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El júbilo difícil

[Poesía 1986-1995]

Carlos Villagra Marsal



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  —7→  

ArribaAbajoLa poesía natural y profunda de Carlos Villagra Marsal


We are such stuff
As dreams are made on


SHAKESPEARE                


I

La difícil ubicación de la poesía paraguaya (más que en el Paraguay) no se debe al involuntario repliegue geográfico a que el país se ha visto sometido a lo largo de los siglos, a la mediterraneidad mental de un amplio sector de su población, no accedido siquiera a los bienes de la contemporaneidad, al supuesto retraso cronológico de sus respectivos procesos cultural y literario, sino a una carencia de ubicación en el tiempo, al predominio de la improvisación sobre el método y al imperio de la anécdota por sobre la búsqueda investigativa, seria y pertinaz de las verdaderas raíces de la expresión nacional en el mundo.

Esa actitud, derivada hacia la ausencia de textos críticos, lleva a la comisión de no escasos errores, provenientes, las más de las veces, de cierta propensión a lo inmediato y, dentro de ella, de mostrar antes que los cimientos (cuya solidez se desconoce) la pintoresca estructura del techo. La excesiva mirada hacia arriba sólo puede conducir, en la mayoría de las ocasiones, a ignorar las realidades de «este bajo, relativo suelo», como cantó el poeta Almafuerte en su Misionero.

No existe texto alguno, desgraciadamente, que pueda   —8→   informar acerca del proceso literario, desde los remotos tiempos de Ruy Díaz de Guzmán, en sentido crítico. La poesía paraguaya. Historia de una incógnita (Montevideo, Alfar, 1951), libro editado cinco años después de su redacción, no representa más que la visión de su autor, Walter Wey, funcionario comercial del Brasil que por aquí pasó y que sin duda creyó oportuno ofrecer algo de lo que pudo leer o le habían dicho. Las opiniones que emite no concuerdan con la cantidad y calidad del material poético que desde los inicios del siglo se venía acumulando, de dificultosa trascendencia extranacional pero de seguros pasos en lo interno.

En el prólogo a su compilación: Joyas poéticas americanas (1897), el escritor cordobés argentino Carlos Romagosa, el maestro de Goycoechea Menéndez, quejose de la involuntaria (por parte suya) ausencia del Paraguay en dicho volumen. En verdad, ninguna aportación podía ofrecerse por ese entonces, pero cuando en los años 20 el profesor norteamericano Michael A. de Vitis comenzó sus indagaciones para integrar su Parnaso Paraguayo tropezó con serios inconvenientes de información, y eso que ya habían aparecido dos antologías: la de Ignacio A. Pane (1904) y la de José Rodríguez Alcalá (1911).

Con el tiempo aquel claro pudo llenarse, aunque no en la medida de lo necesario. Últimamente la doctora Teresa Méndez-Faith, docente paraguaya con residencia en los Estados Unidos, ha editado un Diccionario y una Antología (1994), que vienen a satisfacer, en especial, el interés de profesores y estudiantes (a los cuales en particular están dirigidos), sin desdeñar el que pudiera tener el lector anónimo, indiscriminado y sin rostro.

Mas, las que siguen escaseando, a nivel de un olvido completo, son las aportaciones individuales, salvo el caso lejano de Hugo Rodríguez-Alcalá sobre Alejandro Guanes   —9→   (1948) y un homenaje de conjunto a Ortiz Guerrero (1983). Todo lo demás está perdido en el trasfondo de las hemerotecas.

Corregido el rumbo antológico con elementos no desdeñables hasta nuestros días, corresponde impulsar el caudal bibliográfico hacia ensayos y estudios que contribuyan a situar en especial a los poetas en el ámbito propio, para proyectarlos de tal modo hacia la universalidad que tanto encomendaron los novecentistas. No otro propósito tienen estas páginas referidas a la obra de Carlos Villagra Marsal.

II

Nacido en esta ciudad capital de Nuestra Señora Santa María de la Asunción (la ancestral Paragua'y tavaguasú) un 30 de octubre de 1932, puede afirmarse que desde la adolescencia luce los santos óleos de la Poesía (así, con mayúscula, en términos rubendarianos). Integró la denominada «Academia Universitaria», y con sus compañeros Rodrigo Díaz-Pérez (1924) y Rubén Bareiro Saguier (1930), el primero asunceño y el segundo de la Villeta del Guarnipitán, la trilogía que hace más de cuatro décadas representaba el acogimiento de las Musas al no muy amplio recinto de la Facultad de Filosofía, mítica institución defendida por la presencia de su abnegado decano, el doctor Juan Vicente Ramírez. (A este grupo deben sumarse los nombres insoslayables de Elsa Wiezell y de María Luisa Artecona de Thompson).

En otro andarivel, aunque no en «la vereda de enfrente», inventada por Borges, iniciaban su camino José-Luis Appleyard y Ricardo Mazó (1927), Ramiro Domínguez y José María Gómez Sanjurjo (1930), todos ellos puestos bajo el magisterio intelectual de un sacerdote   —10→   valioso: el Padre César Alonso de las Heras, a quien mucho le debe el cauce de luz por el que ha tenido que transitar la literatura paraguaya.

