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ArribaAbajoLa vieja y el gato


ArribaAbajo   Tenía cierta vieja de costumbre,
al meterse en la cama,
arrimarse en cuclillas a la lumbre,
en camisa, las manos a la llama.
En este breve rato,  5
le hacía un manso gato
dos mil caricias tiernas:
pasaba y repasaba entre sus piernas.
Y como en tales casos la enarbola,
tocaba en cierta parte con la cola.  10
Y la vieja cuitada
muy contenta decía: - Peor es nada.




ArribaAbajoEl avaro y su mujer


ArribaAbajo   Un avariento casado
a su mujer le decía:
- Tú me cuestas cada día
un doblón, ¡caro bocado!
Cada mes te he visitado  5
dos veces: en conclusión,
cada vez a la razón
de tres onzas.
- ¡Lindo chiste!,
dice ella. ¿Y en qué consiste
que yo te salga a doblón?  10




ArribaAbajoLa vergüenza


ArribaAbajo   En casa de un labrador
vivían Blas y Lorenza;
se profesaban amor,
pero él tenía vergüenza
y ella tenía rubor.  5

   A la aurora en el corral
se encontraron en camisa.
El encuentro fue casual;
cubriose ella a toda prisa
la cosa con el pañal.  10

   Turbado Blas desde luego
se remanga el camisón,
y de vergüenza hecho un fuego
tápase con el faldón
y como ella queda ciego.  15

   Al huir tropieza Blas
con la cuitada Lorenza,
y... ¡válgate Barrabás!
Yo también tengo vergüenza;
o me atrevo a contar más.  20




ArribaAbajoLas hijas del pobre


ArribaAbajo   Tenía cierto pobre vergonzante
una alforja detrás, otra delante,
y colocaba con cuidado en ellas
a dos hijas muy bellas,
que muchos para mover los corazones  5
suelen valerse de tales aprensiones,
o por mejor guardallas o escondellas.
Le preguntó un curioso: - ¿Son doncellas?
A lo que respondió como hombre ya maduro:
- Por la que va delante lo aseguro,  10
porque siempre a la vista yo la llevo;
por la que va detrás, yo no me atrevo.




ArribaAbajoLa mercadera y el tuno


ArribaAbajo   En un día muy festivo
estaba una mercadera
entada en silla poltrona
a la puerta de su tienda.
Su postura era chocante  5
porque tenía ambas piernas
demasiado separadas,
y así con razón se lleva
la atención de los que pasan.
Entre todos uno llega  10
que le dice: - Señorita,
cierre usté luego la puerta,
que hoy no se puede vender
porque es de precepto fiesta.
Conociendo la tal dama  15
dónde el dicho se endereza,
porque era bien advertida,
respondió: - Señor Babieca,
usted no sea ignorante,
y para adelante sepa  20
que estos postigos se abren
tan sólo para las fiestas.
Y el tunante la replica:
   - Si eso es lo que usté desea,
avise y se las haré  25
de la suerte que las quiera.




ArribaAbajoLa confesión


ArribaAbajo   Confesándose un soldado
dijo muy arrepentido:
- Acúsome que he jodido
un barril de bacalao.
El fraile, muy admirado,  5
le preguntó: - ¿Cómo ha sido?
-Porque el barril he robado,
en la plaza le he vendido,
del dinero que me han dado
varias veces he jodido,  10
aunque no con gran exceso.
-Toma, toma, dijo el padre,
según eso,
si se ajustan cuentas mías,
también habré yo jodido  15
más de cuatrocientas misas.




ArribaAbajoEl brocal


ArribaAbajo   El pozo de los padres trinitarios
tuvo brocales varios:
ya de mampostería,
ya de piedra de buena sillería,
en fin de berroqueño le pusieron,  5
el último que eterno ellos creyeron;
pero tal faena de sacar agua
en el convento había,
que al año ya tenía
el brocal una brecha grande y buena.  10
- ¡Virgen!, el superior
dijo al saberlo,
que no sé ya de qué materia hacerlo
para que no se roce o desmorone.
Llamar al albañil en el momento  15
a ver de qué dispone
se haga el brocal al pozo del convento.
El albañil llamado
al punto fue enterado,
y dijo: - Aquí lo que conviene  20
es hacer un brocal como el que
tiene mi mujer,
que ha veinte años cabalmente
que echo por él la soga de frecuente
con dos cubos que al par le han golpeado,  25
y ni una pizca se ha desmoronado.




