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ArribaAbajoCapítulo 8

El sacramento de la eucaristía o de la argumentación doctrinal: el Comulgador penitente


El Santissimo Sacramento del Altar, que llamamos tambien Eucharistia, entre los Siete Sacramentos es, como el Sol entre los siete planetas; a quien podemos llanar fons solis Fuente del Sol, llena de muchas aguas; porque entre las siete fuentes del Salvador, esta es la mas gloriosa y copiosa por tener dentro de si al mismo Salvador, que es fuente de la luz y de todas las aguas vivas de la gracia; y es aquel divino Sol de quien dixo el Profeta Malaquias: Para vosotros que temeys mi nombre, nacerá el Sol de Justicia, en cuyas Alas está la salud y saltareis como bezerrico en su presencia... para los quales nace el Sol de Justicia quando viene del cielo este Sacramento para confirmar y acrecentar la salud y vida que les ha dado.


(Puente 1625: f. 113v)                



ArribaAbajo1. Acercamiento a dos textos de Antonio Núñez de Miranda

De entre los muchos escritos de Antonio Núñez de Miranda, dos de los textos menos comentados en nuestro tiempo, pero de los más debatidos en el suyo, son la Explicacion Literal y Sumaria Al Decreto de Los Señores Cardenales... (León de Francia, 1687) y el Comulgador Penitente de la Purissima (Puebla, 1690). Acerca de el los se ha escrito poco; en un trabajo anterior concedo un espacio a la dedicatoria que el jesuita hace de ambos al prelado   —182→   poblano, Manuel Fernández de Santa Cruz, quien protege y patrocina la impresión de los dos escritos (Bravo 1994: 231-239). Asimismo, José Pascual Buxó dedica un certero comentario acerca de las convenientes relaciones políticas que entre sí sostenían los eclesiásticos como forma eficaz de detentar sus influencias y su poder (Pascual Buxó 1993: 51). No obstante, el investigador que más ampliamente ha comentado el Comulgador Penitente es Elías Trabulse, quien recurre a su biógrafo para comprobar la devoción piadosa que Núñez sentía hacia el Santísimo Sacramento (cfr. Oviedo 1702: 172-178). Trabulse en su lograda síntesis de la obra señala lo siguiente:

El Comulgador Penitente del padre Núñez de Miranda es -como ya dijimos- una explicación teológico-doctrinal de la regla 18 de la Congregación de la Purísima, de la que este jesuita fue prefecto por 30 años [...] La obra se compone de dos partes. La Primera Parte (ff. 1r-54r) contiene una Introducción Teológica acerca de la doctrina jesuita de la frecuente comunión, una Explicación del Tema y un breve tratado de la Confesión. La Segunda Parte (ff. 54r-176v) incluye [...] un largo tratado de la práctica de la comunión que incluye diversas devociones y oraciones y un Apéndice con adiciones a las Meditaciones anteriores. A partir del folio 63 y hasta el 162, o sea en cien fojas, desarrolla la tesis de la fineza mayor de Cristo, que según él fue la institución de la Eucaristía [...] Toda la obra posee un tono exaltado, vibrante y retórico, más propio de un sermón que de una exposición doctrinal destinada a ser leída y meditada.


(Trabulse 1995: 54-55)                


La larga cita precedente da idea al lector de la estructura de este importante escrito de Núñez, al que, para realizar su análisis, hemos también dividido en dos partes: la primera que atañe a la sustancia histórico-argumentativa doctrinal que sostiene las bondades y ventajas espirituales de la frecuente comunión, y que se complementa, desde el punto de vista especulativo teológico con la Explicacion Literal y Sumaria. La segunda parte del Comulgador sigue, como dice Trabulse, la tesis tomista de que la mayor «fineza» que Cristo tuvo lucia los hombres fue permanecer en el Santísimo Sacramento y que el cristiano recibe en la Eucaristía. Este apartado es no sólo el más extenso sino el más literario, inscrito en la tradición y autoridad escrituraria de los grandes escritores religiosos como fray Luis de León y fray Luis de Granada, entre otros. En esta segunda parte del Comulgador se analizan, con un estilo vehemente y magnífico, los nombres de Cristo, de acuerdo con los   —183→   siete días de la semana. Éste es, para Núñez, el gran legado y «fineza» que Cristo deja a los hombres en su presencia sacramentada. La espléndida paráfrasis textual que de los nombres del Salvador recrea constituyen algunas de las mejores páginas de la prosa del jesuita.

El análisis del Comulgador Penitente, sobre todo en lo concerniente a la argumentación teológica, quedaría trunco si no se le relaciona con la Explicacion Literal y Sumaria Al Decreto de los Señores Cardenales, publicado en Francia, tres años antes que el Comulgador. Podemos decir que éste es el sustento teórico y canónico del libro publicado en Puebla en 1690, el cual se centra en la Regla 18 de las Reglas de los Congregantes de la Purissima y que dice a la letra:

Confessaràn, y comulgarân, cada ocho, ò â lo menos, cada quince dias, segun el consejo de su Confessor, y Padre espiritual, al qual obedecerán, si les mandare comulgar, mas a menudo, ò menos. Poniendo el principal cuydado en la debida preparacion, quieta accion de gracias, y fruto conveniente de la Sagrada Comunion.


(Anónimo 1684: f. 5r)                


Además de estos dos textos de primordial importancia, el padre Núñez, para quien la promoción de la frecuente comunión era una de sus empresas y obsesiones prioritarias dentro de su ministerio apostólico, escribe otro libro, dedicado a su gran amigo y antiguo discípulo Isidro de Sariñana, e impreso también en Puebla, un año después del Comulgador, titulado Explicacion Theorica y Practica Aplicación del Libro quarto del Contemptus Mundi; para prepararse, y dar fructuosamente gracias en la frecuente comunión, fechado en 1691 y publicado en la Imprenta de Diego Fernández de León, en el mismo año. La aprobación corre a cargo del también jesuita Francisco de Aguilera, autor del célebre sermón fúnebre predicado en las exequias tumultuosas que pueblo y aristocracia le dedicaron a Catarina de San Juan, la tan conocida «China Poblana».

Sin adentrame en una polémica acerca de la relación entre Santa Cruz y Núñez de Miranda, y menos aún con la intención de incluir a Sor Juana, sí quisiera mencionar la coincidencia de las fechas y el factor de que los tres textos son cercanos al prelado poblano y están licitados y presididos por su autoridad. La Explicación Literal y Sumaria Al Decreto de los Señores Cardenales es consignada así por Zambrano:

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S. f. (es por 1680): Explicación literal y sumaria al decreto de los eminentísimos Cardenales intérpretes del santo concilio de Trento, hecho y publicado por orden y comprobación de S. S. Inocencio XI en 12 de Febrero de 1679 años.


(Zambrano 1970: t. 10, 548)                


El mismo Núñez, en la agradecida dedicatoria a Santa Cruz, menciona esta edición como fallida y reconoce lo siguiente:

Aunque sea, confessando mi mucho amor proprio, poca mortificación, y humildad: con la debida confusión, buelvo á los pies de V. S. Ilustrísima para reponer [...] esta Explicación del Decreto Cardenalicio: no como obligación gratuita de su acertada elección, y buen gusto; (aunque de verdad lo es:) sino como precisa satisfacción, de justicia, también de mi justo sentimiento, à la sapientísima paciencia de V. S. Ilustrísima con que se dignó leer la primera copia impressa de [...] esta obra. La qual, por averse atropellado con tanta priesa: a causa de atajar algunos graves inconvenientes, que no solo assomaban de juicio: sino que se executaron, como de sentencia revistada: salió ciego y, como a ciegas, abollada y descalabrada: aun mas por los formales yerras del original, que por las erratas materiales de la imprenta [...] A mucha priessa, poca atencion, y muchos defectos inescusables. Pues si todos estos Tratados espirituales deben ser precisosas tablas, que se pintan para la eternidad de la gloria: con infinita mas razon, que el otro Gentil Pintor, debian dezir, y hazer sus mysticos Artífices, que pintan para la eternidad [...] y por eso pintar, retocar, y acabar muy de espacio. No lo hize yo así; sino, como siempre lo hago, todo al revez, de lo que digo; de priessa, y atropellado. Assi lo dize bien lo mal que sale: llanamente confiesso mi culpa, y ofresco la enmienda. Plegue á Dios, no sea peor la satisfaccion, que la culpa! Temolo, y con razon de mi contumaz ignorancia; pero será con la meritoria escusa, y salida intencion de desagraviar la lynce vista de la mystica, y escholastica expositiva, y moral Theologia de V. S. Illustrissima ajada con mis ofensivos desaseos.


(Núñez 1687: sin foliar; el subrayado es mío)                


En la muy extensa cita anterior considero que hay una serie de afirmaciones y actitudes del jesuita hacia el obispo que merecen ser comentadas. Lo primero que resalta es el gesto de sumisión y humildad del sacerdote ante el prelado, que corresponde perfectamente a la postura cortesana de la jerarquía eclesiástica de ofrendar reverencia voluntaria absoluta al poderoso del cual depende la protección y fortuna del súbdito. Núñez deja muy en claro el   —185→   patrocinio de Santa Cruz, tanto en la primera frustrada impresión como en la que tiene a la mano. No sólo eso, sino que asienta con claridad que Santa Cruz leyó la primera impresión «vuélvase a poner a los pies de V. S. Ilustrisima», atacada y recogida de la circulación por sus «graves inconvenientes» (loc. cit.). Es decir, veladamente hace corresponsable al obispo de las inexactitudes expositivas. Al mismo tiempo reconoce y admira la competencia del prelado en las cuatro ramas esenciales de la teología: la mística, la expositiva o especulativa, la escolástica y la moral. No obstante, sin dejar su posición de inferior, acepta la gravedad de sus errores en la altísima misión de comentador teológico, ya que el expositor doctrinal es un «mystico artífice» que reproduce en las almas las «tablas que se pintan para la eternidad de la gloria». Admite, así, su precipitación en la anterior impresión y acepta su descuido con una acre y poco común auto censura en la que se declara único responsable y culpable del descuido en sus apreciaciones doctrinales: «sino, como siempre lo hago, todo al revez. De lo que digo; de priesa y atropellado. Assi lo dize bien lo mal que sale: llanamente confieso mi culpa, y ofresco la enmienda» (loc. cit.).