Estas menciones no quitan, desde luego, la obligada alusión a quienes inauguraron, en los alrededores del '40, una actitud poética menos atada a los ya remotos cánones del modernismo (1896/1901; 1905/1931), que aún respiraba, en calidad de sobreviviente, por medio de algunos afanosos y trasnochados cultores. Esa tarea correspondió, en lo principal, a Hérib Campos Cervera (1905), Josefina Plá (1909), Augusto Roa Bastos (1917), Óscar Ferreiro (1921) y Elvio Romero (1926).

Y fue allá por 1955 que el firmante de estas líneas, en un más conversado que leído «Recuento poético del Paraguay», se animó a predecir cuál sería la trayectoria de los más jóvenes, entre ellos Villagra Marsal. Ahora está (¡todavía!) de pie junto al poeta para probar su aserto y la cumplida revelación de aquellas palabras.

III

La poesía es, ante todo, testimonio de vida y acompañamiento hacia el final de ella. En su claustro, el desgarramiento de la existencia se concreta a través de la palabra. Y cuando su titular está seguro de ella y de la dirección de su estilo, lo demás se dará por añadidura. El caso de Villagra Marsal no es el de un sudoroso trabajador de la lírica y sus correspondientes efusiones, sino el de un orfebre que une a la exquisitez de la forma la hondura de sus meditaciones. Su contribución sería antigua si se trasluciera en ella un toque parnasiano (que es el que inevitablemente podría venir a la memoria); por el contrario, es actual porque suma anteriores y posteriores experiencias, propia y ajenas, hasta lograr esa anhelada síntesis que hace al quehacer de todo poeta verdadero.

  —11→  

Su expresión verbal no está maridada con el exotismo (procedimiento que aplicaron los modernistas para trascender las limitaciones del «color local») y sí con el propósito de ampliarla. Y cabe decir propósito porque lo que más se advierte en él es el ejercicio de una auténtica voluntad de poesía, inconfesa, por supuesto, pero latente. No la metáfora por la metáfora misma, los hallazgos rítmicos acoplados a una libertad de imaginación surgida a fuego lento, tampoco la intención de «epatar» o escandalizar al lector en su presunta constelación burguesa, porque los burgueses de hoy día han arrojado al sumidero sus asombros. Para aceptar lo que no es, se hace preciso señalar los temas cardinales y anudarlos a las valoraciones, bien que profundas, de su propia conciencia.

Porque ésta de Villagra Marsal no es poesía de superficie. Más allá del «fraseo» literario y hasta por fuerza de su afán objetivo o descriptivista, pugna por acentuar su presencia la soterrada veta metafísica que todo creador siente sobrellevar (y aun gozar) por sobre las limitaciones de su angustia o de su esperanza. Por eso cabe recordar (y a la vez prevenir) que el mismo título de este libro: El júbilo difícil, está preanunciando su definición.

Y para demostrar que esa denominación es igualmente una profesión de fe, el poeta empieza por ofrecer sus enunciaciones, las que en un primer tramo están atadas al sentido de la naturaleza, no poseída con efusión salvaje o con arrebatos «cellinescos», sino sabiamente gozada en una especie de coloquio que traduce la frecuentación del poeta con los imponderables de la tierra.

Para desentrañarlos con maestría de artista se requiere algo más que el ojo observador o que la mano puesta sobre la rugosidad de alguna corteza, sobre la   —12→   milenaria brillazón de una piedra. Así el Vocabulario de Última altura, que inicia su andanza, brinda la atenuada presencia de las flores («azucena morada») o de circundantes animales («ruano mañero»), cuya transfiguración permitirá detenerse en la sobria majestad del escenario, a ratos «serranía», hacia lo plano, a ratos «cordillera» recortada hacia el cielo.

La «niebla» y la «neblina» (no igual cosa para quien siente transitar también genes ultramarinos), se adelantan a la «bruma inicial» y las adjetivaciones se tornan precisas: el «aire seco», el «agua primordial», como tiene que ser. Los colores se hurtan a la opacidad, pero no han sido entregados a la lujuria del aire total. Siempre estarán acompañados por una adjetivación atemperada o acentuando una sustantivación: «quemazón azul», «dorado reflujo de la siesta», «violáceo destino» (de una belleza incalculable), «verde altanería de las piedras», «aquel celeste en marcha». Nunca lo pálido o lo impreciso.

En ambiente de tanta fuerza telúrica no podía faltar el toque o la rauda pincelada que no cabría calificar de «naturalista» sino de natural, en consonancia con la cosmovsión del poeta: «Cuando te desflora/ algún desfrutador,/ prorrumpe en un sollozo duro/ tu desnudo tornasol» y concluye con esta inspiración apetitosa: «Oh simultáneo privilegio/ de ser -en el solsticio mejor-/ apetito y sacramento,/ bombonera y galardón» (Yvapurû).

IV

El capítulo dedicado a Ciertos pájaros puede afirmarse que agota la temática ornitológica, en torno a la cual esplendieron Guillermo Enrique Hudson, el bonaerense ilustre que se vio reducido a escribir en inglés;   —13→   Marcos Sastre, el clásico de «El temple argentino»; Leopoldo Lugones y su «Libro de los Paisajes», hasta la bella aportación de María Elena Walsh en su canción al hornero, o sea nuestro «alonsito». Y de tal modo sigue las huellas no borradas de don Victorino Abente («el Patriarca», según los muchachos del 900), quien al decir de don Manuel Gondra, en 1901, «nacionalizó» nuestra poesía.