ArribaAbajoEl sombrerero


ArribaAbajo   A los pies de un devoto franciscano
se postró un penitente. - Oiga, hermano,
¿qué oficio tiene?
- Padre, sombrerero.
- ¿Y qué estado?
- Soltero.
- ¿Y cuál es su pecado dominante?  5
- Visitar una moza.
- ¿Con frecuencia?
- Padre mío, bastante,
sin poderme curar de esta dolencia.
- ¿Cada mes?
- Mucho más.
- ¿Cada semana?
- Aún todavía más.
-Ya... ¿cotidiana?
 10
-Hago dos mil propósitos sinceros,
pero...
- Explíquese, hermano, claramente,
¿dos veces cada día?
- Justamente.
- Pues, ¿cuándo diablos hace los sombreros?




ArribaAbajoLa campanilla


ArribaAbajo   Preguntó en el Paular un forastero
el uso de una grande campanilla
que veía en el claustro; y el portero
le respondió: - El oírla es maravilla,
porque sólo se toca cuando fiero  5
el tentador carnal los frailes pilla.
A que el curioso replicó guiñando:
   - Pues, padre, estará siempre repicando.




ArribaAbajoLa pulga


ArribaAbajo   Una noche ardorosa,
después de haber cenado alguna cosa,
la joven Isabela
en su lecho acostada
del todo despojada  5
trataba de entregarse al dulce sueño.
Mas una infame pulga la desvela
picando con empeño
ya el reducido pie, ya la rodilla,
ya la rolliza y blanca pantorrilla.  10
La joven, impaciente,
echa inmediatamente
su linda mano a donde piensa hallarla,
y algo bueno daría por pillarla;
pero el bicho maldito,  15
sin dársele ni un pito,
cuanto más le persigue
más salta, y brinca, y sigue con su empeño;
hasta que Isabelilla, incomodada,
con la sangre encendida,  20
no pudiendo sufrir más la cuitada,
salta fuera del lecho enfurecida,
coge la luz, se pone patiabierta
y en medio de las piernas la coloca;
pero se vuelve loca  25
y con la infame pulga nunca acierta.
La ve mil veces, otras tantas huye;
sobre ella pone el dedo, y se escabuye;
que de aquí para allá siempre saltando,
parece con la niña estar jugando.  30
Ésta, por eso mismo más airada,
jura la ha de pagar muy bien pagada,
y con tan gran ahínco la persigue
que, vaya a donde vaya, allá la sigue.
A fuerza de luchar, casi perdida  35
se halla al fin la insufrible picadora,
y por ver si se libra, va y se mete
en aquel lindo y virginal ojete,
que tan dulces placeres atesora.
La niña, entonces, más sobrecogida,  40
más sofocada y con la sangre hirviendo,
también el albo dedo va metiendo
a ver si allí la encuentra;
y a medida que lo entra
y que hurga presurosa,  45
halla una sensación tan deliciosa
que a continuar la excita,
el dedo a toda prisa meneando
hasta que, blanca espuma derramando,
queda la pobrecita,  50
la boca medio abierta y fatigada
y los ojos en blanco y desmayada.
Como, a pesar de todo, no saliera
el bichillo infernal de su tronera,
desde entonces apenas pasa el día  55
que no le busque con igual porfía.




