mejor todavía. ¡Un rapto!

ANDRÉS.-  ¡¡¿Qué?!! ¿Qué dices?

CATALINA.-   (Entusiasmada.)  ¡Sí! Un rapto sería lo definitivo... ¿Por qué no raptas a cualquier muchacha?

ANDRÉS.-  ¡Catalina!

CATALINA.-  Yo creo que con las chicas de ahora no te sería muy difícil...

ANDRÉS.-  ¡No! Un duelo, no. Un rapto, tampoco. ¡No, no, no! ¡Nunca! Un rapto, no... ¡Caramba! ¡Que yo soy un infeliz! ¡Un pobre hombre!

CATALINA.-   (Como herida por un rayo.)  ¡Calla! No me lo recuerdes.

ANDRÉS.-  ¡¡Catalina!!

CATALINA.-  ¡Déjame soñar! Cuando te veo tal como eres, me horrorizo...

ANDRÉS.-   (Con dignidad.) Mujer... No es para tanto.

CATALINA.-  Déjame seguir soñando. Déjame verte siempre a través de mi imaginación: como yo te siento, como yo te veo, como tú me hiciste creer que eras... Déjame, Andrés. (Irritada.)  Pero, ¿es que no comprendes mi tragedia?

ANDRÉS.-  ¡¡Catalina!!

CATALINA.-  A las otras las vuelve locas tu fama, tu leyenda, lo que se dice de ti... Por eso las encantas. Pero a mí no. A mí no me engañas porque yo estoy en el secreto. ¡Yo sé que todo es mentira! Andrés, lo más espantoso de todo es que a la única mujer que no puedes seducir es a mí...

ANDRÉS.-  ¡Catalina!  (Con un doloroso desconsuelo.)  ¿Qué has dicho? ¿Quieres decir que no vas a quererme nunca? ¿Es eso, Catalina?

 

(Un silencio.)

 

CATALINA.-  No lo sé...

ANDRÉS.-  ¡Oh! Entonces, ¿qué estoy haciendo yo? Entonces, todo es inútil. Entonces, aunque todo Madrid crea que soy el mayor sinvergüenza del mundo, no basta. Aunque las mujeres me acosen, qué importa. Porque para ti no tengo ningún atractivo. Tienes razón, Catalina. Tú estás en el secreto... Tú sabes que soy un infeliz.

CATALINA.-  Eso es... Un pobre hombre. ¡Nada!

ANDRÉS.-  ¡Cállate!  (Transición. Apretando los puños con infinito coraje.) 

CATALINA.-   (Sobrecogida.)  ¡Andrés!

ANDRÉS.-  ¡Cállate! Sí, es cierto. Soy un pobre hombre que no puede amar a otra mujer que no seas tú. Un pobre hombre obstinado en creer que es nada menos que un sueño una muñeca frívola y terca como eres tú.

CATALINA.-  ¡Andrés!

ANDRÉS.-  Sí, soy ese pobre hombre... Ese desdichado. Pero se acabó. (Un puñetazo en la mesa.)  ¿Lo oyes? ¡Se ha terminado para siempre!

CATALINA.-   (Retrocediendo.)  ¡Andrés!

ANDRÉS.-  ¡¡No puedo más!! Me niego a seguir siendo un muñeco al capricho de tu imaginación...

CATALINA.-  ¿Qué voces son estas?

ANDRÉS.-  ¡Se acabó! No puedo seguir esta vida. Estoy rendido. Me duermo en cualquier parte. Como no puedo estar en mi casa a las horas en que está un hombre decente, porque estaría mal visto... Mi vida en estos tres meses ha sido un martirio. Por las mañanas aún lo soportaba, porque me metía en el Museo del Prado, y como allí no entran más que los de provincias... Por las tardes iba al Retiro. Y era peor. Pensaba qué felicidad sería llevarte a ti, cogida de la cintura, entre los árboles o embarcarnos en el estanque, que es tan divertido. Pero las noches... ¡Oh, las noches! Tú no sabes lo que es una noche entera dando vueltas a la Plaza de la Independencia15, muerto de frío, pensando en esta casita nuestra, tan bonita, tan caliente, tan cómoda. Ya me explico la decencia de algunos hombres que no salen de noche. Es que son unos egoístas. Resulta que ser decente es más confortable; lo difícil es ser un libertino a la intemperie. Y todo por ti, que eres precisamente la única mujer del mundo que no puede enamorarse de mí porque está en el secreto. ¡Oh!

