Selecciona una palabra y presiona la tecla d para obtener su definición.

  —115→  

ArribaAbajoAcá vienen conmigo

a la memoria de Justo Pastor Benítez, Luis de Gásperi, José Asunción Flores, Gustavo González, Miguel Ángel Maffiodo, Justo P. Prieto, Carlos Zubizarreta, Alfonso Oddone, Gabriel Casaccia, Juan Esteban Carron, Efraím Cardozo, Carlos R Centurión, Martín Cuevas, R Antonio Ramos, José Laterza Parodi, Benigno Riquelme García, Ana Iris Chaves de Ferreiro,

por su corazón

por su confianza

  —116→     —117→  

ArribaAbajoPadre de mi padre


y mi abuelo, cernida frente hidalga,
poncho calamaco, silla inglesa,
y un galope corto de su malacara,
rumbo a la capuera en San Blas


CVM, Guarania del desvelado, 56                




   Se dice que en el nocturno corredor,
durante los grávidos amenazos,
distinguen un hombre sin cara
al apurado esplendor de los relámpagos;
de negra y densa capa,  5
suavemente se pasea
por el escueto ámbito
como si le desvelase
algo que ha de arribar sin falta.

   Cuentan además que se escucha  10
el acompasado crepitar de una hamaca
en la penumbra
desvalida de la casa.

   Pero ésos no son
sino tus fantasmas:  15
prefiero congregarte
—118→
allende el sueño y la nostalgia,
aquí en mi ánimo
Don Salvador Villagra,
capitán de tus cañaverales,  20
caballero de rienda superior,
mentado pulso fijo,
perfil de gavilán azul,
cobertor de muchas damas,
liberal de llanura o desenlace,  25
convencional de La Cordillera,
maestro sobre caudillo,
señor a lo largo
de tu gente y tu comarca.

   Te conocí después,  30
alta postura y sobrecejo,
jinete de un salto todavía.
Y me crié en Piribebuy,
bajo el solero de tu hogar abrahámico.
Y me consintieron tus hermanas.  35
Mordí la carne rosa
de las guayabas
que nos traías de San Blas,
y supe aun cabalgar a tu costado
y compartir, contigo y con tus armas,  40
el tenso, deleitoso aguardo
de las palomas monteses en el alba.

   La memoria dócil
me brinda unas cuantas
formas, cosas que te correspondieron  45
en el tiempo penúltimo:
—119→
una fusta redonda de cuero de tapir
(con la que en una ocasión
me picaste la espalda),
la voz de mando natural,  50
un bastón que también era una espada,
el yantar exacto,
un jarro de plata,
esa manera discreta de afanarse
desde antes de la mañana,  55
la condición,
en el delicado interludio de la siesta,
de que una niña peinase
la cabeza entrecana,
la serena lectura de novelas  60
hasta que la luz desistía
de zócalos y ventanas,
aquella costumbre en la anochecida
de ser el único
que prendía el farol de la sala.  65

   Ahora estamos frente a otro crepúsculo
y la confabulación de las distancias
parece más profunda
que las tareas ocultas
de tu propia raíz:  70
deja por tanto
que sea yo quien encuentre
tu mano arrasada;
que mi brazo rodee tus hombros vacíos;
déjame esta vez preparar nuestras balas:  75
es necesario
—120→
que me acompañes en la cacería
de algún jabalí celeste.

   Ya oscureció, te digo;
permite que hoy tu nieto encienda  80
la primera lámpara.

(julio 1993)

para Aida Villagra



  —121→  

ArribaAbajoMadre de mi madre33



   Hija
del médico aquel que migró al Paraguay,
«en cuyas manos había una flor de nardo»,
toma del brazo a tu padre
y acérquense.  5

   Vigésima sétima nieta en línea recta
de Roy Díaz mío Çid Canpeador,
acorázame.
Burgalesa de prez,
ennobléceme.  10
Consorte del teósofo sabio,
generoso arquitecto,
ensánchame.
Nuera de un mártir intrépido,
ármame.  15
Patriota que siempre labraste el sueño
de retomar por tiempo a tu tierra mayor,
ténsame.
—122→
Bienquista de tus paisanos,
repárteme.  20
Condecorada con la Cruz de tu Reina homónima
-tan castellana vieja y católica como tú,
distíngueme.
Fundadora de una leprosería,
purifícame.  25
Ministra de la Orden Tercera
de Francisco de Asís,
humíllame.