Por la fecha que da Zambrano de la primera impresión -1680-, podemos deducir que, por lo menos, ya desde ese año existe una relación entre ambos religiosos. Para 1687, Santa Cruz -para no volver a despertar inquinas en contra de Núñez- manda imprimir la obra muy lejos de la Nueva España; ni siquiera sale a la luz en la Península sino en Francia.

En la dedicatoria del Comulgador Penitente, Núñez de Miranda exalta a Santa Cruz como modelo de obispo en su celo pastoral y, por ello, como destinatario principal del Decreto cardenalicio, ya que en él como en los otros prelados recae: «la vigilante providencia sobre la decente, y religiosa administracion de los Santos Sacramentos; y la del Santissimo Sacramento del Altar» (Núñez 1690: sin foliar). Alaba al prelado por haber hecho de su diócesis una «auténtica ciudad de Ángel es» (ibid.: sin foliar). Al término de la dedicatoria concluye con las convencionales pero no por ello menos sinceras palabras: «B[esa] los sac[rattísimos] pies de Vuestra Señoria su mas fiel criado y obediente subdito. Antonio Núñez» (ibid.: sin foliar). Recordemos que es en este año de 1690 cuando Santa Cruz publica la Carta Atenagórica. La antecede otra misiva a la cual todo lector tiene que enfrentarse al inicio del impreso: es en la que el obispo, embozado como Filotea de la   —186→   Cruz, reprende a la monja por su poca dedicación al cultivo de la literatura piadosa. Me parece significativo que la epístola del obispo esté fechada explícitamente el 25 de noviembre de 1690, justo el día en que se festeja a Santa Catalina de Alejandría, santa tutelar de los filósofos, quien: «desde 1568 fue jurada y en el mismo siglo XVI fue patrona por la Real y Pontificia Universidad en razón de sus méritos intelectuales» (Cuadriello 1999: 87). La intención implícita y sutil del obispo es demostrarle a la escritora que se puede y debe ser altísima intelectual en el cultivo de las letras sagradas. Sor Juana responde con la extraordinaria Respuesta a Sor Filotea de la Cruz, en marzo de 1691. Las fechas son elocuentes en las relaciones paralelas y seguramente muy distintas que Santa Cruz sostiene con la jerónima y con el jesuita. Respecto a éste y reiterando mi intención de no incidir más en la presencia de la monja-, es innegable que Santa Cruz llevaba una relación protectora y tolerante con Núñez desde 1680, la fecha que Zambrano da comen primera impresión de la Explicacion Literal y Sumaria Al Decreto de los Señores Cardenales. Patrocina la publicación de este texto siete años después en Francia. Para 1690 la relación entre el obispo y el jesuita es, seguramente, muy buena, como lo indica nuevamente la dedicatoria del jesuita al prelado en el Comulgador Penitente, impreso también en la capital de la diócesis poblana. Considero que para reforzar esta idea de la estrecha amistad entre ambos religiosos es conveniente atender al testimonio de Oviedo, que dice al respecto:

El Illustrissimo, y Excellentissimo Señor Doctor D. Manuel Fernandez de Santacruz Obispo de la Puebla de los Angeles, y electo Virrey de esta Nueva España, Prelado de grades prendas, que veneró y admiró todo este Reyno le escribía cartas muy familiares, y siempre que se ofrecía la ocasion hablaba con muy significativas palabras de las letras, y virtudes del padre Antonio.


(Oviedo 1702: 213)                


Es, pues, innegable -y los documentos así lo demuestran- que Núñez y Santa Cruz sostuvieron una amistad cercana, y que un objetivo que los unía era sin duda su interés y preocupación por las cuestiones teológicas. Sabemos por el biógrafo Miguel de Torres que Santa Cruz escribió en latín un voluminoso tratado teológico, llamado Antillogia. Para reforzar lo anterior, aludo también a un rarísimo y curioso texto (agradezco al Dr. José Pascual   —187→   Buxó haberme dado noticia de él y haberme facilitado su consulta en la Biblioteca Palafoxiana) que consigna la tarea de cada una de las personas que, a la manera de un auténtico miembro de la nobleza eclesiástica, rodean a este Príncipe de la Iglesia y de las labores que desempeñan en la «corte» episcopal.

El impreso se intitula Constitvciones y Ordenanças Para el Govierno De La Familia Y La Casa Del Illustrissimo Señor Doctor D. Manuel Fernandez de Santa Cruz [...] Hechas Por el Dicho Illvsmo. Señor Obispo, Doctor, Don Manuel Fernandez de Santa Cruz... Puebla, Imprenta de Diego Fernández de León, 1683. El primer interés reside en que aparentemente es el propio prelado quien las redacta; el segundo atractivo es que especifica la función que cada uno de sus subordinados desempeña. Por ejemplo, encontramos las obligaciones del Mayordomo, del Limosnero, del Maestro de Paxes, de los Paxes, etc. El capítulo XII y último de estas Constituciones, «Exercicio de Letras», se centra en la práctica y comentario de las diversas ramas de la teología. El prelado especifica y ordena los días y las horas que se deben dedicar al estudio de la «reina de las ciencias». Los lunes, por ejemplo, se destinan a la teología especulativa y a la argumentación desde las tres de la tarde hasta las ocho de la noche (cfr. ibid.: f. l5r). Los jueves, según dispone el prelado, se emplean en el estudio de «Escolastica Theologica» y en Filosofía (loc. cit.). La dedicación apasionada que siente el obispo por el estudio de la disciplina teológica concluye así:

Todos los Sabados de siete á ocho de la noche, se tendrán conferencias de una conclusion moral, que se pondrá antecedentemente en un papel, para que los que huvieren de arguir sepan la opinion que se defiende, sustentandola uno que curse Theologia ó Metaphysica, y arguyendo á los demas conforme sus antiguedades, y les fuere señalado.


(loc. cit.)                


Las palabras anteriores nos comprueban la gran pasión que Santa Cruz sentía por la teología y los debates y argumentaciones alrededor de ella, implicando que eran tan del gusto de los religiosos y escolares del Barroco. Lo más interesante, no obstante, es que este ejercicio profesional hacia las proposiciones y refutaciones teológicas era plenamente compartido por Núñez de Miranda, quien seguramente asistió a estas sesiones en las que el celo pastoral y discursivo de ambos se identificaba tanto. No es gratuito constatar   —188→   que los libros que en la posteridad los reúnen se centran en cuestiones canónicas y en los beneficios que a las almas produce la frecuencia de los sacramentos. La identificación entre el jesuita y el obispo reside en la vocación que ambos sentían como decididos pastores de almas y recios conductores de conciencias.




ArribaAbajo2. El Comulgador penitente y la Explicación Literal y Sumaria: la palabra de la iglesia militante en la voz de un soldado de Cristo

El primer gran biógrafo de San Ignacio de Loyola, el padre Pedro de Rivadeneira, en el capítulo VI del Libro Quinto de su ya clásica obra Vida del bienaventurado Padre Ignacio de Loyola, pone en boca del fundador de la Compañía las siguientes palabras: «El comulgar con el debido aparejo á menudo, ayuda para que el hombre no caiga en pecado grave, ó si por su flaqueza cayere, para que presto se levante» (Rivadeneira 1896: 545). Años después, uno de sus hijos novohispanos defiende con vehemencia la práctica de la frecuente comunión: más aún, la impone como regla en la elitista Congregación de la Purísima Concepción. La primera parte del Comulgador Penitente es una bien cimentada apología histórica, teológica y moral acerca de las bondades espirituales y sobrenaturales que la frecuente comunión causa en las almas de los fieles. La defensa de Núñez se inserta, en realidad, dentro de una tradición litúrgica que parte desde los orígenes del cristianismo. El Decreto de los cardenales, promulgado en 1679, refuerza la tesis que el jesuita sostiene a lo largo del escrito de 1690. Es por ello que se deben considerar como textos complementarios. Oviedo habla de los dos en el capítulo referente a la gran devoción que su biografiado profesaba al Santísimo Sacramento (Oviedo 1702: 172-178). Al referirse al decreto cardenalicio, emitido por orden pontificia, parafrasea la intención de Núñez y alaba la obra con estas palabras:

compuso un doctissimo libro en explicación del decreto, y por la precisi_ que pedía el remedio de las crassas inteligencias que á toda prisa iban cundiendo de primera mano lo imprimió en estos Reynos, y despues mas limado, y reducido á mejor orden lo imprimió en Leon de Francia, y ha sido muy eficaz para   —189→   atajar los abusos que con la mala inteligencia del decreto se avían introducido. Y todo se debe á la diligencia del Padre Antonio y á su fervorosa devoción al Santissimo Sacramento.


(Oviedo 1702: 176)                


La Explicacion Literal y Sumaria significa, para el muy hábil expositor teológico que es Núñez de Miranda, el apoyo doctrinal de sus argumentaciones. Las tesis del decreto cardenalicio de 1679 demostradas por Núñez son, en realidad, como el propio autor lo asienta: «una Glossa marginal, ó literal paraphrasis, mas que comento de este doctrinalíssimo Decreto» (Núñez 1687: f. 1r). Lo que Núñez pretende, pues, es ofrecer al lector la explicación de las cláusulas de los cardenales como glosa al margen de las disposiciones emitidas por los príncipes eclesiásticos. Es, entonces, y como él lo indica, una paráfrasis, tal como la define Cobarruvias: «Nombre griego, es la explicacion que se haze de una sentencia por otra, que es mas facil de entender y percibir; el tal interprete se llama paraphrastes» (Tesoro, s. v.). Es así que Núñez, para evitar errores de interpretación, se cuida muy bien de explicar más ampliamente los decretos tridentinos interpretados por los cardenales. A este libro nos referiremos después, cuando Núñez lo cita en el Comulgador Penitente como refuerzo doctrinal de sus exposiciones.

