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ArribaAbajoLa fuerza del viento


ArribaAbajo   En una humilde aldea el Jueves Santo
la pasión predicaban y, entre tanto,
los payos del lugar que la escuchaban
a lo vivo la acción representaban,
imitando los varios personajes  5
en la figura, el gesto y los ropajes.
Para el papel sagrado
de nuestro Redentor crucificado
eligieron un mozo bien fornido
que, en la cruz extendido  10
con una tuniquita en la cintura,
mostraba en lo restante su figura,
a los tiernos oyentes, en pelota,
para excitar su compasión devota.
La parte de María Magdalena  15
se le encargó a una moza ojimorena,
de cumplida estatura
y rolliza blancura,
a quien naturaleza en la pechera
puso una bien provista cartuchera.  20
Llegó el predicador a los momentos
en que hacía mención de los tormentos
que Cristo padeció cuando expiraba
y su muerte los orbes trastornaba.
Refirió, entusiasmado,  25
que con morir aniquiló el pecado
original, haciendo a la serpiente
tragarse a su despecho, aunque reviente,
la maldita manzana
que hizo a todos purgar sin tener gana.  30
Esto dijo de aquello que se cuenta,
y después su fervor aún más aumenta
contando los dolores
de la Madre feliz de pecadores,
del Discípulo amado,  35
y, en fin, del sentimiento desgarrado
de la fiel Magdalena,
la que, entre tanto, por la iglesia, llena
de inmenso pueblo, con mortal congoja
los brazos tiende y a la cruz se arroja.  40
Allí empezó sus galas a quitarse
y en cogollo no más vino a quedarse,
con túnica morada
por el pecho escotada
tanto que claramente descubría  45
la preciosa y nevada tetería.
Mientras esto pasaba,
el buen predicador siempre miraba
al Cristo, y observó que por delante
se le iba levantando a cada instante  50
la tuniquilla en pabellón viviente,
haciendo un borujón muy indecente.
Queriendo remediarlo
por si el pueblo llegaba a repararlo,
alzó la voz con brío  55
y dijo: Hermanos, el vigor impío
de los fieros hebreos se aumentaba
al paso que la tierra vacilaba
haciendo sentimiento,
y la fuerza del viento  60
era tal, que al Señor descomponía
lo que sus partes púdicas cubría.
Apenas oyó Cristo este expediente
cuando, resucitando de repente,
dijo al predicador muy enfadado:  65
- Padre, el juicio sin duda le ha faltado.
¿Qué viento corre aquí?, ¿qué berenjena?,
¿las tetas no está viendo a Magdalena?
Hágala que se tape,
si no quiere que el Cristo se destape  70
y eche al aire el gobierno
con que le enriqueció su Padre Eterno.




ArribaAbajoLa postema


ArribaAbajo   Érase en una aldea
un médico ramplón y a más casado
con una mujer joven y no fea,
la que había estudiado
entre los aforismos de su esposo  5
uno u otro remedio prodigioso
que, si él ausente estaba,
a los enfermos pobres recetaba.
Su caridad ejercitando un día
la señora Quiteria, éste es su nombre,  10
vio que a su puerta había
un zagalón, ya hombre,
que a su esposo buscaba
porque alguna dolencia le aquejaba.
Parecía pastor en el vestido,  15
y a Febo en la belleza y la blancura,
mostrando en su estatura
la proporción de un Hércules fornido,
tanto, que la esculapia, alborotada,
cayó en la tentación. ¡No somos nada!  20
Hizo entrar al pobrete,
ya con mal pensamiento, en su retrete,
en donde le rogó que la explicase
la grave enfermedad que padecía,
porque sin su marido ella podía  25
un remedio aplicar que le curase.
- ¡Ay, señora Quiteria!, el zagal dijo,
yo por lo que me aflijo
es por no hallar remedio suficiente
para el mal que padezco impertinente.  30
Sepa usté, pues, que así que me empezaron
las barbas a salir y me afeitaron,
también me salió vello
alrededor de aquello,
y cátate que, a poco, tan hinchado  35
se me puso que... ¡vaya!,
no podía jamás tenerlo a raya.
Yo, hallándome apurado
y de ver su tiesura temeroso,
pensé y vine a enseñárselo a su esposo,  40
el cual me lo bañó con agua fría,
con que se me aflojó por aquel día;
pero después a cada instante ha vuelto
el humor a estar suelto
y es la hinchazón tremenda.  45
Dijo, y sacó un... ¡san Cosme nos defienda!
tan feroz, que la médica al mirarlo
tuvo su cierto miedo de aflojarlo;
pero venció el deseo
de gozar el rarísimo recreo  50
que un virgo masculino la promete
cuando la vez primera empuja y mete.
A este fin, cariñosa,
dijo al simple zagal: - ¡Ay, pobrecito,
una postema tienes! Ven, hijito,  55
ven conmigo a la cama; haré una cosa
con que, a fe de Quiteria,
se te reviente y salga la materia.
El pastor inocente
a la cura se apresta  60
y ella, regocijada de la fiesta,
le dio un baño caliente,
metiendo aquello hinchado
en el... ya usted me entiende acostumbrado,
con una habilidad tan extremada  65
y tales contorsiones,
que dejó la postema reventada
con dos o tres o más supuraciones.
Fuese el zagal y, a poco, volvió un día
a la casa del médico, que estaba  70
sentado en su portal cuando llegaba;
y, viéndole venir, con ironía
díjole: - ¡Hola!, parece, por tu gesto,
que se te ha vuelto a hinchar... Pues entra presto,
te daré el baño de aguas minerales  75
que suaviza las partes naturales.
A que el pastor responde: ¡Guarda, Pablo!,
para postemas, que reciba el diablo
ese baño que aplasta y que no estruja.
¡Toma!, cuando arrempuja  80
la señora Quiteria,
me la revienta y saca la materia.