ArribaAbajoEl miedo de las tormentas


ArribaAbajo   En todos los tiempos hubo algún amante
(nota que solamente digo "alguno")
que pudo ser tenido por constante;
pero en cuanto a ser fieles,
preciso es confesar que no hay ninguno.  5
Es desconsolador, triste, aflictivo,
mas si no se hace adrede con pinceles
en todo el universo hallarás uno.
Se puede aconsejar el paliativo
de atarse los amantes uno al otro,  10
o usar aquel anillo del demonio
que usó Carvel durante el matrimonio;
pero la asiduidad es siempre un potro,
y el fastidio la sigue sin remedio.
Elige, pues, entre uno y otro medio.  15
La historia con que voy a divertirte
te hará ver cómo debes conducirte.
En una casa rica y de linaje
servía una doncella
y, pues ya el consonante dice ella  20
lo bella que era, referir no quiero
cuánta beldad celaba su ropaje;
mas no puedo dejarme en el tintero
decirte que tenía
un galán a quien tierna recibía  25
en su lecho, callada y diestramente;
y una noche que estaban olvidados
del mundo, con mil besos embriagados,
estalla una tormenta de repente,
horrísona, espantosa,  30
que aturde a la doncella temerosa;
da en pensar que los cielos encendidos
por sus pecados van a consumirla.
¿Qué mucho que Isabel tanto temiera,
si era su edad de veinte no cumplidos  35
y a más era mujer, cual si dijera
devota y pecadora todo junto?
Un nuevo trueno acaba de aturdirla,
y huyendo de la cama sale al punto
sin que el galán consiga disuadirla.  40
- ¡Queda, queda con Dios, fatal amigo,
y no pretendas escapar conmigo,
que, huyendo de la culpa, ansiosa corro
a ocultarme en un sótano profundo!
¡Es Dios el que irritado  45
os amenaza al ver nuestro pecado!
Y echó a correr, y el otro en un segundo
durmió como un cachorro.
Durmiendo viene el bien, dice el proverbio
del vecino francés; y así le vino  50
al susodicho abandonado amante,
que, apenas el indino
un sueño saboreaba tan soberbio,
siente una mano suave... luego un brazo...
luego una pierna... un beso acariciante...  55
- ¡Qué!, ¿duermes, Isabel? Y un nuevo abrazo
acabó de incendiar al ex dormido.
Una niña de quince había caído
como del cielo, al lado del tunazo,
quien su suerte bendice,  60
mientras con voz dulcísima le dice:
- ¿Cómo desnuda así, dime, te acuestas?
¿Qué tienes, Isabel, que no contestas?
¿Has perdido la voz? A ti, sin duda,
lo que a mí te sucede: que los truenos  65
miedo te han dado, ¿es cierto?... ¿sigues muda?
- No, no, pero el temor..., dice en voz baja
la fingida Isabel. - Ya van a menos
los relámpagos, vuélvete de frente.
¡Jesús, qué trueno! ¡El cielo se desgaja!  70
Y esto diciendo estrecha fuertemente
con los brazos al mozo, que la enlaza
con los suyos y el cuerpo al cuerpo anuda.
Cuán difícil, lector, en tal estado
sería de mujer tener la traza,  75
ya tú lo consideras. - ¡San Conrado!,
grita la niña, ¡cómo!, ¿qué he tocado?
¿Eres monstruo, Isabel?, porque me acuerdo
que yendo con mi madre por el río
una tarde, vi en él una persona  80
con una cosa igual, ¡bien lo recuerdo!,
y al preguntarle... (a ti te lo confío
que mucho me agradó considerarlo),
respondiome mi madre: "Gran simplona,
ése es un monstruo horrible; ni mirarlo  85
se puede". No creí fuera tan mala
cosa que así la vista nos regala.
¿Serás monstruo también, amiga mía?
- ¡Oh, no!, responde quedo el mozalbete,
es el miedo que tengo.
- ¡Cómo! ¿El susto...?
 90
- Sucede algunas veces.
- No sabía...
¿Conque el miedo...?
- Es capaz de cualquier cosa,
y al pobre a que acomete
hay vez que ha convertido en lobo o grulla,
en cuervo o en raposa;  95
a mí me ha resultado aquí esta puya.
La inocente muchacha tragó el cuento;
mas el hado en aquél mismo momento
los truenos arreció con tal bramido
que la pobre, asustada, va a acogerse  100
a los brazos abiertos de la amiga
y, para más a gusto guarecerse,
una pierna por cima le ha subido...
Júntanse, al fin, barriga con barriga...
¿Qué harías tú, lector, en tal postura?  105
Lo que él: aprovechar la coyuntura.
- ¿Dónde lo metes?, dice la inocente;
¡qué singularidad!, ¡qué justo viene!
Parece que lo han hecho expresamente...
No pudo decir más; que tartamuda  110
la lengua da señal de lo que tiene
y la voz que perdió la deja muda.
Hace el amor su juego tan a gusto
que redoblan los truenos los temores
y sucede un asalto a cada susto.  115
Empero, como al fin somos mortales,
el miedo se le acaba (o los ardores)
a la falsa Isabel. ¡Y es diferencia
que hay del hombre a los dioses inmortales:
que en aquél es muy corta la potencia  120
y en éstos, más felices, es eterna,
lo cual hace su dicha sempiterna!
- ¡Cómo!, amada Isabel, ¿no tienes miedo?,
¿no turban ya tus lánguidos sentidos
los truenos repetidos?  125
¡Ay, mi Dios!, ¡yo, por mí, parar no puedo!,
¡ten miedo, Isabelica!, ¡teme un poco!,
¡este trueno es atroz, nos pulveriza!
- No, amiga mía, no; todo es ya en vano:
ya no me atemoriza  130
el ruido de los truenos, ni tampoco
suena ya tanto; duerme, pues, querida,
que ésta ha sido una nube de verano.
La niña, resentida,
vuelve la espalda y quédase dormida;  135
el mozalbete, en tanto, bien quisiera
imitar a la bella, de cansado
que estaba; mas ocúpale el cuidado
de escaparse, que así son los amantes:
¡tan prontos por marcharse a la carrera  140
cuanto para llegar lo fueron antes!
Tomó el trote por fin. La otra doncella,
dando gracias al cielo y a su estrella
porque en trance tan fuerte
escapó del peligro de la muerte,  145
tranquila ya, subió de su escondite
y, al par que el miedo pierde a la centella,
el acceso amoroso la repite.
¡Ignora la infeliz su mala suerte!
A su cama se vuelve con descoco  150
y, creyendo abrazar al ser querido,
en los brazos estrecha a la que ha poco
con él perdiera el himen y el sentido.
- ¿Duermes, pregunta, amor del alma mía?
¿Es posible que el miedo...?
- ¡El miedo, el miedo!,
 155
exclama la novicia, ¡oh, qué alegría!
¿Te ha vuelto? Deja, a ver si te lo toco.
Mas, ¡qué dolor! ¡Ay, Dios! ¡Si se está quedo!
Aunque busco, Isabel no te lo encuentro;
¿será que se ha quedado todo dentro?  160
La infeliz Isabel luego adivina
el caso todo, y busca con su mano
la prueba material que tanto teme;
o le queda ya duda: el inhumano,
provisto de una buena culebrina,  165
entreabriole al postigo medio jeme.
El disgusto que tuvo la doncella
se deja concebir bien fácilmente;
y con qué saña y qué furor la bella
acusa de inconstante al pobre ausente,  170
sin pensar que la culpa estuvo en ella;
que el mismo san Pascual, aun siendo un santo,
en ocasión igual haría otro tanto.