   Dispensadora de fábulas,
agúzame.  30
Celestina de mi primer amor
con la palabra que cuenta,
empújame.
Suave Isabel profunda,
alúmbrame.  35

   Reservorio de mi infancia,
prosigue velándome;
corona desde tu penumbra
la joven muerte de tu hija
y espérenme.  40

(abril 1994)

para Carmen Marsal Vda. de Cuevas



  —123→  

ArribaAbajoMadre



   Basta
uno solo de los diez mil recuerdos
para enjoyar tu ausencia
mortal,
María Elena.  5

La mirada de ceniza verde, por ejemplo,
junto al qué vamos a hacer después
de niña presurosa
por recorrer las vidrieras de la ciudad y el mundo.

   O tu projimidad insaciable  10
como la inclinación
a los helados de limón y de vainilla.

   O esa distraída
manera de ensortijar o desrizarte el pelo
con dos dedos pensativos,  15
tu cabello oscuramente rubio
resuelto en los jazmines de plata del verano.

   Así las memorias
encienden tristemente
la galería de tu ausencia.  20
—124→

   Puro espacio
huérfano,
y en su hora
portal de nuestro inmaculado,
definitivo reconocimiento.  25

(abril 1995)

para Salvador Villagra Maffiodo





  —125→  

ArribaAbajoLa letra entró en la sangre: homenajes

en memoria de Juan Carlos Onetti, Julio Cortázar, Jorge Luis Borges, Daniel Moyano, Aldo Torres, Enrique Lihn, Juvencio Valle, Alfredo Pareja Diezcanseco, Manuel Bandeira, Fayad Jamís, Nicolás Guillén, Eliseo Diego, Ernest Hemingway, Ángela Figuera Aymerich, Vicente Aleixandre, Luis Rosales, André Breton, desde el recordatorio personal

  —126→     —127→  

ArribaAbajoUna memoria de Treasure Island: El pirata flint retorna a su navío después de enterrar el tesoro


One fine day up went the signal,
and here came Flint by himself in
a little boat, and, his head done up
in a blue scarf. The sun was getting
up, an mortal white he looked about
the cutwater


BEN GUNN                




   Amanecía
cuando se sintió tu aviso.
Volviste, Capitán Flint,
solo y tu alma,
con el pie en la roda de un bote pequeño,  5
una bufanda azul ciñéndote la frente,
asperjado por la luz ingenua,
con tus mejillas lívidas como las de la Muerte.

   Desembarcaste en la Isla, Capitán,
llevando contigo seis fuertes marineros;  10
ahora regresabas sin nadie
bogando hacia tu barco, el viejo Walrus,
que te aguardaba
al pairo
desde hacía casi una semana.  15
—128→
   A bordo,
Billy Bones el piloto
cuya sentencia era «los muertos no muerden»
y John Silver, el alto contramaestre
a quien en secreto temías,  20
te preguntaron sobre el oro y la plata.

   -Ah -les respondiste-, pueden bajar a tierra
y quedarse, si gustan;
en cuanto a la nave,
barloventeará en busca de más, por el trueno!  25
Ese trapo azul apretado a tus sienes, Capitán,
no era menos intenso que el mar recién hecho,
que la mocedad de la mañana,
mientras un cielo suavísimo
ya suponía  30
el blanco aire candente de la siesta.