ArribaAbajoLa reliquia


ArribaAbajo   Un confesor gilito
en opinión de santidad estaba,
por lo que despachaba
de penitentes número infinito.
Además, este padre reverendo  5
llevaba en un remiendo
de su negra pretina
cosida una reliquia peregrina
con muchas indulgencias
que evitaban penosas penitencias  10
siempre que con dos dedos la tocaba
al tiempo de absolver al confesado,
y así todo pecado
con esta ceremonia perdonaba.
De clases diferentes  15
el número creció de penitentes,
sabiendo la excelencia
de la nueva indulgencia
que este varón profundo
igualmente aplicaba a todo el mundo.  20
Una moza morena
llegó a sus plantas, de pecados llena,
con ojos tentadores, talle listo,
y unas tetas que hicieran caer a Cristo,
pues, conforme a la moda,  25
ya en taparlas ninguna se incomoda.
Empezó a confesarse
y, así que llegó al sexto mandamiento
de torpes poluciones a acusarse
con tanta contrición, que el movimiento  30
de su blanca pechera
simpatizó del fraile el instrumento,
como era natural, de tal manera
que le causó cuidado
sentírselo de pronto tan hinchado.  35
La iglesia estaba oscura,
la gente no era mucha y, temeroso
de más descompostura,
el bendito varón acudió ansioso
al corriente remedio  40
de empuñar con recato por en medio
el miembro rebelado;
y esto fue tan a tiempo ejecutado,
que hizo un memento homo
pasándole la mano por el lomo.  45
La moza acabó en tanto
su confesión, y dijo al varón santo:
- Écheme, padre mío,
la sacra absolución en que confío,
y aplíqueme, le ruego, la indulgencia  50
que su reliquia tiene,
pues la virtud que en ella se contiene
puede excusar más grave penitencia.
Oyendo estas razones,
de su meditación medio aturdido  55
el fraile volvió en sí dando un ronquido;
sacó de sus calzones,
para absolver, la mano humedecida;
tocola en la reliquia consabida
y, en vez de bendición, echó rijoso  60
a la moza un asperges muy copioso.
- ¡Jesús!, ella exclamó, ¿para qué es esto
que me ha echado en la cara?
Sintiera que pegado se quedara,
pues parece de gomas un compuesto.  65
A que respondió el fraile: - Eso, sin duda,
es, ¡ay!, que ha cometido un gran pecado,
hermana, y perdonárselo ha costado
tanto, que a mares la reliquia suda.




ArribaAbajoEl ajuste doble


ArribaAbajo   A casa de una moza un estudiante
llegó, pobre y tunante,
y por poco dinero
le pidió algún carnal desaguadero.
- No puedo socorrerle en ese apuro,  5
ella le dijo, sin que pague un duro;
o lo hago más barato,
porque anda malo el tiempo y malo el trato.
Llevaba el estudiante únicamente
el duro que la moza le pedía,  10
mas no le convenía
gastarle en un desagüe solamente,
y así la respondió: Por el dinero
no habrá dificultad; pero primero
haga la diligencia  15
menor en su orinal a mi presencia;
que yo, viendo su líquida corriente,
conozco si el rincón está doliente.
- En eso no hay reparo,
la moza replicó. Luego la hizo,  20
y el estudiante avaro
con esto su deseo satisfizo,
porque una tercia y algo más sacando
y el orinal alzando
empuñó la cualquiera,  25
diciendo en su función pasamanera:
- Con caldo se contentan mis culadas,
porque valen muy caro las tajadas.
La moza, de la treta arrepentida,
le dijo: - No prosiga, por su vida,  30
que yo no tengo el corazón tan duro
y se lo empuñaré por medio duro.
Al punto el estudiante, alborozado,
el partido aceptó, y en el estrado
junto a ella se coloca,  35
a su arbitrio dejando la bicoca.
La moza, con despejo,
ya le afloja o aprieta,
ya le pliega el pellejo,
y en sus pasavolantes  40
también dio en trastear con los colgantes.
En tanto que él se holgaba,
ella atenta observaba
el crítico momento
de la expulsión; y a cierto movimiento  45
que hizo el pobre estudiante indicativo,
tapando el agujero expeditivo
le dijo: Señor guapo,
si no me dais un duro, no destapo.
Él, viéndose burlado en tal aprieto,  50
la dijo: Te lo doy si te lo meto,
pues el ajuste doble que propones
no es justo si debajo no te pones.
La moza, que lo mismo deseaba
para probar la pieza que empuñaba,  55
se convino al instante
a la proposición del estudiante,
y quitose la ropa
en una santiguada,
y, cogiendo la paga deseada,  60
tendiose y la metió bajo su popa,
y se prestó después al regodeo
de su carnal deseo.
Y en tanto que retoza
y en ondulantes giros se alboroza,  65
el estudiante, que acabó primero,
cogió con disimulo su dinero;
mas, cuando iba a marcharse,
le echó menos la moza al levantarse
y le dijo: Detente,  70
porque se me ha perdido
el duro que me diste;
ayúdame a buscarle.
A que él repuso: En ti podrás hallarle,
pues como con tal furia te moviste,  75
si bajo las nalgas le has metido
le encontrarás en ellas derretido.