ArribaAbajoLas beatas


ArribaAbajo   Madre e hija con su manto
devotas al templo vienen,
no eran aquellas que tienen
devoción con algún santo.
La madre al divino canto  5
atiende, y cuando el tenor
computas dijo al cantar
exclamó: - Mi dicha es fija,
mira que nos llaman, hija,
vamos al altar mayor.  10




ArribaAbajoEl inquisidor y la supuesta hechicera


ArribaAbajo   A un viejo inquisidor es presentada
una hermosa mujer, que de hechicera,
sin más motivo que la envidia fiera,
ante su tribunal fue delatada.

   Al tenor de los cargos preguntada,  5
los niega todos. Mas con voz severa
la comprimía el juez de tal manera
que la infeliz mujer, ya sofocada:

   - Ilustrísimo, dice, esto es lo fijo;
yo de hechizos, señor, entiendo nada,  10
éste es sólo el hechizo que colijo,

   dice, y alza las faldas irritada.
Monta él las gafas, y al mirarlo dijo:
- ¡Hola, hola!, ¡pues no me desagrada!




ArribaAbajoEl abad y el monje


ArribaAbajo   Reprendía un abad a un perezoso
monje que a los maitines no asistía,
y con ásperas voces le decía:
- ¿Qué efecto, hermano, tan escandaloso

   producirá en cualquiera religioso  5
su negligencia? Copie lo que hacía
todo un rey, un David. ¡Con qué alegría,
con qué afecto tan tierno y fervoroso

   a medianoche el lecho abandonaba
para orar al Señor!  10
- Sí, bueno, bravo;
no hay diferencia, el monje replicaba.