El Entremedio frutal guarda, igualmente, reminiscencias del anterior y, por otra parte, añade un verdadero catálogo con sus precedentes guaraníticos y su marcante científico latino, lo cual se hace también en el capítulo de las aves, para entender que aquellos ignotos indígenas, que asombraron la candidez teórica de Montaigne, eran seres humanos que sabían calificar las cosas de su entorno en la lengua que el dios de ellos (no el de los impetuosos y posteriores cristianos) les había enseñado a mentar.

Habrá que precisar, en un mismo orden, que en el Acá vienen conmigo se acercan, con implacable certidumbre, las sombras de los suyos, que asimismo crecen en otras páginas del libro. Se trata de una evocación familiar, como pocas veces se ha comprobado en la poesía paraguaya (excepto O'Leary), en la que no se hallan presentes el simple abuelo, o la abuela, sino, al hispánico modo, el «padre» del padre y la «madre» de la madre, con un tono siguiente que no quiere ser elegíaco para no alcanzar el llanto, destinado a su madre, ausencia cuya herida sobrelleva el poeta ya hombre.

V

No debe extrañar que en este libro aparezcan algunas recreaciones incluidas en La letra entró en la sangre, pues no se trata del usufructo y resultado de lecturas sino   —14→   vueltas ellas a una destilación vital, en la que la erudición histórica asume proporciones humanas, mientras sus personajes, hundidos en el ayer, fantasmas del pasado, permiten una recreación expresiva (de una inaudita variedad) que los sitúa más allá del tiempo y más allá de las edades, como quizás ellos hubieran deseado. (Desde la época de Fortunato Toranzos Bardel, el gran sonetista del modernismo paraguayo, no se había observado ejemplo igual).

En conocimiento con la persona que es Villagra Marsal, no habría de suponerse escamoteo alguno entre su realidad humana y la civilidad asumida. Es, entre los poetas paraguayos de cuarenta años a esta parte, de los pocos que no ha cantado debajo de la cama. Por el contrario, ha asumido una definida apostura civil: fueron sus cantos previos, los dedicados al Libertador Simón Bolívar, al no siempre conocido «Alón» (llamado, últimamente, «mi Capitán», tal vez con asombro del prócer), a Juan José Rotela en «La espera» (cuando era peligroso tener efusiones de tal índole, que en efecto costaron al poeta más de cuatro meses de prisión), y aun los poemas de familia, donde hace punta «Don Salvador Villagra, /capitán de tus cañaverales». Después viene la Cantata del pueblo y sus banderas torrenciales, donde el coraje civil tiene su precisión más alta y el poeta reduce su verbo a lo más inmediato para lograr la comunicación con su pueblo, sin acometer demagógicas posturas: «La libertad arrima tu sueño a su desvelo». Transita por sobre los destierros y las tristezas de la Patria y concluye con esta esperanza: «Nuestra canción no les olvida,/ toda la casa les espera».

  —15→  

VI

No es sencillo determinar el trazado de su arte poética partiendo de la sola condición de la palabra, porque ésta es para el autor algo más que la letra y su acento verbal (ausente la «elocuencia rimada» que espantaba a Don Miguel de Unamuno). Y ocurre lo dicho porque se trata no sólo de un transformador de la realidad (a veces simplemente visual) sino de un creador, para quien el riesgo de la expresión significa una aventura que bien vale ser corrida.

Desde luego que el poeta está más cerca de la orfebrería que de la espontánea tarea artesanal, esa que confinaba en la «inspiración», que hacían posible los tiempos románticos. Se adivina aquí que hay un lujerío impuesto y por momentos implícito, para darle al poema la dignidad que merece. Y esto conduce a la formulación de un estilo que es el revelador de su verdadera identidad y que asume su espíritu creador, sin que ello permita la creencia (Buffon a un lado) de que su canto (llamémosle así) logre definir al hombre en sí, más acá o más allá de su gestación vital.

El uso de los sinónimos le da oportunidad para acentuar su distinto destino: «desde esta abierta balaustrada» brinda una sensación de altura, que se halla contenida o por lo menos ubicada a distancia cuando se la desdobla en «el antepecho de la serranía» Además, la insistencia del lenguaje castizo (que en ciertos casos alcanza límites gongorinos) como el trueque de «ayuntarse» por juntarse; «su propia amanecida» por amanecer (en el femenino está la comprobación de la belleza); «el yantar» por «el comer»; la incrustación sabia de la preposición en «gustaría de saber».

La línea vertebral de estos poemas es única, superando   —16→   la soltura métrica la mayoría de ellos, adoptada como acto de libertad y para que en la cárcel del verso no queden atrapadas las palabras. Mas, así y todo, algunos giros tradicionales entran como de rondón, no para enfatizar el verso sino para determinar que, dentro o fuera de la poesía, la naturaleza tiene también su propia música:


La casa inmóvil, sin embargo,
rompe a cruzar la oscuridad vacía...
....................................................
...cargada de una doble inminencia,
de albores en albores consabida...