   Y zarpaste de nuevo.
Adiós, Capitán Flint.
O por decir mejor, hasta pronto:
tú no eres sino sombra empujadora  35
en la evocación de hombres inclementes
que se afanan y navegan y cantan
y se amotinan
y blasfeman y empuñan armas y beben
un ron graduado por Satán  40
y matan y mueren
en las páginas de un libro
donde también respiran
—129→
gentes de natural honrado
y destino fiel;  45
no obstante, Capitán Flint,
más allá de unos o de otros,
tu condición de hierro, Capitán,
será la de acechar sin puerto
por los océanos de nuestro recuerdo:  50
continuación que Robert Louis,
tu propio fabulador,
quizás no imaginó.

(abril 1993)

para Jorge Teillier



  —130→  

ArribaAbajoRequiem en cinco movimientos para el noble Fortunato, muerto en la bodega y catacumbas de los Montresor por su amigo, el dueño de casa


For the love of God, Montresor!


FORTUNATO                





I

   ...Y del brazo de tu afectuoso ejecutor
penetraste en las cuevas:
bordalesas pilones de huesos
frascos en fila calaveras confusas
estorbando arcadas pasadizos.  5
Como ronquido glacial
en algún infierno de vidrio
el trémulo tejido del salitre
festoneaba las paredes
emblanquecía los muros.  10


II

   Te tambaleas
avanzando
retiñen
las campanillas de tu gorro cónico
—131→
y otra vez otra  15
cuando apuras
una botella de Médoc
en honor de los enterrados
que reposan en torno
brinda  20
Montresor también
porque tengas una larga vida.

   Los dos bajo el lecho del río
el vino se incendia se enturbia en tus ojos
el final de las bodegas  25
la sombría exactitud del nicho
tu albergue
a partir de ahora.

   Al punto
te aherrojó al granito rezumante  30
tu falso hermano masón
fue tapiándote
primera hilada segunda
penúltima undécima
un rechinar furioso  35
de cadenas
la sucesión de tus alaridos
Montresor un eco
sobrepujándolos
y terminaron ambos por callar.  40
—132→


III

   Sí por el amor de Dios
pero ya no habrá caso
no han de valerte se hace tarde ni vámonos
ni me estarán esperando Lady Fortunato
y mi gente en el palazzo.  45

   No te salvarán no tu virtuosismo
de conaisseur de cepas y caldos
o el acceso de tos contumaz
menos aún el encomio las instancias
de tu devoto enmascarado.  50


IV

   Algunos estiman que ese laberinto húmedo
que te condujo a la muerte
no es más que una lección suprema
del relato
en lengua inglesa  55
otros en cambio te hicimos compañía
en la búsqueda falaz
del barril de amontillado
inútilmente procurando
que advirtieses  60
la divisa amenazante de los Montresor
Nemo me impune lacessit
y las atroces benevolencias de tu anfitrión
y la sonrisa maligna
tras el antifaz de seda negra.  65
—133→


V

   Por el amor de Dios, Montresor!
conmovió la rojiza mezquindad de las antorchas
tu lastimosa exclamación postrera
y en el suelo de la cripta
un solo cascabeleo  70
de tu bonete de bufón
-dintel del incontable silencio.

   Corrieron doscientos años
a sumar de aquella medianoche
y ningún mortal te ha perturbado  75
desde entonces.
Déjanos pues desearte
lo mismo que tu propio asesino y amigo
lo mismo que el poeta de Richmond
historiador de tu emparedamiento:  80
In pace requiescat!

(junio 1994)