   -¿Y cuál?, ninguna. ¡La pregunta alabo!
¿Cuál?, que David volvía y se encontraba
con Micol, yo me encuentro con mi nabo.  15




ArribaAbajoLa gallega


ArribaAbajo   Casó Maruxa, gruesa gallegota
de luenga agitanada catadura,
con Domingo Chaveila, tal ventura
se celebró con zambra y con chacota.

   Hubo gaita, garrote, danza y bota  5
que festejó la posesión futura
y ella, caliente, finge una apretura
para irse a la cama sin dar nota.

   Despídese la turba lastimada,
y ella, sus atavíos deponiendo,  10
toda la cama ocupa esparrancada.

   Él la dice: - Muller, eu non intiendo
donde acostarme.
- ¿Non?, dice agitada,
pues ella propio sellu está diciendo.




ArribaAbajoEl pastor enamorado


ArribaAbajo   El joven Melibeo
guiaba su rebaño
por la frondosa orilla
de cierto río tortuoso y claro.
Al pie de una alta haya,  5
en el sombrío campo,
se sienta, y le rodea
paciendo mansamente su ganado.
En el cantar, maestro,
y en la zampoña, sabio,  10
sus versos pastoriles
entona diestramente acompañado.
Mirlos y ruiseñores
dulcemente, entretanto,
aumentan la armonía  15
que repiten los valles y collados.
Del agua hermosa y pura
la cabeza sacando,
una ninfa le escucha
y vuelve a sumergirse de contado.  20
A las hondas cavernas
del cristalino caos
baja y a sus hermanas
llevó las nuevas del vecino prado.
Con un fuego lascivo,  25
diestramente nadando,
se acercan a la orilla
y muestran sus gargantas de alabastro.
La dulce melodía,
la hermosura del campo,  30
los árboles frondosos
con la hierba y las vides enlazados.
De fresca sombra lleno
el suelo, en flores vario,
la suave fragancia  35
que esparce en la ribera el viento manso.
Todo esto que las ninfas
en silencio admiraron
las convida a que dejen
las claras ondas por el verde prado.  40
Y con un pie ligero,
más que la nieve blanco,
entre frondosas vides
a la agradable sombra se ocultaron.
Atentas escuchaban;  45
mas entonces, mudando
sus versos Melibeo,
de esta suerte prosigue con el canto:
   - Ninfas que a la salida
del cristalino baño  50
mostráis la gentileza
de esos cuerpos desnudos y lozanos,
¿por qué entre verdes hojas
os ocultáis? ¿Acaso
teméis la competencia  55
de Nise, la hermosura de estos campos?
¡Ah, quién la viese ahora
libremente en el prado
marchar como una ninfa
sin saber que la viesen los humanos!  60
Veríais ya, ¡oh, qué rostro!,
¡qué talle tan gallardo!,
¡qué blancura de cuerpo!,
no a vosotros, a Venus la comparo.
Entonces sus cabellos  65
flotantes y poblados,
por el cuerpo esparcidos
los pondría por velo su recato.
Entonces escondido
yo estaría aguardando  70
que el viento mansamente
corriese el velo de su pecho blanco.
Y entonces... ¿y si entonces
se arrojase al ganado
algún astuto lobo  75
a Nise acudiría o al rebaño?
Responda Melibeo
al poeta, y en tanto
nadie entregue sus cabras
al pastor que estuviese enamorado.  80




ArribaAbajoEl fraile y la monja


ArribaAbajo   Hallándose cortejando
cierto fraile a una monjita,
mientras que la requebraba
le enseñaba su pi...
su pipa con que fumaba.  5

   La monja, como era lega
y profesaba al otoño,
rabiaba por darle entrada
y le enseñaba su co...
su copo con que ella hilaba.  10

   El fraile, como enojado,
la dijo con disimulo:
- No fuera malito, hermana,
soplárselo junto al cu...
al cubo que saca el agua.  15

   La monja, como agraviada,
le dijo sin agasajo:
- Váyase el fraile a la mierda
que le cortase el cara...
el caracolito que rabia.  20




ArribaAbajoEl cura y el muchacho


ArribaAbajo   En la crítica ocasión
de estar ayudando a misa,
le dio un terrible apretón
a un muchacho con tal prisa
que le puso en confusión.  5