ArribaAbajoLa receta


ArribaAbajo   De histérico una monja padecía
y ningún mes contaba
las calendas purpúreas que aguardaba.
Al convento asistía
un médico arriscado  5
que por su ciencia conoció el estado
de la joven paciente
y cuál era el remedio conveniente.
Y con oculta treta,
en papel reservado  10
entregole a la sor como receta
cuyo expedito y breve contenido
de esta manera estaba concebido:
«Contra ese flato histérico receto
un fregado completo  15
en aquellos canales
que los censos expelen mensuales.
Yo, para esta faena,
una tienta de carne tengo buena,
con que ofrezco curarla  20
y la matriz al par deshollinarla».
Esto leyó la monja y, afanosa
de cobrar su salud, pensó una cosa
con que deshollinada
quedase con la tienta deseada.  25
Para ello, de repente,
con más fuerza el histérico accidente
fingió, de tal manera
que mandó la abadesa se trajera
el médico al momento,  30
y, sin desconfianza, en el convento
le pidió que quedase
en tanto que la monja peligrase.
Llegó la media noche y las campanas
a maitines tocaron;  35
las piadosas hermanas
de sus celdas al coro se marcharon,
quedando con la enferma una novicia
de bastante malicia
y el médico ajustándose su cuenta  40
de cómo engañaría a la asistenta.
Ésta, que recelaba el torpe empeño,
fingió ceder al sueño
y vio que el esculapio prontamente
montaba a la paciente  45
y que ella culeaba
mientras él la estrujaba
tanto, que la pobreta
tragaba suspirando la receta.
La novicia, por no llevar el gorro,  50
gritó: - ¡Hermanas, socorro!
¡Acudan, que este médico maldito
a nuestra hermana pincha el conejito!
Por pronto que a esta voz saltó del lecho
el agresor sin consumar el hecho,  55
las monjas, que volaron
a la celda llegando a tiempo, vieron
lo que nunca tuvieron
y siempre desearon:
hallaron a la enferma destapada;  60
vieron, ¡ay!, enristrada
la tienta valerosa
del médico en el aire y que, furiosa
porque su ocupación se lo impedía,
con todas juntas embestir quería.  65
A tal vista, una clama: - ¡Es un impío!
Otra dice: ¡Qué escándalo, Dios mío!
Otra, con mayor celo, repetía
que sobre sí el delito tomaría
para evitar que luego  70
llegue sobre el convento a llover fuego.
En tanto que gritaban, la abadesa
llegó dándose priesa
en brazos de dos monjas apoyada,
con el peso encorvada  75
de ochenta y cinco años,
que le habían causado, entre otros daños,
almorranas, ceguera,
algo de perlesía y de sordera,
y una pronunciación intercadente  80
por hallarse su boca sin un diente.
Ésta, pues, enterada de la culpa,
vio que la delincuente se disculpa
mostrando la receta,
y adivinó que el médico operaba  85
con la tienta que en ella insinuaba.
La abadesa, discreta,
de la verdad queriendo cerciorarse,
en la nariz montó los anteojos,
que eran auxiliadores de sus ojos;  90
mandó luego acercarse
al galeno que estaba bien armado
por no haber la receta consumado,
y, alzándole deprisa
el cumplido faldón de la camisa,  95
exclamó con presteza:
- ¡Bendígaselo Dios!, ¡soberbia pieza!
La de mi confesor, que pincha y raja
con dos palmos del vello a la cabeza,
es un meñique al lado de esta alhaja.  100




ArribaAbajoLa poca religión


ArribaAbajo   En la Puerta del Sol, según costumbre,
haciendo el corro andaba
por la noche una moza
que, aunque ya poca lumbre
este oficio la daba,  5
siempre la que lo ejerce en él se goza.
Al dar una virada,
se halló de cierto quídam abordada,
que, pidiendo matute,
acompañarla quiso complaciente;  10
y ella, sin que en la paga le dispute,
a su casa condujo al pretendiente.
Los muebles que tenía por adorno
eran un lecho grande y elevado,
sillas en su contorno  15
y una mesa, la cual el convidado,
porque cenar quería,
hizo cubrir de bodrios de hostería.
Los dos solos cenaron,
y a pasar se dispuso  20
toda la noche allí, según el uso,
el pagano; mas luego que llegaron
al momento festivo de acostarse,
vieron un hombre por la alcoba entrarse,
que, sacando un colchón del alto lecho,  25
lo echó al suelo y tendiose satisfecho.
Al verle el convidado,
a la moza le dijo, algo aturdido:
- ¿Quién es este señor recién venido?
Y ella le respondió: Deja el cuidado,  30
porque ése es mi marido
que viene a recogerse
y en nuestra diversión no ha de meterse.
- Con todo, yo me voy, él la replica,
que no quiero que turbe mi descanso.  35
- No hagas tal, que es muy manso,
ella le dice, y esto no le pica;
que ya en él es costumbre
vivir de su profunda mansedumbre.
Apaga la luz pronto,  40
y acostémonos ya; no seas tonto.
El hombre obedeció y entró en la cama;
pero, apenas la luz hubo apagado,
cuando el marido exclama:
- ¡Hay tal bellaquería!  45
¡Echarse de esta suerte, sin decoro!
¡Vaya, que semejante picardía
no pienso que se hiciese ni en el moro!
- ¿Lo ves?, dijo a la moza el convidado.
¡Si esto era demasiado  50
para que lo sufriera!
- ¡Toma! Pues... si lo sufre de cualquiera...
yo no sé, repetía la señora,
por qué el bellaco se alborota ahora.
Mas el pagano resolvió, no obstante,  55
marcharse, y al paciente
le demandó perdón humildemente;
a lo cual respondiole el buen marido:
- Hombre, no se levante,
que a mí no me ha ofendido  60
porque con mi mujer dormir pretende;
sólo la poca religión me ofende
con que, habiendo apagado
la luz, en un momento
no diga: «Sea bendito y alabado  65
el Santo Sacramento».