El universo de las aves requiere una cortesía previa, o si se acepta: una iniciación al tema, por lo mismo que cada una de ellas representa a su vez un mundo mágico y lírico que aproxima al poeta al reminiscente muestrario de Hudson. El título prefigura (como diría Borges), más que la solitaria apostura del pájaro elegido, la razón misma de su presencia: «Acendra su vuelo el Kuarahy mimby», «Los engaños del Guyrapajé», «Arrullo del Jerutí pytâ...». Y más que sencilla presencia parece esto su justificación.

Sin embargo la nómina no se agota, pues el poeta no quiere que sus compañeros volátiles crucen por la vida a través de los textos zoológicos o de las intenciones del arte plumario: «Doble loor del Suruku'á», «Preñado reposo augusto del Taguató apyratî», «Un soneto shakespeariano al Ñakurutû hû», a quien canta:


... cofrade bruno, ávido sargento
y capataz del aniquilamiento.

Esta propensión introductoria y celebratoria no se extiende al Entremedio frutal, porque la visión es distinta y porque el orden existencial de la planta tiene ya un destino que no precisa de anticipaciones. Su identificación en este aspecto es directa, salvo cuando se hace necesario adosarle a una que otra fruta la designación popular de su procedencia: «Naranja ombligo Ygatimí», «Mandarina Caazapá».

En ambos capítulos el poeta ha sido escrupuloso y hasta didascálico: luego de la traducción al español del marcante de cada especie ha dado su calificación latina, científica, procedimiento que mucho hubieran aprobado el ilustre Don Andrés Bello y ñane arandú guasú el doctor Moisés Bertoni.

Una breve enunciación de las metáforas, algunas sustentadas por su propio acento, puestas otras para aparejar su sentido, bastará para ejemplificar el manejo diestro, por instantes artístico, no del tropo en sí mismo sino de su cabal ubicación. Algunas parecerán complementarias, otras arriesgadas, pero corresponde reconocer que ellas no están en el poema para adorno. La elección al azar no agota la imaginación: semen de los dioses/ eminencia agitada/ indecisa playada/ cachorro de luna/ siesta abstracta/ virazón de la vigilia/ faenosa confianza/ las mejillas de la piedra/ cimbra del sueño/ pestaña ilusoria/ la protesta inmóvil de los árboles/ el dictamen de tu almíbar/ mensualero del hambre. No pocas alcanzan a rayar el neologismo, siempre en acecho.

Particularmente, en su exaltación de aves y frutas, el poeta ha optado por el ejercicio de la décima, algo olvidada desde la irrupción modernista y comúnmente confinada a los arpegios gauchesco-rioplatenses. Pero no hay que olvidar aquellas que escribió, en el delirio de su verba cosmopolita, el gran ensoñador oriental uruguayo que fue Julio Herrera y Reissig, uno de los escasos aportes   —18→   modernistas dignos de la resurrección y exhumados para presuponer que después de casi noventa años es a Villagra Marsal (desde otra «balaustrada») a quien le toca la herencia de recobrarlos.

Por último, algunos paraguayismos: curuvicas, inverniz, amenazos.

VII

Le será inútil a todo poeta que en verdad lo sea escapar a la marca poética, confidencial o no, de su autobiografía. Carlos Villagra Marsal no expone en este libro sus avatares personales (que no son exiguos), sino que apenas si los acerca a la sensibilidad del lector (en particular al lector paraguayo), quien como él está en el secreto de saber que para tener conciencia de a dónde se va es imprescindible tomar conocimiento de lo que se ha sido. Esto no tiene raíz genealógica excluyente sino una derivación histórica insoslayable desde que el Paraguay vive en el mundo como tal. Ya lo expresó, en una de sus meditaciones más altas, el maestro argentino Gabriel del Mazo: «Es el pueblo el único y verdadero patriciado».

La «Constelación de Escorpio en primavera» « es su ubicación frente a los astros, no el mero resultado de algún connubio esotérico. Ellos están para guiar su perduración terrena, previniéndole de augurios y anticipándole, día a día, la dimensión de su existencia. Esto, que es el anuncio, lleva no obstante a los lindes de la reminiscencia, cuando dice en «Arasá pytá»:



... toda mi infancia cabe
en tu médula roja.

Latir de la inocencia
o de otras cosas:
palpo tu piel y entiendo
la sumergida historia.

Candela del guayabo
ingente y poca:
el conjuro no basta,
su jarabe me sobra.

Otras referencias son de lugar, como en «Padre de mi padre» (no simplemente abuelo):


Y me crié en Piribebuy,
bajo el solero de tu hogar abrahámico.
Y me consintieron tus hermanas.

Por igual figura la «madre de su madre» (no su abuela) y después su misma madre, doña María Elena Marsal de Villagra Maffiodo, asomada a la muerte cuando menos debía:


Así las memorias
encienden tristemente
la galería de tu ausencia.

En «Poeta fueses» crece una confesión, recatada, casi distante, aunque con la mirada puesta en lo que inexorablemente habrá de venir:


Estás en la antevíspera
y continúan sobrándote
veraces interrogantes,
renovaciones, límites.

No habrá de cerrarse el círculo sin afirmar la consustanciación del poeta con la naturaleza, tan variante y vívida como la propia existencia:

  —20→  
Pilar de humareda capital
soy tu trasunto
una refracción apenas
de tu empeño...