   Volvió el pobrete la cara,
y a otro rogó tiernamente
que su lugar ocupara,
y que en lance tan urgente
aquella misa ayudara.  10

   - Es el diantre que no sé,
dijo el otro.
- No hay cuidado,
de eso nada se te dé;
quédate aquí arrodillado,
que yo al punto volveré.  15

   Marchó, pues, y en tanto el cura
dominus vobiscum dijo;
y la pobre criatura
le miró con rostro fijo,
quedando inmóvil figura.  20

   El cura llegó a pensar
que el chico no le había oído;
repitió y volvió a mirar,
y él le respondió afligido:
- Ya viene, que ha ido a cagar.  25




ArribaAbajoAntonio y Pepa


ArribaAbajo   Si yo he de quererte bien,
vamos a hacer por aquí
aquello que te pedí,
si no se acaba el Belén.

   Antonio con Pepa hablaba  5
en su jardín cierto día,
y una cosa le pedía
que Cupido la mandaba;
pero ella se la negaba
con rubor, susto y desdén,  10
y, usando de amor el tren,
le dijo con loco exceso:
- Antonio, no me hables de eso,
si yo he de quererte bien.

   Instó Antonio en la gustosa  15
petición que Amor dictaba,
y ella un sí y un no le daba
entre risueña y llorosa;
mas, asustada y medrosa,
le dice: - Gente sentí,  20
huyamos pronto de aquí.
Y él, aliviando su fe,
le dice: - Nadie nos ve,
vamos a hacer por aquí.

   Mas viéndola titubear,  25
de la mano la tomó,
y entre si consiente o no
se fue dejando llevar,
- Que acomodado lugar,
dice él, tenemos allí;  30
vente, pues, detrás de mí;
dime Pepa ¿puede haber
otro mejor para hacer
aquello que te pedí?

   En el enredo amoroso  35
por fin la Pepa cayó,
y aunque infinito lloró,
Antonio se hizo dichoso.
Depuesto ya el ceño honroso,
halagüeña y sin desdén,  40
le dice: - Antonio, mi bien,
desde hoy serás mi embeleso;
vamos otra vez a eso,
si no se acaba el Belén.




ArribaAbajoSoneto de Manuel


ArribaAbajo   Ardiente una muchacha el otro día,
en tanto que su madre en misa estaba,
llena de miedo y turbación dudaba
si a su amante Manuel se lo daría.

   Temiendo si preñada quedaría,  5
entre darlo y no darlo vacilaba,
y el valiente mozuelo la animaba
diciendo que al venir lo sacaría.

   Fueron tan poderosos los ataques,
que consiguió, por fin, verla en el suelo,  10
y dijo al derramar de los zulaques:

   - Qué suave es la sustancia del ciruelo;
por tu vida, Manuel, no me la saques,
y más que llegue la barriga al cielo.  15




ArribaAbajoSoneto a Nice


ArribaAbajo   No te quejes, oh Nice, de tu estado
porque te llamen puta a boca llena,
pues puta ha sido mucha gente buena
y millones de putas han reinado.

   Dido fue puta de un audaz soldado,  5
a ser puta Cleopatra se condena,
y el nombre lucrecial, que tanto suena,
no es tan honesto como se ha pensado.

   Esa de Rusia emperatriz famosa
que fue de los carajos centinela,  10
entre más de dos mil murió orgullosa;

   y pues ya lo dan todas sin cautela,
haz tú lo mismo, Nice vergonzosa,
que esto de honra y virgo es bagatela.




ArribaAbajoLa melindrosa


ArribaAbajo    Señor don Juan, quedito, que me enfado.
¿Besar la cara?, es mucho atrevimiento.
¿Abrazos?, ¡ay, Jesús!, no lo consiento.
¿Cosquillas?, no las hay por ese lado.

   ¿Remangarme?, ¡ay, Juanito!, ¿y el pecado?  5
¡Qué malos sois los hombres!... pasos siento.
¿No es nadie? Pues, bien, vaya en un momento;
mas ¡cuidado! no venga algún criado.

   ¡Jesús, qué loca soy! ¡Quién lo diría
que con un hombre yo...! ¿Cómo cristiana?,  10
que ya de puro gusto... ¡ay, alma mía!