ArribaAbajoAl maestro, cuchillada


ArribaAbajo   Allá en tiempos pasados
salieron desterrados
de la Grecia los dioses inmortales.
Un asilo buscaban,
cuando en nuestro hemisferio se fundaban  5
diversas religiones monacales,
y entre ellas, por gozar la vita bona,
se refugió el dios Príapo en persona.
De tal deidad potente el atributo
con que hace cunda el genitario fruto,  10
es que todo varón que esté en su vista
siempre tenga la porra tiesa y lista.
Conque de esta excelencia
sintiendo la influencia,
en todos los conventos donde estaba  15
el vigor de los frailes se aumentaba
de modo que las tapias eran pocas
para tener a raya sus bicocas.
Furibundos salieron y atacaron
a roso y a velloso;  20
pero, aunque más metieron y sacaron,
el efecto rijoso
o por eso cedía
y cada miembro un roble parecía.
El dios Príapo al momento  25
vio que este monacal levantamiento
sus fuerzas desairaba,
pues más que él cualquier fraile trabajaba,
y por miedo a los rudos empujones
de tales campeones,  30
abandonarlos luego
pensó, tomando las de Villadiego.
Fuese, por no pasar el tiempo en vano,
a un convento de monjas de hortelano;
pero cuando las madres recogidas  35
sintieron de tal dios las embestidas,
crecieron sus deseos
a par de los continuos regodeos,
tanto que al huésped molestando andaban
y a puto el postre daban y tomaban.  40
Entre ellas el potente fornicario
todavía estuviera
si un caso extraordinario
por su influjo viril no sucediera;
y fue que, como siempre en los conventos  45
hay algunos jumentos,
en éste dos las monjas mantenían
que los trabajos de la huerta hacían;
ítem más, un verraco había en ella,
de gordura hecho pella,  50
y un choto ya mancebo
que para procrear tenía cebo.
Por desdicha, los pobres animales
sintieron los impulsos naturales
del dios que los cuidaba,  55
y al tiempo que en la huerta paseaba
la femenil comunidad en tropa,
oliendo que eran hembras en la ropa,
el cerdo con gruñidos,
el choto con balidos,  60
y los asnos a dúo rebuznando
y sus virotes a lucir sacando,
tras de las monjas daban
y, aunque corriesen, bien las alcanzaban;
pero como enfilarlas no podían,  65
en el suelo caían,
donde el polvo, esperma y otras cosas
las dejaban molidas y asquerosas.
Entonces protección al hortelano
pedían, pero en vano,  70
porque a los animales su presencia
aumentaba la gana y la potencia.
Así que esto las madres conocieron,
por el maligno a Príapo tuvieron,
que, después de gozarlas,  75
enviaba el Señor a castigarlas.
Conque, dando al olvido
los méritos del dios antecedentes,
después de que le hubieron despedido
quisieron, penitentes,  80
de su buen confesor aconsejadas,
sólo por éste ser refociladas.
Príapo, despechado,
se marchó a la mansión de un purpurado
de geniazo severo,  85
donde entrar pretendió de limosnero.
El señor cardenal con mil dolencias
se hallaba, de sus obras consecuencias,
con tres partes de un siglo envejecido
y en la cama impedido,  90
cuando sus pajes en la alcoba entraron
y al pretendiente dios le presentaron.
Ya había en ellos hecho
la presencia del huésped buen provecho
inflamando sus flojas zanahorias  95
de suerte que, tornando a la antesala,
las empuñaron con primor y gala
y se hicieron sus cien dedicatorias.
En tanto, el cardenal, que estaba a solas
con Príapo, sintió que se estiraba  100
el cutis arrugado de sus bolas
y que se le inflamaba
tanto su débil pieza,
que enderezó la prepucial cabeza.
Hallose, finalmente, como nuevo  105
y, echándole al mancebo
una ardiente ojeada,
saltó del lecho, la camisa alzada,
cerró la puerta y atacó furioso
a Príapo a traición, que, valeroso  110
vio que era, en tal apuro,
descubrirse el remedio más seguro.
En efecto, impaciente
se desataca y muestra de repente
al cardenal impío  115
por miembro un mastelero de navío.
Quedose estupefacto el purpurado
porque, a su vista, el suyo viejo y feo
era lo mismo que poner al lado
del Coloso de Rodas un pigmeo;  120
y mucho más, oyendo que decía
el dios: - ¡Habrá mayor bellaquería!
Sacrílega Eminencia,
Eminencia endiablada,
¿quieres dar al maestro cuchillada?  125
Sepas que es mi presencia
la que tu miembro entona,
porque soy el dios Príapo en persona:
las cópulas protejo naturales,
pero no los ataques sensuales  130
de puerca sodomía;
y, pues gozar ojete es tu manía,
quédese el tuyo viejo,
que en sempiterna languidez lo dejo.
- ¡No, por la diosa Venus!, humillado  135
exclamó el cardenal. ¡A ti, postrado,
dios de fornicación, perdón te pido!
Mis sucias mañas echaré en olvido;
pues, más que en flojedad tan indecente,
quiero tenerlo tieso eternamente.  140




ArribaAbajoEl cuervo


ArribaAbajo   En un carro manchego
caminaba una moza inocentona
de gallarda persona,
propia para inspirar lascivo fuego.
El mayoral del carro era Farruco,  5
de Galicia fornido mameluco,
al que, en cualquier atasco, daba asombro
verle sacar mulas y carro al hombro.
Un colchón a la moza daba asiento,
porque el mal movimiento  10
del carro algún chichón no la levante.
(Lector, es importante
referir y tener en la memoria
la menor circunstancia,
para que, por olvido o ignorancia,  15
la verdad no se olvide de esta historia.)
Yendo así caminando,
vieron un cuervo grande que, volando,
a veces en el aire se cernía
y otras el vuelo al carro dirigía.  20
- ¡Jesús, qué pajarraco tan feote!,
dijo la moza. ¿Y ese animalote
qué nombre es el que tiene?
- Ése es un cuervo, respondió el arriero;
embiste a las mujeres y es tan fiero  25
que las pica los ojos, se los saca,
y después de su carne bien se atraca.
Oyendo esto la moza y reparando
que el cuervo se acercaba
al carro donde estaba,  30
tendiose en el colchón y, remangando
las faldas presurosa,
cara y cabeza se tapó medrosa,
descubriendo con este desatino
el bosque y el arroyo femenino.  35
Al mirarlos Farruco, alborotose;
subió sobre el colchón, desatascose,
sacó...¡poder de Dios, qué grande que era...!
y a la moza a empujones
enfiló de manera  40
que del carro los fuertes enviones,
en vez de impedimento,
daban a su timón más movimiento.
Y en tanto que él saciaba su apetito,
ella decía: - ¡Sí, cuervo maldito,  45
pica, pica a tu antojo,
que por ahí no me sacas ningún ojo!