El hombre, como el errante y místico Francisco de Asís, es por igual un hijo de la naturaleza que no se resigna a separarla de sus contradicciones, sus luchas, sus no siempre justificados fervores. Mas en el fondo, o trasfondo, de toda su poesía, podrá descubrirse otra en la riquísimamente verbal de este poeta paraguayo: una especie de cercanía a los bienes de la realidad, y desde ella justificados. No en vano su abuelo materno, el arquitecto Don José María Marsal, fue insigne teósofo, y bien dice la verba anónima que «lo que se hereda no se hurta».

Patentizan esta quizás inconsciente comprobación estos versos, que conforman a vez una andanza o un camino del cual él no tenía noción, que estaba insinuado y que en sus días mayores retomará, porque ésa era su estrella, ése su calendario astrológico o, al fin de cuentas,

su destino:


... somos hechos de un humo apenas más espeso
que las nubes hermanas
y un poco menos rápido
que su cierta mudanza.

VIII

En este desfile de setenta y tres poemas, pulimentados a lo largo de casi una década, acompañan al poeta nombres gloriosos, que iluminan el universo mundial e hispanoamericano: entre varios, refulgente y a flor de página, está el de Leopoldo Lugones (1874-1938), columpiándose entre el juvenil experimentador de Lunario sentimental (1909), el eglógico (no contemplativo) de la oda   —21→   A los ganados y las mieses (1910) y el reintegrado a la tierra de sus Romances de Río Seco (1938), ofrenda póstuma que otros alcanzaron a celebrar.

Como reflejo de su juventud anárquica, don Leopoldo combatía y amaba a los jóvenes, a uno de los cuales, el santafecino José Pedroni, calificó de «El hermano luminoso». Es de imaginar que ante las páginas de El júbilo difícil hubiera destinado idéntico acogimiento, más allá de aquéllas en que las aproximaciones, desde el surrealismo y el ultraísmo en adelante, pudieran haberlo retenido. No es de dudar que esta cuarteta de Villagra Marsal habría de excitar su entusiasmo:


Y en el linde del agua y de la roca
derramas tus rubores sosegados,
el piso de la selva se esclarece,
comienza el escrutinio del verano.

El conjunto de la poesía de Villagra Marsal honra las expectativas de los últimos tiempos y, como pocas veces en un autor nativo, sus resonancias universales tienen igualmente sabor de patria. Piénsese, entonces, que tiene el acompañamiento de Molinas Rolón, Hérib Campos Cervera, Óscar Ferreiro y Elvio Romero, cronológicamente mencionados.

raúl amaral

(Isla Valle de Areguá,
agosto de 1995)

  —22→     —23→  

a mis hermanas
María Elisa
María Elena
María Isabel
María Celia

El protagonista de la poesía es poesía, sin que le sea dable escoger otros términos, empieza en el hombre y concluye en el hombre, aunque entre polo y polo puede atravesar -algunas veces iluminar- el universo mundo


VICENTE ALEIXANDRE                




  —26→     —27→  

ArribaAbajoVocabulario de Última altura


The pleasure of believing all we see
Is boundless, as we wish our souls to be...


SHELLEY                


In memoriam

José María Gómez Sanjurjo

Ricardo Mazó

  —28→     —29→  

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Sección de un mapa aerofotogramétrico (escala 1:50.000) en la cual se ha señalado la ubicación
de Última altura, situada sobre el Km. 93 del tramo Paraguarí-Piribebuy, Compañía Mbatoví,
IX Departamento de Paraguarí, Región Oriental del Paraguay. (N. del E.)

  —30→     —31→  


ArribaAbajoBeatus ille


Aparte de escrutar un vasto término
atajado por cielos y silencios,
acá en Última altura tengo yo
la tierra más jocunda
-según se dice en el Quijote-,  5
el aire seco de la serranía,
el agua primordial de las nacientes
y el fuego en el hogar.

Que más puedo pedir.

(mayo 1989)

para Rodrigo Díaz-Pérez



  —32→  

ArribaAbajoVariaciones en dos claves

para una música inmediata de Sila Godoy



ArribaAbajoI


ArribaAbajoAquel humo



Quemazón azul
de octubre
veladura repujada
estás más cerca
de mi palabra  5
que del horizonte viejo.

    Pilar de humareda capital
soy tu trasunto
una refracción apenas
de tu empeño:  10
brasa dispuesta
rojizo lenguaje codicioso
luego morosa vehemencia
niebla seca
ciego ascenso  15
y al fin disgregación
en el ensimismado
firmamento.

(octubre 1991)





  —33→  

ArribaAbajoII


ArribaAbajoBruma inicial



   Neblina soleada
primera contradanza
de ciertas
mañanas.

   Antigua respiración  5
cardinal
semen de los dioses
hoy una sencilla fábula
de la vigilia.

   Pasajera porfiada  10
de noviembre
suelta de naciente
y de máscara
te vas deslizando
de la eminencia agitada  15
del palmar
a la indecisa
playada
como si fueras en verdad
a nimbar  20
las próximas madrugadas.
   Y sucedes
sin tomar en cuenta
que eres cifra de quienes te miramos
desde esta abierta balaustrada:  25
ese aire persuasivo que te empuja
no ha de arrimarte
a la fulguración más ancha
y entonces
cuando progrese la jornada  30
regresarás a ser
cóncava liviandad
siesta abstracta
nada.