para Washington Benavides



  —134→  

ArribaAbajoEscena de caza

MEMOIRES D'HADRIEN



   Y fue por cierto hacia el oasis de Ammón,
donde antaño los sacerdotes del oráculo develaran a
       Alejandro el Grande el secreto de su
      origen divino;
a escasas jornadas de Alejandría,
en un paraje desolado,
durante el rápido anochecer egipcio,
al borde de una charca invadida de cañas
perforó la distante algarada de los batidores
el rencor cavernoso, el denso gruñido metálico de la
      fiera,
como enhebrando por breves segundos tirantes las
      trompas de montería, los alaridos y los
      címbalos,
fue entonces cuando el súbito ánimo imprudente de
      Antínoo
—135→
espoleó su corcel
y arrojó su pica y sus dos venablos con arte,
mas sólo a tres varas del león
que se desplomó, alcanzado en el cuello,
al tiempo que azotaba el suelo con la cola;
el remolino de rugidos y de arena
no permitía distinguir sino una forma agitada y oscura,
pero de repente el animal se enderezó, pronto a
      lanzarse sobre la cabalgadura y el
      adolescente caballero inerme,
y ahí tú, Adriano Augusto
Imperator,
te interpusiste desde atrás con tu caballo
exponiendo el lado derecho
y, puesto que estabas acostumbrado a esos ejercicios,
no te resultó muy difícil rematar con la jabalina a la
      bestia, ya herida de muerte;
el león se abatió definitivamente
y sumió el hocico en el lodo,
en tanto una hilacha de sangre negra estriaba
el agua rosada del atardecer. El enorme gato
color de desierto, de miel y de sol
sucumbió con una majestad más que humana,
mientras los nenúfares carmesíes se iban cerrando
como lentos párpados.

   Tal el episodio. Algunos días más tarde,
el poeta Pancratés organizó en el Museo de Alejandría
      una fiesta musical en tu honor, César:
      la sala de conciertos daba a un patio in-
      terior; allí había asimismo nenúfares,
—136→
      sobrenadando en un estanque,
bajo el esplendor casi furioso de una siesta de las
      postrimerías de agosto: tú y Antínoo
      reconocieron de inmediato sus nenú-
      fares escarlatas del oasis de Ammón;
Pancratés se entusiasmó con la idea de la fiera rota
      expirando en medio de las flores
y, perfecto poeta de corte al fin, demandó tu venia
      imperial para versificar la heroica, la
      noble anécdota: la sangre del león ha-
      bría servido para teñir los lirios acuáti-
      cos; la fórmula ya era vieja en esas
      épocas (la imagen recurrente de una
      efusión mortal acaeciendo entre páli-
      dos pétalos); no obstante, le encargas-
      te el texto en loor de Antínoo: en los
      hexámetros, la rosa, el jacinto, la celi-
      donia fueron sacrificados a las corolas
      de púrpura, que llevarían en adelante
      el nombre del preferido.

   Apenas dieciocho centurias después,
una bárbara nacida y criada en la Galia Transalpina
-mujer alta, llamada Marguerite-
compuso una bella narración en la que tú, César,
en carta a tu hijo adoptivo Marco Aurelio,
presentas y discutes tu propio pasado: en sus páginas,
      precisamente, se cuenta la cacería que
      estoy comentando, y para ésta la
      Marguerite fundose por su parte en el
—137→
      poema de Pancratés, un fragmento
      del cual, encontrado en Egipto a inicios
      del siglo, llegó hasta nosotros en la
      curiosa colección de los Papiros de
      Oxirrinco.

   Han pasado cuarenta y cinco largos años
desde aquella novela y por último,
ahora que van derrocándose las sombras
sobre este riñón, o páncreas
del desatentado territorio que entresoñó Lucio Anneo
      Séneca,
tu paisano y antiguo mentor,
en este crepúsculo tan limpio de vientos
y tan apurado y grávido y caliente
como aquél de Antínoo y del león, tuyo y de la tolvanera,
atardecida de finales del verano
igual pero distinta
a la del ojo de agua, de los juncos, de las dunas,
que hace mucho habrán sido revocados por el tiempo,
digo acá en este ocaso
un mestizo suramericano
-por cuyas arterias a lo mejor también deriva
un chorro de la Itálica famosa-
alerta, un poco fatigado,
y si no con gracia, al menos con paciente denuedo
versicularmente está glosando el aludido capítulo de
      tus Memorias inventadas, catorceno
      Emperador de Roma,
pasaje que a su vez se apoya
en la exhumación
de una poesía mutilada.
—138→
   Por lo demás, César, tu potencia y tus actos,
así como los de tus contrarios y tus allegados,
al presente no son más que humareda, ensoñación,
      neblina,
por ejemplo la razón del ahogamiento en el Nilo de tu
      favorito, el joven bitinio de peregrina
      hermosura: hoy nadie sabría comprobar
      que Antínoo se suicidó por extremada
      devoción a tu persona, o que se
      trató de un mero accidente -o que tú mismo
      le mandaste matar según apunta
      el sabio Louis Grégoire.
..........................................................
Pero bien pudo ocurrir que los tres relatores de
      la historia del león en el desierto, a
      saber el rimador mestizo firmante de
      esta paráfrasis, la eminente escritora
      de las Galias y el remoto bardo palacie-
      go
hayan tentado únicamente (cada: quien con su estrate-
      gia o con su estratagema)
dilatar por unos meses los siglos de tu gloria, Publio
      Aelio Adriano,
antes de que principien a sepultarte
los milenios de olvido.