Para no incurrir en inexactitudes canónicas, el jesuita transcribe en castellano y en latín el decreto cardenalicio, muy interesante porque se refiere programáticamente al estado, condición y oficio de los distintos fieles. La forma de estructurar el texto es seguir ordenadamente la secuencia de las cláusulas que lo integran. De gran interés es lo que se dice acerca de la disposición que deben tenerlos casados para recibir el sacramento eucarístico. Antes, el expositor ha mencionado que la condición ineludible que cada cristiano debe cumplir (lo cual manifiesta a lo largo del Comulgador Penitente) es el estado de gracia que se debe conservar para recibir a Cristo sacramentado, y que se reitera en el escrito. Como señalé líneas arriba, y como ejemplo de este texto y, algo más importante, de la disciplina que la Iglesia incuestionablemente imponía a sus creyentes, me detengo en esta obra hasta ahora no estudiada, en las consideraciones acerca de los casados, quienes por su práctica lícita de la sexualidad, constituyen una comunidad aparte aunque controlada.

La valoración de que gozan los cónyuges reside sustancialmente en su participación y libre asunción de uno de los siete sacramentos instituidos por   —190→   la Iglesia católica. No obstante, la práctica de la sexualidad se acota en el destino final de la procreación (ibid.: 97). A pesar del acto insustituible de la generación humana por medio de la unión sexual, el Decreto, por interpósita pluma del jesuita, engrandece aún más la unicidad y milagro extremo del nacimiento del Hijo de Dios:

Y con toda esta virtud [la procreación] aviendo de encarnar el Verbo Divino, Hijo verdadero de Adán, tuvo por tã poco decente á su Divina Persona este modo de natural generacion, que, por no sujetarse á el, obró el mayor de los milagros: encarnando por obra del Espiritu Santo, sin concurso de Padre humano, y nasciendo verdadero Hõbre Dios, y verdadero Hijo natural de la Virgen MARIA, quedando laSeñora, su verdadera Madre, Virgen, en su generacion, en el parto, y despues de el parto.


(Núñez 1687: 97-98)                


Largas reiteraciones y ejemplos concluyen en el mandato que imponen los cardenales teólogos: «los quales mandan a los cardenales amonesten seriamente, y aconsejen á sus penitentes casados, que para llegarse á comulgar, se abstengan del uso conjuga]» (ibid.: 109). Para Núñez, el libro sobre los decretos cardenalicios es una muestra de su capacidad para asimilar la verdad dogmática de los principios esenciales de la teología expositiva y pastoral.

Los principios esenciales que se desprenden de las disposiciones cardenalicias son en esencia tres: el conocimiento y comprensión de la doctrina cristiana, la perfecta pureza y disposición para recibir el Santísimo Sacramento y, por último, la vigilancia conciencial que los confesores y padres espirituales deben ejercer sobre los fieles. Un ejemplo de ello es la recomendación que se hace a las religiosas, a las cuales les dedica la Cláusula 24 (140-155) donde se asienta:

Dos cosas, pues, manda el Decreto en esta Clausula 24. La primera absoluta, sin duda ni condicion: esto es Que las Religiosas comulguen todos los dias que su Regla señala; pero no dize, que solos essos comulguen, ó que no comulguen otros. Antes añade expressamente, en su segunda parte, que si algunas se aventajaren con mayor disposición de fervor, amor de Dios, y deseos de comulgar, mas frecuentemente, ó cada dia; podrá el Superior concederselo. Luego no solo no manda, que no comulguen mas dias, que los de Regla, sino que comulguen todos los demas, à que su Superior las juzgare dignamente dispuestas.


(ibid.: 143-144)                


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Los primeros 54 folios del Comulgador Penitente tienen como finalidad reforzar las disposiciones contenidas en el decreto cardenalicio para instar a los miembros de la Congregación de la Purísima a que cumplan con la salvífica práctica de la frecuente comunión a la que se debe llegar en perfecto estado de gracia, para así aumentarla, pues como asienta el jesuita Nicolás de Amaya: «este sacramento por tener en sí la carne purissima del Verbo divino, suele dar la gracia [...] que es la vida espiritual del alma, este divino sacramento se la conserva para toda la eternidad» (Arnaya 1617: f. 185r) . Asimismo, Núñez advierte que quienes coman y beban la sangre del Señor indignamente, perecerán, como lo sentencia San Pablo: «Examínese, pues, cada uno a sí mismo antes de comer el pan y beber el cáliz, porque quien come y bebe sin discernir el cuerpo, come y bebe su propio castigo» (Corintios, 1: 12, 28-30).

Son estos preceptos acerca de la disposición espiritual, la conciencia de la dignidad del fiel para recibir a Cristo Sacramentado, los que permiten la seguridad de no haber cometido pecado mortal, así como la anuencia confesional del padre espiritual, los que se manifiestan reiteradamente en la primera parte del Comulgador Penitente. Los otros grandes argumentos que en él se exponen son, por un lado, la revisión histórica que licita la frecuente comunión a lo largo de la accidentada historia del catolicismo; y, por otro, la defensa de los grandes santos españoles (en especial y privilegiadamente San Ignacio de Loyola) y, a través de su persona, una vehemente apología de la orden jesuita. En relación con la frecuente comunión, que el fundador de la Compañía practicaba y aconsejaba, su biógrafo señala:

Fue grande el fruto que se cogió de estos sermones (los que predicaba el santo) porque por ellos se movió la gente á recibir con devoción los santos sacramentos de la Confesión y la Comunión algunas veces entre año. Y desde entonces se vino é refrescar y á renovar aquella tan saludable costumbre de los antiguos tiempos de la Iglesia primitiva, de hacerlo más á menudo; la cual, tantos años atrás estaba puesta en olvido, con menoscabo de la religión cristiana y grave detrimento de las almas.


(Rivadeneira 1896: 141)                


No sólo Ignacio es fuente del discurso apologético de Núñez, hay otros que recorren cronológicamente, en un muy buen sustentado discurso histórico,   —192→   los tiempos de la Iglesia en los que el fiel recibía la comunión sacramental con frecuencia casi cotidiana:

Pero notamos (dize el Santo) [San Basilio hablando de su Iglesia de Cesarea] recibamos estos Divinos Sacramentos quatro vezes en la Semana: los Domingos, Miercoles, Viernes y Sábados, y tambien en los demas dias señalados: y quanto en los otros ocurre fiesta de Christo ó de los Santos no dize, que se dexe la comunion cercana pasandola á la fiesta, sino que se añada esta á aquella: Supone su direccion y consejo como de Prelado y Padre espiritual: y la digna, y mas digna disposicion, fruto, y logro de los que comulgaban.


(Núñez 1590: f. 8r)                


De lo anterior podemos desprender una serie de virtudes y constantes típicas del discurso de Núñez. En primer término, no sólo apreciamos sino admiramos su maestría como historiador y constarnos que éste es el único de los textos estudiados que nos proporciona esta modalidad de su amplia cultura. El jesuita maneja su síntesis diacrónica de la historia eclesiástica como parte de su propósito apologético. En cuanto a los dicta acerca de la frecuente comunión, si analizamos atentamente sus argumentos, veremos que son una paráfrasis de las cláusulas contenidas en el Decreto, y que reiteran lo aconsejado a las religiosas y lo hace extensivo para todos los fieles: la comunión voluntaria y frecuente se añade a la que por precepto litúrgico señala la Iglesia, siempre que haya limpieza de pecado y que el sacramento esté avalado por el padre espiritual. Además, es digna de constatar la devoción casi obsesiva que el jesuita tenía hacia la práctica eucarística, a la cual consideraba un antídoto en contra de su otra gran obsesión: pecar. Es claro que para el prefecto de la Purísima la recepción de Cristo sacramentado tiene mayor valor ascético que místico, pues incide en la cualidad terapéutica del sacramenta contra el pecado, más que en la fusión «amable» del alma con Cristo.

Núñez continúa su impecable repaso de las disposiciones y las costumbres agitadas con que la Iglesia -por medio de sus teólogos- dicta normas en cuanto a la asidua comunión. Después de este florecimiento de la Iglesia, el autor se lamenta de cómo el acceso casi cotidiano al sacramento eucarístico decae. Declara que en un tiempo aciago los fieles sólo comulgaban una vez al eso, hasta que San Fabián decretó que se debía recibir la comunión sacramental por lo menos en la Pascua de Navidad, de Resurrección y del   —193→   Espíritu Santo. Pone de manifiesto su admiración por San Agustín al declarar que, a pesar de que en su tiempo (siglo IV) la Eucaristía se recibía cada año, el santo, siguiendo la petición de la oración por excelencia, el Padre Nuestro, inclina a los fieles a comulgar cada día si así lo desean y están preparados para ello (Núñez 1690: f. 11v):

hasta el año 1200, en q. S. Thomas y S. Buenavent. y los otros celeberrimos Theologos de aquel siglo 12. resucitaron la quaestion para mover el Pueblo Christiano à la frequ cia de la comunion, q estaba muy caída y tan desusada, que Inocencio 3. q fue electo a los fines del siglo onze [...] mandó que todos los fieles, hombres y mugeres comulgassen por lo menos cada año.


(loc. cit.)                


Estos siglos medievales le parecen al jesuita «oscuros» por el olvido en que cae la práctica de la frecuente comunión. No obstante, para él la gran época del «renacimiento» litúrgico es la del surgimiento de los grandes paladines de la ortodoxia y de la Reforma católica. Es digno de citar a la letra lo que el autor dice al respecto:

hasta el 15. siglo, de verdad dorado á esta luz, con la industria, predicacion, y exemplos de los Heroycos Patriarchas, San Ignacio de Loyola, San Cayetano, San Phelipe Neri, San Carlos Borromeo, Santa Theresa de Jesus, San Pedro de Alcantara, el Venerable Padre M. Juan de Avila, Padre Apostólico de aquel siglo y Heroe dignissimo de contarse, entre tan excel_tes Patriarchas: los quales, entre las otras heroicas obras de su espíritu, resucitaron, y avivaron la frequencia de la Comunion, que en los antecedentes, avia estado casi muerta de desmayada, y sepultada en las tinieblas de su profundo olvido.