ArribaAbajoLa sentencia justa


ArribaAbajo   A cierta moza un húsar, y no es cuento,
porque le socorriese en sus apuros
del carnal movimiento,
le prometió ocho duros
y después sólo cuatro la dio en paga.  5
La moza, descontenta
con esta trabacuenta,
para que por justicia se le haga
aflojar lo restante,
fue a querellarse de él al comandante.  10
Era éste un hombre adusto,
pero en sus procederes siempre justo,
y antes de oír a la moza querellante
quiso que el húsar fuese allí al instante.
Presentose, en efecto, el demandado  15
y, siendo preguntado
por su jefe de dónde provenía
la deuda que tenía
con aquella señora,
el húsar respondió: Diga ella ahora,  20
si lo tuviese a bien, de qué dimana
una deuda que puede ser liviana.
- No tengo impedimento,
la moza dijo entonces. Sabrá usía
que yo alquilé al señor un aposento  25
que vacío tenía
para que en él metiese ciertos trastos
que dijo le causaban muchos gastos;
me ofreció media onza por la renta
y ahora con la mitad pagarme intenta.  30
Calló, y el húsar luego
empezó su defensa con sosiego,
diciendo: Aunque es verdad que ése fue el trato,
me salía más caro que barato,
porque yo solamente  35
pude meter un trasto estrechamente
en el zaquizamí que me alquilaron;
conque si di por esto
la mitad de la renta, fue bastante,
y no creo que el resto  40
me obligue ahora a pagar mi comandante.
A que la querellante, sofocada,
replicó: Esa excepción no vale nada,
pues si tuvo el señor por oportuno
de sus trastos dejar alguno fuera,  45
no se quedó ninguno
por no tener en donde lo metiera;
que yo desocupada
otra pieza inmediata le tenía,
que, aunque es un poco oscura y jaspeada,  50
para los que sobraban bien servía.
No dijo más, ni el húsar dijo respuesta
que su defensa hiciese manifiesta,
por lo que el comandante
esta sentencia pronunció al instante:  55
- Vaya usted, señor húsar, y en la pieza
que la señora dice, con presteza,
meta todos sus trastos por entero
y páguela completo su dinero.




ArribaAbajoEl raigón


ArribaAbajo   Mientras ausente estaba
un pobre labrador de su alquería,
su mujer padecía
dolor de muelas. Esto lo causaba
un raigón que, metido  5
en la encía, tenía carcomido.
En el lugar hacía de barbero
un mancebo maulero
a quien ella quería,
por lo cual mandó a un chico que tenía  10
le buscase y dijese
que a sacarla un raigón luego viniese.
El rapabarbas, como no era payo,
vino con el recado como un rayo,
y para hacer la cura  15
se encerró con la moza. ¡Qué diablura!
A veces son los niños de importancia
para que en la ignorancia
no se queden mil cosas
picantes y graciosas;  20
digo esto porque nunca se sabría
lo que el barbero con la moza hacía
a no ser por el chico marrullero,
que curioso atisbó en el agujero
de la llave la diestra sacadura  25
del raigón. Repitamos: ¡qué diablura!
La operación quirúrgica acabose
y el barbero marchose
dejando a la paciente mejorada,
mas del tirón bastante estropeada,  30
mientras el chico, alerta,
a su padre esperó, puesto a la puerta.
Éste, a comer viniendo presuroso,
preguntole al muchacho cuidadoso:
- ¿Está mejor tu madre?  35
Y el chico dijo: Ya está buena, padre,
porque a poco que vino
el barbero a curarla
quiso el raigón sacarla,
y se encerraron para... ya usté sabe.  40
Bien que yo, por el ojo de la llave,
pude con disimulo
ver que no sacó muela,
sino que estuvo... amuela que te amuela,
dale... y la sacó al fin de junto al culo  45
un raigón... de un tercia, goteando,
con sus bolas colgando;
y al mirarlo, en voz alta
dijo mi madre: "¡Ay, cómo me hace falta!".
En todas ocasiones,  50
al buen entendedor, pocas razones;
dígolo porque, luego
que éstas oyó el buen hombre, echando fuego
por los ojos, a su hijo:
- Ve corriendo, le dijo;  55
di al barbero que en nada se detenga
y a sacarme un raigón al punto venga,
que yo entre tanto prevendré una estaca;
veremos si se lleva lo que saca
ese bribón malvado  60
cuando hace falta lo que se ha llevado.
Partió a carrera abierta
el chico, y con la tranca de la puerta
el padre prevenido,
a quien le había así favorecido  65
con intención dañosa
esperó, sin decir nada a su esposa.
Erramos los mortales
en nuestros juicios intelectuales,
bien el proverbio aquí lo manifiesta:  70
«Quien con niños se acuesta...»
Pues, como iba diciendo de mi cuento,
el chico en un momento,
llegó a la barbería,
llamó al autor de la bellaquería  75
y le dio su recado.
El hombre, descuidado,
tomó capa y gatillo,
y ya se iba a marchar con el chiquillo
cuando, por su fortuna,  80
de sus ventosidades soltó una;
lo que el muchacho oyendo
le dijo sonriendo:
- Bien puede usted, maestro, ahora aflojarse,
que pronto ha de ensuciarse,  85
pues mi padre, enfadado,
del raigón que a mi madre le ha sacado
porque falta le hacía,
la tranca de la puerta prevenía;
y es que, sin duda intenta  90
de lo que usté sacó tomarle cuenta.
Cuando esto oyó el barbero,
soltó capa y sombrero
y le dijo: Para esa paparrucha
no es menester que vaya yo. Hijo, escucha:  95
corre y dile a tu padre
que le meta a tu madre,
si le hace falta, en el lugar vacío,
otro raigón que tiene igual al mío.