(marzo 1995)

para Lucy Mendonça de Spinzi



  —139→  


ArribaAbajoCantata del pueblo y sus banderas torrenciales

para el recuerdo heroico de
Aníbal Villagra, Atilio Villagra,
Derliz Villagra, Américo Villagra,
cuyas sangres derribadas
aún padecen hambre
de justicia

  —140→     —141→  

ArribaAbajoEl grito en las calles I



Aquel grito detenido
tanto tiempo entre los dientes,
se arrojó a ganar la calle,
rompió las cuatro paredes.

   Una garganta esparcida  5
le congrega y le sostiene
como un ardoroso escudo
entre el aire y nuestra gente.

   Cuando el grito se corona
de libertad por la frente,  10
echan luz hasta las piedras,
los árboles se conmueven.

   Grito que empieza en la tierra,
que el alba empuja y promete,
le defienden nuestros muertos,  15
le alimentan nuestros héroes.

   La sangre es empuñadura
del grito que el pueblo atiende,
y si la sangre se afirma
las viejas sombras se pierden.  20
—142→

   Asunción, ciudad vacía,
cansada de tanta peste,
te irá limpiando este río
cuanto más crezca y resuene.

   Asunción, ciudad callada,  25
escucha cómo florece
el grito que está cambiando
tus esquinas y tu suerte.

para Gloria y Humberto Rubin



  —143→  

ArribaAbajoEl grito en las calles II


   Si la patria es campana,
   el grito es su tañido,
   fulgor hasta el mañana
   libremente tendido.



   El grito como cielo desatado
ha de ser nuestra lluvia vencedora,
y erguido, con el viento de su lado
para tocar la aurora.

   De pronto, las veredas nos convocan  5
a un diluvio de pasos y latidos
y en el viejo abandono desembocan
raudales encendidos.

   A pesar de los golpes en la cara,
el grito no se esconde ni se mancha  10
pero prosigue la canción más clara
y cada vez más ancha.

para Alcibiades González Delvalle



  —144→  

ArribaAbajoTrajinantes del alba I



   Portadora del día que el horizonte clama,
juventud que pronuncia su espiga bien nacida,
basta y sobra tu marcha para fundar la llama
en el yunque incesante de la voz repartida.

   Con el pecho habitado de canciones urgentes,  5
iniciando los vientos con el ala segura,
los hombres que propone la luz adolescente
salvarán su camino del miedo y la basura.

   Muchacho trabajado por esta fiebre altiva,
la libertad remonta su pulso hacia tu vuelo;  10
muchacha que propagas una flor decisiva,
la libertad arrima tu sueño a su desvelo.

para Juan Manuel Marcos



  —145→  

ArribaAbajoTrajinantes del alba II



   A la patria sube
el fogoso pétalo:
le guardan los jóvenes
con su propio cuerpo,
sin otra vigilia,  5
sin otro contento
que el de abrir su aroma
fulgurante y cierto.