(ibid.: f. 12r)                


Del párrafo anterior son dignas de señalar algunas consideraciones de lo aseverado por Núñez. La afirmación que destaca como eje de toda la referencia es la renovación que a la vida espiritual aportaron los grandes santos fundador es de órdenes, reformadores de la vida eclesiástica, de la práctica devocional profunda de la fe y de la introspección basada en la oración y la meditación. La repetida expresión del término «heroico» tiene un significado especial en la ideología de la Compañía, a más de ser una expresión hagiográfica frecuentemente referida al cumplimiento excepcional de las virtudes teologales y cardinales, y al logro de la gloria y la fama trascendentes. Es así que para San Ignacio:

  —194→  

El heroísmo espiritual se traduce en la intensidad de los actos. Quería Ignacio que los suyos se señalasen entre los héroes. Señalarse, palabra favorita del Santo, que significa distinguirse, descollar, sobresalir. «No consintáis que os hagan ventaja los hijos deste mundo en buscar con más solicitud y diligencia las cosas temporales, que vosotros las eternas».


(García Villoslada 1986: 1030-1031)                


Su admiración por el dominico Juan de Ávila se basa no sólo en la influencia determinante que ejerció en la espiritualidad de su época, sino en la gran y singular expresión cultural que significó su literatura ascética y mística durante el Renacimiento español. Recordemos que Luis de Granada escribió una biografía sobre él. Cilveti hace la siguiente consideración acerca de su importancia:

La unión de las dos tendencias (una, el misticismo radical de Santa Teresa, Osuna, Granada y algunos primitivos jesuitas como Borja y Baltasar Álvarez; otra, el ascetismo de San Ignacio) da a la obra de Juan de Ávila su carácter oscilante entre la ascética y la mística, inclinándose a la primera.


(Cilveti 1974: 183)                


Núñez enfatiza, pues, la defensa de su instituto y reitera al final la integración de los preceptos de la Compañía y del Decreto cardenalicio: «Ultimamente se debe estimar mucho la conformidad adequada de toda nuestra Regla con el Decreto, y la prudente suavidad con que se acomoda á la dispositiva capacidad de todos» (Núñez 1690: f. 35r).

La capacidad expositiva del confesor de Sor Juana logra en este texto histórico-teológico la consecución de varios propósitos: la aplicación pragmática del Decreto de los cardenales y, junto con ello, el destierro de crasos errores y malas interpretaciones de las disposiciones tridentinas; el Comulgador Penitente revela, por otra parte, a un inédito y hábil cronista de la historia eclesiástica. No menos apasionada es su faceta como apologista de su orden y como experimentado conductor de almas que encuentra en la frecuencia de los sacramentos la fortaleza de espíritu que los fieles requieren para salir triunfadores en su ancestral carrera contra el demonio. Para finalizar estas consideraciones sobre el Comulgador, quisiera reiterar lo dicho por Elías Trabulse: este escrito se asemeja más a un sermón apologético vehemente que a un tratado teológico. ¿Se puede tener mayor fineza con Dios?



  —195→  

ArribaAbajo3. Núñez y la tradición escrituraria: de los nombres de Cristo

El fervor que el padre Núñez sentía por el Sacramento del Altar es resaltado tanto por su biógrafo Oviedo como por él mismo. El primero refiere que Núñez «tenía varias consideraciones repartidas por los días de la semana para con su variedad evitar el tedio, y gustar mejor de tan soberanos mysterios» (Oviedo 1702: 175). El prefecto de la Purísima, por su parte, en la Distribucion impresa en el capítulo referente a la Comunión, indica a las religiosas que deben hacer oración a las distintas investiduras con las que Cristo aparece en el Santísimo Sacramento,

viene personalmente á cuydar de nosotros, á conservarnos adelantados, como Criador: á hacernos mercedes, como Rey, curarnos, como Medico, enseñarnos, como Maestro: apacentarnos Pastor: livertarnos Redemptor, y beatificarnos Glorificador, y muy especialmente le podeis, y debeis considerar vosotras como Esposo amante de vuestras almas, que son las siete ú ocho meditaciones, que en un quadernito de la confession y comunion, se imprimieron años passados en la Purissima, para uso, y alivio de especialmente de las Señoras Religiosas.


(Núñez 1712: 67)                


El «quadernito» al que alude Núñez es el Comulgador Penitente que, en un principio, estuvo dedicado a las monjas y posteriormente Núñez lo extiende a la devoción sacramental de todos los congregantes de la Purísima. Las consideraciones que el jesuita propone alrededor de los nombres de Cristo componen la segunda parte del Comulgador Penitente y se inscriben en una larga tradición de literatura religiosa que subraya la diversidad e importancia que en la pedagogía católica reviste la función de Cristo y su acción salvífica en las almas en la transubstanciación de la Eucaristía. Al respecto nos señala la Enciclopedia de la Religión Católica:

Muchos son los nombres con que es designado Cristo en las Sagradas Escrituras; algunos de ellos se le aplican por razón de su divinidad y otros por razón de su humanidad [...] Al tratar de Los nombres de Cristo dedicó Fray Luis de León, como es sabido, un extenso tratado en prosa así intitulado y distribuido en tres libros, cada uno de los cuales termina con la traducción de un salmo [...] Las fuentes son textos bíblicos, predominando los salmos y las epístolas de San   —196→   Pablo [...] A pesar de su notoriedad y sus méritos (el literario no es el menor) la obra no es única en su género, aunque si muy digna de ser aquí subrayada (Enciclopedia de la Religión Católica: t. V, 859 y 861 ).

Núñez se inscribe en esta larga tradición que, en esencia, corresponde a la exégesis escrituraria que conforma el grueso de la más importante literatura religiosa. Con esto queremos decir que desde la época remota de los Padres de la Iglesia, los más diversos escritos acerca de la religión como verdad revelada giran alrededor de los tratados bíblicos. Basta sólo citar a San Agustín y a San Jerónimo. Núñez borda de nuevo acerca de la significación de la presencia de Cristo en la Eucaristía. Si bien es innegable la influencia que fray Luis de León tuvo como tratadista bíblico en los siglos XVI y XVII, el jesuita se acerca más estrechamente a fray Luis de Granada y a algunos exegetas correligionarios, como son Tomás de Villacastín, Juan Eusebio Nieremberg y Francisco Arias. Como señaló también Elías Trabulse, es una afirmación sobre las «finezas» que Cristo otorga a los hombres al permanecer en el pan y en el vino.

«Los nombres de Cristo» constituye la sección más larga del Comulgador Penitente, y la segunda parte del libro que versa sobre la reflexión hacia la Eucaristía. Como palabras preliminares, y antes de abordar la devoción que para los cristianos revestían familiarmente las formas de nombrar a Cristo, que en buena parte pertenecían a la educación doctrinal de los fieles, Núñez -en su rol de maestro y predicador innato que tan bien domina- reconsidera y elabora la indeleble lección de los frutos excelsos que reciben los cristianos al practicar los sacramentos de la penitencia y la Eucaristía. El discurso de esta segunda sección gira alrededor de tres motivos primordiales para el maestro espiritual: 1) El profundo, ascético y purificador examen de conciencia que debe ejercitar el lector para establecer la pequeñez infinita de su naturaleza humana pecadora y la avasalladora generosidad amorosa de Dios, que en la persona de Cristo lo exalta a su altura por medio de la gracia sacramental. 2) La meditación devocional «hebdomadaria» como la llama Núñez, en que cada nominación diaria de los efectos espirituales que Cristo ejerce sobre el alma, refuerza en el fiel los diversos favores del Santísimo Sacramento, lo cual le otorga una diversidad pedagógica en su aprehensión de Cristo y de tan gran misterio. 3) El significado simbólico-literario que se   —197→  

ajusta a la interpretación de la Escritura, realizada por los padres de la Iglesia y otros connotados maestros de la espiritualidad católica. Desde el punto de vista retórico, se cumple con los preceptos de deleitar con la variedad y como ver en el nivel ideológico-afectivo de los signos religiosos que son los nombres de Cristo. Es así que, como señalamos anteriormente, si bien hay más coincidencia temática y doctrinal entre Núñez y Luis de Granada, además de otros autores jesuitas que hemos mencionado ya, el ejemplo clásico de fray Luis de León se transparenta en lo que bien asienta Cristóbal Cuevas:

Pero, además, con la exégesis, que, casi sin sentir, acompaña a estos textos, fray Luis quería ofrecer a sus lectores una introducción al pensamiento bíblico y patrístico, que sirviera como de compendio del dogma, la moral y la espiritualidad ortodoxa. Hay, pues, en Los nombres de Cristo un definido propósito didáctico-moral, que algún crítico ha comparado a la que anima a La imitación de Cristo.


(Cuevas, en Luis de León 1977: 38)                


Como hemos dicho repetidamente, la influencia y recurrencia del libro de Tomás de Kempis en el jesuita criollo es constante y se convierte en uno de los textos ejemplares para el Núñez teólogo, maestro y escritor.

El esquema temático que incluye el jesuita según la distribución de los días de la semana es el siguiente:

Domingo Meditación de Dios Esposo (ff. 76r-107v)
Lunes Como a Médico (ff. 107r-117v)
Martes Como a Rey (ff. 117v-128r)
Miercoles Como Maestro y Tutor (ff. 128r-136r)
Jueves Como á Pastor (ff.136 r y 143r)
Viernes Como á Redemptor y Justificador (f. 143r)
Sabado Como á Padre y Glorificador (f. 153r-153v)

Dentro de este programa devocional, el escritor sigue los lineamientos de la meditación acerca del significado de cada uno de los nombres del Redentor; asimismo es un profundo tratado de introspección espiritual para enriquecer   —198→   la disposición anímica del creyente. La sección de Cristo-Esposo es -como puede percibirse en la disposición programática- la más extensa, por haberse pensado este texto para las monjas. El mismo Núñez declara las siguientes curiosas palabras:

Como estas Meditaciones [...] se hizieron à contemplacion de dos niñas; que se criaban para Religiosas [...] se puso en primer lugar del Domingo, como la creas propria de su sagrado estado, y mas proporcionada á su Profession, y para ambos títulos la mas principal: La Meditacion de Christo, como esposo. Pero, como despues no solo pasa comunicable á hombres: sino que se da á la estampa, como explicacion propria de la Regla de la Congregacion de la Purissima: que es pura de hombres solos; sin admitir mugeres: rezeló [...] no les pareciesse á algunos, no solo desproporcionada, sino dissona, y aun indecente, suponerse un hombre aunque por sola su alma, á quien no conviene diferencia de sexos, con representacion de esposa, y vezes de muger, á que repugna [...] No obstante, ser tan comun, usual y repetida la introduccion de toda la Iglesia; y de toda alma Christiana en forma de esposa, y alegoría de bodas como se ve en el Evangelio; en las parabolas de las Virgines: Bodas del Rey etc. En todos los Prophetas, y Sapienciales [...] Y aun el Apostol San Pablo, en su Epistola á los Corinth. Cap. 11 [...] Que mucho pues, siguiessemos con la misma alegoria en estas eucharisticas, y reales bodas del Cordero Christo?