ArribaAbajoLos relojes del soldado


ArribaAbajo   Dieron alojamiento
a un tunante sargento
en la casa de cierta labradora,
viuda, joven, con humos de señora,
cuyo genio intratable  5
en breve con su huésped se hizo amable,
habiendo reparado
que era rollizo, sano y bien formado;
tanto, que dijo para su capote:
"¡Vaya!, tendrá un bellísimo virote".  10
Al tiempo que cenaron,
mil pullas a los dos se les soltaron;
y después el sargento
dijo: - Patrona mía, lo que siento
es que mi compañía  15
marcha al romper el día,
por lo cual tendré que irme tempranito,
y quizá no habrá en este lugarcito
un reloj de campana
que se oigan dar las tres por la mañana.  20
- Aunque no haya ninguno,
la viuda respondió, yo tengo uno
en mi corral guardado,
que es más fijo que el sol por lo arreglado:
mi gallo, que no atrasa ni adelanta,  25
porque a la aurora sin falencia canta.
- Yo también, respondiola prontamente
el sargento, un reloj conmigo tengo
que, cuando está corriente,
todas las horas da que le prevengo;  30
pero para arreglarle
es preciso las péndolas colgarle,
dándolas movimiento
mientras que el minutero toma asiento,
que, en teniéndole a gusto,  35
apunta bien y da las horas justo;
mas yo, solo y cansado,
no le puedo poner en tal estado.
- Lo hará el señor sargento con mi ayuda,
le dijo la viuda.  40
- Tanto mejor, exclama
el tunantón, pero será en la cama.
Y no lo dijo en vano,
que, tomándola luego de la mano,
al lecho la conduce  45
y, halagándola, pronto la reduce
a que en forma se ponga:
el minutero mete,
las péndolas le cuelgan y arremete
tan firme a la patrona a troche y moche,  50
que dio todas las horas de la noche.
Gustosa la viuda, aunque cansada,
vino a dormirse hacia la madrugada;
y también el sargento, sin cuidado,
en el gallo fiado,  55
cogió el sueño, contento
de la repetición del movimiento.
Ya bien entrado el día,
le despertó la prisa que tenía
de marcharse temprano,  60
porque no cantó el gallo o cantó en vano;
y viendo que ya había falta hecho,
al corral fue derecho,
pilló al pobre reloj de carne y pluma,
y con presteza suma  65
el pescuezo torciole
y en el morral, colérico metiole.
Queriendo antes de irse
de su amable patrona despedirse,
volvió a entrar en la alcoba  70
y encontró a la muy boba
destapada y despierta;
conque cerró la puerta
y, montándola presto,
le dijo: Mi reloj se ha descompuesto  75
otra vez y, antes de irme en tal estado,
quiero que me lo pongas arreglado.
La dócil labradora
lo arregló y le hizo dar la última hora;
y él, de la compostura agradecido,  80
tomó la puerta habiendo concluido.
Mas ya en la calle, díjola en voz alta:
- Si su reloj, patrona, le hace falta,
no se la dé cuidado.
porque andaba también algo atrasado,  85
y yo para ponerlo como nuevo,
en mi morral a componer lo llevo.




ArribaAbajoDiógenes en el Averno


ArribaAbajo   El cínico Diógenes de Atenas
con su filosofía
hizo, mientras vivió, mil cosas buenas,
siendo su gran manía
ponerse a procrear públicamente  5
a sol radiante y a faldón valiente.
Decía: - No es razón que a ver a un hombre
morir se junten tantos
y el ver fabricar otro les asombre
para que hagan espantos.  10
¡Ay, ya murió este sabio, y su tinaja
le sirvió de sepulcro y de mortaja!
Libre, después, del natural pellejo,
descendió a la morada
de las errantes sombras, y el buen viejo  15
la halló tan embrollada,
que mandó de su cóncavo profundo
la relación siguiente a nuestro mundo.
Dice, pues, que llegando del Leteo
a la terrible orilla,  20
vio al anciano Carón, pálido y feo,
sentado en su barquilla,
procurando con mano intermitente
dar a su seco miembro un emoliente.
Las sombras de los muertos se agrupaban  25
en fantásticas tropas;
con ademanes lúbricos se alzaban
las funerarias ropas,
y trabajaban hembras y varones
en dar el ser a mil generaciones.  30
Atónito Diógenes severo,
esperó a que acabara
su operación prolífica el barquero
para que a la otra orilla le pasara.
El cual, luego que tuvo a bordo al sabio,  35
le dijo así con balbuciente labio:
- ¡Oh, cínico filósofo! Has llegado
en un día al Averno
de polución, pues hoy está ocupado
el gran Plutón eterno  40
en procrear tres furias inhumanas,
porque están las Euménides ya ancianas.
A este fin, en su lecho, a lo divino
embiste a Proserpina,
y, en tanto, sus vasallos del destino  45
seguimos la bolina.
Bien puedes tú, pues hoy no han de juzgarte,
en los Campos Elíseos embocarte.
Dijo, y le desembarca al otro lado.
Diógenes, siguiendo  50
su camino, gustoso y admirado,
las obras iba viendo
del lujurioso influjo entre los diablos
de aquellos oscurísimos establos.
El Can Cerbero y la Quimera holgaban  55
en lúbrico recreo;
las hijas de Dánao se lo daban
a Ixión, a Prometeo,
a Tántalo, a Sísifo y a otros muchos
condenados espectros y avechuchos.  60
Minos también, y Caco, y Radamanto,
alcaldes infernales,
a las tres viejas Furias entre tanto
atacaban iguales,
y Diógenes a todos, satisfecho,  65
al pasar les decía: ¡Buen provecho!
Por último, a Plutón y Proserpina
llegó a ver en la cama,
armando, al engendrar, tal tremolina
entre sulfúrea llama,  70
que sus varias y bellas contorsiones
imitaban culebras y dragones.
En vez de semen, alquitrán vertían;
moscardas les picaban;
los fétidos alientos que expelían  75
el Averno infestaban;
y, por suspiros, daban alaridos
de su placer furioso poseídos.
Aquí exclamó Diógenes, y acaba
su relación con esto:  80
- ¡Qué bien hacía yo cuando engendraba
públicamente puesto!
¡No ocultéis más, mortales, un trabajo
que hacen diablos y dioses a destajo!