   ¡Traidor, déjame, vete...!, ¿aún tienes gana?
Pues cuando tú lo logres otro día...
pero, Juanito, ¿volverás mañana?




ArribaAbajoLa semana


ArribaAbajo   El lunes me encontré a Juana
y por ventura, aquel día
para estar una semana
se fue a casa de su tía.
Díjele: - Salada mía,  5
yo de irte a ver tengo gana.
- ¡Ay, señor!, ¿qué se diría?
Pero... venga usted mañana.

   Martes al amanecer
voy donde amor me convida,  10
píntola mi padecer,
dígola: - ¡Mi bien, mi vida,
yo te adoro, yo estoy loco!
¿No me respondes, tirana?
- Caballero poco a poco,  15
eso se verá mañana.

   Miércoles fue para mí
el más venturoso día,
Juana con un tierno sí
confesó que me quería:  20
- Dame esa guirnalda en prenda,
que tu fe no será vana.
- No señor, mas no se ofenda
yo se la daré mañana.

   El jueves de mirto y rosa  25
el nuevo ramo prepara
y aún permitió cariñosa
que en su pelo reposara.
- ¡Ay, Dios!, sufre que tu mano
temple el ardor que me afana.  30
- Para mano aún es temprano,
ya se la daré mañana.

   El viernes su mano bella
entre las mías estrecho;
mas como amor atropella,  35
aún no quedo satisfecho.
- Juana, la dije, yo muero
si un beso mi mal no sana.
- ¿Un beso?, tanto no quiero,
quédese para mañana.  40

   El sábado amor me guía
a la dicha que me toca,
lo que prometido había
a mi apetito provoca.
Del labio al seno de nieve  45
amor la senda me allana,
cuando... ¡hola!, ¿cómo se atreve?
Eso se verá mañana.

   El domingo, enardecido,
iba yo Dios sabe dónde,  50
esto y aquello le pido,
mas la pícara responde:
- Que durante la semana
se trabaje es linda cosa;
pero en la Iglesia romana,  55
el domingo se reposa.




ArribaAbajoDora y Dido


ArribaAbajo   Casóse Dora la bella
con Dido, y Dido intentó,
la noche que se casó,
hacerle un hijo, hijo de ella.

   Como pasó mala noche  5
aquella en que fue casada,
se levantó al otro día
con toda la cara ajada.

   Desde que le vio su padre
con el semblante perdido,  10
enojado le pregunta:
- ¿Quién te ha casado, hijo Dido?

   Un hijo piden a Dora
los de su casa cantando,
y Dido le dice a Dora:  15
- ¿Hijo piden?, hijo damos.

   Para pan y para aceite
a Dora y Dido pidieron,
y fueron tan liberales
que con gran despejo dieron.  20




ArribaAbajoCoplas del pájaro


ArribaAbajo   El pajarito, madre,
después que me picó,
me ha dejado burlada.
¡Ay de mí, qué dolor!,
el pájaro ya voló.  5

   El pájaro era blanco,
travieso y juguetón,
de pluma crespa y negra,
con pico de arrebol.

   Estando yo solita  10
en mi cuarto se entró,
y mil dulces tonadas
al punto me cantó.

   En ellas me decía
con grandísimo ardor,  15
que si le acariciaba
me mostraría amor.

   Acogile en mi falda,
mil besos le di yo,
pero el pícaro luego  20
a mi frente saltó.

   De allí se fue a los ojos,
a la nariz pasó,
besando las mejillas
en mi pecho posó.  25

   ¡Cuántas blancas caricias
en él me prodigó,
volando y revolando
por todo alrededor!

   Cada vez más travieso,  30
los labios me besó,
y la punta del pico
en ellos me metió.

   ¡Ay, cuánto forcejeaba
el pícaro bribón  35
por encajarle todo,
mas le dije eso no!

   Él era porfiado,
blando mi corazón,
y tantos sus halagos  40
que por fin le metió.