(Núñez 1690: ff. 90v- 91v)                


Estas líneas son reveladoras de la idiosincrasia social y de la mentalidad tradicional de separar tajantemente en dos categorías humanas y racionales lo masculino y lo femenino. No sólo existe «repugnancia», como señala el jesuita, sino que se manifiesta deliberadamente el prejuicio hacia la más remota señal, por más trascendente o espiritual que ésta pueda ser, hacia un acercamiento de la identidad del rol femenino con el masculino, ¡incluso tratándose de las almas!

Como expresa Núñez en la cita que reproducimos líneas arriba, la importancia y presencia del Nuevo Testamento es primordial en el desarrollo textual de las formas de nombrar a Cristo. El sentido de interpretación bíblica que más va a frecuentar el escritor en los «lugares» o citas del Evangelio es el alegórico, aunque no está ausente el sentido histórico de la interpretación, al asentar que el suceso de la «fineza» de Cristo de permanecer en el sacramento es un hecho histórico irrefutable que se repite a través de   —199→   todas las épocas, como parte de la historia de la redención del género humano.

Al lado de la autoridad evangélica, Núñez se apoya en prestigiosos autores de su orden y especialmente en el dominico Luis de Granada. Del jesuita español Tomás de Villacastín, contemporáneo de Nieremberg y muy popular en la Nueva España hasta el siglo XVIII, adopta el programa enunciativo de sus Jaculatorias deducidas de todos los puntos en las Meditaciones... Por ejemplo, al referirse a Cristo Esposo, Villacastín insiste en esos breves ejercicios mnemotécnicos de oración que son las jaculatorias, al imprimir en los fieles estas sentencias de Dios Esposo en el momento de comulgar: «Dulce Esposo de mi alma / Que la acaricies / Te ruega; porque solo / Contigo vive. La Lealtad, Mi JESUS / Que Tu le pides / Mi alma Te guardará de Esposa firme» (Villacastín 1783: 129). Núñez en el Comulgador reflexiona (dentro de la línea de las jaculatorias de Villacastín que frecuentemente parafrasea y donde podemos reconocer la palabra «fineza», como bien señala Elías Trabulse [1995: 46-55]) lo siguiente:

En el tiempo, de accion de gracias, ha de ponderar afectuosamente [...] Primero. La grandeza y soberanía de su Esposo, y de aquí el sumo respecto, con que le ha de tratar. Lo segundo: el sumo amor con que se abate á su pecho; y de aqui la fineza, con que le ha de corresponder; la fidelidad, con que le ha de servir, y la confianza, con que le puede pedir etc.


(Núñez 1690: f. 88r-88v)                


En cada una de las advocaciones de Cristo, Núñez sigue el mismo esquema a desarrollar. En primer término, alude a la indignidad del alma en relación con el divino Esposo; tomemos este ejemplo de Cristo como Médico, en el que profiere estas impresionantes y casi naturalistas palabras que son ejemplo magnífico de su estilo de convencimiento ascético para sus lectores. Es menester resaltar la alusión a los sentidos que hemos apuntado en otras partes de este trabajo, tan comunes en las composiciones de lugar de los miembros de la Compañía:

Mirate, ô alma mía, como un enfermo, en el hospital general de este mundo, tirada en el lecho inmundo de este corruptible cuerpo [...] Llena de achaques de pies a cabeza [...] Los ojos ciegos de embarrados, con las terrenas temporalidades: sin poder distinguir color de lo eterno [...] La boca zerrada à toda   —200→   buena palabra: y á todas las malas abierta: respirando corruptas hediondeces como sepulcro abierto de cuerpo repodrido.


(Núñez 1690: f. 107r)                


En segundo término, y después de la eficaz auto humillación del alma, Núñez destaca la función ejemplar y salvífica que Cristo otorga al alma en cada una de sus advocaciones. Así, cuando habla de Cristo Maestro señala:

Reconocelo, Adoralo, agradecele esta fineza. Mira que se precia de Maestro, en el Sacramento, porque tu te precias de discipulo. Por esso estando ya para instituirlo, la noche de sus finezas después de haverlos purificado, con el lavatorio de los pies, dixo á sus Discipulos: Vosotros me llamais Señor, y Maestro: y decir bien; porque de verdad lo soy. De verdad es, Maestro, porq. nos enseña las verdades mas importãtes de su fee, y ley. Oyele cõ at cion, y mira bien, lo q. allí dize y haze para imitarlo.


(ibid.: f. 129r; los subrayados son míos)                


La última fase que se busca en las advocaciones en el sentido simbólico-literario es la fase de meditación unitiva. En esta parte sobre cada uno de los días de la semana es donde podemos encontrar una similitud con las Meditaciones de la semana, uno de los textos que demuestran la gran calidad de la prosa de Luis de Granada. El dominico establece la contemplación del alma a su Redentor, siguiendo las meditaciones de la Pasión de Cristo y de las advocaciones incitadas en la reflexión de Cristo como Rey, Médico, Esposo, Cordero, Maestro y Salvador, entre otras nominaciones. El texto de fray Luis evoca el de San Ignacio de Loyola en sus meditaciones sobre la vida de Cristo. El Esposo que asume y redime las culpas de los hombres es presentado así por Granada: «Mira, pues, ¡oh ánima mía! Cómo tu dulce Esposo está puesto como blanco de tantos golpes y bofetadas como allí le daban» (Luis de Granada 1957: 590).

Estas palabras se corresponden con las reflexiones que Núñez hace en relación con los sufrimientos de Cristo por el alma. Al final de cada advocación, el jesuita insta al alma a la unión con su Salvador, como momento climático de la recepción sacramental y ejemplo del estado de unión que nos recuerda el sublime lenguaje de la unión mística. Esta consideración debe de ser tomada en cuenta como una variante más de la riqueza y diversidad de la escritura de Núñez. De él se han resaltado su férrea conminación al ascetismo   —201→   y al destierro de los vicios, sus obsesivas disertaciones acerca de la perfección de los estados, y su preferencia por la expresión catártica de la penitencia. Para sus lectores resulta novedoso este discurso de altos vuelos en el lenguaje de unión:

Pues no dudes, que en la realidad tienes dentro de tu pecho, y sobre tu corazon al mismo Señor Sacram tado, aunque aqui invisible. Abraçale y aprietale dentro de ti y goza de la avenida de sus finezas, en esta dulcissima representacion, muy de espacio.


(Núñez 1690: f. 150r)                


La palabra «fineza», favor de gracia que Dios infunde al alma en la unión, es una de las expresiones reiteradas en este tratado, que pretende y logra que Cristo en cada una de sus investiduras simbólicas se proyecte en el interior del devoto como don de amor y de unión sublimada.





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ArribaAbajoCapítulo 9

Antonio Núñez de Miranda, predicador: la exégesis pública de la palabra de Dios


Una sociedad que no leía sino libros de devoción y vidas de santos y una que otra novela no fácil de conseguir y a veces a hurtadillas, acogía los sermones como novedad y los leía y comentaba; servían como modelos para predicadores incipientes y curas de pueblo; se leían en refectorios y tertulias y corrían hasta España y Filipinas. Varios de ellos llevan notas históricas para apoyar sus afirmaciones y hasta un ambiente polémico, en afán de superación, se establece en muchos al pretender los oradores decir y proponer asuntos cada vez más originales. De aquí que lo oído o leído en un sermón no fuese palabra perdida, sino bien aprovechada; doctrina segura y veraz para los creyentes, que lo eran todos.


(Maza 1981: 121)                


Es innegable que la función de predicador tuvo una gran influencia en la cultura hispánica de los siglos XVI y XVII. No obstante su gran importancia en este contexto histórico, el sermón es uno de los géneros literarios menos estudiados por los investigadores modernos. Hay varias razones que quizá expliquen esta realidad. Una de ellas es que, sin duda alguna, al igual que los panegíricos en verso o las loas cortesanas en honor de algún poderoso, el sermón es un discurso plenamente inscrito en su tiempo y en su ámbito cultural, un género arqueológico pudiéramos decir. A esto se puede agregar su naturaleza específica de texto religioso-retórico que tal vez -se piensa- no dice mucho a los lectores actuales. Su carácter pastoral y religioso, inscrito dentro de una serie de convenciones y modelos retóricos, despierta a   —204→   veces una cierta reserva en los estudiosos de la cultura novohispana, en la que encontramos un gran número de tales escritos. Con esto quiero decir que es insoslayable la popularidad que tuvieron en su tiempo, y la función e influencia que ejercieron como discursos de poder, tanto o más importantes que los textos de los arcos, piras fúnebres y otros escritos que han atraído la atención de un gran número de investigadores. Ello se debe al espectro de preponderancia que la Iglesia tuvo sobre todos los estamentos de la sociedad, sin excluir ninguno. El mensaje de consuelo, enseñanza moral, eficacia didáctica y verdad revelada que contienen los sermones, unido a la disposición dócil y solícita de un público siempre propenso a admirar en el predicador al mensajero fidedigno de la palabra de Dios, nos ofrecen muy importantes lineamientos por los cuales transcurría su existencia pública y privada. En este sentido, también podemos afirmar que los oradores sagrados ejercían una influencia determinante para preservar la paz social, pues su función era, asimismo, contener los actos morales dentro de los cánones y dictados de la más estricta moral cristiana. A esto debemos agregar otra misión de gran importancia: salvaguardar la ortodoxia católica y la fidelidad al dogma. La predicación no fue, pues, sólo palabra de enseñanza, lo fue, ante todo, de conciencia. Así contempla Luis de Granada la importancia trascendente que reviste el predicador cuando patentiza que:

Porque siendo el principal oficio del predicador no sólo sustentar á los buenos con el pábulo de la doctrina, sino apartar á los malos de sus pecados y vicios: y no sólo estimular á los que ya corren, sino animar á correr á los perezosos y dormidos: y finalmente no sólo conservar á los vivos con el ministerio de la doctrina en la vida de la gracia, sino también resucitar con el mismo ministerio á los muertos en el pecado; ¿qué cosa puede haber más ardua que este cuidado y esta empresa.