   La fría armadura
del sordo y el ciego  10
recula y se tuerce
ante un sol intrépido;
al joven impacto
del brazo sincero,
caerán las prisiones,  15
huirá el carcelero.

para Guido Rodríguez Alcalá



  —146→  

ArribaAbajoLas sombras por la tierra I

In memoriam
Aurelio Silvero
y Francisco Martínez,
campesinos sin tierra
muertos a bala
el once de julio de 1986
en Juan E. O'Leary, Alto Paraná




1

   Cuando arreciaba la siesta
el crimen rindió el paraje
coincidiendo los fusiles,
el látigo y el ultraje.

   Junto a un mástil se plantaron  5
con los demás campesinos:
allí percutió en la selva
el perfil del asesino.


2

   Frente a las cruces delgadas
jadea el humo perdido,  10
desovan las mariposas
y se arrodilla el olvido.
—147→

Huesos de Aurelio y Francisco,
dueños por fin de un rozado
arriba de las cosechas  15
y más allá del arado.

para Marciano Villagra



  —148→  

ArribaAbajoLas sombras por la tierra II



   Tierra malaventurada
y huérfana de sus hijos,
mansión de la desmemoria
y del castigo.

   Clavada a su sol desierto,  5
barrida por su destino,
crujen sus oscuros duelos
bajo los siglos.

   Para más, venden las aguas
ladrones recién venidos,  10
trozan los profundos árboles,
queman los trinos.

   Y así la tierra que aguanta
la seca como el granizo,
no da siquiera una sombra  15
al desvalido.

   Ya es hora, tierra, que salves
tus suaves panales íntimos
y ocultes tu azul pujante
del enemigo.  20
—149→

   Forja tu niebla sagrada,
urde tu furor nutricio:
vuelve a ser la madre intensa
del campesino.

para Roberto Fernández Retamar



  —150→  

ArribaAbajoEste pan exigido I



   La frontera del hambre
va cortando las plazas;
la extienden los obreros
con su desnuda rabia.

   Jornalero que buscas  5
levantar la batalla,
la pobreza es tu ejército,
el sudor tu metralla.

   No puede alcanzar nunca
tu sangre solitaria  10
esa paz que te mienten
y este pan que te falta.

   Juntos, trabajadores,
disparen su palabra,
agrupen las tormentas  15
en una llamarada,
con el sueño unitario
en las manos blindadas,
como un monte que agite
sus populosas ramas.  20

para Elvio Romero



  —151→  

ArribaAbajoEste pan exigido II



   El cielo sucesivo
agrava el desamparo
y la antigua fatiga
hierve despacio;
condición del obrero  5
uncido a su trabajo:
en la mesa vacía,
se sirve llanto.

   Mensualero del hambre,
albañil por un rato,  10
nocturno embarcadizo,
y ferroviario,
de pie, contra el que humilla
espaldas y salarios,
para honrar la esperanza  15
de un pan más alto.

para Saúl Ibargoyen Islas



  —152→  

ArribaAbajoElegía del destierro I



   Aquí cantamos una grave historia,
la de nuestros hermanos enlutados,
la de sus propios soles enterrados
bajo el arco tenaz de la memoria.

   Albas cerradas, lluvias desiguales,  5
la filosa nostalgia de la frente,
y trabado en la cruz del aire ausente
el rumor de sus sueños y sus males.

   Cuenta oscura y cabal de los despojos:
fatigando los rumbos más lejanos  10
sin el agua natal entre las manos,
sin la luna frutal sobre los ojos.

para Juan Félix Bogado Gondra




ArribaAbajoElegía del destierro II



Los despeñados de la patria,
los condenados a la ausencia,
traspasaron sus grandes ríos,
se internaron en la tristeza.

   Porque la tierra era su herida  5
desde los pies a la cabeza,
les forzaron a verla lejos,
por entre llanto y humareda.

   Se mudaron a la intemperie
cuando el odio selló la puerta:  10
así, su exilio es una espina
que por las sienes nos afrenta.

   Mas hoy, compañeros errantes,
estamos izando la estrella:
al enseñarles el regreso,  15
aplaudirán nuestras banderas.