(noviembre 1991)



  —35→  

ArribaAbajoA principios de luna

Allá en un declive del cielo, arquea su espinazo el cachorro de luna, listo para saltar sobre la presa inerme al otro lado del universo. Flameante carnicero nuevo, se acaba de lavar la cara con los aguaceros de diciembre, pensando quitarse las manchas de un pecado venial.

Y vástago de león azul con tigra de los orígenes, el creciente animal aprende a cazar por su cuenta nocturna: debajo, en el antepecho de la serranía, estamos considerándole -a veces en desvelo y a veces a través del sueño, mestizos de sombra y reverbero como él, como él acechantes, inculpables, tenaces.

(enero 1992)

para Miguel Chase-Sardi



  —36→  

ArribaAbajoPost meridiem



   Resulta difícil acertar el nombre
cabal
de la azucena morada
que sobrepasó el mediodía.

   Y cuesta restañar la tarde  5
ajustando
sonidos y añoranza únicamente.

   Más vale entonces
cerrar la voz,
desplegando las sienes  10
para cobrar la niñez de esta brisa,
con la mano avizora, sí, callada como un guante
en el dorado reflujo de la siesta.

   El silencio,
y acaso después  15
la cantiga dispersa y casual
de las estrellas.

(marzo 1992)

para Josefina Plá



  —37→  

ArribaAbajoLa luz es indecible



   No,
no la llames.
Y consiéntele danzar consigo misma,
recónditamente neta,
para ayuntarse  5
con su propio deslinde.

   No hace falta mentarla.
Tranquilo, acepta
que aun en su infancia
sueñe  10
un violáceo destino en el Poniente.

   Basta que apuntes
con tu índice súbito
una de sus exactas cortaduras
es el concesivo llano amarillo  15
o sus chasquidos de plata
en la crestería de los cerros.

   Y en todo caso
comprende
en un gesto capaz, despacioso,  20
su señorío azul
y el torbellino impasible de los árboles.

(abril 1992)

para Rodrigo Campos Cervera



  —38→  


ArribaAbajoInsistencia


   Ya es honda la noche, y las nubes
como lentas memorias precisas
han ganado mi casa.

   O será esa niebla despierta, perdida,
que parece arriar el cielo sellado  5
hasta la cumbre de esta serranía.

   La casa inmóvil, sin embargo,
rompe a cruzar la oscuridad vacía.

   Ciego como el ventanal
y a la sombra de mi lámpara prendida,  10
yo también solitario, indago el rumbo
de tu encarnación esquiva.

   Sí, he leído todos los libros,
pero aún no sentí el final de tus melodías.

   Callado una vez más, habré de buscarte  15
en la virazón de la vigilia,
para alcanzar siquiera tu nombre,
Poesía.

(agosto 1992)

para Ester de Izaguirre



  —39→  

ArribaAbajoAdiós



   Un pájaro raspa el cielo equívoco
de la atardecida.

   Retrasado y oscuro
grita hacia el Sur,
rumbo a su viejo dormidero,  5
mientras bate la luz
resbaladiza
de la altura.

   Allá frío y huyente,
usual en estas lejanías,  10
es sólo un precario pulso trajinero,
pero con él va borrándose
alguna palabra cierta
y el vasto otoño, en vuelo, se retira.

(junio 1993)

para Evelio Fernández Arévalos



  —40→  

ArribaAbajoRepetición del paisaje


cette aimable nature dont les
beautés étoient sous mes yeux


ROUSSEAU, Les Confessions I, VI                




   Paisaje
exento
quizá invitación trascordada
promesa de sesgado cumplimiento.

   Nos separan  5
una pátina contigua a la del sueño
y una obligatoria profesión
de silencios.

   Oh desmemoriado
paraje resuelto  10
oh contemplado aroma
oh denominador del tiempo
oh distancia curtida
oh digitación de cielo
oh vasija de la intemperie  15
oh cambiante paroxismo desierto.
—41→

   Paisaje intáctil
desde mí crece un espejo
de mí sigue manando
tu resplandor ajeno.  20

(julio 1993)

Para Óscar Ferreiro



  —42→  

ArribaAbajoExplicación de una lluvia



   Te esperábamos,
pausa esmerilada,
ciudadela instantánea,
muralla tras muralla levantada
de arriba para abajo.  5

   Con igual desdén
anulas
la llanura rumbosa
y la verde altanería de las piedras.

   Goteadora, te atienden  10
los cocoteros desatados,
las aves estrictas en el monte.

   Y el joven viento norte
dibuja una canción que te enardece.

   No obstante, enseguida resultas  15
garúa entrefina,
cerrazón,
soledad movediza.

   Al cabo
escampas.  20
—43→

   ... Ya eres agua anterior, pero me dejas
indemne, cristalino,
y acribillado de ágiles certezas.

(julio 1993)

para J. A Rauskin



  —44→  

ArribaAbajoConstelación de escorpio en primavera



   Medianoche a medianoche
perforas pensativa la Galaxia
encima de mi frente,
justo sobre la cumbrera
de mi casa.  5

   Lumbre matriz, octavo signo,
australmente desconozco
si adivinas o trasueñas,
si retrocedes o aguardas.