(Luis de Granada 1900: 497)                


Uno de los roles más destacados que tuvo Núñez en su contexto y que le valió prestigio y respeto entre sus contemporáneos fue el de predicador. Ya hemos hablado de la valoración que merece ante su discípulo Sariñana y otras notables personalidades que califican sus textos. De los cuatro sermones que de él se conservan y que se encuentran entre lo más desconocido de su obra, constatamos que su participación como orador religioso se incluye en actos que podríamos designar como de poder político, tanto   —205→   eclesiástico como civil. Sabemos que, por la naturaleza absolutista del estado hispánico y los vasos comunicantes entre la ritualidad pública emanada de la autoridad civil y de la religiosa, los gobernantes de ambas esferas participaban en todos los ritos del poder. De ahí que los textos del jesuita se inserten en actos públicos de gran trascendencia en su época. Por ello, aunque consideremos a los sermones como literatura de circunstancia, esto no los priva de la significación que como acontecimiento de cultura colectiva revisten para ciertos sucesos históricos del siglo XVII. Al respecto anota Miguel Herrero García:

Este asociarse el pueblo fiel al sentir de la Iglesia [...] era logrado en los dos siglos de este Ensayo XVI y XVII, por virtud de, la sagrada predicación. Hoy se predican la mayoría de los Sermones con ocasión de novenas, octavarios, y otros cultos análogos. Entonces estos cultos eran la excepción y las festividades litúrgicas eran la ocasión ordinaria y principal de los Sermones.


(Herrero García 1942: XXIV)                


Reitero que esta investigación no ha pretendido agotar la obra del jesuita, sino más bien he intentado hacer una cala de sus textos más representativos, aunque ello no indica el que no se haya tratado de analizar la mayor parte de los escritos que de él he podido obtener. Es por esto que de los cuatro sermones ya mencionados de Núñez y que he podido conseguir, me detendré sólo en uno de ellos. Los que dejo de lado son un sermón de exequias fúnebres predicado en honor de un poderoso mecenas, el capitán Juan de Chavarría y el conocido como de los panecillos de Santa Teresa. Sobre éste ya he escrito un texto anterior (Bravo 1997). En cuanto al sermón panegírico funeral en honor de Juan de Chavarría, la maestra María Águeda Méndez ha rastreado minuciosamente en el AGN la relación entre Núñez y este potentado patrón y ha escrito un ensayo al respecto (Méndez 1999). A esta razón se añade otra de índole temática y es que en el sermón a la dedicación del templo de San Bernardo, Núñez hace también un panegírico funeral a otro poderoso mecenas de la época, el capitán don José de Retes Largache, de quien se conserva un retrato pintado nada menos que por Cristóbal de Villalpando (Gutiérrez Haces et al. 1997: 256). El estudio del tercer sermón de Núñez de Miranda, predicado en ocasión de la canonización de San Francisco de Borja y de la celebración del centenario del arribo de la Compañía de Jesús a la Nueva   —206→   España, está en prensa para el merecido homenaje internacional en honor del Dr. José Pascual Buxó.

Antes de analizar el cuarto sermón de Núñez es importante destacar que, en realidad, el tema y propósito fundamentales de la oratoria sagrada desde la época del gran semiótico y preceptista cristiano, San Agustín, es develar y explicar el sentido de las Escrituras. Es verdad, como dice el Obispo de Hipona, que la disciplina abocada en especial a esta tarea es la retórica que trata de los signos artificiales, las palabras y sus diversos significados. Como bien señala José Pascual Buxó al explicar el sentido múltiple que Agustín percibía en la Escritura:

De ahí, pues, que quienes leen inconsideradamente la Biblia, no sólo por desconocimiento de la tradición y de la lengua, sino de los diversos significados que puedan albergarse debajo de unas mismas palabras, no se percaten de los cuatro sentidos que concurren en las Escrituras: histórico, alegórico, tropológico y anagógico, de los cuales sólo el primero es propio o denotativo, siendo los tres últimos sucesivas aplicaciones del sentido figurado (Pascual Buxó 1984:170-171).

Resulta pertinente recordar que es San Agustín tal vez el padre de la Iglesia que más ejerce influencia en la retórica de los maestros de la época, como es el caso de Luis de Granada, Diego Valadés, Francisco Terrones del Caño y Martín de Velasco, entre otros.

Explicar e interpretar para los oyentes y lectores los diversos sentidos de la palabra de revelación divina -los estilos apropiados para cada una de las secciones del texto-, las partes correspondientes al orador y las divisiones propias del discurso constituyeron la preocupación esencial de los escritores y oradores sagrados. Esto explica la búsqueda de singularidad y el deseo de encontrar la eficacia de asociaciones y de hacer gala de una erudición siempre apabullante para sorprender a un público ávido de escuchar y leer la verdad irrefutable de Dios. De ahí que Luis de Granada aconseje al predicador:

que escoja, no las cosas comunes y vulgares que ocurren á cada paso, sino las muy notables y excelentes, dichas de modo que no halaguen á los oídos con el sonido y retintín de las palabras, sino que tengan fuerza y peso por la agudeza y gravedad de las sentencias, y digan mucho en pocas palabras.


(Luis de Granada 1900: 513)                


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En ocasión de la dedicación del templo de San Bernardo, en 1690, uno de los más solicitados cronistas de sucesos y fiestas oficiales, Alonso Ramírez de Vargas, recoge los principales momentos de esta magna celebración en un libro intitulado Sagrado / Padron / y / Panegyricos Sermones / A la Memoria Debida Al Sumptuoso / Magnifico Templo y curiosa Basilica del Convento / de Religiosas del glorioso Abad / San Bernardo, / Que Edificó En Su Mayor Parte el Capitan / D. Joseph de Retes Largache... Mexico, Viuda de Francisco Rodriguez Lupercio, 1691.

La dedicación de un templo revestía una singular importancia en la época colonial, pues además de congregar a todos los estamentos de la sociedad en torno al patronazgo de una advocación de Cristo, de la Virgen o de un santo, quienes se consagraban como patronos tutelares de la nueva edificación, arroja luces significativas acerca de la ciudad y la fiesta. Son de tomar en cuenta las palabras de Marco Díaz Ruiz:

Las dedicaciones de los templos de la Nueva España nos proveen de materiales informativos sobre las características de la fiesta religiosa, la variación de sus componentes, la evolución de temas, símbolos y lenguaje artístico y también nos ilustran del papel que cumple la ciudad tanto en la celebración de la fiesta como en el sentido que adquiere la obra arquitectónica.


(Díaz Ruiz 1993: 109)                


El séptimo día del octavario corresponde a la Compañía de Jesús participar en la predicación de las fiestas, y el elegido es el Muy Reverendo Padre Maestro Antonio Núñez de Miranda. El discurso del jesuita toma como punto de partida el tópico del templo, inspirado por los evangelios y por algunos pasajes del Antiguo Testamento. De nuevo vemos cómo el orador cumple con el primer precepto de partir de la Sagrada Escritura «como fuente de todo» (120), según señala Martín de Velasco, contemporáneo de Núñez, en un libro que fue muy consultado en los siglos XVII y XVIII: Arte / de Sermones, / Para / Saber hazerlos, y Predicarlos... México, 1728. Núñez sabe que este precepto retórico-literario, de partir de los lugares de la Escritura, es el primer principio de la oratoria religiosa, como lo había señalado el novohispano Diego Valadés en su Retórica Cristiana, texto que compartió con Los seis libros de la Retórica Eclesiástica de Luis de Granada, el privilegio de ser el manual de predicación favorito de los escritores de oratoria sagrada. Valadés declara:

  —208→  

La invención, parte primaria de la retórica, nos la proporcionará abundantísimamente la Sagrada Escritura, que con razón es comparada con un tesoro; pues así como cualquiera que de él puede tomar un pequeño fruto obtiene para sí muchas riquezas, así también se puede sacar de la Sagrada Escritura, aun en un breve discurso una variada cantidad de sentencias e innumerables riquezas.


(Valadés 1989: 113)                


Es importante recordar que por «invención» se entendía la elección del tema. Núñez elige el tópico del templo y lo va a desarrollar en tres direcciones: en primer término, el templo de San Bernardo que celebra su dedicación; en segundo lugar, el templo en sentido alegórico, espiritual y trascendente, trasladado simbólicamente al descrito por Ezequiel y presente en otros pasajes de la Escritura; por último, en sentido recto y figurado, el tercer templo será el que construye el difunto patrono Retes Largache con sus buenas obras, las que lo hacen trascender en la ejemplaridad de su generosidad cristiana, al poner sus riquezas al servicio de la Iglesia. Cuando Núñez alaba al mecenas, el sermón se convierte en un auténtico panegírico en honor del generoso benefactor.

La dedicación del nuevo templo se cobijó bajo el amparo de dos patronos, la Virgen de Guadalupe y San Bernardo. Tanto el convento de monjas como el templo se habían erigido desde 1636. Para finales de siglo el deterioro del templo era de tal magnitud que fue necesaria la nueva edificación. Al morir Retes Largache antes de concluir la construcción, sus herederos se comprometieron a donar la suma restante para concluir la obra. Concepción Amerlinck asienta: «Las monjas y los patronos acudieron a la nueva iglesia el 13 de junio de 1690 y el arzobispo Aguiar y Seijas la bendijo cinco días después» (Amerlinck-Ramos Medina 1995). La dedicación formal del templo tuvo legar en noviembre del mismo año, que es la festividad que nos ocupa.