ArribaAbajoLa medicina de san Agustín


ArribaAbajo   En la ciudad alegre y renombrada
que riega, saltarín, Guadalmedina,
empezó a padecer de mal de orina
una recién casada
de edad de veinte años,  5
a quien vinieron semejantes daños
de que su viejo esposo,
setentón lujurioso,
por más esfuerzos que a su lado hacía
y con sus refregones la impelía  10
al conyugal recreo,
jamás satisfacía su deseo,
quedando a media rienda el pobrecito
con un moco de pavo tan maldito,
que la moza, volada,  15
enfermó de calor. ¡Ahí que no es nada!
Era harto escrupulosa
la requemada esposa,
y, por calmar su ardor la penitencia,
frecuentaba los santos sacramentos  20
pensando que aliviaran su conciencia
ciertos caritativos argumentos
con que un fraile agustino
daba lecciones del amor divino.
Refiriole afligida  25
las fatigas que el viejo impertinente,
su esposo, aunque impotente,
la obligaba a sufrir y que, encendida,
después que la atentaba
y de asquerosas babas la llenaba,  30
en el crítico instante
la dejaba ardorosa y titilante.
(Y aquí, lector, no cuento
lo que también contó de un sordo viento,
fétido y asqueroso,  35
que expelía en la acción su anciano esposo,
caliente y a menudo;
mas por mí no lo dudo,
porque la edad en tales ocasiones
afloja del violín los diapasones).  40
Volvamos sin tardanza
al agustino, que entendió la danza
y la dijo: Esta tarde
a solas quiero, hermana, que me aguarde
en su cuarto y haré que el mal de orina  45
se le cure con una medicina
que el gran padre Agustín, santo glorioso,
a nuestra religión dejó piadoso.
En esto concertados,
el bravo confesor y la paciente  50
a la tarde siguiente
en una alcoba entraron, y, encerrados
allí, Su Reverencia
a la joven curó de su dolencia
con un modo suave  55
y al mismo tiempo vigoroso y grave.
Entre tanto, el esposo
con un médico había, cuidadoso,
consultado los males
que su mujer sufría tan fatales  60
y a su casa consigo le traía
a tiempo que salía
de ella el buen confesor, gargajeando
y de la fuerte operación sudando.
Sin detenerse el viejo en otra cosa,  65
entró y dijo a su esposa:
- Mira, hijita, qué médico he buscado,
que dejará curado
ese tu mal de orina
aplicándote alguna medicina.  70
Y ella al galeno entonces, muy serena,
dijo: No es menester, que ya estoy buena;
mi enfermedad penosa
ha cedido a la fuerza milagrosa
que San Agustín puso en los pepinos  75
de los robustos frailes agustinos.




ArribaAbajoOnce y trece



I

ArribaAbajo   Con un robusto fraile carmelita
se confesaba un día una mocita
diciendo: - Yo me acuso, padre mío,
de que con lujurioso desvarío
he profanado el sexto mandamiento  5
estando con un fraile amancebada,
pero ya de mi culpa me arrepiento
y espero verme de ella perdonada.
- ¡Válgame Dios!, el confesor responde
encendido de cólera. ¿Hasta dónde  10
ha de llegar el vicio en las mujeres,
pues sacrílegos son ya sus placeres?
Si con algún seglar trato tuviera,
no tanta culpa fuera,
mas con un religioso... Diga, hermana:  15
¿qué encuentra en él su condición liviana?
La moza respondiole compungida:
- Padre, hombre alguno no hallaré en vida
que tenga tal potencia.
Sepa Su Reverencia  20
que mi fraile, después que me ha montado
trece veces al día, aún queda armado.
- ¡Sopla!, dijo admirado el carmelita.
¡Buen provecho, hermanita!
De tal poder es propio tal desorden;  25
de once... sí... ya los tiene nuestra orden,
cuando alguno se esfuerza...
pero ¡trece!... jerónimo es por fuerza.


II

   La casa de una moza visitaba
un jerónimo grave con frecuencia,  30
y en ella muchas veces exaltaba
de su orden poderosa la excelencia.
Entre las propiedades que elogiaba
con más grave fervor Su Reverencia
era la de las fuerzas genitales,  35
en que son los jerónimos brutales.
- Ya sé, dijo la moza, que infinitas
son las fuerzas de tropa tan valiente,
pues de los monacales las visitas
sacian a la devota más ardiente;  40
si hacen once los padres carmelitas,
los jerónimos trece comúnmente;
pero trece, por más que se pondera,
es docena de frailes cualesquiera.
- Ese refrán no prueba lo bastante,  45
el jerónimo dijo algo picado.
Mas un convenio hagamos al instante
que mi instituto deje acreditado,
y es que, después que juguetón y amante
la docena del fraile te haya echado,  50
por cada vez de más que te lo haga
una onza de oro me darás en paga.
- Está muy bien; acepto ese partido,
la moza replicó. Mas convendremos
en que si de las trece que ha ofrecido  55
falta alguna, la falta ajustaremos
a onza de oro, cual yo he prometido.
- Sea en buen hora y juntos dormiremos,
respondió el reverendo complacido,
pues si esta noche en mi convento falto  60
es para conseguirle honor más alto.
Hecho el trato, a las doce se acostaron;
matan la luz, empiezan las quimeras,
y ocho postas seguidas galoparon
sin dar paz a riñones ni a caderas;  65
mas luego que la nona comenzaron
paró la moza sus asentaderas,
porque la pobre ya más no podía.
¡Tan duro y firme el fraile lo tenía!
En fin, al ser de día, el religioso  70
corrió la posta trece por entero
y de la moza el chisme cosquilloso
uso como de patos bebedero.
Ella, viendo el estado vigoroso
del fraile y en peligro su dinero,  75
pretextando un aprieto no decente,
saliose de la alcoba prontamente.
Buscó y llamó en silencio a su criada;
contole del concierto el mal estado
y que ella no se hallaba para nada  80
porque el fraile la había derrengado;
mas que, por no quedar avergonzada,
el recurso que había imaginado
era que sin chistar corriendo fuera
y en la cama con él se zambullera.  85
Una yesca encendía el fraile en tanto,
y el pedernal con lumbre brilladora
a la criada al entrar dio tal espanto
que, volviéndose, dijo a su señora:
- ¡Ay, que es su aquél como un brazo de santo!  90
¡Lo he visto y no me atrevo a entrar ahora,
pues a lo tieso al fraile se le junta
que le está echando fuego por la punta!