   Mientras se cumpla el tiempo abierto
en que apaguemos esa ofensa,
nuestra canción no les olvida,
toda la casa les espera.  20

para Rafaela y Domingo Laíno



  —154→  

ArribaAbajoTiene un sitio el amor I



   Muchacha de un tiempo leve,
novia florecida:
han girado los años,
hemos sumergido los brazos vehementes
en el rápido esplendor del universo  5
y sigue tu cuerpo exacto,
reinante de mis noches y mis actos,
tu delicada gracia
en mi costado.

   Y los hijos, que constelaron  10
tu corazón
y te bordaron el manto.

   Pero estamos bebiendo
del mismo jarro
de un pueblo que apremia la respuesta  15
y la espaciosa hermandad
del canto.

   Muchacha del tiempo grávido,
los dos secundaremos
erigiendo las puertas  20
de la patria
justiciera.
—155→
   Entonces,
mi novia amanecida,
no habrán girado  25
vanamente
los astros.

para Ana María Carron Rivarola

mi novia



  —156→  

ArribaAbajoTiene un sitio el amor II



   La espuma del amor
vistió la marejada de los días
y no hubo quebrantos ni silencios
capaces de prohibir
la reunión de tu piel con la mía.  5

   Y sin embargo
compañera,
a todos
nos resta todavía
diseminar el fuego,  10
desamarrar la libertad fragante,
confluir para siempre en su alegría,
y que su transparencia
retumbe por los campos,
arrase nuestras vidas.  15

(La Alcándara, 29 octubre-3 diciembre 1986)

mi esposa

para Ana María Carron Rivarola





  —157→  

ArribaAbajoPoemas sobrevivientes

en recuerdo de Aristides Benítez,
Luis H. Segovia, Justo Pastor Benítez (h.),
Justo José Prieto, Rafael Eladio Velázquez,
compañeros embarcadizos
ya en la otra bahía

  —158→     —159→  

ArribaAbajoPaisaje del Pilcomayo



Frontera del aire tenso,
alto Pilcomayo,
desmemoria de la patria,
cielos quebrados.

   Sol barcino  5
derivando el cauce rápido.
Encono del silencio,
arena sola y viento exhausto.

   Un sueño de mi hijo
y la amistad sencilla, sin embargo,  10
se festejan, se ordenan
ante el fuego unitario.

   Halajería del tiempo,
lumbre de palosanto,
olorosa palpitación flagrante  15
de los montes cerrados.

   Y allá las aguadas congregan
su niebla virgen: debajo,
la sombra demorosa de un león
acecha los fantasmas del venado.  20

(Ea. «La cumbreña», agosto 1980)

para Rodrigo Villagra Carron



  —160→  

ArribaAbajoErranzas



   El sol dispensa
en el estanque
la moneda falsa de un verano
a destiempo,
equivocado.  5

   Como ese derrame en el agua
aquí estoy oficiando estas palabras,
notaciones de algún recordatorio
inverniz,
traspapelado.  10

(1982)

para Neida de Mendonça



  —161→  

ArribaAbajoPoeta fueses



   Estás en la antevíspera
y continúan sobrándote
veraces interrogantes,
renovaciones, límites.

   Una vez más  5
apronta la máscara
pero anímate y desviste tu deseo,
castiga tus graciosas posesiones:
ahí sabrás pasar
junto con el verbo.  10

(1983)

para Osvaldo González Real



  —162→  

ArribaAbajoNocturnidad



   Se agrava la noche
a medida que acude hacia sí misma
y no es el viento el que hamaca
las hojas:
el silencio ejerce a no dudarlo  5
sus facultades superpuestas
pero sube al cielo tapado
la inminencia
de otra voz.

(1985)

para Alicia Trueba de Martínez



  —163→  

ArribaDe guardia



   Sombra, tiempo, amor.
Y el corazón, imaginaria
que aprecia todavía
su alerta
y su espera.  5

(1985)

para María Luisa Artecona de Thompson