Desde el exordio al sermón, Núñez de Miranda -consciente de sus dotes de orador y de la falsa modestia que se debe tener al emprender una prédica- exclama lo siguiente ante su público: «Todas vozes, y manos todas, pero manos que predican y vozes que obran [...] esto es Voz de gracia, y gracia de predicar a vozes grandes. Esta es la que yo ahora necessito, á los pies de Maria» (Núñez 1691b: f. 77v). Del exordio o introducción dice lo siguiente fray Luis de Granada: «El exordio es aquello con que el ánimo de los oyentes se dispone para oír: esto quiere decir, para que tengamos benévolos,   —209→   atentos, dóciles, á los oyentes» (Luis de Granada 1900: 554). Núñez sabía perfectamente las dotes y cualidades que poseía como orador, la atención que de sus fieles captaba y la autoridad moral y retórica que ejercía sobre su auditorio. En él se cumplen a la perfección las palabras de su admirado maestro Luis de Granada.

Este texto asume una especial importancia por ser, hasta donde sabemos ahora, el único que este jesuita criollo dedica a la Virgen de Guadalupe. El orador se basa en la etimología de su nombre y en el hecho de que junto a las monjas, sus «Angelical vigias», la Virgen ahuyenta al lobo infernal. Asimismo alude claramente a la ceremonia oficial de dedicación del nuevo templo bajo el auspicio de la Guadalupana:

Al oir el dulcissimo nombre de MARIA, tiemblan los demonios y concurren los Angeles volando; y por esso, y para esso la acclama nuestra Madre la S. Iglesia en la dedicación de los t_plos, y consagracion de los Altares».


(1691 b: f. 79v)                


También celebra con regocijo el Fecho de que la Virgen «sale» de su templo original del Tepeyac para asentarse en la nueva edificación: «y es que no fueron San Bernardo y sus Virgines al templo de Guadalupe, sino que este se les vino aca, como volando con las floridas alas del Seraphin de sus pies» (f. 80v). El predicador se detiene también en el otro patrón San Bernardo, quien, como se sabe, es uno de los más importantes autores marianos. De él dice Gilles Chazal:

Entre las numerosas razones que reafirman la celebridad de san Bernardo figura la devoción que sentía por María. El abate de Clairvaux es uno de los más grandes promotores del culto mariano en Occidente. Gracias a él, también en la Divina Comedia (Paraíso, 31), Dante se hace introducir ante el trono de la reina del cielo (Chazal 1994: 248).

Gustaba, en forma especial, de hablar de la gloria y de los méritos de la Virgen María, mediadora entre Jesús y la Iglesia, protectora de la humanidad:

En los peligros, la angustia y las incertidumbres, piensa en María, invoca a María. [...] Si ella te apoya, no caerás; si ella te protege, no tendrá nada que temer; si imitas su conducta, no temerás la fatiga; con su protección llegará a buen puerto.


(Homilías, super Missus est, II, 17) (Chazal 1994: 248)                


  —210→  

Al hablar del santo y del convento de monjas a él dedicado, Núñez de Miranda alude al culto que éste profesó a María y a Jesús, y construye el siguiente y muy eficaz juego verbal, que confirma su dominio como buen maestro de la palabra:

Jesus y María como gemelos nardos atraxeron al veré Nardo de Claraval, Bernardo, que con la misma fragancia se atraxo á sus vere-Nardinas Virgines: las quales bolviendose de imitacion sobre el primer Virginal Nardo de María, cerraron la cadena de nardinos preciosos eslabones con que traxeron voluntariamete encadenada á María de Guadalupe con su Templo.


(1691b: f. 85r)                


En este párrafo se observa el símbolo del nardo como flor de pureza, representado en una triple designación: la de la Virgen, la de San Bernardo y la de las religiosas. Al establecer el símil entre la Madre de Dios y el templo, el predicador manifiesta que es Ella misma el tabernáculo del Redentor: «Y quando ó para que le impuso Dios este nombre? Quando eligiendola por Madre consagró su vientre virginal en casa de pureza, casa de Virgines» (f. 79r). Al ser la Virgen templo primordial de Cristo y de la Iglesia se hace, por ende, renovada la alusión a las monjas que ahuyentan al Demonio. La consideración es perfecta para reafirmar y extender la carga semántica del nombre de María de Guadalupe en las religiosas que son, asimismo, tabernáculo de pureza y enemigas de los lobos infernales.

La dedicación del nuevo templo fue tan celebrada que la Fénix de México, al igual que sus contemporáneos y atenta siempre a los grandes acontecimientos del poder eclesiástico y civil, escribió sus célebres Letras Sagradas en la Celebridad de la Dedicacion de la Iglesia del Insigne Convento de Monjas Bernardas de la Imperial Ciudad de Mexico. Son en total treinta y dos las que Sor Juana compuso para esta gran ocasión. De esta larga serie de poemas reproducimos de la Letra XII la primera cuarteta de las Coplas: «A Vuestro Nombre María, / Bernardo le da su Templo: Que no le tenia por suyo / Hasta tenerle por vuestro» (Juana Inés de la Cruz 1995: 88).

El Estribillo de la Letra XVI alude directamente a la festividad celebrada; en él Sor Juana describe el regocijo colectivo:


En la Dedicacion festiva del Templo
Le daba alabanças a Dios todo el Pueblo,
—211→
Y en las bocas de todos sonaban los ecos:
Que no, no sea menos en el nuestro.
       Cantemos, cantemos,
Y a Dios suban las vozes de los afectos.
       Cantemos, cantemos,
Y nuestras Oraciones sirvan de Incienso,
Que vozes lleguen al Trono Supremo.
      Cantemos, cantemos, cantemos.


(Juana Inés de la Cruz 1995: 92)                


Considero que al lado de la prosa oratoria de su confesor y antagonista, los espléndidos versos de la monja son la mejor referencia testimonial de la dedicación al nuevo y suntuoso templo de María y San Bernardo.

El segundo gran tópico del sermón de Núñez de Miranda es la analogía que el predicador establece entre el nuevo templo y algunos lugares del Antiguo y del Nuevo Testamento. En el primer caso, el orador se detiene en Ezequiel; en el segundo, es San Pablo en su Primera Carta a los Corintios, quien lo inspira para hablar del templo interior.

Al referirse a la magnificencia de la iglesia de San Bernardo, Núñez lo compara con la muy compleja visión que el profeta Ezequiel contempla sobre el Nuevo Templo. Escrupuloso y profundo conocedor del uso de los «lugares comunes» bíblicos y de las analogías figuradas y simbólicas que de ellos se desprenden, el autor anuncia en una apostilla al texto su intención literaria: «Entrada á la alegórica acomodacion del T_plo de Ezechiel con esta explicacion allegorica, y aplicacion acomodaticia [...] del T_plo de Ezechiel a este» (f. 74v). En este anuncio retórico del jesuita podemos observar dos aspectos fundamentales: el seguimiento de un tópico bíblico ajustado al sermón y el sentido figurado que se va a establecer entre el referente real de la dedicación de la iglesia de San Bernardo-Guadalupe y el nivel alegórico del pasaje escriturario. El orador inicia su símil con la descripción del templo magnífico asociado con el sentido acomodaticio, analógico en su seguimiento del texto testamentario:

O que T_plo! Que precioso! Que asseado! Que costoso y magnifico! Digno, por cierto de que (si con la licencia oratoria) podamos discurrir sin excesso,   —212→   que nos lo dibujó con allegoricas sombras; é illuminó con luces acommodaticias, Ezechiel en los capítulos 40, 41 y 42 de su mysteriosa prophecia.


(f. 74v)                


Es en verdad interesante la asociación o «sentido acomodaticio» que el predicador establece entre la visión bíblica y la iglesia barroca. Núñez se explaya y deleita cuando realiza una ajustada paráfrasis del templo de Ezequiel, al describir sus medidas, orientación y las puertas que lo componían, De esta capacidad de Núñez para glosar a los autores bíblicos damos el siguiente ejemplo. Ezequiel refiere lo siguiente al hablar del lugar interior done los sacerdotes realizan sus oficios:

Cuando los Sacerdotes entren allí no saldrán al atrio exterior sin haberse despojado antes de sus vestiduras litúrgicas usadas en el servicio divino, porque estas vestiduras son sagradas. Para estar en los lugares destinados al pueblo se pondrán otras vestiduras.


(Ezequiel, 42: 14)                


En Núñez leemos lo siguiente: «Estas son al pie de la letra las Sacristías, donde se revisten y desnudan los Sacerdotes, y aquí son dobladas, una interior en la clausura, para las Religiosas, otra exterior para los Sacerdotes y Ministros» (f. 75r). Es precisamente, en la distribución minuciosa y plena de significación de los espacios que Ezequiel da a su templo, cuando el jesuita introduce el ámbito sagrado de la clausura femenina. En el libro de Ezequiel se les esta escritura reveladora:

El interior del templo, las salas de entrada del atrio, los umbrales, las ventanas enrejadas, y las galerías de tres pisos, comenzando desde la entrada, todo ello estaba revestido de madera: desde el suelo hasta las ventanas, e incluso las mis mas ventanas, todo estaba revestido de madera.


(Ezequiel, 41: 16-17)                


Esta descripción da pie al orador para asociar la distribución interior del templo presentado en el Antiguo Testamento con la del claustro de las monjas bernardinas. Vincula lo descrito por el profeta con los espacios del convento y su función de salvaguardar a las religiosas de las miradas profanas. El claustro es una especie de recinto privilegiado, puro e inviolable en el que permanecen las Esposas de Cristo:

Y la razon motiva de estas ventanas, o tribunas, dize Menochio, era porque desde abaxo, ó desde el suelo del atrio no pudiessen ser vistas del Pueblo las   —213→   Virgines dedicadas en el Templo á Dios, y las otras mugeres que concurrían á hazer oracion desde alli al Sancta Sanctorum [...] para que desde el suelo del atrio, Basílica; ó Templo interior, no pudiessen ser vistas del concurso popular las Virgines [...] Gynizeo de las virgines, y mugeres continentes que se dedicaban á servir á Dios.