   Pero no sólo el pico,
también el cuerpo entró
menos las alas, y eso
porque muy gordas son.  45




ArribaAbajoQuintillas


ArribaAbajo   De las entrañas de un roble
salió una dama modorra;
quiso estirarme la po-bre
una pluma de mi gorra
para vestirse de hombre.  5

   En mi enfermedad interna
no sé qué remedio elija;
tengo tan larga la pi-erna
que me maltrata prolija
si el tiempo no lo remedia.  10

   Fui a verla el otro día,
se estaba peinando el moño;
me convidó con su co-che
para pasar a Logroño,
a dormir aquella noche.  15

   Con tu cintura delgada
tú pasas fuertes trabajos,
pues te hartas de cara-coles,
y si los guisas con ajos
te han de salir los colores.  20

   Ahí os entrego a millares
mis camisas y calzones,
también mi par de co-llares
para que en admiraciones
adornen vuestros altares.  25

   Pasé a verla de mañana
y estaba matando un sapo;
me puse a mirar su pa-dre,
que limpiaba con un trapo
su carita de vinagre.  30

   Los amantes de violón
que violaron vuestras hijas
mandan les corten las pi-ernas
porque no sean prolijas
y las echen a un rincón.  35

   Yo tengo una dama hermosa
de condición absoluta;
ella me parece pu-so
por bajo precio la fruta
acomodándose al uso.  40

   Con vuestros ojos ponéis
en prisión los corazones,
y agarrando los co-géis
con los dulces eslabones
de las redes que tendéis.  45

   Tu nariz copos deshechos,
tus mejillas dos macetas,
¡quién se viera entre tus te-chos
con dos luces por planetas
y dos pomas a los pechos!  50

   Es tu boca de azahar,
tus labios belfo madroño;
y es tan blanco tu co-ral
que lo matizó el otoño
a imitación del rosal.  55

   Al pintar tu rostro bello
tosco es el pincel más chulo,
porque es tan blanco tu cu-ello
que los cristales anulo
y las nubes atropello.  60

   Tu pie de nieve destapa
ágil el pincel más guapo,
y es tan singular tu pa-ta
que en un punto la destapo
y en un jazmín se dilata.  65

   ¡Ay, mi niña, si al pintarte
miraras hacia acá abajo
y me vieras el cará-cter
que hizo en mí tu perfección
cuando comencé a pintarte!  70

   No me juzgue amor pelota
al contemplarme bisoño,
porque me muero por co-ta
y no hay soldado en Logroño
que empine mejor la bota.  75

   Batallas, no, amor, revoques;
sal al encuentro y me abrocho,
mas si no me das el cho-que,
a soldado sin bizcocho
¿de qué le sirve el estoque?  80

   Cansado me llegué a hallar
de un pie que pensé en perder,
y de continuo ho-llar
ya no me puedo tener,
mas siempre te he de adorar.  85

   Aunque en pie la duda esté,
prevente al instante, hija,
que voy a meter mi pi-e
en la primera vasija
que tu belleza me dé.  90

   Si ardo en lumbres infinitas
del amor llamas internas,
allá voy, abre las pi-tas,
haremos cuerdas eternas
por ahorcarme necesitas.  95

   Vida y muerte vibra impía
tu mano, cura mi anhelo,
porque no hay mejor ciru-gía
que el contacto de tu cielo
y de tus luces el día.  100

   No imagines que despierte
otro ardor ya para amarte,
porque tengo de empren-derte,
o la vida ha de costarte
o yo tengo de perderte.  105




ArribaDécimas


Arriba   Una fe con testimonio
del pecado original
tendrá, alma virginal,
la noche del matrimonio.
No divise a Marco Antonio  5
Tácito, que vas perdida;
llora mucho por tu vida,
cena poco por tu alma,
y para ganar la palma
o haya lámpara encendida.  10

   Ten tu lecho conyugal
con su mancha de artificio,
penitente sacrificio
sobre el ara original;
haya suspiro mortal,  15
y si Adán cogiera a Eva,
que toda fruta se prueba
en el jardín de la vida
dile con ansia afligida:
- Ay, señor, ¿dónde me lleva?  20

   Si la piadosa madrina
al tálamo te llevare
y al esposo llamare,
dile: - Señor, no soy digna;
mas si el pobre determina  25
no parecer impotente,
dile con mucho dolor:
- Misericordia, Señor,
que soy cordera inocente.

   Que con esto y con callar,  30
suspirar y presumir,
llorar, dudar y gemir,
el pobre la ha de tragar;
y si no quiere pasar
el agosto por abril,  35
para aliviar tu fortuna
di: - No hubo virgen ninguna
después de las once mil.