ArribaAbajoLa oración de san Gregorio


ArribaAbajo   Un cura y su criada en una aldea
la noche de difuntos
se calentaban juntos
al fuego de una grande chimenea.
La doncella era joven y graciosa  5
tanto como inocente,
y el cura un hombre ardiente,
de barriga y gordura prodigiosa,
porque siempre estos bienaventurados
son de salud por el Señor colmados.  10
Al ir al dormitorio,
la mujer dijo al cura, compungida:
- ¡Ay, Señor!, estarán en la otra vida
almas del Purgatorio
esta noche esperando  15
los sufragios que allí vayan llegando
de unas y otras gentes,
para subir al Cielo,
y, aunque he rezado yo por mis parientes,
no sé si este consuelo  20
lograrán por mis cortas oraciones,
porque eso también anda en opiniones.
- Cierto, la dijo el cura suspirando,
desnudo ya, subiéndose a la cama
y sus formas rollizas enseñando;  25
cierto que no hay sufragios suficientes
para sacar las ánimas benditas
de la llama cruel del Purgatorio,
si no es cierta oración de San Gregorio
que consigue indulgencias infinitas.  30
Cada vez que se reza por un alma,
sube al instante al Cielo con su palma;
mas no puede rezarse
sino entre dos al tiempo de acostarse.
- ¡Oh!, si en esto consiste,  35
respondió la doncella,
señor cura, por Dios que la recemos
entre los dos y luego dormiremos;
iranse por mis padres aplicando
al tiempo de ir rezando.  40
- Bien. Aunque tengo sueño, dijo el cura,
lo haré porque te estimo:
acuéstate a mi lado
y no tengas cuidado
si en medio del fervor a ti me arrimo,  45
porque estas oraciones
tienen su ahogo y sus espiraciones.
Con arreglo a las tales circunstancias,
rezaron juntos la oración primera,
que se aplicó a la madre  50
de la pobre soltera,
y ella exclamó: Prontito por mi padre
recemos, señor cura, que no dudo,
por el placer que el rezo me ocasiona,
que mi madre en el Cielo se corona.  55
Como mejor se pudo,
y a fe que bien lo hicieron,
después rezando fueron
por los tíos, hermanos
y parientes lejanos  60
de que se fue acordando la mozuela,
y en fin sólo un abuelo
faltaba de tan larga parentela
que conducir al Cielo.
El cura, ya cansado  65
porque había salvado
con su santa faena
diez ánimas en pena,
por más que se afanaba,
se encendía y sudaba  70
y mil esfuerzos con vigor hacía,
arrancar aquel muerto no podía.
Y la moza, notando
esta falta, le dijo: ¿Qué?, ¿mi abuelo
no ha de subir al Cielo?  75
A que respondió el cura desmontando:
- No, porque él no rezaba a san Gregorio.
Déjalo que se esté en el Purgatorio.




ArribaAbajoLos nudos


ArribaAbajo   Casarse una soltera recelaba,
temiendo el grave daño que causaba
el fuerte ataque varonil primero
hasta dejar corriente el agujero.
La madre, que su miedo conocía,  5
si a su hija algún joven la pedía
con el honesto fin del casamiento,
procedía con tiento,
sin quitarle del todo la esperanza,
hasta que en confianza  10
al galán preguntaba sigilosa
si muy grande o muy chica era su cosa.
Luego que esta cuestión cualquiera oía,
alarde al punto hacía
de que naturaleza  15
le había dado suficiente pieza.
Quién decía "yo más de cuarta tengo";
quién "yo una tercia larga la prevengo";
y un oficial mostró por cosa rara
un soberbio espigón de media vara.  20
Tan grandes dimensiones iba viendo
la madre y a los novios despidiendo,
diciéndoles: - Mi niña quiere un hombre
que con tamaños tales no la asombre:
un marido de medios muy escaso;  25
y así, ustedes no sirven para el caso.
Corrió en breve la fama
del extraño capricho de esta dama,
hasta llegar a un pobretón cadete
que, luego que lo supo, se promete  30
vivir en adelante más dichoso
llegando con astucia a ser su esposo.
Presentose en la casa
y, lamentando su fortuna escasa,
dijo que hasta en las partes naturales  35
eran sus medios en pobreza iguales.
Oyendo esta noticia,
la madre le acaricia,
y, como tal pobreza la acomoda,
al cadete en seguida hizo la boda.  40
Ajustada conforme a su deseo,
en la primera noche de himeneo
se acostó con su novio muy gustosa,
sin temor, la doncella melindrosa;
mas, apenas su amor en ella ensaya,  45
cuando enseñó el cadete un trastivaya
tan largo, tan rechoncho y desgorrado,
que mil monjas le hubieran codiciado.
La moza, al verlo, a todo trapo llora;
llama a su madre y su favor implora,  50
la que, en el cuarto entrando
y de su yerno el cucharón mirando,
empezó del engaño a lamentarse
diciendo que le haría descasarse.
Y el cadete, el ataque suspendiendo,  55
así la habló, su astucia defendiendo:
- Señora suegra, en esto no hay engaño;
yo no le haré a mi novia ningún daño,
porque tengo un remedio
con que el tamaño quede en un buen medio.  60
Deme un pañuelo; me echaré en la cosa
unos nudos que escurran, y mi esposa,
según que con la punta yo la incite,
pedirá la ración que necesite.
Usté, que por las puntas el pañuelo  65
tendrá para evitar todo recelo,
los nudos, según pida, irá soltando
y aquello que la guste irá colando.
No pudiendo encontrar mejor partido,
abrazaron las dos el prevenido:  70
al escabullo encajan el casquete,
y la alta empresa comenzó el cadete.
Así que la mocita
sintió la titilante cosquillita,
a su madre pidió que desatara  75
un nudo, para que algo más entrara.
Siguieron la función según se pudo,
a cada golpe desatando un nudo,
hasta que al fin, quedando sin pañuelo
el potente ciruelo  80
dentro ya del ojal a rempujones,
apenas ver dejaba los borlones.
Mas ella, no saciando su apetito,
decía: ¡Madre, quite otro nudito!
A que exclamó la vieja, sofocada:  85
- ¡Qué nudo ni qué nada!
Ya no queda ni nudo ni pañuelo,
que estás con tu marido pelo a pelo.
- ¡Cómo!, la hija respondió furiosa.
¿Pues qué hizo usté de tan cumplida cosa?  90
¡Ay, Dios se lo perdone!,
siempre mi madre mi desdicha fragua;
todo lo que en las manos se le pone
al instante lo vuelve sal y agua.