(f. 76r)                


Núñez deslinda a la perfección los espacio rituales: el exterior es el profano, en el que están los fieles, el pueblo todo; el interior es el sagrado, en el que las religiosas, al servicio de su celestial Esposo, habitan sin ser percibidas por ojos mundanos. Es así que el jesuita otorga especial énfasis a la distribución de los espacios, sin olvidar la función que tiene el templo para convocar y contener al pueblo. La jerarquización ceremonial de la iglesia recién dedicada se propone en la preparación litúrgica de lo sagrado.

Cuando el predicador habla del «templo interior», más adelante en su prédica, le otorgará un nuevo sentido, tomado ahora del Nuevo Testamento, e inspirado en la autoridad indiscutible de San Pablo. Así, Núñez, desde el punto de vista literario y retórico, se nutre en las dos vertientes de la Escritura: la del Antiguo y la del Nuevo Testamentos. El apóstol, en la Primera Carta a los Corintios, homologa a los fieles con el receptáculo o templo donde habita Dios. Sus palabras son una sentencia contundente: «¿No saben que son templos de Dios, que el Espíritu de Dios habita en ustedes? Si alguno destruye el templo de Dios, Dios lo destruirá a él, porque el templo de Dios es santo, y ese templo son ustedes» (Corintios, I, 3: 16-17). Al respecto, el Diccionario Bíblico Manual asienta lo siguiente:

Jesús respeta el Templo pero condena toda clase de formulismo religioso, anuncia la destrucción del Templo; al mismo tiempo habla en una forma nueva de su cuerpo como Templo. Con este Templo Dios ha creado un nuevo signo de su presencia. Desde la unión con Cristo, se explica que la iglesia se entienda a sí misma como Templo espiritual. Y que incluso cada cristiano sea Templo de Dios, Templo del Espíritu Santo.


(314)                


De esta manera, y fiel a la enseñanza de San Pablo, Núñez de Miranda establece un nuevo símil doctrinario y didáctico, de teólogo pastoral, y mueve a sus oyentes a que se comparen con el nuevo templo de Guadalupe, para que los fieles sean receptáculos vivientes de Cristo:

  —214→  

Y á nosotros nos enseña el grande respecto que hemos de tener á nuestras almas; el summo cuydado de purificarlas, y cõservarlas limpias de todo pecado, y adornarlas con todas las virtudes, que conducen al perfecto cumplimiento de nuestras obligaciones: y con mas pavorosa reverencia los que frequentamos la comunion; pues recibimos el Cuerpo de Cristo, como racionales tabernaculos, y custodias progressivas, llevando á Christo Nuestro Señor presente en nuestras almas.


(f. 82r)                


Con estas palabras, el orador sagrado cumple dos propósitos fundamentales: imitar a las virtudes y alejar de los vicios a sus oyentes, como indica Francisco Terrones del Caño en su Instrucción de Predicadores, cuando ordena que el principal propósito del predicador debe ser: «persuadir virtudes y disuadir vicios» (Terrones 1946: 22). El otro objetivo, más importante aún, es el de transmitir a sus oyentes la misión altísima de su alma como templo de la divinidad y hacerlos partícipes del Cuerpo místico de Dios que para la iglesia es la colectividad cristiana.

El último de los temas tratados por Núñez es el panegírico funeral al difunto patrón Joseph de Retes Largache. De nuevo se establece otro símil entre el templo que el acaudalado vasco patrocinó, y él mismo. Son sus buenas obras que lo trascienden en la ejemplaridad de su generosidad cristiana al oponer sus riquezas al servicio de la Iglesia. Para este parangón no hay una mejor analogía que Zaqueo, el rico del Evangelio de San Lucas, a quien Jesús encuentra a su entrada a Jericó (Lucas 19: 1-9). El recaudador de impuestos, subido en un árbol, observa pasar al Salvador, quien le pide que lo reciba en su casa. Zaqueo, convertido por la presencia de Jesús, ofrece dar la mitad de sus bienes, y declara arrepentido:

y si engañé a alguien, le devolveré cuatro veces más [...] Jesús le dijo. Hoy ha llegado la salvación a esta casa, pues también éste es el hijo de Abrahán. Pues el hijo de hombre ha venido a buscar y salvar lo que estaba perdido.


(loc. cit.)                


Núñez analoga al rico del Evangelio con el patrón vasco, y establece las siguientes libres e imaginativas asociaciones:

El Capitan Joseph de Retes si que era el rico [...] no tanto por el grueso caudal, que tenia bien ganado; quanto, por averlo partido, y repartido con Dios y con sus pobres. Cavallero de la Cruz roxa de Santiago, del espada representada en   —215→   el arbol cruzado de Zacheo; pero con una preciosa differencia de ventaja: y es que Zacheo subió á la Cruz, y baxó de priessa à dedicarle á Christo un Templo; pero acá la Cruz ennoblecida, se le subió à los pechos para moverle dignificado el corazon, á que edifficasse este Templo á Dios, con el melifluo nombre de Maria de Guadalupe, en honra del melifluo Padre San Bernardo; para la celeste familia de sus Angelicas Virgines.


(Núñez 1691: f. 74v)                


En esta parte del exordio el orador cifra todo su desarrollo programático posterior: la identificación entre el rico real y el del Evangelio. En diversos géneros literarios -como son los tratados teológicos y los sermones- podemos constatar que aunque las Escrituras son el punto de partida y la fuente discursiva original de la textualidad, los autores siempre acuden a maestros, padres de la Iglesia y teólogos, con los cuales coinciden en la interpretación del Evangelio. En el caso de Núñez se percibe la semejanza interpretativa entre él y el también jesuita Luis de la Puente. Veamos cómo funciona esta concordancia discursiva entre ambos. Núñez inicia así su texto:

Entrado Jesus en Jerichó, passeaba la Ciudad: como Medico divino de la vida [...] Divisó y de prodigio no un enfermo agonizando, sino un muerto en pie, andando por las calles: un Principe Publicano de Principales pecadores. Llamabase Zacheo.


(1691b: f. 74r)                


Deseamos reiterarla frecuencia retórica, doctrinal y discursiva que tenían los Nombres de Cristo, de los que ya hablamos en el capítulo anterior. Su importancia reside esencialmente en que son lugares comunes de procedencia escrituraria que otorgan variedad argumentativa y autoridad eclesiástica a los autores que a ellos acuden. De la Puente, en otra obra maestra proveniente de las filas de los teólogos de la Compañía, Meditaciones Espirituales, habla asimismo de la acción taumatúrgica de Cristo, tanto en lo corporal como en lo espiritual:

En esta respuesta (Hoy ha venido la salud a esta casa) se ha de ponderar cómo Cristo Nuestro Señor aprobó este deseo de Zaqueo, y santificó no solamente a él sino a toda su familia, porque El es la verdadera salud, entrando en su casa toda la salva y la santifica tomándola por suya.


(Puente 1900: t. 11, 316-317)                


En Núñez se advierte más intensidad y patetismo en el grado límite de presentar a Zaqueo como muerto en vida, lo que magnífica el impacto no   —216→   sólo de la curación, sino de la conversión que se opera de un pecador a un justo. En sentido anagógico de iluminación espiritual, y para llegara un modo superior de existencia, es una inspiración salvífica la que transforma la muerte espiritual en bienaventuranza eterna. Como dice de la Puente, tanto Zaqueo como Retes transforman su casa, es decir, su interior, en receptáculo de Cristo. De nuevo se oye el eco de San Pablo: el alma del justo y del bienaventurado es templo donde habita Dios.

El sermón concluye cuando el jesuita retoma y asocia los tópicos entre el generoso mecenas muerto y el templo erigido. El discurso se magnifica y se eleva ya no sólo a una significación alegórica basada en las Escrituras, sino en el sentido anagógico de una Jerusalén trascendente que ubicará su geografía espiritual en el reino celestial, representado en el nuevo templo:

Por esto, y para esto es edificio vivo, formado de piedras vivas, q. las mismas por su pie, y por mano elevadas se vuelan a su celeste edificio, como dixo de experiencia la segunda piedra deste mismo edificio N. P. S. Pedro.


(1691b: f. 96r)                


En Pedro (2: 5) se lee esta exhortación dirigida a los cristianos: «también ustedes mismos como piedras vivas, van construyendo un templo espiritual dedicado a un sacerdocio consagrado, para ofrecer, por medio de Jesucristo, sacrificios espirituales agradables a Dios».

El sermón logra su clímax cuando se habla explícitamente de la Nueva Jerusalén que no sólo es el templo edificado por Retes Largache, sino el conjunto de fieles que acuden a la celebración litúrgica marcada por la dedicación de la nueva iglesia. Sin embargo, el autor eleva al mecenas sobre todos los fieles, porque, según él, ha asegurado la bienaventuranza divina con sus buenas obras:

Este es el quinquegesimo de Jubileo, en que vino el Espiritu Santo á bendecir los Templos espirituales de nuestras almas, purificandolos de toda culpa, adornandolos con todas las virtudes, cõsagrandolos con su gracia; para dedicarlos en la eterna Jerusalen; donde piadosa, y Christianam_te podemos y debemos creer está gozãdo de Dios nuestro Patron, con el premio de su ajustado proceder, y largas limosnas, y con singularissimo gozo; de el fruto de este magnifico Templo que allá le pagará el Señor liberal, como acostumbra.


(ibid.: f. 97r)                


No deja de ser impresionante cómo ante sus oyentes el jesuita, casi con certidumbre, reserva la gloria a Retes Largache, por haber sido un rico liberal para la Iglesia. El oyente y el lector, con la elocuente retórica de Núñez de Miranda, lo saben un nuevo miembro de la Jerusalén celestial. Estas palabras son un estímulo para todos los potentados que deseen ganar la gloria. Pero no sólo eso, en este acto público Núñez de Miranda fusiona no sólo lo terreno con lo eterno, las almas-tabernáculos de los fieles, en especial la del mecenas con el nuevo templo, sino que proclama, ante el arzobispo y ante las demás figuras de poder novohispanas que asisten al solemne acto, la razón de ser de la Iglesia como institución eterna. En sus palabras subyace la apoteosis de la Iglesia militante y triunfante. Es así como la dedicación de un nuevo templo se confirma como una alegoría perfecta de la Fe y del Dogma.





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