CATALINA.-  Calla, calla... Yo, mientras, aquí sola, soñaba. ¡Soñaba que mi marido era el hombre más fascinante del mundo! ¡Que me lo envidaban todas las mujeres! ¡Que tú eras el héroe! ¡Mi héroe!

ANDRÉS.-   (Con las manos en la cabeza.) ¡Yo un héroe! ¡Es el colmo!

CATALINA.-   (Amargamente.) Sí, tú. Pero tú eres incapaz de comprender este sueño mío; no lo comprenderás jamás. Nunca sabrás qué ansia de amarte hay en este afán de soñar...

ANDRÉS.-   (Da un paso airado.)  ¡No es verdad!

CATALINA.-  ¡Andrés!

ANDRÉS.-  No es amor... ¡No, no, no! No rechazas a este pobre hombre porque quieras demasiado al otro, al que yo te hice creer que era, sino porque en ti hay algo más fuerte que el amor: tu amor por ti misma... ¡Tu amor propio de mujer! ¡Tu vanidad! ¿Lo entiendes?

CATALINA.-  ¡Andrés!

ANDRÉS.-  ¡Y pensar que un día yo pude creer que tú eras María Luisa! ¡Mi María Luisa, la amada que veía en sueños cuando soñaba con el amor!... ¿Tú, María Luisa?

CATALINA.-  ¡Andrés, Andrés! ¡No grites!

ANDRÉS.-  ¡Qué niño fui! María Luisa es un ser excepcional; es el ideal, no una criatura vanidosa y loca como tú...

CATALINA.-  ¡Andrés! ¿Qué significa esto?

ANDRÉS.-  ¡Esto significa que se acabó nuestro compromiso, que estoy harto de fingir, que me canso de ser un perdido! ¡Que tengo sueño! ¿Lo oyes? ¡Que me rebelo! (Pega un manotazo al vaso de «whisky» que está sobre la mesa.)  ¡Que me da náuseas el «whisky»! ¡Que lo que a mí me gusta a estas horas es un vasito de leche bien caliente! ¡Y con bizcochos!

CATALINA.-   (Consternada.)  ¡Con bizcochos! ¡Dios mío!

ANDRÉS.-  ¡Sí! ¡Con bizcochos! ¡Y significa que me marcho!

CATALINA.-  ¿Eh? ¿Que te vas? ¿Adónde?

ANDRÉS.-  ¡A Burgos!

CATALINA.-  ¡Oh!

ANDRÉS.-  ¡A Burgos, a mi casa: a mi soledad!  (Con infinita amargura.)  A pasar otra vez las veladas solo, con mis libros; a pasear por la Alameda, a renunciar a un sueño... ¡A olvidarte! ¡Y a acostarme a las diez, Catalina!

CATALINA.-  ¿Esto es en serio, Andrés?

ANDRÉS.-  Sí, Catalina. Me voy. Allí estaré siempre.  (Emocionado.) Si algún día quieres venir...  (Se despoja lentamente de su bata y vuelve a vestir la americana.)  Te espero. Pero sin mentiras. En Burgos, tal como soy. Yo, mientras, para no morirme de pena y de angustia, seguiré soñando con esa felicidad que no he conseguido... Sí, Catalina. La felicidad no es como tú crees; la felicidad no está en estas locuras; la felicidad se encuentra en lo sencillo, en lo vulgar. La felicidad es un sofá, una bata y una mujercita... Eso, solo eso. Adiós, Catalina. A la gente puedes decirle cualquier cosa. Por ejemplo: que me escapo con una princesa. Para estos casos nunca falta una princesa.  (Ella vuelve la cabeza.) Me voy ahora mismo. No necesito equipaje.  (Sonríe con una lágrima y mira el reloj.)  Recogeré mi coche del garaje. Son las dos. Dormiré en El Escorial... Precisamente en aquel hotelito donde fuimos hace tres meses, en una noche como esta, a pasar nuestra noche de bodas... Estaré solo otra vez, como aquella noche. Pero no me importa. Con los ojos cerrados quizá sueñe que cerca de mí hay una mujercita muy orgullosa de ser la primera mujer que tengo entre los brazos... Adiós, Catalina.  (Sale.) 