   Por cierto, quienes fuimos paridos  10
entre octubre y noviembre
con los auspicios ciegos
de tu luz
itineraria,
siempre nos preguntaremos  15
con aprensión sucesiva,
con faenosa confianza,
si abrigas,
si comprometes,
si amenazas.  20

   Ahora por ejemplo conjeturo
que no es la firmeza del noreste en primavera
sino tu exaltación intocable
la que me halaga
los cabellos  25
y perfila mi cara.
—45→

   Continuamos custodiándonos
yo y el sello constelado.

   Pero no alcanzo
el espléndido secreto  30
de tu aventura
o de tus vacilaciones, alacrán,
o de si tu aguijón ya resolvió
emponzoñarnos a distancia.

(octubre 1993)

para Edda y Eduardo Laterza



  —46→  

ArribaAbajoInminencias



   En el bajo del cielo occidental
las estrellas terminales
se esquivan.

   Y el modesto desvelo aglomerado
de los pueblos,  5
cabrilleando aún en la planicie,
no deja de ser
sino ceniza anticipada
del ímpetu que se avecina,

   Es el momento  10
en que se inquieren
y combinan
la brillazón nocturna
y la sombra flamante
del día.  15

   Obstinada, la luz balbucea
el mundo:
las mejillas
de la piedra,
la furtiva  20
soledad de un ala,
ciertas hojas;
esa luminaria primeriza
acude
cargada de una doble inminencia,  25
de albores en albores consabida:
—47→
la del venerado
desvarío solar
en estas montuosas serranías,
y la del despertamiento  30
del hombre, la rutina
desde hace cuatrocientos siglos
aquí constituida.

   Pero nuestro alerta
desearía  35
contar una tercera certidumbre:
la de la voz
particular y repartida,
una voz
propicia  40
que sinceramente acerroje
la pasión expansiva,
que suelde
la línea
entre ahínco y nostalgia,  45
la voz de una memoria decidida
acompañándose
con la ingerencia del sol
en las remansadas íntimas
y con el ademán maduro  50
de quien desarma la cimbra del sueño
para aspirar su propia amanecida.

(noviembre 1993)

para Renée Ferrer



  —48→  

ArribaAbajoLos espectros diurnos



   Hay veces
en que la mañana se inmuta
y franquea o atranca un portalón translúcido
intermitentemente
sin otro fragor que el del azul concreto  5
arriba
de la abrasada tosca
de cúspides y graderías.

   Una sombra desazonadora
rueda de por sí  10
se abate sube como pestaña ilusoria
pretende trocar el orden
de la inveterada travesía.

   Por un rato
se guarecen los árboles  15
atrás de sus hojas
y hasta el fulgor justiciero
se coloca de canto en el tiempo
amonedando un oro bajo
a toda prisa.  20

   Se trata a mi juicio
de nuestros muertos perfectamente vanos
cuya soledad compacta
apreciaría
alternar con las del cielo habitual.  25
—49→

   Empero estos sucesos
no duran el minuto que se gasta en nombrarlos:
presto la mañana
torna a singlar
legítima  30
incorrupta
proa insignia
hacia su naufragio personal
en el mediodía.

(diciembre 1993)

para Carlos Germán Belli



  —50→  

ArribaAbajoEl dolor



   Perfectamente
nos conocemos
nodriza de la vigilia
recordatorio unánime
de la mera culpa de existir.  5

   Ahora te muestras
por entre los resquicios de la noche
zanjando mi rodilla izquierda
mientras curuvicas
terco escrupuloso  10
cada uno de los gérmenes del sueño.

   Pero en el punto en que la luz principia
a corroborar las persianas
me desobligas desapareces
como borracho de traspié callado  15
en el crepúsculo de la fiesta.

   Ya en la encumbrada expedición del día
el aire serrano embarga tu vuelta
con su venda delgada.

   Por lo demás  20
conspiré con un hombre de indumento blanco
para derogarte.
—51→

   Gustaría de saber
en cuál de los parajes de la sangre
te vas a esconder  25
de masajes de píldoras
y de este sol extirpador.

   Y así también pregunto
dónde humillarás tu mando
pasado mañana  30
cuando se cancele el cuerpo
en el que distribuyes la palpitación
-ociosa en realidad
de tus prietos espantajos.

(enero 1994)

para José-Luis Appleyard



  —52→  

ArribaAbajoLas visitas

Corolario de versos precedentes




La polvareda de las nubes
desciende a recatar el alba,
a velar la cordillera,
a saturar las cañadas.

   La cerrazón gravea  5
sobre las palmas
que aún se friccionan con los sueños,
y explora la cerril escalinata.

   Quietas, le dan paso
las puertas llaveadas;  10
de tal suerte,
las neblinas se instalan
como visita previsible
pero no convidada.