CATALINA.-  ¡Andrés, Andrés, Andrés!  (Cae en el sofá.)  ¡Oh!

 

(Pausa corta. Entra CECILIA muy apresurada.)

 

CECILIA.-  ¡Señora!

CATALINA.-  ¡Déjeme en paz!

CECILIA.-  ¡Que se va el señor!

CATALINA.-   (Furiosa.) ¡Que se vaya!

CECILIA.-  ¡Que se ha despedido de nosotras para siempre!

 

(Entra JUANA corriendo y coloradísima.)

 

JUANA.-  ¡¡Señora!! ¡Que el señor se va para no volver... ¡Ay, Dios mío!...

CECILIA.-  ¡La señora debe impedirlo!

JUANA.-  ¡Deténgale! ¡Todavía hay tiempo!

CECILIA.-  ¡Se está poniendo el gabán! ¡Hágale volver!

JUANA.-  ¡Señora!  (Indignada.)  ¡Que perdemos al señor!

 

(Un portazo dentro.)

 

CATALINA.-  ¡Oh!

CECILIA.-  ¡Ay!

JUANA.-  ¡Se fue!

 

(Entra GABY por el fondo.)

 

GABY.-  ¡Catalina!

CATALINA.-  ¡Gaby!

GABY.-  Os oí discutir y salí al rellano de la escalera y vi a Andrés que salía... Dice que se va a Burgos para toda la vida. ¿Es cierto?

CATALINA.-  ¡Sí!

GABY.-  ¿Solo?

CATALINA.-  ¡No! Se lleva a una princesa que ha conocido esta tarde...

TODAS.-  ¡Oh!

GABY.-   (Risueña.)  ¡Qué fresco! ¡Y acaba de jurarme que es un hombre decente!...  (Transición.)  ¡Ah! Pues no. Eso sí que no. Que no, que no, que no...Una princesa, no. ¡Ahora que me estaba yo haciendo ilusiones!

CATALINA.-  ¿Cómo?

 

(GABY, CECILIA y JUANA, alteradísimas y con mucho sofoco, pasean de un lado a otro sin dejar de hablar.)

 

GABY.-  Entiéndeme... Como Jorge trabaja de noche, yo había decidido pasar todas las veladas con vosotros. Sería delicioso. Pondríamos discos. Andrés y yo bailaríamos...

CECILIA.-   (Emocionadísima.)  Señora, si el señor no vuelve, una servidora se despide...

CATALINA.-  ¿Eh?

CECILIA.-  Sí, señora  (Llorosa.) ¿Qué va a hacer una aquí sin el señor, que es la alegría de la casa?

JUANA.-  ¡Ay! ¡Yo también me marcho!

CATALINA.-  ¿Eh?

CECILIA.-  ¡Ah! ¿Con que tú también?

JUANA.-  ¡Naturalmente! ¿Es que yo no tengo derecho? ¿Qué te has creído?

CECILIA.-  Oye, tú...

GABY.-  ¡Ay, no, no, no! La princesa, no... ¡La princesa, no!

 

(GABY, CECILIA y JUANA no cesan en sus paseos ni dejan un instante de lanzar sus exclamaciones de protesta las tres a un tiempo. Un escándalo. CATALINA, en el centro, quieta, las contempla con los ojos muy abiertos.)

 

CATALINA.-  Pues, señor, yo sabía que las gustaba... ¡Pero no tanto!


 
 
TELÓN
 
 

Anterior Indice Siguiente