   Entonces un sigilo,  15
un vapor de fantasmas,
reconoce la galería,
los maderámenes, la teja vana,
las baldosas serviciales
y hasta la cavidad de nuestras sábanas.  20
—53→

   Con el borroso cálculo
de que alarguen su estancia,
denso de mansedumbre les aclaro
que todo en la morada
también está en perpetuo tránsito:  25
los puñales del Sahara,
esa herrumbre cruel de los aceros
-la sangre pertinaz en la navaja,
y los demás peligros silenciosos
que rielan en las tapias;  30
en las repisas igualmente
las súplicas de arcilla, la tinaja
de miel ausente, la deidad de un día,
el guaco del jaguar, las ánforas
del abolido aceite, el pez ceremonial,  35
una urna funeraria,
cántaro ayer de sápidos maíces
y salivas sutiles de muchacha;
relieves del centauro, del búho, del lagarto,
del zorro, de las Furias, del gallo, de la rana,  40
compulsión y barniz de las centurias,
la multitud cerámica
que en este sitio sólo es un rezago
de historia sobrepuesta y derramada.

   Todos aquí (reitero ante las nieblas),  45
aun el dueño de casa,
somos hechos de un humo apenas más espeso
que las nubes hermanas
y un poco menos rápido
que su cierta mudanza.  50
—54→

   Parecen entender: al rato se incorporan
con mayor vestimenta que nostalgia,
abandonan los órdenes de la piedra y los libros,
y hacia arriba otra vez, boyantes se soslayan,
retozan, se atropellan,  55
como niñas del cielo que con cándidas
redecillas grises
intentaran copar aquel celeste en marcha.

   Mas el urgente volumen
benévolo las llama  60
a un oriente final:
de ahí mismo se desgarra la mañana
arbolando los soles caudalosos
que nos bastan.

(abril 1994)

para el grupo de análisis: Pupi Duarte Rodi, Blanca de Martínez, Bebé Cueto, Chiquita Decoud, Maricarmen de Niella, Nory, Garbett



  —55→  

ArribaAbajoA una moneda romana desenterrada en el patio



   Oh exiguo disco de cobre,
no sabemos porqué estabas ahí
a seis palmos bajo el piedregullo,
en la costa del secular camino jesuita de la
yerba,
cuya depresión y terraplenes  5
aún se desdibujan
en mi patio.

   Cardenillo circular,
ínfimo planeta deforme,
te exhumamos un intratable sábado de agosto:  10
en el anverso, el laurel evidente
coronando una confusa calvicie imperial
y al reverso,
más roído por los dos milenios,
por la gravosa hondura y el olvido,  15
el valor ya indescifrable:
¿un óbolo, tres ases,
medio sestercio?

   Sin embargo, te batieron
para que midieses el precio de hombres y de
cosas;
 20
un tiempo habrás sido esencial
para el deseo
de alguien,
quizá mercando una caricia barata
—56→
de mujer del Transtíber,  25
o entibiándote en el puño del reciario
que corrió a alegrarse con un congio
de ríspido vino cretense
en una taberna aledaña al circo de Antioquía,
luego de haber trincado y yugulado  30
a su oponente,
o mezclándote
en la escarcela del Iscariote
con los treinta siclos
que entregaron a Jesús.  35

       Y cuando postraron Roma,
¿qué seguiste siendo?
¿Cuándo y en qué faltriqueras bajaste
a los desaforados vegetales
de nuestro sur fluvial?  40
Fuiste aquí, tal vez,
trampería en el rescate
de la plata con poco blanco de los Paizunos
y de la chafalonía de oro de los Corocotoquis,
o acaso amuleto  45
contra la daga extremeña de cuatro filos
y contra la untada flecha de los Guarambarenses.

   ¿Y quién te perdió
a la orilla de la ruta que pasaba por mi patio?
A lo mejor caíste de la bolsiquera  50
de un desaprensivo mancebo de la tierra
en su flete, un ruano mañero,
o del zurrón de un Padre de la Compañía
preocupado porque sus esclavos Angola
       carreteros  55
—57→
llegasen puntuales con su carga de cueros y de
       yerbamate
hasta las garandumbas que aguardaban
en el puerto de Nuestra Señora Santa María de
       la Asunción.  60

   Cuánta sospecha vacía,
cuánto pasado sin respuesta
mientras averiguo tu cara
en el horario de las cordilleras.

   Pero siento que, a la verdad, has sido  65
sustancial en la vehemencia de algunos,
y que ulteriormente, sofocado el Poder
del cual eras uno de los símbolos,
todavía supiste ser la clave
de trueques suntuosos,  70
o talismán
-camarada de un cuerpo,
y después del seco encierro
de veinticinco décadas o más,
eres asimismo  75
un mínimo espejo de asombros,
un fino vector
de interés cierto,
y protagonista de un poema:
no otra fortuna querríamos  80
merecer los mortales.

(octubre 1994)

para José Antonio Rubio



  —58→  

ArribaAbajoMemento nocturno



   Contentamiento del dormido
entendedor horizontal
de que su aliento vaya dividiendo
la controlada
tiniebla de la alcoba.  5
   Afuera
los quehaceres del nordeste
la protesta inmóvil de los árboles
algún retirado tecleo peregrino
fraccionan igualmente la penumbra efusiva  10
de mi Última altura.
   Y desasosiego del durmiente
a quien se le antoja el desvelo
cuando no hace sino boyar
por su preñada muerte repitiente  15
en la metódica
oscuridad del dormitorio.

(junio 1995)

para Raúl Amaral







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